jueves, 1 de diciembre de 2016

DÍA 1 DE DICIEMBRESANTOS EDMUNDO CAMPION, RODOLFO SHERWIN Y ALEJANDRO BRIANT, ETC.


.
SANTOS EDMUNDO CAMPION, RODOLFO SHERWIN Y ALEJANDRO BRIANT. Santos mártires, sacerdotes, que fueron ahorcados, destripados y descuartizados en la plaza Tyburn de Londres el 1 de diciembre de 1581, bajo el reinado de Isabel I. Edmundo nació en Londres en 1540. Siendo estudiante en Oxford prestó el juramento de la soberanía religiosa de la Reina. El estudio de la Escritura y de los Padres le provocó una crisis religiosa. Marchó a Douai (Francia), se hizo católico, ingresó en la Compañía de Jesús y se ordenó de sacerdote en Praga. Regresó a Inglaterra en 1580 y ejerció su ministerio en distintos pueblos. Hizo valientes manifestaciones públicas de palabra y por escrito a favor de la fe católica, de la que no consiguieron que abjurara las torturas ni las promesas. Rodolfo nació en Rodesley el año 1550, estudió en Oxford, se hizo católico y entonces marchó a Douai y Roma, y recibió la ordenación sacerdotal. Cuando volvió a su patria, sólo pudo hacer apostolado tres meses porque enseguida lo arrestaron y lo encerraron en la Torre de Londres, donde lo torturaron. Alejandro nació en Somerset el año 1556. Estudió en Oxford y cuando ingresó en la Iglesia Católica marchó al seminario de Douai, donde se ordenó de sacerdote. Vuelto a Inglaterra en 1579 empezó a ejercer su apostolado. Lo detuvieron, y estando ya en la cárcel fue admitido en la Compañía de Jesús.
BEATO ANTONIO BONFADINI. Nació en Ferrara (Italia) el año 1400 en el seno de una familia acomodada. En su ciudad cursó estudios universitarios y llevó una ejemplar vida de seglar. A los 39 años ingresó en la Orden franciscana, en la que se distinguió por su fiel observancia de la Regla que había profesado. Ordenado de sacerdote, se entregó al ministerio de la predicación. Recorrió buena parte de Italia y, deseoso de misionar entre los infieles, estuvo algún tiempo en Tierra Santa. De nuevo en su patria, continuó con gran celo su apostolado, en el que gozó de fama de santidad y de milagros. Murió en Cotignola (Emilia) el 1 de diciembre de 1482. Su cuerpo incorrupto es venerado en la iglesia de San Francisco de Cotignola, provincia de Ravena.
BEATA MARÍA CLARA DEL NIÑO JESÚS. Fundadora, con el P. Raimundo dos Anjos, de las Franciscanas Hospitalarias de la Inmaculada Concepción, cuya labor se centra en la hospitalidad, acogida y hospedaje de los más pobres y necesitados. Nació en Lisboa el año 1843. Vivió sus primeros años rodeada de afecto en un hogar feliz y noble; pronto quedó huérfana y fue acogida en el «Asilo de la Ayuda», regentado por las Hijas de la Caridad. Cuando en 1862 estas hermanas francesas fueron expulsadas de Portugal, fue acogida por los marqueses de Valada. No era de su agrado el fausto de la vida mundana y, en 1867, entró en el pensionado de San Patricio (Lisboa), de las Capuchinas de Ntra. Sra. de la Concepción. Como las leyes portuguesas impedían el ingreso en la vida religiosa, marchó a Calais, Francia, a la casa de las Franciscanas Hospitalarias y Maestras, donde hizo el noviciado y profesó en 1871. De regreso en Lisboa, comenzó la reforma espiritual de las Capuchinas, y así nació, tras dolorosas vicisitudes, la nueva congregación. Falleció en Lisboa el 1-XII-1899. Beatificada en 2011.
BEATO CARLOS DE FOUCAULD. Nació en Estrasburgo (Francia) el año 1858. En su adolescencia perdió la fe. Primero fue militar en el ejército francés y luego explorador de Marruecos. El testimonio de fe de los Musulmanes despertó en él una crisis acerca de Dios. Regresó a Francia y con la ayuda de un sacerdote, el P. Huvelin, recuperó la fe en 1886. Peregrinó a Tierra Santa y allí le impactó la vida de Jesús de Nazaret. Pasó 7 años en la Trapa, y después se estableció en Nazaret como empleado del monasterio de clarisas, viviendo como ermitaño. En 1901 se ordenó de sacerdote en Francia, y marchó al Sahara, primero Beni-Abbes, después Tamanrasset (Argelia) en medio de los Tuaregs del Hoggar. Quería ir al encuentro de los más alejados, los más olvidados y abandonados. El 1 de diciembre 1916, lo mató el disparo de una banda que rodeó su eremitorio. Siempre soñó compartir su vocación con otros y escribió varias reglas religiosas. En la actualidad, su familia espiritual comprende varias asociaciones, comunidades e institutos. Fue beatificado el año 2005.
BEATA MARÍA ROSA PELLESI. Nació en Prignano sulla Secchia (Módena, Italia) el año 1917. Desde el inicio, la vida le dio belleza, elegancia, buen humor, dulzura, alegría y mucha paz. A los 17 años llegó también el amor. Pero en 1940 lo dejó todo para entrar en el convento de las Franciscanas Misioneras de Cristo en Rímini. Se dedicó a la enseñanza hasta que, en 1945, tuvieron que internarla en la sección de enfermos de tuberculosis en el hospital Santa Ana de Ferrara, iniciando así, a los 27 años, una larguísima experiencia de dolor, que duraría otros 27 años, hospitalizada y sufriendo numerosísimas intervenciones quirúrgicas. Siempre buscó hacer la voluntad de Dios y ser santa en todas las circunstancias. En la escuela del Cristo crucificado aprendió a sufrir y sobre todo a entregarse como ofrenda por amor. Ante el agravamiento de su enfermedad, el 31 de agosto de 1947 anticipó la profesión perpetua. Hizo peregrinaciones a Loreto en 1948, 1950 y 1957, y a Lourdes en 1951. Murió el 1 de diciembre de 1972. Fue beatificada el año 2007.
* * *
San Agerico de Verdún. Nació en Harville (Lorena, Francia) hacia el año 530. Estudió en la escuela episcopal de Verdún, cuyo obispo lo ordenó de sacerdote y al que luego sucedió. Fue muy amigo de san Gregorio de Tours. Edificó iglesias nuevas, restauró las antiguas, construyó un baptisterio. Empleaba muchas horas en la predicación, trató con gran caridad a los pobres, procuró suavizar las costumbres violentas y tuvo problemas con el rey Teodorico por defender el derecho de asilo de las iglesias. Murió el año 588.
San Castriciano. Obispo de Milán en el siglo III.
San Domnolo. Fue primero abad del monasterio de San Lorenzo en París, y después obispo de Le Mans (Francia). Tuvo fama de hacer milagros. Murió el año 581.
San Eloy (o Eligio). Nació en Chaptelat (Lemosín, Francia) hacia el año 590. Trabajó de platero e hizo numerosas obras de arte para las iglesias. Llegó a ser director de la ceca (casa donde se acuñaba la moneda) de Marsella en tiempo del rey Clotario. El rey Dagoberto I lo llamó a la corte y le encomendó misiones de confianza. Por su parte, rescató a prisioneros de guerra, fundó monasterios, realizó numerosas obras de piedad y de caridad. Muerto el rey, recibió las órdenes sagradas y en el 641 fue elegido obispo de Noyon-Tournai. Fue un pastor celoso, fomentó la vida monástica, hizo viajes apostólicos y de evangelización por Flandes. Murió el año 660 en Noyon (Francia).
Santa Florencia. Virgen ermitaña que, convertida al Dios verdadero por el obispo san Hilario de Poitiers, lo acompañó cuando lo desterraron a Asia, y luego le siguió al regresar a su tierra. Murió en Poitiers (Francia) en la segunda mitad del siglo IV.
San Leoncio. Obispo de Frejus (Francia) desde antes del año 419, colaboró con los papas llevando a cabo en su diócesis las normas que le llegaban de Roma. Era muy amigo del monje Casiano, quien le dedicó sus primeras diez Colaciones. Colaboró con san Honorato en la fundación de la abadía de la isla de Lérins, pero no se inmiscuyó en los asuntos internos del monasterio. Murió hacia el año 433.
San Nahún. Es uno de los profetas menores del Antiguo Testamento. Nació en Elcós, lugar que no se ha podido localizar. Fue contemporáneo o casi contemporáneo del profeta Jeremías, y ejerció su ministerio entre la caída de Tebas (año 663 antes de Cristo) y la caída de Nínive (año 612 antes de Cristo), cuya destrucción a causa de sus crímenes anuncia. Predicó a Dios como el que gobierna el devenir de los tiempos y juzga con justicia a los pueblos.
Beato Casimiro Sykulski. Nació en Konskie (Polonia) el año 1882. Siendo aún adolescente ingresó en el semanario diocesano de Sandomierz. Se ordenó de sacerdote 1905 y se dedicó al ministerio parroquial. Durante la I Guerra Mundial fue capellán militar. Lograda la independencia de Polonia, fue por dos veces diputado de la República. Durante la II Guerra Mundial se dedicó al apostolado benéfico-social, atendiendo material y moralmente a las víctimas. Lo arrestaron los nazis y fue a parar al campo de exterminio de Oswiecim-Auschwitz en Polonia, donde lo fusilaron el 1 de diciembre de 1941.
Beata Clementina Nengapeta Anuarite. Nació en la periferia de Wamba (entonces Congo Belga) el año 1939 de padres paganos. Se bautizó junto con su madre y hermanas en 1943. Ingresó en la congregación indígena de la Sagrada Familia el año 1953. Se diplomó como maestra y se dedicó a la enseñanza. Durante la guerra civil, fue capturada por los simbas rebeldes, que la deportaron a Isiro (República Popular del Congo) en febrero de 1964. La maltrataron con crueldad y, por mantenerse en sus convicciones y negarse con firmeza a consentir las torpes pretensiones del comandante, éste la mató el 1 de diciembre de 1964. La beatificó Juan Pablo II en Kinshasa, el año 1985, en presencia de sus padres, que habían perdonado al asesino.
Beato Juan Beche. Estudió en Oxford y se hizo monje benedictino. Lo nombraron abad del monasterio de St. Werburgh en Chester, y en 1533 pasó a presidir la abadía de Colchester. Era muy amigo de los santos Juan Fisher y Tomás Moro, y se opuso a la política eclesiástica de Enrique VIII, pero prestó el juramento de supremacía. Cuando en 1538 fue disuelta su abadía, se dio cuenta de las verdaderas intenciones del monarca, y se negó a seguir apoyándolo. Lo acusaron de traición por su fidelidad a la Iglesia Católica y al Papa, lo encarcelaron, lo condenaron a muerte, y lo decapitaron en Colchester el año 1539, en tiempo del rey Enrique VIII.
Beata Liduina Meneguzzi. Nació en Giarre, barrio de Abano Terme, provincia de Padua, el año 1901. En 1926 ingresó en la Congregación de las Hermanas de San Francisco de Sales. Pidió que la enviaran a misiones, y 1937 la destinaron a Dire Dawa en Etiopía. Realizó una gran labor como enfermera. No tenía gran cultura teológica, pero sí una fuerte riqueza interior, alimentada por un profundo trato con Dios. Llegada la guerra, atendió a los heridos etíopes e italianos, y se relacionó con amor y sencillez con musulmanes, ortodoxos y paganos. Tras breve enfermedad, murió prematuramente el 1 de diciembre de 1941. Fue beatificada el año 2002.
Beato Ricardo Langley. Era un rico terrateniente de Grimthorpe (Inglaterra) que nació en torno al año 1546. Estaba casado y tenía cuatro hijas y un hijo. Era católico convencido y acogía en su casa a los sacerdotes, para los que llegó a hacer un refugio subterráneo. Lo delataron y, en un registro, los militares encontraron dos sacerdotes. Ante el tribunal no se arrepintió de haber acogido a sacerdotes, mensajeros de Dios, y permaneció en la cárcel entero, sereno, hasta contento y de buen humor por morir por una causa tan noble. Era socialmente bien considerado y respetado por su honestidad, sabiduría y sobriedad. Lo ahorcaron y luego lo destriparon y descuartizaron en York en año 1586, en tiempo de la reina Isabel I.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Alguien dijo a Jesús: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte». Jesús le respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,47-50).
Pensamiento franciscano:
Dice san Francisco: Sobre todos los que cumplan la voluntad de Dios, «descansará el espíritu del Señor, y hará en ellos habitación y morada. Y serán hijos del Padre celestial, cuyas obras hacen. Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo. Somos esposos cuando, por el Espíritu Santo, el alma fiel se une a Jesucristo. Somos hermanos cuando hacemos la voluntad de su Padre, que está en el cielo. Madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo, por el amor y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo» (2CtaF 48-53).
Orar con la Iglesia:
Oremos a Jesucristo, que es camino, verdad y vida, y digámosle: Ven, Señor, y quédate con nosotros.
-Jesús, Hijo del Altísimo, anunciado por el ángel Gabriel a María Virgen, ven a reinar para siempre sobre tu pueblo.
-Santo de Dios, ante cuya presencia el Precursor saltó de gozo en el seno de Isabel, ven y alegra al mundo con la gracia de tu salvación.
-Luz del mundo, a quien esperaban Simeón y todos los justos, ven a consolar a tu pueblo.
-Sol que naces de lo alto, como profetizó Zacarías, ven a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
Oración: Señor Jesús, concédenos seguirte viviendo fielmente nuestra vocación. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
* * *
SOBRE LA DIMENSIÓN DEL TIEMPO
Benedicto XVI, Ángelus del 30 de noviembre de 2008
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, con el primer domingo de Adviento, comenzamos un nuevo año litúrgico. Este hecho nos invita a reflexionar sobre la dimensión del tiempo, que siempre ejerce en nosotros una gran fascinación. Sin embargo, siguiendo el ejemplo de lo que solía hacer Jesús, deseo partir de una constatación muy concreta: todos decimos que «nos falta tiempo», porque el ritmo de la vida diaria se ha vuelto frenético para todos.
También a este respecto, la Iglesia tiene una «buena nueva» que anunciar: Dios nos da su tiempo. Nosotros tenemos siempre poco tiempo; especialmente para el Señor no sabemos, o a veces no queremos, encontrarlo. Pues bien, Dios tiene tiempo para nosotros. Esto es lo primero que el inicio de un año litúrgico nos hace redescubrir con una admiración siempre nueva. Sí, Dios nos da su tiempo, pues ha entrado en la historia con su palabra y con sus obras de salvación, para abrirla a lo eterno, para convertirla en historia de alianza. Desde esta perspectiva, el tiempo ya es en sí mismo un signo fundamental del amor de Dios: un don que el hombre puede valorar, como cualquier otra cosa, o por el contrario desaprovechar; captar su significado o descuidarlo con necia superficialidad.
Además, el tiempo de la historia de la salvación se articula en tres grandes «momentos»: al inicio, la creación; en el centro, la encarnación-redención; y al final, la «parusía», la venida final, que comprende también el juicio universal. Pero estos tres momentos no deben entenderse simplemente en sucesión cronológica. Ciertamente, la creación está en el origen de todo, pero también es continua y se realiza a lo largo de todo el arco del devenir cósmico, hasta el final de los tiempos. Del mismo modo, la encarnación-redención, aunque tuvo lugar en un momento histórico determinado -el período del paso de Jesús por la tierra-, extiende su radio de acción a todo el tiempo precedente y a todo el siguiente. A su vez, la última venida y el juicio final, que precisamente tuvieron una anticipación decisiva en la cruz de Cristo, influyen en la conducta de los hombres de todas las épocas.
El tiempo litúrgico de Adviento celebra la venida de Dios en sus dos momentos: primero, nos invita a esperar la vuelta gloriosa de Cristo; después, al acercarse la Navidad, nos llama a acoger al Verbo encarnado por nuestra salvación. Pero el Señor viene continuamente a nuestra vida.
Por tanto, es muy oportuna la exhortación de Jesús, que en este primer domingo se nos vuelve a proponer con fuerza: «Velad» (Mc 13,33.35.37). Se dirige a los discípulos, pero también «a todos», porque cada uno, en la hora que sólo Dios conoce, será llamado a rendir cuentas de su existencia. Esto implica un justo desapego de los bienes terrenos, un sincero arrepentimiento de los propios errores, una caridad activa con el prójimo y, sobre todo, un abandono humilde y confiado en las manos de Dios, nuestro Padre tierno y misericordioso. La Virgen María, Madre de Jesús, es icono del Adviento. Invoquémosla para que también a nosotros nos ayude a convertirnos en prolongación de la humanidad para el Señor que viene.
* * *
LAS DOS VENIDAS DE CRISTO
Catequesis 15 de san Cirilo de Jerusalén
Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo un significado de sufrimiento; esta otra, en cambio, llevará la diadema del reino divino.
Pues casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la eternidad; otro, de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Es doble también su descenso: el primero, silencioso, como la lluvia sobre el vellón; el otro, manifiesto, todavía futuro.
En la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre; en la segunda se revestirá de luz como vestidura. En la primera soportó la cruz, sin miedo a la ignominia; en la otra vendrá glorificado, y escoltado por un ejército de ángeles.
No pensamos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos también la futura. Y, habiendo proclamado en la primera: Bendito el que viene en nombre del Señor, diremos eso mismo en la segunda; y, saliendo al encuentro del Señor con los ángeles, aclamaremos, adorándolo: Bendito el que viene en nombre del Señor.
El Salvador vendrá, no para ser de nuevo juzgado, sino para llamar a su tribunal a aquellos por quienes fue llevado a juicio. Aquel que antes, mientras era juzgado, guardó silencio refrescará la memoria de los malhechores que osaron insultarle cuando estaba en la cruz, y les dirá: Esto hicisteis y yo callé.
Entonces, por razones de su clemente providencia, vino a enseñar a los hombres con suave persuasión; en esa otra ocasión, futura, lo quieran o no, los hombres tendrán que someterse necesariamente a su reinado.
De ambas venidas habla el profeta Malaquías: De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis. He ahí la primera venida.
Respecto a la otra, dice así: El mensajero de la alianza que vosotros deseáis: miradlo entrar -dice el Señor de los ejércitos-. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata.
Escribiendo a Tito, también Pablo habla de esas dos venidas en estos términos: Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. Ahí expresa su primera venida, dando gracias por ella; pero también la segunda, la que esperamos.
Por esa razón, en nuestra profesión de fe, tal como la hemos recibido por tradición, decimos que creemos en aquel que subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Vendrá, pues, desde los cielos, nuestro Señor Jesucristo. Vendrá ciertamente hacia el fin de este mundo, en el último día, con gloria. Se realizará entonces la consumación de este mundo, y este mundo, que fue creado al principio, será otra vez renovado.
* * *
SAN FRANCISCO Y LOS SACERDOTES
Del discurso de S. S. Benedicto XVI
durante el encuentro con los jóvenes
ante la Basílica de Santa María de los Ángeles (17-VI-2007)
[A cada uno de nosotros, como a Francisco, nos dice el Crucifijo de San Damián: «Ve y repara mi casa».]
Como sabemos, hay muchas maneras de reparar, de edificar, de construir la casa de Dios, la Iglesia. Se edifica con las diferentes vocaciones, desde la laical y familiar hasta la vida de especial consagración y la vocación sacerdotal.
En este punto, quiero decir algo precisamente sobre esta última vocación. San Francisco, que fue diácono, no sacerdote (cf. 1 Cel 86), sentía gran veneración por los sacerdotes. Aun sabiendo que incluso en los ministros de Dios hay mucha pobreza y fragilidad, los veía como ministros del Cuerpo de Cristo, y eso le bastaba para despertar en sí mismo un sentido de amor, de reverencia y de obediencia (cf. Test 6-10). Su amor a los sacerdotes es una invitación a redescubrir la belleza de esta vocación, vital para el pueblo de Dios.
Queridos jóvenes, rodead de amor y gratitud a vuestros sacerdotes. Si el Señor llamara a alguno de vosotros a este gran ministerio, o a alguna forma de vida consagrada, no dudéis en decirle «sí». No es fácil, pero es hermoso ser ministros del Señor, es hermoso gastar la vida por él.
El joven Francisco sintió un afecto realmente filial hacia su obispo, y en sus manos, despojándose de todo, hizo la profesión de una vida ya totalmente consagrada al Señor (cf. 1 Cel 15). Sintió de modo especial la misión del Vicario de Cristo, al que sometió su Regla y encomendó su Orden. En cierto sentido, el gran afecto que los Papas han manifestado a Asís a lo largo de la historia es una respuesta al afecto que san Francisco sintió por el Papa. Queridos jóvenes, a mí me alegra estar aquí, siguiendo las huellas de mis predecesores, y en particular del amigo, del amado Papa Juan Pablo II.
Como en círculos concéntricos, el amor de san Francisco a Jesús no sólo se extiende a la Iglesia sino también a todas las cosas, vistas en Cristo y por Cristo. De aquí nace el Cántico de las criaturas, en el que los ojos descansan en el esplendor de la creación: desde el hermano sol hasta la hermana luna, desde la hermana agua hasta el hermano fuego. Su mirada interior se hizo tan pura y penetrante, que descubrió la belleza del Creador en la hermosura de las criaturas. El Cántico del hermano sol, antes de ser una altísima página de poesía y una invitación implícita a respetar la creación, es una oración, una alabanza dirigida al Señor, al Creador de todo.
A la luz de la oración se ha de ver también el compromiso de san Francisco en favor de la paz. Este aspecto de su vida es de gran actualidad en un mundo que tiene tanta necesidad de paz y no logra encontrar el camino para alcanzarla. San Francisco fue un hombre de paz y un constructor de paz. Lo pone de manifiesto también mediante la bondad con que trató, aunque sin ocultar nunca su fe, con hombres de otras creencias, como lo atestigua su encuentro con el Sultán (cf. 1 Cel 57).
Si hoy el diálogo interreligioso, especialmente después del Concilio Vaticano II, ha llegado a ser patrimonio común e irrenunciable de la sensibilidad cristiana, san Francisco nos puede ayudar a dialogar auténticamente, sin caer en una actitud de indiferencia ante la verdad o en el debilitamiento de nuestro anuncio cristiano. Su actitud de hombre de paz, de tolerancia, de diálogo, nacía siempre de la experiencia de Dios-Amor. No es casualidad que su saludo de paz fuera una oración: «El Señor te dé la paz» (Test 23).
Queridos jóvenes, vuestra presencia aquí en tan gran número demuestra que la figura de san Francisco habla a vuestro corazón. De buen grado os vuelvo a presentar su mensaje, pero sobre todo su vida y su testimonio. Es tiempo de jóvenes que, como Francisco, se lo tomen en serio y sepan entrar en una relación personal con Jesús. Es tiempo de mirar a la historia de este tercer milenio, recién comenzado, como a una historia que necesita más que nunca ser fermentada por el Evangelio.
Hago mía, una vez más, la invitación que mi amado predecesor Juan Pablo II solía dirigir, especialmente a los jóvenes: «Abrid las puertas a Cristo». Abridlas como hizo san Francisco, sin miedo, sin cálculos, sin medida.
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario