lunes, 24 de octubre de 2016

DÍA 24 DE OCTUBRE: SAN ANTONIO MARÍA CLARET, SAN LUIS GUANELLA, etc.

domingo, 23 de octubre de 2016

FE, ESPERANZA Y AMOR EN EL SIGLO XXI: CONVERSACIONES SOBRE EL AMOR Y LA SEXUALIDAD EN MA...

FE, ESPERANZA Y AMOR EN EL SIGLO XXI: CONVERSACIONES SOBRE EL AMOR Y LA SEXUALIDAD EN MA...: ¿Está todo dicho sobre el amor? Reflexiones, aportes de la psicología, biología, teología, pero sobre todo una visión positiva, int...

CONVERSACIONES SOBRE EL AMOR Y LA SEXUALIDAD EN MADRID, CON JOSÉ MOYA

¿Está todo dicho sobre el amor?

Reflexiones, aportes de la psicología, biología, teología, pero sobre todo una visión positiva, integradora y creyente del amor como el camino para ser feliz.
¿Queda aún algo de amor verdadero en el mundo?

¿Es posible una promesa de amor y creer que se puede mantener en el tiempo?

¿Qué es el amor erótico?


Indicadores sobre una auténtica sexualidad basada en el amor, el placer, la responsabilidad.. ¿Es posible aún creer en las palabras de la otra persona?


Muchas preguntas y pistas sobre las cuales se puede comprender el amor en el siglo XXI.
Os esperamos.

En calle FELIX BOIX Nº 13, (Estación de metro Plaza de Castilla, líneas 1, 9, 10) Autobús Nº 50 desde la Castellana. Miércoles 26 de octubre a las 20:00 Hrs. 

¿Qué hace Dios por los que sufren? - DOMUND 2016



Sal de tu tierra y anuncia la BUENA NOTICIA... sal de tu comodidad y escucha el dolor de los sin sentidos. de los hambrientos, de los perseguidos, de los moribundos, de los sin techo. Sal de tu encierro del estado del bienestar e indiferencia y siente cómo otros mueren sin haber vivido...

Tras las huellas del Nazareno: P. Behnam Benoka (En entrevista)



De la carta de san Pablo a los Efesios: «Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad con toda el alma para el Señor. Dad siempre gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Ef 5,19-20).

sábado, 22 de octubre de 2016

DÍA 23 DE OCTUBRE: SAN JUAN DE CAPISTRANO, SAN SEVERINO BOECIO, etc.


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SAN JUAN DE CAPISTRANO. Nació en Capestrano (Abruzzo, Italia) el año 1386. Estudió Derecho en Perusa y durante algún tiempo ejerció el oficio de juez, hasta que en una revuelta popular lo encarcelaron. Al verse libre como por milagro, experimentó una profunda crisis religiosa, que le llevó a entrar en la Orden franciscana en 1416. Ordenado de sacerdote, ejerció incansablemente el apostolado de la predicación por gran parte de Europa, trabajando en la reforma de costumbres, la formación del clero y la lucha contra las herejías. Fue amigo íntimo de san Bernardino de Siena y colaboró con él en la reforma de la Orden y en la difusión de la devoción al nombre de Jesús. Fue Vicario general de los Observantes cismontanos y ocupó otros cargos. Alentó a los cristianos a participar en la cruzada y trató de lograr la unión de los príncipes cristianos europeos frente a la invasión de los turcos mahometanos hacia Belgrado. Escribió obras ascéticas y jurídicas. Murió en Illok el 23 de octubre de 1456.- Oración: Oh Dios, que suscitaste a san Juan de Capistrano para confortar a tu pueblo en las adversidades, te rogamos humildemente que reafirmes nuestra confianza en tu protección y conserves en paz a tu Iglesia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
SAN SEVERINO BOECIO. Fue un gran filósofo, que sintetizó el pensamiento clásico y la cultura cristiana. Nació en Roma en torno al año 480 en el seno de una familia patricia. Recibió una educación esmerada en retórica y filosofía y completó sus estudios en Atenas. Aunque parece que tenía mayor inclinación por la docencia, entró en la carrera política y fue senador y más tarde cónsul. Contrajo matrimonio y tuvo dos hijos. El rey ostrogodo Teodorico le dio el encargo de maestro de oficios, algo así como un primer ministro, y él lo aprovechó para difundir entre los godos el pensamiento romano y la fe cristiana. Evitó que Teodorico, arriano, persiguiese a los católicos. Nada hizo que fuera reprobable, pero cayó en desgracia del rey, que lo depuso, lo condenó injustamente y lo desterró a Pavía, donde fue asesinado el año 524. La Iglesia lo tiene por santo y mártir. En la cárcel escribió su obra más famosa: La consolación de la filosofía.
BEATA JOSEFINA LEROUX[Murió el 23 de octubre y la Familia franciscana celebra su memoria el 22 del mismo mes]. Nació en Cambrai (Francia) el año 1747. A los 22 años de edad ingresó en las clarisas urbanistas de Valenciennes, mientras su hermana Escolástica ingresaba en las Ursulinas de la misma ciudad. Cerrado su monasterio por la Revolución Francesa, se fue con su hermana a la vecina Mons, en territorio belga. Cuando Valenciennes fue ocupada por el ejército austríaco, pudieron regresar a esta ciudad y, como a las clarisas no les habían devuelto su monasterio, se quedó con las ursulinas, en las que se integró. Pronto volvieron las tropas francesas y las religiosas tuvieron que buscar refugio. El 3 de septiembre de 1794 fueron detenidas y encarceladas, y el 23 de octubre siguiente fueron guillotinadas en la plaza mayor de Valenciennes, acusadas de ser emigradas vueltas al país y enemigas de la Revolución.- Oración:Padre nuestro del cielo, que nos alegras con la fiesta de la beata Josefina, virgen y mártir, concédenos la ayuda de sus méritos a los que hemos sido iluminados con el ejemplo de su virginidad y de su fortaleza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Alucio. Nació a mediados del siglo XI en Campugliano (Toscana, Italia) y murió allí el año 1134. Fue un verdadero hombre de paz, que restauró y amplió un hospital para pobres y peregrinos, y liberó a prisioneros.
San Benito de Poitiers. Sacerdote que en el siglo IX vivió en el territorio de Herbauge, cerca de Poitiers (Aquitania, Francia).
Santa Etelfleda (o Elfleda). Desde su infancia se consagró a Dios en el monasterio fundado por su padre, Etelwodo, en Rumsey (Inglaterra). Elegida abadesa, lo gobernó con prudencia y sabiduría. Murió en el siglo X a edad avanzada.
San Ignacio de Constantinopla. Tuvo una vida muy agitada en el ámbito civil y en el eclesiástico. Nació en Constantinopla el año 798, hijo del futuro emperador Miguel I. Ingresó en la vida monástica, se ordenó de sacerdote, fue elegido hegúmeno o superior de su monasterio, defendió la veneración de las sagradas imágenes, fundó santuarios y monasterios. El año 847 fue elegido patriarca de Constantinopla. Reprendió al emperador Bardas por haber repudiado a su legítima esposa, y Bardas lo deportó a un monasterio y nombró a otro patriarca. Restituido Ignacio a su sede por la intervención del papa san Nicolás I, descansó en la paz del Señor el año 877.
Santos Juan y Santiago. Juan era obispo y Santiago sacerdote. Durante la persecución del rey de Persia, Sapor II, fueron encarcelados y retenidos en la prisión un año entero porque se negaron a adorar el sol y a apostatar de su fe en Jesucristo. Finalmente fueron decapitados el año 344.
San Juan de Siracusa. Obispo de Siracusa (Sicilia). El papa san Gregorio Magno alabó en él la conducta moral, el sentido de justicia, la sabiduría, el don de consejo y la entrega a los asuntos de la Iglesia. Murió el año 609.
San Pablo Tong Viet Buong. Nació en la zona oriental de Vietnam y los misioneros de las Misiones Extranjeras de París le inculcaron el cristianismo. Siguió la carrera militar y llegó a ser capitán de la guardia personal del rey Minh Manh. Cuando éste decidió una vez más perseguir a los cristianos y depurar su ejército, Pablo se negó a apostatar. Estuvo un año en la cárcel sufriendo interrogatorios y torturas, pero se mantuvo siempre firme en la fe y en su adhesión a Cristo. Finalmente, el año 1833 fue decapitado en Saigón.
San Román. Obispo de Rouen (Francia), que abatió los templos de los paganos, que aún eran muy frecuentados en la ciudad, animó a los buenos a progresar en el bien y trató de disuadir a los malos de practicar el mal. Murió el año 644.
Santos Servando y Germán. Fueron martirizados cerca de Cádiz (España), el año 303, durante la persecución del emperador Diocleciano.
San Severino. Obispo de Colonia (Alemania), digno de alabanza por sus virtudes. Murió en torno al año 400.
San Teodoreto. Presbítero de Antioquía en Siria que, por mantenerse firme en la confesión de la fe cristiana, fue arrestado y martirizado por Juliano el Apóstata, emperador de Oriente, el año 362.
Beato Agapito Gorgues. Nació en Cerviá (Lérida) en 1913. De niño ingresó en el seminario de Tarragona, fue ordenado sacerdote el 28-VI-1936 y celebró su primera misa solemne el 12-VII-1936. Estaba en su casa de Cerviá, esperando destino, cuando estalló la persecución religiosa. El 21-VII-1936 se refugió en una masía, luego huyó hacia la montaña y acabó en casa de sus padres. Los días 6 y 7 de octubre fueron a buscarlo los del comité y el fiscal de Lérida, y reconocieron que estaba en cama enfermo, por lo que aplazaron su detención. El 23 de octubre de 1936, los milicianos asaltaron el domicilio y, cuando él intentaba huir, lo acribillaron a tiros. Tenía 23 años. Beatificado el 13-X-2013.
Beatos Ambrosio León Lorente Vicente, Florencio Martín Ibáñez Lázaro y Honorato Andrés Zorraquino Herrero. Los tres eran Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle) y estaban en su Colegio de la Bonanova de Barcelona. Al estallar la guerra española en julio de 1936, tuvieron que dejar el Colegio y buscar refugio. En Valencia solicitaron una de las muchas escuelas sin maestro y, al pedir su documentación a la Escuela Normal de Barcelona, se acreditó que eran maestros, pero se descubrió que eran religiosos. Fueron detenidos y los milicianos los asesinaron el 23 de octubre de 1936 en Benimaclet-Valencia. Ambrosio León nació en Ojos Negros (Teruel) en 1914 y tomó el hábito en 1930. Florencio Martín nació en Godos (Teruel) en 1913 y tomó el hábito en 1929.Honorato Andrés nació en Bañón (Teruel) en 1908 y tomó el hábito en 1924.
Beato Arnoldo Rèche. Nació en Landroff (Francia) el año 1838, de familia pobre y piadosa, y pronto tuvo que ponerse a trabajar. Era un joven piadoso y colaboraba en la catequesis parroquial. En 1862 ingresó en los Hermanos de las Escuelas Cristianas, y luego estuvo 14 años dedicado a la enseñanza en el colegio de Reims, otros tantos al frente del noviciado, y más tarde lo nombraron superior. Dócil en todo a la acción del Espíritu Santo, se entregó con celo a la formación de los jóvenes y a la oración. Murió en Reims el año 1890.
Beatos Egberto Arce y Teófilo Martín Erro, Maristas. Estos dos hermanos pertenecían a su comunidad de Barruelo de Santullán (Palencia), región minera, cuando en 1936 estalló la persecución religiosa en España. Huyeron hacia Burgos, pero los milicianos los detuvieron y encarcelaron en Reinosa (Cantabria), y el 23 de octubre de 1936 los asesinaron en el Monte Saja (Cantabria). Egberto Arce nació en Arcellares del Tozo (Burgos) en 1907. Profesó en 1924. Después desempeñó trabajos manuales como cocinero u hortelano durante cuatro años; pasó luego a la enseñanza como profesor ayudante en primaria. Era humilde, servicial, jovial. En 1935, a la vuelta del servicio militar hecho en Marruecos, lo destinaron a Barruelo. Teófilo Martín Erronació en Viscarret (Navarra) en 1914. Emitió los primeros votos en 1931. Lo destinaron primero a Burgos como profesor y después, en agosto de 1935, a Barruelo. Era humilde,! sencillo, amable, y su entrega a las misiones que se le encomendaban era edificante. Se desvivía por los hijos de los mineros, sin escatimar esfuerzos.- Beatificados el 13-X-2013.
Beatos Ildefonso García y compañeros mártires. En la persecución religiosa que se desató en España el año 1936, fueron martirizados en grupos muchos de los religiosos pasionistas de la comunidad de Daimiel (Ciudad Real). Entre ellos, el 23 de octubre de 1936 los milicianos fusilaron en Manzanares (Ciudad Real), después de muchas peripecias, a seis miembros de la Congregación de la Pasión. Indicamos sus nombres y el lugar y fecha de su nacimiento: Ildefonso García Nozal, Becerril del Carpio (Palencia) 1898. Justiniano Cuesta Redondo, Alba de los Cardaños (Palencia) 1910. Eufrasio de Celis Santos, Salinas de Pisuerga (Palencia) 1915. Honorino Carracedo Ramos, La Lastra (Palencia) 1917. Tomás Cuartero Gascón, Tabuenca (Zaragoza) 1915. José María Cuartero Gascón, Tabuenca (Zaragoza) 1918.
Beato Juan Ángel Porro. Nació en el ducado de Milán (Italia) el año 1451. Decidido a abrazar la vida religiosa, ingresó en la Orden de los Siervos de María, en Milán. Terminó los estudios en Florencia y allí recibió la ordenación sacerdotal. Se sentía inclinado a la vida contemplativa y los superiores lo destinaron a varios conventos de marcado carácter eremítico como el de Monte Senario. Siendo prior del convento de Milán, todos los días festivos estaba en la puerta de la iglesia, o recorría las calles, para reunir a los niños y enseñarles la doctrina cristiana. Murió en Milán el año 1505.
Beato Juan Bono. Nació en Mantua (Italia) hacia el año 1168. Huérfano de padre a los quince años, se ganaba la vida como bufón en casas ricas, dejando mucho que desear su moralidad. Su madre rezaba y lloraba por su conversión. A los cuarenta años contrajo una enfermedad que casi acabó con su vida. Pasó por una profunda crisis y se convirtió. Se retiró a vivir como ermitaño cerca de Cesena, entregado a la penitencia y la oración. Se le unieron muchos compañeros y fundó una casa que se rigió por la Regla de San Agustín. Murió en Mantua el año 1249.
Beato Leonardo Olivera Buera. Nació en Campo, provincia de Huesca en España, el año 1889. En su juventud ingresó en la Tercera Orden Franciscana y cultivó siempre una tierna devoción a san Francisco. Era muy devoto de la Virgen. Terminó los estudios en el seminario de Zaragoza y en 1916 se ordenó de sacerdote. Ejerció su ministerio en una parroquia y en el Colegio de los Hermanos de la Salle en Zaragoza. A petición de los Hermanos pasó a trabajar en su Colegio de la Bonanova (Barcelona). Allí le sorprendió la guerra civil. Lo detuvieron los milicianos en Valencia, donde había buscado refugio, y lo fusilaron en El Saler, término de Valencia, el 23 de octubre de 1936.
Beatas María Clotilde Ángela de San Francisco de Borja y compañeras. El 23 de octubre de 1794 fueron guillotinadas en Valenciennes (Francia) seis religiosas, tres de ellas ursulinas, otra clarisa y dos brigidinas, acusadas ser emigradas vueltas al país y enemigas de la Revolución Francesa. Estos son sus nombres: Ursulinas: María Clotilde Ángela de San Francisco de Borja, María Escolástica Josefa de Santiago y María Córdula Josefa de Santo Domingo. Clarisa: Josefina Leroux.De la Orden de Santa Brígida: María Francisca Lacroix y Ana María Erraux.
Beato Tomás Thwing. Nació Heworth (Inglaterra) el año 1635 en el seno de una familia católica. Decidió seguir la vocación sacerdotal y marchó al seminario de Douai (Francia), donde se ordenó de sacerdote. En 1665 volvió a Inglaterra y pudo ejercer su ministerio hasta que, en 1680, fue acusado, junto con otros parientes suyos, de conspirar contra el rey Carlos II. No se probó tal acusación y los demás quedaron libres, pero a él lo condenaron a muerte por su condición de sacerdote. Fue ahorcado, destripado y descuartizado en York el año 1680.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
De la Carta a los Romanos: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede por nosotros?» (Rom 8,31-34).
Pensamiento franciscano:
Santa Clara escribió a santa Inés de Praga: «Él es el esplendor de la eterna gloria. Mira atentamente a diario este espejo y observa sin cesar en él tu rostro. En este espejo resplandece la bienaventurada pobreza, la santa humildad y la inefable caridad. Considera el principio de este espejo, la pobreza de Aquel que es puesto en un pesebre y envuelto en pañales. Y en medio del espejo, considera la humildad, los innumerables trabajos y penalidades que soportó por la redención del género humano. Y al final del mismo espejo, contempla la inefable caridad, por la que quiso padecer en el árbol de la cruz y morir en el mismo del género de muerte más ignominioso de todos» (cf. 4CtaCla 14-23).
Orar con la Iglesia:
Por Jesucristo, el Señor, hemos renacido del agua y del Espíritu Santo. Presentemos confiados, por su mediación, nuestras súplicas a Dios Padre.
-Por todos los cristianos: para que demos, en los diversos ambientes en que vivimos, testimonio fidedigno de la fe que profesamos.
-Por los bautizados adultos: para que nuestras obras respondan a nuestra fe y seamos capaces de dar razón de nuestra esperanza.
-Por los que poseen bienes temporales: para que sepan compartir con sus hermanos más necesitados lo que han recibido de Dios, Padre de todos.
-Por los creyentes: para que la escucha de la Palabra y la celebración de la Eucaristía nos lleven a la comunión fraterna en la caridad.
Oración: Escúchanos, Señor, y concede a tu Iglesia y a nosotros sus hijos tener, en plena comunión contigo, un mismo sentir y pensar. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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EL ADMINISTRADOR INJUSTO, PERO ASTUTO
De la Homilía de Benedicto XVI en Velletri el 23-IX-2007
Queridos hermanos y hermanas:
El amor es la esencia del cristianismo; hace que el creyente y la comunidad cristiana sean fermento de esperanza y de paz en todas partes, prestando atención en especial a las necesidades de los pobres y los desamparados. Esta es nuestra misión común: ser fermento de esperanza y de paz porque creemos en el amor. El amor hace vivir a la Iglesia, y puesto que es eterno, la hace vivir siempre, hasta el final de los tiempos.
En los domingos pasados, san Lucas, el evangelista que más se preocupa de mostrar el amor que Jesús siente por los pobres, nos ha ofrecido varios puntos de reflexión sobre los peligros de un apego excesivo al dinero, a los bienes materiales y a todo lo que impide vivir en plenitud nuestra vocación y amar a Dios y a los hermanos.
También hoy (Domingo XXV-C), con una parábola que suscita en nosotros cierta sorpresa porque en ella se habla de un administrador injusto, al que se alaba (cf. Lc 16,1-13), analizando a fondo, el Señor nos da una enseñanza seria y muy saludable. Como siempre, el Señor toma como punto de partida sucesos de la crónica diaria: habla de un administrador que está a punto de ser despedido por gestión fraudulenta de los negocios de su amo y, para asegurarse su futuro, con astucia trata de negociar con los deudores. Ciertamente es injusto, pero astuto: el evangelio no nos lo presenta como modelo a seguir en su injusticia, sino como ejemplo a imitar por su astucia previsora. En efecto, la breve parábola concluye con estas palabras: «El amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido».
Pero, ¿qué es lo que quiere decirnos Jesús con esta parábola, con esta conclusión sorprendente? Inmediatamente después de esta parábola del administrador injusto el evangelista nos presenta una serie de dichos y advertencias sobre la relación que debemos tener con el dinero y con los bienes de esta tierra. Son pequeñas frases que invitan a una opción que supone una decisión radical, una tensión interior constante.
En verdad, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. Es incisiva y perentoria la conclusión del pasaje evangélico: «Ningún siervo puede servir a dos amos: porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo». En definitiva -dice Jesús- hay que decidirse: «No podéis servir a Dios y al dinero». La palabra que usa para decir dinero -mammona- es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios. Podríamos decir que la riqueza se presenta como el ídolo al que se sacrifica todo con tal de lograr el éxito material; así, este éxito económico se convierte en el verdadero dios de una persona.
Por consiguiente, es necesaria una decisión fundamental para elegir entre Dios y mammona; es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad. Cuando prevalece la lógica del lucro, aumenta la desproporción entre pobres y ricos, así como una explotación dañina del planeta. Por el contrario, cuando prevalece la lógica del compartir y de la solidaridad, se puede corregir la ruta y orientarla hacia un desarrollo equitativo, para el bien común de todos.
En el fondo, se trata de la decisión entre el egoísmo y el amor, entre la justicia y la injusticia; en definitiva, entre Dios y Satanás. Si amar a Cristo y a los hermanos no se considera algo accesorio y superficial, sino más bien la finalidad verdadera y última de toda nuestra vida, es necesario saber hacer opciones fundamentales, estar dispuestos a renuncias radicales, si es preciso hasta el martirio. Hoy, como ayer, la vida del cristiano exige valentía para ir contra corriente, para amar como Jesús, que llegó incluso al sacrificio de sí mismo en la cruz.
Así pues, parafraseando una reflexión de san Agustín, podríamos decir que por medio de las riquezas terrenas debemos conseguir las verdaderas y eternas. En efecto, si existen personas dispuestas a todo tipo de injusticias con tal de obtener un bienestar material siempre aleatorio, ¡cuánto más nosotros, los cristianos, deberíamos preocuparnos de proveer a nuestra felicidad eterna con los bienes de esta tierra!
Ahora bien, la única manera de hacer que fructifiquen para la eternidad nuestras cualidades y capacidades personales, así como las riquezas que poseemos, es compartirlas con nuestros hermanos, siendo de este modo buenos administradores de lo que Dios nos encomienda. Dice Jesús: «El que es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo poco, también lo es en lo mucho».
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LA VIDA DE LOS CLÉRIGOS VIRTUOSOS
ILUMINA Y SERENA

San Juan de Capistrano, «Espejo de los clérigos» (Parte 1)
Los que han sido llamados a ministrar en la mesa del Señor deben brillar por el ejemplo de una vida loable y recta, en la que no se halle mancha ni suciedad alguna de pecado. Viviendo honorablemente como sal de la tierra, para sí mismos y para los demás, e iluminando a todos con el resplandor de su conducta, como luz que son del mundo, deben tener presente la solemne advertencia del sublime maestro Cristo Jesús, dirigida no sólo a los apóstoles y discípulos, sino también a todos sus sucesores, presbíteros y clérigos: Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
En verdad es pisado por la gente, como barro despreciable, el clero inmundo y sucio, impregnado de la sordidez de sus vicios y envuelto en las cadenas de sus pecados, considerado inútil para sí y para los demás; porque, como dice san Gregorio: «De aquel cuya vida está desprestigiada queda también desprestigiada la predicación».
Los presbíteros que dirigen bien merecen doble honorario, sobre todo los que se atarean predicando y enseñando. En efecto, los presbíteros que se comportan con dignidad son acreedores a un doble honorario, material y personal, o sea, temporal y a la vez espiritual, que es lo mismo que decir transitorio y eterno al mismo tiempo; pues, aunque viven en la tierra sujetos a las limitaciones naturales como los demás mortales, su anhelo tiende a la convivencia con los ángeles en el cielo, para ser agradables al Rey, como prudentes ministros suyos. Por lo cual, como un sol que nace para el mundo desde las alturas donde habita Dios, alumbre la luz del clero a los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria al Padre que está en el cielo.
Vosotros sois la luz del mundo. Pues, así como la luz no se ilumina a sí misma, sino que con sus rayos llena de resplandor todo lo que está a su alrededor, así también la vida luminosa de los clérigos virtuosos y justos ilumina y serena, con el fulgor de su santidad, a todos los que la observan. Por consiguiente, el que está puesto al cuidado de los demás debe mostrar en sí mismo cómo deben conducirse los otros en la casa de Dios.
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APRENDER A ORAR
CON FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS
 
por Michel Hubaut, OFM
La conversión de nuestros deseos en deseo del Espíritu (y II)
En el drama del hombre, con el corazón lleno de cachivaches y el deseo atascado en callejones sin salida, Francisco percibe la acción de un cómplice diabólico que tiene su regusto en mantener al hombre lejos de su fuente. El pecado, según él, no es más que una perversión del deseo, una enroscadura del deseo del hombre sobre sí mismo, una desviación del deseo de Dios, una obcecación que hace al hombre esclavo de un sucedáneo de la dicha. Por estrechez de espíritu o por orgullo, el hombre se deja seducir por los espejismos de falsas dichas. Francisco pone con frecuencia a sus hermanos en guardia contra los atolladeros de los «malos deseos», los deseos de dicha que se equivocan de dirección.
Todo cuanto acabamos de evocar, lo expresa admirablemente en un texto cargado de su experiencia personal desde los tiempos de su conversión:
«Guardémonos mucho de la malicia y sutileza de Satanás, que quiere que el hombre no tenga su mente y su corazón dirigidos a Dios. Y dando vueltas, desea llevarse el corazón del hombre so pretexto de alguna recompensa o ayuda, y sofocar en su memoria la palabra y preceptos del Señor, queriendo cegar el corazón del hombre por medio de los negocios y cuidados del siglo, y habitar allí...
»Por lo tanto, hermanos todos, guardémonos mucho de perder o apartar del Señor nuestra mente y corazón so pretexto de alguna merced u obra o ayuda. Mas en la santa caridad que es Dios, ruego a todos los hermanos que, removido todo impedimento y pospuesta toda preocupación y solicitud, del mejor modo que puedan, hagan servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios con corazón limpio y mente pura, que es lo que él busca sobre todas las cosas; y hagámosle siempre allí habitación y morada a Aquel que es Señor Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo, que dice: Vigilad, pues, orando en todo tiempo... Y adorémosle con puro corazón, porque es preciso orar siempre y no desfallecer; pues el Padre busca tales adoradores. Dios es espíritu, y los que lo adoran es preciso que lo adoren en espíritu y verdad» (1 R 22,19-31).
Francisco ha captado hasta qué punto es Cristo la bisagra, el quicio histórico del diálogo entre el Dios de la Alianza y el hombre. En efecto, la Biblia, a pesar de comprobar la incapacidad del hombre para volverse verdaderamente a Dios, está alumbrada por una promesa fabulosa, transmitida por los profetas: «Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; de todas vuestras manchas y de todos vuestros ídolos os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros...» (Ez 36,25ss).
Francisco experimenta, pues, que Cristo ha mantenido y realizado esta promesa. Vino, sufrió la muerte y resucitó para introducir al hombre en el diálogo íntimo con el Padre. Curó, purificó, liberó, reorientó, despejó el «corazón» del hombre. Él es el encuentro entre lo invisible y lo visible, el diálogo entre lo humano y lo divino hecho carne. «Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén, adoraréis al Padre... Los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad».
Y no es un azar que, simbólicamente, en la muerte-resurrección de Cristo, los Evangelios nos digan que el velo del Templo, del Sacrosanto, donde sólo el sumo sacerdote podía entrar una vez al año, se desgarró de arriba abajo. Jesús quitó el velo. Reveló el santuario en el que Dios desea habitar desde el alba de la creación: el «corazón» del hombre.
Esta Revelación sobrecoge a Francisco. En adelante, todos los templos de Delfos, de Atenas y aun de Jerusalén, no serán para él más que signos de la nueva realidad. Todo hombre abierto, que ora en silencio en lo más hondo de su corazón, «en espíritu y en verdad», puede oír el susurro de Dios, acoger el Espíritu de Cristo vivo y participar en el diálogo eterno del Padre y del Hijo. ¡Qué revelación tan luminosa! Ilumina toda la historia de la creación. No, el hombre no es sólo animal, es un ser único creado para convertirse en la «morada» del Dios trino.
Desde su conversión, Francisco verifica esta Buena Nueva esencial de la revelación judeo-cristiana. Aquí tocan cima todas las búsquedas a tientas del diálogo con el Invisible, en el seno de las grandes religiones. La Biblia misma no es otra cosa que el aprendizaje multisecular de este diálogo entre Dios y el hombre que encuentra su luminoso remate en la asombrosa sentencia de Cristo: ««El que me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23). San Pablo, entusiasmado por esta revelación, tendrá la osadía de escribir: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? ¡El templo de Dios es santo y ese templo sois vosotros!» (cf. 1 Cor 3,16-17).
[Cf. M. Hubaut, Cristo nuestra dicha. Aprender a orar con Francisco y Clara de Asís. Aránzazu, 1990, pp. 9-26]
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DOMINGO XXX 23 de octubre de 2016,DOMUND. COMPARTIENDO LA POBREZA


PRIMERA LECTURA
LECTURA DEL LIBRO DEL ECLESIÁSTICO 35, 12-14. 16-19ª El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas. Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido. No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento. Quien sirve de buena gana, es bien aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes. La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino. No desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia. El Señor no tardará.
Palabra de Dios.
Salmo

Sal 33,2-3.17-18.19.23



R/. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha



Bendigo al Señor en todo momento,

su alabanza está siempre en mi boca,

mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.R/.



El Señor se enfrenta con los malhechores,

para borrar de la tierra su memoria.

Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias. R/.



El Señor está cerca de los atribulados,

salva a los abatidos. 

El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él.R/.

SEGUNDA LECTURA

LECTURA DE LA SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO (4, 6-8. 16-18) Querido hermano: Yo estoy a punto de ser derramado en liberación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación. En mi primera defensa, nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. ¡No les sea tenido en cuenta! Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león.El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios.

EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 18, 9-14
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
"¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo".
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
"¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador".
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Palabra del Señor.

LA POBREZA MATERIAL Y LA POBREZA ESPIRITUAL
Por Gabriel González del Estal
1.- Os digo que el publicano bajó a su casa, justificado; y el fariseo no. Ni el fariseo, ni el publicano eran materialmente pobres. El pobre material es el que no tiene los bienes materiales necesarios para vivir con dignidad; el pobre espiritual es, como nos dice san Agustín, el humilde, el que no pone su confianza en sí mismo, sino en Dios. En la parábola de este domingo vemos que el fariseo presumía de sus propios méritos ante Dios y le daba gracias a Dios porque él, el fariseo, era mejor que los demás; además despreciaba al publicano, al que consideraba un pecador. El publicano, en cambio, reconocía que era un pecador, que por sus propios méritos no podía salvarse y, por eso, imploraba la compasión de Dios. Jesús justifica al publicano no porque fuera pobre material, sino porque era humilde, es decir, era pobre en sentido espiritual. Esta parábola debemos aplicarla a nuestra vida, como todas las parábolas del evangelio. Hay pobres materiales buenos y malos, Dios tiene una opción preferencial también por estos pobres materiales, para que dejen de serlo, porque la pobreza material no elegida es un mal y Dios quiere que salgan de su pobreza material y se conviertan, haciéndose pobres en sentido espiritual, a los que san Mateo llama pobres de espíritu, declarándolos bienaventurados. Procuremos cada uno de nosotros tener los bienes materiales que nos son necesarios para vivir con dignidad y ayudemos, en la medida de nuestras posibilidades a los pobres materiales para que salgan de su pobreza. Y confiemos siempre en Dios, que es el único que puede concedernos la salvación espiritual. En definitiva, seamos humildes ante Dios y caritativos con el prójimo necesitado. Y, por favor, no despreciemos nunca a nadie.

2.- El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido. Este texto del libro del Eclesiástico nos aclara que Dios no es parcial al favorecer al pobre frente al rico, porque Dios es justo y quiere que todos tengamos lo necesario. Si Dios ayuda más al pobre es porque éste lo necesita más y Dios ayuda más a los que más lo necesitan. Así debemos ser nosotros, no es que amemos más al pobre que al rico, porque sí, sino que amamos más al pobre en el sentido que reconocemos que el pobre está materialmente más necesitado de nuestra ayuda que el rico. Amamos más al que más necesita nuestra ayuda, sea rico o pobre. No olvidemos que también hay ricos materiales que son muy pobres en otras cosas y en sus necesidades nosotros debemos ayudarles igualmente. La enfermedad es pobreza, la soledad es pobreza, el pecado es pobreza, y aunque los enfermos, las personas que viven solas o abandonadas, los pecadores sean materialmente ricos, nosotros debemos ayudarles en lo que son pobres, es decir, en su enfermedad, en soledad, en su condición de pecadores, porque en estos aspectos están necesitados de ayuda. Sin alimento uno no puede vivir feliz, pero con solo pan tampoco uno es feliz. Lo cristiano es ayudar a cada uno en lo que este necesita. Es en este sentido en el que dice el libro del Eclesiástico que Dios no es parcial al ayudar al pobre, más que al rico. Hagamos nosotros lo mismo.

3.- Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida. El autor de esta carta, un discípulo de Pablo, recuerda las palabras que san Pablo les decía momentos antes de morir, poniéndose el mismo Pablo como ejemplo de lo que deben ser todos los seguidores y discípulos de Cristo. Les dice Pablo, y nos dice a nosotros, que si somos fieles a Cristo hasta el final de nuestra vida, Cristo nos dará después de nuestra muerte la corona merecida, es decir, la gloria eterna. Lo nuestro es luchar hasta el final de nuestra vida, siendo fieles seguidores del mismo Jesús, estando dispuestos siempre, como lo estuvo Pablo, a predicar y vivir el evangelio del reino con todas nuestras apalabras y acciones. Si nosotros somos fieles seguidores de Jesús mientras vivamos en esta vida, Cristo no nos va a fallar y, al final de nuestra vida, nos dará el premio, la corona merecida. La esperanza y la confianza en el cumplimiento de las palabras de Cristo deben darnos, sobre todo en los momentos difíciles, fuerza y paz para vivir y predicar el evangelio con valentía y constancia. El ejemplo de san Pablo debe animarnos hoy a nosotros en estos tiempos difíciles para la fe que nos ha tocado vivir.
REFLEXIÓN

Las Lecturas de hoy continúan la línea de los anteriores domingos: nos hablan de la oración.  Esta vez, de una oración humilde.  Y al decir humilde, decimos “veraz”; es decir, en verdad... pues -como decía Santa Teresa de Jesús-  “la humildad no es más que andar en verdad”
¿Y cuál es nuestra verdad?  Que no somos nada...  Aunque creamos lo contrario, realmente no somos nada ante Dios.  Pensemos solamente de quién dependemos para estar vivos o estar muertos.  ¿En manos de Quién están los latidos de nuestro corazón?  ¿En manos nuestras o en manos de Dios?
Hay que reflexionar en estas cosas para poder darnos cuenta de nuestra realidad, para poder “andar en verdad”.  Porque a veces nos pasa como al Fariseo del Evangelio (Lc. 18, 9-14),  que no se daba cuenta cómo era realmente y se atrevía a presentarse ante Dios como perfecto.
El  mensaje del Evangelio es más amplio de lo que parece a simple vista.  No se limita a indicarnos que debemos presentarnos ante Dios como somos; es decir, pecadores... pues todos somos pecadores... todos sin excepción.
La exigencia de humildad en la oración no sólo se refiere a reconocernos pecadores ante Dios, sino también a reconocer nuestra realidad ante Dios.  Y nuestra realidad es que nada somos ante Dios, que nada tenemos que Él no nos haya dado, que nada podemos sin que Dios lo haga en nosotros.   Esa “realidad” es nuestra “verdad”.
Comencemos hablando del primer aspecto de la humildad al orar: el reconocer nuestros pecados ante Dios. A Dios no le gusta que pequemos, pero debemos recordar que cuando hemos pecado, Él está continuamente esperando que reconozcamos nuestros pecados y que nos arrepintamos, para luego confesarlos al Sacerdote.
Recordemos que hay otro pasaje del Evangelio que nos dice que hay más alegría en el Cielo por un pecador que se convierta que por 99 que no pecan (Lc. 15, 4-7).   Así es el Señor con el pecador que reconoce su falta... sea cual fuere.  Pues puede ser una falta grave o una falta menos grave.  O bien un defecto que hay que corregir.
Pero si tomamos la posición del Fariseo del Evangelio, y ante Dios nos creemos una gran cosa: muy cumplidos con nuestras obligaciones religiosas, muy sacrificados, etc., etc., y pasamos por alto aquel defecto que hace daño a los demás, o aquel engreimiento que nos hace creernos muy buenos, o aquella envidia que nos hace inconformes, o aquel resentimiento que nos carcome, o aquel escondido reclamo a Dios que impide el flujo de la gracia divina, nuestra oración podría ser como la del Fariseo.
Podríamos, entonces, correr el riesgo de creernos muy buenos y en realidad estamos pecando de ese pecado que tanto Dios aborrece: la soberbia, el orgullo.
La verdad es que la virtud de la humildad es despreciada en este tiempo.  En nuestros ambientes más bien se fomenta el orgullo, la soberbia y la independencia de Dios, olvidándonos que Dios “se acerca al humilde y mira de lejos al soberbio” (Salmo 137).
Por eso dice el Señor al final del Evangelio: el que se humilla (es decir aquél que reconoce su verdad) será enaltecido (será levantado de su bajeza).  Y lo contrario sucede al que se enaltece.  Dice el Señor que será humillado, será rebajado.
Pero decíamos que este texto lo podemos aplicar también a la humildad en un sentido más amplio.  Si nos fijamos bien los hombres y mujeres de hoy nos comportamos como si fuéramos independientes de Dios.  Y muchos podemos caer en esa tentación de creer que podemos sin Dios, de no darnos cuenta que dependemos totalmente de Dios... aún para que nuestro corazón palpite.
Entonces... ¿cómo podemos ufanarnos de auto-suficientes, de auto-estimables, de auto-capacitados? 
Nuestra oración debiera más bien ser como la de San Agustín: “Concédeme, Señor, conocer quién soy yo y Quien eres Tú”.  Pedir esa gracia de ver nuestra realidad, es desear “andar en verdad”.
Y al comenzar a “andar en verdad” podremos darnos cuenta que nada somos sin Dios, que nada podemos sin Él, que nada tenemos sin Él. Así podremos darnos cuenta que es un engaño creernos auto-suficientes e independientes de Dios, auto-estimables y auto-capacitados.
Y como criaturas dependientes de Él, debemos estar atenidos a sus leyes, a sus planes, a sus deseos, a sus modos de ver las cosas. En una palabra, debemos reconocernos dependientes de Dios.
Podremos darnos cuenta que nuestra oración no puede ser un pliego de peticiones con los planes que nosotros nos hemos hecho solicitando a Dios su colaboración para con esos planes y deseos.   Podremos darnos cuenta que nuestra oración debe ser humilde, “veraz”, reconociéndonos dependientes de Dios, deseando cumplir sus planes y no los nuestros, buscando satisfacer sus deseos y no los nuestros.
Sobra agregar que los planes y deseos de Dios son muchísimo mejores que los nuestros.  “Así como distan el Cielo de la tierra, así distan mis caminos de vuestros caminos, mis planes de vuestros planes”  (Is. 55, 3).
Reconociéndonos dependientes de Dios, nuestra oración será una oración humilde y, por ser humilde, será también veraz.
Podrá darse en nosotros lo que dice la Primera Lectura (Eclo. o Sir. 35, 15-17; 20-22):“Quien sirve a Dios con todo su corazón es oído ... La oración del humilde atraviesa las nubes”.  Es decir quien se reconoce servidor de Dios, dependiente de Dios y no dueño de sí mismo, quien sabe que Dios es su Dueño,  ése es oído.
En la Segunda Lectura (2 Tim. 4, 6-8; 16-18)  San Pablo nos habla de haber “luchado bien el combate, correr hasta la meta y perseverar en la fe”,  y así recibir “la corona merecida, con la que el Señor nos premiará en el día de su advenimiento”.  Condición indispensable para luchar ese combate, para correr hasta esa meta, perseverando en la fe hasta el final, es -sin duda- la oración.  Pero una oración humilde, entregada, confiada, sumisa a la Voluntad de Dios.
Reflexionemos, entonces: ¿Nos reconocemos lo que somos ante Dios: creaturas dependientes de su Creador?  ¿Somos capaces de ver nuestros pecados y de presentarnos ante Dios como somos: pecadores? ¿Es nuestra oración humilde, veraz?  ¿Oramos con humildad, entrega y confianza en Dios? ¿Reconocemos que nada somos ante El?
Entonces, ante esta verdad-realidad del ser humano, nuestra oración debiera una de adoración.  Y… ¿qué es adorar a Dios?

Es reconocerlo como nuestro Creador y nuestro Dueño. Es reconocerme en verdad lo que soy: hechura de Dios, posesión de Dios. Dios es mi Dueño, yo le pertenezco. Adorar, entonces, es tomar conciencia de esa dependencia de Él y de la consecuencia lógica de esa dependencia: entregarme a Él y a su Voluntad.