miércoles, 30 de noviembre de 2016

DÍA 30 DE NOVIEMBRE: SAN ANDRÉS, BEATO HONORIO DE ORIHUELA, Beatos Ramiro Alonso López y 50 compañeros mártires, Agustinos (OSA). El 28-XI-1936) etc.


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SAN ANDRÉS, Apóstol. Nació en Betsaida, junto al lago de Tiberíades, y fue primero discípulo de Juan Bautista. Encontrándose éste en compañía de dos de sus discípulos, Andrés y Juan Evangelista, pasó Jesús, de quien dijo el Bautista: «He aquí el Cordero de Dios». Los dos discípulos le oyeron y siguieron a Jesús; éste, volviéndose, les preguntó: «¿Qué buscáis?». Ellos le respondieron: «¿Dónde vives?», y Jesús les contestó: «Venid y lo veréis». Ellos fueron y se quedaron con Él aquel día. Andrés se encontró después con su hermano Simón Pedro, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías», y lo llevó donde Jesús. Más tarde, caminando Jesús por la ribera del mar de Galilea, vio a los hermanos Simón Pedro y Andrés echando las redes, y les dijo: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres». Ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Según la tradición, después de Pentecostés, Andrés predicó el Evangelio en Asia Menor y en Grecia, y sufrió el martirio en Patrás de Acaya, crucificado en una cruz en forma de aspa.- Oración: Protégenos, Señor, con la constante intercesión del apóstol san Andrés, a quien escogiste para ser predicador y pastor de tu Iglesia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
BEATO HONORIO DE ORIHUELABEATO HONORIO DE ORIHUELA. Nació en Orihuela, provincia de Alicante (España), en 1888. De niño ingresó en el seminario seráfico de los capuchinos. Hizo la primera profesión en 1906 y fue ordenado sacerdote en 1914. Sus destinos fueron Totana y Castellón de la Plana. El confesonario, el catecismo y los pobres absorbieron su vida sacerdotal, si bien la nota característica de su apostolado fue la asistencia a los enfermos y moribundos. Cuando estalló la persecución religiosa de 1936, se encontraba de visita en Orihuela, en casa de su familia. Allí refugiado, llevó una vida recogida y piadosa: celebraba la misa, recitaba el Oficio divino, oraba, administraba algunos sacramentos y confiaba tranquilo en la Providencia. El 13-XI-1936 los milicianos lo detuvieron y lo encarcelaron en Orihuela, y el día 30 de los mismos, por la noche, lo sacaron a él y a otros diez sacerdotes, los llevaron a los paredones del cementerio de Elche (Alicante), y allí los fusilaron. Beatificado el 13-X-2013. [Más información]
Beatos Ramiro Alonso López y 50 compañeros mártires, Agustinos (OSA). El 28-XI-1936 salió de la cárcel madrileña de San Antón un grupo de 12 Agustinos para el martirio. Dos días después, el 30-XI-1936, salió de la misma cárcel este otro grupo de 51 Agustinos con el mismo destino, Paracuellos de Jarama (Madrid), donde fueron martirizados; la mayoría pertenecían a la comunidad del Real Monasterio de El Escorial, y era considerable el número de jóvenes formandos y estudiantes. La comunidad entera de El Escorial fue detenida el 6-VIII-1936 y encerrada luego en la cárcel de San Antón de Madrid, donde se les unieron otros religiosos.- Indicamos los nombres, con el lugar y fecha de nacimiento. Ramiro Alonso, Pozuelo de Tábara (Zamora) 1915. Dámaso Arconada, Carrión de los Condes (Palencia) 1904. Luis Abia, Abia de las Torres (Palencia) 1919. Bernardino Calle, Itero Seco (Palencia) 1916. Pedro José Carvajal, Peñacastillo (Cantabria) 1912. Miguel Cerezal, Palencia 1871. Víctor Cuesta, Mantinos (Palencia) 1917. José Dalmau, Calella (Barcelona) 1886. Nemesio Díez, Prioro (León) 1913. Matías Espeso, San Martín de Valdetuéjar (León) 1901. José Agustín Fariña, Valladolid 1879. Francisco Fuente, Buenavista de Valdavia (Palencia) 1916. José Gando, Villageriz de Vidriales (Zamora) 1910. Joaquín García Ferrero, Morales de Valverde (Zamora) 1884. Arturo García de la Fuente, Madrid 1902. Nemesio García Rubio, Vegapugín (León) 1912. Esteban García Suárez, Canales (León) 1891. Benito Garnelo, Carracedo de Monasterio (León) 1876. Gerardo Gil, La Vid (Burgos) 1871. Marcos Guerrero, Fuente Encalada (Zamora) 1915. Miguel Iturrarán, Marquina (Vizcaya) 1918. Jesús Largo, Calzada de los Molinos (Palencia) 1912. José López Piteira, Arroyo Blanco (Camagüey, Cuba) 1913. Constantino Malumbres, Frómista (Palencia) 1872. Francisco Marcos del Río, Lodoso (Burgos) 1874. Ricardo Marcos Reguero, Villanueva de las Manzanas (León) 1891. Julio Marcos Rodríguez, Carrizal (León) 1914. Julio María Fincias, Santa Eulalia de Tábara (Zamora) 1916. Román Martín Mata, Buenavista de Valdavia (Palencia) 1918. Melchor Martínez Antuña, San Juan de Arenas, Siero (Asturias) 1889. Pedro Martínez Ramos, Figueruela de Arriba (Zamora) 1902. Isidro Mediavilla, Villasur de Cieza (Palencia) 1913. Heliodoro Merino, La Puebla de Valdavia (Palencia) 1901. Juan Monedero, Roa de Duero (Burgos) 1881. José Noriega, Barriosuso de Valdavia (Palencia) 1915. Gerardo Pascual, Cerezal (León) 1915. José Antonio Pérez, Villapodambre (León) 1918. Agustín Renedo, Baños de la Peña (Palencia) 1870. Mariano Revilla, Buenavista de Valdavia (Palencia) 1887. Benito Rodríguez González, Armellada (León) 1873. Conrado Rodríguez Gutiérrez, Villanueva de la Peña (Palencia) 1901. Macario Sánchez López, Hoyocasero (Ávila) 1884. Tomás Sánchez López, Hoyocasero (Ávila) 1890. Juan Sánchez, Diego Álvaro (Ávila) 1882. Pedro Simón, Fuente Encalada (Zamora) 1916. Luis Suárez-Valdés, Ciaño, Sama de Langreo (Asturias) 1874. Dionisio Terceño, Congosto de Valdavia (Palencia) 1912.Máximo Valle, Villanueva de Abajo (Palencia) 1915. Pedro de la Varga Delgado, Valladolid 1904. Benito Velasco, Arroyal de Vivar (Burgos) 1884. Julián Zarco, Cuenca 1887.
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San Cutberto Mayne. Nació en Youlston (Inglaterra) el año 1544. Hizo los estudios pertinentes, recibió la ordenación anglicana y ejerció su ministerio en Oxford. La relación con amigos católicos le provocó una crisis religiosa, cosa que sospechó su obispo, que ordenó detenerlo. Entonces huyó a Francia, abrazó la fe católica en Douai y en 1575 se ordenó de sacerdote. De regreso en Inglaterra, desarrolló su apostolado en Cornualles hasta que lo detuvieron. Lo acusaron de traición y de haber hecho pública una Carta Apostólica, lo torturaron, y le prometieron la libertad si volvía al anglicanismo, pero él se reafirmó en su fe católica. Fue ahorcado y descuartizado en Launceston el año 1577.
San Galgano Guidotti. Después de una juventud disipada, se convirtió a Dios y llevó vida de ermitaño, dedicado voluntariamente a la penitencia corporal y la oración. Murió el año 1181 en el Monte Siepi (Siena, Italia).
San José Marchand. Nació en Passavant (Francia) el año 1803. Estaba a punto de terminar la carrera sacerdotal en el seminario de Besançon, cuando ingresó en la Sociedad para las Misiones Extranjeras de París. En 1828 se ordenó de sacerdote y marchó a Vietnam. Le confiaron la atención de siete mil cristianos distribuidos en 25 pueblos. Los atendió con total entrega. Cuando estalló la persecución, tuvo que esconderse y pasar temporadas solo en la selva. Lo apresaron y le exigieron que pisara la cruz, a lo que él se negó. Lo torturaron cruelmente y por último lo decapitaron en Hué el año 1835, bajo el emperador Minh Mang.
San Mirocle (o Mirocleto). Obispo de Milán, a quien san Ambrosio recuerda entre los obispos fieles que le precedieron. Murió hacia el año 314.
San Tadeo Liu Ruiting. Nació en Ku-Hien (China) hacia 1780. Abrazó el cristianismo y a los 33 años se ordenó de sacerdote. Trabajó con gran celo en los distritos misionales que le asignaron. Fue arrestado en 1821. Durante meses lo tuvieron expuesto al sol todo el día y luego lo dejaron languidecer en la cárcel. Cuando finalmente lo juzgaron, lo condenaron a muerte por profesar una religión que estaba prohibida en el Imperio. Aún lo tuvieron en la cárcel un par de años, mientras llegaba la confirmación de la sentencia, tiempo que dedicó a la oración y a ejercitar la paciencia. Lo estrangularon junto al templo de su pueblo natal, provincia de Sichuan, el año 1823.
San Tugdualo Pabu (o Tutwal). Abad y obispo en la región de Bretaña (Francia) en el siglo VI. Fundó un monasterio en el territorio de Tréguier.
Beato Alejandro Crow. Nació en South Duffield (Inglaterra) hacia 1551 de familia modesta. De joven trabajó de zapatero y se colocó de criado en el Colegio Inglés de Reims (Francia). Por sus virtudes y cualidades, le permitieron hacer la carrera eclesiástica y recibir el sacerdocio. Vuelto a su patria, ejerció el ministerio sagrado en su ciudad natal, hasta que lo arrestaron. Lo acusaron de alta traición por haberse ordenado en el extranjero y haber regresado a Inglaterra, y el día de san Andrés, 30 de noviembre del año 1586 ó 1587, lo ahorcaron y aún vivo la destriparon y descuartizaron en York, bajo el reinado de Isabel I.
Beato Federico de Ratisbona. Nació en Ratisbona (Alemania) a mediados del siglo XIII. De joven entró en la Orden de los Ermitaños de San Agustín como hermano laico. Ejerció el oficio de carpintero y abasteció a los frailes de muebles y de leña para la cocina y la calefacción. Fue un religioso obediente, servicial, atento y generoso con los pobres, muy devoto de la Eucaristía. Murió en Ratisbona el año 1329.
Beato José Otín Aquilué. Nació en Huesca (España) el año 1901. En 1920 hizo la profesión religiosa en la Sociedad Salesiana y en 1928 recibió la ordenación sacerdotal. Lo destinaron a la educación de la juventud y fue un excelente pedagogo por su carácter abierto y jovial que se granjeaba la simpatía de los muchachos. Cuando estalló la guerra civil, se encontraba en su colegio de Alcoy (Alicante). Tuvo que dejar el colegio y, después de varios interrogatorios, buscó refugio en Valencia. A finales de noviembre de 1936 fue detenido y no se supo más del él. Fue asesinado en Valencia y el Martirologio ha fijado su memoria el día 30 noviembre.
Beato Juan de Vercelli Garbella. Nació en Mosso Santa María (Piamonte, Italia) hacia el año 1205. Estudió derecho romano y canónico en París, y luego ejerció la docencia en París, Pavía y Vercelli. Atraído por el ejemplo del beato Jordán de Sajonia, ingresó en la Orden de Predicadores en 1229. Ejerció diversos cargos en su Orden, de la que, en 1264, fue elegido Maestro General. Visitó todas las casas de Europa, consolidó la Orden y logró un gran incremento de vocaciones. Contó con la confianza de los papas e intervino en el Concilio de Lyon. Fue legado papal en los reinos de Castilla y de Francia, y artífice de paz entre las ciudades italianas. Tuvo gran amistad con santo Tomás de Aquino. Murió en Montpellier (Francia) el año 1283.
Beatos León Alesanco y Luis Palacios, sacerdotes benedictinos. Al estallar en España la persecución religiosa de 1936, los monjes de Montserrat dejaron el monasterio y buscaron refugio en Barcelona. El 30 de noviembre de 1936, el P. Alesanco fue a ver al P. Palacios y, al encontrarlo enfermo, fue a buscar un médico, pero cayó en manos de milicianos que también detuvieron al P. Palacios. Los llevaron al Comité del Clot, y ya no se supo más de ellos. León Alesanco nació en San Millán de la Cogolla (La Rioja) en 1882. Era de carácter difícil, pero tenía un don especial para tratar a los enfermos y se distinguía por la devoción con que celebraba la misa y daba gracias. Tradujo al castellano algunos opúsculos monásticos. Luis Palacios nació en Agés (Burgos) en 1893. Se licenció en filosofía en Roma y pasó unos años en Jerusalén, donde perfeccionó sus estudios bíblicos y las lenguas semíticas. En San Anselmo de Roma enseñó hebreo y fue suplente de Sagrada Escritura; además ocupó cargos de responsabilidad y publicó algunas obras.- Beatificados el 13-X-2013.
Beato Luis Roque Gientyngier. Nació en Zarki (Polonia) el año 1904. Estudió en el seminario de Kielce, y cuando se creó la diócesis de Czestochowa se incardinó en ella. Ordenado de sacerdote en 1927, ejerció ministerios parroquiales y se dedicó a la enseñanza de la religión en escuelas diocesanas, después de graduarse en la Universidad Jagellónica de Cracovia. Poco después de que los alemanes ocuparan Polonia, lo arrestaron y fue a parar al campo de concentración de Dachau en Alemania. Lo asesinaron los guardias del campo el 30 de noviembre de 1941.
Beatos Miguel Ruedas Mejías y compañeros mártires. El 30 de noviembre de 1936 fueron fusilados en Paracuellos de Jarama (Madrid) siete hermanos hospitalarios de San Juan de Dios, seis de los cuales pertenecían a la comunidad del Hospital Psiquiátrico de Ciempozuelos (Madrid) y uno (Nicéforo Salvador del Río) a la de San Rafael (Madrid). Habían sido detenidos y encarcelados meses antes, y habían padecido múltiples suplicios. Ha aquí los nombres de estos siete beatos mártires, con indicación del lugar y fecha de su nacimiento: Religiosos profesos: Miguel Ruedas Megías, Motril (Granada) 1902; Diego de Cádiz García Molina, Moral de Calatrava (Ciudad Real) 1892; Nicéforo Salvador del Río, Villamorco (Palencia) 1913; Román Touceda Fernández, Madrid 1904. Novicios: Arturo Donoso Murillo, Puebla de Alcocer (Badajoz) 1917; Jesús Gesta de Piquer, Madrid 1915; y Antonio Martínez Gil-Leonís, Montellano (Sevilla) 1916.
Beatos Sinfronio Miguel y 4 compañeros mártires, Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle). Cuando estalló la persecución religiosa de 1936, los cinco formaban parte de la comunidad del asilo del Sagrado Corazón, en Madrid. El 21 de julio los milicianos detuvieron a los religiosos y los encerraron en un calabozo hacinado de presos, de donde los trasladaron a la cárcel de San Antón, en la que trataron de vivir como en comunidad. El 28 de noviembre de 1936 fusilaron a estos cinco en Paracuellos de Jarama (Madrid). Sinfronio Miguel nació en Los Santos (Salamanca) en 1876. Profesó en 1901. Ejerció el apostolado de la enseñanza en sucesivos destinos. Pablo de la Cruz Sanz nació en Riaza (Segovia) en 1879. Profesó en 1896. Desarrolló actividades docentes en diversos colegios y escuelas gratuitas. Floriano Félix Santamaría nació en La Nuez de Abajo (Burgos) en 1899. Profesó en 1917. Fue un gran apóstol en la clase, con excelentes cualidades de educador. Ismael Ricardo Arbé nació en Añastro (Burgos) en 1906. Profesó en 1923. Era persona de profunda espiritualidad y alma de apóstol. De carácter alegre y comunicativo. Adalberto Juan Angulo nació en Quintana Martín Galíndez (Burgos) en 1904. Profesó en 1921. Estuvo destinado en casas de las siguientes ciudades: Madrid, Lorca, Melilla, Cádiz y Madrid.- Beatificados el 13-X-2013.
Beatos Vicente Peña Ruiz y Amado Cubeñas Diego-Madrazo, dominicos. Estos dos mártires se encontraron en la cárcel de San Antón de Madrid, en la que dieron ejemplo de serenidad y confianza en Dios, y fomentaron la piedad entre los reclusos. En la saca masiva del 30-XI-1936 los llevaron a Paracuellos de Jarama, donde los mataron. Vicente Peña nació en Caleruega (Burgos), patria de santo Domingo, en 1883, profesó en 1901 y fue ordenado sacerdote en 1909. Su último destino fue el convento del Olivar de Madrid, que tuvo que abandonar al estallar la persecución religiosa. El 4-VIII-1936 lo detuvieron en plena calle y lo llevaron a la cárcel de San Antón, donde destacó por su espíritu de oración y su serenidad; organizó el modo de rezar disimuladamente el rosario, paseando por el patio en grupos. Amado Cubeñas nació en Egea de los Caballeros (Zaragoza) en 1880, profesó en 1898 y recibió la ordenación sacerdotal en 1906. Durante casi toda su vida, además de ejercer el ministerio sagrado, fue administrador de los bienes temporales de su comunidad. Estuvo en Hong-Kong de 1907 a 1913. Vuelto a España, se encontraba en el convento del Rosario de Madrid cuando fue asaltado. Se escondió, pero lo detuvieron el 16-IX-1936 por ser sacerdote y lo encerraron en la cárcel Modelo; más tarde lo trasladaron a la de San Antón.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Paseando Jesús junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, al que llaman Pedro, y Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: «Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Pasando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron (Mt 4,18-25).
Pensamiento franciscano:
Dice san Francisco en su Regla: -Amonesto y exhorto a mis hermanos a que, en la predicación que hacen, su lenguaje sea ponderado y sincero, para provecho y edificación del pueblo, anunciándole los vicios y las virtudes, la pena y la gloria con brevedad de sermón; porque palabra abreviada hizo el Señor sobre la tierra (2 R 9,3-4).
Orar con la Iglesia:
Oremos a Dios Padre, por Jesucristo, su Hijo, que eligió a san Andrés para ser apóstol suyo.
-Por la Iglesia, fundada sobre el cimiento de los apóstoles: para que observe con fidelidad el mensaje y doctrina que de ellos ha recibido.
-Por los obispos en comunión con el papa, sucesores del Colegio apostólico: para que sean, con su magisterio y su testimonio, intérpretes autorizados del Evangelio.
-Por cuantos han recibido en la Iglesia el encargo de anunciar el Evangelio: para que lo trasmitan al pueblo con un lenguaje apropiado y sincero.
-Por todos los creyentes: para que vivamos la apostolicidad de la Iglesia, sintiéndonos en comunión con la Iglesia universal y particular.
Oración: Escucha, Señor, nuestras súplicas en la fiesta de san Andrés, que intercede por nosotros ante ti. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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SAN ANDRÉS, APÓSTOL
De la Catequesis de S. S. Benedicto XVI
en la audiencia general del 14 de junio de 2006
Queridos hermanos y hermanas:
El vínculo de sangre entre Pedro y Andrés, así como la llamada común que les dirigió Jesús, son mencionados expresamente en los Evangelios: «Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar, porque eran pescadores. Entonces les dijo: "Seguidme, y os haré pescadores de hombres"» (Mt 4,18-19). El cuarto evangelio nos revela otro detalle importante: en un primer momento Andrés era discípulo de Juan Bautista; y esto nos muestra que era un hombre que buscaba, que compartía la esperanza de Israel, que quería conocer más de cerca la palabra del Señor, la realidad de la presencia del Señor.
Era verdaderamente un hombre de fe y de esperanza; y un día escuchó que Juan Bautista proclamaba a Jesús como «el cordero de Dios» (Jn 1,36); entonces, se interesó y, junto a otro discípulo cuyo nombre no se menciona, siguió a Jesús, a quien Juan llamó «cordero de Dios». El evangelista refiere: «Vieron dónde vivía y se quedaron con él» (Jn 1,37-39). Así pues, Andrés disfrutó de momentos extraordinarios de intimidad con Jesús. La narración continúa con una observación significativa: «Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Encontró él luego a su hermano Simón, y le dijo: "Hemos hallado al Mesías", que quiere decir el Cristo, y lo condujo a Jesús» (Jn 1,40-43), demostrando inmediatamente un espíritu apostólico fuera de lo común.
Las tradiciones evangélicas mencionan particularmente el nombre de Andrés en otras tres ocasiones, que nos permiten conocer algo más de este hombre. La primera es la de la multiplicación de los panes en Galilea, cuando en aquel aprieto Andrés indicó a Jesús que había allí un muchacho que tenía cinco panes de cebada y dos peces: muy poco -constató- para tanta gente como se había congregado en aquel lugar (cf. Jn 6,8-9).
La segunda ocasión fue en Jerusalén. Al salir de la ciudad, un discípulo le mostró a Jesús el espectáculo de los poderosos muros que sostenían el templo. La respuesta del Maestro fue sorprendente: dijo que de esos muros no quedaría piedra sobre piedra. Entonces Andrés, juntamente con Pedro, Santiago y Juan, le preguntó: «Dinos cuándo sucederá eso y cuál será la señal de que todas estas cosas están para cumplirse» (cf. Mc 13,1-4). Como respuesta a esta pregunta, Jesús pronunció un importante discurso sobre la destrucción de Jerusalén y sobre el fin del mundo, invitando a sus discípulos a leer con atención los signos del tiempo y a mantener siempre una actitud de vigilancia.
Los Evangelios nos presentan, por último, una tercera iniciativa de Andrés. El escenario es también Jerusalén, poco antes de la Pasión. Con motivo de la fiesta de la Pascua -narra san Juan- habían ido a la ciudad santa también algunos griegos, probablemente prosélitos o personas que tenían temor de Dios, para adorar al Dios de Israel en la fiesta de la Pascua. Andrés y Felipe, los dos Apóstoles con nombres griegos, hacen de intérpretes y mediadores de este pequeño grupo de griegos ante Jesús. La respuesta del Señor a su pregunta parece enigmática, como sucede con frecuencia en el evangelio de Juan (Jn 12,23-24).
Según tradiciones muy antiguas, Andrés, que transmitió a los griegos estas palabras, no sólo fue el intérprete de algunos griegos en el encuentro con Jesús al que acabamos de referirnos; sino también el apóstol de los griegos en los años que siguieron a Pentecostés. Esas tradiciones nos dicen que durante el resto de su vida fue el heraldo y el intérprete de Jesús para el mundo griego. Pedro, su hermano, llegó a Roma desde Jerusalén, pasando por Antioquía, para ejercer su misión universal; Andrés, en cambio, fue el apóstol del mundo griego: así, tanto en la vida como en la muerte, se presentan como auténticos hermanos; una fraternidad que se expresa simbólicamente en la relación especial de las sedes de Roma y Constantinopla, Iglesias verdaderamente hermanas.
Una tradición sucesiva narra la muerte de Andrés en Patrás (Grecia), donde también él sufrió el suplicio de la crucifixión. Ahora bien, en aquel momento supremo, como su hermano Pedro, pidió ser colocado en una cruz distinta de la de Jesús. En su caso se trató de una cruz en forma de aspa, es decir, con los dos maderos cruzados en diagonal, que por eso se llama «cruz de san Andrés».
Que el apóstol Andrés nos enseñe a seguir a Jesús con prontitud (cf. Mt 4,20; Mc 1,18), a hablar con entusiasmo de él a aquellos con los que nos encontremos, y sobre todo a cultivar con él una relación de auténtica familiaridad, conscientes de que sólo en él podemos encontrar el sentido último de nuestra vida y de nuestra muerte.
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«HEMOS ENCONTRADO AL MESÍAS»
De la homilía 16 de san Juan Crisóstomo
sobre el evangelio de san Juan
Andrés, después de permanecer con Jesús y de aprender de él muchas cosas, no escondió el tesoro para sí solo, sino que corrió presuroso en busca de su hermano, para hacerle partícipe de su descubrimiento. Fíjate en lo que dice a su hermano: Hemos encontrado al Mesías, que significa Cristo. ¿Ves de qué manera manifiesta todo lo que había aprendido en tan breve espacio de tiempo? Pues, por una parte, manifiesta el poder del Maestro, que les ha convencido de esto mismo, y, por otra, el interés y la aplicación de los discípulos, quienes ya desde el principio se preocupaban de estas cosas. Son las palabras de un alma que desea ardientemente la venida del Señor, que espera al que vendrá del cielo, que exulta de gozo cuando se ha manifestado y que se apresura a comunicar a los demás tan excelsa noticia. Comunicarse mutuamente las cosas espirituales es señal de amor fraterno, de entrañable parentesco y de sincero afecto.
Pero advierte también, y ya desde el principio, la actitud dócil y sencilla de Pedro. Acude sin tardanza: Y lo llevó a Jesús, afirma el evangelio. Pero que nadie lo acuse de ligereza por aceptar el anuncio sin una detenida consideración. Lo más probable es que su hermano le contase más cosas detalladamente, pues los evangelistas resumen muchas veces los hechos, por razones de brevedad. Además, no afirma que Pedro creyera al momento, sino que lo llevó a Jesús, y a él se lo confió, para que del mismo Jesús aprendiera todas las cosas. Pues había también otro discípulo que tenía los mismos sentimientos.
Si Juan Bautista, cuando afirma: Éste es el Cordero, y: Bautiza con Espíritu Santo, deja que sea Cristo mismo quien exponga con mayor claridad estas verdades, mucho más hizo Andrés, quien, no juzgándose capaz para explicarlo todo, condujo a su hermano a la misma fuente de la luz, tan contento y presuroso, que su hermano no dudó ni un instante en acudir a ella.
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FRANCISCO Y EL CRUCIFIJO DE SAN DAMIÁN
Del discurso de S. S. Benedicto XVI
durante el encuentro con los jóvenes
ante la Basílica de Santa María de los Ángeles (17-VI-2007)
Queridos jóvenes:
Al visitar esta mañana San Damián, y luego la basílica de Santa Clara, donde se conserva el Crucifijo original que habló a san Francisco, también yo fijé mi mirada en los ojos de Cristo. Es la imagen de Cristo crucificado y resucitado, vida de la Iglesia, que, si estamos atentos, nos habla también a nosotros, como habló hace dos mil años a sus Apóstoles y hace ochocientos años a san Francisco. La Iglesia vive continuamente de este encuentro.
Sí, queridos jóvenes: dejemos que Cristo se encuentre con nosotros. Fiémonos de él, escuchemos su palabra. Él no sólo es un ser humano fascinante. Desde luego, es plenamente hombre, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado (cf. Hb 4,15). Pero también es mucho más: Dios se hizo hombre en él y, por tanto, es el único Salvador, como dice su nombre mismo: Jesús, o sea, «Dios salva».
A Asís se viene para aprender de san Francisco el secreto para reconocer a Jesucristo y hacer experiencia de Él. Según lo que narra su primer biógrafo, esto es lo que sentía Francisco por Jesús: «Siempre llevaba a Jesús en el corazón. Llevaba a Jesús en los labios, llevaba a Jesús en los oídos, llevaba a Jesús en las manos, llevaba a Jesús en todos los demás miembros... Más aún, muchas veces, encontrándose de viaje, al meditar o cantar a Jesús, se olvidaba que estaba de viaje y se detenía a invitar a todas las criaturas a alabar a Jesús» (1 Cel 115). Así vemos cómo la comunión con Jesús abre también el corazón y los ojos a la creación.
En definitiva, san Francisco era un auténtico enamorado de Jesús. Lo encontraba en la palabra de Dios, en los hermanos, en la naturaleza, pero sobre todo en su presencia eucarística. A este propósito, escribe en su Testamento: «Del mismo altísimo Hijo de Dios no veo corporalmente nada más que su santísimo Cuerpo y su santísima Sangre» (Test 10). La Navidad de Greccio manifiesta la necesidad de contemplarlo en su tierna humanidad de niño (cf. 1 Cel 85-86). La experiencia de La Verna, donde recibió los estigmas, muestra hasta qué grado de intimidad había llegado en su relación con Cristo crucificado. Realmente pudo decir con san Pablo: «Para mí vivir es Cristo» (Flp 1,21). Si se desprende de todo y elige la pobreza, el motivo de todo esto es Cristo, y sólo Cristo. Jesús es su todo, y le basta.
Precisamente porque es de Cristo, san Francisco es también hombre de Iglesia. El Crucifijo de San Damián le había pedido que reparara la casa de Cristo, es decir, la Iglesia. Entre Cristo y la Iglesia existe una relación íntima e indisoluble. Ciertamente, en la misión de Francisco, ser llamado a repararla implicaba algo propio y original. Al mismo tiempo, en el fondo, esa tarea no era más que la responsabilidad que Cristo atribuye a todo bautizado. También a cada uno de nosotros nos dice: «Ve y repara mi casa». Todos estamos llamados a reparar, en cada generación, la casa de Cristo, la Iglesia. Y sólo actuando así, la Iglesia vive y se embellece. Como sabemos, hay muchas maneras de reparar, de edificar, de construir la casa de Dios, la Iglesia. Se edifica con las diferentes vocaciones, desde la laical y familiar hasta la vida de especial consagración y la vocación sacerdotal.
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martes, 29 de noviembre de 2016

DÍA 29 DE NOVIEMBRE: TODOS LOS SANTOS DE LA ORDEN FRANCISCANABEATO BERNARDO FRANCISCO DE HOYOS.etc...


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APROBACIÓN DE LA REGLA DE SAN FRANCISCO. El 29 de noviembre de 1223, el papa Honorio III aprobó solemnemente la Regla definitiva de San Francisco. La conocemos como Regla bulada, porque el Papa la aprobó y confirmó con una bula; como Regla segunda, en relación con la Regla de 1221, que no obtuvo aprobación pontificia; o como Regla de 1223, por el año de su aprobación. Es la Regla que profesan y asumen los seguidores de san Francisco, todos los cuales se comprometen a seguir las huellas de Cristo y a vivir su Evangelio observando esa «forma de vida». San Francisco decía: «La Regla es el libro de la vida, esperanza de salvación, médula del Evangelio, camino de perfección, llave del paraíso, pacto de alianza eterna. Quería que la tuvieran todos, que la supieran todos y que en todas partes la meditaran» (2 Cel 208).
TODOS LOS SANTOS DE LA ORDEN FRANCISCANA. En la misma fecha en que san Francisco obtuvo de la Iglesia la aprobación de la «regla y vida» de su Orden, ésta celebra la fiesta de todos sus santos, de todos aquellos que, observándola, llegaron a la más alta perfección. Es la fiesta de la santidad cristiana empapada del espíritu y estilo de san Francisco.- Oración: Dios todopoderoso y eterno, que has enriquecido a tu Iglesia con la santidad de innumerables franciscanos, concédenos a los que celebramos en una misma fiesta los méritos de todos ellos, seguir sus huellas en la tierra y obtener el premio de la salvación en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS DIFUNTOS DE LA ORDEN FRANCISCANA. A semejanza de la Iglesia universal, que celebra a todos los santos el 1 de noviembre y conmemora a todos los difuntos el 2 del mismo mes, la gran Familia franciscana festeja a todos sus santos el 29 de noviembre y antes recuerda a todos sus difuntos el día en que, después del 2 de noviembre, no lo impida otra celebración. San Francisco y santa Clara mandan en su correspondientes Reglas a sus hermanos y hermanas que oren por los difuntos. Este mandato, que es de aplicación constante, adquiere en esta fecha una dimensión litúrgica y universal: es el recuerdo orante de todos cuantos han seguido a Francisco y a Clara en cualquiera de sus ramas y formas.- Oración: Oh Dios, gloria de los fieles y vida de los justos; nosotros, los redimidos por la muerte y resurrección de tu Hijo, te pedimos que acojas con bondad a nuestros hermanos franciscanos y a nuestros parientes y bienhechores difuntos, y, pues creyeron en la futura resurrección, merezcan alcanzar los gozos de la eterna bienaventuranza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
SAN FRANCISCO ANTONIO FASANI[Murió el 29 de noviembre y la Familia Franciscana celebra su memoria el 27 del mismo mes]. Nació en Lucera (Foggia, Italia) el año 1681 en el seno de una familia humilde y piadosa. Siendo todavía muy joven tomó el hábito de san Francisco entre los Conventuales. Terminados brillantemente los estudios y ordenado de sacerdote en Asís, lo dedicaron los superiores a la enseñanza, la predicación y el ministerio del confesonario. Ejerció con gran provecho cargos en su Orden y las más diversas formas de apostolado sacerdotal. Fue para todos hermano y padre, eminente maestro de vida, incansable misionero popular, consejero iluminado y prudente, guía sabia y segura en los caminos del Espíritu, defensor y sostenedor valiente de los humildes y de los pobres. Llegó a un elevado grado de contemplación, siendo enriquecido por Dios con carismas y dones especiales. Murió en su ciudad natal el 29 de noviembre de 1742. Juan Pablo II lo canonizó en 1986.- Oración: Oh Dios, que en san Francisco Antonio nos has dado un testigo del seguimiento evangélico en el camino franciscano y un ferviente apóstol de tu palabra, concédenos, por su intercesión, permanecer siempre firmes en la fe y solícitos en la caridad, para obtener así la recompensa eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
BEATO BERNARDO FRANCISCO DE HOYOS. Nació en Torrelobatón (Valladolid, España) el año 1711. Fue admitido en el noviciado de los jesuitas en 1726; después de la profesión emprendió los estudios de filosofía y teología. Cuando tenía 21 años, en medio de experiencias místicas, conoció la devoción al Corazón de Jesús, comenzada en Francia por santa Margarita María de Alacoque, y a partir de entonces se convirtió en el gran apóstol de la misma en España. «He andado absorto y anegado en este Divino Corazón; al comer, al dormir, al hablar, al estudiar y en todas partes no parece palpa mi alma otra cosa que el Corazón de su amado». Y ese entusiasmo lo contagió a todos cuantos pudo por todos los medios a su alcance. Recibió la ordenación sacerdotal el 2 de enero de 1735, y murió en Valladolid, a los 24 años de edad, el 29 de noviembre de aquel mismo año. Beatificado en 2010.
BEATA MARÍA MAGDALENA DE LA ENCARNACIÓN. Nació en Porto Santo Stefano (Toscana, Italia) el año 1770. Desde su adolescencia pasaba horas en adoración junto a Jesús sacramentado. Rehusó un matrimonio ventajoso y en 1788 ingresó en el monasterio de las Terciarias Franciscanas de Ischia di Castro. En 1802 fue elegida abadesa, cargo que ocupó hasta 1807, cuando, siguiendo la voluntad de Dios, se trasladó a Roma, con algunas hermanas y la bendición del papa Pío VII, para fundar el primer monasterio de las Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento. Durante la dominación napoleónica, la congregación fue disuelta y ella exiliada a Florencia. En 1814 pudo volver a Roma y reanudar su obra. Murió en Roma el 29 de noviembre de 1824. Desde joven Dios la enriqueció con carismas y dones místicos extraordinarios, y la adoración perpetua de la Eucaristía fue el centro de su vida espiritual. Fue beatificada el año 2008.
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San Filomeno de Ancira. Sufrió el martirio en Ancira de Galacia (hoy Ankara, Turquía) en el siglo III, durante la persecución anticristiana del emperador Aureliano, y siendo prefecto Félix. Después de atarlo y arrojarlo al fuego, le acribillaron manos, pies y cabeza con clavos y así consumó su martirio.
Santa Iluminada. Virgen que vivió en Todi (Umbría, Italia) en el siglo IV.
San Radbodo. Obispo benedictino de Utrecht, pastor docto y prudente, que murió mientras visitaba a los campesinos, y tal día como hoy, en el año 918, fue trasladado a Daventer, en la actual Holanda.
San Santiago de Sarug (o de Osroena). Nació en Qurtam, junto al Eufrates, el año 451. Estudió en la escuela de Edesa y a los 22 años abrazó la vida monástica. Ordenado de sacerdote, fue visitador eclesiástico de Hawra. También fue profesor en la escuala de Edesa. El año 518 lo eligieron obispo de Batnam-Sarug, en la provincia de Osroena (Mesopotamia). Veló con mucho celo por la ortodoxia de la doctrina, que ilustró para sus fieles por medio de discursos, homilías y traducciones. Por sus numerosos escritos es venerado en la Iglesia de Siria como doctor y columna de la Iglesia, junto con san Efrén. Murió el año 521.
San Saturnino de Cartago. Según refiere el papa san Dámaso, era natural de Cartago, en el norte de África, cerca de la actual ciudad de Túnez, y por confesar su fe en Cristo fue torturado en el potro, en tiempo del emperador Decio. Después lo desterraron a Roma, donde sufrió atroces suplicios; pero no sólo se mantuvo firme en su fidelidad a Cristo sino que, además, consiguió la conversión del prefecto y tirano Graciano. Finalmente fue decapitado en la persecución de Decio el año 250, y su cuerpo enterrado en Roma, en el cementerio de Trasón, en la Vía Salaria Nueva.
San Saturnino de Toulouse. Llegó a Toulouse (Francia) a mediados del siglo III. Nombrado obispo de la ciudad, se dedicó a predicar y evangelizar, pues en aquel tiempo había allí pocas comunidades cristianas y estaban mal organizadas. Los paganos querían obligarlo a ofrecer un toro a los ídolos, a lo que él se negó rotundamente. Entonces la multitud pagana lo ató al cuello del toro y lo precipitó desde lo alto del capitolio. Murió con la cabeza destrozada y el cuerpo lleno de magulladuras. Esto sucedió hacia el año 257, en tiempo del emperador Decio.
Beato Alfredo Simón Colomina. Nació en Valencia (España) el año 1877. De joven ingresó en la Compañía de Jesús y estudió en sus centros de formación. En 1913 hizo sus últimos votos y recibió la ordenación sacerdotal. Fue rector en varios colegios de su Compañía y cuando estalló la guerra civil estaba en el de «San José» de Valencia. Estuvo refugiado en casas particulares hasta que, delatado, lo arrestaron. Unos amigos pagaron un rescate y recobró la libertad, pero por poco tiempo. Mientras estuvo escondido, siguió ejerciendo el ministerio sacerdotal en la clandestinidad. En la cárcel, consoló y confortó a los demás presos. Lo fusilaron en el Picadero de Paterna (Valencia) el 29 de noviembre de 1936.
Beatos Dionisio de la Natividad Berthelot y Redento de la Cruz Rodríguez. Los dos eran carmelitas descalzos. Fueron enviados por la autoridad portuguesa de Goa, como parte de una legación, al sultán de Achen en la isla de Sumatra. Los recibieron bien, pero muy pronto los apresaron y les exigieron, para salvar la vida, que se hicieron musulmanes, a lo que se negaron. Fueron decapitados el 29 de noviembre de 1638. Dionisio nació en Honfleur (Francia) el año 1600. Se dedicó a la navegación y se hizo un experto cosmógrafo y piloto, que estuvo al servicio de los reyes de Francia y Portugal. En Goa decidió abrazar la vida religiosa y profesó en los carmelitas descalzos en 1636; dos años después recibió la ordenación sacerdotal. Redento nació en Paredes (Portugal) en 1598 y profesó en la Orden de Carmelitas Descalzos en calidad de hermano. Se encontraba en Goa cuando fue enviado junto con el P. Dionisio a Achen.
Beato Eduardo Burden. Nació en el condado de Durham (Inglaterra) el año 1544. Después de estudiar e Oxford, optó por el sacerdocio, estudió en el Colegio inglés de Reims (Francia) y se ordenó de sacerdote en 1584. Volvió a su patria dos años después y trabajó en el Yorkshire. Era un hombre bondadoso en extremo, de gran clarividencia para dirigir las almas, muy acogedor y prudente en el confesonario. Lo capturaron y lo condenaron a muerte, y lo ahorcaron en York el año 1588 durante el reinado de Isabel I.
Beatos Jorge Errington, Guillermo Gibson y Guillermo Knight. Eran tres seglares ingleses que fueron ejecutados en York (Inglaterra) el 29 de noviembre de 1596 por ser católicos y porque, en la cárcel, habían explicado a un ministro protestante, que los delató, la fe católica y su necesidad para la salvación. Esto lo consideraba el tribunal un delito de alta traición. Jorge era natural de Herst en Northumberland y antes de su proceso definitivo había sido arrestado e interrogado varias veces a causa de su fe. Guillermo Gibson era un rico labrador, natural de Ripon, que destacó por su bondad y paciencia en los muchos años que estuvo encarcelado. Guillermo Knight, joven de 23 años, era hijo de un labrador de South Duffield y pasó tres año en la cárcel por ser católico.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
El Señor designó a otros 72 discípulos y los mandó de dos en dos por delante, a todas los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; Y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decir primero: "Paz a esta casa"» (Lc 10,1-5).
Pensamiento franciscano:
Dice san Francisco: «La regla y vida de los Hermanos Menores es ésta: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad». «Ésta es la vida del Evangelio de Jesucristo, que el hermano Francisco pidió al señor papa que se la concediera y confirmara; y él se la concedió y confirmó para sí y para sus hermanos, presentes y futuros... La regla y vida de estos hermanos es ésta: vivir en obediencia, en castidad y sin propio, y seguir la doctrina y las huellas de nuestro Señor Jesucristo» (2 R 1,1; 1 R).
Orar con la Iglesia:
Oremos a Dios Padre, que nos concede la gracia de esperar la relevación de nuestro Señor Jesucristo.
-Santifica, Señor, todo nuestro espíritu, alma y cuerpo, y guárdanos sin reproche hasta el día de la venida de tu Hijo.
-Haz que durante este día caminemos en santidad y llevemos una vida sobria, honrada y religiosa.
-Ayúdanos a vestirnos de Jesucristo y a llenarnos del Espíritu Santo.
-Haz, Señor, que estemos preparados el día de la manifestación gloriosa de tu Hijo.
Oración: Señor Dios nuestro, que has enriquecido a tu Iglesia con la santidad de innumerables franciscanos, concédenos seguir sus huellas en la tierra y obtener el premio de la salvación en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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PREPARACIÓN PARA EL NACIMIENTO DEL SEÑOR
Benedicto XVI, Ángelus del 29 de noviembre de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
Este domingo iniciamos, por gracia de Dios, un nuevo Año litúrgico, que se abre naturalmente con el Adviento, tiempo de preparación para el nacimiento del Señor. El concilio Vaticano II, en la constitución sobre la liturgia, afirma que la Iglesia «en el ciclo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la expectativa de la feliz esperanza y venida del Señor». De esta manera, «al conmemorar los misterios de la Redención, abre la riqueza del poder santificador y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación» (Sacrosanctum Concilium, 102). El Concilio insiste en que el centro de la liturgia es Cristo, como el sol en torno al cual, al estilo de los planetas, giran la santísima Virgen María -la más cercana- y luego los mártires y los demás santos que «cantan la perfecta alabanza a Dios en el cielo e interceden por nosotros" (ib., 104).
Esta es la realidad del Año litúrgico vista, por decirlo así, «desde la perspectiva de Dios». Y, desde la perspectiva del hombre, de la historia y de la sociedad, ¿qué importancia puede tener? La respuesta nos la sugiere precisamente el camino del Adviento, que hoy emprendemos. El mundo contemporáneo necesita sobre todo esperanza: la necesitan los pueblos en vías de desarrollo, pero también los económicamente desarrollados. Cada vez caemos más en la cuenta de que nos encontramos en una misma barca y debemos salvarnos todos juntos. Sobre todo al ver derrumbarse tantas falsas seguridades, nos damos cuenta de que necesitamos una esperanza fiable, y esta sólo se encuentra en Cristo, quien, como dice la Carta a los Hebreos, «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13,8).
El Señor Jesús vino en el pasado, viene en el presente y vendrá en el futuro. Abraza todas las dimensiones del tiempo, porque ha muerto y resucitado, es «el Viviente» y, compartiendo nuestra precariedad humana, permanece para siempre y nos ofrece la estabilidad misma de Dios. Es «carne» como nosotros y es «roca» como Dios. Quien anhela la libertad, la justicia y la paz puede cobrar ánimo y levantar la cabeza, porque se acerca la liberación en Cristo (cf. Lc 21,28), como leemos en el Evangelio de hoy. Así pues, podemos afirmar que Jesucristo no sólo atañe a los cristianos, o sólo a los creyentes, sino a todos los hombres, porque él, que es el centro de la fe, es también el fundamento de la esperanza. Y todo ser humano necesita constantemente la esperanza.
Queridos hermanos y hermanas, la Virgen María encarna plenamente la humanidad que vive en la esperanza basada en la fe en el Dios vivo. Ella es la Virgen del Adviento: está bien arraigada en el presente, en el «hoy» de la salvación; en su corazón recoge todas las promesas pasadas y se proyecta al cumplimiento futuro. Sigamos su ejemplo, para entrar de verdad en este tiempo de gracia y acoger, con alegría y responsabilidad, la venida de Dios a nuestra historia personal y social.
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NUESTRA FIDELIDAD A LA REGLA
De una homilía de R. Mailleux, OFM, (Fontecolombo 3-XI-90)
Fidelidad a nuestra Regla y Vida de hermanos menores, la que nuestro Padre san Francisco compuso para nosotros con afecto y sufrimiento, la Iglesia nos confirmó y autenticó, y nosotros prometimos al Señor guardar durante toda nuestra vida.
¿Pero es realmente la Regla nuestro punto de referencia? Sin duda, no permanecemos indiferentes ante ella ni mucho menos; al contario, nos gusta escucharla, citarla, comentarla, e incluso empeñarnos en vivir algunos pasajes suyos. Al menos aquellos que más nos gustan o con los que nos sentimos más en sintonía. ¿Pero podemos afirmar lo mismo de la Regla en su conjunto? ¿Es a ella a quien nos referimos concreta y habitualmente como guía de nuestro caminar personal o comunitario? Sin duda alguna, todo hermano menor puede responder, y con razón, que es san Francisco su punto de referencia. Pues quien le estimula y anima a seguir a Cristo y le guía en su manera de estar en el mundo es Francisco, su persona creíble y atractiva, más que la Regla quizá. Más aún cuando su mentalidad antijurídica y su convicción -confirmada por la misma Regla- de que el Evangelio nos basta como norma de vida, no nos invitan al culto a la Regla. Sin contar lo que yo llamaría una cierta devaluación de ésta, originada en el contexto del descubrimiento y estudio de otros escritos de nuestro Fundador, lo que ha traído como consecuencia que se la considere como un texto más.
Pero, precisamente, la Regla no es un texto como los demás. Ella es, de todos los escritos de Francisco, el único que, aprobado por el Sucesor de Pedro, nos ha sido dado por el Espíritu para adquirir y verificar nuestra identidad de hermanos menores. Ella es el texto que, tras muchos intentos felices o aciagos, se ha convertido en el sello y garantía de nuestra existencia. Sin ella, es posible que la historia mencionara todavía hoy a un cierto Francisco de Asís y los primeros pasos del generoso pero efímero movimiento que él suscitara al igual que otros profetas de su tiempo; también es probable que un hombre de una pureza como la de Francisco tuviera su nombre inscrito en el catálogo de los santos. Pero lo cierto es, en todo caso, que nosotros no estaríamos aquí esta tarde, que jamás habríamos tenido la gracia de conocer a Francisco, y que nunca habrían existido ni las numerosas familias nacidas de él ni la gran gesta franciscana escrita, y no acabada, en la Iglesia y para la Iglesia. La Regla, la de 1223, no la de 1221, constituye, pues, nuestra referencia auténtica y última de Francisco. Con ella en su totalidad y no con algunos de sus fragmentos es con lo que debemos confrontar nuestra vida, la vida de la Orden, la de nuestras Provincias y comunidades. Ella, con nuestras Constituciones Generales, es la garantía que nos permite verificar nuestra imagen de Francisco, evitando que caigamos en esa tentación que a veces nos acecha de fabricarnos un Francisco a la medida de nuestros deseos o conforme a «las fábulas profanas» (cf. 1 Tim 4,7).
Hermanos, esta tarde nos hemos animado a ser fieles a nuestra Regla. A remitirnos a ella con frecuencia, para que inspire nuestro ser y nuestro obrar. Estamos invitados a establecer con ella una relación incesante. Una relación que no sea extremista ni reduccionista, sino una relación exacta de sintonía.
La Regla es un todo, una sola hostia, confeccionada con las migajas de Evangelio recogidas por las manos de Francisco (cf. 2 Cel 209). Cada migaja, tomada en sí misma, es incapaz de formar un hermano menor. No introduzcamos glosas, diciendo: «Así deben entenderse» (Test 38). Comamos la hostia entera: rumiemos la palabra. Si nos alimentamos de ella con amor, ella nos dará nuestra belleza, nuestra «forma» de hermanos menores. Si despreciamos el don que se nos ha hecho, quedaremos, por el contrario, desfigurados, como leprosos, leemos en el hermoso texto de Tomás de Celano.
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FRANCISCO CAMINA HACIA LA CONVERSIÓN
Del discurso de S. S. Benedicto XVI
durante el encuentro con los jóvenes
ante la Basílica de Santa María de los Ángeles (17-VI-2007)
Queridos jóvenes:
Un aspecto que impresionaba a los contemporáneos del joven Francisco era también su ambición, su sed de gloria y de aventura. Esto fue lo que lo llevó al campo de batalla, acabando prisionero durante un año en Perusa. Una vez libre, esa misma sed de gloria lo habría llevado a Pulla, en una nueva expedición militar, pero precisamente en esa circunstancia, en Espoleto, el Señor se hizo presente en su corazón, lo indujo a volver sobre sus pasos, y a ponerse seriamente a la escucha de su Palabra.
Es interesante observar cómo el Señor conquistó a Francisco cogiéndole las vueltas, su deseo de afirmación, para señalarle el camino de una santa ambición, proyectada hacia el infinito: «¿Quién puede serte más útil, el señor o el siervo?» (TC 6), fue la pregunta que sintió resonar en su corazón. Equivale a decir: ¿por qué contentarse con depender de los hombres, cuando hay un Dios dispuesto a acogerte en su casa, a su servicio regio?
Queridos jóvenes, me habéis hablado de algunos problemas de la condición juvenil, de lo difícil que os resulta construiros un futuro, y sobre todo de la dificultad que encontráis para discernir la verdad.
En el relato de la pasión de Cristo encontramos la pregunta de Pilato: «¿Qué es la verdad?» (Jn 18,38). Es la pregunta de un escéptico, que dice: «Tú afirmas que eres la verdad, pero ¿qué es la verdad?». Así, suponiendo que la verdad no se puede reconocer, Pilato da a entender: «hagamos lo que sea más práctico, lo que tenga más éxito, en vez de buscar la verdad». Luego condena a muerte a Jesús, porque actúa con pragmatismo, buscando el éxito, su propia fortuna.
También hoy muchos dicen: «¿Qué es la verdad? Podemos encontrar sus fragmentos, pero ¿cómo podemos encontrar la verdad?». Resulta realmente arduo creer que Jesucristo es la verdad, la verdadera Vida, la brújula de nuestra vida. Y, sin embargo, si caemos en la gran tentación de comenzar a vivir únicamente según las posibilidades del momento, sin la verdad, realmente perdemos el criterio y también el fundamento de la paz común, que sólo puede ser la verdad. Y esta verdad es Cristo. La verdad de Cristo se ha verificado en la vida de los santos de todos los siglos. Los santos son la gran estela de luz que en la historia atestigua: ésta es la vida, éste es el camino, ésta es la verdad. Por eso, tengamos el valor de decir sí a Jesucristo: «Tu verdad se ha verificado en la vida de tantos santos. Te seguimos».
San Francisco escuchó la voz de Cristo en su corazón. Y ¿qué sucede? Sucede que comprende que debe ponerse al servicio de los hermanos, sobre todo de los que más sufren. Ésta es la consecuencia de su primer encuentro con la voz de Cristo. Francisco sentía una repugnancia irresistible hacia los leprosos. Tocado por la gracia, les abrió su corazón. Y no sólo lo hizo con un gesto piadoso de limosna, pues hubiera sido demasiado poco, sino también besándolos y sirviéndolos. Él mismo confiesa que lo que antes le resultaba amargo, se transformó para él en «dulzura de alma y de cuerpo» (Test 3).
Así pues, la gracia comienza a modelar a Francisco. Se fue haciendo cada vez más capaz de fijar su mirada en el rostro de Cristo y de escuchar su voz. Fue entonces cuando el Crucifijo de San Damián le dirigió la palabra, invitándolo a una valiente misión: «Ve, Francisco, repara mi casa, que, como ves, está totalmente en ruinas» (2 Cel 10).
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lunes, 28 de noviembre de 2016

DÍA 28 DE NOVIEMBRE: SAN JAIME DE LA MARCA, Beatos Avelino Rodríguez Alonso y 11 compañeros mártires, Agustinos (OSA), etc.


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SAN JAIME DE LA MARCA. Nació en Monteprandone (Marcas, Italia) el año 1394. Estudió en Perusa jurisprudencia, que ejerció hasta que, a los 23 años, profesó la Regla de san Francisco, cuya observancia rigurosa promovió junto con san Bernardino de Siena y san Juan de Capistrano. Ordenado de sacerdote, se dedicó a la predicación evangelizando al pueblo y combatiendo las herejías en gran parte de Italia y en muchas regiones de Europa. Pudo ver a muchos pecadores arrepentidos y a numerosos herejes vueltos a la fe de la Iglesia. Fue gran constructor de paz en los corazones y en las ciudades divididas por facciones. Se le reconocía gran competencia jurídica y autoridad moral. Colaboró en la solución de problemas sociales desde el púlpito y en asambleas legislativas. Fue promotor de la devoción al Nombre de Jesús y muy devoto de la Virgen. En su Orden fue una de las cuatro «columnas» de la reforma de la Observancia. Los papas le confiaron misiones como evangelizador y como legado apostólico. Dejó escritos muy edificantes. Murió en Nápoles el 28 de noviembre de 1476.- Oración: Dios de misericordia, que confiaste la predicación de tu Evangelio a san Jaime de la Marca para la salvación de los hombres y conversión de los pecadores, concédenos, por sus méritos, el verdadero arrepentimiento de nuestras culpas y la gracia de la eterna salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Beatos Avelino Rodríguez Alonso y 11 compañeros mártires, Agustinos (OSA). Desde el principio de la persecución religiosa en España, se martirizó a cantidad de sacerdotes y religiosos y seglares católicos sólo por ser tales. Así, 12 Agustinos, detenidos en distintas fechas y lugares, fueron a parar a la cárcel de San Antón de Madrid. El 28-XI-1936 los sacaron de la cárcel y los llevaron a Paracuellos de Jarama. Ante la realidad que se aproximaba, el P. Avelino, prior provincial, se despidió de sus once compañeros, abrazándolos y dándoles la absolución sacramental uno por uno, y, dirigiéndose a sus verdugos, les dijo: "Sabemos que nos matáis por católicos y religiosos. Lo somos. Os perdonamos a todos. ¡Viva Cristo Rey!". Y fueron martirizados.- Indicamos los nombres, con el lugar y fecha de nacimiento, y algún otro dato. Avelino Rodríguez, Santiago Millas (León) 1879, sacerdote, se dedicó a la enseñanza y en 1933 fue elegido prior provincial.Benito Alcalde González, Villayermo (Burgos) 1883, sacerdote, dedicó su vida al apostolado de la enseñanza. Bernardino Álvarez Melcón, Rosales (León) 1903, sacerdote, profesor, superior y maestro de los jóvenes profesos en El Escorial. Manuel Álvarez Rego de Seves, Sésamo (León) 1908, sacerdote, se dedicó al apostolado de la enseñanza. Juan Baldajos Pérez, Palencia 1872, desempeñó en Ronda y en El Escorial los oficios de portero y de mayordomo. Senén García González, Villarín (León) 1905, ordenado sacerdote el 18-VII-1936. Samuel Pajares García, Roscales (Palencia) 1907, sacerdote, licenciado en teología en Roma, profesor en Madrid y en El Escorial. José Peque Iglesias, Rosinos de Vidriales (Zamora) 1915, llegó a cursar la filosofía y empezó la teología. Marcos Pérez Andrés, Villasarracino (Palencia) 1917, fue hermano aspirante, ya en periodo de postulantado; en la cárcel se distinguió en su afán por servir a los ancianos. Luciano Ruiz Valtierra, Villanueva de Odra (Burgos) 1915, llegó a estudiar los cursos de filosofía.Balbino Villarroel Villarroel, Tejerina (León) 1910, ordenado sacerdote el 13-VIII-1933. Sabino Rodrigo Fierro, Cerezal (León) 1874, sacerdote, hizo la licencia en Ciencias Naturales y se dedicó a la enseñanza.
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San Andrés Tran Van Trong. Nació en el seno de una familia vietnamita cristiana el año 1810, y recibió en el hogar una esmerada educación cristiana. En 1834 ingresó en la Compañía Real de Tejedores de Sede. Al año siguiente, el gobierno dio la orden de que todos los tejedores pisotearan la cruz. Él se negó y reconoció que era cristiano. Lo detuvieron y encarcelaron y, a pesar de los suplicios a que lo sometieron, no legraron que pisara la cruz ni que apostatara. Lo decapitaron en Khám Duong (Vietnam) el año 1835 en presencia de su madre que lo animaba a permanecer fiel a Cristo. Era emperador Minh Mang.
San Esteban el Joven. Nació en Constantinopla a comienzos del siglo VIII. Cuando murió su padre, vendió sus bienes, los dio a los pobres y abrazó la vida monástica. A los 30 años lo eligieron hegúmeno (superior o abad) de su monasterio. Años después se retiró a llevar vida de anacoreta en una cueva. Contra el mandato del emperador Constantino V Coprónimo, defendió el culto de las imágenes sagradas. Estuvo desterrado dos años y luego lo metieron en una cárcel de Constantinopla. A los iconoclastas les decía que si al emperador no le gustaría que despreciaran sus imágenes, por qué había de estar bien despreciar los iconos de Cristo. Después de azotarlo lo remataron. Era el año 764.
San Irenarco. Trabajaba como verdugo en Sebaste, ahora Sivas (Turquía), y se convirtió a Cristo al ver la firmeza en la fe de las mujeres cristianas martirizadas. Él a su vez, por haber abrazado la fe cristiana y negarse a apostatar, fue decapitado bajo el emperador Diocleciano y el prefecto Máximo a principios del siglo IV.
Santos Papiniano y compañeros obispos y mártires. Hoy celebra la Iglesia a un grupo de obispos que, en distintas fechas del siglo V y en diversos lugares del norte de África, fueron asesinados o desterrados por los vándalos, que eran arrianos. Durante el reinado de Genserico, arriano, fueron inmolados los pastores de la Iglesia que confesaban la divinidad de Jesucristo: Papiniano, obispo de Vita, y Mansueto, obispo de Uruci, fueron quemados en todo su cuerpo con planchas de hierro incandescentes. También fueron martirizados en aquel tiempo Urbano de Djerba, Crescente de Bizacio, Hebetdeo de Teudala, Eustracio de Sufes, Cresconio de Trípoli, Vicis de Sabrata y Félix de Hadrumeto. Más tarde, en tiempo de Hunerico, hijo de Genserico, Hortelano de Bennefa y Florenciano de Midila fueron desterrados y murieron en el destierro.
Santa Teodora. Nació en Rossano (Calabria, Italia) hacia el año 900 en el seno de una familia noble. A los 15 años ingresó en el monasterio del Arenario, dirigido por san Nilo el Joven, quien más tarde la puso al frente del monasterio de Santa Anastasia, cerca de Rossano. Fue una abadesa santa y prudente, maestra de vida monástica. Murió el año 980.
Beatos Daciano de Bengoa y Juan Pablo Álvarez, Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle). Cuando estalló la persecución religiosa de 1936, los dos formaban parte de la comunidad del asilo del Sagrado Corazón, en Madrid. El 21 de julio los milicianos detuvieron a los religiosos y los encerraron en un calabozo hacinado de presos, de donde los trasladaron a la cárcel de San Antón. El 28 de noviembre de 1936 fusilaron a los Hnos. Daciano y Juan Pablo en Paracuellos de Jarama (Madrid). Daciano nació en Dima (Vizcaya) en 1882. Hizo la primera profesión en 1899. Como tenía mucha dificultad para los estudios, lo destinaron a empleos manuales como encargado de la ropería o ecónomo. En sus años de servicio demostró una gran abnegación, delicadeza y caridad. Juan Pablo nació en Bolaños de Campos (Valladolid) en 1904. Hizo la primera profesión en 1922. Ejerció el apostolado de la enseñanza en varias casas. Como profesor se manifestó educador excepcional, lleno de amor a los alumnos y con gran ascendiente sobre ellos. Era dinámico, piadoso, trabajador.- Beatificados el 13-X-2013.
Beato Francisco Esteban Lacal y 22 compañeros mártires. El 17 de diciembre de 2011 fueron beatificados en Madrid 23 mártires de la persecución religiosa de 1936 en España. De ellos, 22 eran Misioneros Oblatos de María Inmaculada y pertenecían a la comunidad de Pozuelo de Alarcón (Madrid), en la que abundaban los jóvenes estudiantes; a ellos se unió en el martirio el seglar Cándido Castán San José, casado y padre de familia, muy conocido en el pueblo de Pozuelo por su claro testimonio católico. El grupo está encabezado por el P. Francisco Esteban Lacal, que era el superior provincial. Todos fueron detenidos y asesinados sin proceso ni pruebas ni posibilidad de defenderse, por causa de su fe, y murieron perdonando. Fueron fusilados por grupos en tres fechas: 8, en Pozuelo el 24 de julio; 2, en Paracuellos y Soto de Aldovea el 7 de noviembre; y 13, el 28 de noviembre en Paracuellos. Estos son los 13 martirizados el 28 de noviembre de 1936 en Paracuellos de Jarama (indicamos el año y lugar de su nacimiento): 
Francisco Esteban Lacal, 1888 en Soria
Vicente Blanco Guadilla, 1882 en Frómista (Palencia)
Gregorio Escobar García, 1912 en Estella (Navarra)
Ángel Francisco Bocos Hernando, 1883 en Ruíjas-Valderrible (Cantabria)
Juan José Caballero Rodríguez, 1912 en Fuenlabrada de los Montes (Badajoz)
Justo Gil Pardo, 1910 en Lúquin (Navarra)
Marcelino Sánchez Fernández, 1910 en Santa Marina del Rey (León)
Publio Rodríguez Moslares, 1912 en Tiedra (Valladolid)
José Guerra Andrés, 1914 en León
Eleuterio Prado Villarroel, 1915 en Prioro (León)
Daniel Gómez Lucas, 1916 en Hacinas (Burgos)
Justo Fernández González, 1916 en Huelde (León)
Clemente Rodríguez Tejerina, 1918 en Santa Olaja de la Varga (León).
Beatos Juan Jesús Adradas Gonzalo y compañeros mártires. En el Hospital Psiquiátrico de Ciempozuelos (Madrid) había en 1936 una numerosa comunidad de hermanos hospitalarios de la Orden de San Juan de Dios, en la que se integraban profesos y también novicios y postulantes. Muchos fueron los martirizados en distintas fechas y lugares. El 28 de noviembre de 1936, después de meses de cárcel y de suplicios, fueron fusilados 15 de ellos en Paracuellos de Jarama (Madrid). Estos son sus nombres, con indicación del lugar y fecha de su nacimiento: Religiosos profesos: Juan Jesús Adradas Gonzalo, Conquezuela (Soria) 1878; Guillermo Llop Gayá, Villarreal (Castellón) 1880; Clemente Díez Sahagún, Fuentes de Nava (Palencia) 1861; Lázaro Múgica Goiburu, Idiazábal (Guipúzcoa) 1867; Martiniano Meléndez Sánchez, Málaga 1878; Pedro María Alcalde Negredo, Ledesma (Soria) 1878; Julián Plazaola Artola, San Sebastián (Guipúzcoa) 1915; Hilario Delgado Vílchez, Cañar (Granada) 1918. Novicios: Pedro de Alcántara Bernalte Calzado, Moral de Calatrava (Ciudad Real) 1910; Juan Alcalde y Alcalde, Zuzones (Burgos) 1911; Isidoro Martínez Izquierdo, Madrid 1918; Ángel Sastre Corporales, Villaralbo del Vino (Zamora) 1916. Presbítero y postulante: José Mora Velasco, Córdoba 1886. Postulante: José Ruiz Cuesta, Dílar (Granada) 1907. Eduardo Bautista Jiménez, La Gineta (Albacete), 1885, vistió primero el hábito franciscano y después, en 1935, el hospitalario.
Beatos Justo Juanes Santos y 4 compañeros mártires, 3 Salesianos y 2 Dominicos. Junto con los beatos Avelino Rodríguez y compañeros mártires, agustinos, fueron asesinados en Paracuellos de Jarama (Madrid), el 28-XI-1936, estos cinco mártires. Salta a la vista que ninguno de ellos tenía implicaciones políticas y que los mataron sin más motivo que su condición de religiosos. Justo Juanes nació en San Cristóbal de la Cuesta (Salamanca) en 1912 y profesó en los salesianos como candidato al sacerdocio en 1932; al terminar los estudios filosóficos lo enviaron a Madrid para el trienio de prácticas, que no acabó; lo detuvieron los milicianos el 9-X-1936. Valentín Gil nació en Rábano (Valladolid) en 1897, profesó en los salesianos como coadjutor en 1916, y se dedicó a los trabajos de cocina; fue detenido y luego puesto en libertad varias veces. Anastasio Garzón nació en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) en 1908 y profesó en los salesianos como coadjutor en 1929. Lo enviaron a Italia para completar su formación técnica y a su regreso se le confió la dirección del taller de mecánica en el colegio de Madrid. Juan Herrero nació en Barriosuso de Valdavia (Palencia) en 1859 y desde niño trabajó como pastor. Profesó en los dominicos como hermano cooperador en 1881. Se dedicó a tareas domésticas (sastre, cocina, etc.) en varios conventos. Era admirado por su sencillez y humildad, bondad y amabilidad, amor a la soledad. José Prieto nació en Valleluengo (Zamora) en 1913, profesó en los dominicos como candidato al sacerdocio en 1929, tuvo que interrumpir los estudios por la situación política y para hacer el servicio militar. Detenido en Almagro y trasladado a Madrid, salió de la cárcel de San Antón para el martirio; era estudiante de teología.
Beato Luis Campos Górriz. Nació en Valencia (España) el año 1905 de una familia acomodada. Se educó con los jesuitas y estudió Filosofía y Letras y Derecho en la Universidad. Desempeñó un papel esencial en la movilización de los jóvenes católicos universitarios. En 1933 contrajo matrimonio, del que tuvo una hija. Dos años después se trasladó a Madrid para trabajar en el periódico El Debate, de la Asociación de Propagandistas, y trabajar en la Acción Católica Nacional. La guerra civil lo sorprendió en Valencia. El 28 de noviembre de 1936 lo detuvieron los milicianos, y aquel mismo día lo fusilaron en el Picadero de Paterna (Valencia).
Beato Santiago Thomson. Nació en York (Inglaterra) hacia 1540. Hizo la carrera eclesiástica en Reims (Francia), donde, con dispensa de la edad por su mala salud, recibió la ordenación sacerdotal en 1581. Vuelto a su patria, apenas pudo ejercer un año el ministerio. Lo arrestaron, reconoció que era sacerdote católico, lo acusaron de traición y de haber reconciliado a muchos con la Iglesia Católica. Lo metieron en la cárcel, en la que lo torturaron tres meses, y lo ahorcaron en York el año 1582.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Dijo Jesús a sus discípulos: -Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento... Velad, pues, ya que no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad! (Mc 13,33-37).
Pensamiento franciscano:
Comienza así el Testamento de san Francisco: -El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y yo practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después me detuve un poco, y salí del siglo (Test 1-3).
Orar con la Iglesia:
Invoquemos a Cristo, alegría y júbilo de cuantos esperan su llegada, y digámosle: ¡Ven, Señor, y no tardes más!
-Esperamos alegres tu venida: ven, Señor Jesús.
-Tú que existes antes de los tiempos, ven y salva a los que vivimos en el tiempo.
-Tú que creaste el mundo y a todos los que en él habitamos, ven a restaurar la obra de tus manos.
-Tú que no despreciaste nuestra naturaleza mortal, ven y arráncanos del dominio de la muerte.
Oración: Dios todopoderoso, aviva en tus fieles el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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EL ADVIENTO, TIEMPO DE PROFUNDIDAD RELIGIOSA
Benedicto XVI, Ángelus del 27 de noviembre de 2005
Queridos hermanos y hermanas:
Este domingo comienza el Adviento, un tiempo de gran profundidad religiosa, porque está impregnado de esperanza y de expectativas espirituales: cada vez que la comunidad cristiana se prepara para recordar el nacimiento del Redentor siente una sensación de alegría, que en cierta medida se comunica a toda la sociedad. En el Adviento el pueblo cristiano revive un doble movimiento del espíritu: por una parte, eleva su mirada hacia la meta final de su peregrinación en la historia, que es la vuelta gloriosa del Señor Jesús; por otra, recordando con emoción su nacimiento en Belén, se arrodilla ante el pesebre. La esperanza de los cristianos se orienta al futuro, pero está siempre bien arraigada en un acontecimiento del pasado. En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios nació de la Virgen María: «Nacido de mujer, nacido bajo la ley», como escribe el apóstol san Pablo (Ga 4,4).
El Evangelio nos invita hoy a estar vigilantes, en espera de la última venida de Cristo: «Velad -dice Jesús-: pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa» (Mc 13,35.37). La breve parábola del señor que se fue de viaje y de los criados a los que dejó en su lugar muestra cuán importante es estar preparados para acoger al Señor, cuando venga repentinamente. La comunidad cristiana espera con ansia su «manifestación», y el apóstol san Pablo, escribiendo a los Corintios, los exhorta a confiar en la fidelidad de Dios y a vivir de modo que se encuentren «irreprensibles» (cf. 1 Co 1,7-9) el día del Señor. Por eso, al inicio del Adviento, muy oportunamente la liturgia pone en nuestros labios la invocación del salmo: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación» (Sal 84,8).
Podríamos decir que el Adviento es el tiempo en el que los cristianos deben despertar en su corazón la esperanza de renovar el mundo, con la ayuda de Dios. A este propósito, quisiera recordar también hoy la constitución Gaudium et spes del concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual: es un texto profundamente impregnado de esperanza cristiana. Me refiero, en particular, al número 39, titulado «Tierra nueva y cielo nuevo». En él se lee: «La revelación nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia (cf. 2 Co 5,2; 2 P 3,13). (...) No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra». En efecto, recogeremos los frutos de nuestro trabajo cuando Cristo entregue al Padre su reino eterno y universal. María santísima, Virgen del Adviento, nos obtenga vivir este tiempo de gracia siendo vigilantes y laboriosos, en espera del Señor.
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SAN JAIME DE LA MARCA
De una carta de S. S. Juan Pablo II (2-VIII-1993)
La figura de este santo honra a la Iglesia por la santidad de su vida, su acción misionera y su adhesión ferviente a los sucesores de Pedro en la cátedra romana. Sabemos que los Pontífices romanos pudieron contar con su disponibilidad incondicional en todas las misiones que le confiaron como predicador del Evangelio y defensor de la fe, así como de legado apostólico ante obispos y autoridades locales. Esta devoción a la Sede de Pedro se funda en su fe, que recibió sentado en las rodillas de su madre y, después, mediante la enseñanza de un sacerdote pariente suyo.
Impulsado por la gracia divina, a los 23 años, «entregó a Cristo su cuerpo en la castidad y su alma en la obediencia, abandonando las cosas de poca importancia y las terrenas, la familia y las satisfacciones de la vida, buscando una sola cosa: a Jesucristo bendito», y viviendo con plenitud la regla de san Francisco de Asís, cuya observancia rigurosa promovió junto con san Bernardino de Siena y san Juan de Capistrano.
Siguiendo las huellas de la tradición franciscana y, en particular, la enseñanza de san Bernardino de Siena, se dedicó a la predicación con el fin de anunciar a Jesús, redentor del hombre, en muchas regiones de Europa. A pesar de los esfuerzos agotadores y de las persecuciones, no dejó de recorrer los caminos de Italia, Bosnia, Eslovenia, Dalmacia, Hungría, Bohemia, Polonia, Alemania y Austria para instruir al pueblo en la verdad completa contra las numerosas herejías de la época, convencido de que con la fuerza de la palabra de Dios es posible cambiar el mundo.
Fue realmente incansable en su lucha contra la ignorancia, la magia, las malas costumbres de los administradores públicos, la violencia difundida entre los individuos y los grupos, la explotación inmoral de niños y jóvenes, y la usura que oprimía a los pobres.
Fue gran constructor de paz en los corazones y en las ciudades divididas por facciones. Se le reconocía gran competencia jurídica y autoridad moral. No sólo intervenía desde el púlpito en problemas sociales, sino que también lo invitaban a hablar en las asambleas legislativas, a las que proponía normas para la reforma de las costumbres con la autoridad que le daba su vida santa. En el período comprendido entre los años 1431 y 1439 trabajó especialmente en los países de Europa central (Bosnia, Dalmacia, Eslovenia, Hungría, etc.) para combatir las herejías y establecer la paz entre las diferentes etnias. El mismo santo concedió siempre el perdón a sus pérfidos acusadores y a los que atentaron en numerosas ocasiones contra su vida, tanto en Italia como en otras naciones europeas.
¿Cuál era el secreto de Jaime de la Marca en esta obra de reconciliación y paz? Tenía una gran fe y una ardiente devoción a Jesús crucificado, meditaba su misterio de amor, hablaba con frecuencia de él y, de modo especial, cuando debía convertir los corazones de personas que odiaban al prójimo o querían vengarse por ofensas recibidas. Por tanto, después de haber hablado de passione et pace, se dirigía a esas personas diciéndoles: «Perdona a tus enemigos por amor a Jesús crucificado, perdona por amor a la pasión de Cristo bendito», y obtenía primero conmoción y voluntad de perdón, y después gestos concretos.
Jaime tenía un corazón abierto y disponible no sólo a la gracia divina, sino también a los hombres, para los que él se hacía prójimo en sus necesidades espirituales y materiales, individuales y comunitarias. Fue, por tanto, un gran hombre de caridad, con iniciativas concretas: hizo construir hospitales para enfermos o promovió su restauración, escribiendo sus estatutos y confiándolos a confraternidades ya existentes o que él mismo fundaba; instituyó, con clarividencia, asociaciones de muchachos «para enseñar e instruir a los mismos en las costumbres buenas y honestas, a fin de que puedan dirigirse a sí mismos por el buen camino»; desaconsejó a las familias los lujos inútiles o los gastos excesivos, motivados por la vanagloria; salió al encuentro de los pobres con diferentes medios, pero especialmente con la institución de Montes de piedad para préstamos con fianza; recuperó a prostitutas, iniciándolas en la práctica de la fe cristiana; mandó excavar pozos y cisternas para las necesidades de la población; promovió el estudio de las ciencias sagradas y profanas, e instituyó bibliotecas, a fin de que los predicadores pudieran acudir a ellas para cumplir su misión.
En esta actividad incansable lo sostuvo una filial y vivísima devoción a la Virgen María, Madre de Dios. La invocaba con frecuencia, le ofrecía cada día la corona del rosario y la visitaba en sus santuarios y especialmente en el de Loreto.
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CUANDO FRANCISCO «VIVÍA EN PECADOS»
Del discurso de S. S. Benedicto XVI
durante el encuentro con los jóvenes
ante la Basílica de Santa María de los Ángeles (17-VI-2007)
Queridos jóvenes:
San Francisco habla a todos, pero sé que para vosotros, los jóvenes, tiene un atractivo especial. Me lo confirma vuestra presencia tan numerosa, así como las preguntas que habéis formulado. Su conversión sucedió cuando estaba en la plenitud de su vitalidad, de sus experiencias, de sus sueños. Había pasado veinticinco años sin encontrar el sentido de su vida. Pocos meses antes de morir recordará ese período como el tiempo en que «vivía en pecados» (cf. Test 1).
¿En qué pensaba san Francisco al hablar de «pecado»? Con los datos que nos dan las biografías, todas ellas con matices diferentes, no es fácil determinarlo. Un buen retrato de su estilo de vida se encuentra en la Leyenda de los tres compañeros, donde se lee: «Francisco era muy alegre y generoso, dado a juegos y cantares, de ronda noche y día por las calles de Asís con un grupo de compañeros; era tan pródigo en gastar, que cuanto podía tener y ganar lo empleaba en comilonas y otras cosas» (TC 2).
¿De cuántos muchachos de nuestro tiempo no se podría decir algo semejante? Además, hoy existe la posibilidad de ir a divertirse lejos de la propia ciudad. En las iniciativas de diversión durante los fines de semana participan numerosos jóvenes. Se puede «vagar» también virtualmente «navegando» en internet, buscando informaciones o contactos de todo tipo. Por desgracia, no faltan -más aún, son muchos, demasiados- los jóvenes que buscan paisajes mentales tan fatuos como destructores en los paraísos artificiales de la droga.
¿Cómo negar que son muchos los jóvenes, y no jóvenes, que sienten la tentación de seguir de cerca la vida del joven Francisco antes de su conversión? En ese estilo de vida se esconde el deseo de felicidad que existe en el corazón humano. ¿Pero esa vida podía dar la alegría verdadera? Ciertamente, Francisco no la encontró. Vosotros mismos, queridos jóvenes, podéis comprobarlo a partir de vuestra propia experiencia. La verdad es que las cosas finitas pueden dar briznas de alegría, pero sólo lo Infinito puede llenar el corazón. Lo dijo otro gran convertido, san Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (ConfesionesI, 1).
El mismo texto biográfico nos refiere que Francisco era más bien vanidoso. Le gustaba vestir con elegancia y buscaba la originalidad (cf. TC 2). En cierto modo, todos nos sentimos atraídos hacia la vanidad, hacia la búsqueda de originalidad. Hoy se suele hablar de «cuidar la imagen» o de «tratar de dar buena imagen». Para poder tener éxito, aunque sea mínimo, necesitamos ganar crédito a los ojos de los demás con algo inédito, original. En cierto aspecto, esto puede poner de manifiesto un inocente deseo de ser bien acogidos. Pero a menudo se infiltra el orgullo, la búsqueda desmesurada de nosotros mismos, el egoísmo y el afán de dominio. En realidad, centrar la vida en nosotros mismos es una trampa mortal: sólo podemos ser nosotros mismos si nos abrimos en el amor, amando a Dios y a nuestros hermanos.