martes, 23 de mayo de 2017

VOCACIÓN SIN FRONTERAS



Dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud» (Jn 15,9-11).

domingo, 21 de mayo de 2017

PEQUEÑO DIPUTADO VS POLÍTICOS CORRUPTOS





.- La tierra de nuestro envío
Ante el encargo de ser "la sal de la tierra" surge una pregunta ineludible. ¿Qué caracteriza a esta tierra - el nuevo milenio que comienza – cuyo fecundidad dependerá de Uds.?

Nuestro mundo tiene una riqueza extraordinaria. Nunca se había dado un progreso de la ciencia y de la técnica como en nuestra era.
Basta pensar en la astronomía para sentirnos orgullosos del hombre que recorre las galaxias y retrocede en el tiempo, llegando a estrellas que emitieron su luz hace millones de años. Así se acerca el hombre al origen del cosmos y se convence de una cosa: el universo no es obra del mero azar; seguramente hubo al inicio un ser superior al hombre que le dio origen.
También nos llena de admiración la ciencia del microcosmos, sobre todo las investigaciones que descubren el código genético de cada ser vivo, de cada persona. Así llegamos al fundamento biológico de nuestra originalidad y también de nuestras taras hereditarias. También el estudio de la naturaleza ha hecho grandes progresos. Hemos tomado conciencia de su biodiversidad, de las condiciones ambientales que necesitan las especies, de sus leyes internas, y de las que regulan el equilibrio ecológico. Nos hemos acercado a las huellas de la sabiduría del Creador.
En el orden social ha crecido la conciencia de los derechos humanos. Como nunca, después de los horrores de las guerras mundiales, la humanidad ha tomado conciencia de aquellos derechos que son anteriores al mismo Estado. Sobre todo subraya los derechos de los desprotegidos y oprimidos: los derechos de la población civil en tiempos de guerra, los derechos del niño, de la mujer, del enfermo, de las minorías y de los pueblos autóctonos. Por desgracia, junto con subrayar los derechos individuales - y no los deberes personales y el principio de corresponsabilidad -, quienes los ejercen con frecuencia no lo hacen con espíritu solidario, tampoco respetando los derechos de los demás.
También la técnica ha hecho avances inimaginables en un pasado no tan lejano. Pensemos en los instrumentos de comunicación, que han acortado las distancias y los tiempos. De ellos suele valerse el hombre para elaborar su pensamiento, para comunicarlo y también para darle eficacia. Lo mismo podemos decir del gran avance en la gestación de instrumentos y de máquinas, sobresaliendo los instrumentos que reemplazan parcialmente acciones complejas del ser humano, por ejemplo, los robots.
La técnica y la ciencia han posibilitado un gran avance también en el campo de la producción -mineral, vegetal y animal - como nunca había ocurrido en siglos anteriores. Todos estos conocimientos y estas técnicas, serían capaces de sacar a los pueblos de la tierra del hambre, del analfabetismo, de la opresión y la marginación. Todo depende de la orientación que se le imprima a la globalización de la economía, del conocimiento, de la solidaridad y de los valores.
Es cierto, la tierra para la cual estamos llamados a ser sal tiene potencialidades de bien extraordinarias. De nosotros depende su desarrollo, al igual que su uso para el progreso de la humanidad.
Vivimos, sin embargo, en un mundo expuesto a grandes amenazas. ¿Es realmente universal el respeto a la vida? ¿Qué pasa con el bienestar de la familia, de la sociedad y de la vida política y económica? ¿Quién vela por la superación de la pobreza? ¿Quién le abre camino a la sabiduría y a la paz? En verdad, no progresamos en el arte de vivir como personas, como familia, como sociedad; tampoco en el arte de amar con fidelidad.
Examinemos tan sólo algunos hechos que se refieren sobre todo a la familia y a la vida. No hay otro bien más apreciado por la gente joven, y sobre todo por los niños, que la familia. También los adultos, con ocasión de encuestas, afirman que el valor más querido para ellos es la familia. Sin embargo las familias se deshacen como nunca. La civilización de lo desechable es aplicada a las personas. Al menor conflicto hay que cambiar de pareja. ¡Qué importa que los niños sufran! ¡Qué importa la mujer abandonada, qué importa el que está enfermo y el más débil! Es un hecho: ha ocurrido un vuelco desintegrador en la cultura, que socava los fundamentos del comunitarismo y de los compromisos humanos, y que se vuelve dramáticamente contra la familia, contra la mujer, contra los niños y contra la vida.
Se está globalizando en el mundo entero una manera de entender la vida, el amor y la familia que ha perdido su brújula. El amor más fuerte tiende a ser el que se curva hacia sí mismo, buscando la propia realización personal, y olvidando la búsqueda de la felicidad de los demás con olvido de sí. Por eso mismo, conlleva una fuerte carga de egoísmo. Los pueblos y las clases dominantes, atados a sus propios bienes con egoísmo, no trabajan por la solidaridad ni respetan la justicia como debieran. Y en el ámbito más cercano, el del amor, la cultura que se globaliza no llega a un aprecio pleno de la sexualidad, que logre integrar en ella el amor espiritual, la procreación y la fidelidad; siempre deja abierta la puerta de la separación y el divorcio. La sexualidad ya no es una expresión del amor y de la bene-volencia; ha pasado a ser un mero instinto, una mera fuente de placer. Por eso se acepta en igualdad de condiciones su ejercicio heterosexual y homosexual. Por otra parte, ante la realización profesional de la mujer palidece el valor de la maternidad, sobre todo de la maternidad espiritual. Se altera así la identidad de la mujer, y con ella el gran bien que hace a los hijos, a la familia y a toda la sociedad cuando ama, por así decirlo, incondicionalmente, y crea en su hogar ese santuario de la vida que propicia el crecimiento de las personas y potencia sus cualidades y su generosidad.
También estamos ante una bifurcación de los caminos que se refieren a la vida, sobre todo a la vida humana. Sabemos del origen de la vida humana cosas que nunca supieron los seres humanos hasta hace muy pocos años. Surge la vida, desde el primer instante, con toda su originalidad y autonomía. Nos asombra su gestación y el proceso de diversificación y configuración del organismo naciente a partir de la concepción. Es tanto nuestro asombro que el respeto a la vida emerge como un imperativo evidente. Lo que nos cabe es darle a la vida las mejores condiciones para que pueda desarrollarse en plenitud.
Sin embargo, vivimos en un mundo contradictorio. Las tendencias favorables a la contracepción y el aborto son más fuertes que nunca en nuestra sociedad. Hablamos de derechos humanos, sobre todo del derecho a la vida de los más indefensos, y se alza violenta y prepotente la amenaza del aborto contra la más indefensa de las vidas. Toda argumentación que lo favorezca es válida. La feminista más extrema dirá que la vida en gestación es parte de su cuerpo y que sus derechos reproductivos autorizan que la elimine. Pero no es una parte de su cuerpo. Es una nueva criatura humana que quiere vivir. Los ecologistas extremos dirán que el ser humano es el principal agresor de la naturaleza, y que por eso hay que disminuir la natalidad, recurriendo también al aborto. Nunca destruirían la vida en gestación de un pájaro o de un pez; pero sí de un ser humano, como si su vida no fuera algo valioso, digno de protección. Quienes quieren mantener la hegemonía política sobre el mundo entero dirán que se opone a ella el crecimiento de la población en otras regiones de la tierra y que debe ser detenido mediante la contracepción y el aborto. Emplearán millones y millones de dólares en impulsar sus campañas; también toda la presión política imaginable para que sean aceptadas. Otros dirán que son contrarios al embarazo adolescente, y por lo tanto que es lícito matar al ser humano más indefenso, el que viene en camino. Otros recurrirán a la compasión, y justificarán la muerte del ser en camino, proclamando la necesidad del aborto que llaman terapéutico, para favorecer no sólo la vida biológica de la madre – que casi siempre no está en peligro -, sino además su intangibilidad sicológica, profesional y económica.
En una palabra, vivimos en la sociedad que mejor conoce el misterio de la vida, que ha quedado llena de estupor por el maravilloso desarrollo de los seres humanos desde su gestación, y que al mismo tiempo, con una resolución patológica, quiere destruir las vidas más indefensas, pretextando para ello cualquier argumento inaceptable o aun hipócrita. Nada le importa el bien del niño que quiere nacer y vivir. Tampoco el bien de la madre que arrastrará el peso aplastante de una mala conciencia por años, a veces toda la vida.
Los efectos de estas grandes alteraciones y de este vuelco cultural están a la vista. Son muchos los ciudadanos de este mundo, también los jóvenes, que buscan más el placer físico que el gozo espiritual, el gusto del momento que la felicidad duradera. La actitud egoísta y competitiva ante los demás, como también la disociación que existe entre la sexualidad, el amor y la fidelidad, conducen a la disolución creciente de los matrimonios. Alejándose de todo dato evidente acerca de la naturaleza de la sexualidad, se equipara la unión de personas del mismo sexo con las uniones heterosexuales, autorizándose también a las primeras la adopción de hijos. El concepto de matrimonio que se impone, lejos de toda indisolubilidad, bagateliza de tal manera la unión conyugal que disminuye el número de aquellos que contraen un vínculo estable. Aumentan las parejas que no lo contraen, porque son pasajeras. Son innumerables los hijos que no viven con sus padres en el hogar, cuya voz y cuyo dolor nadie escuchó a la hora de la separación. Los hijos que así nacen y crecen suelen perder el arraigo familiar, con todas las consecuencias que ello involucra de posibles desequilibrios emocionales, de alcoholismo, drogadicción y delincuencia, de disminución creciente de la capacidad de contraer nuevos vínculos estables y de gestar una familia. Donde se ha llegado a cuotas de natalidad muy bajas, los países no pueden subsistir en base a su propio crecimiento demográfico, y tienen que importar grandes cantidades de trabajadores de otras naciones, de otras culturas y de otras convicciones religiosas. Por este camino van perdiendo su continuidad histórica y su identidad cultural.
Entre tantos otros síntomas de decadencia, sólo agrego uno más: incontables hombres y mujeres que se dedican a la política han ido perdiendo su credibilidad. Primero la perdieron ante sí mismos, al percibir la dicotomía que existe en su interior debido a la pérdida de la transparencia y del liderazgo, en aras de una preocupación desmedida por la propia imagen y los votos. Pierden la estima de la gente por su incapacidad de generar consensos, por sus claudicaciones ante la corrupción, y por la falta de un compromiso sincero con la verdad y con el bien. Cuando esta suerte de hombres públicos abunda en un país, éste se acerca a la ingobernabilidad y al caos, ya que sus dirigentes de siempre han perdido la confianza de la gente y no aparecen nuevas personalidades con la autoridad moral que necesitan los servidores del bien común. No surgen los que deben impulsar vigorosamente el compromiso con la justicia y la equidad, velar por los marginados de la sociedad, promover una educación y una convivencia rica en valores, y fortalecer la vida familiar y la paz.
Esta es la tierra a la cual ustedes le darán el sabor de la esperanza y de las promesas de Dios. Es una tierra llena de logros y de posibilidades, como así mismo de gérmenes de autodestrucción.

VI.- Centinelas de la aurora
Ustedes son la sal de la tierra en esta encrucijada de la historia. En verdad, es una muestra de confianza hacia Uds. y un gran desafío el que Dios les propone. También lo fue el encargo que dio a los apóstoles y a los santos. Es una misión capaz de despertar toda la fuerza de la esperanza en las promesas y en la gracia de Dios, y la adhesión más plena a la realización de sus planes, como una generación joven deseosa de recorrer los caminos del Evangelio y de ser la aurora de los nuevos tiempos, un fermento que cambie la vida y la cultura de los pueblos, en favor de quienes necesitan y también buscan afanosamente felicidad y esperanza.
a.- A partir del bautismo
SS Juan Pablo II, en su mensaje para esta Jornada Mundial de la Juventud, nos propone recurrir a las fuentes de nuestra vida cristiana para ser sal de la tierra. Nos escribe: "la sal por la que no se desvirtúa la identidad cristiana, incluso en un ambiente hondamente secularizado, es la gracia bautismal que nos ha regenerado, haciéndonos vivir en Cristo y concediendo la capacidad de responder a su llamada".
Muchas veces no tomamos conciencia de la fuerza transformadora de la gracia bautismal, que nos hace capaces de acoger el amor del Padre, de permanecer en su amor como Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey, y de ser vivificados, guiados y santificados por el Espíritu Santo para la transformación del mundo. Todos estos dones son frutos de esa gracia y, en último término, de la reconciliación que Cristo selló con su sangre, haciéndonos familiares de Dios como hermanos y discípulos suyos.

b.- La alianza bautismal crece en el encuentro con Jesús
Al igual que en Galilea, el primer paso en la vida de un discípulo es el encuentro vivo con su Maestro: un encuentro muy personal, de gran apertura, que va acompañado de un hondo cariño, lleno de admiración.
La Exhortación apostólica "Iglesia en América" se refiere al encuentro personal y vivo con Jesús (Cf. 8-14). Entre los lugares en los cuales lo encontramos hemos de darle un puesto privilegiado a la lectura orante de la Sagrada Escritura en la ‘lectio divina’, y a la Eucaristía, que celebra y hace actual su Pascua, como también la comunión y la colaboración con él y con los suyos; también al sacramento de la reconciliación, cuando necesitamos su silencioso perdón y su ilimitada misericordia. Lo encontramos asimismo en el servicio a los más afligidos y marginados; en la vida de sus amigos, sobre todo de los santos, particularmente en la vida y en los santuarios de su madre, la Virgen María; en los acontecimientos de nuestra vida y de la vida de los pueblos, a través de los cuales nos habla como Señor de la historia; y en la comunidad, cada vez que se reúne en su nombre.
Nos importa que este encuentro sea cada vez más personal y profundo. De ahí la pregunta: ¿cómo se transforma el primer encuentro en una relación de amistad, de alianza con él? Señalo estos caminos, que nunca se apartan de los lugares de encuentro con él:
Crece la amistad con el Señor, estando con él en todas las circunstancias, y cultivando la oración, a solas y en la comunidad.
Dejándonos cautivar por su personalidad y por su amor.
Escuchando sus palabras y descubriendo la novedad de su mensaje – para la cultura de su tiempo y también para la nuestra.
Siguiendo sus pasos, es decir, imitando su ejemplo, poniendo en práctica sus enseñanzas y colaborando con él.
Sirviéndolo cada vez que lo pide su rostro doliente en los afligidos.
Cargando con fidelidad, fortaleza y paz interior la cruz inseparable de quienes son discípulos suyos y signos de contradicción con él.
Y compartiendo nuestra vocación, nuestro camino y nuestro encargo misionero con una comunidad de discípulos y evangelizadores suyos en la Iglesia.
Acoger su amor y llenarnos de admiración por él, aprender de él, amar con él y como él, tener por nada lo que no es compatible con su amor, y poner nuestro corazón en sus proyectos al servicio del Reino, pasa a ser, con el tiempo, el anhelo más hondo y la mayor alegría de nuestra vida. De hecho, nunca terminamos de conocerlo, tampoco de amarlo y servirlo. Y siempre es fuente de una vida nueva. Desde su corazón aprendemos a conocer y amar al Padre, al Espíritu Santo y a toda la creación. De manera especial, a aquellos que más le preocupan porque viven con sufrimiento y aflicción de una manera indigna de su condición humana.
Cuando reflexionamos sobre la importancia del encuentro con Jesús, no podemos olvidar que el amor sincero y entrañable a la Santísima Virgen fue para muchos santos el mejor camino para llegar a una relación viva, de mucha cercanía con Nuestro Señor, a un seguimiento incondicional de sus pasos, a una ilimitada apertura a su sabiduría, y a un nuevo ardor por su misión.
En verdad, el encuentro vivo con él y con su llamada tiene una fuerza casi irresistible. En la parábola del Buen Pastor leemos que a sus ovejas las llama por su nombre, que éstas reconocen su voz, y que de hecho le siguen (Cf. Jn 10,3s). Pero este seguimiento no es en primer lugar un hecho externo. Es adquirir en la fe su manera de pensar, de sentir, de amar y de actuar. Es aprender a amar a los que él ama y como él los ama. Encontrarse con él y amarlo, significa vivir de una manera agradable a él, cumpliendo su voluntad y siguiendo sus consejos. Tal es la fuerza transformadora del amor. Por eso, en la Exhortación apostólica "Iglesia en América", se nos señala que aquello que produce este cambio vivificante en nosotros es el "encuentro con Jesucristo vivo". Éste es nuestro "camino de conversión, de comunión y de solidaridad". En verdad, lo primero es el encuentro. En él encontramos la inspiración y la gracia que nos impulsa a la conversión, la comunión y la solidaridad. Si el encuentro es vivo, sincero, profundo y fiel, y si lo renovamos día a día, la sal no sólo conservará su sabor; potenciará su capacidad de sazonar.
c.- Un fermento de comunión
El bautismo nos incorpora a la Iglesia. Con él recibimos el don de ser ciudadanos del Pueblo de Dios; de ese Pueblo que es sacramento de comunión, porque está llamado a colaborar con Dios como signo vivo y como instrumento eficaz de la unión de los hombres con él y de los hombres entre sí, para incorporar a todos los hombres a la comunión con Dios, y construir y vivificar la comunión de todo el género humano (Cf. LG 1).
Nuestro tiempo, como lo hemos visto, necesita esta Buena Noticia. Crece la indiferencia entre nosotros, y la violencia sigue su acción demoledora en tantos hogares. También se multiplican otras formas de violencia; entre ellas, el rechazo a los inmigrantes. Nuestro mundo no logra contener las injusticias. Se alzan voces, denunciando que la globalización ocurre a costa de los pueblos y las personas más pobres y débiles. Tampoco amanece la paz en los campos de batalla.
Gracias a Dios, también crece en nuestros días la sed de justicia, de respeto, de solidaridad, de misericordia y de paz. Sobre todo crece entre Uds., los jóvenes, que rechazan toda forma de discriminación y violencia, y tienen un corazón solidario y sensible hacia los más débiles, los más pobres y los más afligidos.
Ante esta gigantesca tarea, proclamar que estamos llamados a ser signos e instrumentos de comunión es afirmar, en primer lugar, que no queremos vivir en el aislamiento de la soledad. No es ésa nuestra vocación. Estamos llamados a vivir en comunión. Hasta los ermitaños y las religiosas contemplativas viven en comunión con la Familia de Dios. Pero esta verdad tiene para Uds. una mayor urgencia. Son tan fuertes las tendencias que quieren emancipar la cultura de nuestros pueblos de sus raíces y de su substrato cristiano, que casi nadie logra fortalecer su identidad como discípulo de Jesús y ser realmente un fermento evangélico en medio del mundo, si no participa activamente en una comunidad cristiana. Se los propongo con la convicción que da la experiencia: fortalezcan los lazos que los unen a sus comunidades juveniles, ya sean éstas comunidades parroquiales, escolares, universitarias o de movi-mientos. A cada uno Dios le da su propia vocación. Vívanla en comunidad, activamente, comprometidamente. El mandato de vivir en comunión y ser sal de la tierra implica, además, que las mismas comunidades cristianas que Uds. forman – en las parroquias, en los movimientos, en las universidades y en las escuelas – han de ser sal de la tierra. Serán "casa y escuela de comunión" y aportarán el sabor del Evangelio dondequiera que estén insertas con la misma fuerza y entusiasmo de estos días en Toronto.

d.- Con vocación de santidad
Concluyamos nuestras reflexiones, volviendo la mirada con mucha sinceridad hacia nuestra propia realidad. Día a día somos tentados en este mundo en el cual Dios puso nuestra vida, temiendo que las corrientes valóricas que pretenden alejarnos de los proyectos de Dios sean muy superiores a nuestras fuerzas. Entonces puede asaltarnos el temor de no ser capaces de hacer nada significativo frente a los desafíos que ellas nos plantean. También escuchamos en nuestro entorno que el Evangelio está perdiendo vigencia. A veces sucumbimos ante la tentación del relativismo. Y no faltan quienes buscan el camino fácil, el de acomodarse a las costumbres invasoras, y de acomodar las enseñanzas de Jesús, nuestro Maestro, a las categorías de una cultura que se autodenomina progresista, pero que cae en el regresión de alejarse de la Buena Noticia que Dios mismo trajo a la humanidad para que anduviéramos por los caminos de la vida y la felicidad.
Consciente de este contexto histórico, el Santo Padre nos recuerda en su Mensaje las palabras del apóstol Pablo a los cristianos que recibieron el bautismo en Roma, en esa urbe pagana que los perseguiría durante casi 250 años antes de aceptar la Buena Noticia. ¡Cuánta actualidad tienen para nosotros las palabras del Apóstol al inicio de este milenio! San Pablo exhorta a los cristianos de Roma a manifestar claramente su modo de vivir y de pensar, diferente del de sus contemporáneos, mediante estas palabras: ‘no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto’ (Rm 12,2).
Es claro, san Pablo los invitaba a la santidad, a plantar la semilla de un mundo nuevo con mucha generosidad, apoyándose mutuamente y siendo coherentes con su fe, como hermanos y discípulos de Jesús, como hombres y mujeres en quienes el Espíritu Santo estaba dando al mundo sus mejores frutos.
Este es un gran desafío. Implica renuncias e incomprensiones, un camino muchas veces de cruz. Fue la invitación de Jesucristo: Quien quiera ser mi discípulo, que cargue con su cruz y me siga (Cf. Mt 10,38; Lc 14,27). Los santos, que son nuestros amigos y hermanos mayores, nos dan testimonio de esta realidad: los apóstoles y mártires de los primeros siglos, que heroicamente vivieron su fe hasta la cruz; San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Lisieux, San Maximiliano Kolbe y tantos otros. En nuestro tiempo recordamos con especial afecto a la madre Teresa, mujer sencilla, albanesa de nacimiento, que desde la pobre Calcuta, una ciudad donde la miseria, el abandono y el dolor son realidades lacerantes y cotidianas, supo ser sal de la tierra y entregar esperanza a millones de jóvenes y adultos, de hombres y mujeres en el mundo entero, dando un testimonio cautivante de la radicalidad de la misericordia de Cristo y de su identificación con los más pobres. También en mi tierra soy testigo de cómo atrae día a día la santidad de una joven carmelita descalza, Teresa de los Andes, que supo enamorarse del Señor con alegría y asumir la cruz con simplicidad y fortaleza. Son miles los jóvenes chilenos que, entusiasmados por su ejemplo, peregrinan muchos kilómetros para llegar a su Santuario y para crecer en su camino de santidad. Encuentran en ella un camino de encuentro con Jesucristo aquí en la tierra, como también una amiga en el cielo.
Siguiendo el ejemplo de los santos, cada uno de Uds., desde su propia originalidad, tiene la misión de entregar al mundo el tesoro que ha recibido y de asumir el desafío de construir un mundo nuevo, según el corazón de Dios. Uds. han sido confirmados tantas veces en su vocación a la santidad: en horas de oración, cuando se asombraban por la forma cómo Dios los ha guiado y bendecido, en retiros y jornadas, en actividades solidarias. Uds. lo saben: la propuesta de Jesucristo no es una utopía, es la verdad que plenifica al hombre y lo lleva a la felicidad de las bienaventuranzas. Hagan confluir todas las esperanzas que los animan, y todos los talentos que Dios les ha dado, como también los sufrimientos, los gozos y las opciones que asumen, en la alianza que Cristo ha sellado con su sangre derramada en la Cruz. Sin lugar a dudas, así podrán ser los apóstoles, los testigos y los santos de este nuevo milenio. Proclamen con su vida, con sus obras y sus palabras a Cristo como el Camino que nunca engaña, como la Verdad que nos hace libres, y como la Vida que cumple nuestras mejores esperanzas.
El Santo Padre, a propósito de la santidad, nos enseña que "preguntar a un catecúmeno ¿quieres recibir el bautismo?, significa al mismo tiempo preguntarle ¿quieres ser santo?" (cf. NMI 31). Cuando comprendemos este llamado radical que brota de nuestro bautismo, no podemos quedarnos tranquilos. Sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Es propio de nuestro condición humana y cristiana, y especialmente de un corazón joven y bautizado, buscar lo absoluto, el sentido y la plenitud de la existencia, la santidad.
Termino con tres exhortaciones del Santo Padre. "Queridos jóvenes, ¡no os contentéis con nada que esté por debajo de los ideales más altos!" (JMJ 2002). Uds. tienen la gracia, las fuerzas y las energías, los anhelos profundos para transformar nuestra sociedad. "Si mantenéis grandes deseos para el Señor, sabréis evitar la mediocridad y el conformismo, tan difusos en nuestra sociedad". "No os canséis de hacer el bien". En el coloquio permanente con nuestro Señor y en conciencia discernamos los pasos que debemos dar en esta apasionante búsqueda de la voluntad de Dios, de lo que el Señor quiere para nuestra vida y para la vida del mundo.
El mundo tiene sed de la esperanza que transmiten los santos, los rostros vivos de Cristo, los jóvenes, las mujeres y los hombres que están dispuestos a ser no sólo centinelas de la aurora, sino un vivo amanecer de tiempos nuevos. El mundo necesita cristianos que hayan llegado a tal compenetración con el Señor que estén dispuestos a ser sus testigos, aunque ello implique el martirio de todos los días. San Pablo lo vivía intensamente: "para mí, la vida es Cristo y el morir una ganancia"( Flp 1, 21). Buscar la santidad es confesarse, ya en la tierra, un ciudadano del cielo, que ha puesto su mirada y su corazón en la Ciudad Santa, que mira este mundo desde los ojos de Dios y pone por obra los proyectos de Dios, los que cumplen de manera asombrosa y sobreabundante los mejores sueños del hombre.

VII.- María, Estrella de la nueva evangelización
Queridos jóvenes. El Santo Padre nos ha invitado a remar mar adentro por las profundidades de este nuevo milenio, lanzando con mucha fe y confianza las redes de la misericordia, de la solidaridad, de la verdad y de la santidad, para que sean muchos más los que crean en Cristo y sean sal de la tierra. En esta navegación María es la estrella que nos guía al encuentro del Salvador.
La Mujer orante de Nazaret supo ser sal en medio de su pueblo, acogiendo con valentía el Verbo de Dios que irrumpía en su vida para siempre, por obra del Espíritu Santo; cumpliendo generosamente la voluntad del Señor y proclamando alegremente su acción a favor de los hambrientos y los humildes. Fue sal de la tierra conservando en su corazón el Misterio que se le iba develando, e intercediendo en favor de los hombres, como en Caná; acompañando a Jesús en los momentos centrales de su ministerio profético y redentor. Con ese espíritu prolongó la misión de su Hijo resucitado en las primeras comunidades cristianas, e inspira la fidelidad a él hasta nuestros días.
María conoce mejor que nadie los caminos de la Pascua del Señor. Con humildad y confianza le pedimos su compañía como nuestra madre y educadora, para que en Cristo seamos verdaderamente sal de la tierra, continuemos nuestra navegación guiados por el Espíritu de Cristo, y seamos así los santos del nuevo milenio.



JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD, TORONTO 2002

"Vosotros sois la sal de la tierra"
Primera catequesis
Cardenal Monseñor Francisco Javier Errázuriz
Toronto, miércoles 24 de Julio de 2002





jueves, 18 de mayo de 2017

EL MEJOR MOMENTO DE TU VIDA ES AQUÍ Y AHORA



El mejor momento de tu vida es este, el que está viviendo, vívelo al
máximo porque es único. No es mejor el que pasó ese ya se fue, ni es mejor el
que vendrá ese aún no lo tienes en tus manos. Si quieres hacer algo bueno, algo
hermoso, algo interesante, hazlo hoy, es justo el momento. No importa donde
estés piensa que éstas en el lugar preciso, donde debes estar, por alguna razón
estás allí. No importa la edad que tengas, tampoco los años que uno tiene, son
los que se necesita y los 
que le sirven. Ni los años que tienen los demás, viejos o jóvenes. Y si
les puede sacar el máximo de provecho a cada momento que tienes ¿para qué
quieres más o menos años? Disfruta este momento. disfruta cualquier cosa que
estés haciendo ahora, no importa lo que sea, si es algo malo lo que te sucede piensa
que forma parte de tu vida, y tú la tienes a tu disposición. Una parte del
tiempo te pertenece y lo puedes usar como te parezca, ¿Para qué malgastarlo? ¡Úsalo!.
Vívelo! ¡Disfrútalo! Con el sólo límite de que no te hieras ni hieras a los
demás (HERNÁNDUBÓ SANTANA Coquimbo- Chile)

lunes, 15 de mayo de 2017

DÍA 16 DE MAYO: SAN SIMÓN STOCK, SANTA MARGARITA DE CORTONA, SAN ANDRÉS BOBOLA, Santos Abdas, Ebediesus y compañeros, etc,

SAN SIMÓN STOCK. Nació en el condado de Kenk (Inglaterra). Primero fue ermitaño y después ingresó en la Orden de los Carmelitas, cuando éstos llegaron a Inglaterra hacia el año 1242. Según otra tradición, fue uno de los cruzados y peregrinos que tomaron el hábito en el mismo Monte Carmelo, atraídos por la vida de oración que llevaban los solitarios que allí moraban. El capítulo general de los carmelitas, celebrado en Aysleford el año 1247, lo eligió prior general de la Orden, que rigió admirablemente. Pidió al papa Inocencio IV que confirmara la regla de la Orden, que la adaptaba a Occidente y la pasaba de ser puramente eremítica a ser orden mendicante consagrada al apostolado. Era muy devoto de la Virgen y, según la tradición, recibió de la Virgen María en una aparición el privilegio del Escapulario del Carmen, tan querido por la piedad popular. Fundó conventos y murió en Burdeos (Francia) el 16 de mayo de 1265.- Oración: Señor, Dios nuestro, que llamaste a san Simón Stock a servirte en la familia de los Hermanos de Santa María del Monte Carmelo; concédenos, por su intercesión, vivir como él entregados siempre a tu servicio y cooperar a la salvación de los hombres. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. SANTA MARGARITA DE CORTONA. [Murió el 22 de febrero, pero la Familia franciscana celebra su memoria el 16 de mayo] Nació en Laviano, pueblecito cercano al lago de Trasimeno (Perusa, Italia), el año 1247, de modesta familia campesina. En su juventud convivió escandalosamente en Montepulciano con un caballero, del que tuvo un hijo. Asesinado el amante, ella y el hijo fueron expulsados del castillo. Al volver a su casa, fue rechazada por su madrastra, y marchó con su hijo a Cortona, donde fue acogida bajo la protección de los frailes de san Francisco. Vistió el hábito de la Tercera Orden Franciscana y emprendió un nuevo camino. Se dedicó a las obras de caridad, en particular con los enfermos, y para atenderlos mejor se asoció con otras compañeras y levantó un hospital. Fue mensajera de paz y concordia entre las facciones de la ciudad. Impulsó la religiosidad popular mediante el canto de las Laudes. Descolló por su oración y penitencia, así como por su ardiente amor a la Eucaristía y a la pasión del Señor. Murió en Cortona el 22 de febrero de 1297. Fue canonizada por Benedicto XIII el 16 de mayo de 1728.- Oración: Señor de misericordia, que no deseas la muerte del pecador, sino que se convierta y viva; concédenos, te rogamos, que, así como a santa Margarita de Cortona la llamaste a la vida de tu gracia mientras vivía en pecado, nosotros, libres de toda culpa, podamos servirte con sincero corazón. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. SAN ANDRÉS BOBOLA. Hijo de nobles polacos, nació en Sandomir (Polonia) el año 1591. A los veinte años ingresó en la Compañía de Jesús. Ordenado de sacerdote en 1622, desarrolló un gran apostolado en el confesonario y en la predicación, reconciliando con la Iglesia a numerosos disidentes. Dirigió en Vilna la Congregación Mariana. En varias circunstancias de peste, ejerció una amplia labor asistencial con los contagiados. Recorrió todas las provincias polacas predicando el Evangelio en medio de muchas penalidades causadas por la guerra. Estando en Janow, cerca de Pinsk, una revuelta provocada por los cosacos que estaban al servicio del Imperio ruso, enfrentado con Polonia, desencadenó persecuciones y la quema de iglesias y conventos. El P. Bobola continuó predicando y ejerciendo su ministerio en medio de tantos desastres, dando ejemplo y confortando a los fieles. Una banda de cosacos lo arrestó y le exigió que abandonara el catolicismo, a lo que él se negó. Lo torturaron, lo arrastraron atado a un caballo, lo flagelaron y lo apuñalaron el 16 de mayo de 1657. * * * Santos Abdas, Ebediesus y compañeros. Abdas y Ebediesus eran obispos y fueron martirizados en Persia con 38 compañeros, en tiempo del rey Sapor II, el año 375 ó 376. San Adán. Llevó durante algún tiempo vida eremítica. Después ingresó en el monasterio benedictino de San Sabino, en Fermo (Las Marcas, Italia), del que llegó a ser abad. Murió en 1210. San Alipio. Compartió con san Agustín el lugar de nacimiento, Tagaste, los estudios, los errores de la juventud, la conversión y las fatigas del apostolado. San Agustín lo llama «amigo de mi corazón». Después de su conversión y de su retorno a África, abrazó la vida cenobítica en el convento formado por san Agustín. Viajó a Oriente, donde conoció a san Jerónimo. A su vuelta lo nombraron obispo de Tagaste. Fue un pastor celoso, defendió a sus fieles de los donatistas y de los pelagianos, adoptó en su diócesis los principios de la vida monacal, participó en sínodos y concilios defendiendo siempre la doctrina y la disciplina de la Iglesia. Murió en torno al año 430. San Brendan o Brendano. Nació en Kerry (Irlanda) hacia el año 486. En la adolescencia optó por la vida monacal, ingresó en el monasterio de Conflert y recibió la ordenación sacerdotal. Algún tiempo después lo eligieron abad y entonces, además de gobernar su monasterio, se dedicó a fundar otros muchos en Irlanda, Escocia y Gales. Incluso viajó al Continente. Murió en Annaghdown (Irlanda) el año 577 ó 583. San Carentoco. Fue abad y obispo de Cardigan (Bretaña) en el siglo VII. Santos Félix y Genadio. Sufrieron el martirio en Uzal de África (en la actualidad Túnez) en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana. San Fidolo. Era sacerdote y, según se dice, lo capturaron cuando el rey Teodorico devastó la región de Champaña-Ardenas. Luego lo rescató el abad de San Aventino, quien lo formó para el servicio de Dios. En su momento Fidolo le sucedió en el cargo. Murió el año 540. Santos Florencio y Diocleciano. Fueron martirizados en Osimo (Las Marcas, Italia) en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana. San Germerio. Fue obispo de Toulouse (Aquitania, Francia) en el siglo VII, y puso empeño en visitar al pueblo que se le había confiado y en extender el culto de san Saturnino. San Honorato. Fue obispo de Amiens (Francia), y murió hacia el año 600. Santos Mártires de la laura de San Sabas. El año 614, en tiempo del emperador Heraclio, en una de sus incursiones, los sarracenos asaltaron la laura de San Sabas, situada en Palestina, entre Jerusalén y el Mar Muerto. Al saber que se acercaban los sarracenos, algunos monjes huyeron, pero se quedaron 44 que fueron masacrados por los asaltantes. Posteriormente, en el mismo monasterio, fueron martirizados otros veinte monjes. San Peregrino. Se le considera como el primer obispo de Auxerre (Borgoña, Francia). Sufrió el martirio en Bouhy, pueblo cercano a la capital. Los paganos del lugar lo apresaron cuando estaba predicando. Le exigieron que sacrificara a sus dioses, él se negó y, después de torturarlo, lo decapitaron. Según las distintas fuentes, el martirio tuvo lugar en el siglo IV o en el siglo V. San Posidio. Fue amigo íntimo de san Agustín y su primer gran biógrafo, y se le considera como el mayor representante de la herencia monástica agustiniana junto con san Alipio. Nació en el norte de África y estudió en Hipona bajo la dirección de san Agustín, quien lo preparó para el ministerio eclesiástico. El año 397 fue elegido obispo de Cálama en Numidia (en la actual Argelia). En su tarea pastoral evangelizó a muchos paganos de su diócesis y combatió con firmeza y caridad a los donatistas. Cuando los vándalos invadieron su territorio, se refugió en Hipona y allí asistió a san Agustín en su muerte. Luego en rey Genserico lo obligó a refugiarse en Italia, donde escribió la vida de san Agustín y donde murió hacia el año 440. San Ubaldo. Nació en Gubbio (Umbría, Italia) en torno al año 1085. En su vida fue alternando períodos de ermitaño y de canónigo regular. Se ordenó de sacerdote en 1114, y rehusó ser obispo de Perugia, pero tuvo que aceptar, en 1129, serlo de Gubbio. Trabajó en la renovación de la vida comunitaria del clero, impulsó la vida espiritual y el culto, alentó a los sacerdotes y a los religiosos a ir por delante con el ejemplo, inculcó a los fieles el compromiso evangélico en sus vidas, pacificó los ánimos y reconcilió los bandos enfrentados. Murió el año 1160. Beato. Miguel Wozniak. Nació en Polonia de padres campesinos el año 1875. Desde pequeño quiso ser sacerdote, pero no pudo ingresar en el seminario hasta los 27 años, por la oposición de su padre. Se ordenó de sacerdote en 1907 y, por su inclinación a los salesianos, estuvo un tiempo en Turín. De regreso en su patria, se dedicó al ministerio parroquial y se preocupó de las necesidades religiosas y sociales de sus feligreses. Llegada la ocupación nazi, optó por seguir en su puesto para atender y confortar a los fieles. Lo detuvieron en octubre de 1941 y lo llevaron al campo de concentración de Dachau, cercano a Munich (Alemania), donde sufrió tantas y tales penalidades, que murió de agotamiento en 1942. Beato Vidal Vladimiro Bajrak. Sacerdote ucraniano de la Orden basiliana de San Josafat. Nació en 1907, de muy joven abrazó la vida monástica y en 1933 fue ordenado de sacerdote. El año 1941 fue elegido superior del monasterio de Drohobych (Ucrania). Cumplidor de sus deberes, vio que el régimen soviético era un peligro para la Religión, y escribió un artículo denunciando la persecución religiosa. Lo apresaron y lo condenaron, por actividades contra el Estado, a ocho años de prisión en un campo de reeducación. Luego lo llevaron a la cárcel de Drohobych en la que murió, a causa de las penalidades sufridas, el año 1946. Beato Vladimir Ghika. Nació en Estambul en 1873, de familia real, y fue bautizado en la Iglesia ortodoxa. En 1902 se convirtió al catolicismo. Se dedicó a obras de caridad y al apostolado laical. Estudió en Roma y fue ordenado sacerdote en 1923 para la diócesis de París. En 1939, cuando estalló la II Guerra mundial, marchó a Rumanía para atender a refugiados, enfermos y heridos, prisioneros... El 18-XI-1952 fue arrestado en Bucarest por los comunistas y condenado a tres años de cárcel en la prisión de Jilava, donde murió mártir de la fe el 16-V-1954, víctima de torturas y malos tratos. Beatificado el 31-VIII-2013. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Dijo Jesús a un fariseo, Simón, que lo había convidado y que se escandalizaba porque el Señor dejaba que una mujer pecadora le tocara los pies: «Sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco». Y a ella le dijo: «Han quedado perdonados tus pecados... Tu fe te ha salvado, vete en paz» (Lc 7,47-50). Pensamiento franciscano: Dice san Francisco en su Paráfrasis del Padrenuestro: «Perdona nuestras ofensas: por tu misericordia inefable, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos. Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden: y lo que no perdonamos plenamente, haz tú, Señor, que lo perdonemos plenamente, para que, por ti, amemos verdaderamente a los enemigos, y ante ti por ellos devotamente intercedamos, no devolviendo a nadie mal por mal, y nos apliquemos a ser provechosos para todos en ti» (ParPN 7-8). Orar con la Iglesia: Invoquemos a Dios nuestro Padre, que nos ofrece un signo de su ternura hacia los pecadores en el corazón materno de María. -Haz, Señor, que tu Iglesia, con el sentido materno de María, fije su mirada misericordiosa en todos sus hijos necesitados de cariño y de perdón. -Tú que has enviado a tu Hijo para curar toda enfermedad, crea en nosotros un corazón nuevo capaz de ver y socorrer a nuestros hermanos. -Tú que cada día esperas el retorno de tus hijos y preparar para ellos una gran fiesta, enciende en todos los pecadores la nostalgia de tu casa. -Tú que revelas tu poder sobre todo usando de misericordia, haz que, reconciliados contigo, seamos, como María, dispensadores de perdón y de paz. Oración: Tú, Señor, no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y viva; acoge la oración que la Madre de tu Hijo y madre nuestra te dirige, para que ninguno de tus hijos falte al banquete que nos ofreces. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo nuestro Señor. Amén. * * * SANTA MARGARITA DE CORTONA Juan Pablo II, Discurso en Cortona el 23 de mayo de 1993 Queridos hermanos y hermanas: La dramática historia de santa Margarita nos lleva a considerar la gracia del matrimonio y de la familia. No pudo casarse con el hombre que amaba y con el que tuvo un hijo, porque procedía de modestos orígenes campesinos, mientras que su novio era noble. Cuando éste murió trágicamente, Margarita, que había quedado sola con el niño, fue expulsada del castillo donde había vivido durante casi diez años. Pero precisamente en aquel momento de máxima dificultad, se le abrieron de par en par las puertas de la Iglesia. Acogida bajo la protección de los frailes de san Francisco, muy pronto, por su intensa sensibilidad religiosa, fue admitida en la Tercera Orden Franciscana. Así empezó para ella una vida nueva en la penitencia, la oración y el ejercicio de la caridad para con los pobres. Queridos hermanos y hermanas, con este segundo nacimiento vuestra patrona nos invita a considerar el valor supremo de la vida cristiana, animada por la conversión y la caridad fraterna. Joven de gran belleza, se transformó en una mujer de incomparable encanto interior gracias a los místicos dones sobrenaturales con que Cristo la adornó. Nacida pobre, se hizo pobre por elección, a ejemplo de Francisco y Clara, abandonándose en las manos de Cristo crucificado. Dos veces huérfana, entró plenamente en la familia de la Iglesia y fue madre de numerosos pobres, tanto desde el punto de vista material como moral. Fue madre, pero no llegó a ser plenamente esposa. Lo fue sólo de modo espiritual, profundizando su peculiar vocación. Descubrió que su misión consistía en reparar personalmente la falta de amor de los seres humanos hacia Dios. Lo hizo con la oración y la acción: pasando muchas horas en contemplación ante el crucifijo y cuidando a los enfermos, especialmente a las mujeres embarazadas privadas de asistencia. Margarita halló en el Corazón de Cristo el verdadero castillo donde refugiarse; en el Nombre de Jesús, el único título verdadero de nobleza, y en la Eucaristía, el alimento espiritual de cada día. Queridos habitantes de Cortona, hay un tercer aspecto de su mensaje que quisiera subrayar hoy: la dimensión social de su testimonio. Es imposible no maravillarse frente a la fuerza extraordinaria de renovación moral, cultural y civil que brota de esta mujer del pueblo, que escaló la cumbre de la santidad. Margarita fue mensajera de paz y concordia entre las facciones de vuestra ciudad; impulsó en gran medida la religiosidad popular mediante el canto de las Laudes, expresión característica del espíritu franciscano; y, sobre todo, dio un eficaz testimonio de caridad, fundando un hospital que todavía existe: la Casa de Santa María de la Misericordia. A pesar de ser muchacha pobre, con dificultades en su misma familia, Margarita no tuvo miedo de desafiar su ambiente para seguir, después del amor a un hombre, el amor mayor a Cristo. De esta forma, llegó a ser modelo de conversión a una existencia totalmente renovada. Frente a un mensaje tan actual y elocuente, ¿cómo podemos quedar indiferentes? Queridos fieles, santa Margarita nos invita a la conversión, nos impulsa a la fidelidad y nos alienta a seguir el Evangelio. Dirijámonos a ella con confianza. Que su intercesión nos acompañe todos los días: te acompañe a ti, amado pueblo cortonense, y a los numerosos peregrinos que vienen aquí desde todo el mundo para orar. Que ella obtenga para todos la paz del corazón y el don de la fidelidad al Evangelio. * * * ES NECESARIO ALEGRARSE Y REGOCIJARSE PORQUE ESTA HIJA MÍA ESTABA MUERTA, Y HA VUELTO A LA VIDA De una carta de san Basilio Magno Por fortuna, ¿el que tropieza y cae, no vuelve a levantarse? O el que marcha de viaje, ¿no retorna? En la Sagrada Escritura hallarás abundantes remedios contra el mal, antídotos para librarte de la muerte y encontrar la salvación; también, los misterios sobre la muerte y resurrección, testimonios sobre el juicio temible y sobre los suplicios eternos; reflexiones sobre la penitencia y el perdón de los pecados; y ejemplos admirables de conversión: la dracma, la ovejuela, el hijo pródigo perdido y reencontrado, muerto y vuelto a la vida. Usemos de estos remedios contra el mal y salvaremos nuestras almas; mientras disponemos de tiempo, librémonos de las caídas sin desesperar de nosotros mismos, para apartarnos del mal. Nuestro Señor Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores. «Venid, adorémosle, arrodillémonos ante él gimiendo y llorando». La palabra del Padre clama y dice, incitando a la penitencia: Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Cuando decidimos seguirle, él se convierte en camino de salvación. La muerte nos había devorado a todos, pero sabed que Dios ha enjugado las lágrimas de los arrepentidos. Fiel es Dios en todas sus palabras. No miente al afirmar: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fuesen rojos como el carmesí, cual la lana quedarán. El médico de las almas presto se encuentra para sanarte, y no sólo a ti, sino a cuantos incurrieron en el pecado. Suyas son aquellas dulces y consoladoras palabras: No necesitan médico los sanos, sino los que se encuentran mal. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores. ¿Qué excusa puedes tener ahora tú o cualquier otro, si él mismo invita dulcemente? Ha querido Dios librarte de la presente aflicción, y te promete además la luz esplendente, superadas las tinieblas del mundo actual. El Buen Pastor, abandonadas las restantes ovejas, te busca a ti. Si te dejas conducir, no dudará en llevarte cómodamente sobre sus hombros, satisfecho por haber hallado a la oveja perdida. El Padre te espera, confiando en tu retorno. Vuelve pronto; te divisará desde lejos y saldrá a tu encuentro, te abrazará colmándote de caricias, al verte arrepentida y purificada por tu dolor. No contento aún, te adornará con la estola de la gracia, despojándote del hombre viejo y de sus obras, te colocará el anillo de la alianza en tus manos limpias ya de la sangre de muerte, ciñendo tus pies con sandalias, para que no retornen las pisadas por el camino de la perdición y tomen el sendero de la paz evangélica. Anunciará a sus ángeles y hombres que es un día de alegría y de gozo, porque tu alma se ha salvado. Lo atestigua Cristo: Os digo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión. Y, si alguno de los presentes se extraña de la prontitud con que fue perdonada, el buen Padre contestará en tu nombre: Es necesario alegrarse y regocijarse porque esta hija mía estaba muerta y ha vuelto a la vida; perdida, y ha sido encontrada. * * * LA PIEDAD ECLESIAL DE SAN FRANCISCO por Kajetan Esser, OFM La obediencia a la Iglesia Al extenderse la Orden por el mundo, Francisco se siente pequeño, incapaz de gobernarla y defenderla eficazmente contra los enemigos internos y externos: «Iré, pues, y los encomendaré a la santa Iglesia romana, para que con su poderoso cetro abata a los que les quieren mal y para que los hijos de Dios tengan en todas partes libertad plena para adelantar en el camino de la salvación eterna. Desde esa hora, los hijos experimentarán las dulces atenciones de la madre y se adherirán por siempre con especial devoción a sus huellas venerandas. Bajo su protección no se alterará la paz en la Orden ni hijo alguno de Belial pasará impune por la viña del Señor. Ella, que es santa, emulará la gloria de nuestra pobreza y no consentirá que nieblas de soberbia desluzcan los honores de la humildad. Conservará en nosotros inviolables los lazos de la equidad y de la paz imponiendo severísimas penas a los disidentes. La santa observancia de la pureza evangélica florecerá sin cesar en presencia de ella y no consentirá que ni por un instante se desvirtúe el aroma de la vida». Y Celano continúa: «Aquí se advierte la previsión del varón de Dios, que se percata de la necesidad de esta institución para tiempos futuros» (2 Cel 24). Después de haber sido recibido «con mucha devoción» por el papa y los cardenales, Francisco pidió a Honorio III le concediera pro papa -para hacer las veces de papa-, al cardenal Hugolino, obispo de Ostia, «para que, sin mengua de vuestra dignidad, que está sobre todas las demás, los hermanos puedan recurrir en sus necesidades a él y beneficiarse con su amparo y dirección» (2 Cel 25). En la regla definitiva queda incorporado este punto como norma para el futuro: «Impongo por obediencia a los ministros que pidan al señor papa un cardenal de la santa Iglesia romana que sea gobernador, protector y corrector de esta fraternidad» (2 R 12,3). Francisco y su orden se saben así estrechamente unidos a la madre Iglesia en la persona de ese cardenal; es el «dominus et apostolicus noster», nuestro señor y papa (EP 23). Pero en la persona del cardenal está vinculada la Iglesia a Francisco de forma muy particular y sobre todo personal. No hay, pues, motivo de que dudemos de Celano cuando nos dice que Hugolino veneraba a Francisco como a un apóstol de Cristo, que reconocía absolutamente el carisma del santo y «le servía como un señor a su siervo, besándole humildemente sus manos» (1 Cel 101), pormenores que difícilmente podían inventarse en tiempo de Hugolino. En el mismo sentido quería Francisco estar vinculado a los obispos. Por eso, para establecerse los hermanos en un lugar deben acudir al obispo del mismo y decirle: «Primeramente recurrimos a vos, porque sois el padre y señor de todas las almas confiadas a vuestro cuidado pastoral y de todas las nuestras y de las de nuestros hermanos que han de vivir en este lugar. Por eso, queremos edificar allí con la bendición de Dios y la vuestra» (EP 10; cf. 2 Cel 147). «A ellos les está confiada la santa Iglesia, y ellos deben dar cuenta de la pérdida de sus súbditos» (Leg. monacensis 52). En estas frases del santo la palabra «padre», referida al obispo, está en relación vital con la palabra «madre», aplicada a la Iglesia. Y vamos a avanzar todavía en esta misma línea. Puede decirse que, en cierto sentido, la maternidad de la Iglesia es un elemento constitutivo de su fraternidad, o sea, de la comunidad de los hermanos. Francisco sabe muy bien que todos tenemos un Padre en los cielos y que por lo mismo todos somos hermanos. Sabe también que es la gracia, que une a todos en Cristo, la que nos hace hermanos en Él. Tal vez por esto proclama con fuerza: «Quiero que mis hermanos se muestren hijos de una misma madre» (2 Cel 180). «El santo tuvo siempre constante deseo y solicitud atenta de asegurar entre los hijos el vínculo de la unidad, para que los que habían sido atraídos por un mismo espíritu y engendrados por un mismo padre, se estrechasen en paz en el regazo de una misma madre. Quería unir a grandes y pequeños, atar con afecto de hermanos a sabios y simples, conglutinar con la ligadura del amor a los que estaban distanciados entre sí» (2 Cel 191). Ahora se entienden en su pleno sentido las palabras que usa Francisco para describir las relaciones que han de existir entre los hermanos: «condúzcanse mutuamente con familiaridad entre sí», «tengan familiaridad»; como a hermanos que «profesaban juntos una misma fe singular», recomendaba «a todos la caridad, exhortaba a mostrar afabilidad e intimidad de familia» (2 R, 6-7; 10,5; 2 Cel 172 y 180). Deben mostrarse el uno al otro el amor de la madre Iglesia, y deben patentizar que ese amor es mayor que el que tiene una madre a su hijo (1 R 9; 2 R 6). Así se actualiza para la vida común de los hermanos la imagen de la santa madre Iglesia, que Francisco lleva en su corazón, y nace en el seno de la Iglesia una forma de vida religiosa absolutamente nueva para aquellos tiempos. [Cf. el texto completo en http://www.franciscanos.org/iglesia/esserk1.html]

miércoles, 10 de mayo de 2017

Pentecostés 2017 - Oración al Espíritu Santo este vídeo cambiará tu vida



Dijo Jesús a sus discípulos: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros» (Jn 15,16-17).

martes, 2 de mayo de 2017

DÍA 3 DE MAYO. SANTOS FELIPE Y SANTIAGO

Apóstoles. Felipe, natural de Betsaida, en Galilea, fue primero discípulo de Juan Bautista, y siguió a Jesús cuando éste le dijo «Sígueme», después de lo cual fue a decirle entusiasmado a Natanael: «Hemos encontrado a aquel de quien hablaban Moisés y los profetas, Jesús de Nazaret». Los evangelios lo mencionan en algunos pasajes y la tradición lo recuerda como evangelizador en Asia Menor. Santiago, apellidado «el Menor», pariente de la Virgen María y del Señor, hijo de Alfeo, fue obispo de la primera comunidad judeo-cristiana de Jerusalén; escribió la carta canónica que lleva su nombre; es el apóstol con quien Pablo convertido toma contacto, y a quien el Concilio de Jerusalén concede un papel importante en momentos cruciales del desarrollo de la evangelización. Recibió la palma del martirio en Jerusalén el año 62.- Oración: Señor, Dios nuestro, que nos alegras todos los años con la fiesta de los santos apóstoles Felipe y Santiago, concédenos, por su intercesión, participar en la muerte y resurrección de tu Hijo, para que merezcamos llegar a contemplar en el cielo el esplendor de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.LOS APÓSTOLES FELIPE Y SANTIAGO EL MENOR De las catequesis de S. S. Benedicto XVI en las audiencias generales del 6-IX-2006 y del 28-VI-2006 [Felipe] El cuarto Evangelio cuenta que, después de haber sido llamado por Jesús, Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas: Jesús el hijo de José, de Nazaret» (Jn 1,45). Ante la respuesta más bien escéptica de Natanael -«¿De Nazaret puede salir algo bueno?»-, Felipe no se rinde y replica con decisión: «Ven y lo verás» (Jn 1,46). Con esta respuesta, escueta pero clara, Felipe muestra las características del auténtico testigo: no se contenta con presentar el anuncio como una teoría, sino que interpela directamente al interlocutor, sugiriéndole que él mismo haga una experiencia personal de lo anunciado. Jesús utiliza esos dos mismos verbos cuando dos discípulos de Juan Bautista se acercan a él para preguntarle dónde vive. Jesús respondió: «Venid y lo veréis» (cf. Jn 1,38-39). Podemos pensar que Felipe nos interpela también a nosotros con esos dos verbos, que suponen una implicación personal. También a nosotros nos dice lo que le dijo a Natanael: «Ven y lo verás». El Apóstol nos invita a conocer a Jesús de cerca. En efecto, la amistad, conocer de verdad al otro, requiere cercanía, más aún, en parte vive de ella. Con ocasión de la multiplicación de los panes, Jesús hizo a Felipe una pregunta precisa, algo sorprendente: dónde se podía comprar el pan necesario para dar de comer a toda la gente que lo seguía (cf. Jn 6,5). Felipe respondió con mucho realismo: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco» (Jn 6,7). Aquí se puede constatar el realismo y el sentido práctico del Apóstol, que sabe juzgar las implicaciones de una situación. Sabemos lo que sucedió después: Jesús tomó los panes, y, después de orar, los distribuyó. Así realizó la multiplicación de los panes. Pero es interesante constatar que Jesús se dirigió precisamente a Felipe para obtener una primera sugerencia sobre cómo resolver el problema: signo evidente de que formaba parte del grupo restringido que lo rodeaba. Hay otra ocasión muy particular en la que interviene Felipe. Durante la última Cena, después de afirmar Jesús que conocerlo a él significa también conocer al Padre (cf. Jn 14,7), Felipe, casi ingenuamente, le pide: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (Jn 14,8). Jesús le responde con un tono de benévolo reproche: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? (...) Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Jn 14,9-11). Son unas de las palabras más sublimes del evangelio según san Juan. Contienen una auténtica revelación. El evangelista no nos dice si Felipe comprendió plenamente la frase de Jesús. Lo cierto es que le entregó totalmente su vida. Según algunas narraciones posteriores (Hechos de Felipe y otras), habría evangelizado primero Grecia y después Frigia, donde habría afrontado la muerte, en Hierópolis, con un suplicio que según algunos fue crucifixión y según otros, lapidación. Queremos concluir nuestra reflexión recordando el objetivo hacia el que debe orientarse nuestra vida: encontrar a Jesús, como lo encontró Felipe, tratando de ver en él a Dios mismo, al Padre celestial. Si no actuamos así, nos encontraremos sólo a nosotros mismos, como en un espejo, y cada vez estaremos más solos. En cambio, Felipe nos enseña a dejarnos conquistar por Jesús, a estar con él y a invitar también a otros a compartir esta compañía indispensable; y, viendo, encontrando a Dios, a encontrar la verdadera vida. [Santiago el Menor] Era originario de Nazaret y probablemente pariente de Jesús, del cual, según el estilo semítico, es llamado «hermano». El libro de los Hechos subraya el papel destacado que desempeñaba en la Iglesia de Jerusalén. En el concilio apostólico celebrado en la ciudad santa después de la muerte de Santiago el Mayor, afirmó, juntamente con los demás, que los paganos podían ser aceptados en la Iglesia sin tener que someterse a la circuncisión (cf. Hch 15,13). San Pablo, que le atribuye una aparición específica del Resucitado (cf. 1 Cor 15,7), con ocasión de su viaje a Jerusalén lo nombra incluso antes que a Cefas-Pedro, definiéndolo «columna» de esa Iglesia al igual que él (cf. Gál 2,9). Seguidamente, los judeocristianos lo consideraron su principal punto de referencia. A él se le atribuye también la Carta que lleva el nombre de Santiago y que está incluida en el canon del Nuevo Testamento. El acto más notable que realizó fue la intervención en la cuestión de la difícil relación entre los cristianos de origen judío y los de origen pagano: contribuyó, juntamente con Pedro, a superar, o mejor, a integrar la dimensión judía originaria del cristianismo con la exigencia de no imponer a los paganos convertidos la obligación de someterse a todas las normas de la ley de Moisés. La más antigua información sobre la muerte de este Santiago nos la ofrece el historiador judío Flavio Josefo. En sus Antigüedades judías (20, 201 s), escritas en Roma a finales del siglo I, nos cuenta que la muerte de Santiago fue decidida, con iniciativa ilegítima, por el sumo sacerdote Anano, hijo del Anás que aparece en los Evangelios, el cual aprovechó el intervalo entre la destitución de un Procurador romano (Festo) y la llegada de su sucesor (Albino) para decretar su lapidación, en el año 62. Además del apócrifo Protoevangelio de Santiago, que exalta la santidad y la virginidad de María, la Madre de Jesús, está unida a este Santiago en especial la Carta que lleva su nombre. En el canon del Nuevo Testamento ocupa el primer lugar entre las así llamadas «Cartas católicas», es decir, no destinadas a una sola Iglesia particular -como Roma, Éfeso, etc.-, sino a muchas Iglesias. Se trata de un escrito muy importante, que insiste mucho en la necesidad de no reducir la propia fe a una pura declaración oral o abstracta, sino de manifestarla concretamente con obras de bien. Entre otras cosas, nos invita a la constancia en las pruebas aceptadas con alegría y a la oración confiada para obtener de Dios el don de la sabiduría, gracias a la cual logramos comprender que los auténticos valores de la vida no están en las riquezas transitorias, sino más bien en saber compartir nuestros bienes con los pobres y los necesitados (cf. Sant 1,27). Así, la carta de Santiago nos muestra un cristianismo muy concreto y práctico. La fe debe realizarse en la vida, sobre todo en el amor al prójimo y de modo especial en el compromiso en favor de los pobres. Sobre este telón de fondo se debe leer también la famosa frase: «Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta» (Sant 2, 26). Por último, la carta de Santiago nos exhorta a abandonarnos en las manos de Dios en todo lo que hagamos, pronunciando siempre las palabras: «Si el Señor quiere« (Sant 4,15). Así, nos enseña a no tener la presunción de planificar nuestra vida de modo autónomo e interesado, sino a dejar espacio a la inescrutable voluntad de Dios, que conoce cuál es nuestro verdadero bien. De este modo Santiago es un maestro de vida siempre actual para cada uno de nosotros.