viernes, 25 de noviembre de 2016

DÍA 25 DE NOVIEMBRE: SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA, SAN HUMILDE DE BISIGNANO, etc.

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SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA. No tenemos noticias seguras sobre su vida. Según las leyendas y tradiciones, fue una virgen y mártir de Alejandría en Egipto, de finales del siglo III o principios del siglo IV. Era una joven cristiana llena de agudeza, de ingenio y de sabiduría, no menos que de fortaleza de ánimo. Su cuerpo se honra con piadosa veneración en el célebre monasterio del Monte Sinaí que lleva su nombre. Desde el siglo IX su culto comenzó a extenderse por toda la Iglesia, por lo que existen numerosas iglesias dedicadas a su nombre en todo el mundo, y son muchas las entidades e instituciones que la tienen por patrona.- Oración: Dios todopoderoso y eterno, que diste a tu pueblo la virgen y mártir invicta santa Catalina, concédenos, por su intercesión, ser fortalecidos en una fe constante y trabajar sin desmayo por la unidad de la Iglesia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
SAN HUMILDE DE BISIGNANO[Murió el 26 de noviembre y la Familia Franciscana celebra su memoria el 25 del mismo mes]. Nació en Bisignano (Calabria, Italia) el año 1582. Desde pequeño causó admiración por su piedad. A los 27 años vistió el hábito franciscano como hermano laico. Por su vida y virtudes perteneció al pueblo de los pequeños en quienes Dios se complace y a quienes revela sus misterios. No hizo estudios, pero su discreción y discernimiento de espíritu hizo que lo buscaran como consejero espiritual incluso las más altas autoridades de la Iglesia. Desempeñó los oficios domésticos de su convento, a la vez que era hombre dado a la oración y a la caridad, extático y carismático, de quien Dios se sirvió para obras extraordinarias. Murió el 26 de noviembre de 1637 en Bisignano. Lo canonizó en 2002 Juan Pablo II, quien dijo: «En nuestra sociedad, en la que con demasiada frecuencia parecen borrarse las huellas de Dios, fray Humilde representa una gozosa y estimulante invitación a la mansedumbre, a la benignidad, a la sencillez y a un sano desprendimiento de los bienes efímeros del mundo».
BEATA ISABEL ACHLIN DE REUTHE. Nació en Waldsee, Suabia, diócesis de Constanza, el año 1386, en el seno de una familia humilde y devota. Por su carácter y virtudes, la llamaron desde jovencita Isabel «Buena». A los 14 años vistió el hábito de terciaria franciscana; estuvo algún tiempo con sus padres y luego marchó a casa de una piadosa terciaria con la que llevó una vida de oración, trabajo, austeridad y obras de misericordia. Más tarde ingresó en el monasterio de las terciarias regulares franciscanas de Reuthe (Alemania), e intensificó su vida de penitencia y oración. Sufrió con paciencia ejemplar, fortalecida por la frecuente meditación de la pasión de Cristo, una grave y penosa enfermedad. Se dice que recibió carismas extraordinarios, entre ellos el de la estigmatización. Murió en su monasterio el 25 de noviembre de 1420.
BEATOS LUIS BELTRAME QUATROCCHI Y MARÍA CORSINI, esposos. [Su memoria se celebra el 25 de noviembre, aniversario de su boda]Luis nació en Catania (Sicilia) el año 1880. Estudió derecho en Roma, llegó a ser abogado del Estado y desempeñó cargos de verdadero prestigio. Maríanació en Florencia el año 1884 en el seno de una familia acomodada y recibió una excelente educación cultural y religiosa. Contrajeron matrimonio el 25 de noviembre de 1905 y tuvieron cuatro hijos, que abrazaron la vida religiosa en su momento. En el matrimonio vivieron una profunda y gozosa comunión de fe, de vida y de amor, que proyectaron hacia el prójimo. Formaron una familia cristiana ejemplar en el ámbito del hogar, en la vida social y en las actividades apostólicas. Él perteneció al movimiento «Rinascita Cristiana» y al «Fronte della Famiglia», y murió en Roma el 9 de noviembre de 1951. Ella, además de ocuparse de su marido y de sus hijos, realizó diversos apostolados, difundió la devoción al Corazón de Jesús, colaboró en la catequesis de los niños, acompañó a enfermos a Lourdes y prestó servicios en hospitales civiles y militares; además ejerció el apostolado de la pluma; perteneció a la Acción Católica y a los mismos movimientos que su esposo. Murió en Serravalle di Bibbiena el 26 de agosto de 1965. Juan Pablo II beatificó a los dos juntos el año 2001, y estableció que su memoria se celebre el 25 de noviembre, aniversario de su boda.
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San García[La archidiócesis de Burgos celebra en esta fecha su memoria]. Nació en Quintanilla (Burgos, España) a finales del siglo X o principios del XI. Ingresó muy joven en el monasterio benedictino de San Pedro, de Ardanza (Burgos), del que fue repetidamente abad. Fue consejero del rey Fernando I y tomó parte en los principales acontecimientos de su tiempo, junto con los tres santos abades contemporáneos: Domingo de Silos, Íñigo de Oña y Sisebuto de Cardeña. Murió el año 1073.
San Márculo. Obispo de Numidia (Argelia) que, según la tradición, murió mártir el año 347, en tiempo del emperador Constante, al ser precipitado desde una roca por un tal Macario.
San Maurino. Fue martirizado en Agen, región de Aquitania (Francia). Se dedicaba a la evangelización de la gente del campo y fue cruelmente asesinado por los paganos en el siglo VI.
San Mercurio. Sufrió el martirio en Cesarea de Capadocia (Turquía) hacia el año 250.
San Moisés de Roma. Era presbítero de la Iglesia romana y, cuando el papa san Fabiano fue asesinado el año 250, en tiempo del emperador Decio, se hizo cargo, junto con el colegio presbiteral, de la comunidad cristiana. Pronto fu encarcelado con otros clérigos. Mantuvo correspondencia con san Cipriano, que los alabó y confortó. Moisés consideró necesario reconciliar a cuantos durante la persecución habían renegado de la fe y se encontraban ahora en peligro de muerte. Fue coronado finalmente con un martirio insigne y admirable el año 251.
San Pedro de Alejandría y compañeros mártires. Pedro fue elegido obispo de Alejandría (Egipto) el año 300. Disfrutó de paz hasta que en el 303 empezó la persecución, en la que no quiso esconderse, sino permanecer al frente de sus fieles instruyéndolos y confortándolos. Mantuvo una actitud equilibrada en el asunto de la reinserción de los lapsos. Gozó de gran autoridad doctrinal y aun después se acudía a sus escritos como fuente de fe. Fue decapitado de improviso el año 311 por orden del emperador Galerio Maximiano. Junto con él se conmemora a otros tres obispos egipcios, Hesiquio, Pacomio y Teodoro, y a otros muchos cristianos que también en Alejandría y en la misma persecución sufrieron martirio.
San Pedro Yi Ho-yong. Nació en Ichon (Corea) el año 1803. Se educó con una hermana suya que se convirtió al cristianismo, santa Águeda, y lo atrajo a él a la misma fe. Pedro se casó en 1832 con una joven a la que había convertido al cristianismo. Cuando les llegó un sacerdote chino, recibió la eucaristía por primera vez, y viendo el misionero que estaba bien formado lo nombró catequista. En febrero de 1835 fueron arrestados él y su hermana. Se sucedieron interrogatorios, juicios, torturas, que soportaron firmes en su fe. Por tres veces le quebraron los huesos y después de cuatro años de cárcel murió en ella, en Seúl, el año 1838.
Beata Beatriz de Ornacieux. Nació de familia noble en Ornacieux, región de Ródano-Alpes (Francia), en torno al año 1260. A los trece años ingresó en la cartuja femenina de Parménie, en la que profesó e inició un intenso itinerario espiritual que el Señor enriqueció con carismas místicos. Su mayor deseo era identificarse con Cristo crucificado, por lo que llevaba una vida de extrema pobreza y penitencia. El Señor la probó con fuertes tentaciones y noche oscura. En 1301 la enviaron con otras compañeras a fundar el monasterio de Eymeu, en territorio de Valance (Francia), donde murió el año 1303 ó 1309.
Beatos Jacinto Serrano López y Santiago Meseguer Burillo. Los dos eran sacerdotes dominicos y fueron martirizados durante la persecución religiosa desatada en España en 1936. Jacinto nació en Urrea de Gaén (Teruel) el año 1901. Se educó en los dominicos, en los que profesó en 1917. Ordenado de sacerdote en Valencia, cursó Ciencias Físicas en su Universidad. Se dedicó a la docencia y colaboró en varias publicaciones. Predicaba muy bien y escribía con elegancia. Cuando tuvo que dejar el convento de Valencia, se trasladó a Barcelona para atender a sus hermanos de religión. Lo detuvieron paisanos suyos, lo trasladaron a Puebla de Híjar (Teruel) y allí lo fusilaron mientras gritaba «¡Viva Cristo Rey!». Santiago nació en Híjar (Teruel) en 1885. Ingresó en los dominicos de Asturias y estudió teología en Salamanca, donde se ordenó de sacerdote. Estuvo en varios conventos de su Orden, se dedicó a la docencia, la formación de religiosos, las publicaciones, la predicación y dirección espiritual. Lo detuvieron en Barcelona el 13 de noviembre de 1936, lo llevaron a la checa «Control del Clot» y lo asesinaron a finales de noviembre o principios de diciembre en el cementerio de Montcada (Barcelona).
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Después de la Resurrección, Jesús dijo a sus discípulos en Galilea: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,18-20).
Pensamiento franciscano:
Oración de san Francisco: «Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, todo bien, sumo bien, total bien, que eres el solo bueno, a ti te ofrezcamos toda alabanza, toda gloria, toda gracia, todo honor, toda bendición y todos los bienes. Hágase. Hágase. Amén» (AlHor 11).
Orar con la Iglesia:
Todos los bautizados en el Espíritu Santo, en unión con la Iglesia, glorifiquemos al Señor, y roguémosle: Señor Jesús, santifícanos en el Espíritu Santo.
-Envíanos, Señor, cada día el Espíritu Santo, para que ante los hombres te confesemos de palabra y de obra como Señor y Rey nuestro.
-Danos una caridad sin hipocresía, para que seamos sinceramente cariñosos unos con otros, como buenos hermanos.
-Dispón con tu gracia el corazón de los fieles, para que a diario acojamos con amor y alegría los dones del Espíritu.
-Danos la fortaleza de tu Espíritu, y haz que sane y vigorice lo que en nosotros está enfermo y débil.
Oración: Señor Jesús, concédenos conservar siempre en nuestra vida y en nuestras costumbres la alegría y el calor que de ti hemos recibido. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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«MI REINO NO ES DE ESTE MUNDO»
Benedicto XVI, Ángelus del 23-XI-2008
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy, último domingo del año litúrgico, la solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo. Sabemos por los Evangelios que Jesús rechazó el título de rey cuando se entendía en sentido político, al estilo de los «jefes de las naciones» (cf. Mt 20,25). En cambio, durante su Pasión, reivindicó una singular realeza ante Pilato, que lo interrogó explícitamente: «¿Tú eres rey?», y Jesús respondió: «Tú lo dices: soy rey» (Jn 18,37); pero poco antes había declarado: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18,36).
En efecto, la realeza de Cristo es revelación y actuación de la de Dios Padre, que gobierna todas las cosas con amor y con justicia. El Padre encomendó al Hijo la misión de dar a los hombres la vida eterna, amándolos hasta el supremo sacrificio y, al mismo tiempo, le otorgó el poder de juzgarlos, desde el momento que se hizo Hijo del hombre, semejante en todo a nosotros (cf. Jn 5,21-22.26-27).
El evangelio de hoy insiste precisamente en la realeza universal de Cristo juez, con la estupenda parábola del juicio final, que san Mateo colocó inmediatamente antes del relato de la Pasión (Mt 25,31-46). Las imágenes son sencillas, el lenguaje es popular, pero el mensaje es sumamente importante: es la verdad sobre nuestro destino último y sobre el criterio con el que seremos juzgados. «Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis» (Mt 25,35), etc. ¿Quién no conoce esta página? Forma parte de nuestra civilización. Ha marcado la historia de los pueblos de cultura cristiana: la jerarquía de valores, las instituciones, las múltiples obras benéficas y sociales. En efecto, el reino de Cristo no es de este mundo, pero lleva a cumplimiento todo el bien que, gracias a Dios, existe en el hombre y en la historia. Si ponemos en práctica el amor a nuestro prójimo, según el mensaje evangélico, entonces dejamos espacio al señorío de Dios, y su reino se realiza en medio de nosotros. En cambio, si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo no puede menos de ir hacia la ruina.
Queridos amigos, el reino de Dios no es una cuestión de honores y de apariencias; por el contrario, como escribe san Pablo, es «justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rom 14,17). Al Señor le importa nuestro bien, es decir, que todo hombre tenga la vida y que, especialmente sus hijos más «pequeños», puedan acceder al banquete que ha preparado para todos. Por eso, no soporta las formas hipócritas de quien dice: «Señor, Señor», y después no cumple sus mandamientos (cf. Mt 7,21). En su reino eterno, Dios acoge a los que día a día se esfuerzan por poner en práctica su palabra. Por eso la Virgen María, la más humilde de todas las criaturas, es la más grande a sus ojos, y se sienta, como Reina, a la derecha de Cristo Rey. A su intercesión celestial queremos encomendarnos una vez más con confianza filial, para poder cumplir nuestra misión cristiana en el mundo.
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¿CÓMO SEGUIR A CRISTO?
De los sermones de san Cesáreo de Arlés (159, 3-6)
Queridísimos hermanos, parece duro y se considera casi un peso oneroso lo que el Señor mandó en el Evangelio al decir: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo». No es duro lo que mandó aquel que ayuda a que se realice lo que manda.
Niéguese, tome su cruz y siga a Cristo. ¿Adónde hay que seguir a Cristo sino adonde Él fue? Sabemos que resucitó y subió al cielo: hay que seguirlo allí. No hay que perder la esperanza, porque Él lo prometió, no porque el hombre pueda algo. El cielo estaba alejado de nosotros antes de que nuestra cabeza subiera al cielo. ¿Por qué desesperamos de estar allí si somos miembros de su cabeza? ¿Por qué? Puesto que en la tierra estamos agobiados con muchas aflicciones y dolores, sigamos a Cristo, donde está la suma felicidad, la suma paz, la perpetua felicidad.
El que quiera seguir a Cristo debe escuchar al Apóstol cuando dice: «Si alguno afirma permanecer en Cristo, debe caminar también como Él caminó». ¿Quieres seguir a Cristo? Sé humilde donde Él fue humilde. No desprecies su humildad si quieres subir a donde Él subió.
El camino se hizo escabroso cuando el hombre pecó. Pero se allanó cuando Cristo lo pisó al resucitar, y el sendero estrechísimo se hizo senda real. Por este camino se corre con dos pies, el de la humildad y el de la caridad. Su grandeza gusta a todos: pero la humildad es el primer peldaño. ¿Por qué adelantas el pie más allá de ti? Quieres caer, no subir. Comienza por el primer peldaño, es decir, por la humildad, y ya has subido.
Nuestro Señor y Salvador no dijo solamente: Niéguese a sí mismo, sino que añadió: Tome su cruz y sígame. ¿Qué es tomar la cruz? Soporta lo que es molesto: sígame así. Cuando comience a seguirme en mi manera de vivir y en mis mandamientos, habrá muchos que se le opongan, habrá muchos que lo obstaculicen: no sólo se burlarán sino que también lo perseguirán. Y esto lo harán no sólo los paganos que están fuera de la Iglesia, sino también los que parecen estar dentro del Cuerpo aunque están fuera por sus perversas acciones y persiguen continuamente a los buenos cristianos, porque se glorían sólo del nombre de cristiano. Éstos están entre los miembros de la Iglesia como los malos humores en el cuerpo. Por tanto, si deseas seguir a Cristo, no tardes en llevar su cruz: soporta a los malvados, no sucumbas.
Así pues, si queremos cumplir lo que dijo el Señor: si alguien quiere venir en pos de mí, tome su cruz y sígame, con la ayuda de Dios debemos esforzarnos en cumplir lo que dice el Apóstol: Teniendo el sustento y el vestido estamos contentos, no sea que, si buscamos más de lo que conviene a la naturaleza terrena y deseamos ser ricos, caigamos en la tentación, en la trampa del diablo y en los muchos deseos, inútiles y nocivos, que hunden a los hombres en la muerte y en la perdición. Que el Señor, con su protección, se digne librarnos de esta tentación.
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CÓMO CONOCER EL ESPÍRITU DEL SEÑOR
ADMONICIÓN 12ª DE SAN FRANCISCO

por Kajetan Esser, OFM
DEL PROPIO YO AL ESPÍRITU DEL SEÑOR
«Así se puede conocer si el siervo de Dios tiene el espíritu del Señor: si, cuando el Señor obra por medio de él algún bien, no por eso su carne se exalta, porque siempre es contraria a todo lo bueno, sino que, más bien, se tiene por más vil ante sus propios ojos y se estima menor que todos los otros hombres» (Adm 12).
En su Admonición 12, Francisco ofrece a sus seguidores tres signos distintivos, tres señales que ponen de manifiesto si el Espíritu del Señor puede actuar y desenvolverse en nosotros con libertad y sin obstáculos, si tenemos «el espíritu del Señor y su santa operación», si siempre y en todo nos dejamos guiar por el Espíritu de Cristo, si permanecemos unidos al Señor y formamos un solo espíritu con Él: en el pensar, en el juzgar, en el querer y ambicionar, en el obrar. Estos signos permiten reconocer si nuestra vida gira en torno a nuestro propio «yo» egoísta o si, por el contrario, es Dios quien está en el centro, si lo que importa, en todo y siempre, es sólo Dios y no nosotros mismos. Queda, pues, patente que se trata de tres signos distintivos de la vida en conversión y penitencia evangélica; ellos nos indican si somos hermanos y hermanas de penitencia que se han desvinculado de sí mismos y se han entregado por entero a Dios.
1.- «Así se puede conocer si el siervo de Dios tiene el espíritu del Señor: si, cuando el Señor obra por medio de él algún bien, no por eso su carne se exalta, porque siempre es contraria a todo lo bueno...».
Nada acentúa tanto Francisco como la primitiva verdad bíblica de que Dios es el dador de todo bien. De Él procede cuanto de bueno hay en nuestra vida: «Y devolvamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que todos los bienes son de él, y démosle gracias por todos a él, de quien proceden todos los bienes. Y el mismo altísimo y sumo, solo Dios verdadero, tenga y a él se le tributen y él reciba todos los honores y reverencias...» (1 R 17,17-18). «Todas las cosas se nos dan como limosna, y el gran Limosnero reparte pródigo con piadosa clemencia a los que merecen y a los que desmerecen» (2 Cel 77).
Esta conciencia es el fundamento de la pobreza interior, la auténtica pobreza de espíritu, que ve en todo un regalo inmerecido que nos ha sido entregado por la bondad generosa de Dios. El que es pobre ante Dios, ve en todo lo bueno una acción del Espíritu del Señor que habita en nosotros. En todo bien se sabe deudor de todas las gracias frente al Espíritu del Señor.
Pero como nuestra carne, nuestro «yo» egoísta, es siempre opuesta a todo lo bueno, quisiera incautarse de los bienes de Dios: «En esto podremos gloriarnos: si devolvemos a Dios su gloria; si, como servidores fieles, atribuimos a él cuanto nos dona. La carne es el mayor enemigo del hombre... Y lo que es peor, usurpa como de su dominio, atribuye a gloria suya los dones otorgados al alma, que no a la carne» (2 Cel 134). Nuestro «yo» querría atribuir todo a su propio querer y poder, querría poseer todo como si fuese un tesoro suyo propio. ¡Cuántos sucumben a este peligro, acumulando tesoros de supuesta virtud que atribuyen con orgullo a sus propios méritos! Por eso nos exhorta san Antonio a ser muy precavidos: «Es difícil llevar a cabo grandes acciones sin alimentar ninguna complacencia por ellas». ¡Si tan grandes santos experimentaron este peligro, cuán vigilantes deberemos permanecer nosotros frente a nosotros mismos!
El primer signo distintivo para conocer que no se tiene el Espíritu del Señor, sino que se está dominado por el espíritu idolátrico del propio «yo», consiste, por tanto, en la vanidad. Por eso, el siervo de Dios, impregnado del Espíritu del Señor, persevera en la pobreza interior, que toma muy en serio la verdad de que todo bien de Dios procede y a Él le pertenece.
¿Damos a Dios lo que es de Dios? ¿Atribuimos a Dios, libres de toda vanidad y presunción, cuanto de bueno hay en nuestra vida, sabedores por la fe de que el siervo de Dios lo ha recibido todo del Señor?: «¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y, si lo has recibido, ¿a qué gloriarte como si no lo hubieras recibido?» (1 Cor 4,7). Francisco permaneció pobre ante Dios, abierto por entero a la acción del Espíritu del Señor. Al no apropiarse de nada para sí mismo, Dios pudo actuar libremente por su medio. San Antonio dice: «Quien se atribuye a sí mismo el bien que hace, niega abiertamente la gracia de Dios». Roba lo que es propiedad de Dios y quiere convertirlo en propiedad suya personal. Sólo la pobreza interior puede preservarnos de esta gran desgracia.
[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 48 (1987) 475-481]
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