lunes, 16 de enero de 2017

DÍA 16 DE ENERO: SANTOS BERARDO Y COMPAÑEROS, MÁRTIRES. etc.


.
SANTOS BERARDO Y COMPAÑEROS, MÁRTIRES. En 1219 san Francisco envió a muchos frailes a misiones. Entre ellos estaban nuestros cinco santos, Berardo, Pedro, Acursio, Adyuto y Otón, todos ellos de Umbría, que bajo la guía de fray Vidal fueron enviados a Al Ándalus y al Magreb. En Aragón cayó enfermo fray Vidal, y los otros cinco hermanos continuaron viaje a Coimbra, donde estaba la corte portuguesa, para pasar luego a tierras de musulmanes. Ya en Sevilla pretendieron predicar en público el Evangelio y entrar en la mezquita, pero fueron apresados y expulsados. Llegaron a Marruecos y en Marrakech continuaron predicando la fe cristiana, por lo que fueron detenidos, encarcelados y torturados. Ante su reiterada negativa a abdicar de Cristo, el sultán los condenó a muerte y él mismo los degolló el 16 de enero de 1220. El infante don Pedro de Portugal trasladó a Coimbra sus restos, ante los que san Antonio decidió pasarse a la Orden Franciscana. Se dice que san Francisco, al enterarse del martirio, exclamó: «¡Ya puedo decir que tengo cinco auténticos hermanos menores!».- Oración: Señor todopoderoso, que santificaste los comienzos de la Orden Franciscana con la sangre de sus primeros mártires, los santos Berardo y compañeros, concédenos que, a ejemplo de ellos, sepamos mantenernos firmes en la fe, y con nuestra vida demos testimonio de ti ante los hombres. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
San José VazSAN JOSÉ VAZ. Nació en Goa (hoy, India), cuando era de dominio portugués, el año 1651. Ordenado sacerdote en 1676, ejerció un intenso y fructífero apostolado en su diócesis, hasta que ingresó en la Congregación de San Felipe Neri (Oratorianos) y marchó como misionero a Ceilán (hoy, Sri Lanka), donde estaba prohibida bajo pena de muerte la presencia de sacerdotes católicos. Debido a la persecución, vestía como un mendigo y ejercía sus funciones sacerdotales en los encuentros secretos de los fieles, a menudo por la noche. Sus desvelos dieron fuerza espiritual y moral a la atribulada población católica. Se entregó en especial al servicio de los enfermos y cuantos sufren. Su atención a los enfermos durante una epidemia de viruela en Kandy, fue tan apreciada por el rey que se le permitió una mayor libertad de actuación. Desde Kandy pudo llegar a otras partes de la isla. Se desgastó en el trabajo misionero y murió en Kandy el 16 de enero de 1711. Tradujo el Evangelio a lenguas nativas. Canonizado el 14-I-2015.
BEATO JOSÉ TOVINI. Nació en Cividate Camuno (Brescia) en 1841. Tuvo que dejar el seminario, al quedar huérfano de padre, para atender a su familia. Estudió derecho, ejerció la abogacía y la docencia, se comprometió en actividades civiles, políticas y apostólicas en el ambiente de Brescia y de Lombardía. Ingresó en la Tercera Orden Franciscana en 1881. Progresó en el ejercicio de las virtudes características de la espiritualidad franciscana: la ascesis, la sencillez, la pobreza, la oración y el diálogo respetuoso. Entre sus iniciativas, fundó en Brescia el Banco de San Pablo y en Milán el Banco Ambrosiano. Entre sus publicaciones, «La voz del pueblo» y el «Boletín de los terciarios franciscanos». Admira su gran obra, a pesar de su poca salud: esposo y padre de familia numerosa, hombre de intensa oración y de gran actividad, comprometido en la vida social y política de su tiempo, que, con el ejemplo de su vida y su competencia profesional, trató de llevar el mensaje de Cristo a las instituciones civiles, y en especial al sector educativo y escolar. Murió en Brescia el 16 de enero de 1897.
* * *
San Danax. Mártir de Aulona, en el Ilírico (actual Albania), de fecha incierta en el siglo IX, que fue despedazado por unos paganos al negarse a sacrificar al dios del vino, y proclamar su fe en el Dios único.
San Furseo. Abad primero en Irlanda, luego en Inglaterra y finalmente en Francia, donde fundó un monasterio en Lagny-sur-Marne. Murió hacia el año 650, en Mezerolles, región de Somme (Picardía), cuando se encontraba de viaje.
San Honorato de Arlés. Descendiente de una familia consular romana, se convirtió al cristianismo y, después de un tiempo de vivir como ermitaño, fundó el famoso monasterio de Lerins. Más tarde fue ordenado de sacerdote y nombrado obispo de Arlés (Provenza), donde murió el año 429.
San Jacobo (o Santiago) de Tarantasia. Era oriundo de Siria y había prestado servicio en el ejército persa. Luego abrazó la vida monástica y san Honorato lo llevó consigo a Francia, al monasterio de Lerins. Evangelizó la región de Tarantasia y fue su primer obispo. Murió el año 429.
Santa Juana. Monja camaldulense en Bagno de Romagna (Forlí), que dio un ejemplo espléndido de obediencia y de humildad. Murió el año 1105.
San Leobacio. Abad del monasterio de Sénevière, cerca de Tours (Francia), que murió a edad avanzada y lleno de virtudes en el siglo V.
San Marcelo I. Fue papa sólo unos meses entre los años 308 y 309. Tuvo serios problemas con los apóstatas que rechazaban la penitencia que él les había impuesto para su reconciliación. Lo denunciaron falsamente ante la corte imperial, y murió en el destierro.
San Melas. Obispo de Rinocolura (Egipto) que, después de sufrir destierro por defender la fe católica en tiempo del emperador arriano Valente, pudo regresar a su sede y morir en paz el año 390.
San Ticiano. Obispo de Oderzo, cerca de Venecia, que murió en el siglo V.
San Triviero. Nacido en la región de Cahors, desde joven se sintió llamado a la vida contemplativa. Se hizo monje y permaneció en el monasterio hasta que el abad le dio el encargo de acompañar a dos jóvenes nobles cautivos a su tierra. Llegados a Dombes (Lyon), patria de los jóvenes, se quedó allí llevando vida de ermitaño en una choza. Murió hacia el año 550.
Beata Juana María Condesa Lluch. Nació en Valencia (España) el año 1862, de una familia acomodada. Desde joven fue sensible a los problemas de los pobres, los niños y, sobre todo, las mujeres obreras. Para atender a la formación integral de las jóvenes trabajadores, abrió una casa de acogida, que con el tiempo dio origen a la congregación de las Esclavas de María Inmaculada. Murió en Valencia el año 1916, y fue beatificada en el 2003.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Dijo Jesús a sus apóstoles: --Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles (Mt 10,16-18).
Pensamiento franciscano:
Dice san Francisco en su Regla: --Los hermanos que van entre infieles, pueden conducirse entre ellos de dos modos. Uno, que no entablen disputas ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios, y confiesen que son cristianos. Otro, que, cuando vean que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios, para que crean en Dios omnipotente y en su Hijo, se bauticen y hagan cristianos (cf. 1 R 16,5-7).
Orar con la Iglesia:
Presentemos al Padre nuestra oración, con la mirada y el corazón puestos en las necesidades del mundo:
-Para que la Iglesia avive la conciencia de que, como Jesús, ha sido enviada a proclamar el Evangelio a todo el mundo.
-Para que los sucesores de los Apóstoles se sientan fortalecidos por el Señor cuando anuncian la palabra de Dios ante quienes la ignoran o la rechazan.
-Para que todos los fieles del Señor anunciemos con la palabra y las buenas obras el reino de Dios.
-Para que nuestra comunidad cristiana viva unida por el amor y así pueda alumbrar a quienes buscan sinceramente al Señor.
Oración: Concédenos, Dios de bondad, que tu amor nos haga testigos de la Buena Nueva en todas partes. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
* * *
EL ANUNCIO DEL REINO DE DIOS
Benedicto XVI, Ángelus del 27-I-08
Queridos hermanos y hermanas:
En la liturgia de hoy el evangelista san Mateo presenta el inicio de la misión pública de Cristo. Consiste esencialmente en el anuncio del reino de Dios y en la curación de los enfermos, para demostrar que este reino ya está cerca, más aún, ya ha venido a nosotros. Jesús comienza a predicar en Galilea, la región en la que creció, un territorio de «periferia» con respecto al centro de la nación judía, que es Judea, y en ella, Jerusalén. Pero el profeta Isaías había anunciado que esa tierra, asignada a las tribus de Zabulón y Neftalí, conocería un futuro glorioso: el pueblo que caminaba en tinieblas vería una gran luz (cf. Is 8,23 - 9,1), la luz de Cristo y de su Evangelio (cf. Mt 4,12-16).
El término «evangelio», en tiempos de Jesús, lo usaban los emperadores romanos para sus proclamas. Independientemente de su contenido, se definían «buenas nuevas», es decir, anuncios de salvación, porque el emperador era considerado el señor del mundo, y sus edictos, buenos presagios. Por eso, aplicar esta palabra a la predicación de Jesús asumió un sentido fuertemente crítico, como para decir: Dios, no el emperador, es el Señor del mundo, y el verdadero Evangelio es el de Jesucristo.
La «buena nueva» que Jesús proclama se resume en estas palabras: «El reino de Dios -o reino de los cielos- está cerca" (Mt 4,17; Mc 1,15). ¿Qué significa esta expresión? Ciertamente, no indica un reino terreno, delimitado en el espacio y en el tiempo; anuncia que Dios es quien reina, que Dios es el Señor, y que su señorío está presente, es actual, se está realizando.
Por tanto, la novedad del mensaje de Cristo es que en él Dios se ha hecho cercano, que ya reina en medio de nosotros, como lo demuestran los milagros y las curaciones que realiza. Dios reina en el mundo mediante su Hijo hecho hombre y con la fuerza del Espíritu Santo, al que se le llama «dedo de Dios» (cf. Lc 11,20). El Espíritu creador infunde vida donde llega Jesús, y los hombres quedan curados de las enfermedades del cuerpo y del espíritu. El señorío de Dios se manifiesta entonces en la curación integral del hombre. De este modo Jesús quiere revelar el rostro del verdadero Dios, el Dios cercano, lleno de misericordia hacia todo ser humano; el Dios que nos da la vida en abundancia, su misma vida. En consecuencia, el reino de Dios es la vida que triunfa sobre la muerte, la luz de la verdad que disipa las tinieblas de la ignorancia y de la mentira.
Pidamos a María santísima que obtenga siempre para la Iglesia la misma pasión por el reino de Dios que animó la misión de Jesucristo: pasión por Dios, por su señorío de amor y de vida; pasión por el hombre, encontrándolo de verdad con el deseo de darle el tesoro más valioso: el amor de Dios, su Creador y Padre.
* * *
MARTIRIO DE LOS SANTOS BERARDO Y COMPAÑEROS
De la Crónica de los XXIV Ministros Generales
El bienaventurado Francisco, llevado de inspiración divina, escogió a seis de sus mejores hijos y los envió a predicar la fe católica entre infieles.
Se pusieron en camino hacia España y llegaron al reino de Aragón, en donde enfermó gravemente Fray Vidal, y, no logrando reponerse en su salud, dispuso que sus cinco compañeros prosiguieran la empresa, para no contradecir la voluntad del Seráfico Padre, y para no demorar por su causa la obra emprendida por Dios. Estos cinco hermanos, obedientes a los deseos de Fray Vidal, que se quedó reponiéndose de su enfermedad, se dirigieron a Coimbra y desde allí a Sevilla, pero antes se despojaron del hábito religioso.
Cierto día, confortados espiritualmente, salieron por la ciudad de Sevilla con el propósito de visitar la mezquita principal y de entrar en ella; pero los sarracenos se lo impidieron, empleando la fuerza, a gritos, empellones y golpes. Apresados, fueron conducidos al palacio de su soberano, ante quien estos varones de Dios aseguraron ser mensajeros del Rey de reyes, Cristo Jesús. Tras una exposición de las principales verdades de la fe católica y animando a sus oyentes a que se convirtieran y se bautizaran, el rey, enfurecido por tanta osadía, mandó que fueran decapitados inmediatamente. Mas su Consejo, presente allí, sugirió al rey que suspendiera la sentencia, dejándoles ir a Marruecos, en conformidad con los deseos manifestados por ellos.
Llegados a Marruecos, sin pérdida de tiempo predicaron el Evangelio, especialmente en el zoco mayor de la ciudad. Se comunicó esta nueva al Sultán, quien dispuso que fueran encarcelados sin demora. Veinte días permanecieron en prisión, sin darles alimento, ni bebidas, confortados sólo con la refección del espíritu. Acabada esta reclusión, fueron llevados a la presencia del Sultán, e, interrogados, siguieron firmes en sus decisiones anteriormente manifestadas de plena fidelidad a la religión católica. Encolerizado el Sultán, mandó que fueran azotados, y que, separados los unos de los otros en diversas cárceles, fueran sometidos a intensas torturas.
Los esbirros, una vez esposados los santos varones, ligados los pies, y con sogas puestas al cuello, los arrastraron con tanta violencia, que casi se les salían las entrañas por las heridas abiertas en sus cuerpos. Sobre esas mismas heridas arrojaban aceite y vinagre hirviendo, y esparcieron por el suelo los vidrios que contenían esos líquidos para que se les clavaran al pasar por encima de ellos. Toda la noche duró este tormento, bajo la custodia de unos treinta sarracenos, quienes los flagelaron sin ningún miramiento.
A la mañana siguiente, reclamados por el Sultán, fueron trasladados semidesnudos y descalzos, mientras eran golpeados. Se repitió el interrogatorio, siendo idénticas las respuestas, por lo que el soberano cambió de táctica, haciendo traer hermosas mujeres, a las que recluyó con ellos, mientras les increpaba:
--«Convertíos a nuestra religión mahometana y, en premio, os daré por esposas a estas doncellas; os colmaré de riquezas y seréis honrados por todo mi reino».
La contestación fue unánime:
--«Quédate con tu dinero, con tus mujeres y con tus honras, que nosotros renunciamos a todos esos bienes pasajeros del mundo por amor a Cristo».
El rey, al verse desairado, se encolerizó, empuñó la espada y uno a uno, de un tajo, les abrió una brecha en la cabeza; luego, con su propia mano, les clavó en la garganta tres cimitarras. Así murieron.
* * *
REFLEJAR LA MIRADA DEL SEÑORpor Martín Steiner, o.f.m.
Desde el día en que los rasgos del Crucificado se grabaron en su corazón, Francisco hizo de su vida entera una búsqueda de ese rostro. Lo descubre en toda la creación: tanto en el gusano de la tierra como en el cordero, lo mismo en la piedra que en las flores (cf. 1 Cel 77 y 81). Pero es el hombre, y sobre todo el hombre más desamparado, el que le hace llegar mejor el reflejo de ese rostro. Esto lo comprobamos desde su servicio a los leprosos, servicio que marcó el inicio de su conversión.
Así nos lo asegura san Buenaventura: «... Ahora, por amor a Cristo crucificado, que, según la expresión del profeta, apareció despreciable como un leproso..., les prestaba con benéfica piedad a los leprosos sus humildes y humanitarios servicios. Visitaba con frecuencia sus casas, les proporcionaba generosas limosnas y can gran afecto y compasión les besaba la mano y hasta la misma boca» (LM 1,6). «El alma de Francisco -explica Celano- desfallecía a la vista de los pobres; y a los que no podía echar una mano, les mostraba el afecto. Toda indigencia, toda penuria que veía, lo arrebataba hacia Cristo, centrándolo plenamente en él. En todos los pobres veía al Hijo de la Señora pobre llevando desnudo en el corazón a quien ella llevaba desnudo en los brazos» (2 Cel 83). Y añade Celano que, por esta razón, Francisco no consiguió desprenderse de la envidia a los que le parecían más pobres que él. A un hermano que había hablado mal de un pobre, le impuso una severa penitencia, y luego le dijo: «Hermano, cuando ves a un pobre, ves un espejo del Señor y de su madre pobre. Y mira igualmente en los enfermos las enfermedades que tomó él sobre sí por nosotros» (2 Cel 85). «Quien dice mal de un pobre, ofende a Cristo, de quien lleva la enseña de nobleza y que se hizo pobre por nosotros en este mundo» (1 Cel 76). Celano concluye: «En suma: Francisco llevaba siempre consigo el hacecillo de mirra (cf. Ct 1, 13); estaba siempre contemplando el rostro de su Cristo (cf. Sal 83, 10); estaba siempre acariciando al varón de dolores y conocedor de todo quebranto (cf. Is 53,3; Heb 4,15)» (2 Cel 85).
Pero Francisco no sólo busca incesantemente el Rostro de su Señor, sino que, iluminado él mismo por la claridad de ese Rostro, comulga cada vez más con la mirada del Señor sobre los seres y las cosas, y pide también a sus hermanos que se desposen con la mirada de bondad y de misericordia de Cristo sobre todos y cada uno de los hombres.
Francisco, que había acogido a cada hermano como un don del Señor (Test 14), tenía siempre una mirada admirativa hacia todos ellos, pensando en las cualidades propias de cada uno (cf. EP 85). Considerándolos a todos como «hermanos espirituales» (2 R 6,8), los quería animados por la «santa operación» del Espíritu (2 R 10,9) y, especialmente, unidos por la «caridad del Espíritu» (1 R 5,14).
Por eso les recomendaba que, en cualquier circunstancia, tuvieran los unos para con los otros la mirada que el Espíritu del Señor Jesús iba creando en ellos: «Y, dondequiera que estén o en cualquier lugar en que se encuentren unos con otros, los hermanos deben tratarse (la ed. crítica de Esser dice: se revidereespiritual y amorosamente (es decir, con la mirada de bondad del Señor, suscitada en ellos por el Espíritu) y honrarse mutuamente sin murmuración» (1 R 7,15).
Se trata de la mirada que refleja toda la capacidad de acogida y de don que, por su Espíritu, el Señor quiere infundir en nosotros para re-crearnos a su imagen. Para caracterizarla, habrá que repetir todo lo que Francisco dice sobre el amor fraterno. Bástenos recordar aquí algunos consejos o directrices que se refieren de manera más explícita a la mirada.
En la carta de Francisco a un Ministro que, desanimado por el comportamiento de sus hermanos, pedía irse a un eremitorio, leemos: «Y en esto quiero conocer que amas al Señor y me amas a mí, siervo suyo y tuyo, si procedes así: que no haya en el mundo hermano que, por mucho que hubiere pecado, se aleje jamás de ti después de haber contemplado tus ojos (=de haberse encontrado con tu mirada) sin haber obtenido tu misericordia, si es que la busca. Y, si no busca tu misericordia, pregúntale tú si la quiere. Y, si mil veces volviere a pecar ante tus propios ojos, ámale más que a mí, para atraerlo al Señor; y compadécete siempre de los tales» (CtaM 9-11). Poder encontrar en la mirada de un hermano la certeza de la misericordia, por enorme que haya sido la falta cometida; ver que el perdón es ofrecido aun cuando no haya sido pedido; sentirse amado más que el mejor amigo por aquel bajo cuya mirada se ha caído una vez más en la misma falta; esto es verdaderamente encontrar en esa mirada fraterna la misericordia insondable, invencible del Señor. Sin duda alguna, en esta carta Francisco, de quien Chesterton pudo decir que fue el perdón mismo de Dios pasando sobre nuestra tierra, se ha revelado al máximo él mismo.
 
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario