martes, 24 de enero de 2017

DÍA 24 DE ENERO: SAN FRANCISCO DE SALES,

SAN FRANCISCO DE SALES. Obispo y doctor de la Iglesia, patrono de los periodistas. Hijo del marqués de Sales, nació en el castillo de Thorens (Saboya, Francia) el año 1566. Recibió una educación esmerada y se doctoró "in utroque iure" en Padua. Ordenado de sacerdote, trabajó intensamente por la renovación de la fe católica en su patria. Nombrado obispo de Ginebra, actuó como un verdadero pastor para con el clero y los fieles, tratando a todos con su proverbial dulzura, instruyéndolos en la fe con su palabra y sus escritos. Recondujo a la comunión católica a muchos, calvinistas y otros, que se habían separado de ella. En sus obras ascético-místicas propone una santidad fundada por entero en el amor de Dios, y accesible a todas las condiciones sociales. Fundó con santa Juana de Chantal la Orden de la Visitación. Murió en Lyón el 28 de diciembre de 1622, y el 24 de enero siguiente fue definitivamente sepultado en Annecy (Saboya).- Oración: Señor, Dios nuestro, tú has querido que el santo obispo Francisco de Sales se entregara a todos generosamente para la salvación de los hombres; concédenos, a ejemplo suyo, manifestar la dulzura de tu amor en el servicio a nuestros hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. BEATA PAULA GAMBARA DE COSTA. Nació el año 1463 en Brescia (Italia), de padres nobles y piadosos. Muy joven fue dada en matrimonio al conde Ludovico A. Costa, hombre de vida disipada. Junto a él, se fue dejando conquistar por sus costumbres mundanas. Pero fue providencial el encuentro con el beato Ángel de Chivasso, franciscano: bajo su dirección abandonó la vida frívola, volvió a la piedad de su adolescencia, ingresó en la Tercera Orden de San Francisco. El conde, que no aprobaba ese cambio en su mujer, se volvió más soberbio, duro, disoluto, y se llevó a su amante al hogar. La preocupación de Paula fue salvar a su marido. Cuando la amante enfermó, Paula la cuidó y la preparó para morir reconciliada con Dios. Finalmente, la bondad de Paula convirtió al conde, que le permitió llevar el hábito franciscano y practicar sus obras de piedad y caridad. Paula quedó viuda y se consagró a educar al hijo y a asistir a los pobres y enfermos. Murió en Bene Vagienna (Cúneo) el 24 de enero de 1515. Paciano M. de BarcelonaBEATO PACIANO MARÍA DE BARCELONA. Nació en Barcelona el año 1916. Cursó brillantemente los estudios de perito mercantil antes de vestir el hábito capuchino. Emitió los votos simples el 25 de marzo de 1936. Pasó luego a la casa de estudios que la Provincia capuchina tenía en el convento de Sarriá-Barcelona, a fin de cursar los estudios de filosofía, pero no pudo empezarlos. En este convento le sorprendió, en julio de 1936, la persecución religiosa. El 19 de aquel mes y año tuvo que salir del convento, y estuvo refugiado durante días en diversos domicilios, hasta que, para mayor seguridad y para no comprometer a los que le acogían, se refugió en una pensión de Barcelona. Allí fue detenido junto con otro estudiante el 21 de enero de 1937. Los milicianos los condujeron a una checa, en la que permanecieron hasta que el 24 de enero de 1937 los sacaron y ejecutaron en el cementerio de Cerdanyola del Vallés (Barcelona). Beatificado el 21-XI-2015. [Más información] * * * San Bábila. Fue obispo de Antioquía de Siria (hoy en Turquía) y sufrió el martirio hacia el año 250 en la persecución del emperador Decio. Con él fueron martirizados tres jóvenes discípulos suyos: Urbano, Prilidano y Epolono, a quienes había instruido en la fe cristiana. San Exuperancio. Fue obispo de Cingoli en las Marcas (Italia), en el siglo V. San Feliciano. Nació hacia el año 160 cerca de Foligno (Italia), ciudad de la que se le considera primer obispo. Evangelizó amplias zonas de la actual Umbría, entre ellas Asís. Murió mártir, ya anciano, hacia la mitad del siglo III, durante la persecución del emperador Decio. San Sabiniano. Sufrió el martirio en Troyes (Campaña-Ardenas) en el siglo III. Beatos Guillermo Ireland y Juan Grove. Guillermo, inglés de nacimiento, ingresó en la Compañía de Jesús en Francia, donde recibió la ordenación sacerdotal, y fue confesor de las clarisas en Gravelines. Cuando en 1677 volvió a Inglaterra, fue a Londres y se hospedó en una casa de la Compañía que estaba a nombre de Juan Grove, ferviente cristiano seglar. Ambos fueron acusados falsamente de conspirar contra el rey Carlos II, y ahorcados en la plaza Tyburn de Londres el 24 de enero de 1679. Beata María Poussepin. Nació en Dourdan (Essonne, Francia), de familia acomodada y religiosa. Ingresó en la Tercera Orden de Santo Domingo. Con algunas otras terciarias organizó un grupo del que nació su fundación, las Hermanas de la Caridad de la Presentación de Nuestra Señora. Consagró su vida al bien de la juventud obrera, al servicio de las parroquias, a la atención de pobres y enfermos. Murió en Sainville, cerca de Chartres, el año 1744. Beato Timoteo Giaccardo. Sacerdote, miembro de la Pía Sociedad de San Pablo. Fue uno de los primeros compañeros del P. Alberione. Formó a muchos discípulos para anunciar al mundo el Evangelio con el uso adecuado de los medios de comunicación social. Murió en Roma el año 1948. Beatos Vicente Lewoniuk y 12 compañeros mártires. Eran polacos, laicos, católicos uniatas, que se negaron a pasar a la Iglesia ortodoxa, y se opusieron a que las tropas del Zar ocuparan su parroquia. Los soldados dispararon contra ellos, y unos murieron allí mismo y otros, malheridos, en sus casas. Esta masacre se produjo en Pratulin, cerca de Siedice (Polonia), el año 1874. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: San Pablo escribe a los Corintios: Hermanos, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu (1 Cor 12,12-13). Pensamiento franciscano: Dice san Francisco a sus hermanos en la Regla: --Deben evitar airarse y conturbarse por el pecado de alguno de los hermanos, porque la ira y la conturbación impiden en sí mismos y en los otros la caridad (2 R 7,3). Orar con la Iglesia: Oremos a Dios Padre por las necesidades de la Iglesia con el deseo sincero de que la palabra de Dios nos convierta: -Por todos los que en la Iglesia creen, sufren y esperan, para que el Espíritu Santo los conforte y les haga ver la cercanía de los demás. -Por todos los pueblos de la tierra, para que la acción misteriosa del Espíritu suscite apóstoles que, como Pablo, lleven el Evangelio a todas las lenguas y culturas. -Por los que viven en el error o la indiferencia, para que experimenten su propio «camino de Damasco» y se conviertan a su Señor. -Por los que comemos del mismo pan y bebemos del mismo cáliz en la mesa del Señor, para que formemos un solo cuerpo y tengamos un solo espíritu. -Por todos los creyentes cristianos, para que no sólo «oigamos» la palabra de Dios, sino que la «escuchemos» y proclamemos. Oración: Escucha, Padre, las plegarias y anhelos de tus hijos, que queremos vivir en la unidad que nos pidió tu Hijo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. * * * «ESCUCHARNOS» Y NO SÓLO «OÍRNOS» Benedicto XVI, Audiencia general del 24-I-07 Queridos hermanos y hermanas: Mañana concluye la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que este año tiene por tema las palabras del evangelio de san Marcos: «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Mc 7,37). También nosotros podríamos repetir estas palabras, que expresan la admiración de la gente ante la curación de un sordomudo realizada por Jesús, al ver el maravilloso florecimiento del compromiso por el restablecimiento de la unidad de los cristianos. Al repasar el camino de los últimos cuarenta años, sorprende cómo el Señor nos ha despertado del sopor de la autosuficiencia y de la indiferencia; cómo nos hace cada vez más capaces de «escucharnos» y no sólo de «oírnos»; cómo nos ha soltado la lengua, de manera que la oración que elevamos a él tenga más fuerza de convicción para el mundo. Sí, es verdad, el Señor nos ha concedido abundantes gracias y la luz de su Espíritu ha iluminado a muchos testigos. Estos han demostrado que todo se puede alcanzar orando, cuando sabemos obedecer con confianza y humildad al mandamiento divino del amor y adherirnos al anhelo de Cristo por la unidad de todos sus discípulos. «La preocupación por el restablecimiento de la unión -afirma el concilio Vaticano II- atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como a los pastores; y afecta a cada uno según su propia capacidad, tanto en la vida cristiana diaria como en las investigaciones teológicas e históricas» (Unitatis redintegratio, 5). El primer deber común es el de la oración. Orando, y orando juntos, los cristianos toman mayor conciencia de su condición de hermanos, aunque todavía estén divididos; y orando aprendemos mejor a escuchar al Señor, pues sólo escuchando al Señor y siguiendo su voz podemos encontrar el camino de la unidad. Ciertamente, el ecumenismo es un proceso lento, a veces, incluso tal vez desalentador cuando se cede a la tentación de «oír» y no de «escuchar», de decir medias verdades, en vez de proclamarlas con valentía. No es fácil salir de una «sordera cómoda», como si el Evangelio inalterado no tuviera la capacidad de volver a florecer, reafirmándose como levadura providencial de conversión y de renovación espiritual para cada uno de nosotros. El ecumenismo, como decía, es un proceso lento, es un camino lento y de subida, como todo camino de arrepentimiento. Sin embargo, es un camino que, después de las dificultades iniciales y precisamente en ellas, presenta también grandes espacios de alegría, pausas refrescantes, y permite de vez en cuando respirar a pleno pulmón el aire purísimo de la comunión plena. La experiencia de estas últimas décadas, después del concilio Vaticano II, demuestra que la búsqueda de la unidad entre los cristianos se lleva a cabo en diferentes niveles y en innumerables circunstancias: en las parroquias, en los hospitales, en los contactos entre la gente, en la colaboración entre las comunidades locales en todas las partes del mundo, y especialmente en las regiones donde realizar un gesto de buena voluntad en favor de un hermano exige un gran esfuerzo y también una purificación de la memoria. En este contexto de esperanza, salpicado de pasos concretos hacia la comunión plena de los cristianos, se sitúan también los encuentros y los acontecimientos que marcan constantemente mi ministerio, el ministerio del Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia universal. (...) Nos encomendamos a la constante intercesión de la Madre de Dios y de nuestros santos protectores, para que nos sostengan y nos ayuden a no desistir de los buenos propósitos; para que nos impulsen a intensificar nuestros esfuerzos, orando y trabajando con confianza, con la certeza de que el Espíritu Santo hará el resto. Nos dará la unidad completa como quiera y cuando quiera. Y, fortalecidos por esta confianza, sigamos adelante por el camino de la fe, de la esperanza y de la caridad. El Señor nos guía. * * * LA DEVOCIÓN SE HA DE EJERCITAR DE DIVERSAS MANERAS De la "Introducción a la vida devota" de san Francisco de Sales En la misma creación, Dios creador mandó a las plantas que diera cada una fruto según su propia especie: así también mandó a los cristianos, que son como las plantas de su Iglesia viva, que cada uno diera un fruto de devoción conforme a su calidad, estado y vocación. La devoción, insisto, se ha de ejercitar de diversas maneras, según que se trate de una persona noble o de un obrero, de un criado o de un príncipe, de una viuda o de una joven soltera, o bien de una mujer casada. Más aún: la devoción se ha de practicar de un modo acomodado a las fuerzas, negocios y ocupaciones particulares de cada uno. Dime, te ruego, mi Filotea, si sería lógico que los obispos quisieran vivir entregados a la soledad, al modo de los cartujos; que los casados no se preocuparan de aumentar su peculio más que los religiosos capuchinos; que un obrero se pasara el día en la iglesia, como un religioso; o que un religioso, por el contrario, estuviera continuamente absorbido, a la manera de un obispo, por todas las circunstancias que atañen a las necesidades del prójimo. Una tal devoción ¿por ventura no sería algo ridículo, desordenado o inadmisible? Y, con todo, esta equivocación absurda es de lo más frecuente. No ha de ser así; la devoción, en efecto, mientras sea auténtica y sincera, nada destruye, sino que todo lo perfecciona y completa, y, si alguna vez resulta de verdad contraria a la vocación o estado de alguien, sin duda es porque se trata de una falsa devoción. La abeja saca miel de las flores sin dañarlas ni destruirlas, dejándolas tan íntegras, incontaminadas y frescas como las ha encontrado. Lo mismo, y mejor aún, hace la verdadera devoción: ella no destruye ninguna clase de vocación o de ocupaciones, sino que las adorna y embellece. Del mismo modo que algunas piedras preciosas bañadas en miel se vuelven más fúlgidas y brillantes, sin perder su propio color, así también el que a su propia vocación junta la devoción se hace más agradable a Dios y más perfecto. Esta devoción hace que sea mucho más apacible el cuidado de la familia, que el amor mutuo entre marido y mujer sea más sincero, que la sumisión debida a los gobernantes sea más leal, y que todas las ocupaciones, de cualquier clase que sean, resulten más llevaderas y hechas con más perfección. Es, por tanto, un error, por no decir una herejía, el pretender excluir la devoción de los regimientos militares, del taller de los obreros, del palacio de los príncipes, de los hogares y familias; hay que admitir, amadísima Filotea, que la devoción puramente contemplativa, monástica y religiosa no puede ser ejercida en estos oficios y estados; pero, además de este triple género de devoción, existen también otros muchos y muy acomodados a las diversas situaciones de la vida seglar. Así pues, en cualquier situación en que nos hallemos, debemos y podemos aspirar a la vida de perfección. * * * S. FRANCISCO DE ASÍS. UTOPÍA Y REALISMO (y II) por Javier Garrido, o.f.m. Un talante humanista Dentro de la hagiografía, Francisco no sólo inspira a creyentes, sino también a humanistas ateos. Se debe a la exaltación de su figura por parte del pensamiento romántico del siglo pasado, el XIX. Le tocó vivir en la primera alborada del humanismo, en las primeras conquistas de las libertades individuales. Y de hecho, los movimientos que nacieron de él, instituciones religiosas y seglares, llamaron la atención por su ideal de fraternidad e igualdad. Sin embargo, jamás tuvo conciencia de reformador social. Su humanismo bebía de aquel instinto suyo para actualizar el fermento vivo del evangelio. Basta leer atentamente (habría que cantarlo, como él, en éxtasis de adoración) su incomparable Cántico del hermano Sol para comprender de un golpe la fuente de su humanismo: la reconciliación cósmica soñada por Israel, inaugurada por Jesús al proclamar la paternidad universal de Dios, presente en el corazón por la fuerza del Espíritu Santo. Ya su primer biógrafo, Celano, apunta certeramente: «A todas las criaturas las llamaba hermanas, pues había llegado a la gloriosa libertad de los hijos de Dios». En momentos históricos como el presente, en que el hombre siente deteriorarse todo valor humano, e incluso los fundamentos naturales de nuestra existencia, es normal que Francisco sea reivindicado por ecologistas, militantes cristianos y líderes de distintas ideologías religiosas. Todos sentimos lo mismo: el hombre se salvará si, como Francisco, vuelve al espíritu de las bienaventuranzas, a la sencillez y pureza de corazón, a creer en la fuerza transformadora del amor. Utopía y realismo Como vemos, la espiritualidad franciscana se confunde con el carisma de un hombre que sigue ofreciendo a la Iglesia y al mundo la transparencia de una utopía, que a casi todos nosotros nos parece eso, una utopía inalcanzable, y a él, no, sino el don incomprensible de la nueva creación, el Reino. ¿Por qué? Porque fue un pobre de Dios, un pequeño del Reino. Desde entonces le llamamos el «poverello». Y desde entonces, gracias a él, el creyente reconoce en el evangelio la utopía que dinamiza la historia. Es verdad que a veces confundimos la fuerza de la fe con las fantasías de nuestros deseos; pero Francisco nos ha ayudado a confiar en la bondad original del ser por encima de nuestros maniqueísmos. Es verdad que tendemos a proyectar en su figura la ilusión de nuestros sueños frustrados; pero él nos ha enseñado a esperar contra toda esperanza, y ¿cómo podríamos vivir si la vida humana no fuese la aventura del Absoluto? Es verdad que, en este sentido, Francisco es peligroso; provoca lo mejor de nosotros mismos. Ciertamente, no es un realista, incluso habría que decir que su espiritualidad apenas si tiene en cuenta la complejidad del proceso de la conversión (compárese, por ejemplo, con los Ejercicios de san Ignacio de Loyola). Y, sin embargo, lo preferimos así: radical y hasta ingenuo, profeta arrebatado por el amor incontenible y humilde hasta el barro. ¿Cómo pudo hacer semejante síntesis? Por eso, más que un sistema de espiritualidad, lo que él nos dejó fue su presencia, el élan tan personal de su modo de ser cristiano. .

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