martes, 31 de enero de 2017

DÍA 31 DE ENERO: SAN JUAN BOSCO, etc

SAN JUAN BOSCO. Fundador de la Sociedad de San Francisco de Sales, los salesianos, y de la Congregación de Hijas de María Auxiliadora. Nació junto a Castelnuovo, en la diócesis de Turín, el año 1815. Su niñez fue dura. Ordenado sacerdote, dedicó sus energías y sus admirables dones carismáticos a la educación de los jóvenes, a los que enseñaba diversos oficios y formaba en la vida cristiana, en aquel momento histórico de la naciente industrialización y de la aparición del movimiento obrero. Escribió también algunos opúsculos en defensa de la religión. Promovió la devoción a María Auxiliadora. Destacó entre los santos de su tiempo, especialmente en el apostolado de la juventud, en el que usó y enseñó el método basado en el amor y la confianza en los jóvenes, la persuasión, la religiosidad auténtica, el amor atento a prevenir más que a reprimir. Fue terciario franciscano y muy devoto de san Francisco. Murió en Turín el 31 de enero de 1888.- Oración: Señor, tú que has suscitado en san Juan Bosco un padre y un maestro para la juventud, danos también a nosotros un celo infatigable y un amor ardiente, que nos impulse a entregarnos al bien de los hermanos y a servirte a ti en ellos con fidelidad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. BEATA LUDOVICA ALBERTONI. Nació en Roma el año 1474, de la noble familia de los Albertoni. A los veinte años fue dada en matrimonio al noble Giacomo de la Cetera, del que tuvo tres hijas. En 1506, después de 12 años felices de matrimonio, quedó viuda. Ingresó en la Tercera Orden de San Francisco, vistió aun externamente su hábito, y, además de cuidar la educación de sus hijas, inició una nueva vida toda ella consagrada a la oración y contemplación, a la penitencia y a las obras de misericordia, como la de proveer de dote a las jóvenes pobres para su matrimonio o la de visitar a pobres y enfermos en sus tugurios o en los hospitales. El Señor le concedió carismas extraordinarios. Murió en Roma el 31 de enero de 1533. Su cuerpo se conserva en un espléndido sepulcro, obra de Bernini, en la iglesia de San Francisco a Ripa, en Roma. Beata María Cristina de SaboyaBEATA MARÍA CRISTINA DE SABOYA. Nació en Cagliari (Italia) el 14-XI-1812, hija de Victor Manuel I, rey de Cerdeña, y de María Teresa de Austria-Este. Recibió una sólida educación cristiana. Hubiera preferido retirarse a un convento, pero aceptó el matrimonio. Se casó con Fernando II, rey de las Dos Sicilias, el 21-XI-1832. Durante el breve periodo en que fue reina, se dedicó sobre todo a la vida de piedad y a las obras de caridad. Aconsejó sabiamente a su marido. Infundió paz, serenidad y religiosidad en la corte. Fundó un hogar para los necesitados. Socorrió con prodigalidad a los pobres. Dotó a muchas jóvenes para el matrimonio. Consiguió la conmutación de la pena capital por otra menor en numerosos casos. Reactivó la industria de la seda. Su ejemplo extraordinario de caridad testimonia que la vida ! buena del Evangelio es posible en todo ambiente y condición social. Falleció el 31 de enero de 1836 en Nápoles (Italia), a la edad de 23 años, por las complicaciones tras el parto de su único hijo, Francisco II. Beatificada el 25-I-2014. * * * San Abrahán. Obispo de Arbela (Persia) que, por negarse a cumplir el mandato del rey Sapor II de adorar al sol, fue decapitado el año 345. San Agustín Pak Chong-Won y cinco compañeros mártires coreanos. Los seis eran seglares nacidos en Corea: Agustín Pak Chong-Won, Pedro Hong Pyong-Ju, María Yi In-Dog, Magdalena Son So-Byog, Ágata Yi Kyong-I y Ágata Kwon Chin-I. Todos ellos soportaron con paciencia y paz interior los repetidos y variados tormentos a que fueron sometidos para que renegaran de su fe; por el contrario, confesaron con entereza su adhesión a Cristo y a la Iglesia, y fueron decapitados juntos el año 1840. San Aidano o Maedod. Obispo de Ferns (Irlanda), que había fundado allí un monasterio, del que fue abad. Se distinguió por su gran austeridad de vida. Murió el año 626. Santos Ciro y Juan. Después de sufrir muchos tormentos por su fe en Cristo, fueron decapitados en Alejandría de Egipto a principios del siglo IV. San Eusebio. Nacido en Irlanda, emprendió una larga peregrinación, durante la que vistió el hábito benedictino en la abadía suiza de St. Gall. Después pasó a la vida eremítica en el Monte San Víctor de Voralberg, cerca de Rankwail (hoy Austria), donde murió el año 884. San Francisco Javier María Bianchi. Sacerdote que vistió el hábito de los barnabitas después de estudiar derecho. Fue un gran apóstol de Nápoles. Académico y profesor universitario, se distinguió aún más por sus muchas obras de caridad y su asiduo apostolado entre las clases humildes. Dios lo adornó de dones carismáticos extraordinarios. La enfermedad lo tuvo paralizado trece años, lo que lo llevó a ser maestro y guía de almas elegidas y santas. Murió en Nápoles el año 1815. San Geminiano. Obispo de Módena (Italia), que recondujo a su Iglesia de la herejía arriana a la fe católica. Murió el año 348. San Julio. Sacerdote que ejerció fructuosamente el santo ministerio en el Alto Novarese (Italia). Con el apoyo imperial, convirtió los templos paganos en iglesias cristianas. Murió en Novara a comienzos del siglo IV. Santa Marcela. Pertenecía a la nobleza romana. Contrajo matrimonio y pronto quedó viuda. Entonces su palacio se convirtió en lugar de reunión de otras piadosas matronas, y luego en centro de difusión monástica. San Jerónimo, que fue director espiritual de aquel grupo ascético, dice de ella que, después de haber despreciado riquezas y nobleza, se hizo más noble por la pobreza y humildad. Murió en Roma el año 410. San Metrano. Fue martirizado en Alejandría de Egipto, en tiempo del emperador Decio. Se negó a pronunciar los juramentos y palabras impías que le exigían sus verdugos, y por eso fue flagelado y apedreado hasta la muerte fuera de la ciudad el año 249. Santos Victorino, Víctor, Nicéforo, Claudio, Diodoro, Serapión y Papías. Fueron martirizados el Corinto (Acaya, Grecia), el año 250, durante la persecución de Decio, emperador de Roma. San Waldo. Fue obispo de Évreux (Francia), en el siglo VII. Beata Candelaria de San José. Nació en Altagracia (Venezuela) en el seno de una familia muy cristiana, de la que heredó la preocupación por los pobres y enfermos. Junto con otras jóvenes fundó un hospital, y allí se inició la congregación de las Hermanas Carmelitas de la Madre Candelaria. Su vida transcurrió entre los pobres y se distinguió por su humildad, su caridad con ellos, su vida de fe, oración y amor a la Iglesia. Además, se preocupó por la educación de los niños. Murió en Cumaná (Venezuela) el año 1940, y fue beatificada en el 2008. Beato Luis Talamoni. Se ordenó de sacerdote en 1871, estudió historia y filosofía, y fue profesor del seminario de Monza hasta su muerte. A la vez fue un predicador incansable, y tan asiduo en la administración del sacramento de la reconciliación, que mereció el sobrenombre de "mártir del confesonario". Para atender a los enfermos en su casa, sobre todo por la noche, fundó la congregación de las Hermanas de la Misericordia. Murió el año 1926 y fue beatificado en el 2004. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: En aquel tiempo presentaron a Jesús unos niños para que los tocara; pero los discípulos les regañaban. Al ver esto, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como niño, no entrará en él». Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos (Mc 10,13-16). Pensamiento franciscano: Dice san Francisco acerca de los predicadores: --Todos los hermanos prediquen con las obras... Por eso, en la caridad que es Dios, suplico a todos mis hermanos... que se esfuercen por humillarse en todas las cosas, por no gloriarse ni gozarse en sí mismos ni ensalzarse interiormente por las palabras y obras buenas, más aún, por ningún bien, que Dios hace o dice y obra alguna vez en ellos y por medio de ellos (1 R 17,3-6). Orar con la Iglesia: Adoremos a Cristo, el Dios santo, y pidámosle que nos enseñe a servirle con santidad y justicia: -Señor Jesús, probado en todo como nosotros, menos en el pecado, compadécete de nuestras debilidades. -Señor Jesús, que a todos nos llamas a la perfección del amor, danos el progresar por caminos de santidad y buenas obras. -Señor Jesús, que quieres que seamos sal de la tierra y luz del mundo, ilumina nuestras vidas con tu propia luz. -Señor Jesús, que viniste al mundo para servir y no para que te sirvieran, haz que sepamos servirte a ti y a nuestros hermanos con humildad. -Señor Jesús, que nos dijiste que no impidiéramos a los pequeños acercarse a ti, concédenos que con nuestras obras les facilitemos el encuentro contigo. Oración: Dios Padre de bondad, acoge las peticiones que te hemos presentado confiados en la intercesión de tu Hijo Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. * * * EL CARISMA DE SAN JUAN BOSCO Del discurso de S. S. Benedicto XVI al Capítulo General de los Salesianos (31-III-08) Don Bosco quiso que la continuidad de su carisma en la Iglesia estuviera asegurada por la opción de la vida consagrada. También hoy el movimiento salesiano sólo puede crecer en fidelidad carismática si en su interior sigue siendo un núcleo fuerte y vital de personas consagradas. Por eso, con el fin de fortalecer la identidad de toda la congregación, vuestro primer compromiso consiste en reforzar la vocación de cada salesiano a vivir en plenitud la fidelidad a su llamada a la vida consagrada. Toda la congregación debe tender a ser continuamente «memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos» (VC 22). Cristo debe ocupar el centro de vuestra vida. Es preciso dejarse aferrar por él y recomenzar siempre desde él. Todo lo demás ha de considerarse «pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús» y todo ha de tenerse «por basura para ganar a Cristo» (Flp 3,8). De aquí brota el amor ardiente al Señor Jesús, la aspiración a configurarse con él asumiendo sus sentimientos y su forma de vida, su abandono confiado al Padre, su entrega a la misión evangelizadora, que deben caracterizar a todo salesiano. Debe sentirse elegido para seguir a Cristo obediente, pobre y casto, según las enseñanzas y el ejemplo de don Bosco. El proceso de secularización, que avanza en la cultura contemporánea, lamentablemente afecta también a las comunidades de vida consagrada. Por eso, es preciso velar sobre formas y estilos de vida que corren el peligro de debilitar el testimonio evangélico, haciendo ineficaz la acción pastoral y frágil la respuesta vocacional. En consecuencia, os pido que ayudéis a vuestros hermanos a conservar y a reavivar la fidelidad a la llamada. La oración que Jesús dirigió al Padre antes de su pasión para que cuidara en su nombre a todos los discípulos que le había dado y para que ninguno de ellos se perdiera (cf. Jn 17,11-12), vale de modo particular para las vocaciones de especial consagración. Por eso, «la vida espiritual debe ocupar el primer lugar en el programa» de vuestra congregación (VC 93). La palabra de Dios y la liturgia han de ser las fuentes de la espiritualidad salesiana. En particular, la lectio divina, practicada diariamente por todo salesiano, y la Eucaristía, celebrada cada día en la comunidad, deben ser su alimento y su apoyo. De aquí nacerá la auténtica espiritualidad de la entrega apostólica y de la comunión eclesial. La fidelidad al Evangelio vivido sine glossa y a vuestra Regla de vida, en particular un estilo de vida austero y la pobreza evangélica practicada de modo coherente, el amor fiel a la Iglesia y la entrega generosa de vosotros mismos a los jóvenes, especialmente a los más necesitados y desvalidos, serán una garantía del florecimiento de vuestra congregación. Don Bosco es un ejemplo brillante de una vida impregnada de celo apostólico, vivida al servicio de la Iglesia dentro de la congregación y la familia salesianas. Siguiendo las huellas de san José Cafasso, vuestro fundador aprendió a asumir el lema "da mihi animas, cetera tolle" como síntesis de un modelo de acción pastoral inspirado en la figura y en la espiritualidad de san Francisco de Sales. Ese modelo se sitúa en el horizonte de la primacía absoluta del amor de Dios, un amor que llega a forjar personalidades ardientes, deseosas de contribuir a la misión de Cristo para encender toda la tierra con el fuego de su amor (cf. Lc 12,49). Juntamente con el amor a Dios, la otra característica del modelo salesiano es la conciencia del valor inestimable de las «almas». Esta percepción genera, por contraste, una agudo sentido del pecado y de sus devastadoras consecuencias en el tiempo y en la eternidad. El apóstol está llamado a colaborar en la acción redentora del Salvador, para que no se pierda nadie. Por consiguiente, «salvar las almas», precisamente según las palabras de san Pedro, fue la única razón de ser de don Bosco. El beato Miguel Rua, su primer sucesor, sintetizó así toda la vida de vuestro amado padre y fundador: «No dio ningún paso, no pronunció ninguna palabra, no emprendió ninguna empresa que no estuviera orientada a la salvación de la juventud. (...) Realmente, sólo le interesaban las almas». Así se refirió el beato Miguel Rua acerca de don Bosco. También hoy es urgente alimentar este celo en el corazón de cada salesiano. Así no tendrá miedo de actuar con audacia incluso en los ámbitos más difíciles de la acción evangelizadora en favor de los jóvenes, especialmente de los más pobres material y espiritualmente. Tendrá la paciencia y la valentía de proponer a los jóvenes vivir la misma totalidad de entrega en la vida consagrada. Tendrá el corazón abierto a descubrir las nuevas necesidades de los jóvenes y a escuchar su invocación de ayuda, dejando eventualmente a otros los campos ya consolidados de intervención pastoral. Por eso, el salesiano afrontará las exigencias totalizadoras de la misión con una vida sencilla, pobre y austera, compartiendo las mismas condiciones de los más pobres, y tendrá la alegría de dar más a quienes en la vida han recibido menos. Así el celo apostólico resultará contagioso e implicará también a otros. Por tanto, el salesiano se hace promotor del sentido apostólico, ayudando ante todo a los jóvenes a conocer y amar al Señor Jesús, a dejarse fascinar por él, a cultivar el compromiso evangelizador, a querer hacer el bien a sus coetáneos, a ser apóstoles de otros jóvenes, como santo Domingo Savio, la beata Laura Vicuña y el beato Ceferino Namuncurá, y los cinco jóvenes beatos mártires del oratorio de Poznan. Queridos salesianos, comprometeos en la formación de laicos con corazón apostólico, invitando a todos a caminar en la santidad de vida que hace madurar discípulos valientes y apóstoles auténticos. * * * «TRABAJÉ SIEMPRE CON AMOR» De las cartas de san Juan Bosco Si de verdad buscamos la auténtica felicidad de nuestros alumnos y queremos inducirlos al cumplimiento de sus obligaciones, conviene, ante todo, que nunca olvidéis que hacéis las veces de padres de nuestros amados jóvenes, por quienes trabajé siempre con amor, por quienes estudié y ejercí el ministerio sacerdotal, y no sólo yo, sino toda la Congregación salesiana. ¡Cuántas veces, hijos míos, durante mi vida, ya bastante prolongada, he tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad! Es más fácil enojarse que aguantar, amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez. Os recomiendo que imitéis la caridad que usaba Pablo con los neófitos, caridad que con frecuencia lo llevaba a derramar lágrimas y a suplicar, cuando los encontraba poco dóciles y rebeldes a su amor. Guardaos de que nadie pueda pensar que os dejáis llevar por los arranques de vuestro espíritu. Es difícil, al castigar, conservar la debida moderación, la cual es necesaria para que en nadie pueda surgir la duda de que obramos sólo para hacer prevalecer nuestra autoridad o para desahogar nuestro mal humor. Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de ser para servirlos mejor. Este era el modo de obrar de Jesús con los apóstoles, ya que era paciente con ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos, e incluso poco fieles; también con los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad, de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que muchos concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por esto, nos mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón. Son hijos nuestros, y, por esto, cuando corrijamos sus errores, hemos de deponer toda ira o, por lo menos, dominarla de tal manera como si la hubiéramos extinguido totalmente. Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos. En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, ya que éstas ofenden a los que las escuchan, sin que sirvan de provecho alguno a los culpables. * * * CÓMO CONCIBIÓ Y VIVIÓ SAN FRANCISCO EL ANUNCIO EVANGÉLICO I. SU INTUICIÓN FUNDAMENTAL por Michel Hubaut, o.f.m. ¡Cuántas voces nuevas se levantaban ya en el siglo XIII! ¡Cómo empezaba a patinar ya el lenguaje tradicional de 1a Iglesia en el universo cultural nuevo que estaba surgiendo! ¡Cuántas debilidades de la Iglesia debían embotar la palabra del predicador! La tentación de callarse debía irse infiltrando en el corazón de no pocos creyentes... La gente se pregunta ya sobre las ambigüedades de un anuncio semejante: ¿Es el de una iglesia determinada, el de una «civilización cristiana», o el del Evangelio? Lo cierto es que no bastaba ya repetir enérgicamente un «pensamiento ortodoxo» o reformar las estructuras para convencer y evangelizar. La cuestión estaba ya planteada: ¿Cómo anunciar una Buena Nueva que sigue siendo una esperanza activa, un poder de vida que dinanmiza a quienes la reciben?... Francisco de Asís apareció como una respuesta viva a estas preguntas para sus contemporáneos; pero, ¿puede todavía hoy ayudarnos a resolver estos interrogantes en un contexto cultural diferente? Vamos a intentar probar que sus intuiciones en este campo fueron tan profundas, que han adquirido una verdadera permanencia universal, aun cuando tengamos que re-inventar aplicaciones propias de nuestro tiempo. En Francisco, la experiencia personal precede siempre a la reflexión. Así, la dimensión «misionera» de su vida evangélica sólo emerge verdaderamente después de tres largos años de conversión personal a la Buena Nueva. Todo el mundo conoce el episodio decisivo del Evangelio del «envío a misión» en la Porciúncula. San Francisco entiende inmediatamente, durante la misa de los apóstoles, esa «carta» del misionero (Mt 10), en la que el Evangelio se convierte en «una Buena Nueva que hay que anunciar» (LM 3,1-2). Lo que impresiona a Francisco es, ante todo, una manera evangélica de vivir en medio de los hombres. No es la predicación explícita de los apóstoles lo que, en primer lugar, le seduce, sino su género de vida. Él se da cuenta de inmediato de que el enviado es la expresión viva de su mensaje. La vida misma del apóstol constituye la primera «Palabra» explícita del Reino... Esta intuición es decisiva. Francisco comprende que ser «enviado» no consiste primariamente en hablar, sino en comprometer toda su existencia en el Misterio de la Salvación, en revivir la existencia de Cristo Jesús, en identificarse con su misión. Como la mayor parte de sus intuiciones espirituales, ésta se enraíza en una percepción casi visual del misterio de la Encarnación. Él «ve» que el Hijo único de Dios, el Enviado, el Misionero por excelencia, el Anunciador privilegiado, deja la gloria del Padre para venir a nosotros. Esto es lo que le conmueve: ese misterioso movimiento de la Encarnación del Amor Salvador que arrastra a Dios a caminar entre los hombres. Su concepción de la misión y del «Anuncio» brota de esa experiencia mística fundamental. Anunciar el Evangelio no es, primariamente, predicar un mensaje, sino participar en ese movimiento permanente del Amor que se da, revivir esa «andadura misionera» de la Encarnación redentora. En adelante, la única justificación de su comportamiento apostólico será: «El señor dice..., el Señor hizo...». Francisco contempla a Cristo, y el famoso dilema «¿hay que decir o hay que hacer?», se desvanece por sí mismo. Su mirada interior capta de golpe la unidad del Anuncio del Evangelio. El anuncio de la Salvación hecho carne en Jesús es a la vez un ejemplo de vida, una palabra proclamada y la sangre derramada. La misión de Cristo es a la vez un misterio de presencia discreta, silenciosa y laboriosa entre nosotros, durante treinta años; durante tres años, una manifestación pública en signos y en palabras; durante tres días, una vida entregada hasta el don de la sangre. Treinta años, tres años, tres días. Ahí tenemos las tres modalidades de la misión en que Jesús anuncia y salva. Tres modalidades que los enviados deberán revivir, más o menos, según las llamadas del Espíritu y los acontecimientos exteriores. Francisco captó tan bien este misterio único de la misión que jamás disociará esas tres dimensiones del Anuncio del Evangelio. Su intuición cambia de arriba abajo la concepción de su tiempo, que mezclaba siempre el anuncio y su sueño de conquista o de cruzada. Por eso, Francisco considera explícitamente la misión para sus hermanos bajo esas tres modalidades crísticas. ¡Por primera vez en la Iglesia se inserta en una regla de vida religiosa un capítulo especial referente a la misión!

lunes, 30 de enero de 2017

DÍA 30 DE ENERO: SANTA JACINTA DE MARISCOTTI,BEATA CARMEN GARCÍA MOYON

SANTA JACINTA DE MARISCOTTI. Nació en Vignanello, cerca de Viterbo (Italia), en 1585, de familia noble. Sus padres la enviaron a las clarisas, que pronto abandonó. A los 20 años ingresó en el monasterio de las Franciscanas de la Tercera Orden Regular de Viterbo. Tanto en el siglo como en el claustro llevó una vida ligera y disipada hasta que, a los treinta años y a raíz de una grave enfermedad, se convirtió del todo al Señor. A partir de entonces llevó una vida de gran austeridad y penitencia, y se afanó en obras de caridad; fundó cofradías para la adoración de la Eucaristía y para atender a los pobres, enfermos y ancianos. Dios adornó su intensa oración y contemplación con carismas extraordinarios. Murió en Viterbo el 30 de enero de 1640.- Oración: Oh Dios, que nos has dejado en santa Jacinta un ejemplo vivo de mortificación y amor a ti, concédenos, por su intercesión, reconocer nuestros pecados, llorarlos y permanecer en tu amistad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. SAN MUCIANO MARÍA WIAUX. Nació en Mellet (Bélgica) en 1841. A los 15 años entró en los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Pronto empezó su apostolado catequístico y pedagógico en diferentes lugares. Dificultades de tipo profesional, debidas a su falta de habilidad pedagógica, le pusieron en trance de ser despedido; fue destinado a actividades humildes y oscuras tareas más bien modestas. Pidió a los superiores enseñar el catecismo en la escuela gratuita a los niños de la clase popular por los que sintió predilección. Para todos fue un modelo, un signo de la presencia de Dios y de su bondad. Era hombre de oración asidua ante el Sagrario, y el rezo del Rosario era constante en sus labios. Llevó una vida sin especiales sucesos, pero con total profundidad cristiana. Murió en Malonne (Bélgica) el 30 de enero de 1917. BEATO COLUMBA MARMIÓN. Nació en Dublín (Irlanda) el año 1858, estudió y se ordenó de sacerdote en Roma, desarrolló su actividad ministerial mayormente en Bélgica. En 1886 ingresó en la abadía benedictina de Maredsous (Bélgica) y en 1899 tomó parte en la fundación de Mont-César (Lovaina), de la que pronto fue prior, y en la que se distinguió como profesor de teología y director espiritual de jóvenes universitarios; además, inició una larga serie de actividades pastorales no sólo en Bélgica sino también en Inglaterra. En 1909 fue elegido abad de Maredsous, cargo en el que ejerció un gran magisterio espiritual dentro y fuera del monasterio, dando ejercicios a toda clase de personas, escribiendo cartas, y publicando luego sus conferencias en libros que lograron una gran difusión y configuraron una corriente de espiritualidad de marcado carácter bíblico y patrístico. Es considerado como una de las grandes figuras de la literatura espiritual del siglo XX. Murió en Maredsous el año 1923 y fue beatificado en el 2000. . Nació el año 1888 en Nantes (Francia). A principios del siglo XX, su familia se instaló en Segorbe (Castellón, España). En 1918 ingresó en las Terciarias Capuchinas fundadas por el P. Luis Amigó, pero no renovó los votos, y en 1926 estaba en Torrent (Valencia), donde entró en contacto con los Terciarios Capuchinos. En su convento daba catequesis a los niños, repasaba las ropas sagradas, limpiaba la iglesia; a la vez puso un taller de costura en su casa, donde enseñaba a las jóvenes el arte de coser, zurcir y bordar. Una verdadera catequista, cooperadora parroquial, trabajadora social. En julio de 1936 se desató la guerra civil y la persecución religiosa, la iglesia y el convento de los Terciarios fueron incendiados y derruidos. Carmen pudo continuar discretamente sus actividades hasta que, al anochecer del 30 de enero de 1937, los milicianos la sacaron de su casa por la fuerza y, en el campo, la rociaron con gasolina y le prendieron fuego. Pertenece al grupo de mártires amigonianos beatificados por Juan Pablo II en 2001. * * * Santa Aldegunda (o Alda). Fundadora y primera abadesa del monasterio benedictino de Maubeuge, al norte de Francia, en el que murió el año 684. San Armentario. Obispo de Pavía (Italia), que colocó solemnemente en la basílica de San Pedro in Coelo Aureo los restos de san Agustín, trasladados allí por el rey de los lombardos Luitprando. Murió el año 731. San Barsimeo. Obispo de Edesa (hoy en Turquía) en el siglo III. Sufrió persecución y tormentos en tiempo del emperador Decio, pero sobrevivió a la persecución y se entregó por completo al gobierno de la diócesis que se le había confiado. Santa Batilde. De origen anglosajón, fue raptada por los piratas y vendida como esclava en Francia. Clodoveo II, rey de los francos, se desposó con ella. Al quedar viuda, asumió la regencia, practicó la caridad con pobres y desvalidos, fundó monasterios bajo la Regla de San Benito, luchó contra la simonía y la esclavitud. Cuando su hijo Clotario III subió al trono, ella se retiró al monasterio de Chelles, en la diócesis de París, donde vivió en penitencia y humildad hasta su muerte el año 680. San David Galván. Después de una juventud agitada, ingresó en el seminario de Guadalajara (México) y recibió la ordenación sacerdotal en 1909. Fue un sacerdote cumplidor y celoso, muy amante de los pobres y atento al servicio pastoral de los enfermos. Fue detenido cuando atendía a los heridos de un enfrentamiento entre carrancistas y villistas, y el jefe militar, a quien había impedido seducir y secuestrar a una señorita, lo fusiló en Guadalajara el año 1915. San Lesmes o Adelelmo. Nació en Francia y siguió la carrera militar. Se convirtió a Dios, peregrinó a Roma e ingresó en la abadía de Chaise-Dieu, de la que fue abad. Cuando Constanza de Borgoña contrajo matrimonio con Alfonso VI de Castilla y León, la acompañó y se hizo cargo del monasterio fundado por el rey en Burgos. Su ejemplo de santidad y su don de consejo influyeron mucho incluso en el rey. Murió el año 1097. Santa Martina de Roma. Hija de un noble romano, se negó ante el tribunal a ofrecer sacrificios a Apolo, por lo que fue sometida a tormentos y finalmente decapitada en Roma. El año 677, el papa Dono le dedicó una basílica en el Foro romano. San Matías de Jerusalén. Era judío de raza y fue el octavo obispo de Jerusalén. Presidió unos años la comunidad cristiana de la Ciudad Santa a principios del siglo II. Sufrió mucho por Cristo, pero murió en paz. San Pablo Ho Hyob. Fue un soldado coreano, arrestado y torturado a casusa de la fe que profesaba, y que estuvo a punto de apostatar al flaquearle las fuerzas; pero, con la gracia de Dios, reaccionó rápidamente y reafirmó con firmeza ante el magistrado su fe en Cristo, por lo que, después de larga prisión, fue destrozado a hachazos, en Seúl el año 1840. San Teófilo el Joven. Jefe de la escuadra bizantina en Chipre, fue hecho prisionero por los musulmanes, que lo llevaron a presencia de su comandante. Éste no consiguió, ni con regalos ni con amenazas, que renegara de Cristo. Esperando tal vez cobrar un rescate, lo tuvieron cuatro años encarcelado, hasta que, por negarse a participar en el Ramadán musulmán, fue decapitado el año 792. Santo Tomás Kuông. Sacerdote vietnamita y terciario dominico que, durante la persecución de Tu Duc, fue encarcelado varias veces a causa de su fe. En 1859, siendo ya octogenario, fue arrestado una vez más. Intentaron que pisoteara el crucifijo y que indujera a sus cristianos a apostatar; él, en cambio, los exhortó a permanecer fieles a Cristo, que murió por nosotros. Y mientras se postraba ante la cruz para adorarla, lo decapitaron. Esto sucedía en Tonkín (Vietnam) el año 1860. Beato Francisco Taylor. Fue un seglar irlandés, casado y padre de familia, que sufrió con paciencia siete años de cruel cárcel por acoger en su casa a sacerdotes y por su fidelidad a la fe católica, durante el reinado de Jacobo I. Agotado por los sufrimientos y la ancianidad, murió en Dublín el año 1621. Beata María Bolognesi. Fiel laica, mística, que entregó su vida al servicio del prójimo, especialmente de los pobres y enfermos, y soportó grandes sufrimientos físicos y espirituales en profunda unión con la pasión de Cristo. Nació el año 1924 en Bosaro (Rovigo, Italia) en una familia muy pobre. Apenas pudo asistir a la escuela porque tuvo que cuidar a sus hermanos y la huerta familiar. Pasó mucha hambre. De joven sufrió una misteriosa posesión diabólica. Después padeció multitud de enfermedades. Dios la llamó a ser signo de su presencia y la colmó de dones sobrenaturales y de fenómenos místicos. Murió en Rovigo el 30-I-1980. Beatificada el 7-IX-2013. Beato Sebastián Valfré. Sacerdote piamontés de la Congregación del Oratorio, que estaba bien dotado para el trato con los jóvenes, de los que fue un gran apóstol. Además, se dedicó ampliamente a la predicación y al confesonario. Se prodigó con los más débiles, los pobres, los enfermos, los encarcelados, y con su amistad y su caridad eficiente condujo a muchos a Cristo. Murió en Turín el año 1710. Beato Segismundo Pisarski. Sacerdote polaco que estuvo ejerciendo el ministerio parroquial en medio de grandes dificultades. Fue detenido por los nazis, que lo sometieron a crueles interrogatorios para que delatara a los contrarios al régimen, cosa que no consiguieron. Tampoco consiguieron que abjurara de la fe cristiana, por lo que acabaron fusilándolo en Gdeszyn (Polonia) el año 1943. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: En tus labios estén las palabras de Dios -dijo el Señor a Josué-; día y noche medita en ellas, cuida de hacer todo lo que ellas dicen; así tu vida tendrá sentido y valor (Jos 1,8). Pensamiento franciscano: En su Regla, dice Francisco a sus hermanos: --Guardémonos mucho de la malicia y sutileza de Satanás, que quiere que el hombre no tenga su mente y su corazón dirigidos a Dios. Y, dando vueltas a su alrededor, desea llevarse el corazón so pretexto de alguna merced o ayuda, sofocar en su memoria la palabra y preceptos del Señor, cegar el corazón por medio de los negocios y cuidados del siglo, y habitar él allí (1 R 22,19-20). Orar con la Iglesia: Con filial confianza dirijamos nuestra oración al Padre, fuente de la verdad y del bien: -Para que la Iglesia, fiel al encargo de Jesús, proclame en todas partes la Buena Nueva de la que es portadora. -Para que los gobiernos no impidan el anuncio de la Palabra a todas las personas. -Para que los cristianos escuchemos y acojamos con premura la Palabra del Señor, que es espíritu y vida. -Para que la semilla del Evangelio caída en nuestro corazón, crezca y dé fruto centuplicado. Oración: Acoge, Padre, las oraciones que con fe y esperanza te hemos dirigido. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * EL EVANGELIO, FUENTE DE LA VIDA CONSAGRADA Del discurso de Benedicto XVI el 2 de febrero de 2008 Queridos hermanos y hermanas: Al narrar la presentación de Jesús en el templo, el evangelista san Lucas subraya tres veces que María y José actuaron según «la ley del Señor» (cf. Lc 2,22-23.39) y, por lo demás, siempre estaban atentos para escuchar la palabra de Dios. Esta actitud constituye un ejemplo elocuente para vosotros, religiosos y religiosas; y para vosotros, miembros de los institutos seculares y de las otras formas de vida consagrada. La vida consagrada hunde sus raíces en el Evangelio; en él, como en su regla suprema, se ha inspirado a lo largo de los siglos; y a él está llamada a volver constantemente para mantenerse viva y fecunda, dando fruto para la salvación de las almas. En los inicios de las diversas expresiones de vida consagrada siempre se encuentra una fuerte inspiración evangélica. Pienso en san Antonio abad, impulsado por la escucha de las palabras de Cristo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme» (Mt 19,21) (cf. Vita Antonii, 2,4). San Antonio las escuchó como palabras que el Señor le dirigía personalmente a él. A su vez, san Francisco de Asís afirma que fue Dios quien le reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio (Test 14). «Francisco -escribe Tomás de Celano- al oír que los discípulos de Cristo no debían poseer ni oro, ni plata, ni dinero; ni llevar para el camino alforja, ni bolsa, ni pan, ni bastón; ni tener calzado, ni dos túnicas..., al instante, saltando de gozo, lleno del Espíritu Santo, exclamó: Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica» (1 Cel 22). «El Espíritu Santo -recuerda la instrucción Caminar desde Cristo- ha iluminado con luz nueva la palabra de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado todo carisma y de ella quiere ser expresión toda Regla» (n. 24). En efecto, el Espíritu Santo atrae a algunas personas a vivir el Evangelio de modo radical y a traducirlo en un estilo de seguimiento más generoso. Así nace una obra, una familia religiosa que, con su misma presencia, se convierte a su vez en «exégesis» viva de la palabra de Dios. Así pues, como dice el concilio Vaticano II, el sucederse de los carismas de la vida consagrada puede leerse como un desplegarse de Cristo a lo largo de los siglos, como un Evangelio vivo que se actualiza continuamente con formas nuevas (cf. LG 46). En las obras de las fundadoras y los fundadores se refleja un misterio de Cristo, una palabra suya; se refracta un rayo de la luz que emana de su rostro, esplendor del Padre (cf. VC 16). Por tanto, en el decurso de los siglos, seguir a Cristo sin componendas, tal como se propone en el Evangelio ha constituido la norma última y suprema de la vida religiosa (cf. PC 2). San Benito, en su Regla, remite a la Escritura como «norma rectísima para la vida del hombre» (n. 73). Santo Domingo «por doquier se manifestaba como un hombre evangélico, en sus palabras y en sus obras» (Libellus, 104), y así quería que fueran también sus frailes predicadores, «hombres evangélicos» (Primeras Constituciones, 31). Santa Clara de Asís pone fuertemente de relieve la experiencia de san Francisco: «La forma de vida de la Orden de las Hermanas pobres -escribe- es ésta: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (RCl 1,1). San Vicente Pallotti afirma: «La regla fundamental de nuestra mínima Congregación es la vida de nuestro Señor Jesucristo para imitarla con toda la perfección posible» (cf. Obras completas II, 541-546). Y san Luis Orione escribe: «Nuestra primera Regla y vida ha de consistir en observar, con gran humildad y con amor dulcísimo y ardiente a Dios, el santo Evangelio» (Lettere, Roma 1969, II, 278). Esta riquísima tradición atestigua que la vida consagrada está «profundamente enraizada en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor» (VC 1) y se presenta «como un árbol lleno de ramas, que hunde sus raíces en el Evangelio y da frutos copiosos en cada época de la Iglesia» (VC 5). Tiene la misión de recordar que todos los cristianos han sido convocados por la Palabra para vivir de la Palabra y permanecer bajo su señorío. Por tanto, corresponde en particular a los religiosos y a las religiosas «mantener viva en los bautizados la conciencia de los valores fundamentales del Evangelio» (VC 33). Al hacerlo, su testimonio da a la Iglesia «un precioso impulso hacia una mayor coherencia evangélica» (VC 3); más aún, podríamos decir que es una «elocuente, aunque con frecuencia silenciosa, predicación del Evangelio» (VC 25). Por eso, en mis dos encíclicas, al igual que en otras ocasiones, no he dejado de señalar el ejemplo de santos y beatos pertenecientes a institutos de vida consagrada. Queridos hermanos y hermanas, alimentad vuestra jornada con la oración, la meditación y la escucha de la palabra de Dios. Vosotros, que tenéis familiaridad con la antigua práctica de la lectio divina, ayudad también a los fieles a valorarla en su vida diaria. Y traducid en testimonio lo que la Palabra indica, dejándoos plasmar por ella que, como semilla caída en terreno bueno, da frutos abundantes. Así seréis siempre dóciles al Espíritu y creceréis en la unión con Dios, cultivaréis la comunión fraterna entre vosotros y estaréis dispuestos a servir generosamente a los hermanos, sobre todo a los necesitados. Que los hombres vean vuestras buenas obras, fruto de la palabra de Dios que vive en vosotros, y den gloria a vuestro Padre celestial (cf. Mt 5,16). * * * UNA VIDA PENITENTE ES PRENDA DE SALVACIÓN De la Exposición de san Juan Crisóstomo sobre los salmos En el salmo sexto se nos habla del verdadero fruto de la penitencia, de los beneficios que producen los sollozos. El corazón contrito está libre de torcidas inclinaciones. Imitemos esta vida: y si alguno pretende burlarse de nosotros, aunque sea rey, no nos preocupe perder su amistad. Nada hay más ignominioso en el hombre, por muy encumbrado que se halle, que estar sometido al vicio. De la misma forma, nada más noble que poseer la virtud, aunque se esté privado de libertad en prisiones. El Señor ha oído la voz de mis sollozos. No dice el salmo: «Ha oído mi voz», simplemente, sino: «La voz de mis sollozos». Amplía mucho más su contenido al mencionar la voz y conjuntamente los sollozos, pues, cuando dice voz, no se refiere a la intensidad del clamor, sino a la disposición interna del alma; y cuando añade sollozos, no se fija tanto en las lágrimas que vierten los ojos, cuanto en el gemido que emerge de lo profundo del corazón. Dios acoge la oración de quien ha elegido el camino de la penitencia, ganándose, además, el precioso don de conmover a los otros y de disponerles a la penitencia de sus culpas y a abandonar la senda que conduce a la perdición. Todos mis enemigos, confusos, retroceden, súbitamente aterrados. Esta súplica es útil, y diría yo que pudorosa e íntima. Quienes viven en el pecado, si se avergüenzan y retroceden confusos, se verán libres de todo vicio. A la manera que nosotros, encontrándonos casualmente con un hombre que se halla perdido, sin rumbo, por lugares tortuosos y en trance de caer en un precipicio, le libramos porque con voz potente le decimos: «Hombre, ¿a dónde vas?». Hay otro precipicio ante tu vista: los pecadores, para los que tú logras que retrocedan de su mala vida. Otro símil: el caballo encabritado, y no reprimido a tiempo, corre el peligro de morir repentinamente. Escojamos, hermanos, la senda de una vida penitente, que es prenda de salvación; tomemos antídotos eficaces contra la perversión del corazón. Porque verdadera penitencia no es la que se proclama con los labios, sino la que se consolida con las obras; es verdadera penitencia la que procede del corazón y borra nuestra iniquidad. Isaías dice: «Lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista». ¿Qué sugiere esta redundancia de palabras? ¿No hubiera bastado con afirmar "quitad vuestras fechorías"? ¿A qué, pues, añadir "de delante de mi vista"? Porque distinta es la mirada de los hombres de la mirada de Dios: El hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón. No falsifiquéis, pues, el verdadero rostro de la penitencia, quiere decir el profeta, sino haced frutos dignos en obras de arrepentimiento sincero ante mi vista, que escruta los secretos más íntimos de vuestro corazón. * * * LA GRACIA DEL TRABAJO Y EL ESPÍRITU DE ORACIÓN (2 R 5) por Optato van Asseldonk, o.f.m.cap. Dice san Francisco en su Regla: «Los hermanos a quienes el Señor ha dado la gracia de trabajar, trabajen fiel y devotamente, de tal suerte que, desechando la ociosidad, enemiga del alma, no apaguen el espíritu de la santa oración y devoción, al cual las demás cosas temporales deben servir» (2 R 5,12). Este es un texto clave, tanto por su contenido como por su influencia en la historia de la Orden desde su origen hasta nuestros días, particularmente en toda verdadera reforma o renovación franciscana. Además, siempre ha sido un criterio fundamental de nuestra vida espiritual. Para Francisco, el trabajo, como cualquier otro bien, es una gracia, o sea, un don, una obra del Señor; y para responder a esa gracia, o sea, para seguirla, debemos trabajar fiel y devotamente. Trabajando así, «en la gracia» y «con la gracia» o en virtud de la misma, se evita la ociosidad y no se apaga el espíritu de la santa oración y devoción. El criterio es sencillo y, en el fondo, transparente y clarísimo: quien sigue la gracia del trabajo, trabajando en gracia e impulsado por ella, necesariamente trabajará fiel y devotamente; en consecuencia, le resultará imposible apagar el espíritu de oración y devoción. En efecto, la gracia, don de Dios, actuación de Dios en nosotros, no puede anular ni impedir el espíritu de oración y devoción. Esto implicaría una verdadera contradicción: la gracia que anula o impide la gracia, la obra de Dios. Pero también hay que aclarar lo contrario: el trabajo, en la medida en que impide o anula el espíritu de oración, no es obra de la gracia, sino de un amor propio o egoísta como, por ejemplo, la vanagloria, el propio provecho, etc. En tal caso, quien actúa en mí, en nosotros... no es la gracia del trabajo sino, como diría Francisco, el espíritu de la carne, nuestro querido «yo». A veces, los autores y traductores, tras las palabras de Francisco «no apaguen el espíritu» (2 R 5,2), citan el texto de san Pablo en el que el Apóstol habla de «no apagar el Espíritu Santo» (1 Tes 5,19). Y ciertamente el espíritu de oración es obra, inspiración, don del Espíritu Santo que nos hace orar como hay que hacerlo: «Nadie puede decir: Señor Jesús, sino en el Espíritu Santo» (1 Cor 12,3). Está claro igualmente que la gracia del trabajo, lejos de apagar el espíritu de oración, lo «sirve» y refuerza, como don de Dios, de modo que todas las demás cosas: la predicación, el estudio, el trabajo, cualquier obra externa material o espiritual y las mismas oraciones..., estén realmente al servicio y para provecho de ese mismo espíritu de oración y devoción, o consagración-dedicación a Dios y al prójimo. Con este criterio o principio, partiendo de la gracia del trabajo y del espíritu de oración, o en otras palabras, de una única acción o inspiración de Dios en el trabajo y en la oración, Francisco garantiza la unidad fundamental de la vida activa y de la contemplativa, por cuanto ambas se basan sobre la misma y única acción-gracia de Dios y del Espíritu Santo, el único que dice y hace todo bien en nosotros. Recordemos, por último, que en este texto de la Regla bulada no se trata de las oraciones o prácticas externas de devoción, sino del espíritu de oración, «al que deben servir las demás cosas temporales» (es decir, las hechas por nosotros en el tiempo y en el espacio o lugar de este mundo, como ejercicios humanos externos) y al que Francisco da la primacía en la vida espiritual. Me parece que es importante hacer una distinción precisa: quien vivifica, quien da vida «espiritual» es el espíritu y no una cierta cantidad de oraciones como tales. Ese espíritu de oración y devoción es el que inspira y anima no sólo toda verdadera oración, sino también todo verdadero trabajo o cualquier otra obra buena, convirtiéndolos en gracia, en obra de Dios y del Espíritu Santo. .

miércoles, 25 de enero de 2017

DÍA 25 DE ENERO: LA CONVERSIÓN DEL APÓSTOL SAN PABLO,SAN GREGORIO NACIANCENO, etc.

LA CONVERSIÓN DEL APÓSTOL SAN PABLO. Saulo de Tarso, fariseo fanático, discípulo de Gamaliel, fue desde muy joven perseguidor de la Iglesia naciente. Pero, cuando iba camino de Damasco para traerse presos a Jerusalén a los cristianos, se le apareció Cristo, lo derribó del caballo y le dijo: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Saulo acabó respondiendo: «¿Señor, qué quieres que haga?» Entró en Damasco y allí lo bautizó Ananías. Ya convertido, volvió a Jerusalén para conocer a Pedro y luego marchó a Tarso, donde permaneció hasta que Bernabé fue a buscarlo y lo integró en la comunidad de Antioquía. Algún tiempo después comenzó su carrera de Apóstol de las Gentes.- Oración: Señor, Dios nuestro, tú que has instruido a todos los pueblos con la predicación del apóstol san Pablo, concede a cuantos celebramos su conversión caminar hacia ti, siguiendo su ejemplo, y ser ante el mundo testigos de tu verdad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. SAN GREGORIO NACIANCENO. Obispo y Doctor de la Iglesia. Nació el año 330 junto a Nacianzo (Capadocia), y se desplazó a diversos lugares por razones de estudio: Cesarea de Palestina, Alejandría y Atenas. Siguió a su amigo Basilio en la vida solitaria, pero fue luego ordenado de sacerdote. El año 381 fue elegido obispo de Constantinopla, pero, debido a las divisiones existentes en aquella iglesia, se retiró a Nacianzo donde murió el 25 de enero de 389 ó 390. Fue llamado el teólogo, por la profundidad de su doctrina y el encanto de su elocuencia. Su memoria se celebra, junto con la de san Basilio, el 2 de enero- Oración: Señor Dios, que te dignaste instruir a tu Iglesia con la vida y doctrina de san Basilio Magno y san Gregorio Nacianceno, haz que busquemos humildemente tu verdad y la vivamos fielmente en el amor. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. Beato Francisco ZiranoBEATO FRANCISCO ZIRANO. Nació en Sassari (Cerdeña, Italia) hacia 1564. Ingresó en los franciscanos conventuales y a los 22 años recibió la ordenación sacerdotal. Las costas sardas eran visitadas con frecuencia por los corsarios. En 1590 cayó prisionero de los piratas argelinos su primo Francisco Serra, también conventual; este hecho marcó su futuro. Con autorización pontificia, recorrió la isla recogiendo ofertas para el pago del rescate de su primo y de otros cautivos, y en 1602, pasando por España, entró en Argelia. Pronto fue arrestado. Siempre se comportó como quería san Francisco de los hermanos que están entre sarracenos: «No entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios y confiesen que son cris! tianos». A quienes pretendían que renegara de su fe, les dijo: «Soy cristiano y religioso de mi padre san Francisco y como tal quiero morir. Y suplico a Dios que os ilumine para que lleguéis a conocerlo». Pidió un confesor antes de morir, pero se lo negaron. Lo desollaron vivo el 25 de enero de 1603 en Argel. Beatificado el 12-X-2014. [Más información] * * * San Agileo. Sufrió el martirio en Cartago (Túnez) en el siglo III o IV. En el aniversario de su muerte, san Agustín le dedicó un sermón en su basílica. San Ananías. Es el discípulo del Señor que acogió a san Pablo en Damasco después de su conversión, le impuso las manos, le devolvió la vista y lo bautizó (Hch 9,10-18). San Artema. Joven cristiano, apóstol entre sus condiscípulos hasta que fue denunciado. La sentencia de muerte la ejecutaron sus mismos compañeros con punzones de escribir, en Pozzuoli (Campania, Italia), en el siglo III o IV. San Bretanión. Era obispo de Tomis (en la actual Rumanía, cerca del Mar Negro) cuando el emperador Valente, arriano, llegó a la ciudad y quiso que la población abrazara el arrianismo. El obispo y con él el clero y el pueblo se opusieron. El emperador desterró al obispo, pero la presión de los fieles hizo que le permitiera regresar. Murió a finales del siglo IV. Santos Juventino y Maximino. Oficiales del ejército romano bajo el imperio de Juliano el Apóstata, que no ocultaron su oposición a las leyes anticristianas y rehusaron sacrificar a los dioses paganos, por lo que fueron degradados, torturados y decapitados en Antioquía de Siria (hoy en Turquía) el año 363. San Palemón. Anacoreta que, en el siglo IV, vivió entregado a la oración y la penitencia en la Tebaida (Egipto); fue maestro de san Pacomio. San Popón. Abad de Stavelot y Malmédy, en Flandes, que difundió en muchos monasterios la observancia cluniacense. De joven optó por la vida militar, pero luego se convirtió a la vida de oración y penitencia. Fue consejero real. Murió en Marchiennes (Flandes) el año 1048. Santos Preyecto (o Proyecto) y Amarino. Preyecto, educado en los monjes, fue elegido obispo de Clermont-Ferrand (Aquitania) el año 606. Fundó numerosos monasterios de monjes y monjas. Fue asesinado, junto con el feligrés Amarino que lo acompañaba, el año 676. Beato Antonio Migliorati. Presbítero, de la Orden de los Ermitaños de San Agustín. Murió en Amándola (Las Marcas, Italia) el año 1450. Beato Antonio Swiadek. Sacerdote diocesano polaco. En medio de grandes dificultades y peligros estuvo ejerciendo su ministerio hasta que fue detenido en 1942 por lo nazis. Estuvo encarcelado y luego fue internado en el campo de concentración de Dachau (Alemania). Agotado por las inhumanas condiciones, los duros trabajos y las miserias, murió en 1945. Beata Arcángela Girlani. Vistió el hábito de las monjas carmelitas el año 1477, en el monasterio de Parma (Italia), del que llegó a ser priora, oficio que también ejerció a partir de 1492 en el nuevo monasterio de Mantua, donde murió el año 1495. Beato Enrique Suso (o Seuze). Sacerdote dominico, autor de obras espirituales de gran altura, que han tenido mucha influencia en la espiritualidad europea. Fue un fiel discípulo de Eckart, y junto con éste y Taulero es uno de los grandes "místicos renanos". Sufrió pacientemente incomprensiones y enfermedades. Su vida interior estaba centrada en la persona de Jesucristo, el Verbo encarnado. Pasó sus últimos años retirado en Ulm (Alemania), donde murió en 1366. Beato Manuel Domingo y Sol. Sacerdote que nació en Tortosa (España) el año 1836, y murió allí mismo en 1909. Ejerció su ministerio en varias parroquias, enseñó religión y fue profesor del seminario, desarrolló un intenso apostolado en el mundo del trabajo, sobre todo entre los jóvenes, fundó colegios de San José, entre ellos el de Roma, para la formación de los sacerdotes, fundó la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, que se encargaron de los mencionados colegios y de muchos seminarios diocesanos. Beata María Antonia (Teresa) Grillo. Cuando viuda y deprimida visitó el Cottolengo de Turín, decidió consagrarse a la atención de los pobres y abandonados, a los que abrió las puertas de su palacio. Fundó la congregación de las Hermanitas de la Divina Providencia, que se extendió por Italia y por América, adonde viajó varias veces. Abrió asilos, orfanatos, escuelas, hospitales. Murió en Alejandría (Italia) el año 1944. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Escribe Pablo a Timoteo: --Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me revistió de fortaleza, y me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio, a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí. Y la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí (1 Tm 1,12-14). Pensamiento franciscano: Oíd, señores hijos y hermanos míos -escribe Francisco a sus frailes-, y prestad oídos a mis palabras: Confesad al Hijo de Dios, porque es bueno, y ensalzadlo en vuestras obras; pues por esa razón os ha enviado al mundo entero, para que de palabra y de obra deis testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay omnipotente sino él (CtaO 5-9). Orar con la Iglesia: Contemplando a san Pablo, convertido a Cristo y elegido apóstol suyo, elevamos nuestra oración confiada a Dios Padre: -Para que la Iglesia viva siempre la preocupación del Apóstol por la salvación de todos los hombres. -Para que en la Iglesia todos nos sintamos enviados a proclamar el Evangelio a toda la creación. -Para que cuantos profesamos la fe que san Pablo predicó, seamos testigos de Cristo ante los hombres. -Para que, leyendo y meditando las cartas de san Pablo, crezca nuestra fe y se traduzca en obras. Oración Escucha, Señor, las súplicas que, avaladas por la intercesión de san Pablo, te dirigimos hoy por las Iglesias de Oriente y de Occidente en el arduo camino de la unidad. Por Jesucristo, nuestro Señor, Amén. * * * LA CONVERSIÓN DEL APÓSTOL SAN PABLO Del libro de los Hechos de los Apóstoles 22,3-16 En aquellos días, dijo Pablo al pueblo de Jerusalén: Yo soy judío, nací en Tarso de Cilicia, pero me crié en esta ciudad; fui alumno de Gamaliel y aprendí hasta el último detalle de la ley de nuestros padres; he servido a Dios con tanto fervor como vosotros mostráis ahora. Yo perseguí a muerte este nuevo camino metiendo en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres; y son testigos de esto el mismo sumo sacerdote y todos los ancianos. Ellos me dieron cartas para los hermanos de Damasco, y fui allí para traerme presos a Jerusalén a los que encontrase, para que los condenaran. Pero en el viaje, cerca ya de Damasco, hacia mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía: --Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo pregunté: --¿Quién eres, Señor? Me respondió: --Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues. Mis compañeros vieron el resplandor, pero no comprendieron lo que decía la voz. Yo pregunté: --¿Qué debo hacer, Señor? El Señor me respondió: --Levántate, sigue hasta Damasco y allí te dirán lo que tienes que hacer. Como yo no veía, cegado por el resplandor de aquella luz, mis compañeros me llevaron de la mano a Damasco. Un cierto Ananías, devoto de la Ley, recomendado por todos los judíos de la ciudad, vino a verme, se puso a mi lado y me dijo: --Saulo, hermano, recobra la vista. Inmediatamente recobré la vista y lo vi. Él me dijo: --El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser su testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído. Ahora no pierdas tiempo; levántate, recibe el bautismo que, por la invocación de su nombre, lavará tus pecados. * * * LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO Y LA ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS De la Homilía de Benedicto XVI el 25-I-08 Queridos hermanos y hermanas: La fiesta de la Conversión de San Pablo nos pone nuevamente en la presencia de este gran Apóstol, escogido por Dios para ser su «testigo ante todos los hombres» (Hch 22,15). Para Saulo de Tarso el momento del encuentro con Cristo resucitado en el camino de Damasco marcó el cambio decisivo de su vida. Se realizó entonces su completa transformación, una auténtica conversión espiritual. En un instante, por intervención divina, el encarnizado perseguidor de la Iglesia de Dios se encontró a sí mismo ciego, inmerso en la oscuridad, pero con el corazón invadido por una gran luz, que lo llevaría en poco tiempo a ser un ardiente apóstol del Evangelio. San Pablo siempre tuvo la certeza de que sólo la gracia divina había podido realizar una conversión semejante. Cuando había dado ya lo mejor de sí, dedicándose incansablemente a la predicación del Evangelio, escribió con renovado fervor: «He trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo» (1 Co 15,10). Sin embargo, incansable como si la obra de la misión dependiera enteramente de sus esfuerzos, san Pablo estuvo siempre animado por la profunda convicción de que toda su fuerza procedía de la gracia de Dios que actuaba en él. Esta tarde, las palabras del Apóstol sobre la relación entre esfuerzo humano y gracia divina resuenan llenas de un significado muy particular. Al concluir la Semana de oración por la unidad de los cristianos, somos aún más conscientes de que la obra del restablecimiento de la unidad, que requiere nuestra energía y nuestro esfuerzo, es en cualquier caso infinitamente superior a nuestras posibilidades. La unidad con Dios y con nuestros hermanos y hermanas es un don que viene de lo alto, que brota de la comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que en ella se incrementa y se perfecciona. No está en nuestro poder decidir cuándo o cómo se realizará plenamente esta unidad. Sólo Dios podrá hacerlo. Como san Pablo, también nosotros ponemos nuestra esperanza y nuestra confianza «en la gracia de Dios que está con nosotros». Queridos hermanos y hermanas, esto es lo que quiere implorar la oración que elevamos juntos al Señor, para que sea él quien nos ilumine y sostenga en nuestra búsqueda constante de la unidad. Así, asume su valor más pleno la exhortación de san Pablo a los cristianos de Tesalónica: «Orad sin cesar» (1 Ts 5,17), que se ha escogido como tema de la Semana de oración de este año. El Apóstol conoce bien a esa comunidad, nacida de su actividad misionera, y alberga grandes esperanzas respecto de ella. Conoce tanto sus méritos como sus debilidades. En efecto, entre sus miembros no faltan comportamientos, actitudes y debates que pueden crear tensiones y conflictos, y san Pablo interviene para ayudar a la comunidad a caminar en la unidad y en la paz. En la conclusión de la carta, con una bondad casi paterna, añade una serie de exhortaciones muy concretas, invitando a los cristianos a fomentar la participación de todos, a sostener a los débiles, a ser pacientes, a no devolver a nadie mal por mal, a buscar siempre el bien, a estar siempre alegres y a dar gracias a Dios en toda circunstancia (cf. 1 Ts 5,12-22). En el centro de estas exhortaciones pone el imperativo «orad sin cesar». En efecto, las demás recomendaciones perderían fuerza y coherencia si no estuvieran sostenidas por la oración. La unidad con Dios y con los demás se construye ante todo mediante una vida de oración, en la búsqueda constante de la «voluntad de Dios en Cristo Jesús con respecto a nosotros» (cf. 1 Ts 5,18). * * * PABLO LO SUFRIÓ TODO POR AMOR A CRISTO De una homilía de san Juan Crisóstomo Qué es el hombre, cuán grande su nobleza y cuánta su capacidad de virtud lo podemos colegir sobre todo de la persona de Pablo. Cada día se levantaba con una mayor elevación y fervor de espíritu y, frente a los peligros que lo acechaban, era cada vez mayor su empuje, como lo atestiguan sus propias palabras: Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante; y, al presentir la inminencia de su muerte, invitaba a los demás a compartir su gozo, diciendo: Estad alegres y asociaos a mi alegría; y, al pensar en sus peligros y oprobios, se alegra también y dice, escribiendo a los corintios: Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos y de las persecuciones; incluso llama a estas cosas armas de justicia, significando con ello que le sirven de gran provecho. Y así, en medio de las asechanzas de sus enemigos, habla en tono triunfal de las victorias alcanzadas sobre los ataques de sus perseguidores y, habiendo sufrido en todas partes azotes, injurias y maldiciones, como quien vuelve victorioso de la batalla, colmado de trofeos, da gracias a Dios, diciendo: Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo. Imbuido de estos sentimientos, se lanzaba a las contradicciones e injurias que le acarreaba su predicación, con un ardor superior al que nosotros empleamos en la consecución de los honores, deseando la muerte más que nosotros deseamos la vida, la pobreza más que nosotros la riqueza, y el trabajo mucho más que otros apetecen el descanso que lo sigue. La única cosa que él temía era ofender a Dios; lo demás le tenía sin cuidado. Por esto mismo, lo único que deseaba era agradar siempre a Dios. Y, lo que era para él lo más importante de todo, gozaba del amor de Cristo; con esto se consideraba el más dichoso de todos, sin esto le era indiferente asociarse a los poderosos y a los príncipes; prefería ser, con este amor, el último de todos, incluso del número de los condenados, que formar parte, sin él, de los más encumbrados y honorables. Para él, el tormento más grande y extraordinario era el verse privado de este amor: para él, su privación significaba el infierno, el único sufrimiento, el suplicio infinito e intolerable. Gozar del amor de Cristo representaba para él la vida, el mundo, la compañía de los ángeles, los bienes presentes y futuros, el reino, las promesas, el conjunto de todo bien; sin este amor, nada catalogaba como triste o alegre. Las cosas de este mundo no las consideraba, en sí mismas, ni duras ni suaves. Las realidades presentes las despreciaba como hierba ya podrida. A los mismos gobernantes y al pueblo enfurecido contra él les daba el mismo valor que a un insignificante mosquito. Consideraba como un juego de niños la muerte y la más variada clase de tormentos y suplicios, con tal de poder sufrir algo por Cristo. LA CONVERSIÓN DE FRANCISCO A CRISTO por Pierre B. Beguin, o.f.m. El joven Francisco estaba «ansioso de gloria», y Dios se sirvió de esa inclinación natural suya para atraerlo y hacerlo pasar de la sed de vanagloria a la ambición de la verdadera gloria (TC 5). Sin duda alguna, Francisco tomó parte en las luchas de Asís por conquistar sus libertades comunales (1198), y, más tarde, en las de la burguesía por asegurar su preponderancia en la ciudad (1200). En los dos casos Francisco compartió sus triunfos. Pero su primer alistamiento militar, en la guerra entre Asís y Perusa, se saldó con un fracaso estrepitoso y un año de prisión en manos del enemigo (TC 4). Si bien salió de ello mortificado en su orgullo patriótico, aquella prolongada camaradería con los caballeros, cuya prisión compartía, no pudo sino halagar su amor propio y exacerbar su sed de grandezas. Vuelto a su casa, el sueño de un castillo lleno de armas, prometido «a él y a sus caballeros», lo confirma en su ambición de hacerse admitir en la nobleza. Lleno de entusiasmo y de confianza en «un porvenir principesco», cuya pompa adopta por adelantado, emprende viaje hacia la Pulla. Pero, en Espoleto, a unos veinte kilómetros de Asís, un segundo sueño echa por tierra todo su proyecto: el «señor», a cuyo servicio quería entrar para convertirse en caballero, no era quien él pensaba, pues había interpretado mal su primer sueño. Trastornado pero dócil, Francisco da marcha atrás en dirección a la casa paterna (TC 5-6). «Señor, ¿qué quieres que haga?» Es sin duda la primera vez que Francisco cuenta con alguien otro. Hay en ello un notable cambio interior que hace nacer en él el «deseo de conformarse a la voluntad divina» (TC 6). No por ello deja de volver a su vida alegre de antes. Hará falta una tercera intervención divina para arrancarlo de ella: después de una opípara merienda, de la que él había sido el anfitrión y rey, pero de la que no había sacado sino melancolía, Francisco sintió súbitamente la visita de Dios bajo la forma de una dulzura enajenadora (TC 7). La novedad e intensidad de esta experiencia de Dios provoca en Francisco una profunda necesidad de interiorización. «Sus amigos, atemorizados, lo contemplan como hombre cambiado en otro» (TC 7). Progresivamente va retirándose Francisco del bullicio del mundo y trata de reencontrar en el fondo de sí mismo al Señor que se la ha manifestado de manera tan inefable. A su búsqueda, Dios responde con visitas cada vez más frecuentes, cuya dulzura da a Francisco el gusto por esos encuentros y, literalmente, «lo arrastra» a una vida de oración (TC 8). Entonces se abre para él el camino de la «conversión», que lo llevará a descubrir «la verdadera vida religiosa que abrazó» más tarde (TC 7). .

martes, 24 de enero de 2017

DÍA 24 DE ENERO: SAN FRANCISCO DE SALES,

SAN FRANCISCO DE SALES. Obispo y doctor de la Iglesia, patrono de los periodistas. Hijo del marqués de Sales, nació en el castillo de Thorens (Saboya, Francia) el año 1566. Recibió una educación esmerada y se doctoró "in utroque iure" en Padua. Ordenado de sacerdote, trabajó intensamente por la renovación de la fe católica en su patria. Nombrado obispo de Ginebra, actuó como un verdadero pastor para con el clero y los fieles, tratando a todos con su proverbial dulzura, instruyéndolos en la fe con su palabra y sus escritos. Recondujo a la comunión católica a muchos, calvinistas y otros, que se habían separado de ella. En sus obras ascético-místicas propone una santidad fundada por entero en el amor de Dios, y accesible a todas las condiciones sociales. Fundó con santa Juana de Chantal la Orden de la Visitación. Murió en Lyón el 28 de diciembre de 1622, y el 24 de enero siguiente fue definitivamente sepultado en Annecy (Saboya).- Oración: Señor, Dios nuestro, tú has querido que el santo obispo Francisco de Sales se entregara a todos generosamente para la salvación de los hombres; concédenos, a ejemplo suyo, manifestar la dulzura de tu amor en el servicio a nuestros hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. BEATA PAULA GAMBARA DE COSTA. Nació el año 1463 en Brescia (Italia), de padres nobles y piadosos. Muy joven fue dada en matrimonio al conde Ludovico A. Costa, hombre de vida disipada. Junto a él, se fue dejando conquistar por sus costumbres mundanas. Pero fue providencial el encuentro con el beato Ángel de Chivasso, franciscano: bajo su dirección abandonó la vida frívola, volvió a la piedad de su adolescencia, ingresó en la Tercera Orden de San Francisco. El conde, que no aprobaba ese cambio en su mujer, se volvió más soberbio, duro, disoluto, y se llevó a su amante al hogar. La preocupación de Paula fue salvar a su marido. Cuando la amante enfermó, Paula la cuidó y la preparó para morir reconciliada con Dios. Finalmente, la bondad de Paula convirtió al conde, que le permitió llevar el hábito franciscano y practicar sus obras de piedad y caridad. Paula quedó viuda y se consagró a educar al hijo y a asistir a los pobres y enfermos. Murió en Bene Vagienna (Cúneo) el 24 de enero de 1515. Paciano M. de BarcelonaBEATO PACIANO MARÍA DE BARCELONA. Nació en Barcelona el año 1916. Cursó brillantemente los estudios de perito mercantil antes de vestir el hábito capuchino. Emitió los votos simples el 25 de marzo de 1936. Pasó luego a la casa de estudios que la Provincia capuchina tenía en el convento de Sarriá-Barcelona, a fin de cursar los estudios de filosofía, pero no pudo empezarlos. En este convento le sorprendió, en julio de 1936, la persecución religiosa. El 19 de aquel mes y año tuvo que salir del convento, y estuvo refugiado durante días en diversos domicilios, hasta que, para mayor seguridad y para no comprometer a los que le acogían, se refugió en una pensión de Barcelona. Allí fue detenido junto con otro estudiante el 21 de enero de 1937. Los milicianos los condujeron a una checa, en la que permanecieron hasta que el 24 de enero de 1937 los sacaron y ejecutaron en el cementerio de Cerdanyola del Vallés (Barcelona). Beatificado el 21-XI-2015. [Más información] * * * San Bábila. Fue obispo de Antioquía de Siria (hoy en Turquía) y sufrió el martirio hacia el año 250 en la persecución del emperador Decio. Con él fueron martirizados tres jóvenes discípulos suyos: Urbano, Prilidano y Epolono, a quienes había instruido en la fe cristiana. San Exuperancio. Fue obispo de Cingoli en las Marcas (Italia), en el siglo V. San Feliciano. Nació hacia el año 160 cerca de Foligno (Italia), ciudad de la que se le considera primer obispo. Evangelizó amplias zonas de la actual Umbría, entre ellas Asís. Murió mártir, ya anciano, hacia la mitad del siglo III, durante la persecución del emperador Decio. San Sabiniano. Sufrió el martirio en Troyes (Campaña-Ardenas) en el siglo III. Beatos Guillermo Ireland y Juan Grove. Guillermo, inglés de nacimiento, ingresó en la Compañía de Jesús en Francia, donde recibió la ordenación sacerdotal, y fue confesor de las clarisas en Gravelines. Cuando en 1677 volvió a Inglaterra, fue a Londres y se hospedó en una casa de la Compañía que estaba a nombre de Juan Grove, ferviente cristiano seglar. Ambos fueron acusados falsamente de conspirar contra el rey Carlos II, y ahorcados en la plaza Tyburn de Londres el 24 de enero de 1679. Beata María Poussepin. Nació en Dourdan (Essonne, Francia), de familia acomodada y religiosa. Ingresó en la Tercera Orden de Santo Domingo. Con algunas otras terciarias organizó un grupo del que nació su fundación, las Hermanas de la Caridad de la Presentación de Nuestra Señora. Consagró su vida al bien de la juventud obrera, al servicio de las parroquias, a la atención de pobres y enfermos. Murió en Sainville, cerca de Chartres, el año 1744. Beato Timoteo Giaccardo. Sacerdote, miembro de la Pía Sociedad de San Pablo. Fue uno de los primeros compañeros del P. Alberione. Formó a muchos discípulos para anunciar al mundo el Evangelio con el uso adecuado de los medios de comunicación social. Murió en Roma el año 1948. Beatos Vicente Lewoniuk y 12 compañeros mártires. Eran polacos, laicos, católicos uniatas, que se negaron a pasar a la Iglesia ortodoxa, y se opusieron a que las tropas del Zar ocuparan su parroquia. Los soldados dispararon contra ellos, y unos murieron allí mismo y otros, malheridos, en sus casas. Esta masacre se produjo en Pratulin, cerca de Siedice (Polonia), el año 1874. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: San Pablo escribe a los Corintios: Hermanos, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu (1 Cor 12,12-13). Pensamiento franciscano: Dice san Francisco a sus hermanos en la Regla: --Deben evitar airarse y conturbarse por el pecado de alguno de los hermanos, porque la ira y la conturbación impiden en sí mismos y en los otros la caridad (2 R 7,3). Orar con la Iglesia: Oremos a Dios Padre por las necesidades de la Iglesia con el deseo sincero de que la palabra de Dios nos convierta: -Por todos los que en la Iglesia creen, sufren y esperan, para que el Espíritu Santo los conforte y les haga ver la cercanía de los demás. -Por todos los pueblos de la tierra, para que la acción misteriosa del Espíritu suscite apóstoles que, como Pablo, lleven el Evangelio a todas las lenguas y culturas. -Por los que viven en el error o la indiferencia, para que experimenten su propio «camino de Damasco» y se conviertan a su Señor. -Por los que comemos del mismo pan y bebemos del mismo cáliz en la mesa del Señor, para que formemos un solo cuerpo y tengamos un solo espíritu. -Por todos los creyentes cristianos, para que no sólo «oigamos» la palabra de Dios, sino que la «escuchemos» y proclamemos. Oración: Escucha, Padre, las plegarias y anhelos de tus hijos, que queremos vivir en la unidad que nos pidió tu Hijo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. * * * «ESCUCHARNOS» Y NO SÓLO «OÍRNOS» Benedicto XVI, Audiencia general del 24-I-07 Queridos hermanos y hermanas: Mañana concluye la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que este año tiene por tema las palabras del evangelio de san Marcos: «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Mc 7,37). También nosotros podríamos repetir estas palabras, que expresan la admiración de la gente ante la curación de un sordomudo realizada por Jesús, al ver el maravilloso florecimiento del compromiso por el restablecimiento de la unidad de los cristianos. Al repasar el camino de los últimos cuarenta años, sorprende cómo el Señor nos ha despertado del sopor de la autosuficiencia y de la indiferencia; cómo nos hace cada vez más capaces de «escucharnos» y no sólo de «oírnos»; cómo nos ha soltado la lengua, de manera que la oración que elevamos a él tenga más fuerza de convicción para el mundo. Sí, es verdad, el Señor nos ha concedido abundantes gracias y la luz de su Espíritu ha iluminado a muchos testigos. Estos han demostrado que todo se puede alcanzar orando, cuando sabemos obedecer con confianza y humildad al mandamiento divino del amor y adherirnos al anhelo de Cristo por la unidad de todos sus discípulos. «La preocupación por el restablecimiento de la unión -afirma el concilio Vaticano II- atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como a los pastores; y afecta a cada uno según su propia capacidad, tanto en la vida cristiana diaria como en las investigaciones teológicas e históricas» (Unitatis redintegratio, 5). El primer deber común es el de la oración. Orando, y orando juntos, los cristianos toman mayor conciencia de su condición de hermanos, aunque todavía estén divididos; y orando aprendemos mejor a escuchar al Señor, pues sólo escuchando al Señor y siguiendo su voz podemos encontrar el camino de la unidad. Ciertamente, el ecumenismo es un proceso lento, a veces, incluso tal vez desalentador cuando se cede a la tentación de «oír» y no de «escuchar», de decir medias verdades, en vez de proclamarlas con valentía. No es fácil salir de una «sordera cómoda», como si el Evangelio inalterado no tuviera la capacidad de volver a florecer, reafirmándose como levadura providencial de conversión y de renovación espiritual para cada uno de nosotros. El ecumenismo, como decía, es un proceso lento, es un camino lento y de subida, como todo camino de arrepentimiento. Sin embargo, es un camino que, después de las dificultades iniciales y precisamente en ellas, presenta también grandes espacios de alegría, pausas refrescantes, y permite de vez en cuando respirar a pleno pulmón el aire purísimo de la comunión plena. La experiencia de estas últimas décadas, después del concilio Vaticano II, demuestra que la búsqueda de la unidad entre los cristianos se lleva a cabo en diferentes niveles y en innumerables circunstancias: en las parroquias, en los hospitales, en los contactos entre la gente, en la colaboración entre las comunidades locales en todas las partes del mundo, y especialmente en las regiones donde realizar un gesto de buena voluntad en favor de un hermano exige un gran esfuerzo y también una purificación de la memoria. En este contexto de esperanza, salpicado de pasos concretos hacia la comunión plena de los cristianos, se sitúan también los encuentros y los acontecimientos que marcan constantemente mi ministerio, el ministerio del Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia universal. (...) Nos encomendamos a la constante intercesión de la Madre de Dios y de nuestros santos protectores, para que nos sostengan y nos ayuden a no desistir de los buenos propósitos; para que nos impulsen a intensificar nuestros esfuerzos, orando y trabajando con confianza, con la certeza de que el Espíritu Santo hará el resto. Nos dará la unidad completa como quiera y cuando quiera. Y, fortalecidos por esta confianza, sigamos adelante por el camino de la fe, de la esperanza y de la caridad. El Señor nos guía. * * * LA DEVOCIÓN SE HA DE EJERCITAR DE DIVERSAS MANERAS De la "Introducción a la vida devota" de san Francisco de Sales En la misma creación, Dios creador mandó a las plantas que diera cada una fruto según su propia especie: así también mandó a los cristianos, que son como las plantas de su Iglesia viva, que cada uno diera un fruto de devoción conforme a su calidad, estado y vocación. La devoción, insisto, se ha de ejercitar de diversas maneras, según que se trate de una persona noble o de un obrero, de un criado o de un príncipe, de una viuda o de una joven soltera, o bien de una mujer casada. Más aún: la devoción se ha de practicar de un modo acomodado a las fuerzas, negocios y ocupaciones particulares de cada uno. Dime, te ruego, mi Filotea, si sería lógico que los obispos quisieran vivir entregados a la soledad, al modo de los cartujos; que los casados no se preocuparan de aumentar su peculio más que los religiosos capuchinos; que un obrero se pasara el día en la iglesia, como un religioso; o que un religioso, por el contrario, estuviera continuamente absorbido, a la manera de un obispo, por todas las circunstancias que atañen a las necesidades del prójimo. Una tal devoción ¿por ventura no sería algo ridículo, desordenado o inadmisible? Y, con todo, esta equivocación absurda es de lo más frecuente. No ha de ser así; la devoción, en efecto, mientras sea auténtica y sincera, nada destruye, sino que todo lo perfecciona y completa, y, si alguna vez resulta de verdad contraria a la vocación o estado de alguien, sin duda es porque se trata de una falsa devoción. La abeja saca miel de las flores sin dañarlas ni destruirlas, dejándolas tan íntegras, incontaminadas y frescas como las ha encontrado. Lo mismo, y mejor aún, hace la verdadera devoción: ella no destruye ninguna clase de vocación o de ocupaciones, sino que las adorna y embellece. Del mismo modo que algunas piedras preciosas bañadas en miel se vuelven más fúlgidas y brillantes, sin perder su propio color, así también el que a su propia vocación junta la devoción se hace más agradable a Dios y más perfecto. Esta devoción hace que sea mucho más apacible el cuidado de la familia, que el amor mutuo entre marido y mujer sea más sincero, que la sumisión debida a los gobernantes sea más leal, y que todas las ocupaciones, de cualquier clase que sean, resulten más llevaderas y hechas con más perfección. Es, por tanto, un error, por no decir una herejía, el pretender excluir la devoción de los regimientos militares, del taller de los obreros, del palacio de los príncipes, de los hogares y familias; hay que admitir, amadísima Filotea, que la devoción puramente contemplativa, monástica y religiosa no puede ser ejercida en estos oficios y estados; pero, además de este triple género de devoción, existen también otros muchos y muy acomodados a las diversas situaciones de la vida seglar. Así pues, en cualquier situación en que nos hallemos, debemos y podemos aspirar a la vida de perfección. * * * S. FRANCISCO DE ASÍS. UTOPÍA Y REALISMO (y II) por Javier Garrido, o.f.m. Un talante humanista Dentro de la hagiografía, Francisco no sólo inspira a creyentes, sino también a humanistas ateos. Se debe a la exaltación de su figura por parte del pensamiento romántico del siglo pasado, el XIX. Le tocó vivir en la primera alborada del humanismo, en las primeras conquistas de las libertades individuales. Y de hecho, los movimientos que nacieron de él, instituciones religiosas y seglares, llamaron la atención por su ideal de fraternidad e igualdad. Sin embargo, jamás tuvo conciencia de reformador social. Su humanismo bebía de aquel instinto suyo para actualizar el fermento vivo del evangelio. Basta leer atentamente (habría que cantarlo, como él, en éxtasis de adoración) su incomparable Cántico del hermano Sol para comprender de un golpe la fuente de su humanismo: la reconciliación cósmica soñada por Israel, inaugurada por Jesús al proclamar la paternidad universal de Dios, presente en el corazón por la fuerza del Espíritu Santo. Ya su primer biógrafo, Celano, apunta certeramente: «A todas las criaturas las llamaba hermanas, pues había llegado a la gloriosa libertad de los hijos de Dios». En momentos históricos como el presente, en que el hombre siente deteriorarse todo valor humano, e incluso los fundamentos naturales de nuestra existencia, es normal que Francisco sea reivindicado por ecologistas, militantes cristianos y líderes de distintas ideologías religiosas. Todos sentimos lo mismo: el hombre se salvará si, como Francisco, vuelve al espíritu de las bienaventuranzas, a la sencillez y pureza de corazón, a creer en la fuerza transformadora del amor. Utopía y realismo Como vemos, la espiritualidad franciscana se confunde con el carisma de un hombre que sigue ofreciendo a la Iglesia y al mundo la transparencia de una utopía, que a casi todos nosotros nos parece eso, una utopía inalcanzable, y a él, no, sino el don incomprensible de la nueva creación, el Reino. ¿Por qué? Porque fue un pobre de Dios, un pequeño del Reino. Desde entonces le llamamos el «poverello». Y desde entonces, gracias a él, el creyente reconoce en el evangelio la utopía que dinamiza la historia. Es verdad que a veces confundimos la fuerza de la fe con las fantasías de nuestros deseos; pero Francisco nos ha ayudado a confiar en la bondad original del ser por encima de nuestros maniqueísmos. Es verdad que tendemos a proyectar en su figura la ilusión de nuestros sueños frustrados; pero él nos ha enseñado a esperar contra toda esperanza, y ¿cómo podríamos vivir si la vida humana no fuese la aventura del Absoluto? Es verdad que, en este sentido, Francisco es peligroso; provoca lo mejor de nosotros mismos. Ciertamente, no es un realista, incluso habría que decir que su espiritualidad apenas si tiene en cuenta la complejidad del proceso de la conversión (compárese, por ejemplo, con los Ejercicios de san Ignacio de Loyola). Y, sin embargo, lo preferimos así: radical y hasta ingenuo, profeta arrebatado por el amor incontenible y humilde hasta el barro. ¿Cómo pudo hacer semejante síntesis? Por eso, más que un sistema de espiritualidad, lo que él nos dejó fue su presencia, el élan tan personal de su modo de ser cristiano. .

lunes, 23 de enero de 2017

III Domingo del Tiempo Ordinario 22 de enero de 2017:

PRIMERA LECTURA LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 8, 23b-9, 3 En otro tiempo, humilló el Señor la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí, pero luego ha llenado de gloria el camino del mar, el otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y de sombras de muerte, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián. Palabra de Dios. Salmo Sal 26,1.4.13-14 R/. El Señor es mi luz y mi salvación V/. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? R/. V/. Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo. R/. V/. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor. R/. SEGUNDA LECTURA LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 1, 10-13. 17 Queridos hermanos: Os ruego en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir. Pues, hermanos, me he enterado por los de Cloe de que hay discordias entre vosotros. Y yo os digo esto porque cada cual anda diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo». ¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿Fuisteis bautizados en nombre de Pablo? Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo. Palabra de Dios. EVANGELIO LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 4, 12-23 En aquel tiempo, al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló». Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Pasando junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Jesús recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Palabra del Señor. RECONCILIACIÓN: EL AMOR DE CRISTO NOS APREMIA Por José María Martín OSA 1.- Octavario de oración por la unidad de los cristianos. Celebramos en estos días la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, haciendo nuestro el deseo del Señor expresado en su oración a Dios Padre en la última cena: «que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea» (Jn 17, 21). El lema de este año 2017 es «Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia». Este lema se inspira en un pasaje del capítulo quinto de la segunda carta de san Pablo a los Corintios (2 Cor 5, 14-20). En este texto el Apóstol habla de la obra reconciliadora de Dios por medio de la muerte de Jesucristo y del cambio que se produce en los que viven «en Cristo». El cartel del octavario recoge un instante del encuentro, en la catedral de Lund (Suecia), entre el papa Francisco y el obispo luterano Munib Younan, el 31 de octubre de 2016, en conmemoración de los 500 años de la Reforma luterana. Si seguimos a Jesucristo intentaremos hacer realidad su deseo de que todos seamos uno. Seguimiento y conversión es lo que nos pide el evangelio de hoy. Pablo en la Primera Carta a los Corintios hace una llamada a la unidad, pues Cristo no está dividido y en su nombre hemos sido todos bautizados. 2.- Comienzo de la misión: los pobres son evangelizados. Jesús comienza su predicación en la "Galilea de los gentiles", al otro lado del Jordán. Es en el Norte, en el territorio de Neftalí y Zabulón, tribus habitadas por gentes consideradas por los judíos como paganos debido a la "contaminación" con otras religiones e ideas, que desde el siglo VIII antes de Cristo habían sufrido con la invasión de los asirios. Muchos fueron deportados a las ciudades de Asiría y volvieron transformados, allí también se instalaron extranjeros que traían consigo otras vivencias religiosas. El evangelista recoge las palabras del profeta Isaías, al señalar esta tierra como llena de tinieblas y de sombra. Pero una luz grande va a brillar sobre ellos. Allí aparece Jesucristo, luz que ilumina la oscuridad y que elimina las tinieblas. Jesús prefiere empezar su ministerio público precisamente en territorio semipagano. Cafarnaún, junto al lago, será su pueblo y de allí saldrán sus primeros discípulos unos pobres pescadores. El lugar y las personas elegidas desconciertan, pero son un signo de lo que significa el anuncio de la Buena Noticia, que va dirigido en primer lugar a los pobres, a los sencillos y los a los considerados ateos. En El, en expresión de San Agustín, "pueden anidar todos los pájaros los grandes y los pequeños". Su llamada se extiende a todos. ¿Has escuchado tú la llamada de Jesús? 3. - La conversión y la llegada del Reino del reino de Dios. Esto es lo que anuncia Jesús. No es la primera, la conversión, la que hace posible que llegue el segundo, el reino de los cielos, sino que es precisamente la instauración del reino lo que dará origen al hombre nuevo, transformado, convertido. El texto dice "reino de los cielos", pero esto no quiere decir que se trate de algo que está después o por encima de este mundo. El reino comienza ya aquí y ahora y necesita de colaboradores que hagan posible su extensión como grano de mostaza. ¿Qué es el reino? Es una nueva forma de vida basada en el amor. Hasta diez parábolas utilizará Jesús para explicarlo. Lo que está claro es que para que el reino sea posible son necesarias nuevas actitudes y nuevos valores, y esto es la conversión a la que se refiere Jesús. Este tono es distinto del talante amenazador del Bautista. Jesús invita a los primeros discípulos a ser constructores del reino. También nos invita a nosotros. ¿Has tomado conciencia de tu compromiso por el reino? 4. - La adhesión a la persona de Cristo es la clave. "Venid y seguidme". Esta es la llamada de Jesús. Ellos le siguen, dejándolo todo. El seguimiento de Jesús será una de las categorías fundamentales que definen el discipulado. Así llegará a decir posteriormente: "El que no tome su cruz y me siga no es digno de mí" (Mt 10,38). El seguimiento no se limita a gestos superficiales, sino que lleva hasta la entrega de la propia persona. En Israel los discípulos buscan al maestro de la Torá, la Ley. En cambio aquí es Jesús el que elige. La condición del discípulo de los rabinos es transitoria, mientras que para el discípulo de Jesús está marcada por un destino que se realiza en la comunión de vida y de muerte con su Maestro. El seguimiento no se limita a la aceptación histórica de Jesús, sino que supone la entrega a Él y la identificación con El y al mismo tiempo la asunción de su causa: la atención compasiva hacia los pobres y marginados. La adhesión a la persona de Cristo es la base de la moral, del comportamiento del cristiano. Si te adhieres a su persona, también asumes sus actitudes y valores. La moral cristina no es un mero cumplimiento de normas, sino que se basa en el "seguimiento de Jesús". Pregúntate ¿Qué pide El de ti?, ¿qué espera El de ti? ¿Qué haría El en tu circunstancia? 5.- El Papa Juan Pablo II lo recordaba en la encíclica "Veritatis splendor": "Seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana: como el pueblo de Israel seguía a Dios, que lo guiaba por el desierto hacia la tierra prometida, así el discípulo debe seguir a Jesús, hacia el cual le atrae el mismo Padre". Todos los bautizados nos decimos seguidores de Jesús, por tanto Él es el que nos une y el que nos guía REFLEXIÓN Autor: SS. Benedicto XVI Ángelus Plaza de San Pedro Domingo 27 de enero de 2008 Queridos hermanos y hermanas: En la liturgia de hoy el evangelista san Mateo, que nos acompañará durante todo este año litúrgico, presenta el inicio de la misión pública de Cristo. Consiste esencialmente en el anuncio del reino de Dios y en la curación de los enfermos, para demostrar que este reino ya está cerca, más aún, ya ha venido a nosotros. Jesús comienza a predicar en Galilea, la región en la que creció, un territorio de "periferia" con respecto al centro de la nación judía, que es Judea, y en ella, Jerusalén. Pero el profeta Isaías había anunciado que esa tierra, asignada a las tribus de Zabulón y Neftalí, conocería un futuro glorioso: el pueblo que caminaba en tinieblas vería una gran luz (cf. Is 8, 23-9, 1), la luz de Cristo y de su Evangelio (cf. Mt 4, 12-16). El término "evangelio", en tiempos de Jesús, lo usaban los emperadores romanos para sus proclamas. Independientemente de su contenido, se definían "buenas nuevas", es decir, anuncios de salvación, porque el emperador era considerado el señor del mundo, y sus edictos, buenos presagios. Por eso, aplicar esta palabra a la predicación de Jesús asumió un sentido fuertemente crítico, como para decir: Dios, no el emperador, es el Señor del mundo, y el verdadero Evangelio es el de Jesucristo. La "buena nueva" que Jesús proclama se resume en estas palabras: "El reino de Dios —o reino de los cielos— está cerca" (Mt 4, 17; Mc 1, 15). ¿Qué significa esta expresión? Ciertamente, no indica un reino terreno, delimitado en el espacio y en el tiempo; anuncia que Dios es quien reina, que Dios es el Señor, y que su señorío está presente, es actual, se está realizando. Por tanto, la novedad del mensaje de Cristo es que en él Dios se ha hecho cercano, que ya reina en medio de nosotros, como lo demuestran los milagros y las curaciones que realiza. Dios reina en el mundo mediante su Hijo hecho hombre y con la fuerza del Espíritu Santo, al que se le llama "dedo de Dios" (cf. Lc 11, 20). El Espíritu creador infunde vida donde llega Jesús, y los hombres quedan curados de las enfermedades del cuerpo y del espíritu. El señorío de Dios se manifiesta entonces en la curación integral del hombre. De este modo Jesús quiere revelar el rostro del verdadero Dios, el Dios cercano, lleno de misericordia hacia todo ser humano; el Dios que nos da la vida en abundancia, su misma vida. En consecuencia, el reino de Dios es la vida que triunfa sobre la muerte, la luz de la verdad que disipa las tinieblas de la ignorancia y de la mentira. Pidamos a María santísima que obtenga siempre para la Iglesia la misma pasión por el reino de Dios que animó la misión de Jesucristo: pasión por Dios, por su señorío de amor y de vida; pasión por el hombre, encontrándolo de verdad con el deseo de darle el tesoro más valioso: el amor de Dios, su Creador y Padre. Centenario de Fátima: Haced penitencia y rezad por la conversión de los pecadores.
DÍA 23 DE ENERO SAN ILDEFONSO. Nació en Toledo, de noble familia, sobre el año 606. De joven estuvo en Sevilla estudiando junto a san Isidoro. Vuelto a su ciudad natal, profesó pronto en el monasterio de Agalí, en las afueras de Toledo, uno de los más insignes de la España visigoda, del que llegó a ser abad. El año 657, a la muerte de su tío san Eugenio, lo eligieron para sucederle en la silla metropolitana. Pastor celoso, reformador, lleno de espíritu de sabiduría y prudencia, desarrolló una gran labor catequética. Escribió magníficos tratados de teología y libros litúrgicos; su obra "De viris illustribus" es como una continuación de las "Etimologías" de san Isidoro. Destacó por su devoción a la Virgen María, cuya virginidad perpetua defendió. Según la tradición, la Virgen se le apareció en la catedral, alabó su labor y le regaló una casulla preciosa. Murió el 23 de enero del año 667. Su cuerpo fue trasladado a Zamora.- Oración: Dios todopoderoso, que hiciste a san Ildefonso insigne defensor de la virginidad de María, concede a los que creemos en este privilegio de la Madre de tu Hijo sentirnos amparados por su poderosa y materna intercesión. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. SANTA MARIANA COPE DE MOLOKAI. Nació en Heppenheim (Alemania) en 1838. Al año siguiente su familia emigró a Estados Unidos y se estableció en Útica. A los 15 años quiso entrar en el convento, pero tuvo que trabajar para ayudar económicamente a los suyos. En 1862 ingresó en las religiosas de la Tercera Orden de San Francisco de Syracuse (N. Y., USA). Trabajó para pobres y emigrantes en colegios y hospitales de su Congregación, en la que asumió cargos de gran responsabilidad. En 1883 marchó a las islas Hawai, para atender a los leprosos. Allí, en situaciones extremas, se consagró al cuidado de pobres y enfermos, promocionó la vida, productividad y trabajo de la gente, organizó hospitales, colaboró en la obra del padre Damián y la continuó, y así, durante 35 años, amó y sirvió a los leprosos en las islas de Maui y Molokai, donde murió el 9 de agosto de 1918. Fue beatificada el año 2005 por Benedicto XVI, quien estableció que su memoria se celebre el 23 de enero. Canonizada el 21-X-2012. [Más información] * * * San Amasio. Obispo de Teano (Italia). Se considera que procedía de Oriente, y que fue enviado por el papa Julio I a predicar en la Campania la fe católica, defendiendo la divinidad de Cristo frente al arrianismo. Murió hacia el año 356. San Andrés Chong Hwa Gyong. Catequista y mártir coreano. Durante la persecución estatal, ayudó al santo obispo Lorenzo Imbert y convirtió su casa en refugio de cristianos, por lo que fue perseguido, sometido a crueles tormentos y finalmente estrangulado en la cárcel de Seúl el año 1840. Santos Clemente, obispo, y Agatángelo. Sufrieron el martirio a principios del siglo IV, durante la persecución del emperador Diocleciano, cerca de Ancara, la actual capital de Turquía. Santa Emerenciana. Sufrió el martirio en Roma hacia el año 304, y fue sepultada en la vía Nomentana, en el cementerio Mayor, cerca del sepulcro de santa Inés. San Maimbodo. Fue un irlandés que, en el siglo VIII, se hizo peregrino y luego vivió como ermitaño en Dampierre, territorio de Besançon (Francia). Lo asesinaron unos ladrones. Santos Severiano y Áquila. Esposos y mártires que, en el siglo III, fueron quemados vivos en Cesarea de Mauritania (Argelia) a causa de su fe cristiana. Beato Arnoldo Cirilo. Nació en Viladomat (Gerona) en 1890. Profesó en los Hermanos de las Escuelas Cristianas en 1909. Su último destino fue Mollerusa (Lérida). Como religioso y como apóstol manifestó profunda piedad, estricta regularidad y gran celo; profesó especial devoción a san José. Cuando estalló la persecución religiosa, los milicianos obligaron a desalojar la casa de Mollerusa, la saquearon y se ensañaron con los símbolos religiosos. Él buscó refugio, lo detuvieron y fue a parar a Lérida, a una iglesia convertida en cárcel. El 23 de enero de 1937 lo sacaron y lo fusilaron en el cementerio de la ciudad. Beatificado el 13-X-2013. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: San Pablo escribe a los Efesios: --Hermanos, esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, entre todos y en todos (Ef 4,3-6). Pensamiento franciscano: Dice san Francisco en su Regla: --Guárdense todos los hermanos de turbarse o airarse por el pecado o mal de algún otro hermano, porque el diablo quiere echar a perder a muchos por el delito de uno solo; por el contrario, ayuden espiritualmente como mejor puedan al que pecó, porque no necesitan médico los sanos sino los que están mal (1 R 5,7-8). Orar con la Iglesia: Oremos al Padre, Dios de todo consuelo, por la unidad de todos los cristianos, y pidámosle: -Que nos dé un corazón sensible ante los sufrimientos y preocupaciones de todas las Iglesias. -Que las relaciones entre los cristianos de las diferentes confesiones estén inspiradas en nuestra condición de hijos de un mismo Padre. -Que todos cuantos creemos en Cristo seamos testigos fieles de su Evangelio en nuestras palabras y en el trato mutuo. -Que en el amor, que es Dios, no juzguemos y condenemos a los demás, sino que les ofrezcamos nuestra acogida y afecto fraterno. Oración: Escucha Padre la oración de tus hijos y concédenos vivir en la paz que tu Hijo nos dejó a todos como herencia. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. * * * LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS, DON DEL ESPÍRITU De la Homilía de Benedicto XVI el 25-I-06 Queridos hermanos y hermanas: La aspiración de toda comunidad cristiana y de cada uno de los fieles a la unidad, y la fuerza para realizarla, son un don del Espíritu Santo y son paralelas a una fidelidad cada vez más profunda y radical al Evangelio (cf. Ut unum sint, 15). Somos conscientes de que en la base del compromiso ecuménico se encuentra la conversión del corazón, como afirma claramente el concilio Vaticano II: «El auténtico ecumenismo no se da sin la conversión interior, porque los deseos de unidad brotan y maduran como fruto de la renovación de la mente, de la negación de sí mismo y de una efusión libérrima de la caridad» (Unitatis redintegratio, 7). «Deus caritas est», «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). Sobre esta sólida roca se apoya toda la fe de la Iglesia. En particular, se basa en ella la paciente búsqueda de la comunión plena entre todos los discípulos de Cristo: fijando la mirada en esta verdad, cumbre de la revelación divina, las divisiones, aunque conserven su dolorosa gravedad, parecen superables y no nos desalientan. El Señor Jesús, que con la sangre de su Pasión derribó «el muro de separación», «la enemistad» (Ef 2,14), ciertamente concederá a los que lo invocan con fe la fuerza para cicatrizar cualquier herida. Pero es preciso recomenzar siempre desde aquí: «Deus caritas est». El auténtico amor no anula las diferencias legítimas, sino que las armoniza en una unidad superior, que no se impone desde fuera; más bien, desde dentro, por decirlo así, da forma al conjunto. Es el misterio de la comunión, que, como une al hombre y la mujer en la comunidad de amor y de vida que es el matrimonio, forma a la Iglesia como comunidad de amor, juntando en la unidad a una multiforme riqueza de dones, de tradiciones. Al servicio de esa unidad de amor está la Iglesia de Roma, que, según la expresión de san Ignacio de Antioquía, «preside en la caridad» (Ad Rom., 1,1). Las dos breves lecturas bíblicas de la liturgia vespertina de hoy están profundamente unidas por el tema del amor. En la primera, la caridad divina es la fuerza que transforma la vida de Saulo de Tarso y lo convierte en el Apóstol de las gentes. Escribiendo a los cristianos de Corinto, san Pablo confiesa que la gracia de Dios ha obrado en él el acontecimiento extraordinario de la conversión: «Por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí» (1 Co 15,10). Por una parte, siente el peso de haber impedido la difusión del mensaje de Cristo, pero al mismo tiempo vive con la alegría de haberse encontrado con el Señor resucitado y haber sido iluminado y transformado por su luz. Recuerda constantemente ese acontecimiento que cambió su existencia, acontecimiento tan importante para la Iglesia entera, que en los Hechos de los Apóstoles se hace referencia a él tres veces (cf. Hch 9,3-9; 22,6-11; 26,12-18). En el camino de Damasco, Saulo escuchó la desconcertante pregunta: «¿Por qué me persigues?». Cayendo en tierra, turbado en su interior, preguntó: «¿Quién eres, Señor?», y obtuvo la respuesta que está en la raíz de su conversión: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hch 9,4-5). Pablo comprendió en un instante lo que después expresaría en sus escritos: que la Iglesia forma un solo cuerpo, cuya cabeza es Cristo. Así, de perseguidor de los cristianos se convirtió en el Apóstol de las gentes. En el pasaje evangélico de san Mateo que se acaba de proclamar, el amor actúa como principio de unión de los cristianos y hace que su oración unánime sea escuchada por el Padre celestial. Dice Jesús: «Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, se lo concederá mi Padre que está en los cielos» (Mt 18,19). El verbo que usa el evangelista para decir «se ponen de acuerdo» es synphonesosin, que encierra la referencia a una «sinfonía» de corazones. Esto es lo que influye en el corazón de Dios. Así pues, el acuerdo en la oración resulta importante para que la acoja el Padre celestial. El pedir juntos implica ya un paso hacia la unidad entre los que piden. Ciertamente, eso no significa que la respuesta de Dios esté, de alguna forma, determinada por nuestra petición. Como sabemos bien, la anhelada realización de la unidad depende, en primer lugar, de la voluntad de Dios, cuyo designio y cuya generosidad superan la comprensión del hombre e incluso sus peticiones y expectativas. Precisamente contando con la bondad divina, intensifiquemos nuestra oración común por la unidad, que es un medio necesario y muy eficaz, como recordó Juan Pablo II en la encíclica Ut unum sint: «En el camino ecuménico hacia la unidad, la primacía corresponde sin duda a la oración común, a la unión orante de quienes se congregan en torno a Cristo mismo» (n. 22). Analizando más profundamente estos versículos evangélicos, comprendemos mejor la razón por la cual el Padre acogerá positivamente la petición de la comunidad cristiana: «Porque -dice Jesús- donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Es la presencia de Cristo la que hace eficaz la oración común de los que se reúnen en su nombre. * * * EN EL BAUTISMO, CRISTO ES QUIEN BAUTIZA Del "Libro sobre el conocimiento de bautismo" de san Ildefonso de Toledo Vino el Señor para ser bautizado por el siervo. Por humildad, el siervo lo apartaba, diciendo: Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Pero, por justicia, el Señor se lo ordenó, respondiendo: Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. Después de esto, declinó el bautismo de Juan, que era bautismo de penitencia y sombra de la verdad, y empezó el bautismo de Cristo, que es la verdad, en el cual se obtiene la remisión de los pecados, aun cuando no bautizase Cristo, sino sus discípulos. En este caso, bautiza Cristo, pero no bautiza. Y las dos cosas son verdaderas: bautiza Cristo, porque es él quien purifica, pero no bautiza, porque no es él quien baña. Sus discípulos, en aquel tiempo, ponían las acciones corporales de su ministerio, como hacen también ahora los ministros, pero Cristo ponía el auxilio de su majestad divina. Nunca deja de bautizar el que no cesa de purificar; y, así, hasta el fin de los siglos, Cristo es el que bautiza, porque es siempre él quien purifica. Por tanto, que el hombre se acerque con fe al humilde ministro, ya que éste está respaldado por tan gran maestro. El maestro es Cristo. Y la eficacia de este sacramento reside no en las acciones del ministro, sino en el poder del maestro, que es Cristo. * * * S. FRANCISCO DE ASÍS. UTOPÍA Y REALISMO por Javier Garrido, o.f.m. En el principio de una espiritualidad siempre aparece un hombre carismático. En el caso de la franciscana, Francisco de Asís tiende a desbaratar toda pretensión de sistematizarla en forma de cosmovisión o de reflexión específica. ¿Por qué? Se lo preguntaba ya uno de sus compañeros, Maseo: «¿Por qué a ti, por qué todo el mundo va detrás de ti?». ¿No es acaso el secreto irreductible de Francisco dentro de la historia de la santidad cristiana? La espiritualidad evangélica que él puso en marcha y sigue inspirando hoy a tantos creyentes consiste, por encima de todo, en el carisma personalísimo de ser él mismo, Francisco, esa síntesis señera de radical identidad humana y fiel reflejo de Jesús. Es como si, por primera vez, al contacto con uno de nosotros, se nos despertase la nostalgia íntima del evangelio, más concretamente, de aquella vida e historia insobrepasables, las de Jesús. ¡Nos cuesta tanto creer que nuestra vocación de discípulos sólo podrá ser cumplida cuando Cristo sea todo en cada uno de nosotros! La experiencia de Francisco Podemos acercarnos a ella a través de dos cauces: las biografías primitivas y sus escritos. Estos últimos tienen, sin duda, prioridad. La primera sensación, inmediata y feliz: escritos y experiencia, palabra y existencia, se funden. Y basta una actitud de atenta receptividad para sentirnos remozados por dentro. Ninguno tiene la pretensión de ser un sistema doctrinal. Y no sólo porque casi todos son escritos de ocasión, sino porque Francisco no era un intelectual, sino un profeta. Y se le nota: clarividencia en los núcleos, pedagogía espiritual que va directamente al corazón del creyente, coherencia entre expresión y convicción. Tiene algo de intransferible, cuando la unidad de conciencia posibilita en el hombre aquella creatividad que se percibe brotar de lo hondo muy hondo. Pero lo curioso es que dicha unidad de conciencia no tiene en él los rasgos de la genialidad. En cada párrafo aparece atraída «desde arriba». Tropezamos siempre con esta paradoja: nunca tan vivo y palpitante como en sus escritos, y nunca más inaprensible. ¿No es verdad que el misterio de un santo permanece velado? La unicidad insobornable de Francisco, como la de cada uno de nosotros, tiene su hogar en la Palabra. Francisco nos lo recuerda; es uno de los rasgos característicos de su espiritualidad. El primado del evangelio La Palabra selló su existencia, y esto de un modo determinante y preciso: «Nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo evangelio. Y yo la hice escribir en pocas palabras y sencillamente» (Test 14). El Espíritu volvía a suscitar en su Iglesia el seguimiento de Jesús en pobreza y humildad. Francisco quería cumplir simplemente la vida y doctrina del Señor. No fue original en el propósito, sino en llevarlo a cabo. A diferencia de otros intentos similares de la época, su fe no opuso evangelio a Iglesia. Las Reglas de sus hermanos y discípulos testimonian dicha cohesión profunda. Pero la fuerza de su carisma fue la radicalidad con que hubo de mantener el primado del evangelio sobre cualquier otra instancia. En este sentido, la espiritualidad franciscana representa la tensión propia del entretiempo del Reino. Puede llamarse carisma e institución, evangelio y ley, gratuidad y eficacia; en cualquier caso Francisco es el signo nítido de una opción preferencial y definida por la obediencia directa y literal al evangelio. Probablemente, en este evangelismo reside su fuerza de atracción, y también sus peligros. Y por ello, sin duda, Francisco suele ser un punto de referencia esencial en épocas, como la actual, en que la crisis de identidad cristiana necesita redescubrir su frescura original. .