jueves, 16 de febrero de 2017

VII Domingo del Tiempo Ordinario 19 de febrero de 2017

ODA IV Inspira nuevo canto, Calíope, en mi pecho aqueste día, que de los Borjas canto, y Enríquez, la alegría del rico don que el cielo les invía. Hermoso sol luciente, que el día das y llevas, rodeado de la luz resplandeciente más de lo acostumbrado, sal y verás nacido tu traslado; o, si te place agora en la región contraria hacer manida, detente allá en buen hora, que con la luz nacida podrá ser nuestra esfera esclarecida. Alma divina, en velo de femeniles miembros encerrada, cuando veniste al suelo, robaste de pasada la celestial riquísima morada. Diéronte bien sin cuento con voluntad concorde y amorosa quien rige el movimiento sexto con la diosa, de la tercera rueda poderosa. De tu belleza rara el envidioso viejo mal pagado torció el paso y la cara, y el fiero Marte airado el camino dejó desocupado. Y el rojo y crespo Apolo, que tus pasos guiando descendía contigo al bajo polo, la cítara hería y con divino canto ansí decía: «Deciende en punto bueno, espíritu real, al cuerpo hermoso, que en el ilustre seno te espera, deseoso por dar a tu valor digno reposo. Él te dará la gloria que en el terreno cerco es más tenida, de agüelos larga historia, por quien la no hundida Nave, por quien la España fue regida. Tú dale en cambio desto de los eternos bienes la nobleza, deseo alto, honesto, generosa grandeza, claro saber, fe llena de pureza. En tu rostro se vean de su beldad sin par vivas señales; los tus dos ojos sean dos luces inmortales, que guíen al sumo bien a los mortales. El cuerpo delicado, como cristal lucido y transparente, tu gracia y bien sagrado, tu luz, tu continente, a sus dichosos siglos represente. La soberana agüela, dechado de virtud y hermosura, la tía, de quien vuela la fama, en quien la dura muerte mostró lo poco que el bien dura, con todas cuantas precio de gracia y de belleza hayan tenido, serán por ti en desprecio, y puestas en olvido, cual hace la verdad con lo fingido. ¡Ay tristes! ¡ay dichosos los ojos que te vieren! huyan luego, si fueren poderosos, antes que prenda el fuego, contra quien no valdrá ni oro ni ruego. Ilustre y tierna planta, dulce gozo de tronco generoso, creciendo te levanta a estado el más dichoso de cuantos dio ya el cielo venturoso.» (Fray Luis de León) La Sagrada Eucaristía, desde cualquier aspecto que se la considere, nos recuerda de una manera patente la muerte del Señor. (San Pedro Julián Eymard). El hombre tiene que desarrollar y realizar en él cada vez más perfectamente esa imagen de Dios que ya es. Si Dios es amor total, el cristiano deberá poner en práctica un amor sin reservas, que no recibe nada en retorno. Por eso deberá alcanzar el punto límite de amor desinteresado: amar a los enemigos. Los ejemplos que expone el Evangelio tienen ese carácter casi utópico y paradójico, que sólo puede explicarse desde una dimensión opuesta a la sabiduría y cálculos humanos. «Frecuentemente nuestra oración no produce efecto por no haber fijado nuestra mente y nuestro corazón en Jesús, por medio de quien únicamente nuestra oración puede ir directamente a Dios». (Santa Teresa de Calcuta) ¡Santo y Feliz Domingo! Abrazos. Deus, pastor fidelium omnium et rector, famulum tuum Franciscum, quem pastorem Ecclesiae tuae praeesse voluisti, propitius respice: da ei, quaesumus, verbo et exemplo, quibus praeest, Proficere: ut ad vitam, una cum grege sibi credito, perveniat sempiternam. Per Christum Dominum nostrum. Amén. PRIMERA LECTURA LECTURA DEL LIBRO DEL LEVÍTICO 19, 1-2.17-18 El Señor habló a Moisés: «Di a la comunidad de los hijos de Israel: "Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano, pero reprenderás a tu prójimo, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás de los hijos de tu pueblo ni les guardarás rencor, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor"». Palabra de Dios. Salmo Sal 102,1-2.3-4.8.10.12-13 R/. El Señor es compasivo y misericordioso V/. Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. R/. V/. Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. R/. V/. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas. R/. V/. Como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que lo temen. R/. SEGUNDA LECTURA LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 3, 16-23 Queridos hermanos: ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois vosotros. Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: «Él caza a los sabios en su astucia». Y también: «El Señor penetra los pensamientos de los sabios y conoce que son vanos». Así, pues, que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios. Palabra de Dios. EVANGELIO LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 5, 38-48 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente". Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas. Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto». Palabra del Señor. HEMOS DE LUCHAR POR SER PERFECTOS COMO NUESTRO PADRE Por Antonio García-Moreno 1.- SED SANTOS, PERFECTOS.- Dios es el Santo. Nadie como Él es justo y bueno, distinto y singular, trascendente y diverso. Por eso los que ha elegido para formar parte de su Pueblo, los que creen el Él, han de ser santos, perfectos, hombres consagrados para servirle. De hecho, al ser bautizado el creyente es consagrado, santificado. Todo su ser queda, en cierto modo, separado del uso meramente profano, su persona queda consagrada a Dios. De tal forma que cuanto el bautizado haga, si permanece unido al Señor por la gracia, viene a ser algo grato al Señor, algo también santo. El estar consagrado implica dedicación a Dios, y por eso mismo supone también perfección. En efecto, cuanto se consagraba a Dios había de ser intachable, sin el menor menoscabo. Por eso la consagración supone santidad, e implica también perfección y rectitud en el orden moral. El creyente, mediante el Bautismo, es un ser sagrado, queda constituido en hijo de Dios, y como tal ha de comportarse. Lo dirá expresamente Jesús: "Sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto". El lugar paralelo de san Lucas formula de otra forma lo mismo al decir: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso". Es una aclaración muy provechosa, ya que es en la misericordia donde está el aspecto divino que podemos imitar. Hay que extirpar como mala hierba cualquier tendencia que nos incline al rencor o al odio. Más aún hay que fomentar el deseo de ayudar al prójimo en cuanto podamos, no sólo en el plano moral sino también en el material. Hay que aprender a ponerse en el lugar del prójimo, de ese que está junto a nosotros. Hay que amar al otro como a uno mismo. En otra ocasión Jesús nos dará una medida aun mayor para la práctica de la misericordia, para vivir el amor. Como yo os he amado, nos dice, así habéis de amaros los unos a los otros. Por tanto, la medida de amor que tiene el Corazón divino de Jesús, esa ha de ser nuestra propia medida. Sólo así llegaremos a esa perfección y santidad que el Señor nos exige. 2.- OJO POR OJO, DIENTE POR DIENTE.- Este pasaje corresponde a una de las antítesis que Jesús pronuncia en el Sermón de la Montaña. Aunque es cierto que la Ley sigue en vigor, hay sin embargo un modo nuevo de vivirla, una exigencia de mayor interiorización y autenticidad en su cumplimiento. Así dirá que el mandamiento de no matar implica también un respeto hacia el hermano, hasta el punto que quien se enfade contra su prójimo, o le insulte, es reo de juicio o del fuego de la Gehena. En el caso de la ley del Talión, Cristo abre unas perspectivas nuevas. Es cierto que el ojo por ojo y diente por diente en la ley del Talión era un modo de atemperar la venganza personal o la represalia. Se intentaba, en efecto, que quien se tomara la justicia por su mano no se excediera, llevado por su indignación ante el daño sufrido, y causara un mal desproporcionado. Sin embargo, Cristo considera que hay que desechar todo deseo de venganza o de justa compensación por el daño sufrido. Según la doctrina evangélica, no hay que enfrentarse a quien nos perjudica, no hay que devolver mal por mal. Aunque eso sea lo normal, e incluso podemos decir que lo natural. Jesucristo, por el contrario, desea que actuemos, no como hijos de los hombres, sino como hijos de Dios. Es decir, quiere que nos parezcamos más a nuestro Padre Dios. Y si Él no distingue entre buenos y malos a la hora de mandar la lluvia o de hacer salir el sol, tampoco quienes somos sus hijos podemos dejarnos llevar de criterios meramente humanos. Hemos de luchar por ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto, o, como dice el paralelo de Lucas, hemos de ser misericordiosos como nuestro Padre celestial es misericordioso. REFLEXIÓN Las lecturas de hoy nos hablan del llamado de Dios a todos los seres humanos a que seamos santos, porque El es Santo. Quiere decir que, si hemos de ser cristianos, debemos imitarlo a El. Y esa imitación es principalmente en su santidad. La santidad no es sólo para los Papas, los Sacerdotes y para los Santos que han sido reconocidos por la Iglesia –los Santos canonizados. La santidad es para todos: hombres y mujeres, niños y adultos, jóvenes y viejos. Todos estamos llamados a ser santos. Sorprende que ese llamado a la santidad no es sólo hecho por Jesús en el Nuevo Testamento, sino que nos viene desde mucho más atrás. La Primera Lectura es del Levítico, el tercer libro del Antiguo Testamento. Veamos: Dijo el Señor a Moisés: "Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: 'Sean santos, porque Yo, el Señor, soy santo. (Lev 19, 1-2) Aquí Dios ordena a Moisés que le hable a toda la asamblea, en la que estaba el pueblo de Israel completo, sin hacer distinción de Sacerdotes y laicos, ni de hombres y mujeres, ni de niños y viejos. Y sucedió que unos 1.300 años después, Jesús, al no más comenzar su vida pública, repite este mismo mandato de ser santos a todo el pueblo que se reunió para escuchar su Sermón de la Montaña: “sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto” (Mt. 5, 48). Eso de la santidad o perfección (como la llama Jesucristo) abruma y asusta, porque la creemos imposible. Pero los santos canonizados que precisamente la Iglesia nos presenta como modelos a imitar, no nacieron santos -inclusive muchos fueron bien pecadores. Y eran personas iguales a nosotros. ¿Cuál es la diferencia? Que ellos tomaron este mandato de Dios en serio…y lo creyeron posible. Ahora bien, la santidad sólo es posible porque Dios es Santo y nos ofrece todas las ayudas necesarias para imitarlo a El y llegar a la santidad. La santidad es el tema más importante del Evangelio de hoy, tanto que la Liturgia nos lo presenta también en la Primera Lectura. Pero este Evangelio nos trae unos cuantos consejos que hemos de seguir para llegar a ser santos. Esos consejos pueden resumirse en esto: No devolver mal por mal y perdonar a los enemigos. La más controversial de estas instrucciones es la de poner la otra mejilla: "Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente; pero Yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo. Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda”. Y es controversial porque pareciera que Jesús nos está pidiendo dejarnos agredir más allá de la agresión inicial. ¿Será así? Pareciera que no, porque cuando Jesús fue interrogado por Caifás en el juicio antes de su condena a muerte, un guardia lo cacheteó. Y ¿qué hizo Jesús? Veamos cómo confrontó al guardia: Uno de los guardias que estaba allí le dio a Jesús una bofetada en la cara, diciendo: «¿Así contestas al sumo sacerdote?» Jesús le dijo: «Si he respondido mal, demuestra dónde está el mal. Pero si he hablado correctamente, ¿por qué me golpeas?» (Jn 18, 22-23) Si continuamos con el Sermón de la Montaña, vemos que Jesús da dos consejos más que van en la misma línea de mostrar la otra mejilla: el entregar el manto además de la túnica, es decir, quedarse sin ropas, y el caminar una milla extra (ir más allá de la distancia requerida y permitida por la ley, llevando la carga de un soldado romano). Sin entrar en detalles legales y costumbristas de aquella época, vale la pena destacar que biblistas estudiosos de las leyes, las normas y las costumbres hebreas, piensan que estos tres consejos tenían como objetivo el poder desarmar anímica y moralmente al agresor. En ese sentido pueden tomarse como consejos para resistir los irrespetos y las injusticias sin tener que recurrir a la violencia. La no-violencia, pues. Y para nosotros hoy –porque la Palabra de Dios es para todas las personas y para todos los tiempos- significan claramente lo que nos dice la Primera Lectura: No te vengues ni guardes rencor. No odies a tu hermano ni en lo secreto de tu corazón. A quien nos ha hecho daño debemos perdonar, no podemos guardarle rencor (éste hace más daño al rencoroso que a aquél a quien se le tiene rencor). Tampoco podemos distraer pensamientos de venganza y –mucho menos- realizar alguna acción de venganza personal. Ama a tu prójimo como a ti mismo es otro de los mandatos. Es fácil decir esta frase y se oye mucho por todos lados; por cierto, de manera tergiversada, queriendo decir que Dios nos manda a amarnos a nosotros mismos. Dios no nos manda a amarnos a nosotros mismos. Lo que quiere decir el Señor es que usemos la medida con que nos amamos a nosotros mismos (somos egoístas y amamos muchísimo nuestra propia persona, y eso Dios lo sabe). De allí que nos ponga esa medida mínima para amar a los demás. Y ésa es la mínima, porque la máxima es la que Cristo nos mostró con su muerte por nosotros, y eso también nos lo va a pedir más adelante en su vida pública. ¿Cómo nos amamos a nosotros mismos? Fijémonos bien: ¡Cómo nos consentimos a nosotros mismos! ¡Cómo nos comprendemos a nosotros mismos! ¡Cómo nos perdonamos nuestros errores y faltas! ¡Cómo nos excusamos a nosotros mismos! Así debe ser nuestra comprensión, nuestro perdón, nuestras excusas, nuestros cuidados para con los demás: como a nosotros mismos. Pero Cristo sigue profundizando en el amor a los demás: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos”. El amor a los demás hay que extenderlo a los enemigos y a los que nos odian y nos persiguen y nos calumnian. Ya la exigencia se pone más difícil, ¿no? Pero si Dios pide esto, será difícil, pero no imposible. Y es posible porque El nos proporciona todas las gracias para cumplir con lo que nos pide. Para convencernos bien de esto, más adelante en este mismo Sermón de la Montaña, nos dice que si no perdonamos a los que nos hacen daño, nuestro Padre Celestial tampoco nos perdonará a nosotros. ¿Cómo es esto? Pues como se oye: “Pero si ustedes no perdonan a los demás, tampoco el Padre les perdonará a ustedes.” (Mt 6, 15) Una cosa muy interesante es la finalidad que nos da para tener ese comportamiento magnánimo con los enemigos: “hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial”. ¿Qué nos quiere decir el Señor? Que cuando tratamos así a los enemigos, también los desarmamos y eso puede servirles de estímulo para que sean amigos de Dios y amigos nuestros. Sólo así podremos ser -nosotros y nuestros enemigos- hijos de Dios. Todos somos creaturas de Dios, pero para ser hijos de Dios hay unas cuantas exigencias. Una de ellas parece ser el trato magnánimo a los enemigos. Esto que nos propone Jesús fue lo que sucedió con los adversarios del Cristianismo al comienzo de la Era Cristiana: muchos enemigos se convertían por el amor y el perdón que les dejaban ver los primeros cristianos, aquéllos que realizaron la primera evangelización. A nosotros nos toca ahora la Nueva Evangelización. Tendremos que imitarlos, ¿no? Pero muchos pensarán que estos consejos son necedades y que son imposibles de vivir hoy en día. Eso puede ser así si juzgamos estas cosas según los criterios del mundo y no según los criterios de Dios. Por eso nos advierte San Pablo en la Segunda Lectura: “Si alguno de ustedes se tiene a sí mismo por sabio según los criterios de este mundo, que se haga ignorante para llegar a ser verdaderamente sabio. Porque la sabiduría de este mundo es ignorancia ante Dios… y Dios hace que los sabios caigan en la trampa de su propia astucia” (1 Cor 3, 16-23). Las palabras del Salmo de hoy nos pueden enseñar a perdonar y a ser magnánimos: El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados. (Salmo 102)

viernes, 3 de febrero de 2017

DÍA 3 DE FEBRERO: SAN BLAS, SAN ÓSCAR,SANTA CLAUDINA THÉVENET, etc.

SAN BLAS. Nació en Sebaste (Armenia) en la segunda mitad del siglo III. Según la tradición fue médico y cristiano ejemplar. Lo eligieron obispo de su ciudad natal, y fue pastor prudente y celoso, intrépido protector de sus fieles en las terribles persecuciones del Imperio Romano de principios del siglo IV. Tuvo que huir a las montañas donde se entregó a la penitencia y la contemplación. Lo apresaron, y su traslado ante el prefecto constituyó una apoteosis popular, acompañada de milagros. Ante su negativa a renunciar a la fe, lo sometieron a toda clase de tormentos, y murió decapitado en su ciudad natal, con toda probabilidad el año 316. Su culto se extendió por toda Europa y es invocado como intercesor en las enfermedades de garganta.- Oración: Escucha, Señor, las súplicas de tu pueblo, que hoy te invoca apoyado en la protección de tu mártir san Blas: concédenos, por sus méritos, la paz en esta vida y el premio de la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. SAN ÓSCAR. Nació cerca de Amiens (Francia) a principios del siglo IX y fue educado en el monasterio benedictino de Corbie. El año 826 marchó a Dinamarca a predicar la fe cristiana, pero con poco fruto. En Suecia, en cambio, obtuvo mejores resultados. Fue elegido obispo de Hamburgo, y el papa Gregorio IV, después de confirmar su nombramiento, lo designó también legado pontificio para Dinamarca y Suecia. Tuvo que enfrentarse a muchas dificultades en su labor evangelizadora, pero las superó con gran fortaleza de ánimo. Fundó monasterios, construyó escuelas, redimió cautivos, ayudó sin tregua a pobres, enfermos y peregrinos, para los que construyó un albergue. Murió en Bremen (Sajonia, Alemania) el año 865.- Oración: Señor, Dios nuestro, que has querido enviar al obispo san Óscar a evangelizar numerosos pueblos, concédenos, por su intercesión, caminar siempre en la luz de tu verdad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. SANTA CLAUDINA THÉVENET. Nació en Lyón (Francia) el 30 de marzo de 1774. A los 15 años sufrió en su familia los horrores de la Revolución Francesa. Después de la Revolución, su interés se centró en los niños y jóvenes abandonados a su suerte. El sacerdote P. Coindre le encomendó el cuidado de unas niñas abandonadas. Algunas compañeras se unieron a Claudina, formando una Asociación que en 1818 llegó a ser la Congregación de Hermanas de Jesús-María. Su finalidad es la educación cristiana de todas las clases sociales, con preferencia por las niñas y jóvenes y, entre ellas, las más pobres. Claudina murió en Lyón el 3 de febrero de 1837. * * * San Adelino. Sacerdote, fundador y abad del monasterio de Celles, cerca de Namur (Bélgica), al que dio gran impulso y rigió santamente hasta su muerte el año 696. Santa Berlinda. Nació en Flandes, hija del señor de Meerbeke, al que cuidó amorosamente cuando contrajo la lepra, sin recibir de él muestra alguna de gratitud. Desheredada por él, se alojó en las monjas del monasterio benedictino de Moorsel y, muerto su padre, volvió a Meerbeke donde llevo, con otras compañeras, una vida ejemplar de piedad, penitencia y caridad. Murió hacia el año 935. San Celerino. Era en su iglesia lector y estaba en Roma cuando el año 250 estalló la persecución del emperador Decio. Fue arrestado con otros muchos cristianos, pero pudo regresar a Cartago (Túnez) al lado de san Cipriano. Confesó valerosamente a Cristo y por ello sufrió el martirio, siguiendo las huellas de su abuela Celerina, martirizada con anterioridad, de su tío paterno Laurentino y de su tío materno Ignacio, que estuvieron un tiempo enrolados en el ejército, pero que luego recibieron la palma del martirio a causa de su fe en Cristo. San Leonio. Sacerdote de Poitiers (Francia), donde murió en el siglo IV. Fue discípulo de san Hilario. San Lupicino. Fue obispo de Lyón (Francia) a finales del siglo V, durante la persecución de los vándalos. San Simeón y Santa Ana. Son los personajes bíblicos que, según san Lucas (Lc 2), recibieron al Niño Jesús cuando fue presentado por sus padres en el Templo de Jerusalén; ambos saludaron con gozo la llegada del Mesías prometido. Simeón, anciano justo que esperaba la consolación de Israel, recibió al Niño en sus brazos y anunció a María su participación en la Pasión de su Hijo, al que proclamó "luz para alumbrar a las naciones". Ana era una viuda, anciana y profetisa, que servía a Dios en el Templo y que, al ver al Niño, alabó a Dios y al Pequeño. Santos Teridio (o Tigidio) y Remedio. Teridio fue el segundo obispo de Gap, departamento de Altos Alpes (Francia), y le sucedió Remedio, que llegó a su sede hacia el año 394. Santa Wereburga (o Werburga). Nació el año 650, hija del rey Wulfhere de Mecia (Inglaterra) y de Ermenilda, tenida por santa. Sucedió a varias santas mujeres familiares suyas como abadesa del monasterio de Ely. Además, reformó y fundó varios monasterios femeninos. Murió hacia el año 700 en una de sus casas y sus restos fueron trasladados a Chester. Beato Alois Andritzki. Nació el año 1914 en Radibor (Alemania). Estudio en la Universidad de Paderborn y más tarde ingresó en el seminario de Meissen. Fue ordenado sacerdote en 1939 y ejerció el apostolado especialmente con los jóvenes. Era humilde, sencillo, siempre disponible, y amaba el deporte. En 1941 fue detenido por la Gestapo y encarcelado en Dresde, de donde lo trasladaron al campo de concentración de Dachau. Enfermo y maltrecho, murió el 3-II-1943 a consecuencia de la inyección letal que le pusieron. Por su fidelidad a la fe y al sacerdocio fue víctima inocente del régimen nazi. Beatificado en 2011. Beato Helinando. De joven fue un famoso trovador itinerante, por su ingenio vivaz e imaginativo y por su hermosa voz. Más tarde dejó este oficio y vistió el hábito cisterciense en el monasterio de Froidmont en territorio de Beauvais (Francia), en el que se distinguió por su humildad, piedad y fervor, lo que no le impedía dedicarse al cultivo de las letras. Murió el año 1230. Beato Juan Nelson. Sacerdote jesuita inglés que, por negar a la reina Isabel I la potestad suprema en cuestiones espirituales, que para él tenía sólo el Papa, fue condenado a muerte y ahorcado públicamente en la plaza de Tyburn de Londres el año 1578. Beata María Ana Rivier. Nació en Montpezat-sous-Bauzon (Ródano-Alpes) en 1768. Cuando la Revolución Francesa suprimió las órdenes y congregaciones religiosas, ella fundó la Congregación de las Hermanas de la Presentación de María, para la educación cristiana del pueblo, de los niños y jóvenes, con preferencia los pobres y especialmente las huérfanas. Murió en Bourg-Saint-Andéol (Francia) el año 1838. Beata María Elena Stollenwerk. Nació en Alemania, y se trasladó a Holanda para colaborar con el beato Arnoldo Janssen en la fundación de las Misioneras Siervas del Espíritu Santo, de las que fue la primera superiora. Cuando dejó el cargo, se pasó a la rama claustral de las Siervas del Espíritu Santo, fundada por el mismo P. Janssen, en la que se consagró a la adoración perpetua. Murió en Steyl (Holanda) el año 1900. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Dijo Jesús a sus discípulos: «El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna» (Mt 19,29). Pensamiento franciscano: San Francisco escribió a todos los fieles: --Debemos también ayunar y abstenernos de los vicios y pecados... Debemos también visitar las iglesias frecuentemente y venerar y reverenciar a los clérigos... Y especialmente los religiosos, que han renunciado al siglo, están obligados a hacer más y mayores cosas, pero sin omitir éstas (2CtaF 32-36). Orar con la Iglesia: Pidamos a Dios Padre, fuente de toda santidad, que nos conserve en la vocación cristiana a que nos ha llamado: -Padre santo, que has querido que nos llamemos y seamos hijos tuyos, concédenos cantar tus grandezas en medio de tu templo santo, la Iglesia. -Padre santo, que quieres que hagamos eficaz nuestra consagración a ti, ayúdanos a dar fruto de buenas obras. -Padre santo, que sabes los peligros que nos acechan, líbranos del mal y ampáranos en nuestras debilidades. -Padre santo, que no cesas de llamar a quienes quieres a una vida consagrada, concede a los llamados la fidelidad y la perseverancia. Oración: Te pedimos, Padre, que tu Espíritu nos ilumine para percibir tus llamadas y nos fortalezca para asumirlas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * LA VIDA CONSAGRADA S. S. Benedicto XVI, Discurso del 2-II-07 Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de la Presentación del Señor nos recuerda que vuestro testimonio evangélico, para que sea verdaderamente eficaz, debe brotar de una respuesta sin reservas a la iniciativa de Dios, que os ha consagrado para sí con un acto especial de amor. Del mismo modo que los ancianos Simeón y Ana deseaban ardientemente ver al Mesías antes de morir y hablaban de él «a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (cf. Lc 2,26.38), así también en nuestro tiempo, sobre todo entre los jóvenes, hay una necesidad generalizada de encontrar a Dios. Los que son elegidos por Dios para la vida consagrada hacen suyo de modo definitivo este anhelo espiritual. En efecto, lo único que anhelan es el reino de Dios: que Dios reine en nuestras voluntades, en nuestros corazones, en el mundo. Tienen una sed ardiente de amor, que sólo el Eterno puede saciar. Con su ejemplo proclaman a un mundo a menudo desorientado, pero que en realidad busca cada vez más un sentido, que Dios es el Señor de la existencia, que su «gracia vale más que la vida» (Sal 62,4). Al elegir la obediencia, la pobreza y la castidad por el reino de los cielos, muestran que todo apego y amor a las cosas y a las personas es incapaz de saciar definitivamente el corazón; que la existencia terrena es una espera más o menos larga del encuentro «cara a cara» con el Esposo divino, una espera que se ha de vivir con corazón siempre vigilante a fin de estar preparados para reconocerlo y acogerlo cuando venga. Así pues, por su naturaleza, la vida consagrada constituye una respuesta a Dios total y definitiva, incondicional y apasionada (cf. VC 17). Y cuando se renuncia a todo por seguir a Cristo, cuando se le entrega lo más querido que se tiene, afrontando todo sacrificio, entonces, como aconteció con el divino Maestro, también la persona consagrada que sigue sus huellas se convierte necesariamente en «signo de contradicción», porque su modo de pensar y de vivir con frecuencia está en contraste con la lógica del mundo, como se presenta casi siempre en los medios de comunicación social. Elegimos a Cristo, más aún, nos dejamos «conquistar» por él sin reservas. Ante esta valentía, cuánta gente sedienta de verdad queda impresionada y se siente atraída por quien no duda en dar la vida, su propia vida, por lo que cree. ¿No es esta la fidelidad evangélica radical a la que está llamada, también en nuestro tiempo, toda persona consagrada? Demos gracias al Señor porque tantos religiosos y religiosas, tantas personas consagradas, en todos los rincones de la tierra, siguen dando un testimonio supremo y fiel de amor a Dios y a los hermanos, testimonio que con frecuencia se tiñe con la sangre del martirio. Demos gracias a Dios también porque estos ejemplos continúan suscitando en el corazón de numerosos jóvenes el deseo de seguir a Cristo para siempre, de modo íntimo y total. Queridos hermanos y hermanas, no olvidéis nunca que la vida consagrada es don divino y que es en primer lugar el Señor quien la lleva a buen fin según sus proyectos. Esta certeza de que el Señor nos lleva a buen fin, a pesar de nuestras debilidades, debe servirnos de consuelo, preservándonos de la tentación del desaliento frente a las inevitables dificultades de la vida y a los múltiples desafíos de la época moderna. En efecto, en los tiempos difíciles que estamos viviendo no pocos institutos pueden sentir una sensación de desconcierto por las debilidades que perciben en su interior y por los muchos obstáculos que encuentran para llevar a cabo su misión. El Niño Jesús, que hoy es presentado en el templo, está vivo entre nosotros y de modo invisible nos sostiene, para que cooperemos fielmente con él en la obra de la salvación, y no nos abandona. La liturgia de hoy es particularmente sugestiva, porque se caracteriza por el símbolo de la luz. La solemne procesión de los cirios, que habéis realizado al inicio de la celebración, indica a Cristo, verdadera luz del mundo, que resplandece en la noche de la historia e ilumina a toda persona que busca la verdad. Queridos consagrados y consagradas, haced que esta llama arda en vosotros, que resplandezca en vuestra vida, para que por doquier brille un rayo del fulgor irradiado por Jesús, esplendor de verdad. Dedicándoos exclusivamente a él (cf. VC 15), testimoniáis la fascinación de la verdad de Cristo y la alegría que brota del amor a él. En la contemplación y en la actividad, en la soledad y en la fraternidad, en el servicio a los pobres y a los últimos, en el acompañamiento personal y en los areópagos modernos, estad dispuestos a proclamar y testimoniar que Dios es Amor, que es dulce amarlo. ¡Que María, la Tota pulchra, os enseñe a transmitir a los hombres y a las mujeres de hoy esta fascinación divina, que debe traslucirse en vuestras palabras y en vuestras acciones! A la vez que os manifiesto mi aprecio y mi gratitud por el servicio que prestáis a la Iglesia, os aseguro mi constante recuerdo en la oración, y de corazón os bendigo a todos. * * * HAY QUE ANUNCIAR, CON TODA LIBERTAD, EL MISTERIO DE CRISTO Concilio Vaticano II, Decr. "Ad gentes", núms. 23-24 Aunque a todo discípulo de Cristo incumbe el deber de propagar la fe según su condición, Cristo, el Señor, de entre los discípulos, llama siempre a los que le parece bien, para tenerlos en su compañía y para enviarlos a predicar a las naciones. Por lo cual, por medio del Espíritu Santo, que distribuye sus carismas según le place para común utilidad, inspira la vocación misionera en el corazón de cada uno y suscita al mismo tiempo en la Iglesia institutos que reciben como misión propia el deber de la evangelización, que pertenece a toda la Iglesia. Son marcados con una vocación especial aquellos que, dotados de un carácter natural conveniente, idóneos por sus buenas dotes e ingenio, están dispuestos a emprender la obra misional, sean nativos del lugar o extranjeros: sacerdotes, religiosos o seglares. Enviados por la autoridad legítima, se dirigen con fe y obediencia a los que están lejos de Cristo, separados para el ministerio a que han sido destinados, como servidores del Evangelio, para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por el Espíritu Santo, agrade a Dios. El hombre debe responder al llamamiento de Dios de tal modo que, no asintiendo a la carne ni a la sangre, se entregue totalmente a la obra del Evangelio. Pero no puede dar esta respuesta si no lo inspira y alienta el Espíritu Santo. El enviado entra en la vida y en la misión de aquel que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo. Por eso, debe estar dispuesto a perseverar toda su vida en la vocación, a renunciarse a sí mismo y a hacerse todo para todos. El que anuncia el Evangelio entre los paganos anuncie, con toda libertad, el misterio de Cristo, de quien es embajador, de suerte que, con su fuerza, se atreva a hablar como conviene, sin avergonzarse del escándalo de la cruz. Siguiendo las huellas de su Maestro, manso y humilde de corazón, manifieste que su yugo es llevadero y su carga ligera. Dé testimonio de su Señor con una vida enteramente evangélica, con mucha constancia, con longanimidad, con benignidad, con caridad sincera, y, si es necesario, hasta el derramamiento de su propia sangre. Dios le concederá valor y fortaleza para que vea qué abundancia de gozo se encierra en la experiencia intensa de la tribulación y de la absoluta pobreza. * * * NUESTRA MISIÓN ES LA EVANGELIZACIÓN Consejo Plenario de la OFM, 1983 13. En nuestro mundo, lleno de esperanzas y aspiraciones, encontramos un anhelo de comunión, paz, justicia y promoción de la dignidad humana, junto con el deseo de que sean satisfechas las necesidades humanas fundamentales. Al mismo tiempo, observamos que la sociedad está atormentada por el ateísmo y la indiferencia religiosa, por las ideologías en conflicto, por las guerras, el racismo, la opresión, y por una brecha cada vez mayor entre ricos y pobres. Frente a semejante situación del mundo, ¿qué tenemos que podamos ofrecer? 14. Jesús nos dice: «El Espíritu del Señor me ha escogido para traer la Buena Nueva a los pobres. Él me ha enviado a proclamar la libertad a los cautivos, a devolver la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y a anunciar que ha llegado el tiempo en que el Señor salvará a su pueblo» (Lc 4,18-19). Esta es la misión de la Iglesia: revelar a Jesús y el reino que Él proclamó. Él quiere liberar a todos los hombres del pecado y de cuanto los oprime, para que puedan gozar de la plenitud de su vida: una vida de justicia, paz, esperanza, alegría y amor. 15.En cuanto a nosotros, la aceptación del camino de Jesús nos exige una metanoia, una conversión personal y comunitaria, si queremos fermentar las culturas con los valores del Evangelio. Debemos nosotros mismos ser evangelizados más y más, liberándonos del pecado y de toda participación que podamos tener en la injusticia y opresión, de todo aquello que de alguna manera nos impida recibir y proclamar el amor de Dios que actúa en el mundo. 16. Buscando cómo ser mejores evangelizadores, miramos a Francisco, quien trajo para su tiempo nuevas intuiciones y énfasis: FRATERNIDAD: cuando algunos en la Iglesia condenaban como herejes a los que se encontraban fuera de su redil, e incluso enviaban ejércitos contra ellos, Francisco proclamó la buena nueva de que también ellos son nuestros hermanos y hermanas. PAZ: cuando unas ciudades guerreaban contra otras y la sociedad estaba dividida por el sistema feudal, él proclamó la buena nueva de la paz. POBREZA:cuando se corría afanosamente tras de las riquezas como si fuesen una divinidad, él proclamó nuevamente la buena noticia de la «bienaventuranza» de los pobres. MINORIDAD: cuando la meta de muchos era el poder y la fuerza, él proclamó la buena nueva de ser los pequeños, los menores. ECOLOGÍA: cuando unos tenían miedo de la naturaleza y otros ambicionaban dominarla para su propio provecho, él proclamó la buena nueva de que la tierra es nuestra hermana madre, y la creación entera una familia que debe ser tratada con respeto. PRESENCIA: cuando algunos religiosos se apartaban del pueblo, Francisco quiso que sus hermanos estuvieran cerca de la gente sencilla, presentes entre los menores. ESPÍRITU SANTO: cuando la Iglesia estaba fuertemente institucionalizada, Francisco tuvo conciencia de la misión del Espíritu y nunca cesó de recordar a sus hermanos que fuesen «hombres del Espíritu», y les dijo que el Espíritu Santo es el verdadero Ministro General de nuestra Orden. Nos parece que el énfasis puesto en semejantes puntos sigue siendo importante en nuestros días, y vamos a reflexionar brevemente sobre ellos en los capítulos siguientes.

jueves, 2 de febrero de 2017

DÍA 2 DE FEBRERO: PRESENTACIÓN DEL SEÑOR EN EL TEMPLO Y PURIFICACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA.

PRESENTACIÓN DEL SEÑOR EN EL TEMPLO Y PURIFICACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA. Esta fiesta, que se llama también "La Candelaria", celebra el episodio que narra san Lucas. Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, a los 40 días del parto, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor y así cumplir su santa Ley. En el templo les salió al encuentro el anciano Simeón, hombre justo y que esperaba la consolación de Israel. El anciano anunció a María su participación en la Pasión de su Hijo, y proclamó a éste "luz para alumbrar a las naciones". De ahí que los fieles, en la liturgia de hoy, salgan al encuentro del Señor con velas en sus manos y aclamándolo con alegría. Es una fiesta fundamentalmente del Señor, pero también celebra a María, vinculada al protagonismo de Jesús en este acontecimiento por el que es reconocido como Salvador y Mesías- Oración: Dios todopoderoso y eterno, te rogamos humildemente que, así como tu Hijo unigénito, revestido de nuestra humanidad, ha sido presentado hoy en el templo, nos concedas, de igual modo, a nosotros la gracia de ser presentados delante de ti con el alma limpia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.https://www.facebook.com/1723648607849832/videos/vb.1723648607849832/1851860141695344/?type=2&theater JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA. Esta Jornada, institida por Juan Pablo II en 1997 y que se viene celebrando desde aquel año el 2 de febrero, «quiere ayudar -dice el Papa- a toda la Iglesia a valorar cada vez más el testimonio de quienes han elegido seguir a Cristo de cerca mediante la práctica de los consejos evangélicos y, al mismo tiempo, quiere ser para las personas consagradas una ocasión propicia para renovar los propósitos y reavivar los sentimientos que deben inspirar su entrega al Señor». Según el mismo Pontífice, las finalidades de la Jornada son tres: 1) alabar más solemnemente al Señor y darle gracias por el gran don de la vida consagrada; 2) promover en todo el pueblo de Dios el conocimiento y la estima de la vida consagrada; 3) que las personas consagradas celebren juntas y solemnemente las maravillas que el Señor ha realizado en ellas. «La Jornada -establece el Papa- se celebrará en la fiesta en que se hace memoria de la presentación que María y José hicieron de Jesús en el templo "para ofrecerlo al Señor" (Lc 2,22)» BEATO LUIS BRISSON. Nació en Plancy (Francia) el año 1817. Ingresó en el seminario de Troyes en 1831 y fue ordenado sacerdote en 1840. Durante más de 40 años fue capellán del monasterio de religiosas de clausura de la Orden de la Visitación en Troyes, y allí profundizó en el pensamiento y espiritualidad de san Francisco de Sales. Al mismo tiempo desarrolló una intensa actividad como docente de ciencias naturales. Además, se ocupó de las necesidades sociales de su tiempo, organizando y promoviendo asociaciones de mujeres y estudiantes que buscaban condiciones más dignas de trabajo, estableciendo para ellas talleres y hogares. Para apoyar sus obras sociales, y para anunciar el Evangelio a los pobres y dar a conocer a Jesús según la espiritualidad de san Francisco de Sales, fundó las congregaciones de Oblatas y de Oblatos de San Francisco de Sales. Murió en su pueblo natal el 2 de febrero de 1908, a los 91 años. Beatificado en 2012. Benito Daswa BEATO BENITO DASWA. Nació en 1946 en Mbahe, pueblo rural de (Sudáfrica), de una familia no cristiana de la etnia venda y perteneciente a la tribu de los lemba. En su infancia fue pastor, y luego marchó a estudiar a Johanesburgo, donde por influencia de amigos abrazó el catolicismo y se bautizó en 1963. Sacó el título de maestro y se dedicó a la enseñanza en su tierra; fue nombrado director de una escuela. Contrajo matrimonio y tuvo 8 hijos. En su vida demostró siempre gran coherencia, asumiendo con valentía y coraje actitudes cristianas y rechazando costumbres mundanas y paganas. Fue catequista y le preocupó la educación de los niños y jóvenes, e intentó salvar a multitud de niños de las armas y las guerrillas. Trató de elevar el nivel cultural y humano de su pueblo, y se preocupó mucho por los más pobres. Su fe cristiana le llevó a oponerse a la brujería y a tratar de apartar de la misma a sus conciudadanos. Precisamente, por negarse a contribuir a una colecta para pagar la consulta a un brujo, lo asesinaron con piedras y palos el 2 de febrero de 1990. Beatificado el 13-IX-2015. * * * San Burcardo. Nació en Inglaterra, vistió el hábito benedictino y acompañó a san Bonifacio en la evangelización de Alemania, todavía pagana. San Bonifacio lo consagró primer obispo de Würzburg (Baviera), donde murió el año 754. Contó con el apoyo de Carlomagno. Llevó al Papa las actas del concilio general de los francos. El rey Pipino el Breve lo envió a Roma para tratar la cuestión dinástica del reino franco. Santa Catalina de Ricci. Consagró su vida al Señor y vistió el hábito de la Tercera Orden regular de santo Domingo. Desde muy joven fue asidua en la oración y, de modo especial, en la contemplación de los misterios de la Pasión de Cristo, en la que tuvo experiencias místicas extraordinarias. Sufrió graves enfermedades y murió en Prato (Italia) el año 1590. San Flósculo. Fue obispo de Orleans (Francia) y murió en la segunda mitad del siglo V. San Juan Teófanes Vénard. Sacerdote de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París. Después de seis años de apostolado clandestino en Vietnam, ejercido en medio de angustias y sufrimientos, fue apresado, torturado y decapitado en Hanoi el año 1861, a los 32 años de edad, en tiempo del emperador Tu Duc. Santa Juana de Lestonnac. Nació en Burdeos el año 1556, de padre católico y madre calvinista; a pesar de la influencia de su madre, perseveró en la fe católica. Contrajo matrimonio y tuvo siete hijos. Al quedar viuda en 1597, asegurada la educación de su prole, pensó abrazar la vida monástica, cosa que no le permitió su salud. Más tarde, inspirándose en la espiritualidad y normas de los jesuitas, fundó la Orden de Nuestra Señora para la educación de la juventud femenina. Murió en Burdeos el año 1640. San Lorenzo. Sucedió a san Agustín como obispo de Cantorbery (Inglaterra). Continuó la obra evangelizadora de su predecesor y la acrecentó notablemente con la conversión a la fe católica del rey Edbaldo de Kent. Murió en su sede episcopal el año 619. San Nicolás Saggio de Longobardi. Hijo de campesinos, trabajó de joven en el campo, al tiempo que cultivaba las penitencias y devociones. Ingresó como hermano laico en la Orden de los Mínimos de san Francisco de Paula. Ejerció sobre todo el oficio de portero en distintos conventos. Siempre edificaba con su ejemplo, y dedicaba los tiempos libres a la piedad y a la atención de pobres y enfermos. Murió en Roma el año 1709. Canonizado el 23-XI-2014 Beato Andrés Carlos Ferrari. Ordenado de sacerdote en 1873, fue primero obispo de Guastalla y de Como. En 1894, León XIII lo nombró cardenal y arzobispo de Milán, ciudad en la que murió en 1921. Como buen pastor y siguiendo las huellas de san Carlos Borromeo, consolidó las tradiciones religiosas de su pueblo, a la vez que abrió nuevos caminos para dar a conocer a Cristo y practicar la caridad, lo que le causó no pocas ni pequeñas incomprensiones y dificultades. Beato Esteban Bellesini. Sacerdote de la Orden de los Ermitaños de San Agustín. Vivió en tiempos difíciles para la Iglesia en Italia. Cuando se suprimieron las casas religiosas en Trento, se dedicó a la enseñanza para cuidar la educación cristiana de los niños. Luego se trasladó a Bolonia para poder vivir en comunidad. Fue un excelente maestro de novicios. Murió en Genazzano (Lazio), de donde era párroco, el año 1840. Beata María Catalina Kasper. Nació de familia campesina y trabajó en el campo. Consagró toda su vida al Señor. Desde joven se distinguió por la ayuda que prestaba a los enfermos y a los pobres. Se le unieron algunas jóvenes con las que fundó la congregación de las Siervas Pobres de Jesucristo, para servir al Señor en los pobres. Murió en Dernbach (Alemania) el año 1898. Beata María Dominica Mantovani. Nació en Castelletto del Garda, a donde llegó como párroco el beato José Nascimbeni, que la ayudó a profundizar en su vida de fe y buenas obras. Colaborando con él, fue cofundadora de la congregación de las Hermanitas de la Sagrada Familia, para servir a pobres, huérfanos y enfermos. Contribuyó de manera esencial a la elaboración de las Constituciones, inspiradas en la Regla de la Tercera Orden Regular de San Francisco; las cuatro primeras aspirantes hicieron el noviciado en las Terciarias Franciscanas de Verona. Murió en Verona el año 1934. Beato Pedro Cambiani de Ruffia. Sacerdote dominico piamontés que ejerció el oficio de inquisidor de la fe en Turín. Fue asesinado por los valdenses en Susa (Piamonte) el año 1365. Beato Simón Fidati de Cassia. Sacerdote de la Orden de los Ermitaños de San Agustín. Primero puso su empeño en el estudio de las ciencias naturales, pero luego se pasó a las sobrenaturales. Fue un gran predicador y uno de los mejores maestros espirituales de su tiempo. Con su palabra y sus escritos condujo a muchos a una mejor vida cristiana. Murió en Florencia el año 1348. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Cuando entraban en el Templo con el niño Jesús sus padres, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,28-32). Pensamiento franciscano: Nuestro Señor Jesucristo -escribe san Francisco- puso su voluntad en la voluntad del Padre, diciendo: Padre, hágase tu voluntad; no como yo quiero, sino como quieras tú. Y la voluntad del Padre fue que su Hijo bendito y glorioso, que él nos dio y que nació por nosotros, se ofreciera a sí mismo por su propia sangre como sacrificio y hostia en el ara de la cruz; no por sí mismo, por quien fueron hechas todas las cosas, sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo, para que sigamos sus huellas (2CtaF 10-13). Orar con la Iglesia: Acojamos a Cristo Jesús, que viene a nuestro encuentro, y presentémosle nuestras peticiones: -Por la santa Iglesia de Dios, para que, por la vida de sus fieles y el ministerio de sus sacerdotes, haga brillar ante los hombres la luz de Cristo. -Por los que tienen autoridad en la vida pública, para que su labor sea siempre de servicio, de justicia y de paz. -Por quienes han cumplido muchos años, para que vean realizadas sus esperanzas trascendentales y puedan ir al Padre llenos de paz. -Por todos los que creemos y esperamos en Cristo, para que la manifestación del Señor en la carne sea causa de vida y no ocasión de caída. Oración: Dios todopoderoso, que recibiste en tu templo a tu Unigénito, que se ofrecía por nosotros, escucha nuestras oraciones. Te lo pedimos Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR S. S. Benedicto XVI, Homilía del 2-II-06 Queridos hermanos y hermanas: La fiesta de la Presentación del Señor en el templo, cuarenta días después de su nacimiento, pone ante nuestros ojos un momento particular de la vida de la Sagrada Familia: según la ley mosaica, María y José llevan al niño Jesús al templo de Jerusalén para ofrecerlo al Señor (cf. Lc 2,22). Simeón y Ana, inspirados por Dios, reconocen en aquel Niño al Mesías tan esperado y profetizan sobre él. Estamos ante un misterio, sencillo y a la vez solemne, en el que la santa Iglesia celebra a Cristo, el Consagrado del Padre, primogénito de la nueva humanidad. La sugestiva procesión con los cirios al inicio de nuestra celebración nos ha hecho revivir la majestuosa entrada, cantada en el salmo responsorial, de Aquel que es «el rey de la gloria», «el Señor, fuerte en la guerra» (Sal 23,7.8). Pero, ¿quién es ese Dios fuerte que entra en el templo? Es un niño; es el niño Jesús, en los brazos de su madre, la Virgen María. La Sagrada Familia cumple lo que prescribía la Ley: la purificación de la madre, la ofrenda del primogénito a Dios y su rescate mediante un sacrificio. En la primera lectura, la liturgia habla del oráculo del profeta Malaquías: «De pronto entrará en el santuario el Señor» (Ml 3,1). Estas palabras comunican toda la intensidad del deseo que animó la espera del pueblo judío a lo largo de los siglos. Por fin entra en su casa «el mensajero de la alianza» y se somete a la Ley: va a Jerusalén para entrar, en actitud de obediencia, en la casa de Dios. El significado de este gesto adquiere una perspectiva más amplia en el pasaje de la carta a los Hebreos, proclamado hoy como segunda lectura. Aquí se nos presenta a Cristo, el mediador que une a Dios y al hombre, superando las distancias, eliminando toda división y derribando todo muro de separación. Cristo viene como nuevo «sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y a expiar así los pecados del pueblo» (Hb 2,17). Así notamos que la mediación con Dios ya no se realiza en la santidad-separación del sacerdocio antiguo, sino en la solidaridad liberadora con los hombres. Siendo todavía niño, comienza a avanzar por el camino de la obediencia, que recorrerá hasta las últimas consecuencias. Lo muestra bien la carta a los Hebreos cuando dice: «Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas (...) al que podía salvarle de la muerte, (...) y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen» (Hb 5,7-9). La primera persona que se asocia a Cristo en el camino de la obediencia, de la fe probada y del dolor compartido, es su madre, María. El texto evangélico nos la muestra en el acto de ofrecer a su Hijo: una ofrenda incondicional que la implica personalmente: María es Madre de Aquel que es «gloria de su pueblo Israel» y «luz para alumbrar a las naciones», pero también «signo de contradicción» (cf. Lc 2,32.34). Y a ella misma la espada del dolor le traspasará su alma inmaculada, mostrando así que su papel en la historia de la salvación no termina en el misterio de la Encarnación, sino que se completa con la amorosa y dolorosa participación en la muerte y resurrección de su Hijo. Al llevar a su Hijo a Jerusalén, la Virgen Madre lo ofrece a Dios como verdadero Cordero que quita el pecado del mundo; lo pone en manos de Simeón y de Ana como anuncio de redención; lo presenta a todos como luz para avanzar por el camino seguro de la verdad y del amor. Las palabras que en este encuentro afloran a los labios del anciano Simeón -«mis ojos han visto a tu Salvador» (Lc 2,30)-, encuentran eco en el corazón de la profetisa Ana. Estas personas justas y piadosas, envueltas en la luz de Cristo, pueden contemplar en el niño Jesús «el consuelo de Israel» (Lc 2,25). Así, su espera se transforma en luz que ilumina la historia. Simeón es portador de una antigua esperanza, y el Espíritu del Señor habla a su corazón: por eso puede contemplar a Aquel a quien muchos profetas y reyes habían deseado ver, a Cristo, luz que alumbra a las naciones. En aquel Niño reconoce al Salvador, pero intuye en el Espíritu que en torno a él girará el destino de la humanidad, y que deberá sufrir mucho a causa de los que lo rechazarán; proclama su identidad y su misión de Mesías con las palabras que forman uno de los himnos de la Iglesia naciente, del cual brota todo el gozo comunitario y escatológico de la espera salvífica realizada. El entusiasmo es tan grande, que vivir y morir son lo mismo, y la «luz» y la «gloria» se transforman en una revelación universal. Ana es «profetisa», mujer sabia y piadosa, que interpreta el sentido profundo de los acontecimientos históricos y del mensaje de Dios encerrado en ellos. Por eso puede «alabar a Dios» y hablar «del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén» (Lc 2,38). Su larga viudez, dedicada al culto en el templo, su fidelidad a los ayunos semanales y su participación en la espera de todos los que anhelaban el rescate de Israel concluyen en el encuentro con el niño Jesús. * * * ACOJAMOS LA LUZ CLARA Y ETERNA De los sermones de san Sofronio Corramos todos al encuentro del Señor, los que con fe celebramos y veneramos su misterio, vayamos todos con alma bien dispuesta. Nadie deje de participar en este encuentro, nadie deje de llevar su luz. Llevamos en nuestras manos cirios encendidos, ya para significar el resplandor divino de aquel que viene a nosotros -el cual hace que todo resplandezca y, expulsando las negras tinieblas, lo ilumina todo con la abundancia de la luz eterna-, ya, sobre todo, para manifestar el resplandor con que nuestras almas han de salir al encuentro de Cristo. En efecto, del mismo modo que la Virgen Madre de Dios tomó en sus brazos la luz verdadera y la comunicó a los que yacían en tinieblas, así también nosotros, iluminados por él y llevando en nuestras manos una luz visible para todos, apresurémonos a salir al encuentro de aquel que es la luz verdadera. Sí, ciertamente, porque la luz ha venido al mundo para librarlo de las tinieblas en que estaba envuelto y llenarlo de resplandor, y nos ha visitado el sol que nace de lo alto, llenando de su luz a los que vivían en tinieblas: esto es lo que nosotros queremos significar. Por esto, avanzamos en procesión con cirios en las manos; por esto, acudimos llevando luces, queriendo representar la luz que ha brillado para nosotros, así como el futuro resplandor que, procedente de ella, ha de inundarnos. Por tanto, corramos todos a una, salgamos al encuentro de Dios. Ha llegado ya aquella luz verdadera que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre. Dejemos, hermanos, que esta luz nos penetre y nos transforme. Ninguno de nosotros ponga obstáculos a esta luz y se resigne a permanecer en la noche; al contrario, avancemos todos llenos de resplandor; todos juntos, iluminados, salgamos a su encuentro y, con el anciano Simeón, acojamos aquella luz clara y eterna; imitemos la alegría de Simeón y, como él, cantemos un himno de acción de gracias al Engendrador y Padre de la luz, que ha arrojado de nosotros las tinieblas y nos ha hecho partícipes de la luz verdadera. También nosotros, representados por Simeón, hemos visto la salvación de Dios, que él ha presentado ante todos los pueblos y que ha manifestado para gloria de nosotros, los que formamos el nuevo Israel; y, así como Simeón, al ver a Cristo, quedó libre de las ataduras de la vida presente, así también nosotros hemos sido liberados del antiguo y tenebroso pecado. También nosotros, acogiendo en los brazos de nuestra fe a Cristo, que viene desde Belén hasta nosotros, nos hemos convertido de gentiles en pueblo de Dios (Cristo es, en efecto, la salvación de Dios Padre) y hemos visto, con nuestros ojos, al Dios hecho hombre; y, de este modo, habiendo visto la presencia de Dios y habiéndola aceptado, por decirlo así, en los brazos de nuestra mente, somos llamados el nuevo Israel. Esto es lo que vamos celebrando, año tras año, porque no queremos olvidarlo. * * * CÓMO CONCIBIÓ Y VIVIÓ SAN FRANCISCO EL ANUNCIO EVANGÉLICO III. MANIFESTACIÓN PÚBLICA EN SIGNOS Y PALABRAS por Michel Hubaut, o.f.m. «Otro modo de comportarse entre los infieles, que, cuando les parezca que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios para que crean en Dios omnipotente, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en el Hijo, redentor y salvador, y para que se bauticen y se hagan cristianos» (1 R 16,7). Este anuncio público y explícito de Cristo por los caminos de Palestina fue para Francisco, después de algunos años de trabajo manual y de servicio en las leproserías, el modelo de anuncio que adoptó. Apenas trabajará ya con sus manos. Su «anuncio» misionero tomará ese ritmo binario tan característico de su espiritualidad. Vivirá más de la mitad de su tiempo retirado, en la oración contemplativa gratuita, y la otra mitad estará consagrada a la predicación-exhortación itinerante. Desde los orígenes de la Orden, ese tipo de «anuncio» del Santo Evangelio es evidente: invitación apremiante a la penitencia, a la conversión del corazón para acoger la Buena Nueva, los bienes del Reino, el precio de la Salvación ofrecido por Cristo. Apenas rodeado de siete compañeros, «Francisco les manifestó su proyecto de enviarles a las cuatro partes del mundo... como trazando una inmensa señal de la cruz.... "Marchad, les dijo, carísimos, de dos en dos por las diversas partes de la tierra, anunciando a los hombres la paz y la penitencia para remisión de los pecados"» (LM 3,7; 1 Cel 23 y 29). Su sentido universal, católico, de ese anuncio se desborda en sus Cartas, como, por ejemplo, la dirigida «a las autoridades de los pueblos», con el empleo tan frecuente de la palabra «todo». Muy pronto los compañeros podrán escribir: «Los hermanos fueron enviados a casi todas las partes del mundo» (TC 62). Esta dimensión misionera del anuncio explícito y universal es fundamental para la familia franciscana. ¿Incoherencia? ¿Contradicción entre estas dos formas de «anuncio» queridas por Francisco mismo? No. Por el contrario, intuición unificadora del misterio de la misión permanente y actual de Cristo. ¡Francisco es capaz de planear para sus hermanos un tipo de «anuncio» que él personalmente no vivirá! A lo largo de nuestra historia franciscana, ha sido privilegiado uno u otro «anuncio» del Santo Evangelio. Cada época, cada país tiene necesidades imperiosas que postulan el uno o el otro. El peligro está en la exclusión sistemática del uno o del otro, por costumbre, por falta de audacia o por reducción inconsciente de la visión amplia de san Francisco. Lo más extraño sería ver a unos hermanos cerrarse a los que tienen que vivir el anuncio que es complementario del que ellos mismos viven, cuando la misión franciscana exige para ser completa, tal como Francisco la quiso, la permanencia de esos dos tipos de anuncio del Santo Evangelio. Una vez más, aquí, la vida evangélica franciscana no puede ni debe ser encarnada por un solo tipo de hermano, ni siquiera por un solo tipo de fraternidad. Es verdad, sin embargo, que cada hermano menor, y cada fraternidad, deberá interrogarse siempre sobre su opción y sobre la verdad del tipo de «anuncio» que el Señor o la Iglesia le ha confiado. Ninguno de los dos funciona automáticamente; cada uno de ellos necesita plantearse periódicamente unos interrogantes valientes. ¿Anuncia mi vida el Evangelio? ¿Qué queda en mi vida personal, en mi vida comunitaria, de aquel soplo misionero universal que animaba a Francisco y a sus hermanos? CONCLUSIÓN Recordemos, finalmente, para no traicionar la intuición de Francisco, que concluye su capítulo sobre la misión entre los infieles diciendo: «Y todos los hermanos, dondequiera que estén -cualquiera que sea el tipo de anuncio vivido-, recuerden que se dieron y abandonaron sus cuerpos al Señor Jesucristo. Y por su amor deben exponerse a los enemigos tanto visibles como invisibles...» (1 R 16,10-11). Y termina este capítulo misionero con doce citas evangélicas cuya ilación es la persecución y las pruebas. Está claro para Francisco que todos los hermanos deben participar en los sufrimientos y en la misión redentora de Cristo. Para él, las dificultades, las pruebas no constituyen un deplorable obstáculo para la misión, sino que ellas son un elemento constitutivo de la misma. Por otro lado, él consideró siempre el envío a misión como un don de la propia vida. Francisco «partirá» siempre para vivir el «martirio» como un testimonio, un «anuncio». Para Francisco, por último, ser un enviado, un testigo que «anuncia», es, ante todo, revivir en sí mismo todo el misterio, todos los actos salvíficos de Cristo. Anunciar es entregar la propia vida mediante una presencia evangélica en medio de los hombres, es un anuncio público y explícito de la Salvación y, a veces, es una sangre derramada. Este don por amor es el que constituye la unidad de la misión bajo esas tres modalidades, y el que salva. Sólo el amor es misionero, salvador. La misión es una participación en ese amor de Cristo que salva amando. Para Francisco de Asís, «anunciar» el Santo Evangelio es siempre comprometer la propia vida en la Pascua del Señor. .