martes, 22 de noviembre de 2016

DÍA 22 DE NOVIEMBRE: SANTA CECILIA, BEATOS SALVADOR LILLI Y COMPAÑEROS MÁRTIRES, etc.


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SANTA CECILIA. Virgen romana y mártir en la primera mitad del siglo III. Aunque son inciertas las noticias sobre su persona, su época y su muerte, consta que ya en el siglo V se le dedicó una basílica en el Trastévere de Roma. Su culto se difundió ampliamente a partir del relato de su martirio o Passio, que es del siglo VI, en el que es ensalzada como ejemplo perfecto de la mujer cristiana, que abrazó la virginidad y sufrió el martirio por amor a Cristo. Según esa fuente, Cecilia, que era de familia noble, fue dada en matrimonio a Valeriano; pero la misma noche de bodas, Cecilia, mientras sonaba un órgano y cantando a Dios en su corazón, manifestó a su esposo que se había consagrado a Dios; él la respetó; más aún, se convirtió y murió mártir también. Desde el siglo XV se celebra a Cecilia como patrona de los músicos.- Oración: Acoge nuestras súplicas, Señor, y, por intercesión de santa Cecilia, dígnate escucharnos con bondad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
BEATOS SALVADOR LILLI Y COMPAÑEROS MÁRTIRES. Salvador nació en Capadocia, provincia italiana de Áquila, en 1853. Ingresó muy joven en la Orden franciscana y, por las circunstancias políticas de su patria, tuvo que proseguir los estudios en Tierra Santa. Ordenado de sacerdote en 1878, los superiores lo destinaron a la misión de Armenia Menor (Turquía). Allí se distinguió por el celo pastoral y por las iniciativas sociales en favor de los más pobres. En 1895 estalló en aquellas tierras una fuerte persecución contra los cristianos armenios, y la matanza de hombres, mujeres, niños y ancianos causó miles de víctimas en la región. Los superiores sugirieron al P. Lilli que abandonase la región, pero él respondió que no podía dejar a las ovejas en el peligro. Un mes después, los soldados ocuparon el convento y lo detuvieron. Alternando halagos y amenazas, promesas y malos tratos, pretendieron, sin conseguirlo, que renegase de Cristo y se pasase a Mahoma. El 22 de noviembre de 1895 fueron asesinados en Marasc (Turquía), a bayoneta calada, el P. Lilli y siete cristianos armenios, campesinos del lugar, cuyos nombres son: Juan, Kadir, Cerun, Vardavar, Pablo, y los hermanos David y Teodoro.
BEATO TOMÁS REGGIO. Nació en Génova (Italia) el año 1818 de familia aristocrática. Estudió derecho, después teología y se ordenó de sacerdote en 1841. Trabajó en el seminario y en otras tareas diocesanas, y se dedicó a la predicación y a la dirección espiritual. Fundó y dirigió el periódico Stendardo Cattolico. En 1877 fue elegido obispo de Ventimiglia, donde desarrolló una gran labor pastoral: fomentó las vocaciones, organizó orfanatos y otras obras sociales, fundó en 1878 la Congregación de Hermanas de Santa Marta para atender a pobres y enfermos. En 1892 lo nombraron arzobispo de Génova, en la que también llevó a cabo importantes tareas apostólicas y organizó sociedades obreras católicas. Supo unir la austeridad de vida con una admirable mansedumbre, atendió a los necesitados con todos los medios a su alcance, hizo lo posible por mantener la concordia entre los ciudadanos, se mostró siempre partícipe de los problemas de la humanidad. Murió en Triora el 22 de noviembre de 1901. Lo beatificó Juan Pablo II el año 2000.
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San Ananías. En Arbela de Persia (hoy Irak), Ananías, en tiempo de la persecución del rey Sapor II, por mandato del archimago Ardisag, fue hecho prisionero y tres veces lo apalearon con tanta crueldad, que los verdugos, creyendo que ya había muerto, lo dejaron tirado en la plaza, pero por la noche los cristianos lo llevaron a su casa, donde exhaló su espíritu. Era el año 345.
San Benigno. Obispo de Milán (Italia). En las grandes perturbaciones producidas por las invasiones, administró la Iglesia a él encomendada con suma firmeza y piedad. Murió hacia el año 470.
San Filemón de Colosas y Santa Apia. Filemón era un cristiano pudiente, convertido por Pablo y colaborador suyo, muy generoso con la comunidad cristiana, y es el destinatario de una de las cartas del san Pablo, en la que el apóstol intercede en favor del esclavo Onésimo. Junto a Filemón se venera a su esposa santa Apia.
San Pedro Esqueda Ramírez. Nació en San Juan de los Lagos (Jalisco, México) en 1887 en el seno de una familia modesta. En su adolescencia trabajó como zapatero, hasta que ingresó en el seminario. Se ordenó de sacerdote en Guadalajara el año 1916. Ejerció el ministerio sagrado siempre en su pueblo natal, dando catecismo a los niños y preparándolos a la primera comunión, y atendiendo a los pobres y enfermos. Llegada la persecución religiosa, continuó su apostolado en la clandestinidad hasta que lo apresaron y lo encarcelaron, lo apalearon y azotaron. El 22 de noviembre de 1927 lo mataron de tres tiros de pistola en la ciudad de Teocaltitlán (México).
San Pragmacio. Obispo de Autun (Francia). Murió hacia el año 517.
Beatos Elías Julián Torrijo Sánchez y Bertrán Francisco Lahoz Moliner. Eran Hermanos de las Escuelas Cristianas, residentes en Cambrils (Tarragona) el año 1936. Cuando estalló la persecución religiosa en España, se encargaron de acompañar a unos novicios a Aragón. En Valencia los acogió una señora en su casa. Los detuvieron y en la cárcel los maltrataron. El 22 de noviembre de 1936, tras reconocer ambos que eran religiosos, los llevaron al Picadero de Paterna (Valencia) donde los fusilaron. Elías Tomás nació en Torrijo del Campo (Teruel) el año 1900. Vistió el hábito religioso en 1917 y lo destinaron a distintas casas siendo la última el noviciado de Cambrils. Bertrán Francisconació en Campos (Teruel) el año 1912. Tomó el hábito en 1929 y, hecho el noviciado y terminada su formación, lo destinaron al noviciado menor de Cambrils.
Beato Fernando María Llovera Puigsech. Nació en Orfans (Gerona) en 1902. Vistió el hábito de la Orden del Carmen en 1917, y recibió la ordenación sacerdotal en 1924. De 1927 a 1932 estuvo destinado en las misiones de Puerto Rico. Cuando estalló la persecución religiosa en 1936 era prior de Olot. Tuvo que dejar el convento y buscar refugio en diversas casas particulares. El 6 de noviembre, al intentar embarcarse en Barcelona para huir al extranjero, fue apresado, juzgado por un tribunal popular y condenado a muerte. Lo fusilaron el 22-XI-1936 en los fosos del Castillo de Montjuic.
Beatas Josefa Gironés y Lorenza Díaz, Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Cuando estalló la persecución religiosa, dejaron sus comunidades madrileñas y buscaron refugio en pensiones. El 17-XI-1936 los milicianos las apresaron en sus respectivos refugios. El 22 de noviembre de 1936 las fusilaron en el parque de Las Vistillas de Madrid, tras varios días de vejaciones y tormentos en la cárcel. Josefa nació en Garísoain (Navarra) en 1907. De joven realizó estudios de enfermera. Ingresó en la Compañía en 1931 y la destinaron al hospital clínico San Carlos de Madrid, donde trabajó como matrona en el departamento de ginecología. Emitió sus votos el 19-VII-1936. Estaba bien preparada y dispuesta para el martirio. Lorenza nació de familia humilde en una cueva del barrio Lomo Las Azucenas, de Santa María de Guía (Gran Canaria) en 1896. Entró a formar parte de la Compañía de las Hijas de la Caridad en 1921. Su primer y único destino fue el Instituto de Rehabilitación de Inválidos del Trabajo, en Madrid. Estudió y obtuvo el título de enfermera especialista en traumatología.- Beatificadas el 13-X-2013.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
«Aleluya. Alabad al Señor en su templo, alabadlo en su fuerte firmamento; alabadlo por sus obras magníficas, alabadlo por su inmensa grandeza. Alabadlo tocando trompetas, alabadlo con arpas y cítaras; alabadlo con tambores y danzas, alabadlo con trompas y flautas; alabadlo con platillos sonoros, alabadlo con platillos vibrantes. Todo ser que alienta alabe al Señor. ¡Aleluya!» (Salmo 150).
Pensamiento franciscano:
Dice san Francisco en su Carta a toda la Orden: «Ruego a mi señor el ministro general, que haga que la Regla sea observada por todos, y que los clérigos recen el oficio con devoción en la presencia de Dios, no atendiendo a la melodía de la voz, sino a la consonancia de la mente, de forma que la voz concuerde con la mente, y la mente concuerde con Dios, para que puedan aplacar a Dios por la pureza del corazón y no recrear los oídos del pueblo con la sensualidad de la voz» (CtaO 40-42).
Orar con la Iglesia:
Celebremos la bondad de Dios, que por Cristo se reveló como Padre nuestro, y digámosle de todo corazón: Acuérdate, Señor, de que somo hijos tuyos.
-Concédenos vivir con plenitud el misterio de la Iglesia, a fin de que encontremos en ella un sacramento eficaz de salvación.
-Padre bueno, que amas a todos los hombres, haz que cooperemos al progreso de la comunidad humana y al establecimiento de tu reino en ella.
-Haz, Señor, que tengamos hambre y sed de justicia, y que, para saciarlas, acudamos a nuestra fuente, que es Cristo.
-Perdona, Padre, nuestros pecados, y dirige nuestra vida por el camino de la sencillez y del amor.
-Enséñanos, Dios nuestro, a contemplar tu belleza, tanto en la naturaleza como en las obras de arte, a fin de ser tocados por la luz de tu rostro, y así convertirnos en luz para nuestro prójimo.
Oración: Padre de bondad y de misericordia, que amas la inocencia y la devuelves a quien la ha perdido, atrae hacia ti nuestros corazones y abrásalos en el fuego de tu Espíritu, para que permanezcamos firmes en la fe y eficaces en el bien obrar. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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ARTE Y ORACIÓN
De la catequesis de S. S. Benedicto XVI
en la audiencia general del miércoles 31 de agosto de 2011
Durante este período, más de una vez he llamado la atención sobre la necesidad que tiene todo cristiano de encontrar tiempo para Dios, para la oración, en medio de las numerosas ocupaciones de nuestras jornadas. El Señor mismo nos ofrece muchas ocasiones para que nos acordemos de él. Hoy quiero reflexionar brevemente sobre uno de estos canales que pueden llevarnos a Dios y ser también una ayuda en el encuentro con él: es la vía de las expresiones artísticas, parte de la vía pulchritudinis -«la vía de la belleza»- de la cual he hablado en otras ocasiones y que el hombre de hoy debería recuperar en su significado más profundo.
Tal vez os ha sucedido alguna vez ante una escultura, un cuadro, algunos versos de una poesía o un fragmento musical, experimentar una profunda emoción, una sensación de alegría, es decir, de percibir claramente que ante vosotros no había sólo materia, un trozo de mármol o de bronce, una tela pintada, un conjunto de letras o un cúmulo de sonidos, sino algo más grande, algo que «habla», capaz de tocar el corazón, de comunicar un mensaje, de elevar el alma. Una obra de arte es fruto de la capacidad creativa del ser humano, que se cuestiona ante la realidad visible, busca descubrir su sentido profundo y comunicarlo a través del lenguaje de las formas, de los colores, de los sonidos. El arte es capaz de expresar y hacer visible la necesidad del hombre de ir más allá de lo que se ve, manifiesta la sed y la búsqueda de infinito. Más aún, es como una puerta abierta hacia el infinito, hacia una belleza y una verdad que van más allá de lo cotidiano. Una obra de arte puede abrir los ojos de la mente y del corazón, impulsándonos hacia lo alto.
Pero hay expresiones artísticas que son auténticos caminos hacia Dios, la Belleza suprema; más aún, son una ayuda para crecer en la relación con él, en la oración. Se trata de las obras que nacen de la fe y que expresan la fe. Podemos encontrar un ejemplo cuando visitamos una catedral gótica: quedamos arrebatados por las líneas verticales que se recortan hacia el cielo y atraen hacia lo alto nuestra mirada y nuestro espíritu, mientras al mismo tiempo nos sentimos pequeños, pero con deseos de plenitud… O cuando entramos en una iglesia románica: se nos invita de forma espontánea al recogimiento y a la oración. Percibimos que en estos espléndidos edificios está de algún modo encerrada la fe de generaciones.
O también, cuando escuchamos un fragmento de música sacra que hace vibrar las cuerdas de nuestro corazón, nuestro espíritu se ve como dilatado y ayudado para dirigirse a Dios. Vuelve a mi mente un concierto de piezas musicales de Johann Sebastian Bach, en Munich, dirigido por Leonard Bernstein. Al concluir el último fragmento, en una de las Cantatas, sentí, no por razonamiento, sino en lo más profundo del corazón, que lo que había escuchado me había transmitido verdad, verdad del sumo compositor, y me impulsaba a dar gracias a Dios. Junto a mí estaba el obispo luterano de Munich y espontáneamente le dije: «Escuchando esto se comprende: es verdad; es verdadera la fe tan fuerte, y la belleza que expresa irresistiblemente la presencia de la verdad de Dios».
¡Cuántas veces cuadros o frescos, fruto de la fe del artista, en sus formas, en sus colores, en su luz, nos impulsan a dirigir el pensamiento a Dios y aumentan en nosotros el deseo de beber en la fuente de toda belleza! Es profundamente verdadero lo que escribió un gran artista, Marc Chagall: que durante siglos los pintores mojaron su pincel en el alfabeto colorido de la Biblia. ¡Cuántas veces entonces las expresiones artísticas pueden ser ocasiones para que nos acordemos de Dios, para ayudar a nuestra oración o también a la conversión del corazón!
Paul Claudel, famoso poeta, dramaturgo y diplomático francés, en la basílica de «Notre Dame» de París, en 1886, precisamente escuchando el canto del Magníficat durante la Misa de Navidad, percibió la presencia de Dios. No había entrado en la iglesia por motivos de fe; había entrado precisamente para buscar argumentos contra los cristianos, y, en cambio, la gracia de Dios obró en su corazón.
Queridos amigos, os invito a redescubrir la importancia de este camino también para la oración, para nuestra relación viva con Dios. Las ciudades y los pueblos en todo el mundo contienen tesoros de arte que expresan la fe y nos remiten a la relación con Dios. Por eso, la visita a los lugares de arte no ha de ser sólo ocasión de enriquecimiento cultural -también esto-, sino sobre todo un momento de gracia, de estímulo para reforzar nuestra relación y nuestro diálogo con el Señor, para detenerse a contemplar -en el paso de la simple realidad exterior a la realidad más profunda que significa- el rayo de belleza que nos toca, que casi nos «hiere» en lo profundo y nos invita a elevarnos hacia Dios. Esperamos que el Señor nos ayude a contemplar su belleza, tanto en la naturaleza como en las obras de arte, a fin de ser tocados por la luz de su rostro, para que también nosotros podamos ser luz para nuestro prójimo.
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CANTAD A DIOS CON MAESTRÍA Y CON JÚBILO
San Agustín, Comentario sobre el salmo 32 (1, 7-8)
Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo. Despojaos de lo antiguo, ya que se os invita al cántico nuevo. Nuevo hombre, nuevo Testamento, nuevo cántico. El nuevo cántico no responde al hombre antiguo. Sólo pueden aprenderlo los hombres nuevos, renovados de su antigua condición por obra de la gracia y pertenecientes ya al nuevo Testamento, que es el reino de los cielos. Por él suspira todo nuestro amor y canta el cántico nuevo. Pero es nuestra vida, más que nuestra voz, la que debe cantar el cántico nuevo.
Cantadle un cántico nuevo, cantadle con maestría. Cada uno se pregunta cómo cantará a Dios. Cántale, pero hazlo bien. El no admite un canto que ofenda sus oídos. Cantad bien, hermanos. Si se te pide que cantes para agradar a alguien entendido en música, no te atreverás a cantarle sin la debida preparación musical, por temor a desagradarle, ya que él, como perito en la materia, descubrirá unos defectos que pasarían desapercibidos a otro cualquiera. ¿Quién, pues, se prestará a cantar con maestría para Dios, que sabe juzgar del cantor, que sabe escuchar con oídos críticos? ¿Cuándo podrás prestarte a cantar con tanto arte y maestría que en nada desagrades a unos oídos tan perfectos?
Mas he aquí que él mismo te sugiere la manera cómo has de cantarle: no te preocupes por las palabras, como si éstas fuesen capaces de expresar lo que deleita a Dios. Canta con júbilo. Este es el canto que agrada a Dios, el que se hace con júbilo. ¿Qué quiere decir cantar con júbilo? Darse cuenta de que no podemos expresar con palabras lo que siente el corazón. En efecto, los que cantan, ya sea en la siega, ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo, empiezan a cantar con palabras que manifiestan su alegría, pero luego es tan grande la alegría que los invade que, al no poder expresarla con palabras, prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo.
El júbilo es un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el corazón. Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del Dios inefable. Porque, si es inefable, no puede ser traducido en palabras. Y, si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no te es lícito callar, lo único que puedes hacer es cantar con júbilo. De este modo, el corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por unos vocablos. Cantadle con maestría y con júbilo.
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DE LA IMITACIÓN DEL SEÑOR
ADMONICIÓN 6ª DE SAN FRANCISCO (I)

por Kajetan Esser, OFM
Consideremos todos los hermanos al Buen Pastor, que por salvar a sus ovejas sufrió la pasión de la cruz. Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación y la persecución, en la vergüenza y el hambre, en la enfermedad y la tentación, y en las demás cosas; y por esto recibieron del Señor la vida sempiterna. De donde es una gran vergüenza para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron las obras y nosotros, recitándolas, queremos recibir gloria y honor (Adm 6).
Para los hermanos y hermanas de san Francisco la forma de vida, su contenido e ideal, es la siguiente: «Guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo». Esto coincide con la última voluntad de nuestro Padre, quien confesaba en su Testamento: «El mismo Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio». Mas para san Francisco, la vida según el Evangelio es una vida de seguimiento incondicional de Cristo. Y de tal seguimiento trata la sexta Admonicióndel Santo.
En sus palabras de exhortación, Francisco nos introduce en el núcleo central de su vida y de la nuestra, nos revela con toda claridad el misterio esencial de la vida franciscana: el seguimiento inmediato de Cristo, seguimiento que equivale a imitación, a una nueva versión de la vida terrena de Jesús como Hombre-Dios. Francisco no quiso imitar ni renovar la vida de la primitiva comunidad, de los primeros cristianos en Jerusalén. Tampoco quiso renovar y actualizar en la Iglesia la vida de los Apóstoles. Francisco trató de llegar hasta el mismo Cristo, el Señor. El libro fundamental de su vida no son los Hechos de los Apóstoles, sino los Evangelios. Ellos le dicen cómo vivió Cristo sobre la tierra y cómo debemos seguirle. Constantemente tuvo la mirada fija en Cristo, y cuanto vio en Él, trató de imitarlo fielmente con toda sencillez.
Francisco sabía muy bien que el camino de la auténtica imitación, del fiel seguimiento de Cristo, es el más seguro de los caminos hacia el Padre que «habita en una luz inaccesible».
Por ello, la ley fundamental, el objetivo primordial de nuestra vida franciscana puede formularse así: ¡Como Cristo vivió sobre la tierra, así quiso vivir Francisco, y así también debemos vivir nosotros! Santa Clara formuló certeramente esta actitud: «El Hijo de Dios se ha hecho para nosotras camino, que con la palabra y el ejemplo nos mostró y enseñó nuestro bienaventurado padre Francisco, verdadero amante e imitador suyo» (TestCl 5). De esto, tan radicalmente principal, nos habla Francisco en la presente Admonición:
«Consideremos todos los hermanos al Buen Pastor, que por salvar a sus ovejas sufrió la pasión de la cruz».
Fijemos la atención en el texto: «todos los hermanos». Nadie queda excluido. Ninguno de los hermanos puede pensar que no se le incluye a él. Nadie crea que se refiere sólo a los demás. Esta Admonición se dirige a todos, e individualmente cada uno de los seguidores de san Francisco debe aplicársela a sí mismo personalmente. Así, al meditar estas palabras tan llenas de significado, no debemos referirlas a los otros, sino dirigírnoslas a nosotros mismos. A su luz hemos de examinar y juzgar nuestra vida.
«Consideremos»: esto es lo primero. El que quiera seguir y conformar su vida a la de Cristo, debe tener puesta la mirada en Él. Hemos de familiarizarnos con la vida de Cristo y fijarnos detenidamente en lo que el Señor y Maestro hizo y dijo. Todo ello debe imprimirse profundamente en nosotros. La vida de Cristo, sus palabras y sus acciones, no deberían jamás ausentarse de nosotros, no deberíamos nunca perderlas de vista y, sobre todo, no deberíamos olvidar lo que es lo grande e importante para nosotros: que Él, como el buen Pastor nuestro, sufrió el suplicio de la cruz para salvarnos a nosotros, sus ovejas. El se entregó total y absolutamente por nosotros, ovejas descarriadas, a fin de que pudiésemos nuevamente volver a Él, y por Él al Padre. Él murió por nosotros, para liberarnos de las garras de Satanás, y de pecadores convertirnos de nuevo en hijos de Dios. No apartemos la vista de este inconmensurable amor, para que no decrezcan nuestra gratitud y amor hacia Él y le demos siempre la respuesta de un amor reconocido.
Este nuestro «considerar» es necesariamente comprometedor, y no puede derivarse de un simple interés externo. Debemos contemplar para comprometernos, imitar y compartir. Se trata de lo más importante, y así lo expresa Francisco: «Tenemos que amar mucho el amor del que nos ha amado mucho» (2 Cel 196).
[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 12 (1975) 297-302]
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