miércoles, 30 de noviembre de 2016

DÍA 30 DE NOVIEMBRE: SAN ANDRÉS, BEATO HONORIO DE ORIHUELA, Beatos Ramiro Alonso López y 50 compañeros mártires, Agustinos (OSA). El 28-XI-1936) etc.


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SAN ANDRÉS, Apóstol. Nació en Betsaida, junto al lago de Tiberíades, y fue primero discípulo de Juan Bautista. Encontrándose éste en compañía de dos de sus discípulos, Andrés y Juan Evangelista, pasó Jesús, de quien dijo el Bautista: «He aquí el Cordero de Dios». Los dos discípulos le oyeron y siguieron a Jesús; éste, volviéndose, les preguntó: «¿Qué buscáis?». Ellos le respondieron: «¿Dónde vives?», y Jesús les contestó: «Venid y lo veréis». Ellos fueron y se quedaron con Él aquel día. Andrés se encontró después con su hermano Simón Pedro, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías», y lo llevó donde Jesús. Más tarde, caminando Jesús por la ribera del mar de Galilea, vio a los hermanos Simón Pedro y Andrés echando las redes, y les dijo: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres». Ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Según la tradición, después de Pentecostés, Andrés predicó el Evangelio en Asia Menor y en Grecia, y sufrió el martirio en Patrás de Acaya, crucificado en una cruz en forma de aspa.- Oración: Protégenos, Señor, con la constante intercesión del apóstol san Andrés, a quien escogiste para ser predicador y pastor de tu Iglesia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
BEATO HONORIO DE ORIHUELABEATO HONORIO DE ORIHUELA. Nació en Orihuela, provincia de Alicante (España), en 1888. De niño ingresó en el seminario seráfico de los capuchinos. Hizo la primera profesión en 1906 y fue ordenado sacerdote en 1914. Sus destinos fueron Totana y Castellón de la Plana. El confesonario, el catecismo y los pobres absorbieron su vida sacerdotal, si bien la nota característica de su apostolado fue la asistencia a los enfermos y moribundos. Cuando estalló la persecución religiosa de 1936, se encontraba de visita en Orihuela, en casa de su familia. Allí refugiado, llevó una vida recogida y piadosa: celebraba la misa, recitaba el Oficio divino, oraba, administraba algunos sacramentos y confiaba tranquilo en la Providencia. El 13-XI-1936 los milicianos lo detuvieron y lo encarcelaron en Orihuela, y el día 30 de los mismos, por la noche, lo sacaron a él y a otros diez sacerdotes, los llevaron a los paredones del cementerio de Elche (Alicante), y allí los fusilaron. Beatificado el 13-X-2013. [Más información]
Beatos Ramiro Alonso López y 50 compañeros mártires, Agustinos (OSA). El 28-XI-1936 salió de la cárcel madrileña de San Antón un grupo de 12 Agustinos para el martirio. Dos días después, el 30-XI-1936, salió de la misma cárcel este otro grupo de 51 Agustinos con el mismo destino, Paracuellos de Jarama (Madrid), donde fueron martirizados; la mayoría pertenecían a la comunidad del Real Monasterio de El Escorial, y era considerable el número de jóvenes formandos y estudiantes. La comunidad entera de El Escorial fue detenida el 6-VIII-1936 y encerrada luego en la cárcel de San Antón de Madrid, donde se les unieron otros religiosos.- Indicamos los nombres, con el lugar y fecha de nacimiento. Ramiro Alonso, Pozuelo de Tábara (Zamora) 1915. Dámaso Arconada, Carrión de los Condes (Palencia) 1904. Luis Abia, Abia de las Torres (Palencia) 1919. Bernardino Calle, Itero Seco (Palencia) 1916. Pedro José Carvajal, Peñacastillo (Cantabria) 1912. Miguel Cerezal, Palencia 1871. Víctor Cuesta, Mantinos (Palencia) 1917. José Dalmau, Calella (Barcelona) 1886. Nemesio Díez, Prioro (León) 1913. Matías Espeso, San Martín de Valdetuéjar (León) 1901. José Agustín Fariña, Valladolid 1879. Francisco Fuente, Buenavista de Valdavia (Palencia) 1916. José Gando, Villageriz de Vidriales (Zamora) 1910. Joaquín García Ferrero, Morales de Valverde (Zamora) 1884. Arturo García de la Fuente, Madrid 1902. Nemesio García Rubio, Vegapugín (León) 1912. Esteban García Suárez, Canales (León) 1891. Benito Garnelo, Carracedo de Monasterio (León) 1876. Gerardo Gil, La Vid (Burgos) 1871. Marcos Guerrero, Fuente Encalada (Zamora) 1915. Miguel Iturrarán, Marquina (Vizcaya) 1918. Jesús Largo, Calzada de los Molinos (Palencia) 1912. José López Piteira, Arroyo Blanco (Camagüey, Cuba) 1913. Constantino Malumbres, Frómista (Palencia) 1872. Francisco Marcos del Río, Lodoso (Burgos) 1874. Ricardo Marcos Reguero, Villanueva de las Manzanas (León) 1891. Julio Marcos Rodríguez, Carrizal (León) 1914. Julio María Fincias, Santa Eulalia de Tábara (Zamora) 1916. Román Martín Mata, Buenavista de Valdavia (Palencia) 1918. Melchor Martínez Antuña, San Juan de Arenas, Siero (Asturias) 1889. Pedro Martínez Ramos, Figueruela de Arriba (Zamora) 1902. Isidro Mediavilla, Villasur de Cieza (Palencia) 1913. Heliodoro Merino, La Puebla de Valdavia (Palencia) 1901. Juan Monedero, Roa de Duero (Burgos) 1881. José Noriega, Barriosuso de Valdavia (Palencia) 1915. Gerardo Pascual, Cerezal (León) 1915. José Antonio Pérez, Villapodambre (León) 1918. Agustín Renedo, Baños de la Peña (Palencia) 1870. Mariano Revilla, Buenavista de Valdavia (Palencia) 1887. Benito Rodríguez González, Armellada (León) 1873. Conrado Rodríguez Gutiérrez, Villanueva de la Peña (Palencia) 1901. Macario Sánchez López, Hoyocasero (Ávila) 1884. Tomás Sánchez López, Hoyocasero (Ávila) 1890. Juan Sánchez, Diego Álvaro (Ávila) 1882. Pedro Simón, Fuente Encalada (Zamora) 1916. Luis Suárez-Valdés, Ciaño, Sama de Langreo (Asturias) 1874. Dionisio Terceño, Congosto de Valdavia (Palencia) 1912.Máximo Valle, Villanueva de Abajo (Palencia) 1915. Pedro de la Varga Delgado, Valladolid 1904. Benito Velasco, Arroyal de Vivar (Burgos) 1884. Julián Zarco, Cuenca 1887.
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San Cutberto Mayne. Nació en Youlston (Inglaterra) el año 1544. Hizo los estudios pertinentes, recibió la ordenación anglicana y ejerció su ministerio en Oxford. La relación con amigos católicos le provocó una crisis religiosa, cosa que sospechó su obispo, que ordenó detenerlo. Entonces huyó a Francia, abrazó la fe católica en Douai y en 1575 se ordenó de sacerdote. De regreso en Inglaterra, desarrolló su apostolado en Cornualles hasta que lo detuvieron. Lo acusaron de traición y de haber hecho pública una Carta Apostólica, lo torturaron, y le prometieron la libertad si volvía al anglicanismo, pero él se reafirmó en su fe católica. Fue ahorcado y descuartizado en Launceston el año 1577.
San Galgano Guidotti. Después de una juventud disipada, se convirtió a Dios y llevó vida de ermitaño, dedicado voluntariamente a la penitencia corporal y la oración. Murió el año 1181 en el Monte Siepi (Siena, Italia).
San José Marchand. Nació en Passavant (Francia) el año 1803. Estaba a punto de terminar la carrera sacerdotal en el seminario de Besançon, cuando ingresó en la Sociedad para las Misiones Extranjeras de París. En 1828 se ordenó de sacerdote y marchó a Vietnam. Le confiaron la atención de siete mil cristianos distribuidos en 25 pueblos. Los atendió con total entrega. Cuando estalló la persecución, tuvo que esconderse y pasar temporadas solo en la selva. Lo apresaron y le exigieron que pisara la cruz, a lo que él se negó. Lo torturaron cruelmente y por último lo decapitaron en Hué el año 1835, bajo el emperador Minh Mang.
San Mirocle (o Mirocleto). Obispo de Milán, a quien san Ambrosio recuerda entre los obispos fieles que le precedieron. Murió hacia el año 314.
San Tadeo Liu Ruiting. Nació en Ku-Hien (China) hacia 1780. Abrazó el cristianismo y a los 33 años se ordenó de sacerdote. Trabajó con gran celo en los distritos misionales que le asignaron. Fue arrestado en 1821. Durante meses lo tuvieron expuesto al sol todo el día y luego lo dejaron languidecer en la cárcel. Cuando finalmente lo juzgaron, lo condenaron a muerte por profesar una religión que estaba prohibida en el Imperio. Aún lo tuvieron en la cárcel un par de años, mientras llegaba la confirmación de la sentencia, tiempo que dedicó a la oración y a ejercitar la paciencia. Lo estrangularon junto al templo de su pueblo natal, provincia de Sichuan, el año 1823.
San Tugdualo Pabu (o Tutwal). Abad y obispo en la región de Bretaña (Francia) en el siglo VI. Fundó un monasterio en el territorio de Tréguier.
Beato Alejandro Crow. Nació en South Duffield (Inglaterra) hacia 1551 de familia modesta. De joven trabajó de zapatero y se colocó de criado en el Colegio Inglés de Reims (Francia). Por sus virtudes y cualidades, le permitieron hacer la carrera eclesiástica y recibir el sacerdocio. Vuelto a su patria, ejerció el ministerio sagrado en su ciudad natal, hasta que lo arrestaron. Lo acusaron de alta traición por haberse ordenado en el extranjero y haber regresado a Inglaterra, y el día de san Andrés, 30 de noviembre del año 1586 ó 1587, lo ahorcaron y aún vivo la destriparon y descuartizaron en York, bajo el reinado de Isabel I.
Beato Federico de Ratisbona. Nació en Ratisbona (Alemania) a mediados del siglo XIII. De joven entró en la Orden de los Ermitaños de San Agustín como hermano laico. Ejerció el oficio de carpintero y abasteció a los frailes de muebles y de leña para la cocina y la calefacción. Fue un religioso obediente, servicial, atento y generoso con los pobres, muy devoto de la Eucaristía. Murió en Ratisbona el año 1329.
Beato José Otín Aquilué. Nació en Huesca (España) el año 1901. En 1920 hizo la profesión religiosa en la Sociedad Salesiana y en 1928 recibió la ordenación sacerdotal. Lo destinaron a la educación de la juventud y fue un excelente pedagogo por su carácter abierto y jovial que se granjeaba la simpatía de los muchachos. Cuando estalló la guerra civil, se encontraba en su colegio de Alcoy (Alicante). Tuvo que dejar el colegio y, después de varios interrogatorios, buscó refugio en Valencia. A finales de noviembre de 1936 fue detenido y no se supo más del él. Fue asesinado en Valencia y el Martirologio ha fijado su memoria el día 30 noviembre.
Beato Juan de Vercelli Garbella. Nació en Mosso Santa María (Piamonte, Italia) hacia el año 1205. Estudió derecho romano y canónico en París, y luego ejerció la docencia en París, Pavía y Vercelli. Atraído por el ejemplo del beato Jordán de Sajonia, ingresó en la Orden de Predicadores en 1229. Ejerció diversos cargos en su Orden, de la que, en 1264, fue elegido Maestro General. Visitó todas las casas de Europa, consolidó la Orden y logró un gran incremento de vocaciones. Contó con la confianza de los papas e intervino en el Concilio de Lyon. Fue legado papal en los reinos de Castilla y de Francia, y artífice de paz entre las ciudades italianas. Tuvo gran amistad con santo Tomás de Aquino. Murió en Montpellier (Francia) el año 1283.
Beatos León Alesanco y Luis Palacios, sacerdotes benedictinos. Al estallar en España la persecución religiosa de 1936, los monjes de Montserrat dejaron el monasterio y buscaron refugio en Barcelona. El 30 de noviembre de 1936, el P. Alesanco fue a ver al P. Palacios y, al encontrarlo enfermo, fue a buscar un médico, pero cayó en manos de milicianos que también detuvieron al P. Palacios. Los llevaron al Comité del Clot, y ya no se supo más de ellos. León Alesanco nació en San Millán de la Cogolla (La Rioja) en 1882. Era de carácter difícil, pero tenía un don especial para tratar a los enfermos y se distinguía por la devoción con que celebraba la misa y daba gracias. Tradujo al castellano algunos opúsculos monásticos. Luis Palacios nació en Agés (Burgos) en 1893. Se licenció en filosofía en Roma y pasó unos años en Jerusalén, donde perfeccionó sus estudios bíblicos y las lenguas semíticas. En San Anselmo de Roma enseñó hebreo y fue suplente de Sagrada Escritura; además ocupó cargos de responsabilidad y publicó algunas obras.- Beatificados el 13-X-2013.
Beato Luis Roque Gientyngier. Nació en Zarki (Polonia) el año 1904. Estudió en el seminario de Kielce, y cuando se creó la diócesis de Czestochowa se incardinó en ella. Ordenado de sacerdote en 1927, ejerció ministerios parroquiales y se dedicó a la enseñanza de la religión en escuelas diocesanas, después de graduarse en la Universidad Jagellónica de Cracovia. Poco después de que los alemanes ocuparan Polonia, lo arrestaron y fue a parar al campo de concentración de Dachau en Alemania. Lo asesinaron los guardias del campo el 30 de noviembre de 1941.
Beatos Miguel Ruedas Mejías y compañeros mártires. El 30 de noviembre de 1936 fueron fusilados en Paracuellos de Jarama (Madrid) siete hermanos hospitalarios de San Juan de Dios, seis de los cuales pertenecían a la comunidad del Hospital Psiquiátrico de Ciempozuelos (Madrid) y uno (Nicéforo Salvador del Río) a la de San Rafael (Madrid). Habían sido detenidos y encarcelados meses antes, y habían padecido múltiples suplicios. Ha aquí los nombres de estos siete beatos mártires, con indicación del lugar y fecha de su nacimiento: Religiosos profesos: Miguel Ruedas Megías, Motril (Granada) 1902; Diego de Cádiz García Molina, Moral de Calatrava (Ciudad Real) 1892; Nicéforo Salvador del Río, Villamorco (Palencia) 1913; Román Touceda Fernández, Madrid 1904. Novicios: Arturo Donoso Murillo, Puebla de Alcocer (Badajoz) 1917; Jesús Gesta de Piquer, Madrid 1915; y Antonio Martínez Gil-Leonís, Montellano (Sevilla) 1916.
Beatos Sinfronio Miguel y 4 compañeros mártires, Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle). Cuando estalló la persecución religiosa de 1936, los cinco formaban parte de la comunidad del asilo del Sagrado Corazón, en Madrid. El 21 de julio los milicianos detuvieron a los religiosos y los encerraron en un calabozo hacinado de presos, de donde los trasladaron a la cárcel de San Antón, en la que trataron de vivir como en comunidad. El 28 de noviembre de 1936 fusilaron a estos cinco en Paracuellos de Jarama (Madrid). Sinfronio Miguel nació en Los Santos (Salamanca) en 1876. Profesó en 1901. Ejerció el apostolado de la enseñanza en sucesivos destinos. Pablo de la Cruz Sanz nació en Riaza (Segovia) en 1879. Profesó en 1896. Desarrolló actividades docentes en diversos colegios y escuelas gratuitas. Floriano Félix Santamaría nació en La Nuez de Abajo (Burgos) en 1899. Profesó en 1917. Fue un gran apóstol en la clase, con excelentes cualidades de educador. Ismael Ricardo Arbé nació en Añastro (Burgos) en 1906. Profesó en 1923. Era persona de profunda espiritualidad y alma de apóstol. De carácter alegre y comunicativo. Adalberto Juan Angulo nació en Quintana Martín Galíndez (Burgos) en 1904. Profesó en 1921. Estuvo destinado en casas de las siguientes ciudades: Madrid, Lorca, Melilla, Cádiz y Madrid.- Beatificados el 13-X-2013.
Beatos Vicente Peña Ruiz y Amado Cubeñas Diego-Madrazo, dominicos. Estos dos mártires se encontraron en la cárcel de San Antón de Madrid, en la que dieron ejemplo de serenidad y confianza en Dios, y fomentaron la piedad entre los reclusos. En la saca masiva del 30-XI-1936 los llevaron a Paracuellos de Jarama, donde los mataron. Vicente Peña nació en Caleruega (Burgos), patria de santo Domingo, en 1883, profesó en 1901 y fue ordenado sacerdote en 1909. Su último destino fue el convento del Olivar de Madrid, que tuvo que abandonar al estallar la persecución religiosa. El 4-VIII-1936 lo detuvieron en plena calle y lo llevaron a la cárcel de San Antón, donde destacó por su espíritu de oración y su serenidad; organizó el modo de rezar disimuladamente el rosario, paseando por el patio en grupos. Amado Cubeñas nació en Egea de los Caballeros (Zaragoza) en 1880, profesó en 1898 y recibió la ordenación sacerdotal en 1906. Durante casi toda su vida, además de ejercer el ministerio sagrado, fue administrador de los bienes temporales de su comunidad. Estuvo en Hong-Kong de 1907 a 1913. Vuelto a España, se encontraba en el convento del Rosario de Madrid cuando fue asaltado. Se escondió, pero lo detuvieron el 16-IX-1936 por ser sacerdote y lo encerraron en la cárcel Modelo; más tarde lo trasladaron a la de San Antón.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Paseando Jesús junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, al que llaman Pedro, y Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: «Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Pasando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron (Mt 4,18-25).
Pensamiento franciscano:
Dice san Francisco en su Regla: -Amonesto y exhorto a mis hermanos a que, en la predicación que hacen, su lenguaje sea ponderado y sincero, para provecho y edificación del pueblo, anunciándole los vicios y las virtudes, la pena y la gloria con brevedad de sermón; porque palabra abreviada hizo el Señor sobre la tierra (2 R 9,3-4).
Orar con la Iglesia:
Oremos a Dios Padre, por Jesucristo, su Hijo, que eligió a san Andrés para ser apóstol suyo.
-Por la Iglesia, fundada sobre el cimiento de los apóstoles: para que observe con fidelidad el mensaje y doctrina que de ellos ha recibido.
-Por los obispos en comunión con el papa, sucesores del Colegio apostólico: para que sean, con su magisterio y su testimonio, intérpretes autorizados del Evangelio.
-Por cuantos han recibido en la Iglesia el encargo de anunciar el Evangelio: para que lo trasmitan al pueblo con un lenguaje apropiado y sincero.
-Por todos los creyentes: para que vivamos la apostolicidad de la Iglesia, sintiéndonos en comunión con la Iglesia universal y particular.
Oración: Escucha, Señor, nuestras súplicas en la fiesta de san Andrés, que intercede por nosotros ante ti. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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SAN ANDRÉS, APÓSTOL
De la Catequesis de S. S. Benedicto XVI
en la audiencia general del 14 de junio de 2006
Queridos hermanos y hermanas:
El vínculo de sangre entre Pedro y Andrés, así como la llamada común que les dirigió Jesús, son mencionados expresamente en los Evangelios: «Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar, porque eran pescadores. Entonces les dijo: "Seguidme, y os haré pescadores de hombres"» (Mt 4,18-19). El cuarto evangelio nos revela otro detalle importante: en un primer momento Andrés era discípulo de Juan Bautista; y esto nos muestra que era un hombre que buscaba, que compartía la esperanza de Israel, que quería conocer más de cerca la palabra del Señor, la realidad de la presencia del Señor.
Era verdaderamente un hombre de fe y de esperanza; y un día escuchó que Juan Bautista proclamaba a Jesús como «el cordero de Dios» (Jn 1,36); entonces, se interesó y, junto a otro discípulo cuyo nombre no se menciona, siguió a Jesús, a quien Juan llamó «cordero de Dios». El evangelista refiere: «Vieron dónde vivía y se quedaron con él» (Jn 1,37-39). Así pues, Andrés disfrutó de momentos extraordinarios de intimidad con Jesús. La narración continúa con una observación significativa: «Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Encontró él luego a su hermano Simón, y le dijo: "Hemos hallado al Mesías", que quiere decir el Cristo, y lo condujo a Jesús» (Jn 1,40-43), demostrando inmediatamente un espíritu apostólico fuera de lo común.
Las tradiciones evangélicas mencionan particularmente el nombre de Andrés en otras tres ocasiones, que nos permiten conocer algo más de este hombre. La primera es la de la multiplicación de los panes en Galilea, cuando en aquel aprieto Andrés indicó a Jesús que había allí un muchacho que tenía cinco panes de cebada y dos peces: muy poco -constató- para tanta gente como se había congregado en aquel lugar (cf. Jn 6,8-9).
La segunda ocasión fue en Jerusalén. Al salir de la ciudad, un discípulo le mostró a Jesús el espectáculo de los poderosos muros que sostenían el templo. La respuesta del Maestro fue sorprendente: dijo que de esos muros no quedaría piedra sobre piedra. Entonces Andrés, juntamente con Pedro, Santiago y Juan, le preguntó: «Dinos cuándo sucederá eso y cuál será la señal de que todas estas cosas están para cumplirse» (cf. Mc 13,1-4). Como respuesta a esta pregunta, Jesús pronunció un importante discurso sobre la destrucción de Jerusalén y sobre el fin del mundo, invitando a sus discípulos a leer con atención los signos del tiempo y a mantener siempre una actitud de vigilancia.
Los Evangelios nos presentan, por último, una tercera iniciativa de Andrés. El escenario es también Jerusalén, poco antes de la Pasión. Con motivo de la fiesta de la Pascua -narra san Juan- habían ido a la ciudad santa también algunos griegos, probablemente prosélitos o personas que tenían temor de Dios, para adorar al Dios de Israel en la fiesta de la Pascua. Andrés y Felipe, los dos Apóstoles con nombres griegos, hacen de intérpretes y mediadores de este pequeño grupo de griegos ante Jesús. La respuesta del Señor a su pregunta parece enigmática, como sucede con frecuencia en el evangelio de Juan (Jn 12,23-24).
Según tradiciones muy antiguas, Andrés, que transmitió a los griegos estas palabras, no sólo fue el intérprete de algunos griegos en el encuentro con Jesús al que acabamos de referirnos; sino también el apóstol de los griegos en los años que siguieron a Pentecostés. Esas tradiciones nos dicen que durante el resto de su vida fue el heraldo y el intérprete de Jesús para el mundo griego. Pedro, su hermano, llegó a Roma desde Jerusalén, pasando por Antioquía, para ejercer su misión universal; Andrés, en cambio, fue el apóstol del mundo griego: así, tanto en la vida como en la muerte, se presentan como auténticos hermanos; una fraternidad que se expresa simbólicamente en la relación especial de las sedes de Roma y Constantinopla, Iglesias verdaderamente hermanas.
Una tradición sucesiva narra la muerte de Andrés en Patrás (Grecia), donde también él sufrió el suplicio de la crucifixión. Ahora bien, en aquel momento supremo, como su hermano Pedro, pidió ser colocado en una cruz distinta de la de Jesús. En su caso se trató de una cruz en forma de aspa, es decir, con los dos maderos cruzados en diagonal, que por eso se llama «cruz de san Andrés».
Que el apóstol Andrés nos enseñe a seguir a Jesús con prontitud (cf. Mt 4,20; Mc 1,18), a hablar con entusiasmo de él a aquellos con los que nos encontremos, y sobre todo a cultivar con él una relación de auténtica familiaridad, conscientes de que sólo en él podemos encontrar el sentido último de nuestra vida y de nuestra muerte.
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«HEMOS ENCONTRADO AL MESÍAS»
De la homilía 16 de san Juan Crisóstomo
sobre el evangelio de san Juan
Andrés, después de permanecer con Jesús y de aprender de él muchas cosas, no escondió el tesoro para sí solo, sino que corrió presuroso en busca de su hermano, para hacerle partícipe de su descubrimiento. Fíjate en lo que dice a su hermano: Hemos encontrado al Mesías, que significa Cristo. ¿Ves de qué manera manifiesta todo lo que había aprendido en tan breve espacio de tiempo? Pues, por una parte, manifiesta el poder del Maestro, que les ha convencido de esto mismo, y, por otra, el interés y la aplicación de los discípulos, quienes ya desde el principio se preocupaban de estas cosas. Son las palabras de un alma que desea ardientemente la venida del Señor, que espera al que vendrá del cielo, que exulta de gozo cuando se ha manifestado y que se apresura a comunicar a los demás tan excelsa noticia. Comunicarse mutuamente las cosas espirituales es señal de amor fraterno, de entrañable parentesco y de sincero afecto.
Pero advierte también, y ya desde el principio, la actitud dócil y sencilla de Pedro. Acude sin tardanza: Y lo llevó a Jesús, afirma el evangelio. Pero que nadie lo acuse de ligereza por aceptar el anuncio sin una detenida consideración. Lo más probable es que su hermano le contase más cosas detalladamente, pues los evangelistas resumen muchas veces los hechos, por razones de brevedad. Además, no afirma que Pedro creyera al momento, sino que lo llevó a Jesús, y a él se lo confió, para que del mismo Jesús aprendiera todas las cosas. Pues había también otro discípulo que tenía los mismos sentimientos.
Si Juan Bautista, cuando afirma: Éste es el Cordero, y: Bautiza con Espíritu Santo, deja que sea Cristo mismo quien exponga con mayor claridad estas verdades, mucho más hizo Andrés, quien, no juzgándose capaz para explicarlo todo, condujo a su hermano a la misma fuente de la luz, tan contento y presuroso, que su hermano no dudó ni un instante en acudir a ella.
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FRANCISCO Y EL CRUCIFIJO DE SAN DAMIÁN
Del discurso de S. S. Benedicto XVI
durante el encuentro con los jóvenes
ante la Basílica de Santa María de los Ángeles (17-VI-2007)
Queridos jóvenes:
Al visitar esta mañana San Damián, y luego la basílica de Santa Clara, donde se conserva el Crucifijo original que habló a san Francisco, también yo fijé mi mirada en los ojos de Cristo. Es la imagen de Cristo crucificado y resucitado, vida de la Iglesia, que, si estamos atentos, nos habla también a nosotros, como habló hace dos mil años a sus Apóstoles y hace ochocientos años a san Francisco. La Iglesia vive continuamente de este encuentro.
Sí, queridos jóvenes: dejemos que Cristo se encuentre con nosotros. Fiémonos de él, escuchemos su palabra. Él no sólo es un ser humano fascinante. Desde luego, es plenamente hombre, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado (cf. Hb 4,15). Pero también es mucho más: Dios se hizo hombre en él y, por tanto, es el único Salvador, como dice su nombre mismo: Jesús, o sea, «Dios salva».
A Asís se viene para aprender de san Francisco el secreto para reconocer a Jesucristo y hacer experiencia de Él. Según lo que narra su primer biógrafo, esto es lo que sentía Francisco por Jesús: «Siempre llevaba a Jesús en el corazón. Llevaba a Jesús en los labios, llevaba a Jesús en los oídos, llevaba a Jesús en las manos, llevaba a Jesús en todos los demás miembros... Más aún, muchas veces, encontrándose de viaje, al meditar o cantar a Jesús, se olvidaba que estaba de viaje y se detenía a invitar a todas las criaturas a alabar a Jesús» (1 Cel 115). Así vemos cómo la comunión con Jesús abre también el corazón y los ojos a la creación.
En definitiva, san Francisco era un auténtico enamorado de Jesús. Lo encontraba en la palabra de Dios, en los hermanos, en la naturaleza, pero sobre todo en su presencia eucarística. A este propósito, escribe en su Testamento: «Del mismo altísimo Hijo de Dios no veo corporalmente nada más que su santísimo Cuerpo y su santísima Sangre» (Test 10). La Navidad de Greccio manifiesta la necesidad de contemplarlo en su tierna humanidad de niño (cf. 1 Cel 85-86). La experiencia de La Verna, donde recibió los estigmas, muestra hasta qué grado de intimidad había llegado en su relación con Cristo crucificado. Realmente pudo decir con san Pablo: «Para mí vivir es Cristo» (Flp 1,21). Si se desprende de todo y elige la pobreza, el motivo de todo esto es Cristo, y sólo Cristo. Jesús es su todo, y le basta.
Precisamente porque es de Cristo, san Francisco es también hombre de Iglesia. El Crucifijo de San Damián le había pedido que reparara la casa de Cristo, es decir, la Iglesia. Entre Cristo y la Iglesia existe una relación íntima e indisoluble. Ciertamente, en la misión de Francisco, ser llamado a repararla implicaba algo propio y original. Al mismo tiempo, en el fondo, esa tarea no era más que la responsabilidad que Cristo atribuye a todo bautizado. También a cada uno de nosotros nos dice: «Ve y repara mi casa». Todos estamos llamados a reparar, en cada generación, la casa de Cristo, la Iglesia. Y sólo actuando así, la Iglesia vive y se embellece. Como sabemos, hay muchas maneras de reparar, de edificar, de construir la casa de Dios, la Iglesia. Se edifica con las diferentes vocaciones, desde la laical y familiar hasta la vida de especial consagración y la vocación sacerdotal.
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