miércoles, 23 de noviembre de 2016

DÍA 23 DE NOVIEMBRE: SAN CLEMENTE I, SAN COLUMBANO, BEATA MARÍA CECILIA CENDOYA Y COMPAÑERAS .etc.


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SAN CLEMENTE I, papa y mártir. Testigo inmediato de la tradición de los apóstoles, había nacido en Roma y fue el tercer sucesor de San Pedro en el gobierno de la Iglesia del año 88 al 97/101. Reorganizó la comunidad de Roma, dividió la ciudad en siete sectores, encomendados a siete diáconos, y mandó redactar con cuidado las Actas de los Mártires. Escribió una importante carta a los cristianos de Corinto para restaurar entre ellos la paz y la concordia. Esta carta es el primer testimonio escrito que tenemos del ministerio papal como solicitud por la unidad en la fe y la caridad de todas las Iglesias. Selló con su sangre el testimonio de su fe. Según una antigua tradición, fue desterrado por el emperador Trajano a tierras del Ponto, concretamente al Quersoneso, actual península de Crimea, y condenado a trabajos forzados, picar piedra en las canteras de mármol, junto con muchos cristianos, a los que sirvió de guía y consuelo. Hoy se conmemora el sepelio de su cuerpo en Roma.- Oración: Dios todopoderoso y eterno, que te muestras admirable en la gloria de tus santos, concédenos celebrar con alegría la fiesta de san Clemente, sacerdote y mártir de tu Hijo, que dio testimonio con su muerte de los misterios que celebraba y confirmó con el ejemplo lo que predicó con su palabra. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
SAN COLUMBANO. Nació en Irlanda, en la primera mitad del siglo VI. Después de abrazar la vida monástica, se trasladó al Continente acompañado de otros monjes y fundó monasterios en Francia, Suiza, Alemania e Italia, que gobernó con austera disciplina; entre ellos, el de Luxeuil en Francia, el de San Galo en Suiza y el de Bobbio en Italia. Además de ser un modelo como cristiano y como religioso, supo adaptar la vida monástica a la obra de evangelización de pueblos muchas veces aún paganos; los monasterios se convirtieron en focos de irradiación cristiana, y de educación y cultura. Compuso una Regla, que actualizaba la de San Benito, y un Penitencial con normas apropiadas para la confesión individual secreta, que estaba en uso en Irlanda y que fue de gran utilidad en el resto de la Iglesia. Murió en Bobbio (Piacenza, Italia) el 23 de noviembre del año 615.- Oración: Señor, Dios nuestro, que has unido de modo admirable en el abad san Columbano la tarea de la evangelización y el amor a la vida monástica, concédenos, por su intercesión y su ejemplo, que te busquemos a ti sobre todas las cosas y trabajemos por la propagación de tu reino. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
BEATA MARÍA CECILIA CENDOYA ARAQUISTAIN Y COMPAÑERAS. Siete monjas del monasterio de las Salesas Reales de Madrid, perteneciente a la Orden de la Visitación, entregaron su vida en martirio a causa de la fe, seis de ellas el 18 de noviembre de 1936 y una el 23. Cuando se desencadenó la persecución religiosa, se refugiaron en un semisótano de la ciudad. Las delató una empleada de una casa vecina y aquel 18 de noviembre las detuvieron los milicianos. Las llevaron a los Altos del Hipódromo, casi en plena ciudad, y las fusilaron. Todas murieron en el acto excepto la más joven, sor María Cecilia, que consiguió escapar aprovechando la oscuridad de la noche, pero que, al darse cuenta de lo sucedido, se presentó a los guardias diciendo que era religiosa; la encerraron tres días en la checa de Buenavista, y el día 23 la fusilaron junto al cementerio de Vallecas. Estos son los nombres de las mártires, con el lugar y fecha de su nacimiento: María Gabriela Hinojosa, Alhama (Granada) 1872; Teresa María Cavestany, Puerto Real (Cádiz) 1888; Josefa María Barrera, El Ferrol (A Coruña) 1881; María Inés Zudaire, Echávarri (Navarra) 1900; María Ángela Olaizola, Azpeitia (Guipúzcoa) 1893; Engracia Lecuona, Oyarzun (Guipúzcoa) 1897; y María Cecilia Cendoya, Azpeitia (Guipúzcoa) 1910.
Beato Alejandro de BarcelonaBEATO ALEJANDRO DE BARCELONA. Nació en Barcelona en 1910. Vistió el hábito capuchino en 1925. Fue ordenado sacerdote el 11 de marzo de 1933. Era un buen predicador, muy solicitado por todas partes; además, se dedicó mucho a la catequesis de los niños, y demostró una especial sensibilidad hacia los más pobres. Cuando estalló la persecución religiosa en julio de 1936, tuvo que dejar el convento de Olot; se refugió en diversos domicilios y por último en una pensión. El 23 de noviembre de 1936, probablemente a consecuencia de una denuncia de la criada de la pensión, se presentaron allí unos milicianos a hacer un registro y detuvieron al P. Alejandro junto con otro sacerdote. Aquel mismo día lo llevaron a una checa y de allí al cementerio de Montcada-Reixach (Barcelona), donde lo fusilaron. Beatificado el 21-XI-2015. [Más información]
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San Anfiloquio de Iconio. Nació en Cesarea de Capadocia (Turquía) hacia el año 345. Estudió en Antioquía y ejerció la abogacía y la profesión de rétor en Constantinopla. Fue compañero de san Gregorio Nazianceno, primo suyo, en el desierto y de san Basilio, que lo consagró obispo de Iconio (Licaonia, Turquía). En materia teológica se aconsejaba con san Basilio, que le dedicó su Tratado sobre el Espíritu Santo. El año 381 asistió al I Concilio ecuménico de Constantinopla, en el que se definió la divinidad del Espíritu Santo. También combatió a los arrianos y a los mesalianos. Murió a finales del siglo IV o principios del siglo V.
Santa Cecilia Yu So-Sa. Fue canonizada junto con dos de sus hijos, mártires: san Pablo Chong y santa Isabel Chong. Nació en Seúl (Corea del Sur) en 1761. Ya viuda, por ser cristiana le confiscaron todos sus bienes dejándola en la pobreza total. Siendo de edad avanzada, la encarcelaron y la presionaron para que abandonara su fe, cosa que no consiguieron. La interrogaron muchas veces y cada interrogatorio estuvo acompañado de 50 golpes de caña de bambú. La dejaron tan maltrecha, que murió en la cárcel de Seúl el 23 de noviembre de 1839.
San Clemente. Primer obispo de Metz (Francia) en el siglo IV.
Santa Felicidad. Sufrió el martirio en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana, y fue enterrada en el cementerio de Máximo, en la Vía Salaria nueva.
San Gregorio. Obispo de Agrigento, en Sicilia, su ciudad natal. Explicó los libros sagrados de la Biblia para poner sus enseñanzas al alcance de la gente sencilla. Murió después del año 603, tal vez en el 638.
Santa Lucrecia de Mérida. Virgen de Mérida (España) que sufrió el martirio el año 306 durante la persecución del emperador Diocleciano.
Santa Mustiola. Mártir de Chiusi en Toscana (Italia), en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana.
San Severino. Vivió en París (Francia), se recluyó en una celda y se consagró a la contemplación. Murió en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana.
San Sisinio. Obispo y mártir de Cizico, en el Helesponto (Turquía). Después de sufrir muchos suplicios, fue decapitado durante la persecución del emperador Diocleciano (s. IV).
San Trudón. Nació en Hesbaye (Bélgica) hacia el año 630 en el seno de una familia acomodada. Abrazó la vida monástica en el cercano monasterio de Zepperen, dio sus bienes a la diócesis de Metz, en la que recibió la ordenación sacerdotal, y volvió a su tierra. Allí levantó un monasterio, en el que tuvo muchos discípulos y que dio nombre al lugar: Saint-Trond o Sint-Truiden. Murió hacia el año 690.
Beata Enriqueta Alfieri. Nació en Borgo Vercelli en 1891. A los 20 años ingresó en Hermanas de la Caridad de Santa Juana Antida Thouret. Estando en Vercelli, superó una grave enfermedad gracias a la Virgen de Lourdes. Desde 1923 desarrolló su ministerio de caridad en la Cárcel de San Vittore en Milán. Difundió entre los presos y las detenidas su sonrisa, afecto y cuidados. Confortaba a las presas, escuchaba sus confidencias y las ayuda a rezar. Durante la II Guerra Mundial, fue arrestada y condenada a muerte por ayudar a los prisioneros víctimas de la violencia nazi fascista. Se la conocía como el "Ángel" o la "Mamma" de San Vittore. Murió en Milán el 23-XI-1951. Beatificada en 2011.
Beata Margarita de Saboya. Nació en Pinerolo, cerca de Turín, hacia el año 1382. Era hija de Amadeo de Saboya y de Catalina de Ginebra. En su juventud conoció a san Vicente Ferrer y lo tomó de director espiritual. Contrajo matrimonio con Teodoro Paleólogo, marqués de Monferrato. Cuando quedó viuda, se retiró con algunas damas a un castillo en las cercanías de Alba (Piamonte) para llevar una vida retirada y penitente como terciaria dominica. Más tarde su casa se trasformó en verdadero monasterio de clausura de la Orden dominicana, cuya Regla profesó y en el que murió en 1464.
Beato Miguel Agustín Pro. Nació en Guadalupe, estado de Zacatecas (México), el año 1891. Ingresó en la Compañía de Jesús en 1913. Por las circunstancias políticas de su país tuvo que emigrar, y estuvo en California, España, Nicaragua y Bélgica donde se ordenó de sacerdote en 1925. Volvió a su país al año siguiente y tuvo que ejercer su ministerio en la clandestinidad. Pronto lo arrestaron, pero lo soltaron porque no lograron identificarlo. Los superiores le prohibieron toda actividad. Pasados unos meses, él les hizo ver la necesidad de su apostolado, y se lo autorizaron. De nuevo lo arrestaron y lo fusilaron en la Ciudad de México el 23 de noviembre de 1927 mientras gritaba: «¡Viva Cristo Rey!».
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Dijo Jesús a sus discípulos: «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande» (Mt 7,24-27).
Pensamiento franciscano:
Dice san Francisco en su Regla: «Todos los hermanos guardémonos de toda soberbia y vanagloria. Y protejámonos de la sabiduría de este mundo y de la prudencia de la carne. Pues el espíritu de la carne quiere y se esfuerza mucho en tener palabras, pero poco en las obras; y no busca la religión y santidad en el espíritu interior, sino que quiere y desea tener una religión y santidad que aparezca exteriormente a los hombres. Éstos son aquellos de quienes dice el Señor: En verdad os digo, recibieron ya su recompensa» (1 R 17,9-13).
Orar con la Iglesia:
Oremos a Dios Padre, confiando en Jesucristo, mediador nuestro, y dejándonos guiar por el Espíritu, nuestro maestro.
-Para que la Iglesia permanezca humilde, como María, a la escucha del Espíritu y atenta a los signos de los tiempos.
-Para que los pastores de la Iglesia, dóciles al Espíritu, abran caminos a la palabra de Dios y al Evangelio en el mundo de hoy.
-Para que trabajemos por la paz en nuestra sociedad, procurando el diálogo, el respeto mutuo, la reconciliación.
-El Señor permanece a nuestro lado, según su promesa. Oremos para que, celebrando la Eucaristía y guardando su palabra, no tiemble ni se acobarde nuestro corazón.
Oración: Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo, tu Hijo, que se ha quedado con nosotros para siempre y hace suya nuestra plegaria. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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SAN COLUMBANO
De la catequesis de S. S. Benedicto XVI
en la audiencia general del miércoles 11 de junio de 2008
San Columbano nació en torno al año 543 en la provincia de Leinster, en el sudeste de Irlanda. Cuando tenía cerca de veinte años entró en el monasterio de Bangor, y cuando contaba unos cincuenta, siguiendo el ideal ascético típicamente irlandés de la peregrinatio pro Christo, es decir, de hacerse peregrino por Cristo, san Columbano dejó la isla para emprender con doce compañeros una obra misionera en el continente europeo. Alrededor del año 590 este pequeño grupo de misioneros desembarcó en la costa bretona. Acogidos con benevolencia por el rey de los francos de Austrasia (la actual Francia), sólo pidieron un trozo de tierra para cultivarla. Les concedieron la antigua fortaleza romana de Annegray, en ruinas y abandonada, cubierta ya de vegetación. Acostumbrados a una vida de máxima renuncia, en pocos meses los monjes lograron construir, a partir de las ruinas, el primer eremitorio. De este modo, su reevangelización comenzó a desarrollarse ante todo a través del testimonio de su vida.
Con el nuevo cultivo de la tierra comenzaron también un nuevo cultivo de las almas. La fama de estos religiosos extranjeros que, viviendo de oración y en gran austeridad, construían casas y roturaban la tierra, se difundió rápidamente, atrayendo a peregrinos y penitentes. Sobre todo muchos jóvenes pedían ser acogidos en la comunidad monástica para vivir como ellos esta vida ejemplar que renovaba el cultivo de la tierra y de las almas. Pronto resultó necesario fundar un segundo monasterio. Fue construido a pocos kilómetros de distancia, sobre las ruinas de una antigua ciudad termal, Luxeuil. Ese monasterio se convertiría en centro de la irradiación monástica y misionera de la tradición irlandesa en el continente europeo. Se erigió un tercer monasterio en Fontaine, a una hora de camino hacia el norte.
En Luxeuil san Columbano vivió durante casi veinte años. Allí el santo escribió para sus seguidores la Regula monachorum -durante un cierto tiempo más difundida en Europa que la de san Benito-, delineando la imagen ideal del monje. Es la única antigua Regla monástica irlandesa que poseemos. Con otra obra famosa, titulada De poenitentiarum misura taxanda, san Columbano introdujo en el continente la confesión y la penitencia privadas y reiteradas; esa penitencia se llamaba «tarifada» por la proporción establecida entre la gravedad del pecado y la reparación impuesta por el confesor.
El mensaje de san Columbano se concentra en un firme llamamiento a la conversión y al desapego de los bienes terrenos con vistas a la herencia eterna. Con su vida ascética y su comportamiento sin componendas frente a la corrupción de los poderosos, evoca la figura severa de san Juan Bautista. Su austeridad, sin embargo, nunca es fin en sí misma; es sólo un medio para abrirse libremente al amor de Dios y corresponder con todo el ser a los dones recibidos de él, reconstruyendo de este modo en sí mismo la imagen de Dios y, a la vez, cultivando la tierra y renovando la sociedad humana.
En sus Instructiones dice: «Si el hombre utiliza rectamente las facultades que Dios ha concedido a su alma, entonces será semejante a Dios. Recordemos que debemos devolverle todos los dones que ha depositado en nosotros cuando nos encontrábamos en la condición originaria. La manera de hacerlo nos la ha enseñado con sus mandamientos. El primero de ellos es amar al Señor con todo el corazón, pues él nos amó primero, desde el inicio de los tiempos, antes aún de que viéramos la luz de este mundo».
El santo irlandés encarnó realmente estas palabras en su vida. Hombre de gran cultura -escribió también poesías en latín y un libro de gramática-, gozó de muchos dones de gracia. Constructor incansable de monasterios, y también predicador penitencial intransigente, dedicó todas sus energías a alimentar las raíces cristianas de la Europa que estaba naciendo. Con su energía espiritual, con su fe y con su amor a Dios y al prójimo se convirtió realmente en uno de los padres de Europa: nos muestra también hoy dónde están las raíces de las cuales puede renacer nuestra Europa.
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MARAVILLOSOS SON LOS DONES DE DIOS
De la carta de san Clemente I, papa, a los Corintios
¡Qué grandes y maravillosos son, amados hermanos, los dones de Dios! La vida en la inmortalidad, el esplendor en la justicia, la verdad en la libertad, la fe en la confianza, la templanza en la santidad; y todos estos dones son los que están ya desde ahora al alcance de nuestro conocimiento. ¿Y cuáles serán, pues, los bienes que están preparados para los que lo aman? Solamente los conoce el Artífice supremo, el Padre de los siglos; sólo él sabe su número y su belleza.
Nosotros, pues, si deseamos alcanzar estos dones, procuremos, con todo ahínco, ser contados entre aquellos que esperan su llegada. ¿Y cómo podremos lograrlo, amados hermanos? Uniendo a Dios nuestra alma con toda nuestra fe, buscando siempre, con diligencia, lo que es grato y acepto a sus ojos, realizando lo que está de acuerdo con su santa voluntad, siguiendo la senda de la verdad y rechazando de nuestra vida toda injusticia, maldad, avaricia, rivalidad, malicia y fraude.
Este es, amados hermanos, el camino por el que llegamos a la salvación, Jesucristo, el sumo sacerdote de nuestras oblaciones, sostén y ayuda de nuestra debilidad. Por él podemos elevar nuestra mirada hasta lo alto de los cielos; por él vemos como en un espejo el rostro inmaculado y excelso de Dios; por él se abrieron los ojos de nuestro corazón; por él nuestra mente, insensata y entenebrecida, se abre al resplandor de la luz; por él quiso el Señor que gustásemos el conocimiento inmortal, ya que él es el reflejo de la gloria de Dios, tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Militemos, pues, hermanos, con todas nuestras fuerzas, bajo sus órdenes irreprochables.
Ni los grandes podrían hacer nada sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes; la efectividad depende precisamente de la conjunción de todos. Tomemos como ejemplo a nuestro cuerpo. La cabeza sin los pies no es nada, como tampoco los pies sin la cabeza; los miembros más ínfimos de nuestro cuerpo son necesarios y útiles a la totalidad del cuerpo; más aún, todos ellos se coordinan entre sí para el bien de todo el cuerpo.
Procuremos, pues, conservar la integridad de este cuerpo que formamos en Cristo Jesús, y que cada uno se ponga al servicio de su prójimo según la gracia que le ha sido asignada por donación de Dios.
El fuerte sea protector del débil, el débil respete al fuerte; el rico dé al pobre, el pobre dé gracias a Dios por haberle deparado quien remedie su necesidad. El sabio manifieste su sabiduría no con palabras, sino con buenas obras; el humilde no dé testimonio de sí mismo, sino deje que sean los demás quienes lo hagan.
Por esto, debemos dar gracias a aquel de quien nos vienen todos estos bienes, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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DE LA IMITACIÓN DEL SEÑOR
ADMONICIÓN 6ª DE SAN FRANCISCO (y II)

por Kajetan Esser, OFM
Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y la persecución, en la vergüenza y el hambre, en la enfermedad y la tentación, y en las demás cosas; y por esto recibieron del Señor la vida sempiterna.
Si el amor agradecido permanece en nosotros verdaderamente vivo, tomaremos sobre nosotros de buen grado y con alegría la dureza y el peso de una vida de seguimiento de Cristo. Entonces, ante las dificultades, no cederemos fácilmente al desaliento y al pesimismo. Sabemos ya que nuestro buen Pastor nos ha precedido en este camino: «en la tribulación y la persecución y la vergüenza» a que lo arrojaron sus muchos enemigos hasta en las horas de la cruz; «en el hambre y la sed» que Él experimentó, no sólo en el desierto y sobre la cruz, sino también y con frecuencia a lo largo de su vida pobre; «en la debilidad y la tentación» que Él soportó en el desierto, en el huerto de los olivos y en tantas otras ocasiones, pues Él era hombre como nosotros, excepto en el pecado.
Todo esto lo sufrió Cristo antes que nosotros y por nosotros. Y todo esto nos lo comunica La como fuerza y energía en los sacramentos, sobre todo en el santo sacrificio de la Misa. Todo cuanto Cristo padeció como cabeza de la Iglesia, nos alcanza, cual savia divina, a todos los miembros de su Cuerpo Místico en provecho de la Iglesia. Así La salva a sus ovejas. Así nos ayuda a recorrer nuestro camino, que antes fue el suyo.
Él camina con nosotros, si nosotros le seguimos: señalizando la ruta y confortándonos. Bajo su luz y con su fuerza, podemos seguir sus pasos. Si actuamos de esta manera, pertenecemos a sus ovejas, a su rebaño. Sólo entonces recibiremos de Él la vida eterna, porque sólo entonces seremos auténticos discípulos del Señor, cuya promesa permanece siempre válida: «Donde esté yo, allí también estará mi servidor» (Jn 12,26). ¡Miremos siempre hacia Él, mantengámonos firmes y próximos a Él, y Él nos conducirá a la vida eterna!
De donde es una gran vergüenza para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron las obras y nosotros, recitándolas, queremos recibir gloria y honor.
Aquí Francisco se vuelve muy práctico y concreto. Con estas breves palabras nos alerta de un gran peligro para nuestra vida franciscana: el seguimiento de Cristo no consiste sólo en hablar devotamente de la vida de Cristo, en hacer conmovedoras meditaciones acerca de la misma. Tampoco consiste en estudiar las vidas de los santos, que han sido extraordinarios en el seguimiento de Cristo, ni en hablar fervorosamente de ellos, ni en celebrar solemnemente sus fiestas..., y quedarnos en eso, sin pasar más adelante. Hablar de estas cosas no es lo principal. Ocuparse piadosamente de ello, no es todavía suficiente ni fructuoso. Lo esencial es esto: contemplar a Cristo y, con la fuerza y vitalidad que nos han sido dadas, vivir como Cristo.
Así hicieron los santos; esto hizo san Francisco de manera muy singular. Lo otro debería causarnos vergüenza, pues seríamos de aquellos que, conociendo y hablando mucho, nada hacen. Y esto sería terrible.
Aprendamos la lección: Francisco quiso vivir como Cristo vivió, y así también debemos vivir nosotros. Comprometámonos a responder con gratitud, obligados por su amor hacia nosotros, al amor de Cristo, con nuestro amor realizado en la vida.
A lo largo de estas reflexiones, percibimos con claridad lo siguiente: para Francisco el seguimiento de Cristo no es un entretenimiento intrascendente, no comprometedor ni vinculante; no es una ocupación «edificante». Por el contrario, para él se trata de identificarse con el Amado en el amor. Y de tal manera llegó a hacerse uno con Él, que incluso llevó visiblemente en su cuerpo las señales del amor de Cristo.
Con estas palabras de exhortación, Francisco querría adentrarnos hasta lo íntimo del misterio de nuestra vocación. Querría ayudarnos a nosotros, sus seguidores, a responder con un gran amor, en nuestro quehacer de cada día, al gran amor de Cristo.
[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 12 (1975) 297-302]
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