domingo, 11 de diciembre de 2016

DÍA 11 DE DICIEMBRE: SAN DÁMASO I, SANTA MARÍA DE LAS MARAVILLAS DE JESÚS , etc.



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SAN DÁMASO I, papa del año 366 al año 384. Era de origen español y nació probablemente en Roma hacia el año 305. Siendo diácono incardinado en Roma, sirvió al papa Liberio y lo acompañó en el destierro. Le sucedió en la sede de Pedro el año 366, cuando la Iglesia pasaba por momentos muy delicados. Sufrió persecuciones, destierro y calumnias, hubo de reunir frecuentes sínodos contra los cismáticos y herejes, defendió la fe proclamada en el Concilio de Nicea, fue gran promotor del culto a los mártires, cuyos sepulcros decoró con sus versos. Encomendó a su amigo san Jerónimo que tradujera al latín la Biblia (la Vulgata), sustituyó el uso del griego por el latín en la liturgia, consolidó y adecentó las catacumbas, hizo de su propia casa una basílica dedicada a san Lorenzo. Murió el 11 de diciembre del año 384.-Oración: : Concédenos la gracia, Señor, de glorificarte siempre por el triunfo de tus mártires, a quienes profesó devoción entrañable el papa san Dámaso. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
SANTA MARÍA DE LAS MARAVILLAS DE JESÚS (María de las Maravillas Pidal y Chico de Guzmán). La Madre Maravillas nació en Madrid en 1891 de familia aristocrática. En 1919 ingresó en las carmelitas descalzas de El Escorial (Madrid), donde hizo su primera profesión en 1921. Fueron años de intensa oración ante el sagrario, en los que se forjó la fundación del Cerro de los Ángeles (Getafe, Madrid), centro geográfico de España, donde se había levantado un monumento al Sagrado Corazón de Jesús. El nuevo Carmelo, del que la madre Maravillas fue nombrada priora, se inauguró en 1926, y pronto se pobló de vocaciones. En 1936, al estallar la guerra civil, las monjas tuvieron que salir del convento, al que volvieron en 1939. Desde su clausura la Santa fundó en España y en India numerosos Carmelos de estricta observancia y también obras sociales en favor de los pobres. Fueron continuas sus enfermedades y penitencias, que sobrellevó con paz y serenidad. Murió en La Aldehuela (Madrid) el 11 de diciembre de 1974. Fue canonizada el año 2003.
BEATO HUGOLINO MAGALOTTI. Nació en Camerino, provincia de Macerata (Marcas, Italia), a principios del siglo XIV, de la noble familia de los Magalotti. Su madre murió a raíz del parto y su padre cuando él tenía 13 años. Desde niño fue desarrollando una intensa vida cristiana y, a la edad de 20 años, vendió los cuantiosos bienes que había heredado y los distribuyó a los pobres, ingresó en la Tercera Orden de San Francisco y se retiró a las grutas del monte Ragnolo, cerca de Fiegni (Macerata), donde vivió el resto de sus días como ermitaño, entregado a la oración y la penitencia. Se cuenta que sufrió espectaculares tentaciones y que realizó milagros. La gente de los alrededores, convencida de su santidad, acudía a él para pedirle consejo y consuelo, para conocerlo y encomendarse a sus oraciones. Murió el 11 de diciembre de 1373.
BEATO ARTURO (en religión Francisco) BELL. Nació en Temple Broughton (Worcestershire, Inglaterra) el año 1590. Para cursar la carrera eclesiástica se trasladó a Valladolid (España), donde recibió la ordenación sacerdotal en 1618. Aquel mismo año vistió el hábito franciscano en el convento del Abrojo, de la Provincia de la Concepción, en la que estuvo ejerciendo su ministerio hasta que, restablecida la Provincia franciscana de Inglaterra, volvió a su patria en 1634. Le confiaron distintos cargos de gobierno. El 6 de noviembre de 1640, fue arrestado y enviado a la cárcel de Newgate en Londres. Los esfuerzos por liberarlo resultaron infructuosos. En el proceso tres apóstatas testimoniaron contra él, que hizo una firme defensa de su ministerio. Condenado a muerte en tiempo del rey Carlos I, lo ahorcaron el 11 de diciembre de 1643 en la plaza de Tyburn (Londres) y luego lo destriparon y descuartizaron, por ser sacerdote católico, como él proclamó desde el patíbulo a la vez que reafirmaba su fe y perdonaba a quienes lo sacrificaban.
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San Daniel Estilita. Es el más famoso de los estilitas (anacoretas que por mayor austeridad vivían sobre una columna) después de san Simeón. Nació en Siria el año 409, entró en un monasterio y, acompañando a su superior, visitó a san Simeón Estilita. Volvió a visitarlo más tarde con el deseo de visitar Tierra Santa, cosa que le impidió la guerra. Marchó a Constantinopla, donde estuvo viviendo nueve años en una choza y se ordenó de sacerdote. Cuando murió san Simeón decidió seguir su ejemplo. El emperador León I, que le estaba agradecido, le construyó una doble columna en la que vivió 33 años dedicado a la oración y la penitencia, y a exhortar al pueblo que acudía a él. Murió en Constantinopla el año 493.
San Sabino. Obispo de Piacenza (Italia) a finales del siglo IV y comienzos del siglo V, fue amigo de san Ambrosio y el papa san Dámaso lo envió a Antioquía para resolver el problema del cisma de Melecio. Convirtió a una multitud de gente a la fe en Cristo, fundó monasterios para las vírgenes y defendió con energía la fe del Concilio de Nicea. Murió el año 420.
Santos Victorico y Fusciano. Fueron martirizados en el siglo III, en territorio de Amiens (Francia).
Beato David de Himmerod. Nació en Florencia hacia el año 1100. Cuando estudiaba en París conoció a san Bernardo y su movimiento de reforma monástica. Acudió a Claraval para abrazar la vida monástica y fue el mismo san Bernardo quien lo admitió y, en 1134, lo envió con un grupo de monjes a fundar un monasterio cisterciense en Himmerod, cerca de Tréveris en Alemania. Allí se entregó día y noche a la oración y a las buenas obras. Murió el año 1179.
Beato Franco Lippi. Nació en Grotti, cerca de Siena (Italia), el año 1211. Lo enviaron a estudiar a Siena, pero abrazó la vida militar y se entregó a todo tipo de desenfrenos. Perdió la vista y entonces recapacitó, se confesó y como penitencia peregrinó a Santiago de Compostela, donde recuperó la vista. Fue en peregrinación a otros santuarios y se estableció en Siena para vivir como ermitaño. Ya mayor consiguió que, viendo su perseverancia en la penitencia, lo admitieran en la Orden del Carmen en calidad de hermano. Edificó a todos por su humildad, austeridad y espíritu de oración. Murió el año 1291.
Beato Jerónimo Ranuzzi. Sacerdote de la Orden de los Siervos de María (servitas) que alcanzó la sabiduría de la santidad en la soledad y silencio de Sant'Angelo in Vado (Marcas, Italia), donde murió hacia 1468.
Beata María del Pilar Villalonga Villalba. Nació en Valencia (España) el año 1891. Huérfana de padre muy pronto y siendo la mayor de ocho hermanos, tuvo que ayudar a su madre en el hogar. Modelo de cristiana seglar, perteneció a la Acción Católica y a varias asociaciones parroquiales, en las que realizó un intenso apostolado y un generoso servicio a los pobres. Llegada la persecución de 1936, la detuvieron y en la cárcel consoló y confortó a los demás detenidos. La fusilaron en Burjassot (Valencia) el 11 de diciembre de 1936.
Beatos Martín Lumbreras Peralta y Melchor Sánchez Pérez. Estos dos sacerdotes, agustinos recoletos, fueron quemados vivos en Nagasaki (Japón) el año 1632. Martín nació en Zaragoza (España) el año 1598. De joven ingresó en los agustinos y se ofreció para ir a misiones. Marchó a Filipinas en 1622 y de camino, en México se ordenó de sacerdote. En Manila trabajó como sacristán y maestro de novicios. Con el beato Melchor consiguió llegar a Japón en 1632, pero apenas desembarcaron fueron delatados y tuvieron que refugiarse en los montes. Bajaban para realizar su tarea misionera, hasta que los apresaron. Melchor nació en Granada (España) el año 1599. Profesó en los agustinos en 1618. Camino de las misiones de Filipinas, se ordenó de sacerdote en México en 1622, y luego partió con el beato Martín para Manila. Diez años después los dos pasaron a Japón, donde compartieron fatigas y muerte.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo. Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora, así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia. Misericordia, Señor, misericordia, que estamos saciados de desprecios; nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos (Salmo 122).
Pensamiento franciscano:
Hablando de la devoción de san Francisco a la Navidad, escribe Celano: -Quería que en ese día los ricos den de comer en abundancia a los pobres y hambrientos y que los bueyes y los asnos tengan más pienso y hierba de lo acostumbrado. «Si llegare a hablar con el emperador -dijo-, le rogaré que dicte una disposición general por la que todos los pudientes estén obligados a arrojar trigo y grano por los caminos, para que en tan gran solemnidad las avecillas tengan en abundancia». No recordaba sin lágrimas la penuria que rodeó aquel día a la Virgen pobrecilla (2 Cel 200).
Orar con la Iglesia:
Invoquemos confiados a Cristo, pastor y guardián de nuestras vidas, y digámosle: Favorécenos, Señor, por tu bondad.
-Buen Pastor del rebaño de Dios, ven a reunir a todos los hombres en tu Iglesia.
-Ayuda, Señor, a los pastores de tu pueblo peregrino, para que apacienten sin desfallecer a tu grey hasta que vuelvas.
-Escoge de entre nosotros pregoneros de tu palabra, para que anuncien tu Evangelio hasta los confines del mundo.
-Ten compasión de los que en su trabajo desfallecen a mitad de camino, haz que encuentren un amigo que los levante y conforte.
-Muestra tu gloria en el gozo de tu reino a los que en este destierro escucharon tu voz.
Oración: Despierta tu poder y ven, Señor; que tu brazo liberador nos salve de los peligros que nos amenazan. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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EL «BELÉN» COMO PREPARACIÓN A LA NAVIDAD
Benedicto XVI, Ángelus del 11 de diciembre de 2005
Queridos hermanos y hermanas:
Después de celebrar la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, entramos en estos días en el sugestivo clima de la preparación próxima para la santa Navidad, y aquí ya vemos erigido el árbol. En la actual sociedad de consumo, este período sufre, por desgracia, una especie de "contaminación" comercial, que corre el peligro de alterar su auténtico espíritu, caracterizado por el recogimiento, la sobriedad y una alegría no exterior sino íntima.
Por tanto, es providencial que la fiesta de la Madre de Jesús se encuentre casi como puerta de entrada a la Navidad, puesto que ella mejor que nadie puede guiarnos a conocer, amar y adorar al Hijo de Dios hecho hombre. Así pues, dejemos que ella nos acompañe; que sus sentimientos nos animen, para que nos preparemos con sinceridad de corazón y apertura de espíritu a reconocer en el Niño de Belén al Hijo de Dios que vino a la tierra para nuestra redención. Caminemos juntamente con ella en la oración, y acojamos la repetida invitación que la liturgia de Adviento nos dirige a permanecer a la espera, una espera vigilante y alegre, porque el Señor no tardará: viene a librar a su pueblo del pecado.
En muchas familias, siguiendo una hermosa y consolidada tradición, inmediatamente después de la fiesta de la Inmaculada se comienza a montar el belén, para revivir juntamente con María los días llenos de conmoción que precedieron al nacimiento de Jesús. Construir el belén en casa puede ser un modo sencillo, pero eficaz, de presentar la fe para transmitirla a los hijos.
El belén nos ayuda a contemplar el misterio del amor de Dios, que se reveló en la pobreza y en la sencillez de la cueva de Belén. San Francisco de Asís quedó tan prendado del misterio de la Encarnación, que quiso reproducirlo en Greccio con un belén viviente; de este modo inició una larga tradición popular que aún hoy conserva su valor para la evangelización.
En efecto, el belén puede ayudarnos a comprender el secreto de la verdadera Navidad, porque habla de la humildad y de la bondad misericordiosa de Cristo, el cual «siendo rico, se hizo pobre» (2 Co 8,9) por nosotros. Su pobreza enriquece a quien la abraza y la Navidad trae alegría y paz a los que, como los pastores de Belén, acogen las palabras del ángel: «Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). Esta sigue siendo la señal, también para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI. No hay otra Navidad.
Como hacía el amado Juan Pablo II, dentro de poco también yo bendeciré las estatuillas del Niño Jesús que los muchachos de Roma colocarán en el belén de su casa. Con este gesto de bendición quisiera invocar la ayuda del Señor a fin de que todas las familias cristianas se preparen para celebrar con fe las próximas fiestas navideñas. Que María nos ayude a entrar en el verdadero espíritu de la Navidad.
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MARÍA Y LA IGLESIA
Del Sermón 51 del beato Isaac de Stella
El Hijo de Dios es el primogénito entre muchos hermanos, y, siendo por naturaleza único, atrajo hacia sí a muchos por la gracia, para que fuesen uno solo con él. Pues da poder para ser hijos de Dios a cuantos lo reciben.
Así pues, hecho hijo del hombre, hizo a muchos hijos de Dios. Atrajo a muchos hacia sí, único como es por su caridad y su poder: y todos aquellos que por la generación carnal son muchos, por la regeneración divina son uno solo con él.
Cristo es, pues, uno, formando un todo la cabeza y el cuerpo: uno nacido del único Dios en los cielos y de una única madre en la tierra; muchos hijos, a la vez que un solo hijo.
Pues así como la cabeza y los miembros son un hijo a la vez que muchos hijos, asimismo María y la Iglesia son una madre y varias madres; una virgen y muchas vírgenes.
Ambas son madres, y ambas vírgenes; ambas concibieron sin voluptuosidad, por obra del mismo Espíritu; ambas dieron a luz sin pecado la descendencia de Dios Padre. María, sin pecado alguno, dio a luz la cabeza del cuerpo; la Iglesia, por la remisión de los pecados, dio a luz el cuerpo de la cabeza. Ambas son la madre de Cristo, pero ninguna de ellas dio a luz al Cristo total sin la otra.
Por todo ello, en las Escrituras divinamente inspiradas, se entiende con razón como dicho en singular de la virgen María lo que en términos universales se dice de la virgen madre Iglesia, y se entiende como dicho de la virgen madre Iglesia en general lo que en especial se dice de la virgen madre María, y lo mismo si se habla de una de ellas que de la otra, lo dicho se entiende casi indiferente y comúnmente como dicho de las dos.
También se considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo cual la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, lo dice universalmente de la Iglesia, especialmente de María, y singularmente de cada alma fiel.
Por eso dice la Escritura: Y habitaré en la heredad del Señor. Heredad del Señor que es universalmente la Iglesia, especialmente María y singularmente cada alma fiel. En el tabernáculo del vientre de María habitó Cristo durante nueve meses; hasta el fin del mundo, vivirá en el tabernáculo de la fe de la Iglesia; y, por los siglos de los siglos, morará en el conocimiento y en el amor del alma fiel.
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SAN FRANCISCO Y LA VIRGEN MARÍA (II)
por Martín Steiner, OFM
2. La «Paupercula Virgo», la «Virgen pobrecilla»
El misterio de la encarnación es misterio de humildad y también, por tanto, de pobreza. Francisco apenas puede apartar de él su mirada interior (cf. 1 Cel 84-85). Y una vez más asocia a María a su amor a Cristo pobre. «Siendo Él sobremanera rico, quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza» (2CtaF 5). Siguiendo pues a san Pablo, Francisco señala expresamente esta opción deliberada, expresión de amor. Una pobreza sólo soportada sería signo del pecado del mundo, que excluye a los pobres del reparto de los bienes.
A más de esto, Celano llama a María: paupercula Virgo, «la Virgen pobrecilla», la «poverella» (2 Cel 200), expresión de la que es muy lógico pensar que se remonta al mismo Francisco. Este poner de relieve la pobreza de María, en unión con la de su Hijo, tiene su explicación en la contemplación intensa del misterio de Navidad: «No recordaba sin lágrimas la penuria que rodeó aquel día a laVirgen pobrecilla» (ibíd.). La pobreza caracteriza la vida de María a lo largo de toda su trayectoria: «Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios vivo omnipotente..., fue pobre y huésped y vivió de limosna tanto Él como la Virgen bienaventurada y sus discípulos...» (1 R 4-5). Este pensamiento conmueve a Francisco: «Una vez que se sentó a comer le dijo un hermano que la Santísima Virgen era tan pobrecilla, que a la hora de comer no tenía nada que dar a su Hijo. Oyendo esto el varón de Dios, suspiró con gran angustia, y, apartándose de la mesa, comió pan sobre la desnuda tierra» (TC 15; cf. 2 Cel 200). En una palabra: «Frecuentemente evocaba -no sin lágrimas- la pobreza de Cristo Jesús y de su Madre» (LM 7,1). Y por eso saca la conclusión de que «la pobreza es la reina de las virtudes, pues con tal prestancia había resplandecido en el Rey de los reyes y en la Reina, su Madre» (ibíd.; cf. 2 Cel 200).
Cristo es «el que ha de vivir eternamente y está glorificado» (CtaO 22). Pero desde el día en que Francisco se solidarizó con los leprosos y «practicó con ellos la misericordia» (cf. Test 2), comprendió que podía seguir encontrando a Cristo pobre en la persona de cualquier pobre. También aquí asocia espontáneamente a María a su Hijo: «Cuando ves a un pobre, ves un espejo del Señor y de su Madre pobre», decía Francisco a un hermano (2 Cel 85; cf. LM 8,5). Celano comenta: «El alma de Francisco desfallecía a la vista de los pobres...; en todos los pobres veía al Hijo de la Señora pobre llevando desnudo en el corazón a quien ella llevaba desnudo en los brazos» (2 Cel 83). Y cada día se renueva para él en la Eucaristía la maravilla de la encarnación: «Ved que diariamente se humilla (el Hijo de Dios), como cuando desde el trono real descendió al seno de la Virgen; diariamente viene a nosotros Él mismo en humilde apariencia; diariamente desciende del seno del Padre al altar en manos del sacerdote» (Adm 1,16-18).
En resumen, no podremos extrañarnos de verle formular su proyecto de vida: «Yo el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y la pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo y de su santísima Madre y perseverar en ella hasta el fin; y os ruego, mis señoras, y os aconsejo que viváis siempre en esta santísima vida y pobreza» (UltVol 1-2).
[En Selecciones de Franciscanismo, n. 28 (1981) 54-55].
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