domingo, 4 de diciembre de 2016

DÍA 5 DE DICIEMBRE: SAN SABAS. Beatos Joaquín Jovaní Marín y Vicente Jovaní Ávila, mártires, etc.


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SAN SABAS. Nació el año 439 en Mutalasca, cerca de Cesarea de Capadocia (Turquía). Muy joven ingresó en el cercano monasterio de Flaviana, y a los 18 años marchó a Tierra Santa. Pasó por varias comunidades monásticas de tipo diverso, de vida en común o anacoretas, en sus grutas o eremitorios. El año 478 se estableció en el valle del Cedrón, cerca de Jerusalén. Pronto se le unieron discípulos que comenzaron a poblar las grutas cercanas, y así empezó lo que sería la Gran Laura, con celdas para los que se incorporaban a ella. El año 491 recibió la ordenación sacerdotal. La gran afluencia de vocaciones lo obligó a fundar nuevas lauras, y el patriarca Elías de Jerusalén lo nombró archimandrita, superior de todos los ermitaños de Palestina. Al mismo tiempo, defendió con entereza la fe católica proclamada en el Concilio de Calcedonia el año 451 sobre la doble naturaleza de Cristo. Murió en su Gran Laura, cerca de Jerusalén, el 5 de diciembre del año 532.
Beatos Joaquín Jovaní Marín y Vicente Jovaní Ávila, mártiresBeatos Joaquín Jovaní Marín y Vicente Jovaní Ávila, mártires, tío y sobrino respectivamente, sacerdotes, Operarios Diocesanos, rector del seminario diocesano de Tarragona el primero, y prefecto de disciplina en el mismo el segundo. Cuando estalló la persecución religiosa, se encontraban en Seo de Urgel con sus seminaristas en un curso de verano. Hubieran podido marchar al extranjero, pero prefirieron estar junto a sus jóvenes. Encerrados en el barco-prisión "Río Segre", anclado en el puerto de Tarragona, y después en la cárcel de San Elías de Barcelona, siempre dieron pruebas de firmeza en la fe y santo abandono en las manos de Dios. El 5 de diciembre de 1936 los asesinaron en el cementerio de Moncada y Reixac.Joaquín nació en San Mateo (Castellón) en 1874. Su apostolado se centró en los seminarios diocesanos, de muchos de los cuales fue rector. Hay que destacar su labor en el Colegio Español de Roma, del que fue administrador de 1901 a 1906, y rector de 1914 a 1927, año en que fue elegido para un sexenio director general de los Operarios Diocesanos. Era hombre de gobierno, que ejercía con sencillez; su piedad era marcadamente litúrgica. Vicente nació en Benicarló (Castellón) en 1902. Fue un sacerdote muy espiritual, humilde, sencillo, alegre, entregado a la formación de los seminaristas, a la que dedicó sus años de apostolado en Valencia, Burgos, Valladolid y Tarragona. En todo momento se desvivió por los aspirantes al sacerdocio.- Beatificados el 13-X-2013.
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Santa Crispina. Nació en Thagora de Numidia (en la actual Argelia). Era cristiana seglar, casada y madre de familia. En tiempo de los emperadores Diocleciano y Maximiano, por no querer ofrecer sacrificios a los ídolos, fue degollada por mandato del procónsul Anolino en Tebessa (Argelia) el año 304. San Agustín recuerda y elogia con frecuencia su martirio.
San Geraldo de Braga. Fue monje y abad del monasterio de Moissac (Francia). El arzobispo de Toledo, Bernardo, que había sido también monje francés, lo llamó para que enseñara el canto romano a sus clérigos. Elegido obispo de Braga (Portugal), promovió la reforma gregoriana en el clero y el pueblo, visitó su diócesis, renovó el culto divino, restauró iglesias, cuidó la disciplina eclesiástica. Murió en Bornos, donde se encontraba haciendo la visita pastoral, el año 1108.
San Juan Almond. Nació en Allerton (Inglaterra) el año 1576. Estudiaba en Irlanda cuando decidió ser sacerdote, por lo que marchó a Reims y a Roma. Recibió la ordenación sacerdotal en 1598 y cuatro años después volvió a Inglaterra. Se consagró al apostolado con gran celo, pero entre enormes dificultades y peligros. Lo detuvieron en marzo de 1612. Lo torturaron para conseguir que prestara un juramento en el que se negaba la autoridad del Papa. No lo consiguieron, y lo ahorcaron, destriparon y descuartizaron en la plaza Tyburn de Londres el 5 de diciembre de 1612, siendo rey Jacobo I.
San Lúcido. Monje del monasterio de San Pedro de Aquara, en Campania (Italia), donde murió hacia el año 938.
Beata Agustina Peña. Nació en Ruanales (Cantabria) en 1900. Emitió sus primeros votos en las Siervas de María el año 1927. La destinaron a la comunidad de Pozuelo de Alarcón (Madrid), donde se dedicó al cuidado de las hermanas enfermas y ancianas, al tiempo que cultivaba la huerta de la casa. Cuando estalló la persecución religiosa, se refugió con tres hermanas (cf. 7-XII) en casa de una familia amiga. Los milicianos ordenaron evacuar Pozuelo. En su huida, estando en Las Rozas (Madrid), fue acusada de ser religiosa porque alguien la vio rezar el rosario. De inmediato la detuvieron y asesinaron. Era el 5 de diciembre de 1936. Beatificada el 13-X-2013.
Beato Bartolomé Fanti. Nació en Mantua (Lombardía, Italia) y de joven ingresó en la Orden del Carmen, en su congregación mantuana. Ordenado de sacerdote, se dedicó a la predicación y, con la palabra y el ejemplo, hizo un gran bien a los fieles. Se distinguió por su amor a la Eucaristía, centro de su vida apostólica, y por su filial devoción a la Virgen María. Además, consagró gran parte de su vida a la Compañía del Carmen, una asociación seglar que vivía del espíritu del Carmelo, a la que dio su Regla, inspirada en la tradición carmelitana. Murió en Mantua el año 1495.
Beato Felipe Rinaldi. Nació en Lu Monferrato (Piamonte, Italia) el año 1856. Conoció a san Juan Bosco y por influencia suya ingresó en la Sociedad Salesiana. Se ordenó de sacerdote en 1882. Don Bosco tuvo mucha confianza en él y le confió diferentes ministerios. Estuvo en España de 1889 a 1901 difundiendo y consolidando las comunidades salesianas. El beato Miguel Rua lo nombró vicario general, responsabilidad en la que desarrolló una amplia labor religiosa y social. En 1921 fue elegido tercer sucesor de Don Bosco. Dio un gran impulso a la congregación y fomentó mucho la dimensión misionera de los salesianos y salesianas. Murió en Turín el año 1931.
Beato Narciso Putz. Nació en Sierakow (Polonia) el año 1877. Estudió en el seminario diocesano de Poznan y se ordenó de sacerdote en 1902. Ejerció el ministerio pastoral en varias parroquias y en 1937 fue nombrado canónigo honorario de la catedral. Al comienzo de la II Guerra Mundial fue detenido por los nazis y, después de pasar por varias cárceles, acabó en el campo de concentración de Dachau (Alemania). Las inhumanas condiciones del campo minaron su salud y murió el año 1942 agotado por tantos y tan crueles suplicios como le propinaron.
Beato Nicolás Stensen (o Stenon). Nació en Copenhague (Dinamarca) el año 1638 en el seno de una familia rica luterana. Estudió medicina en Copenhague, Rostock y Amsterdam. Fue uno de los más ilustres científicos de su tiempo y publicó estudios importantes. La gracia lo tocó en la procesión del Corpus Christi de Livorno, y en 1667 ingresó formalmente en el catolicismo. Tras la adecuada preparación, se ordenó de sacerdote en 1675. El papa Inocencio XI lo nombró vicario apostólico de Hannover. Visitó asiduamente y evangelizó su extenso vicariato y evitó el enfrentamiento con el clero protestante, con el que mantuvo relaciones de cortesía. Murió el año 1686 en Schwerin (Alemania), mientras visitaba a sus feligreses.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: -Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla (Lc 10,21).
Pensamiento franciscano:
Dice san Francisco en su Paráfrasis del Padrenuestro: -Santísimo Padre nuestro... Venga a nosotros tu reino: para que tú reines en nosotros por la gracia y nos hagas llegar a tu reino, donde la visión de ti es manifiesta, la dilección de ti perfecta, la compañía de ti bienaventurada, la fruición de ti sempiterna (ParPN 4).
Orar con la Iglesia:
El Señor, Padre todopoderoso, tenderá otra vez su mano para rescatar al resto de su pueblo; supliquémosle, pues, confiados: Venga a nosotros tu reino, Señor.
-Concédenos, Señor, dar aquel fruto que pide la conversión, para que podamos recibir tu reino que se acerca.
-Prepara, Señor, en nuestros corazones, un camino para tu Palabra que ha de venir; así tu gloria se manifestará al mundo por medio de nosotros.
-Abaja los montes y las colinas de nuestro orgullo y levanta los valles de nuestros desánimos y de nuestras cobardías.
-Destruye los muros del odio que divide a las naciones y a las personas y allana los caminos de la concordia entre los hombres y los pueblos.
Oración: Señor y Dios nuestro, ayúdanos para que la presencia de tu Hijo, ya cercano, nos renueve y nos libre de volver a caer en la antigua servidumbre del pecado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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RESPUESTA LIBRE Y RESPONSABLE DEL HOMBRE A DIOS
Benedicto XVI, Ángelus del 4 de diciembre de 2005
Queridos hermanos y hermanas:
En este tiempo de Adviento la comunidad eclesial, mientras se prepara para celebrar el gran misterio de la Encarnación, está invitada a redescubrir y profundizar su relación personal con Dios.
La palabra latina "adventus" se refiere a la venida de Cristo y pone en primer plano el movimiento de Dios hacia la humanidad, al que cada uno está llamado a responder con la apertura, la espera, la búsqueda y la adhesión. Y al igual que Dios es soberanamente libre al revelarse y entregarse, porque sólo lo mueve el amor, también la persona humana es libre al dar su asentimiento, aunque tenga la obligación de darlo: Dios espera una respuesta de amor. Durante estos días la liturgia nos presenta como modelo perfecto de esa respuesta a la Virgen María, a quien el próximo 8 de diciembre contemplaremos en el misterio de la Inmaculada Concepción.
La Virgen, que permaneció a la escucha, siempre dispuesta a cumplir la voluntad del Señor, es ejemplo para el creyente que vive buscando a Dios. A este tema, así como a la relación entre verdad y libertad, el concilio Vaticano II dedicó una reflexión atenta. En particular, los padres conciliares aprobaron, hace exactamente cuarenta años, una Declaración concerniente a la cuestión de la libertad religiosa, es decir, al derecho de las personas y de las comunidades a poder buscar la verdad y profesar libremente su fe. Las primeras palabras, que dan el título a este documento, son "Dignitatis humanae": la libertad religiosa deriva de la singular dignidad del hombre que, entre todas las criaturas de esta tierra, es la única capaz de entablar una relación libre y consciente con su Creador. «Todos los hombres -dice el Concilio-, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir, dotados de razón y voluntad libre, (...) se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo la verdad religiosa" (Dignitatis humanae, 2).
El Vaticano II reafirma así la doctrina católica tradicional, según la cual el hombre, en cuanto criatura espiritual, puede conocer la verdad y, por tanto, tiene el deber y el derecho de buscarla (cf. ib., 3). Puesto este fundamento, el Concilio insiste ampliamente en la libertad religiosa, que debe garantizarse tanto a las personas como a las comunidades, respetando las legítimas exigencias del orden público. Y esta enseñanza conciliar, después de cuarenta años, sigue siendo de gran actualidad. En efecto, la libertad religiosa está lejos de ser asegurada efectivamente por doquier: en algunos casos se la niega por motivos religiosos o ideológicos; otras veces, aunque se la reconoce teóricamente, es obstaculizada de hecho por el poder político o, de manera más solapada, por el predominio cultural del agnosticismo y del relativismo.
Oremos para que todos los hombres puedan realizar plenamente la vocación religiosa que llevan inscrita en su ser. Que María nos ayude a reconocer en el rostro del Niño de Belén, concebido en su seno virginal, al divino Redentor, que vino al mundo para revelarnos el rostro auténtico de Dios.
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SOBRE EL TIEMPO DE ADVIENTO
De las Cartas pastorales de san Carlos Borromeo
Ha llegado, amadísimos hermanos, aquel tiempo tan importante y solemne, que, como dice el Espíritu Santo, es tiempo favorable, día de la salvación, de la paz y de la reconciliación; el tiempo que tan ardientemente desearon los patriarcas y profetas y que fue objeto de tantos suspiros y anhelos; el tiempo que Simeón vio lleno de alegría, que la Iglesia celebra solemnemente y que también nosotros debemos vivir en todo momento con fervor, alabando y dando gracias al Padre eterno por la misericordia que en este misterio nos ha manifestado. El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros, pecadores, nos envió a su Hijo único, para librarnos de la tiranía y del poder del demonio, invitarnos al cielo e introducirnos en lo más profundo de los misterios de su reino, manifestarnos la verdad, enseñarnos la honestidad de costumbres, comunicarnos el germen de las virtudes, enriquecernos con los tesoros de su gracia y hacernos sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.
La Iglesia celebra cada año el misterio de este amor tan grande hacia nosotros, exhortándonos a tenerlo siempre presente. A la vez nos enseña que la venida de Cristo no sólo aprovechó a los que vivían en el tiempo del Salvador, sino que su eficacia continúa, y aún hoy se nos comunica si queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos.
La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias, si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo.
Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísima de nuestra salvación, nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como si hubiera él de venir nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo enseñaron con sus palabras y ejemplos los patriarcas del antiguo Testamento para que en ello los imitáramos.
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FRANCISCO, HERALDO DE MARÍA, LA MADRE DE JESÚS
por José Álvarez, OFM
Decir que san Francisco no fue un teólogo de escuela resulta ya un tópico, pero es verdad. Él no es un teólogo, es un lugar teológico, diríamos. Por eso, cuando nos acercamos a él para tratar un tema, uno se encuentra desarmado, porque sus escritos son breves, no tiene una doctrina sistematizada ni tesis doctrinales desarrolladas.
Francisco es un sentidor, un creyente lleno del Espíritu Santo, un testigo que nos ha transmitido una experiencia y nos invita a reproducirla en nuestras vidas. San Francisco se definió simple e iletrado, pequeñuelo, siervo, heraldo del gran Rey. No lo dijo, pero podía haber dicho que fue también el heraldo, el pregonero de la Virgen, su caballero amante, de la que predicó mucho y escribió poco, pero, quizás, en ese poco dijo todo lo que se puede decir y predicar de la Virgen María.
En san Francisco la clave de interpretación de todas sus actitudes y expresiones es el amor. Rubén Darío lo ha contemplado y descrito certeramente con dos palabras: «Un hombre con alma de querube y corazón de lis». El «serafín de Asís», le llama el pueblo devoto. Francisco amaba a Dios y a todas las criaturas con todo su ser, pero de modo particular «amaba con indecible afecto a la madre del Señor Jesús, por ser ella la que ha convertido en hermano nuestro al Señor de la majestad, y por haber nosotros alcanzado misericordia mediante ella. Después de Cristo, depositaba principalmente en ella su confianza; por eso la constituyó abogada suya y de todos los hermanos» (LM 9,3; cf. 2 Cel 198).
Lo de Francisco transciende el sentimentalismo; es devoción auténtica, y es amor filial motivado por lo que es nuclear en la Virgen María: su maternidad. Esta es la motivación que explica todo lo que Francisco siente, vive y nos transmite cuando habla y cuando escribe. Dice su biógrafo Celano que «le tributaba peculiares alabanzas, le multiplicaba oraciones, y le ofrecía afectos tantos y tales como no puede expresar lengua humana. ¡Ea, abogada de los pobres!, cumple con nosotros tu misión de tutora hasta el día señalado por el Padre» (2 Cel 198).
Francisco veía en María, por su condición de madre, la prolongación de la misericordia, del amor y de la omnipotencia de Jesús, su hijo y redentor nuestro. Ambos, como diría la teología posterior, fueron predestinados en un mismo decreto por el Padre para consumar la misma obra: la redención del género humano. Madre e Hijo constituyen un tándem indesglosable.
Dos fiestas eran para San Francisco objeto de particular fervor y regocijo, y para las que se preparaba con un retiro de cuarenta días de oración y ayuno: Navidad y la Asunción.
La Navidad, nos dice Celano, «la llamaba la fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de madre humana» (2 Cel 199). Cuando meditaba este misterio, dicen las fuentes franciscanas que lloraba de ternura y agradecimiento. Este agradecimiento lo expresa ante el Padre cuando en el capítulo 23 de la primera Regla, su "credo", al hacer un repaso de la historia de la salvación, escribe: «Y te damos gracias porque (...) quisiste que Él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima Santa María» (1 R 23,3).
María es para Francisco, como no podía por menos, modelo y ejemplo. En un escrito dirigido a toda la Orden dice a los hermanos sacerdotes que celebran, reciben y administran el cuerpo del Señor: «Si la bienaventurada Virgen es tan honrada, como es justo, porque ha llevado en su santísimo seno al Señor..., ¡cuán santo, justo y digno debe ser quien toca con las manos ese mismo cuerpo en la eucaristía!» (cf. CtaO 21).
La ejemplaridad de María es propuesta por Francisco a los hermanos en paralelo con Cristo, su hijo, en particular cuando se refiere a la santa pobreza. En la Carta a todos los fieles, después de referirse al misterio de la Encarnación, añade: «Y, siendo Él sobremanera rico, quiso, junto con la beatísima Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza» (2CtaF 5). Llamaba a la pobreza reina de las virtudes, «pues con tal prestancia había resplandecido en el Rey de los reyes y en la Reina, su Madre» (LM 7,1; cf. 2 Cel 200). En su "Testamento" a la hermana Clara le recuerda: «Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y la pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo y de su santísima Madre, y perseverar en ella hasta el fin» (UltVol 1-2).
San Francisco quiso ser pobre porque Cristo y su Madre fueron pobres y vivieron pobres. Amaba a los pobres y veía en ellos, con los ojos de la fe, un icono de Cristo y de su pobrísima Madre. Solía decir: «Hermano, cuando ves a un pobre, ves un espejo del Señor y de su Madre pobre» (2 Cel 85). Francisco, que tanto amó y veneró a María por el don de su maternidad divina, se alegraba y daba también gracias por saber que, por gracia de Dios y obra del Espíritu Santo, él, y cualquier cristiano, puede ser respecto de Cristo espiritualmente lo que la Virgen fue física y biológicamente, es decir, engendrarlo por la escucha de la Palabra, llevarlo en el corazón y darlo a luz mediante las obras santas, que deben ser luz para ejemplo de los otros (cf. 2CtaF 53; 1CtaF I, 10). Después de Cristo, su Madre, María, pero siempre y en todo inseparables.
[En Santuario, n. 115, 1997, pp. 5-6]
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