martes, 20 de diciembre de 2016

DÍA 21 DE DICIEMBRE: FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO, SAN PEDRO CANISIO, etc.


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FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO. La piedad popular es sensible al tiempo de Adviento, sobre todo en cuanto memoria de la preparación a la venida del Mesías. No se le escapa, es más, subraya llena de estupor, el acontecimiento extraordinario por el que el Dios de la gloria se ha hecho niño en el seno de una mujer virgen, pobre y humilde. Los fieles son especialmente sensibles a las dificultades que la Virgen María tuvo que afrontar durante su embarazo y se conmueven al pensar que en la posada no hubo un lugar para José ni para María, que estaba a punto de dar a luz al Niño. Con referencia al Adviento han surgido diversas expresiones de piedad popular. Como es sabido, a partir del siglo XIII se difundió la costumbre de preparar pequeños nacimientos en las habitaciones de las casas, sin duda por influencia del «nacimiento» celebrado en Greccio por san Francisco de Asís, el año 1223. La preparación de los mismos, en la cual participan especialmente los niños, se convierte en una ocasión para que los miembros de la familia entren en contacto con el misterio de la Navidad, y para que se recojan en un momento de oración o de lectura de las páginas bíblicas referidas al episodio del nacimiento de Jesús (Directorio sobre la piedad popular, 97 y 104).- Oración: Escucha, Señor, la oración de tu pueblo, alegre por la venida de tu Hijo en carne mortal, y haz que cuando vuelva en su gloria, al final de los tiempos, podamos alegrarnos de escuchar de sus labios la invitación a poseer el reino eterno. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
SAN PEDRO CANISIO, doctor de la Iglesia. Nació el año 1521 en Nimega (Holanda). Estudió en Lovaina y Colonia. En esta ciudad frecuentaba el monasterio de los cartujos, pero la lectura de los Ejercicios de san Ignacio y el practicarlos con el beato Pedro Fabra lo decidieron a entrar en la Compañía de Jesús en 1543. Fue ordenado de sacerdote el año 1546. Publicó las obras de varios Santos Padres. Participó activamente en el Concilio de Trento como teólogo. San Ignacio lo llamó a Roma y luego lo envió a Mesina y a Bolonia. Destinado a Alemania, desarrolló durante treinta años una valiente labor de defensa de la fe católica con sus escritos y predicación, contra las entonces recientes doctrinas protestantes. Su intensa y fructífera labor le valió el título de apóstol de Alemania. Publicó numerosas obras, entre las cuales destaca su Catecismo. Fue provincial de Alemania, consejero de príncipes y papas, estuvo presente en los principales acontecimientos de la Iglesia de su tiempo. Murió en Friburgo de Suiza el 21 de diciembre de 1597.- Oración Señor, Dios nuestro, que fortaleciste a san Pedro Canisio con la virtud y la ciencia para salvaguardar la unidad de la fe, concede a la comunidad de creyentes perseverar en la confesión de tu nombre, y a todos los que buscan la verdad el gozo de encontrarte. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santos Andrés Dung Lac y Pedro Truong Van Thi[Estos dos mártires vietnamitas murieron el 21 de diciembre de 1839 y su memoria, junto a la de otros mártires, se celebra el 24 de noviembre].Andrés nació en Vietnam de padres tan pobres, que lo vendieron de pequeño a un catequista, quien lo entregó a la misión de Vinh-Tri. Allí se bautizó, se educó, se hizo catequista y, con la adecuada preparación, se ordenó de sacerdote en 1823. Regentó parroquias hasta que lo arrestaron. Los cristianos pagaron un rescate y quedó libre. Continuó su apostolado en la clandestinidad, hasta que lo detuvieron en casa san Pedro Truong. Pedro nació en el seno de una familia cristiana de condición humilde. Fue catequista y se ordenó de sacerdote en 1806 a la edad de 43 años. Se entregó por entero al apostolado en los poblados que le confiaron, hasta que lo apresaron. Junto con san Andrés lo enviaron a Hanoi. Se negaron ambos a apostatar pisoteando el crucifijo, y los decapitaron.
San Miqueas. Es uno de los profetas menores del Antiguo Testamento. Ejerció su ministerio profético en tiempos de Jotán, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá, antes y después de la toma de Samaría el año 721 antes de Cristo, y quizá hasta la invasión de Senaquerib el 701. Con su predicación defendió a los oprimidos, condenó la idolatría y las injusticias sociales, y anunció al pueblo elegido que el Mesías prometido desde antiguo nacería en Belén de Judá.
San Temístocles. Sufrió el martirio en Licia (Turquía) en una fecha desconocida del siglo III. Según la tradición, durante la persecución del emperador Decio, se ofreció espontáneamente en lugar de san Dióscoro, a quien buscaban los agentes de la autoridad romana para matarlo. Lo sometieron al potro, lo arrastraron por las calles y lo apalearon, y así consiguió la palma del martirio.
Beato Domingo Spadafora. Nació en Randazzo (Sicilia) hacia 1450 de familia noble. De joven ingresó en los dominicos y, hechos los estudios correspondientes, se ordenó de sacerdote, tras de lo cual se dedicó al ministerio de la predicación hasta que el Maestro General lo llamó como colaborador suyo. Cuando su Orden fundó el convento de Monte Cerignone (Las Marcas, Italia), lo nombraron prior del mismo y del santuario de la Virgen de las Gracias. Allí permaneció el resto de su vida para provecho de los fieles, gobernando su comunidad y extendiendo su apostolado a toda la región. Murió en 1521.
Beato Pedro Friedhofen. Nació en Weitersburg (Alemania) el año 1819. Quedó huérfano de padre cuando tenía un año, y de madre, a los nueve, quedando su familia en la miseria. Aprendió de su hermano el oficio de deshollinador, y lo ejercía a la vez que se dedicaba al apostolado entre la juventud. Entró en el noviciado de los redentoristas, pero tuvo que dejarlo para atender a su cuñada que había quedado viuda y con once hijos. Promovió obras para la atención de pobres y enfermos, y para su cuidado fundó la Congregación de los Hermanos de la Misericordia de María Auxiliadora. Murió en Coblenza (Alemania) el año 1860.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Dice san Juan: -Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de vida (pues la Vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba con el Padre y se nos ha manifestado (1 Jn 1,1-2).
Pensamiento franciscano:
-Tres años antes de su muerte, Francisco se dispuso a celebrar en el castro de Greccio la memoria del nacimiento del niño Jesús, a fin de excitar la devoción de los fieles... El varón de Dios estaba lleno de piedad ante el pesebre, con los ojos arrasados en lágrimas y el corazón inundado de gozo. Se celebra sobre el mismo pesebre la misa solemne, en la que Francisco, levita de Cristo, canta el santo evangelio. Predica después al pueblo allí presente sobre el nacimiento del Rey pobre, y cuando quiere nombrarlo -transido de ternura y amor-, lo llama «Niño de Bethlehem» (LM 10,7).
Orar con la Iglesia:
Elevemos nuestras súplicas al Padre por mediación de Jesucristo, el Señor, que viene a visitarnos:
-Para que la esperanza de la venida del Señor mantenga a la Iglesia siempre en camino hacia su encuentro.
-Para que la fraternidad de los cristianos reavive la esperanza de los pobres, los marginados y todos los que sufren.
-Para que el Señor conceda luz y fuerza a los gobernantes en la búsqueda de soluciones de paz y justicia para los problemas que agobian a la humanidad.
-Para que en nuestra vida diaria nos encontremos con el Señor y nos convirtamos luego en testigos suyos.
Oración: Dios, Padre de misericordia, escucha las oraciones de tus hijos y concédenos prepararnos con la Virgen María para recibir a tu Hijo que viene. Él que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
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LA ANUNCIACIÓN Y LA NAVIDAD
Benedicto XVI, Ángelus del 21 de diciembre de 2008
Queridos hermanos y hermanas:
El evangelio del cuarto domingo de Adviento nos vuelve a proponer el relato de la Anunciación (Lc 1,26-38), el misterio al que volvemos cada día al rezar el Ángelus. Esta oración nos hace revivir el momento decisivo en el que Dios llamó al corazón de María y, al recibir su "sí", comenzó a tomar carne en ella y de ella. La oración "Colecta" de la misa de hoy es la misma que se reza al final del Ángelus: «Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que por el anuncio del ángel hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección».
A pocos días ya de la fiesta de Navidad, se nos invita a dirigir la mirada al misterio inefable que María llevó durante nueve meses en su seno virginal: el misterio de Dios que se hace hombre. Este es el primer eje de la redención. El segundo es la muerte y resurrección de Jesús, y estos dos ejes inseparables manifiestan un único plan divino: salvar a la humanidad y su historia asumiéndolas hasta el fondo al hacerse plenamente cargo de todo el mal que las oprime.
Este misterio de salvación, además de su dimensión histórica, tiene también una dimensión cósmica: Cristo es el sol de gracia que, con su luz, «transfigura y enciende el universo en espera» (Liturgia). La misma colocación de la fiesta de Navidad está vinculada al solsticio de invierno, cuando las jornadas, en el hemisferio boreal, comienzan a alargarse. A este respecto, tal vez no todos saben que la plaza de San Pedro es también una meridiana; en efecto, el gran obelisco arroja su sombra a lo largo de una línea que recorre el empedrado hacia la fuente que está bajo esta ventana, y en estos días la sombra es la más larga del año. Esto nos recuerda la función de la astronomía para marcar los tiempos de la oración. El Ángelus, por ejemplo, se recita por la mañana, a mediodía y por la tarde, y con la meridiana, que en otros tiempos servía precisamente para conocer el «mediodía verdadero», se regulaban los relojes.
El hecho de que precisamente hoy, 21 de diciembre, a esta misma hora, caiga el solsticio de invierno me brinda la oportunidad de saludar a todos aquellos que van a participar de varias maneras en las iniciativas del año mundial de la astronomía, el 2009, convocado en el cuarto centenario de las primeras observaciones de Galileo Galilei con el telescopio. Entre mis predecesores de venerada memoria ha habido cultivadores de esta ciencia, como Silvestre II, que la enseñó, Gregorio XIII, a quien debemos nuestro calendario, y san Pío X, que sabía construir relojes de sol. Si los cielos, según las bellas palabras del salmista, «narran la gloria de Dios» (Sal 19,2), también las leyes de la naturaleza, que en el transcurso de los siglos tantos hombres y mujeres de ciencia nos han ayudado a entender cada vez mejor, son un gran estímulo para contemplar con gratitud las obras del Señor.
Volvamos ahora nuestra mirada a María y José, que esperan el nacimiento de Jesús, y aprendamos de ellos el secreto del recogimiento para gustar la alegría de la Navidad. Preparémonos para acoger con fe al Redentor que viene a estar con nosotros, Palabra de amor de Dios para la humanidad de todos los tiempos.
[Después del Ángelus] Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. El evangelio que se ha proclamado en este cuarto domingo de Adviento nos presenta la escena de la Anunciación del arcángel Gabriel, en la que, mediante el fiat ("hágase") de María, el Verbo eterno se hizo carne en su seno virginal. Pongamos a la santísima Virgen como intercesora en estos últimos días de preparación para la Navidad. Que ella nos alcance la gracia de estar bien dispuestos para recibir al Niño-Dios en nuestras vidas.
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TODO EL MUNDO ESPERA LA RESPUESTA DE MARÍA
San Bernardo de Claraval, Homilía 4, 8-9,
sobre las excelencias de la Virgen Madre
Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia.
Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida.
Esto te suplica, oh piadosa Virgen, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Esto Abrahán, esto David, con todos los santos antecesores tuyos, que están detenidos en la región de la sombra de la muerte; esto mismo te pide el mundo todo, postrado a tus pies.
Y no sin motivo aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje.
Da pronto tu respuesta. Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna.
¿Por qué tardas? ¿Qué recelas? Cree, di que sí y recibe. Que tu humildad se revista de audacia, y tu modestia de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En este asunto no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es buena la modestia en el silencio, más necesaria es ahora la piedad en las palabras.
Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Creador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.
Aquí está -dice la Virgen- la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
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LA KÉNOSIS DE LA ENCARNACIÓN
COMO AMOR REVELADO Y CONDESCENDIENTE

por A. Gerken, OFM
Relata Celano en su descripción de la celebración de la Navidad en Greccio: «Llegó, en fin, el santo de Dios, y, viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno. Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén. La noche resplandece como el día... El santo de Dios viste los ornamentos de diácono... Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel» (1 Cel 85-86).
¿Qué es lo que se destaca en esta descripción? Cuando Francisco habla del envío de la Palabra eterna al seno de la Virgen María, para él no se trata de ninguna teoría abstracta, sino de la verdadera encarnación de la Palabra. Ve el pesebre de Belén como si estuviera ante sus propios ojos. El establo de Belén está también en Greccio. El Hijo del Padre ha venido de veras al mundo y al hombre en su situación real y concreta de cada día.
Eso implica una incomprensible condescendencia por parte de Dios, posible sólo gracias a su amor. Por eso Francisco está convencido de que la humildad del Hijo de Dios hecho hombre, la humildad del hombre Jesús de Nazaret, «manso y humilde de corazón» (cf. Mt 11,29), es la revelación de una humildad previamente existente en el corazón del Dios eterno. La humildad, en efecto, no es otra cosa que el amor que se abaja y se une al pobre, identificándose con él y asumiendo su destino.
De ahí que en sus Alabanzas del Dios altísimo Francisco se dirija a Dios eterno, que es «el bien, todo bien, el sumo bien», diciéndole: «Tú eres amor, caridad... tú eres humildad, tú eres paciencia» (AlD 4). Es una expresión teológicamente fascinante, y muy consecuente si se piensa seriamente que, por amor, la Palabra eterna del Padre se hizo «carne», «recibió» en el seno de María «la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad» (2CtaF 4). Pues esta encarnación de la Palabra eterna contiene como revelación algo que ya existía en Dios antes de la encarnación y que proclama a los hombres precisamente en la encarnación. En la vida de Jesús, que empieza con su nacimiento en el portal de Belén, se manifiesta de verdad el ser más íntimo de Dios, exteriorizado, revelado, hecho visible para los hombres en espera de su respuesta de amor.
¿Y qué es en concreto este amor humilde que se desprende de su eternidad y santidad y se pone a caminar al lado del hombre pecador, atormentado y débil? Francisco no trató de expresar con mayor amplitud todo esto; para él el contenido de esta revelación de Dios era muy práctico, estaba cargado de su propia experiencia personal y muy cercano a su realidad concreta. Con todo, sobre la base del relato de la Navidad de Greccio escrito por Celano y de otros muchos datos que conocemos sobre Francisco, una cosa aparece clara: Dios ha venido hasta nosotros en su Hijo inerme, pobre, pequeño, no desde la altura, sino desde la pequeñez. El resplendor de su divinidad no brilla sólo sobre el portal de Belén, sino sobre todo lo pobre, humilde y pequeño de este mundo. También esto es muy consecuente. Cuando Dios se revela, su acción es paradigmática y universal, de lo contrario no sería acción de Dios. Por eso, cuanto acontece en la encarnación del Hijo de Dios tiene una expresión y alcance universal y vinculante. Cuando la luz que Dios nos ha traído con su venida se proyecta sobre el mundo y sobre los hombres, no sólo nos revela quién es Dios, sino también quién es el hombre. Con la venida de la Palabra de Dios a la oscuridad de nuestro mundo y con el nacimiento de Jesús en la noche, se ilumina la oscuridad, se ilumina el mundo, resplandece la noche, no con su propia luz, sino con la luz de Aquel que ha elegido el mundo y la noche como lugar de su revelación.
En esta perspectiva, la elección de las palabras empleadas por Celano en su relato antes citado adquiere especial significado. «Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad». No se trata de una alabanza a la simplicidad, la pobreza y la humildad en sí mismas. Más bien se considera a Greccio como sacramento de Belén: Belén brilla a través de los tiempos y se manifiesta en Greccio o, como dice Celano, «Greccio se convierte en una nueva Belén». Como Belén se convirtió, con el nacimiento del Hijo, en el sacramento originario de Dios, así también Greccio se convierte en sacramento de Belén.
Francisco y los hombres que están a su alrededor se sienten concernidos por la gloria que Dios reservó a la pobreza en el nacimiento de su Hijo. La gloria que aquí aparece no es la de una palabra humana, sino la de la Palabra divina. La oscuridad y la pobreza del mundo se convierten, en virtud del amor de Dios, en el lugar de la revelación de su gloria.
Sólo así podemos comprender la interrelación de las dos series de expresiones contenidas en el texto de Celano. Por una parte, la serie «pesebre, buey, asno, simplicidad, pobreza, humildad, Reypobre, la pequeña ciudad de Belén», y, por otra, las expresiones «se alegró», «recibe honor», «es ensalzada», «la noche resplandece como el día», el Rey pobre es el Rey eterno, alaba la pequeña ciudad de Belén con «tierna afección». Con mucha frecuencia se pretende en nuestros días rescatar a Francisco de ese nimbo donde se le habría colocado en tiempos posteriores, y contemplarlo como guía genial del pueblo, preocupado por los movimientos sociales de su época. Esto, y sólo esto, sería «histórico», se dice.
¡Cuán alejada se halla semejante visión del Francisco genuino e histórico, según puede reconocerse a cada paso mirando los Escritos auténticos y las acciones del Santo! La figura interior, espiritual de san Francisco está a millas de distancia de todos esos intentos que suponen una escisión de su carisma. En modo alguno se necesita o es lícito dejar de prestar atención al ambiente humano concreto, sobrio y frágil, en el que Francisco vivió. Él es entera y plenamente un hombre de su época, de la Asís de su tiempo, de las tensiones sociales de aquel entonces. Pero su carisma consistió precisamente en descubrir en aquel mundo humano concreto, en su oscuridad y sus discordias, la revelación del esplendor divino, porque la había descubierto antes en el rostro del niño de Belén, en el rostro de Jesús. La realidad terrena, desnuda, «histórica» y la revelación de ese trasfondo nimbado de cielo -que también es una realidad- están fusionadas en Francisco, no se pueden separar ya, pues él las ha entendido de manera vital: en la encarnación, la gloria de Dios eterno ha escogido nuestra oscuridad y nuestra fragilidad, nuestra realidad terrena como el lugar de su destello.
[En Selecciones de Franciscanismo, n. 68 (1994) 170-172].
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lunes, 19 de diciembre de 2016

DÍA 20 DE DICIEMBRE: FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO, SANTO DOMINGO DE SILOS, etc


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FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO. Durante el tiempo de Adviento, la Liturgia celebra con frecuencia y de modo ejemplar a la Virgen María: recuerda algunas mujeres de la Antigua Alianza, que eran figura y profecía de su misión; exalta la actitud de fe y de humildad con que María de Nazaret se adhirió, total e inmediatamente, al proyecto salvífico de Dios; subraya su presencia en los acontecimientos de gracia que precedieron al nacimiento del Salvador. También la piedad popular dedica, en el tiempo de Adviento, una atención particular a Santa María; lo atestiguan de manera inequívoca diversos ejercicios de piedad, y sobre todo las novenas de la Inmaculada y de la Navidad. Sin embargo, la valoración del Adviento «como tiempo particularmente apto para el culto de la Madre del Señor» no quiere decir que este tiempo se deba presentar como un «mes de María». La Iglesia contempla todos los misterios marianos como referidos al misterio de nuestra salvación en Cristo (cf. Directorio sobre la piedad popular, 101).- Oración: Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen Inmaculada aceptando, al anunciárselo el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo: tú que la has transformado, por obra del Espíritu Santo, en templo de tu divinidad, concédenos, siguiendo su ejemplo, la gracia de aceptar tus designios con humildad de corazón. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
SANTO DOMINGO DE SILOS. Nació en el pueblo de Cañas (La Rioja, España) hacia el año 1000. En su juventud fue pastor y empezó a sentir gusto por la soledad y el silencio, llevando vida de ermitaño. Decidió abrazar la vida religiosa e ingresó en el monasterio de San Millán de la Cogolla. Sus cualidades y su observancia de la Regla hicieron que pronto lo nombraran prior del monasterio. Como tal tuvo un conflicto con el rey García III de Navarra a causa de las posesiones del monasterio y del pago de tributos. El rey lo desterró, y lo acogió en seguida Fernando I, rey de Castilla, quien le ofreció el monasterio de Silos (Burgos), entonces en decadencia material y espiritual. Elegido abad del mismo, restauró el edificio, restableció la disciplina monástica y la práctica de la alabanza continua a Dios. El monasterio se convirtió en uno de los más prósperos de España. También se ocupó en rescatar a cristianos cautivos de los musulmanes. Murió el 20 de diciembre de 1073.- Oración Oh Dios, que adornaste a tu Iglesia con los méritos de la preclara vida de santo Domingo de Silos, tu confesor, y la alegraste con los gloriosos milagros en la liberación de los cautivos; concede a tus siervos ser instruidos con sus ejemplos y, por su patrocinio, ser liberados de toda esclavitud de los vicios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Ceferino, papa del año 199 al año 217. Era romano, sucedió en la cátedra de San Pedro a Víctor I, y le sucedió Calixto I. Durante su pontificado hubo en Roma fuertes controversias acerca de la doctrina trinitaria. Así, tuvo que afrontar la herejía de los Modalistas, cuyo máximo representante, Sabelio, defendió la opinión de que el Hijo y el Espíritu Santo no eran sino modosde manifestarse del único Dios. Tuvo como colaborador suyo a san Calixto, que sería su sucesor, a quien encomendó la construcción del cementerio de la Vía Apia que lleva su nombre.
San Filogonio de Antioquía. Era un seglar de Antioquía de Siria, abogado, casado y con familia, buen cristiano, piadoso y ejemplar. El año 319 fue elegido obispo de la ciudad. Él y el obispo san Alejandro fueron los primeros en luchar contra Arrio y defender la fe católica en la divinidad de Jesucristo. El mismo Arrio decía que en Oriente se le oponían tres obispos, uno de ellos Filogonio. Murió el año 324. San Juan Crisóstomo lo elogia en uno de sus sermones.
San Liberal (o Liberato). Fue martirizado en Roma, en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana, y sepultado en el cementerio «ad Septem Palumbas», en la Vía Salaria Antigua. Se dice que ejerció el cargo de cónsul.
San Ursicino del Jura. Era un monje irlandés, compañero de san Columbano, que pasó al Continente para trabajar en su evangelización. Cuando el año 610 fueron expulsados de la Galia, él se dirigió a los montes del Jura y se estableció en territorio de la actual Suiza. Allí vivió como ermitaño en la soledad. Atraídos por su fama, se le fueron uniendo compañeros. A orillas del río Doubs construyó una capilla dedicada a San Pedro y un monasterio al que dio la Regla de San Columbano. Murió hacia el año 620. En torno al monasterio surgió el pueblo de Saint-Ursanne, que jugó un papel importante en la historia de la diócesis de Basilea.
Beato Miguel Piaszczynski. Nació en Lomza (Polonia) el año 1885. Cursó la carrera eclesiástica y se ordenó de sacerdote en 1911. Estudió filosofía en Friburgo de Suiza y fue capellán de los mineros polacos en Francia. Vuelto a su patria, ejerció cargos diocesanos. Era un hombre inteligente y culto, de profunda vida interior, entregado en alma y cuerpo a su ministerio de educador, y amigo de los judíos a los que llamaba «nuestros hermanos mayores». Lo detuvieron los nazis en la ciudad de Sejny y fue a parar al campo de concentración de Sachsenhausen en Alemania, donde murió de hambre y de miseria el 20 de diciembre de 1940.
Beato Vicente Romano. Nació en Torre del Greco, cerca de Nápoles (Italia), el año 1751. Estudió en el seminario de Nápoles, donde tuvo de profesor a san Alfonso M. de Ligorio, y se ordenó de sacerdote en 1775. Desarrolló todo su apostolado como párroco en su ciudad natal. Se dedicó a la educación de los niños, a la predicación y a la catequesis. Atendió a los pescadores que trabajaban en la recogida de coral y medió entre ellos y sus patronos. En 1794 tuvo lugar la erupción del Vesubio que destruyó casi del todo la ciudad, incluida la iglesia, y él se consagró luego a su reconstrucción y a la ayuda material y moral a las personas. Murió en 1831.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Mientras Jesús hablaba a las turbas, una mujer de entre el gentío levantó la voz diciendo: «¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!». Pero él repuso: «Mejor: ¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!» (Lc 11,27-28).
Pensamiento franciscano:
Celano dice de san Francisco: -En toda predicación que hacía, antes de proponer la palabra de Dios a los presentes, les deseaba la paz, diciéndoles: «El Señor os dé la paz». Anunciaba devotísimamente y siempre esta paz a hombres y mujeres, a los que encontraba y a quienes le buscaban. Debido a ello, muchos que rechazaban la paz y la salvación, con la ayuda de Dios abrazaron la paz de todo corazón y se convirtieron en hijos de la paz y en émulos de la salvación eterna (1 Cel 23).
Orar con la Iglesia:
Oremos a Cristo, el Señor, que alumbra a todo hombre, y digámosle con gozo: Ven, Señor Jesús.
-Que la luz de tu presencia disipe nuestras tinieblas, y nos prepare para recibir tus dones.
-Sálvanos, Señor, Dios nuestro, y siempre daremos gracias a tu santo nombre.
-Enciende nuestros corazones en tu amor, para que deseemos ardientemente tu venida y anhelemos vivir íntimamente unidos a ti.
-Tú que quisiste experimentar nuestras dolencias, socorre a los enfermos y a todos los que sufren en el cuerpo o en el espíritu.
Oración: Señor Jesús, te pedimos que no nos abandones en nuestra debilidad, y que manifiestes, en nuestra pobreza, la fuerza de tu poder. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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JESÚS SERÁ NUESTRA PAZ
Benedicto XVI, Ángelus del 20 de diciembre de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
Con el IV domingo de Adviento, la Navidad del Señor está ya ante nosotros. La liturgia, con las palabras del profeta Miqueas, invita a mirar a Belén, la pequeña ciudad de Judea testigo del gran acontecimiento: «Pero tú, Belén de Efratá, la más pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial» (Mi 5,1). Mil años antes de Cristo, en Belén había nacido el gran rey David, al que las Escrituras concuerdan en presentar como antepasado del Mesías. El Evangelio de san Lucas narra que Jesús nació en Belén porque José, el esposo de María, siendo de la "casa de David", tuvo que dirigirse a esa aldea para el censo, y precisamente en esos días María dio a luz a Jesús (cf. Lc 2,1-7). En efecto, la misma profecía de Miqueas prosigue aludiendo precisamente a un nacimiento misterioso: «Dios los abandonará -dice- hasta el tiempo en que la madre dé a luz. Entonces el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel» (Mi 5,2).
Así pues, hay un designio divino que comprende y explica los tiempos y los lugares de la venida del Hijo de Dios al mundo. Es un designio de paz, como anuncia también el profeta hablando del Mesías: «En pie pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor su Dios. Habitarán tranquilos porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra. Él mismo será nuestra paz» (Mi 5,3-4).
Precisamente este último aspecto de la profecía, el de la paz mesiánica, nos lleva naturalmente a subrayar que Belén es también una ciudad-símbolo de la paz, en Tierra Santa y en el mundo entero. Por desgracia, en nuestros días, no se trata de una paz lograda y estable, sino una paz fatigosamente buscada y esperada. Dios, sin embargo, no se resigna nunca a este estado de cosas; por ello, también este año, en Belén y en todo el mundo, se renovará en la Iglesia el misterio de la Navidad, profecía de paz para cada hombre, que compromete a los cristianos a implicarse en las cerrazones, en los dramas, a menudo desconocidos y ocultos, y en los conflictos del contexto en el que viven, con los sentimientos de Jesús, para ser en todas partes instrumentos y mensajeros de paz, para llevar amor donde hay odio, perdón donde hay ofensa, alegría donde hay tristeza y verdad donde hay error, según las bellas expresiones de una conocida oración franciscana.
Hoy, como en tiempos de Jesús, la Navidad no es un cuento para niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad que busca la paz verdadera. «Él mismo será nuestra paz», dice el profeta refiriéndose al Mesías. A nosotros nos toca abrir de par en par las puertas para acogerlo. Aprendamos de María y José: pongámonos con fe al servicio del designio de Dios. Aunque no lo comprendamos plenamente, confiemos en su sabiduría y bondad. Busquemos ante todo el reino de Dios, y la Providencia nos ayudará.
[Después del Ángelus] La Virgen santísima, llevando en su seno y en su corazón al Hijo de Dios, fue causa de alegría para su pariente Isabel. Os invito a que, acogiendo en vuestro interior la divina Palabra, dando un testimonio fiel y convencido de la fe y prodigándoos en obras de caridad, seáis también para los demás testigos y mensajeros de Cristo Jesús, fuente de gozo y esperanza para el mundo. Os animo igualmente, estando ya próximas las fiestas de la Navidad, a prepararos con fervor a la celebración del nacimiento del Verbo, hecho carne en las purísimas entrañas de María.
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EL PROFETA INSPIRADO
VATICINÓ AL DIOS-CON-NOSOTROS

San Cirilo de Alejandría,
Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib. 4,4)
Está escrito: Mirad: la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. El ángel Gabriel, al revelar a la santa Virgen Madre de Dios el misterio, le dice: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él salvará a su pueblo de los pecados. ¿Se contradijeron aquí, acaso, el santo ángel y el profeta? En absoluto. Pues el profeta de Dios, hablando en espíritu del misterio, vaticinó al Dios-con-nosotros, dándole un nombre en sintonía con la naturaleza y la economía de la encarnación, mientras que el santo ángel le impuso un nombre de acuerdo con la misión y su eficacia propia: salvará a su pueblo. Por eso le llamó salvador.
Efectivamente: cuando por nosotros se sometió a esta generación según la carne, una multitud de ángeles anunció este fausto y feliz parto a los pastores, diciendo: No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor. Es llamado Emmanuel porque se hizo por naturaleza Dios-con-nosotros, es decir, hombre; y Jesús, porque debía salvar al mundo, él, Dios mismo hecho hombre. Así que cuando salió del vientre de su madre -pues de ella nació según la carne-, entonces se pronunció su nombre. Sería inexacto llamar a Cristo el Dios Verbo antes de su nacimiento que tuvo lugar -repito- según la carne. ¿Cómo llamarle Cristo si todavía no había sido ungido?
Cuando nació hombre del vientre de su madre, entonces recibió una denominación adecuada a su nacimiento en la carne. Dice que Dios hizo de su boca una espada afilada. También esto es verdad. Pues de él está escrito, o mejor, dice el mismo profeta Isaías: La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas. Herirá al violento con la vara de su boca. La predicación divina y celestial, es decir, evangélica, anunciada por Cristo, era una espada aguda y sobremanera penetrante, blandida contra la tiranía del diablo, que eliminaba a los poderes que dominan este mundo de tinieblas y a las fuerzas del mal. De hecho, disipó las tinieblas del error, irradió sobre los corazones de todos el verdadero conocimiento de Dios, indujo al orbe entero a una santa transformación de vida, convirtió a todos los hombres en entusiastas de las instituciones santas, destruyó y erradicó del mundo el pecado: justificando al impío por la fe, colmando del Espíritu Santo a quienes se acercan a él y haciéndoles hijos de Dios, comunicándoles un ánimo esforzado y valiente para la lucha, poniendo en sus manos la espada del espíritu, es decir, la palabra de Dios, para que, resistiendo a los que antes eran superiores a ellos, corran sin tropiezo a la consecución del premio al que Dios llama desde arriba.
Que esta disciplina e iniciación a los divinos misterios aportada por Cristo haya derrocado en los habitantes de la tierra el poder tiránico del demonio, lo afirma claramente el profeta Isaías cuando dice: Aquel día, castigará el Señor con su espada, grande, templada, robusta, al Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al Dragón.
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SER "MADRES" DE JESUCRISTO (V)
por Gérard Guitton, OFM
Hasta ver a Cristo formado en nosotros
Toda vida cristiana debe ser fecunda: fecundidad física de los esposos cristianos, fecundidad espiritual de quienes habilitan a nuevos discípulos para nacer a la vida de la fe. San Francisco gustaba recordar los pasajes del Antiguo Testamento que hablan de la fecundidad de la mujer estéril (1 Sam 2,5; Is 54,1; Sal 112,9), y, según él, el hermano que oraba y que no salía nunca a predicar era tan útil y «fecundo» como el predicador famoso (cf. 2 Cel 164).
San Pablo se dirige así mismo a sus interlocutores como a sus propios hijos: «No os escribo estas cosas para avergonzares, sino más bien para amonestares como a hijos míos queridos. Pues aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús» (1 Cor 4,14-15). San Pablo entendió muy bien que no existe separación entre dar a luz nuevos cristianos y dar a luz al mismo Cristo: «¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros» (Gál 4,19).
La constitución Lumen Gentium insiste también en María como modelo de la Iglesia en su tarea de engendrar nuevos hijos concebidos por el Espíritu Santo, y de hacerles crecer en Cristo: «La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres» (LG 65).
Por último, cada discípulo del Evangelio actúa a imagen de toda la Iglesia, viviendo el retorno de Cristo en la esperanza de un nuevo alumbramiento: «La mujer, cuando da a luz, está triste, porque le ha llegado la hora; pero cuando el niño le ha nacido, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo» (Jn 16, 21).
En la Iglesia, todo fiel se convierte en madre
Si Francisco era consciente de que tenía que alumbrar a sus hermanos a la nueva vida, María es la primera que «alumbra» a toda la Orden de los Hermanos Menores, puesto que ella los cobija bajo sus alas, para nutrirlos y protegerlos hasta el fin (2 Cel 198). A Francisco debía gustarle esta imagen de la gallina, pues ya al principio de la vida de la fraternidad vio en una visión a una gallina negra que no alcanzaba a cobijar a todos sus polluelos bajo sus alas: la gallina era él, y «Los polluelos son los hermanos, muchos ya en número y en gracia, a los que la sola fuerza de Francisco no puede defender de la turbación provocada por los hombres, ni poner a cubierto de las acusaciones enemigas. Iré, pues, y los encomendaré a la santa Iglesia romana» (2 Cel 24). Si Francisco es una madre para sus hermanos, lo es después de haber descubierto en María y en la santa Iglesia a una madre cariñosa, fecunda y misericordiosa.
Francisco sabía que «la Iglesia se hace también madre» (LG 64) y conocía tal vez este texto de Isaac de Estella, cisterciense del siglo XII, citado por el último Concilio: «A justo título, lo que en las Escrituras divinamente inspiradas se dice de la Virgen-Madre, que es la Iglesia en general, se aplica en particular a la Virgen María, y, lo que se dice de la Virgen María en particular, se entiende en general de la Iglesia, Virgen-Madre. Y cuando un texto habla de una o de otra, puede aplicarse a una y a otra sin distinción ni diferencia... Cristo permaneció nueve meses en la morada del seno de María, y permanecerá hasta el fin del mundo en la morada de la fe de la Iglesia, y, por los siglos de los siglos, en el conocimiento y en el amor del alma del creyente».
Volvamos a nuestro texto de partida. Ahora nos extraña menos. Realmente podemos llegar a ser «madres» de Jesús. Lo afirmó Él mismo en el Evangelio. Y Francisco comprendió y difundió la transcendencia de este mensaje: recibir el Espíritu y la Palabra divina en nuestro corazón, hacerla crecer en nosotros por la oración y el amor, dar a luz a Cristo en el mundo mediante nuestras buenas obras y la atención maternal a nuestros hermanos.
Al celebrar la fiesta de Navidad, vamos a acercarnos al pesebre con la misma fe y la misma simplicidad de niño que Francisco en Greccio. Él llevaba desnudo en su corazón a Aquel que nuestra Señora había llevado desnudo en sus brazos (2 Cel 83). Pero aquella noche llegó incluso a llevarlo también en sus brazos, como su propia Madre. Cada uno de nosotros lleva a ese Niño divino en su corazón; como los de Greccio, lo hemos dormido (cf. 1 Cel 86). No pide ahora sino que se le despierte.
Al igual que María y que Francisco, dejemos al Espíritu del Señor posarse sobre nosotros y que haga crecer su fruto en nosotros. Entonces podrá Cristo hacer en nosotros su morada y llegaremos a ser verdaderamente «su madre».
[En Selecciones de Franciscanismo, n. 39 (1984) 499-501].
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sábado, 17 de diciembre de 2016

DÍA 18 DE DICIEMBRE: Nuestra Señora de la Esperanza, La Expectación del Parto de la Virgen, Santa María de la «O»,etc.


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Nuestra Señora de la Esperanza, La Expectación del Parto de la Virgen, Santa María de la «O», son títulos de una fiesta de la Virgen María que no figura en el calendario litúrgico de la Iglesia, pero que tiene larga tradición en España, pues viene del Concilio X de Toledo, celebrado el año 656, que quiso dar mayor relieve a la fiesta de la Anunciación y Encarnación, sacándola del tiempo cuaresmal o pascual, y acercándola, en plena celebración del Adviento, al momento decisivo del parto de la Virgen Madre, acontecimiento esperado por la humanidad y muy especialmente por María. Esperanza, pues presenta a María en estado avanzado del embarazo obrado por el Espíritu Santo. Expectación, por el ansia e intensidad con que ella esperaba tener pronto en sus brazos al que llevaba en su seno. El título de María de la «O» hace referencia a las solemnes antífonas del Cántico de la Virgen, elMagníficat, que en las Vísperas de los siete días anteriores a Navidad empiezan por esa letra. En relación con estas advocaciones de la Virgen, el arte suele representar a María en avanzado estado de gestación, con su vientre abultado y la mano sobre el mismo, apuntando que allí está el Hijo de Dios, que pronto nacerá.- Oración: Dios y Señor nuestro, que en el parto de la Virgen María has querido revelar al mundo entero el esplendor de tu gloria, asístenos con tu gracia, para que proclamemos con fe íntegra y celebremos con piedad sincera el misterio admirable de la encarnación de tu Hijo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
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San Flannano. Nació en Munster de Irlanda, hijo del rey Toirdelbaig. Se educó en un monasterio y abrazó la vida monástica. En una peregrinación a Roma, el papa Juan IV lo consagró obispo. Vuelto a Irlanda puso su sede en Killaloe. Desarrolló una gran actividad evangelizadora en las islas Hébridas y en otras regiones. Su vida se sitúa en el siglo VII.
San Gaciano. Primer obispo de Tours (Francia). Según san Gregorio de Tours fue uno de los siete misioneros enviados por el Papa el año 250 a evangelizar las Galias.
San Malaquías. Es uno de los profetas menores del Antiguo Testamento. Su ministerio profético se desarrolló en Jerusalén en la primera mitad del siglo V antes de Cristo. Después que el pueblo de Israel retornó del destierro de Babilonia a su tierra, anunció el gran día del Señor y su venida al templo, y que siempre y en todas partes se debe ofrecer al nombre del Señor una oblación pura. La Iglesia ha visto cumplidas en el Nuevo Testamento algunas de sus profecías.
Santos Namfamón, Migín, Sanamis y Lucita. Sufrieron el martirio en África septentrional en la antigüedad cristiana. Según el testimonio del pagano Máximo de Madaura en una carta dirigida a san Agustín, eran muy venerados por el pueblo cristiano.
Santos Pablo Nguyen Van My, Pedro Truong Van Duong y Pedro Vu Van Truat. Son tres seglares vietnamitas, católicos fervientes y catequistas de la comunidad de Bau-No, que, durante la persecución del emperador Minh Mang, fueron delatados por una mujer que esperaba sacar provecho de su denuncia. Arrestados y conducidos ante el mandarín, se negaron a decir dónde estaba el misionero; también se les exigió que pisotearan la cruz en señal de apostasía. Se negaron a todo ello y se mantuvieron firmes en la fe, a pesar de los bárbaros tormentos e interrogatorio a que los sometieron. Los condenaron a muerte, pasaron un año en una terrible cárcel y fueron degollados en la colina Go-Voi (Vietnam) el 18 de diciembre de 1838.
San Winebaldo. Nació el año 701 en Wessex (Inglaterra), en el seno de una familia llena de santos: era hijo de san Ricardo, hermano de san Wilibaldo y santa Walburga, primo de san Bonifacio. Con motivo de una peregrinación a Tierra Santa con familiares suyos, se quedó siete años en Roma en un monasterio. Vuelto a su patria, marchó en seguida a trabajar junto a san Bonifacio en la tarea evangelizadora de Alemania. Su hermano, obispo de Eichstatt, fundó dos monasterios, uno para hombres y otro para mujeres, en Heidenheim (Baviera, Alemania), y al frente de los mimos puso a sus hermanos Winebaldo y Walburga respectivamente. Winebaldo murió el año 761.
Beatos Miguel Sanromán Fernández y Eugenio Cernuda Febrero. Son dos Agustinos, miembros de la Residencia de Santander, que se dedicaban a la enseñanza en las escuelas gratuitas para niños pobres, hijos de pescadores. Al comenzar la persecución religiosa en España, dejaron el convento y se refugiaron en pensiones. El 18-XII-1936 fueron detenidos, llevados a la checa de Neila, en Santander, y martirizados horas después en el cementerio municipal de Ciriego, de la misma ciudad, mientras gritaban: ¡Viva Cristo Rey! Miguel Sanromán nació en Tábara (Zamora) en 1879, hizo la profesión religiosa en 1895 y fue ordenado sacerdote en 1902. Su primer destino fue la misión de Iquitos (Perú). Por falta de salud regresó a España en 1925, y su último destino fue Santander. Eugenio Cernuda nació en Zaratán (Valladolid) en 1900, hizo la profesión en 1917 y recibió la ordenación sacerdotal en 1925. Ejerció el apostolado de la enseñanza en colegios de Asturias y Cantabria. Fue querido y admirado por su bondad y dedicación.
Beata Nemesia Valle. Nació en Aosta (Italia) el año 1847. En plena juventud, el año 1866, ingresó en la Congregación de las Hermanas de la Caridad fundada por santa Juana Antida Thouret. Ya profesa, estuvo 36 años en Tortona como profesara de las niñas y luego superiora de su comunidad. Fue muy estimada tanto por las hermanas como por las alumnas y sus familias. En 1903 la trasladaron a Borgaro Torinese, cerca de Turín, como maestra y formadora de las novicias. En su Congregación la consideraban como una «regla viviente», practicada en la humildad, el sacrificio y la fidelidad. Murió en Borgaro en 1916 y fue beatificada el año 2004.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,18-21).
Pensamiento franciscano:
San Buenaventura dice de san Francisco: -Sin duda, la piedad lo inclinaba afectuosamente hacia todas las criaturas, pero de un modo especial hacia las almas, redimidas con la sangre preciosa de Cristo Jesús. En efecto, cuando las veía sumergidas en alguna mancha de pecado, lo deploraba con tan tierna conmiseración, que bien podía decirse que, como una madre, las engendraba diariamente en Cristo (LM 8,1).
Orar con la Iglesia:
Elevemos nuestra oración al Padre, recordando el ejemplo de José, esposo de María.
-Por la Iglesia, para que acepte con gozo la palabra divina, la guarde incontaminada y la predique por el mundo.
-Por los padres de familia y por cuantos tienen autoridad, para que, con amor y espíritu de servicio, vivan y trabajen en bien de todos.
-Por quienes son o han sido víctimas de la pobreza y la injusticia, para que colaboren, sin odios ni rencores, en la construcción de un mundo mejor.
-Por todos los creyentes, para que asumamos con amor y entereza la misión a la que Dios nos llama en esta vida.
Oración: Concédenos, Padre de misericordia, prepararnos a recibir a tu Hijo, aprendiendo de los ejemplos de fe y amor de José y María. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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CONTEMPLAR A SAN JOSÉ EN EL ADVIENTO
Benedicto XVI, Ángelus del 18 de diciembre de 2005
Queridos hermanos y hermanas:
En estos últimos días del Adviento, la liturgia nos invita a contemplar de modo especial a la Virgen María y a san José, que vivieron con intensidad única el tiempo de la espera y de la preparación del nacimiento de Jesús. Hoy deseo dirigir mi mirada a la figura de san José. En la página evangélica de hoy san Lucas presenta a la Virgen María como «desposada con un hombre llamado José, de la casa de David» (Lc 1,27). Sin embargo, es el evangelista san Mateo quien da mayor relieve al padre putativo de Jesús, subrayando que, a través de él, el Niño resultaba legalmente insertado en la descendencia davídica y así daba cumplimiento a las Escrituras, en las que el Mesías había sido profetizado como «hijo de David».
Desde luego, la función de san José no puede reducirse a este aspecto legal. Es modelo del hombre "justo" (Mt 1,19), que en perfecta sintonía con su esposa acoge al Hijo de Dios hecho hombre y vela por su crecimiento humano. Por eso, en los días que preceden a la Navidad, es muy oportuno entablar una especie de coloquio espiritual con san José, para que él nos ayude a vivir en plenitud este gran misterio de la fe.
El amado Papa Juan Pablo II, que era muy devoto de san José, nos ha dejado una admirable meditación dedicada a él en la exhortación apostólica Redemptoris Custos, "Custodio del Redentor". Entre los muchos aspectos que pone de relieve, pondera en especial el silencio de san José. Su silencio estaba impregnado de contemplación del misterio de Dios, con una actitud de total disponibilidad a la voluntad divina. En otras palabras, el silencio de san José no manifiesta un vacío interior, sino, al contrario, la plenitud de fe que lleva en su corazón y que guía todos sus pensamientos y todos sus actos. Un silencio gracias al cual san José, al unísono con María, guarda la palabra de Dios, conocida a través de las sagradas Escrituras, confrontándola continuamente con los acontecimientos de la vida de Jesús; un silencio entretejido de oración constante, oración de bendición del Señor, de adoración de su santísima voluntad y de confianza sin reservas en su providencia.
No se exagera si se piensa que, precisamente de su "padre" José, Jesús aprendió, en el plano humano, la fuerte interioridad que es presupuesto de la auténtica justicia, la "justicia superior", que él un día enseñará a sus discípulos (cf. Mt 5,20). Dejémonos "contagiar" por el silencio de san José. Nos es muy necesario, en un mundo a menudo demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. En este tiempo de preparación para la Navidad cultivemos el recogimiento interior, para acoger y tener siempre a Jesús en nuestra vida.
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LA UNIÓN VIRGINAL DE MARÍA Y JOSÉ
Juan Pablo II, Catequesis del miércoles 21-VIII-96
1. El evangelio de Lucas, al presentar a María como virgen, añade que estaba «desposada con un hombre llamado José, de la casa de David» (Lc 1,27). Estas informaciones parecen, a primera vista, contradictorias.
Hay que notar que el término griego utilizado en este pasaje no indica la situación de una mujer que ha contraído el matrimonio y por tanto vive en el estado matrimonial, sino la del noviazgo. Pero, a diferencia de cuanto ocurre en las culturas modernas, en la costumbre judaica antigua la institución del noviazgo preveía un contrato y tenía normalmente valor definitivo: efectivamente, introducía a los novios en el estado matrimonial, si bien el matrimonio se cumplía plenamente cuando el joven conducía a la muchacha a su casa.
En el momento de la Anunciación, María se halla, pues, en la situación de esposa prometida. Nos podemos preguntar por qué había aceptado el noviazgo, desde el momento en que tenía el propósito de permanecer virgen para siempre. Lucas es consciente de esta dificultad, pero se limita a registrar la situación sin aportar explicaciones. El hecho de que el evangelista, aun poniendo de relieve el propósito de virginidad de María, la presente igualmente como esposa de José constituye un signo de que ambas noticias son históricamente dignas de crédito.
2. Se puede suponer que entre José y María, en el momento de comprometerse, existiese un entendimiento sobre el proyecto de vida virginal. Por lo demás, el Espíritu Santo, que había inspirado en María la opción de la virginidad con miras al misterio de la Encarnación y quería que ésta acaeciese en un contexto familiar idóneo para el crecimiento del Niño, pudo muy bien suscitar también en José el ideal de la virginidad.
El ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le dice: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1,20). De esta forma recibe la confirmación de estar llamado a vivir de modo totalmente especial el camino del matrimonio. A través de la comunión virginal con la mujer predestinada para dar a luz a Jesús, Dios lo llama a cooperar en la realización de su designio de salvación.
El tipo de matrimonio hacia el que el Espíritu Santo orienta a María y a José es comprensible sólo en el contexto del plan salvífico y en el ámbito de una elevada espiritualidad. La realización concreta del misterio de la Encarnación exigía un nacimiento virginal que pusiese de relieve la filiación divina y, al mismo tiempo, una familia que pudiese asegurar el desarrollo normal de la personalidad del Niño.
José y María, precisamente en vista de su contribución al misterio de la Encarnación del Verbo, recibieron la gracia de vivir juntos el carisma de la virginidad y el don del matrimonio. La comunión de amor virginal de María y José, aun constituyendo un caso especialísimo, vinculado a la realización concreta del misterio de la Encarnación, sin embargo fue un verdadero matrimonio (cf. Exhortación apostólica, Redemptoris custos, 7).
La dificultad de acercarse al misterio sublime de su comunión esponsal ha inducido a algunos, ya desde el siglo II, a atribuir a José una edad avanzada y a considerarlo el custodio de María, más que su esposo. Es el caso de suponer, en cambio, que no fuese entonces un hombre anciano, sino que su perfección interior, fruto de la gracia, lo llevase a vivir con afecto virginal la relación esponsal con María.
3. La cooperación de José en el misterio de la Encarnación comprende también el ejercicio del papel paterno respecto de Jesús. Dicha función le es reconocida por el ángel que, apareciéndosele en sueños, le invita a poner el nombre al Niño: «Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21).
Aun excluyendo la generación física, la paternidad de José fue una paternidad real, no aparente. Distinguiendo entre padre y progenitor, una antigua monografía sobre la virginidad de María -elDe Margarita (siglo IV)- afirma que «los compromisos adquiridos por la Virgen y José como esposos hicieron que él pudiese ser llamado con este nombre (de padre); un padre, sin embargo, que no ha engendrado». José, pues, ejerció en relación con Jesús la función de padre, gozando de una autoridad a la que el Redentor libremente se «sometió» (Lc 2,51), contribuyendo a su educación y transmitiéndole el oficio de carpintero.
Los cristianos han reconocido siempre en José a aquel que vivió una comunión íntima con María y Jesús, deduciendo que también en la muerte gozó de su presencia consoladora y afectuosa. De esta constante tradición cristiana se ha desarrollado en muchos lugares una especial devoción a la santa Familia y en ella a san José, Custodio del Redentor. El Papa León XIII, como es sabido, le encomendó el patrocinio de toda la Iglesia.
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SER "MADRES" DE JESUCRISTO (III)
por Gérard Guitton, OFM
Somos verdaderamente sus madres
San Francisco sabe todo lo que dice el Evangelio sobre esto. Vive profundamente esta maternidad espiritual del discípulo cuando escribe la Carta a todos los fieles. Todo el pasaje citado al principio del artículo respira una atmósfera muy mariana y joánica a la vez: «Y sobre todos aquellos y aquellas que cumplan estas cosas y perseveren hasta el fin, se posará el Espíritu del Señor (Is 11,2) y hará en ellos habitación y morada (cf. Jn 14,23)» (2CtaF 48). Estas palabras recuerdan la presencia del Espíritu sobre el Mesías (Is 11,2) y la idea clave de Juan de «permanecer en Dios». También María recibió el Espíritu Santo en vistas al nacimiento del Mesías: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti» (Lc 1,35).
Y san Francisco nos invita así mismo a esa efusión del Espíritu que nos permite alcanzar ese inmenso y rico parentesco con el Padre y el Hijo, en el Espíritu: «Y serán hijos del Padre celestial, cuyas obras realizan (cumplir la voluntad de Dios). Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). Somos esposos cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo, a Jesucristo...; madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo (cf. 1 Cor 6,20) por el amor y por una conciencia pura y sincera; lo damos a luz por las obras santas que deben ser luz para ejemplo de otros (cf. Mt 5,16)» (2CtaF 49-53).
Todos los momentos de la vida de una madre están, por así decirlo, descritos en este pasaje: la fecundación, la gestación y el parto: «Como primera cosa, el "concepit" (concibió): como María, el hombre debe acoger al Verbo de Dios, aceptarlo en actitud de obediencia creyente y dejarse llevar totalmente de Él. Pero el "concibió" -y este es el segundo momento- debe convertirse en "peperit" (dio a luz): el hombre, obediente y creyente, de nuevo como María, debe dar a luz al Verbo de Dios, darle vida y forma» (Esser, o. c., p. 293). Por el amor llevaremos en nuestro seno (y, sin duda, «alimentaremos») a Cristo, y mediante nuestras buenas obras lo daremos a luz. En mi opinión, el vértice de 2CtaF 49ss recae en ese dar a luz y alumbrar a Cristo mediante una vida activa de caridad, lealtad y pureza, más que en el hecho de que Cristo llegue a ser nuestro hijo. Una cosa es afirmar que somos «madres» de Jesucristo dándolo a luz con nuestro amor a los demás, y otra es afirmar que Jesús es nuestro hijo. Yo prefiero mantener el acento sobre los verbos «llevar» y «dar a luz», sin llevar más lejos la comparación.
La fidelidad al Espíritu Santo y la puesta en práctica del amor que llevamos en nuestro interior, es algo que Francisco considera muy importante, pues lo cita en sus escritos cuatro veces. El texto más largo y claro es el de la Regla bulada (2 R 10,8-10): «Aplíquense, en cambio, a lo que por encima de todo deben anhelar: tener el espíritu del Señor y su santa operación, orar continuamente al Señor con un corazón puro, y tener humildad y paciencia en la persecución y enfermedad, y amar a los que nos persiguen y reprenden y acusan...». La expresión «su santa operación» refleja la acción del Espíritu que nos hace actuar, que nos hace orar (cf. Rm 8,26-27), tener paciencia y amar en la persecución.
Esta expresión es traducida por «obras santas» en los otros tres textos: 2CtaF 53; Test 39; 1CtaF 2,21.
En 2CtaF 53 y en 2 R 10,9, se trata de actos que hay que realizar bajo el influjo del Espíritu; en los otros dos textos, el acento recae sobre la puesta en práctica de la palabra recibida. En todos ellos, está presente en el espíritu de Francisco el ejemplo de María. Según él, el Espíritu reposa sobre todos los fieles, en particular sobre los pobres y los pequeños: «En Dios no hay acepción de personas, y el ministro general de la Religión -que es el Espíritu Santo- se posa igual sobre el pobre y sobre el rico» (2 Cel 193).
[En Selecciones de Franciscanismo, n. 39 (1984) 495-497].
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