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SAN ANTONIO MARÍA CLARET. Nació en Sallent, diócesis de Vich (España), el año 1807. Ordenado sacerdote, recorrió durante años Cataluña y también las Islas Canarias, dedicado a las misiones rurales y a la predicación al clero, así como al apostolado de la prensa. Fundó la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (Claretianos). En 1850 fue nombrado arzobispo de Santiago de Cuba, cargo en el que se entregó de lleno al ministerio episcopal, visitando su diócesis, condenando la esclavitud y atendiendo a sus fieles; tuvo muchos enemigos. Regresó a España en 1857 como confesor de Isabel II, y así pudo influir en la designación de buenos obispos, en la organización de los estudios eclesiásticos en El Escorial y en la renovación de la vida religiosa. Sus trabajos por el bien de la Iglesia le proporcionaron aún muchos sufrimientos. En 1868 acompañó a la reina en su destierro a Francia. Murió en el monasterio cisterciense de Fontfroide (Languedoc), donde se había refugiado, el 24 de octubre de 1870.- Oración: Oh Dios, que concediste a tu obispo san Antonio María Claret una caridad y un valor admirables para anunciar el Evangelio a los pueblos, concédenos, por su intercesión, que, buscando siempre tu voluntad en todas las cosas, trabajemos generosamente por ganar nuevos hermanos para Cristo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
SAN ANTONIO DE SANTA ANA GALVAO. [Murió el 23 de diciembre y la Familia franciscana celebra su memoria el 24 de octubre] Nació en Guaratinguetá (Sao Paulo, Brasil) el año 1739 en el seno de una familia acomodada, numerosa y cristiana. A los 21 años ingresó en la Orden franciscana en el convento de Macacu. Ordenado de sacerdote en 1762, lo destinaron al convento de San Francisco en Sao Paulo y lo nombraron predicador, confesor y portero. Se consideraba hijo y esclavo de María Inmaculada, a la que se consagró. En 1774 fundó en Sao Paulo con sor Elena María del Espíritu Santo el «Recogimiento», hoy conocido como «Monasterio de la Luz», tomando las reglas de las Concepcionistas. También fundó otros «Recogimientos» para mujeres piadosas. Además, consagró su vida a los afligidos, a los enfermos y a los esclavos de su época. Fue ferviente adorador de la Eucaristía, maestro de la caridad evangélica, consejero prudente de la vida espiritual y defensor de los pobres. Murió en Sao Paulo el 23 de diciembre de 1822. Benedicto XVI lo canonizó el año 2007.
SAN LUIS GUANELLA. Nació en Fraciscio di Campodolcino, en los Alpes italianos, el año 1842. Estudió en el seminario de Como y recibió la ordenación sacerdotal en 1866. Desde el principio manifestó en su actividad parroquial una gran pasión apostólica y una especial predilección por los pobres. Conoció de cerca las experiencias de los santos Cottolongo y Bosco. Con éste estuvo tres años en Turín, hasta que su obispo lo reclamó. Volvió a la actividad parroquial y fue madurando sus proyectos con miras religiosas y sociales. Entre sus fundaciones cabe destacar la Congregación de las Hijas de Santa María de la Providencia y la de los Siervos de la Caridad, en la que pronunció sus votos religiosos en 1908 y que él gobernó hasta su muerte. Con sus obras trataba de atender a las necesidades de los desamparados y afligidos, y procurarles la salvación eterna. Era humilde en la virtud, cuidaba la delicadeza en el trato y la sabiduría de los pequeños gestos, y era capaz de esperar con gran paciencia. Murió en Como el año 1915. Canonizado en 2011.
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Santos Aretas y compañeros mártires. En la ciudad de Najran, en Arabia, se conmemora el martirio de los santos Aretas, príncipe de la ciudad, y trescientos cuarenta compañeros, que el año 523, en tiempo del emperador Justino, por no haber renegado del cristianismo, fueron asesinados por Dunan, rey de los homeritas, que se había convertido al judaísmo.
Santos Ciriaco y Claudiano. Sufrieron el martirio en Hierápolis de Frigia (en la actual Turquía), en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana.
San Evergislo. Fue obispo de Colonia (Alemania). Había sido discípulo de san Severino, a quien sucedió en la sede episcopal. El año 590, cuando en cumplimiento de sus deberes pastorales se dirigía a Poitiers, fue asaltado y asesinado por unos malhechores cerca de Tongeren o Tongres (Bélgica). Esta muerte violenta unida a su vida ejemplar le valió el título de santo mártir.
San Fromundo. Fue obispo de Coutances, en la región de la Baja Normandía (Francia). Fundó un monasterio de monjas en Ham. Ejerció sus funciones pastorales movido por el amor de Dios. Murió el año 690.
San José Le Dang Thi. Nació en el pueblo de Ke-Van (Vietnam) hacia el año 1829. Era un cristiano fervoroso y convencido, y siguió la carrera militar en la que llegó al grado de capitán. El emperador Tu Duc prohibió profesar la fe cristiana especialmente a los miembros del ejército. José no quiso apostatar y dejó el ejército. De regreso en su pueblo, lo denunciaron como cristiano. Fue encarcelado, interrogado y torturado. Como persistía en su negativa a apostatar, le cargaron una tanga, le pusieron grilletes y cadenas en manos y pies, y por último lo estrangularon en Hué. Era el año 1860.
San Maglioro. Nació en Irlanda, abrazó la vida monástica y fue discípulo de san Iltido. Se trasladó con san Sansón a Bretaña (Francia), donde ambos realizaron una amplia labor misionera y fundaron monasterios. Sucedió a Sansón como abad cuando a éste lo eligieron obispo de Dol, y le sucedió en esta sede cuando aquél murió. Pronto se retiró a la vida solitaria en la costa de Bretaña, y allí fueron acudiendo los que buscaban su consejo. Por último edificó un monasterio en la isla de Sark, en la no sólo se dedicó a la oración y penitencia, sino que también atendió al pueblo en momentos difíciles como el hambre, las epidemias o las razias de los piratas. Murió a finales del siglo VI o principios del VII.
San Martín. Diácono y abad. San Félix, obispo de Nantes, lo envió a evangelizar a los paganos de la región de Armórica (Francia). Murió en el monasterio de Vertou el año 601.
San Proclo de Constantinopla. Nació probablemente en Constantinopla en torno al año 390. Muy joven ingresó en el clero de su ciudad y tiempo después recibió la ordenación sacerdotal. Se opuso de manera frontal a las teorías de Nestorio y proclamó insistentemente a la Virgen María como Madre de Dios. Cuando Nestorio fue depuesto de la sede de Constantinopla, le sucedió Proclo. Fue un pastor manso, humilde y partidario de la paz. Dispuso el solemne retorno de los restos de san Juan Crisóstomo a la capital. Murió el año 446. Se conservan algunas homilías y cartas suyas.
San Senoco. Nació en Poitou en el seno de una familia pagana. Se convirtió al cristianismo y recibió la ordenación sacerdotal. Se retiró a vivir a una ermita levantada por él mismo sobre las ruinas de una capilla, en los alrededores de Tours. Luego fundó un pequeño monasterio para él y algunos compañeros. San Gregorio de Tours, que lo trató personalmente, es quien nos ha dado noticias de él. Senoco deseaba la vida solitaria, pero Gregorio le mandó que la alternara con el apostolado. Murió en Tours el año 576 y a su entierro acudieron muchos pobres y esclavos a quienes había socorrido.
Beato Amado García Sánchez. Nació en Moscardón (Teruel) en 1903. Profesó en los Paúles en 1921 y fue ordenado sacerdote en 1926. Era un hombre de personalidad y hondura espiritual. Se dedicó a predicar misiones populares. Su último destino fue Gijón (Asturias), donde desarrolló una excelente misión apostólica, de atracción y formación de la juventud. Allí le sorprendió la persecución religiosa. Días antes de su martirio lo recluyeron en una checa, y el 24 de octubre de 1936 lo fusilaron en el cementerio del Suco-Ceares de Gijón mientras perdonaba a sus verdugos. Beatificado el 13-X-2013.
Beato José Baldo. Nació en Puegnano, al norte de Italia, el año 1843. A los 16 años ingresó en el seminario diocesano de Verona, y se ordenó de sacerdote en 1865. Durante doce años se dedicó a la formación de los jóvenes en un colegio diocesano. En 1877 lo nombraron párroco de Ronco all'Adige, donde permaneció hasta su muerte. Fue un buen pastor que atendió a la compleja problemática de su tiempo. De su empeño social y caritativo nacieron muchas obras e iniciativas, que afianzaban la fe de los creyentes y trataban de cubrir las necesidades de sus feligreses. En 1894 fundó la Congregación de las Pequeñas Hijas de San José, para la asistencia de ancianos y enfermos, y para la educación de niños y jóvenes. Murió en 1915.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Decía san Pablo a los Corintios: «Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; y si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada. Y si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; y si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría» (1 Cor 13,1-3).
Pensamiento franciscano:
Exhortación de san Francisco: «Bienaventurado el siervo que, cuando habla, no manifiesta todas sus cosas con miras a la recompensa, y no es ligero para hablar, sino que prevé sabiamente lo que debe decir y responder. ¡Ay de aquel religioso que no guarda en su corazón los bienes que el Señor le muestra, y no los muestra a los otros con obras, sino que ansía más bien mostrarlos con palabras, con miras a la recompensa! Él recibe con ello su recompensa, y los oyentes sacan poco fruto» (Adm 21).
Orar con la Iglesia:
Por Jesucristo hemos renacido del agua y del Espíritu Santo. Oremos, pues, como hijos, al Padre que nos ama y nos escucha.
-Por la Iglesia: para que se deje siempre guiar por la luz de Cristo y el impulso del Espíritu Santo.
-Por todos los bautizados: para que, iluminados y fortalecidos por el Espíritu Santo, seamos testigos de Jesucristo y de su Evangelio ante los hombres.
-Por las autoridades públicas: para que busquen el bien de todos y promuevan la justicia, la paz y la solidaridad.
-Por los que celebramos con gozo la Eucaristía: para que, con la ayuda del Espíritu, compartamos con los demás los bienes que en ella recibimos.
Oración: Escúchanos, Señor, y concédenos ser, en todo momento y lugar, vehículos de la salvación que nos mereció Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.
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CURACIÓN DEL CIEGO BARTIMEO
Benedicto XVI, Ángelus del día 29-X-2006
Queridos hermanos y hermanas:
En el evangelio de este domingo (Mc 10,46-52) leemos que, mientras el Señor pasa por las calles de Jericó, un ciego de nombre Bartimeo se dirige a él gritando con fuerte voz: «Hijo de David, ten compasión de mí». Esta oración toca el corazón de Cristo, que se detiene, lo manda llamar y lo cura. El momento decisivo fue el encuentro personal, directo, entre el Señor y aquel hombre que sufría. Se encuentran uno frente al otro: Dios, con su deseo de curar, y el hombre, con su deseo de ser curado. Dos libertades, dos voluntades convergentes: «¿Qué quieres que te haga?», le pregunta el Señor. «Que vea», responde el ciego. «Vete, tu fe te ha curado». Con estas palabras se realiza el milagro. Alegría de Dios, alegría del hombre.
Y Bartimeo, tras recobrar la vista -narra el evangelio- «lo sigue por el camino», es decir, se convierte en su discípulo y sube con el Maestro a Jerusalén para participar con él en el gran misterio de la salvación. Este relato, en sus aspectos fundamentales, evoca el itinerario del catecúmeno hacia el sacramento del bautismo, que en la Iglesia antigua se llamaba también «iluminación».
La fe es un camino de iluminación: parte de la humildad de reconocerse necesitados de salvación y llega al encuentro personal con Cristo, que llama a seguirlo por la senda del amor. Según este modelo se presentan en la Iglesia los itinerarios de iniciación cristiana, que preparan para los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. En los lugares de antigua evangelización, donde se suele bautizar a los niños, se proponen a los jóvenes y a los adultos experiencias de catequesis y espiritualidad que permiten recorrer un camino de redescubrimiento de la fe de modo maduro y consciente, para asumir luego un compromiso coherente de testimonio.
¡Cuán importante es la labor que realizan en este campo los pastores y los catequistas! El redescubrimiento del valor de su bautismo es la base del compromiso misionero de todo cristiano, porque vemos en el Evangelio que quien se deja fascinar por Cristo no puede menos de testimoniar la alegría de seguir sus pasos. En este mes de octubre, dedicado especialmente a las misiones, comprendemos mucho mejor que, precisamente en virtud del bautismo, poseemos una vocación misionera connatural.
Invoquemos la intercesión de la Virgen María para que se multipliquen los misioneros del Evangelio. Que cada bautizado, íntimamente unido al Señor, se sienta llamado a anunciar a todos el amor de Dios con el testimonio de su vida.
[Después del Ángelus] Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española... Que la fe del ciego Bartimeo, que narra el evangelio de hoy, nos aliente a seguir decididamente a Jesucristo, nuestro Salvador, poniendo en él toda nuestra confianza.
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NOS APREMIA EL AMOR DE CRISTO
San Antonio María Claret, "L'egoismo vinto", cap. 34
Inflamados por el fuego del Espíritu Santo, los misioneros apostólicos han llegado, llegan y llegarán hasta los confines del mundo, desde uno y otro polo, para anunciar la palabra divina; de modo que pueden decirse con razón a sí mismos las palabras del apóstol san Pablo: Nos apremia el amor de Cristo.
El amor de Cristo nos estimula y apremia a correr y volar con las alas del santo celo. El verdadero amante ama a Dios y a su prójimo; el verdadero celador es el mismo amante, pero en grado superior, según los grados de amor; de modo que, cuanto más amor tiene, por tanto, mayor celo es compelido. Y, si uno no tiene celo, es señal cierta que tiene apagado en su corazón el fuego del amor, la caridad. Aquel que tiene celo desea y procura, por todos los medios posibles, que Dios sea siempre más conocido, amado y servido en esta vida y en la otra, puesto que este sagrado amor no tiene ningún límite.
Lo mismo practica con su prójimo, deseando y procurando que todos estén contentos en este mundo y sean felices y bienaventurados en el otro; que todos se salven, que ninguno se pierda eternamente, que nadie ofenda a Dios y que ninguno, finalmente, se encuentre un solo momento en pecado. Así como lo vemos en los santos apóstoles y en cualquiera que esté dotado de espíritu apostólico.
Yo me digo a mí mismo: Un hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura, por todos los medios, encender a todo el mundo en el fuego del divino amor. Nada le arredra, se goza en las privaciones, aborda los trabajos, abraza los sacrificios, se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos. No piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.
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APRENDER A ORAR
CON FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS por Michel Hubaut, OFM
Cuando Dios se hace más deseable que todo otro bien
Dijo Jesús: «El que me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23). San Pablo, entusiasmado por esta revelación, tendrá la osadía de escribir: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? ¡El templo de Dios es santo y ese templo sois vosotros!» (cf. 1 Cor 3,16-17).
La oración es el crisol esencial de la conversión del deseo. Es para Francisco el tiempo de las «visitas» del Espíritu. Fuente a la vez de purificación y de iluminación. Esta aura suave del Espíritu le revela la ternura de Dios, que toma siempre la iniciativa del diálogo. Saborea esta nueva presencia. Descubre que Dios es un amor respetuoso que toca ligeramente el corazón del hombre sin jamás forzarlo. La «dulcedumbre» que le invade en la plegaria será uno de los atributos que le gusta de Dios: «¡Tú eres nuestra gran dulcedumbre!». Toda su vida se mantendrá maravillado por esta delicadeza, por esta cortesía de Dios, el primero en inventar la oración amando al hombre. La gratuidad del amor será el resorte profundo de su vida de oración. ¿Por qué orar? Simplemente, porque Dios me ama y el amor no tiene otra justificación que el amor mismo.
El fuego que le abrasa, el gozo que le da de repente ganas de cantar y de bailar, de ir a gritar a todos sus amigos que ha encontrado el tesoro escondido... No hay duda posible. Francisco ha descubierto la verdadera dicha. ¿Cómo ha podido buscar tan lejos lo que estaba ya presente un su corazón: Dios deseable sobre todo otro bien? Así, a la luz de su propia experiencia, se podrían espigar en sus escritos textos para componer una verdadera teología del deseo, término clave que emplea con tanta frecuencia. Conversión de nuestros deseos. Acogida del Espíritu: el deseo de Dios, único capaz de purificar, orientar y unificar todos nuestros deseos en orden al que es la dicha plenaria del hombre.
El texto siguiente es a la vez un grito de triunfo, el del hombre de deseo que ha hallado por fin su verdadero bien, la dicha tan deseada, y una llamada apremiante a sus hermanos a no perder tamaño tesoro, tamaño gozo. El camino para alcanzarlo es desde luego estrecho, áspero, sembrado de embustes. Pero Francisco es como el alpinista que, llegado a la cumbre de la montaña, deslumbrado por la beldad del espectáculo que se le ofrece, olvida las dificultades de la ascensión y lanza un inmenso grito de admiración:
«Ninguna otra cosa deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el solo verdadero Dios, que es pleno bien, todo bien, total bien, verdadero y sumo bien, que es el solo bueno, piadoso, manso, suave y dulce, que es el solo santo, justo, verdadero y recto, que es el solo benigno, inocente, puro, de quien y por quien y en quien es todo el perdón, toda la gracia, toda la gloria...
»Por consiguiente, que nada impida, que nada separe, que nada se interponga. En todas partes, en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, diariamente y de continuo, todos nosotros creamos verdadera y humildemente, y tengamos en el corazón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y ensalcemos sobremanera, magnifiquemos y demos gracias al altísimo y sumo Dios eterno, Trinidad y Unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas y salvador de todos los que creen y esperan en él y lo aman a él, que es... suave, amable, deleitable y todo entero sobre todas las cosas deseable por los siglos. Amén» (1 R 23,9-11).
[Cf. M. Hubaut, Cristo nuestra dicha. Aprender a orar con Francisco y Clara de Asís. Aránzazu, 1990, pp. 9-26]
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