viernes, 16 de diciembre de 2016

DÍA 16 DE DICIEMBRE: SANTA ADELAIDA, etc.


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SANTA ADELAIDA, emperatriz. Nació el año 931 en el castillo de Orb, hija de Rodolfo II, rey de Borgoña. Contrajo matrimonio el 947 con Lotario, rey de Italia, del que quedó viuda tres años después. Más tarde contrajo nuevo matrimonio con Otón I, y fueron coronados por el papa Juan XII el año 962. Tuvo tres hijos, entre ellos Otón II. Cuando murió éste, tuvo que convertirse en la regente del imperio en nombre de su nieto Otón III. Prestó particular atención a los últimos y a los indigentes, estuvo en estrecha relación con el movimiento de reforma de Cluny, construyó iglesias y monasterios. El año 995 pudo retirarse de los asuntos públicos y pasó los últimos años de su vida en el monasterio benedictino de Selz, cerca de Estrasburgo (en la actual Francia), que ella había edificado, y allí murió el 16 de noviembre del año 999. En el conjunto de su vida se distinguió por sus virtudes, su serenidad de ánimo y su profunda vida interior, y también por mostrar una sobria alegría hacia los familiares, una infatigable piedad hacia los pobres y una abundante largueza en honrar las iglesias.
BEATO HONORATO DE BIALA KOZMINSKI. Nació en Biala Podlaska (Polonia) el año 1829. Estudió arquitectura. La muerte de su padre le produjo una crisis de fe y se declaró ateo. Encarcelado por razones políticas, enfermó de tifus, y esta nueva crisis le hizo recuperar la fe. Se hizo capuchino y recibió la ordenación sacerdotal en 1852. A partir de entonces se consagró a la predicación, al confesonario y a la dirección de almas, así como a la atención espiritual de los presos. Desarrolló una enorme actividad, sostenida por una intensa vida interior. Desde el confesonario y también por correspondencia dirigió y orientó a muchas personas en su vocación. Fundó numerosas congregaciones, precursoras de los institutos seculares. Pasó los últimos 24 años de su vida en Nowe Miasto (Polonia), dedicado a la oración y al apostolado epistolar; la sordera le obligó a dejar el confesonario. Falleció el 16 de diciembre de 1916. Lo beatificó Juan Pablo II en 1988.
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San Adón. Nació de familia noble en Sens (Francia) hacia el año 800. Estudió en la abadía de Ferrières-en-Gâtinais, en la que profesó la Regla benedictina. Durante años se hizo cargo de la escuela abacial del monasterio de Prüm. El 860 fue nombrado obispo de Vienne (Francia). Fue un gran prelado que restauró la disciplina eclesiástica, reguló el oficio divino, compuso un martirologio, defendió la libertad de la Iglesia y ejerció una sana influencia en la política de su tiempo. Murió el año 875.
San Ageo. Es uno de los profetas menores del Antiguo Testamento. Ejerció su ministerio profético a partir del año 520 antes de Cristo, en tiempo de Zorobabel, rey de Judá, después del destierro. Exhortó al pueblo a reconstruir el templo, en el que se guardaría el arca de la Alianza y hacia el que confluirían las riquezas de todos los pueblos.
San Beano. Fue ermitaño en Irlanda, y no se sabe el siglo exacto en que vivió.
San Everardo. Era hijo de un alto funcionario de Carlomagno. Contrajo matrimonio con la princesa Gisela, hija del emperador Ludovico Pío, con la que tuvo ocho hijos. Era conde de Frejus y tuvo un papel destacado en la corte. Fue un hombre culto, piadoso y entregado a hacer el bien, dio un gran ejemplo de religiosidad, de honestidad y de responsabilidad en la gestión de los asuntos temporales, siendo a la vez generoso y liberal con los pobres. Fundó el monasterio de Canónigos Regulares de Cisoing (Francia), en el que fue sepultado después de morir el año 867.
San Macario de Collesano. Siguiendo el ejemplo de su padre, abrazó la vida monástica en Sicilia. De allí pasó a Calabria y luego a Lucania, en el sur de Italia, donde colaboró en la fundación de algunos monasterios. Se distinguió por su humildad, austeridad y penitencias, y gobernó sabiamente varios monasterios de la eparquía del Mercurio y de la del Latiniano. Murió en año 1005.
Santas Mártires de África. Conmemoración de muchas santas vírgenes que fueron martirizadas en África el año 480 durante la persecución de Hunerico, rey de los vándalos, que eran arrianos.
Beato Clemente Marchisio. Nació en Racconigi (Cuneo, Italia) el año 1833. De joven ingresó en el seminario de Turín y en 1856 se ordenó de sacerdote. Estuvo un tiempo en el Convictorio eclesiástico bajo la guía de san José Caffaso. En 1860 lo nombraron párroco de Rivalba o Ripa Alba, donde permaneció hasta su muerte. Fue un hombre muy abierto a los problemas de su tiempo, en particular a la suerte de las familias y de los huérfanos, y a la promoción laboral de los adolescentes, para los que creó instituciones adecuadas. Fundó el Instituto de Hijas de San José. Murió en 1903.
Beato Felipe Siphong Onphitak. Nació en Non Seng (Tailandia) el año 1907. Se bautizó y se educó en su parroquia. Terminados los estudios secundarios, lo enviaron como educador a Song-Khon, donde enseñó el catecismo con entrega y sabiduría. Contrajo matrimonio y tuvo cinco hijos. Llegada la persecución religiosa de 1940, cuando el sacerdote del pueblo fue expulsado, lo nombraron a él responsable de la comunidad cristiana. Quisieron obligarlo a apostatar, pero él permaneció firme en la fe. Lo llevaron con engaños junto al río Tum Nok, cerca de Mukdahan (Tailandia), y lo fusilaron el 16 de diciembre de 1940.
Beata María de los Ángeles Fontanella. Nació en Turín (Italia) el año 1661 en el seno de una familia noble. Venciendo la oposición de sus padres entró a los dieciséis años en el monasterio de carmelitas descalzas de Turín. Pronto, teniendo en cuenta su madurez humana y espiritual, la eligieron maestra de novicias y luego priora. Propició la apertura de un nuevo monasterio en Moncalieri para acoger las vocaciones que ya no cabían en Turín. Fue un alma mística, enriquecida con carismas extraordinarios. Decía en sus escritos: «La bondad del Señor es más grande que todos los males y pecados que podamos cometer, y antes nos cansaremos de ofenderlo que él de perdonarnos». Murió en Turín el año 1717.
Beato Sebastián Maggi. Nació en Brescia (Italia) el año 1414. A los quince años ingresó en los dominicos y, hecha la profesión, alcanzó en los estudios todos los grados académicos de su Orden. Ordenado de sacerdote se consagró al ministerio de la predicación. Además ejerció altos cargos de gobierno en su Orden, en la que promovió el movimiento de reforma y observancia iniciado por santa Catalina de Siena. Murió en Génova el año 1496.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Dijo Jesús a sus discípulos: -No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? (Mt 6,25-26).
Pensamiento franciscano:
Dice san Francisco: -Como se mostró el Hijo de Dios a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan sagrado. Y como ellos, con la mirada de su carne, sólo veían la carne de él, pero, contemplándolo con ojos espirituales, creían que él era Dios, así también nosotros, viendo el pan y el vino con los ojos corporales, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero (Adm 1,19-21).
Orar con la Iglesia:
Invoquemos a Cristo, alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada, y digámosle: ¡Ven, Señor, y no tardes más!
-Esperamos alegres tu venida: Ven, Señor, Jesús.
-Tú que existes antes de los tiempos, ven y salva a los que vivimos en el tiempo.
-Tú que creaste el mundo y a todos los que en él habitamos, ven a restaurar la obra de tus manos.
-Tú que no despreciaste nuestra naturaleza mortal, ven y arráncanos del dominio del pecado y de la muerte.
-Tú que viniste para que tuviéramos vida abundante, ven y danos tu gracia y tu vida eterna.
-Tú que quieres congregar a todos los hombres en tu reino, ven y reúnenos en el amor a Dios y a los hombres, nuestros hermanos.
Oración: Señor Jesús, ves con cuanta fe y amor esperamos tu nacimiento; purifica nuestra mente y nuestro corazón para que te acojamos en plenitud. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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¿TAMBIÉN HOY ES POSIBLE LA ALEGRÍA CRISTIANA?
Benedicto XVI, Ángelus del 16 de diciembre de 2007
Queridos hermanos y hermanas:
«Gaudete in Domino semper», «estad siempre alegres en el Señor» (Flp 4,4). Con estas palabras de san Pablo se inicia la santa misa del III domingo de Adviento, que por eso se llama domingo "Gaudete". El Apóstol exhorta a los cristianos a alegrarse porque la venida del Señor, es decir, su vuelta gloriosa es segura y no tardará. La Iglesia acoge esta invitación mientras se prepara para celebrar la Navidad, y su mirada se dirige cada vez más a Belén. En efecto, aguardamos con esperanza segura la segunda venida de Cristo, porque hemos conocido la primera.
El misterio de Belén nos revela al Dios-con-nosotros, al Dios cercano a nosotros, no sólo en sentido espacial y temporal; está cerca de nosotros porque, por decirlo así, se ha "casado" con nuestra humanidad; ha asumido nuestra condición, escogiendo ser en todo como nosotros, excepto en el pecado, para hacer que lleguemos a ser como él.
Por tanto, la alegría cristiana brota de esta certeza: Dios está cerca, está conmigo, está con nosotros, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, como amigo y esposo fiel. Y esta alegría permanece también en la prueba, incluso en el sufrimiento; y no está en la superficie, sino en lo más profundo de la persona que se encomienda a Dios y confía en él.
Algunos se preguntan: ¿también hoy es posible esta alegría? La respuesta la dan, con su vida, hombres y mujeres de toda edad y condición social, felices de consagrar su existencia a los demás. En nuestros tiempos, la beata madre Teresa de Calcuta fue testigo inolvidable de la verdadera alegría evangélica. Vivía diariamente en contacto con la miseria, con la degradación humana, con la muerte. Su alma experimentó la prueba de la noche oscura de la fe y, sin embargo, regaló a todos la sonrisa de Dios.
En uno de sus escritos leemos: «Esperamos con impaciencia el paraíso, donde está Dios, pero ya aquí en la tierra y desde este momento podemos estar en el paraíso. Ser felices con Dios significa: amar como él, ayudar como él, dar como él, servir como él» (La gioia di darsi agli altri, Ed. Paoline 1987, p. 143). Sí, la alegría entra en el corazón de quien se pone al servicio de los pequeños y de los pobres. Dios habita en quien ama así, y el alma vive en la alegría.
En cambio, si se hace de la felicidad un ídolo, se equivoca el camino y es verdaderamente difícil encontrar la alegría de la que habla Jesús. Por desgracia, ésta es la propuesta de las culturas que ponen la felicidad individual en lugar de Dios, mentalidad que se manifiesta de forma emblemática en la búsqueda del placer a toda costa y en la difusión del uso de drogas como fuga, como refugio en paraísos artificiales, que luego resultan del todo ilusorios.
Queridos hermanos y hermanas, también en Navidad se puede equivocar el camino, confundiendo la verdadera fiesta con una que no abre el corazón a la alegría de Cristo. Que la Virgen María ayude a todos los cristianos, y a los hombres que buscan a Dios, a llegar hasta Belén para encontrar al Niño que nació por nosotros, para la salvación y la felicidad de todos los hombres.
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VENDRÁ EL SEÑOR
Y SU DOCTRINA SUPERARÁ A LA LEY

San Cirilo de Alejandría,
Comentario sobre el libro del profeta Malaquías, 3
Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. Estas palabras proféticas han sido muy oportunamente acomodadas al misterio de Cristo. Dios Padre le hizo para nosotros Emmanuel: justicia, santificación y redención, purificación de toda inmundicia, liberación del pecado, rechazo de la deshonestidad, camino hacia un modo de vivir más santo y digno, puerta de acceso a la vida eterna; por él fueron enderezadas todas las cosas, derrocado el poder del diablo, reencontrada la justicia.
Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. Estas palabras parecen anunciar al Bautista. Pues el mismo Cristo dijo en otro lugar: Él es de quien está escrito: «Yo envío mi mensajero delante de mí para que prepare el camino ante ti». Esto mismo lo confirma san Juan cuando interpelaba a los que acudían a él para recibir el bautismo de conversión de esta manera:Yo os bautizo con agua, pero detrás de mí viene uno, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias: él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Fíjate cómo Cristo vino de improviso después de su Precursor: se mantuvo oculto a todos los judíos, apareciendo entre ellos de un modo repentino e inesperado. Decimos que al santo Bautista se le llama «ángel»: no por naturaleza, ya que Juan nació de una mujer, hombre como nosotros, sino porque se le confió la misión de predicarnos y anunciarnos a Cristo, misión típicamente angélica. Juan es «ángel» por su oficio, no por su condición de ángel.
Se dice que entrará en el santuario, bien porque la Palabra se hizo carne y en ella habitó como en un santuario, santuario que asumió del castísimo cuerpo de la santísima Virgen; bien en cuanto hombre perfecto, alma y cuerpo, que según la fe fue formado sin intermediario, por la divina providencia; o sencillamente por santuario se entiende Jerusalén, como ciudad santa y consagrada a Dios; o también la Iglesia de la que Jerusalén era tipo. Por lo demás, su venida o presencia Cristo la promulgó mediante muchas y estupendas obras: Proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo, como está escrito. Entrará, pues, el Señor -dice-, a quien vosotros buscáis, los que decís en vuestro apocamiento: ¿Dónde está el Dios de la justicia? Vendrá, pues, y su doctrina superará a la ley, a los símbolos y a las figuras. Y será el mensajero de la alianza, otrora anunciado por boca de Dios Padre. En cierto pasaje de los libros santos se le dice al doctor Moisés: Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande.
Que Cristo es el mensajero del nuevo Testamento, lo atestigua Isaías de esta manera hablando de él: Porque la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada en sangre serán combustible, pasto del fuego. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: maravilla de Consejero. Consejero indudablemente de Dios Padre.
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SER "MADRES" DE JESUCRISTO (I)
por Gérard Guitton, OFM
¿Podemos ser «madres» de Jesús? Así formulada, la pregunta puede resultar chocante. Jesús sólo tuvo una madre, María. Con todo, también Jesús dijo que el que cumple la voluntad de Dios es su «madre». San Francisco, en expresión de Celano, llevaba desnudo en el corazón a quien la Virgen llevó desnudo en sus brazos. Y afirma que podemos ser «madres» de Jesús si, como ella, permanecemos a la escucha de la Palabra de Dios y obedientes a la acción del Espíritu para que Cristo crezca en nosotros y se revele al mundo por nuestro amor y nuestras buenas obras.
La fiesta de la Navidad nos hace revivir el misterio central de la Encarnación del Hijo de Dios, que colmaba de alegría el corazón de Francisco. Francisco celebraba esta fiesta con más solemnidad que todas las demás (2 Cel 199).
Él asoció siempre a la Virgen María con la presencia de Jesús. Para Francisco, María acompaña paso a paso a Jesús en su vida de pobreza, hasta tal punto que ha podido afirmarse que la pobreza de María fue «una concretización de la pobreza de Cristo» y signo de que ella compartió y participó voluntaria y plenamente «en el destino de su Hijo» (Esser, Temas espirituales, 298). Es lo que Francisco dice con toda claridad al principio de su Carta a todos los fieles: «Y, siendo Él sobremanera rico, quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza» (2CtaF 5).
Lo que Francisco ama en María, es que ella nos dio como hermano «al Señor de la majestad» (2 Cel 198). Ella nos lo dio. Esta maternidad divina contiene, pues, una realidad extraordinaria que nos afecta espiritualmente a todos y a cada uno de nosotros. Francisco hablará con frecuencia de esta maternidad en sus escritos. Y el tiempo de Navidad es particularmente propicio para la contemplación de esta maternidad de María. Pero, ¿no desborda este misterio la persona misma de María? ¿No hay en este misterio una maternidad espiritual que debemos vivir a nuestro nivel? La Carta a todos los fieles contiene una frase que nos orienta en tal sentido; se dice allí que nosotros podemos ser «madres de nuestro Señor Jesucristo».
Una frase sorprendente
Tras recordar, primero a todos los fieles y después a los religiosos, las exigencias de la vida cristiana, vida cristiana que debe pasar por el amor a Dios y al prójimo, la vida sacramental y la renuncia a uno mismo por Cristo, san Francisco subraya cuán maravillosa es esta vida si está conformada a la acción del Espíritu Santo:
«Y sobre todos ellos y ellas, mientras hagan tales cosas y perseveren hasta el fin, descansará el espíritu del Señor y hará en ellos habitación y morada. Y serán hijos del Padre celestial, cuyas obras hacen. Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). Somos esposos cuando, por el Espíritu Santo, el alma fiel se une a Jesucristo. Somos ciertamente hermanos cuando hacemos la voluntad de su Padre, que está en el cielo. Madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo, por el amor y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo.
»¡Oh cuán glorioso y santo y grande, tener un Padre en los cielos! ¡Oh cuán santo, consolador, bello y admirable, tener un esposo! ¡Oh cuán santo y cuán amado, placentero, humilde, pacífico, dulce, amable y sobre todas las cosas deseable, tener un tal hermano y un tal hijo!, que dio su vida por sus ovejas y oró al Padre por nosotros diciendo: Padre santo, guarda en tu nombre a los que me has dado» (2CtaF 48-56).
La cita es larga, pero había que reproducirla. Sus términos han sido cuidadosamente escogidos, son precisos, pero pueden sorprender. Para hablar de nuestras relaciones con las tres personas divinas, Francisco se sirve de la gama de relaciones de la vida de familia: tras recordar que todos somos «hijos» del Padre celestial, nos pide a la vez que seamos «esposos», «hermanos» y «madres» de Jesús, y se extasía en una serie de adjetivos con los que califica tales maravillas. Además de que habitualmente es imposible ser esposos, hermanos (o hermanas) y madres de la misma persona, cuando se trata de las relaciones con Jesús, la dificultad es distinta: pase todavía el ser su hermano; nos resulta más o menos familiar este parentesco con él. Ser su esposo resulta ya más difícil de entender; ¿lo intuyen un poco naturalmente los casados, por sus propias relaciones conyugales? En cuanto a ser su madre, ¿podrá experimentarlo más fácilmente cualquier mujer que ha dado a luz? No lo sé.
Lo que, por el contrario, sí sé es que, caso de que se pueda comprender algún elemento de estas realidades misteriosas, esponsal y maternal, mirando a la Virgen María es como lo lograremos. Y mirando, desde luego, al Evangelio. Como Francisco, y lo veremos a continuación.
[En Selecciones de Franciscanismo, n. 39 (1984) 491-493].

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