viernes, 3 de febrero de 2017

DÍA 3 DE FEBRERO: SAN BLAS, SAN ÓSCAR,SANTA CLAUDINA THÉVENET, etc.

SAN BLAS. Nació en Sebaste (Armenia) en la segunda mitad del siglo III. Según la tradición fue médico y cristiano ejemplar. Lo eligieron obispo de su ciudad natal, y fue pastor prudente y celoso, intrépido protector de sus fieles en las terribles persecuciones del Imperio Romano de principios del siglo IV. Tuvo que huir a las montañas donde se entregó a la penitencia y la contemplación. Lo apresaron, y su traslado ante el prefecto constituyó una apoteosis popular, acompañada de milagros. Ante su negativa a renunciar a la fe, lo sometieron a toda clase de tormentos, y murió decapitado en su ciudad natal, con toda probabilidad el año 316. Su culto se extendió por toda Europa y es invocado como intercesor en las enfermedades de garganta.- Oración: Escucha, Señor, las súplicas de tu pueblo, que hoy te invoca apoyado en la protección de tu mártir san Blas: concédenos, por sus méritos, la paz en esta vida y el premio de la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. SAN ÓSCAR. Nació cerca de Amiens (Francia) a principios del siglo IX y fue educado en el monasterio benedictino de Corbie. El año 826 marchó a Dinamarca a predicar la fe cristiana, pero con poco fruto. En Suecia, en cambio, obtuvo mejores resultados. Fue elegido obispo de Hamburgo, y el papa Gregorio IV, después de confirmar su nombramiento, lo designó también legado pontificio para Dinamarca y Suecia. Tuvo que enfrentarse a muchas dificultades en su labor evangelizadora, pero las superó con gran fortaleza de ánimo. Fundó monasterios, construyó escuelas, redimió cautivos, ayudó sin tregua a pobres, enfermos y peregrinos, para los que construyó un albergue. Murió en Bremen (Sajonia, Alemania) el año 865.- Oración: Señor, Dios nuestro, que has querido enviar al obispo san Óscar a evangelizar numerosos pueblos, concédenos, por su intercesión, caminar siempre en la luz de tu verdad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. SANTA CLAUDINA THÉVENET. Nació en Lyón (Francia) el 30 de marzo de 1774. A los 15 años sufrió en su familia los horrores de la Revolución Francesa. Después de la Revolución, su interés se centró en los niños y jóvenes abandonados a su suerte. El sacerdote P. Coindre le encomendó el cuidado de unas niñas abandonadas. Algunas compañeras se unieron a Claudina, formando una Asociación que en 1818 llegó a ser la Congregación de Hermanas de Jesús-María. Su finalidad es la educación cristiana de todas las clases sociales, con preferencia por las niñas y jóvenes y, entre ellas, las más pobres. Claudina murió en Lyón el 3 de febrero de 1837. * * * San Adelino. Sacerdote, fundador y abad del monasterio de Celles, cerca de Namur (Bélgica), al que dio gran impulso y rigió santamente hasta su muerte el año 696. Santa Berlinda. Nació en Flandes, hija del señor de Meerbeke, al que cuidó amorosamente cuando contrajo la lepra, sin recibir de él muestra alguna de gratitud. Desheredada por él, se alojó en las monjas del monasterio benedictino de Moorsel y, muerto su padre, volvió a Meerbeke donde llevo, con otras compañeras, una vida ejemplar de piedad, penitencia y caridad. Murió hacia el año 935. San Celerino. Era en su iglesia lector y estaba en Roma cuando el año 250 estalló la persecución del emperador Decio. Fue arrestado con otros muchos cristianos, pero pudo regresar a Cartago (Túnez) al lado de san Cipriano. Confesó valerosamente a Cristo y por ello sufrió el martirio, siguiendo las huellas de su abuela Celerina, martirizada con anterioridad, de su tío paterno Laurentino y de su tío materno Ignacio, que estuvieron un tiempo enrolados en el ejército, pero que luego recibieron la palma del martirio a causa de su fe en Cristo. San Leonio. Sacerdote de Poitiers (Francia), donde murió en el siglo IV. Fue discípulo de san Hilario. San Lupicino. Fue obispo de Lyón (Francia) a finales del siglo V, durante la persecución de los vándalos. San Simeón y Santa Ana. Son los personajes bíblicos que, según san Lucas (Lc 2), recibieron al Niño Jesús cuando fue presentado por sus padres en el Templo de Jerusalén; ambos saludaron con gozo la llegada del Mesías prometido. Simeón, anciano justo que esperaba la consolación de Israel, recibió al Niño en sus brazos y anunció a María su participación en la Pasión de su Hijo, al que proclamó "luz para alumbrar a las naciones". Ana era una viuda, anciana y profetisa, que servía a Dios en el Templo y que, al ver al Niño, alabó a Dios y al Pequeño. Santos Teridio (o Tigidio) y Remedio. Teridio fue el segundo obispo de Gap, departamento de Altos Alpes (Francia), y le sucedió Remedio, que llegó a su sede hacia el año 394. Santa Wereburga (o Werburga). Nació el año 650, hija del rey Wulfhere de Mecia (Inglaterra) y de Ermenilda, tenida por santa. Sucedió a varias santas mujeres familiares suyas como abadesa del monasterio de Ely. Además, reformó y fundó varios monasterios femeninos. Murió hacia el año 700 en una de sus casas y sus restos fueron trasladados a Chester. Beato Alois Andritzki. Nació el año 1914 en Radibor (Alemania). Estudio en la Universidad de Paderborn y más tarde ingresó en el seminario de Meissen. Fue ordenado sacerdote en 1939 y ejerció el apostolado especialmente con los jóvenes. Era humilde, sencillo, siempre disponible, y amaba el deporte. En 1941 fue detenido por la Gestapo y encarcelado en Dresde, de donde lo trasladaron al campo de concentración de Dachau. Enfermo y maltrecho, murió el 3-II-1943 a consecuencia de la inyección letal que le pusieron. Por su fidelidad a la fe y al sacerdocio fue víctima inocente del régimen nazi. Beatificado en 2011. Beato Helinando. De joven fue un famoso trovador itinerante, por su ingenio vivaz e imaginativo y por su hermosa voz. Más tarde dejó este oficio y vistió el hábito cisterciense en el monasterio de Froidmont en territorio de Beauvais (Francia), en el que se distinguió por su humildad, piedad y fervor, lo que no le impedía dedicarse al cultivo de las letras. Murió el año 1230. Beato Juan Nelson. Sacerdote jesuita inglés que, por negar a la reina Isabel I la potestad suprema en cuestiones espirituales, que para él tenía sólo el Papa, fue condenado a muerte y ahorcado públicamente en la plaza de Tyburn de Londres el año 1578. Beata María Ana Rivier. Nació en Montpezat-sous-Bauzon (Ródano-Alpes) en 1768. Cuando la Revolución Francesa suprimió las órdenes y congregaciones religiosas, ella fundó la Congregación de las Hermanas de la Presentación de María, para la educación cristiana del pueblo, de los niños y jóvenes, con preferencia los pobres y especialmente las huérfanas. Murió en Bourg-Saint-Andéol (Francia) el año 1838. Beata María Elena Stollenwerk. Nació en Alemania, y se trasladó a Holanda para colaborar con el beato Arnoldo Janssen en la fundación de las Misioneras Siervas del Espíritu Santo, de las que fue la primera superiora. Cuando dejó el cargo, se pasó a la rama claustral de las Siervas del Espíritu Santo, fundada por el mismo P. Janssen, en la que se consagró a la adoración perpetua. Murió en Steyl (Holanda) el año 1900. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Dijo Jesús a sus discípulos: «El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna» (Mt 19,29). Pensamiento franciscano: San Francisco escribió a todos los fieles: --Debemos también ayunar y abstenernos de los vicios y pecados... Debemos también visitar las iglesias frecuentemente y venerar y reverenciar a los clérigos... Y especialmente los religiosos, que han renunciado al siglo, están obligados a hacer más y mayores cosas, pero sin omitir éstas (2CtaF 32-36). Orar con la Iglesia: Pidamos a Dios Padre, fuente de toda santidad, que nos conserve en la vocación cristiana a que nos ha llamado: -Padre santo, que has querido que nos llamemos y seamos hijos tuyos, concédenos cantar tus grandezas en medio de tu templo santo, la Iglesia. -Padre santo, que quieres que hagamos eficaz nuestra consagración a ti, ayúdanos a dar fruto de buenas obras. -Padre santo, que sabes los peligros que nos acechan, líbranos del mal y ampáranos en nuestras debilidades. -Padre santo, que no cesas de llamar a quienes quieres a una vida consagrada, concede a los llamados la fidelidad y la perseverancia. Oración: Te pedimos, Padre, que tu Espíritu nos ilumine para percibir tus llamadas y nos fortalezca para asumirlas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * LA VIDA CONSAGRADA S. S. Benedicto XVI, Discurso del 2-II-07 Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de la Presentación del Señor nos recuerda que vuestro testimonio evangélico, para que sea verdaderamente eficaz, debe brotar de una respuesta sin reservas a la iniciativa de Dios, que os ha consagrado para sí con un acto especial de amor. Del mismo modo que los ancianos Simeón y Ana deseaban ardientemente ver al Mesías antes de morir y hablaban de él «a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (cf. Lc 2,26.38), así también en nuestro tiempo, sobre todo entre los jóvenes, hay una necesidad generalizada de encontrar a Dios. Los que son elegidos por Dios para la vida consagrada hacen suyo de modo definitivo este anhelo espiritual. En efecto, lo único que anhelan es el reino de Dios: que Dios reine en nuestras voluntades, en nuestros corazones, en el mundo. Tienen una sed ardiente de amor, que sólo el Eterno puede saciar. Con su ejemplo proclaman a un mundo a menudo desorientado, pero que en realidad busca cada vez más un sentido, que Dios es el Señor de la existencia, que su «gracia vale más que la vida» (Sal 62,4). Al elegir la obediencia, la pobreza y la castidad por el reino de los cielos, muestran que todo apego y amor a las cosas y a las personas es incapaz de saciar definitivamente el corazón; que la existencia terrena es una espera más o menos larga del encuentro «cara a cara» con el Esposo divino, una espera que se ha de vivir con corazón siempre vigilante a fin de estar preparados para reconocerlo y acogerlo cuando venga. Así pues, por su naturaleza, la vida consagrada constituye una respuesta a Dios total y definitiva, incondicional y apasionada (cf. VC 17). Y cuando se renuncia a todo por seguir a Cristo, cuando se le entrega lo más querido que se tiene, afrontando todo sacrificio, entonces, como aconteció con el divino Maestro, también la persona consagrada que sigue sus huellas se convierte necesariamente en «signo de contradicción», porque su modo de pensar y de vivir con frecuencia está en contraste con la lógica del mundo, como se presenta casi siempre en los medios de comunicación social. Elegimos a Cristo, más aún, nos dejamos «conquistar» por él sin reservas. Ante esta valentía, cuánta gente sedienta de verdad queda impresionada y se siente atraída por quien no duda en dar la vida, su propia vida, por lo que cree. ¿No es esta la fidelidad evangélica radical a la que está llamada, también en nuestro tiempo, toda persona consagrada? Demos gracias al Señor porque tantos religiosos y religiosas, tantas personas consagradas, en todos los rincones de la tierra, siguen dando un testimonio supremo y fiel de amor a Dios y a los hermanos, testimonio que con frecuencia se tiñe con la sangre del martirio. Demos gracias a Dios también porque estos ejemplos continúan suscitando en el corazón de numerosos jóvenes el deseo de seguir a Cristo para siempre, de modo íntimo y total. Queridos hermanos y hermanas, no olvidéis nunca que la vida consagrada es don divino y que es en primer lugar el Señor quien la lleva a buen fin según sus proyectos. Esta certeza de que el Señor nos lleva a buen fin, a pesar de nuestras debilidades, debe servirnos de consuelo, preservándonos de la tentación del desaliento frente a las inevitables dificultades de la vida y a los múltiples desafíos de la época moderna. En efecto, en los tiempos difíciles que estamos viviendo no pocos institutos pueden sentir una sensación de desconcierto por las debilidades que perciben en su interior y por los muchos obstáculos que encuentran para llevar a cabo su misión. El Niño Jesús, que hoy es presentado en el templo, está vivo entre nosotros y de modo invisible nos sostiene, para que cooperemos fielmente con él en la obra de la salvación, y no nos abandona. La liturgia de hoy es particularmente sugestiva, porque se caracteriza por el símbolo de la luz. La solemne procesión de los cirios, que habéis realizado al inicio de la celebración, indica a Cristo, verdadera luz del mundo, que resplandece en la noche de la historia e ilumina a toda persona que busca la verdad. Queridos consagrados y consagradas, haced que esta llama arda en vosotros, que resplandezca en vuestra vida, para que por doquier brille un rayo del fulgor irradiado por Jesús, esplendor de verdad. Dedicándoos exclusivamente a él (cf. VC 15), testimoniáis la fascinación de la verdad de Cristo y la alegría que brota del amor a él. En la contemplación y en la actividad, en la soledad y en la fraternidad, en el servicio a los pobres y a los últimos, en el acompañamiento personal y en los areópagos modernos, estad dispuestos a proclamar y testimoniar que Dios es Amor, que es dulce amarlo. ¡Que María, la Tota pulchra, os enseñe a transmitir a los hombres y a las mujeres de hoy esta fascinación divina, que debe traslucirse en vuestras palabras y en vuestras acciones! A la vez que os manifiesto mi aprecio y mi gratitud por el servicio que prestáis a la Iglesia, os aseguro mi constante recuerdo en la oración, y de corazón os bendigo a todos. * * * HAY QUE ANUNCIAR, CON TODA LIBERTAD, EL MISTERIO DE CRISTO Concilio Vaticano II, Decr. "Ad gentes", núms. 23-24 Aunque a todo discípulo de Cristo incumbe el deber de propagar la fe según su condición, Cristo, el Señor, de entre los discípulos, llama siempre a los que le parece bien, para tenerlos en su compañía y para enviarlos a predicar a las naciones. Por lo cual, por medio del Espíritu Santo, que distribuye sus carismas según le place para común utilidad, inspira la vocación misionera en el corazón de cada uno y suscita al mismo tiempo en la Iglesia institutos que reciben como misión propia el deber de la evangelización, que pertenece a toda la Iglesia. Son marcados con una vocación especial aquellos que, dotados de un carácter natural conveniente, idóneos por sus buenas dotes e ingenio, están dispuestos a emprender la obra misional, sean nativos del lugar o extranjeros: sacerdotes, religiosos o seglares. Enviados por la autoridad legítima, se dirigen con fe y obediencia a los que están lejos de Cristo, separados para el ministerio a que han sido destinados, como servidores del Evangelio, para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por el Espíritu Santo, agrade a Dios. El hombre debe responder al llamamiento de Dios de tal modo que, no asintiendo a la carne ni a la sangre, se entregue totalmente a la obra del Evangelio. Pero no puede dar esta respuesta si no lo inspira y alienta el Espíritu Santo. El enviado entra en la vida y en la misión de aquel que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo. Por eso, debe estar dispuesto a perseverar toda su vida en la vocación, a renunciarse a sí mismo y a hacerse todo para todos. El que anuncia el Evangelio entre los paganos anuncie, con toda libertad, el misterio de Cristo, de quien es embajador, de suerte que, con su fuerza, se atreva a hablar como conviene, sin avergonzarse del escándalo de la cruz. Siguiendo las huellas de su Maestro, manso y humilde de corazón, manifieste que su yugo es llevadero y su carga ligera. Dé testimonio de su Señor con una vida enteramente evangélica, con mucha constancia, con longanimidad, con benignidad, con caridad sincera, y, si es necesario, hasta el derramamiento de su propia sangre. Dios le concederá valor y fortaleza para que vea qué abundancia de gozo se encierra en la experiencia intensa de la tribulación y de la absoluta pobreza. * * * NUESTRA MISIÓN ES LA EVANGELIZACIÓN Consejo Plenario de la OFM, 1983 13. En nuestro mundo, lleno de esperanzas y aspiraciones, encontramos un anhelo de comunión, paz, justicia y promoción de la dignidad humana, junto con el deseo de que sean satisfechas las necesidades humanas fundamentales. Al mismo tiempo, observamos que la sociedad está atormentada por el ateísmo y la indiferencia religiosa, por las ideologías en conflicto, por las guerras, el racismo, la opresión, y por una brecha cada vez mayor entre ricos y pobres. Frente a semejante situación del mundo, ¿qué tenemos que podamos ofrecer? 14. Jesús nos dice: «El Espíritu del Señor me ha escogido para traer la Buena Nueva a los pobres. Él me ha enviado a proclamar la libertad a los cautivos, a devolver la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y a anunciar que ha llegado el tiempo en que el Señor salvará a su pueblo» (Lc 4,18-19). Esta es la misión de la Iglesia: revelar a Jesús y el reino que Él proclamó. Él quiere liberar a todos los hombres del pecado y de cuanto los oprime, para que puedan gozar de la plenitud de su vida: una vida de justicia, paz, esperanza, alegría y amor. 15.En cuanto a nosotros, la aceptación del camino de Jesús nos exige una metanoia, una conversión personal y comunitaria, si queremos fermentar las culturas con los valores del Evangelio. Debemos nosotros mismos ser evangelizados más y más, liberándonos del pecado y de toda participación que podamos tener en la injusticia y opresión, de todo aquello que de alguna manera nos impida recibir y proclamar el amor de Dios que actúa en el mundo. 16. Buscando cómo ser mejores evangelizadores, miramos a Francisco, quien trajo para su tiempo nuevas intuiciones y énfasis: FRATERNIDAD: cuando algunos en la Iglesia condenaban como herejes a los que se encontraban fuera de su redil, e incluso enviaban ejércitos contra ellos, Francisco proclamó la buena nueva de que también ellos son nuestros hermanos y hermanas. PAZ: cuando unas ciudades guerreaban contra otras y la sociedad estaba dividida por el sistema feudal, él proclamó la buena nueva de la paz. POBREZA:cuando se corría afanosamente tras de las riquezas como si fuesen una divinidad, él proclamó nuevamente la buena noticia de la «bienaventuranza» de los pobres. MINORIDAD: cuando la meta de muchos era el poder y la fuerza, él proclamó la buena nueva de ser los pequeños, los menores. ECOLOGÍA: cuando unos tenían miedo de la naturaleza y otros ambicionaban dominarla para su propio provecho, él proclamó la buena nueva de que la tierra es nuestra hermana madre, y la creación entera una familia que debe ser tratada con respeto. PRESENCIA: cuando algunos religiosos se apartaban del pueblo, Francisco quiso que sus hermanos estuvieran cerca de la gente sencilla, presentes entre los menores. ESPÍRITU SANTO: cuando la Iglesia estaba fuertemente institucionalizada, Francisco tuvo conciencia de la misión del Espíritu y nunca cesó de recordar a sus hermanos que fuesen «hombres del Espíritu», y les dijo que el Espíritu Santo es el verdadero Ministro General de nuestra Orden. Nos parece que el énfasis puesto en semejantes puntos sigue siendo importante en nuestros días, y vamos a reflexionar brevemente sobre ellos en los capítulos siguientes.

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