martes, 20 de diciembre de 2016

DÍA 21 DE DICIEMBRE: FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO, SAN PEDRO CANISIO, etc.


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FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO. La piedad popular es sensible al tiempo de Adviento, sobre todo en cuanto memoria de la preparación a la venida del Mesías. No se le escapa, es más, subraya llena de estupor, el acontecimiento extraordinario por el que el Dios de la gloria se ha hecho niño en el seno de una mujer virgen, pobre y humilde. Los fieles son especialmente sensibles a las dificultades que la Virgen María tuvo que afrontar durante su embarazo y se conmueven al pensar que en la posada no hubo un lugar para José ni para María, que estaba a punto de dar a luz al Niño. Con referencia al Adviento han surgido diversas expresiones de piedad popular. Como es sabido, a partir del siglo XIII se difundió la costumbre de preparar pequeños nacimientos en las habitaciones de las casas, sin duda por influencia del «nacimiento» celebrado en Greccio por san Francisco de Asís, el año 1223. La preparación de los mismos, en la cual participan especialmente los niños, se convierte en una ocasión para que los miembros de la familia entren en contacto con el misterio de la Navidad, y para que se recojan en un momento de oración o de lectura de las páginas bíblicas referidas al episodio del nacimiento de Jesús (Directorio sobre la piedad popular, 97 y 104).- Oración: Escucha, Señor, la oración de tu pueblo, alegre por la venida de tu Hijo en carne mortal, y haz que cuando vuelva en su gloria, al final de los tiempos, podamos alegrarnos de escuchar de sus labios la invitación a poseer el reino eterno. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
SAN PEDRO CANISIO, doctor de la Iglesia. Nació el año 1521 en Nimega (Holanda). Estudió en Lovaina y Colonia. En esta ciudad frecuentaba el monasterio de los cartujos, pero la lectura de los Ejercicios de san Ignacio y el practicarlos con el beato Pedro Fabra lo decidieron a entrar en la Compañía de Jesús en 1543. Fue ordenado de sacerdote el año 1546. Publicó las obras de varios Santos Padres. Participó activamente en el Concilio de Trento como teólogo. San Ignacio lo llamó a Roma y luego lo envió a Mesina y a Bolonia. Destinado a Alemania, desarrolló durante treinta años una valiente labor de defensa de la fe católica con sus escritos y predicación, contra las entonces recientes doctrinas protestantes. Su intensa y fructífera labor le valió el título de apóstol de Alemania. Publicó numerosas obras, entre las cuales destaca su Catecismo. Fue provincial de Alemania, consejero de príncipes y papas, estuvo presente en los principales acontecimientos de la Iglesia de su tiempo. Murió en Friburgo de Suiza el 21 de diciembre de 1597.- Oración Señor, Dios nuestro, que fortaleciste a san Pedro Canisio con la virtud y la ciencia para salvaguardar la unidad de la fe, concede a la comunidad de creyentes perseverar en la confesión de tu nombre, y a todos los que buscan la verdad el gozo de encontrarte. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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Santos Andrés Dung Lac y Pedro Truong Van Thi[Estos dos mártires vietnamitas murieron el 21 de diciembre de 1839 y su memoria, junto a la de otros mártires, se celebra el 24 de noviembre].Andrés nació en Vietnam de padres tan pobres, que lo vendieron de pequeño a un catequista, quien lo entregó a la misión de Vinh-Tri. Allí se bautizó, se educó, se hizo catequista y, con la adecuada preparación, se ordenó de sacerdote en 1823. Regentó parroquias hasta que lo arrestaron. Los cristianos pagaron un rescate y quedó libre. Continuó su apostolado en la clandestinidad, hasta que lo detuvieron en casa san Pedro Truong. Pedro nació en el seno de una familia cristiana de condición humilde. Fue catequista y se ordenó de sacerdote en 1806 a la edad de 43 años. Se entregó por entero al apostolado en los poblados que le confiaron, hasta que lo apresaron. Junto con san Andrés lo enviaron a Hanoi. Se negaron ambos a apostatar pisoteando el crucifijo, y los decapitaron.
San Miqueas. Es uno de los profetas menores del Antiguo Testamento. Ejerció su ministerio profético en tiempos de Jotán, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá, antes y después de la toma de Samaría el año 721 antes de Cristo, y quizá hasta la invasión de Senaquerib el 701. Con su predicación defendió a los oprimidos, condenó la idolatría y las injusticias sociales, y anunció al pueblo elegido que el Mesías prometido desde antiguo nacería en Belén de Judá.
San Temístocles. Sufrió el martirio en Licia (Turquía) en una fecha desconocida del siglo III. Según la tradición, durante la persecución del emperador Decio, se ofreció espontáneamente en lugar de san Dióscoro, a quien buscaban los agentes de la autoridad romana para matarlo. Lo sometieron al potro, lo arrastraron por las calles y lo apalearon, y así consiguió la palma del martirio.
Beato Domingo Spadafora. Nació en Randazzo (Sicilia) hacia 1450 de familia noble. De joven ingresó en los dominicos y, hechos los estudios correspondientes, se ordenó de sacerdote, tras de lo cual se dedicó al ministerio de la predicación hasta que el Maestro General lo llamó como colaborador suyo. Cuando su Orden fundó el convento de Monte Cerignone (Las Marcas, Italia), lo nombraron prior del mismo y del santuario de la Virgen de las Gracias. Allí permaneció el resto de su vida para provecho de los fieles, gobernando su comunidad y extendiendo su apostolado a toda la región. Murió en 1521.
Beato Pedro Friedhofen. Nació en Weitersburg (Alemania) el año 1819. Quedó huérfano de padre cuando tenía un año, y de madre, a los nueve, quedando su familia en la miseria. Aprendió de su hermano el oficio de deshollinador, y lo ejercía a la vez que se dedicaba al apostolado entre la juventud. Entró en el noviciado de los redentoristas, pero tuvo que dejarlo para atender a su cuñada que había quedado viuda y con once hijos. Promovió obras para la atención de pobres y enfermos, y para su cuidado fundó la Congregación de los Hermanos de la Misericordia de María Auxiliadora. Murió en Coblenza (Alemania) el año 1860.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Dice san Juan: -Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de vida (pues la Vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba con el Padre y se nos ha manifestado (1 Jn 1,1-2).
Pensamiento franciscano:
-Tres años antes de su muerte, Francisco se dispuso a celebrar en el castro de Greccio la memoria del nacimiento del niño Jesús, a fin de excitar la devoción de los fieles... El varón de Dios estaba lleno de piedad ante el pesebre, con los ojos arrasados en lágrimas y el corazón inundado de gozo. Se celebra sobre el mismo pesebre la misa solemne, en la que Francisco, levita de Cristo, canta el santo evangelio. Predica después al pueblo allí presente sobre el nacimiento del Rey pobre, y cuando quiere nombrarlo -transido de ternura y amor-, lo llama «Niño de Bethlehem» (LM 10,7).
Orar con la Iglesia:
Elevemos nuestras súplicas al Padre por mediación de Jesucristo, el Señor, que viene a visitarnos:
-Para que la esperanza de la venida del Señor mantenga a la Iglesia siempre en camino hacia su encuentro.
-Para que la fraternidad de los cristianos reavive la esperanza de los pobres, los marginados y todos los que sufren.
-Para que el Señor conceda luz y fuerza a los gobernantes en la búsqueda de soluciones de paz y justicia para los problemas que agobian a la humanidad.
-Para que en nuestra vida diaria nos encontremos con el Señor y nos convirtamos luego en testigos suyos.
Oración: Dios, Padre de misericordia, escucha las oraciones de tus hijos y concédenos prepararnos con la Virgen María para recibir a tu Hijo que viene. Él que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
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LA ANUNCIACIÓN Y LA NAVIDAD
Benedicto XVI, Ángelus del 21 de diciembre de 2008
Queridos hermanos y hermanas:
El evangelio del cuarto domingo de Adviento nos vuelve a proponer el relato de la Anunciación (Lc 1,26-38), el misterio al que volvemos cada día al rezar el Ángelus. Esta oración nos hace revivir el momento decisivo en el que Dios llamó al corazón de María y, al recibir su "sí", comenzó a tomar carne en ella y de ella. La oración "Colecta" de la misa de hoy es la misma que se reza al final del Ángelus: «Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que por el anuncio del ángel hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección».
A pocos días ya de la fiesta de Navidad, se nos invita a dirigir la mirada al misterio inefable que María llevó durante nueve meses en su seno virginal: el misterio de Dios que se hace hombre. Este es el primer eje de la redención. El segundo es la muerte y resurrección de Jesús, y estos dos ejes inseparables manifiestan un único plan divino: salvar a la humanidad y su historia asumiéndolas hasta el fondo al hacerse plenamente cargo de todo el mal que las oprime.
Este misterio de salvación, además de su dimensión histórica, tiene también una dimensión cósmica: Cristo es el sol de gracia que, con su luz, «transfigura y enciende el universo en espera» (Liturgia). La misma colocación de la fiesta de Navidad está vinculada al solsticio de invierno, cuando las jornadas, en el hemisferio boreal, comienzan a alargarse. A este respecto, tal vez no todos saben que la plaza de San Pedro es también una meridiana; en efecto, el gran obelisco arroja su sombra a lo largo de una línea que recorre el empedrado hacia la fuente que está bajo esta ventana, y en estos días la sombra es la más larga del año. Esto nos recuerda la función de la astronomía para marcar los tiempos de la oración. El Ángelus, por ejemplo, se recita por la mañana, a mediodía y por la tarde, y con la meridiana, que en otros tiempos servía precisamente para conocer el «mediodía verdadero», se regulaban los relojes.
El hecho de que precisamente hoy, 21 de diciembre, a esta misma hora, caiga el solsticio de invierno me brinda la oportunidad de saludar a todos aquellos que van a participar de varias maneras en las iniciativas del año mundial de la astronomía, el 2009, convocado en el cuarto centenario de las primeras observaciones de Galileo Galilei con el telescopio. Entre mis predecesores de venerada memoria ha habido cultivadores de esta ciencia, como Silvestre II, que la enseñó, Gregorio XIII, a quien debemos nuestro calendario, y san Pío X, que sabía construir relojes de sol. Si los cielos, según las bellas palabras del salmista, «narran la gloria de Dios» (Sal 19,2), también las leyes de la naturaleza, que en el transcurso de los siglos tantos hombres y mujeres de ciencia nos han ayudado a entender cada vez mejor, son un gran estímulo para contemplar con gratitud las obras del Señor.
Volvamos ahora nuestra mirada a María y José, que esperan el nacimiento de Jesús, y aprendamos de ellos el secreto del recogimiento para gustar la alegría de la Navidad. Preparémonos para acoger con fe al Redentor que viene a estar con nosotros, Palabra de amor de Dios para la humanidad de todos los tiempos.
[Después del Ángelus] Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. El evangelio que se ha proclamado en este cuarto domingo de Adviento nos presenta la escena de la Anunciación del arcángel Gabriel, en la que, mediante el fiat ("hágase") de María, el Verbo eterno se hizo carne en su seno virginal. Pongamos a la santísima Virgen como intercesora en estos últimos días de preparación para la Navidad. Que ella nos alcance la gracia de estar bien dispuestos para recibir al Niño-Dios en nuestras vidas.
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TODO EL MUNDO ESPERA LA RESPUESTA DE MARÍA
San Bernardo de Claraval, Homilía 4, 8-9,
sobre las excelencias de la Virgen Madre
Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia.
Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida.
Esto te suplica, oh piadosa Virgen, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Esto Abrahán, esto David, con todos los santos antecesores tuyos, que están detenidos en la región de la sombra de la muerte; esto mismo te pide el mundo todo, postrado a tus pies.
Y no sin motivo aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje.
Da pronto tu respuesta. Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna.
¿Por qué tardas? ¿Qué recelas? Cree, di que sí y recibe. Que tu humildad se revista de audacia, y tu modestia de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En este asunto no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es buena la modestia en el silencio, más necesaria es ahora la piedad en las palabras.
Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Creador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.
Aquí está -dice la Virgen- la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
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LA KÉNOSIS DE LA ENCARNACIÓN
COMO AMOR REVELADO Y CONDESCENDIENTE

por A. Gerken, OFM
Relata Celano en su descripción de la celebración de la Navidad en Greccio: «Llegó, en fin, el santo de Dios, y, viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró. Se prepara el pesebre, se trae el heno y se colocan el buey y el asno. Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad, y Greccio se convierte en una nueva Belén. La noche resplandece como el día... El santo de Dios viste los ornamentos de diácono... Luego predica al pueblo que asiste, y tanto al hablar del nacimiento del Rey pobre como de la pequeña ciudad de Belén dice palabras que vierten miel» (1 Cel 85-86).
¿Qué es lo que se destaca en esta descripción? Cuando Francisco habla del envío de la Palabra eterna al seno de la Virgen María, para él no se trata de ninguna teoría abstracta, sino de la verdadera encarnación de la Palabra. Ve el pesebre de Belén como si estuviera ante sus propios ojos. El establo de Belén está también en Greccio. El Hijo del Padre ha venido de veras al mundo y al hombre en su situación real y concreta de cada día.
Eso implica una incomprensible condescendencia por parte de Dios, posible sólo gracias a su amor. Por eso Francisco está convencido de que la humildad del Hijo de Dios hecho hombre, la humildad del hombre Jesús de Nazaret, «manso y humilde de corazón» (cf. Mt 11,29), es la revelación de una humildad previamente existente en el corazón del Dios eterno. La humildad, en efecto, no es otra cosa que el amor que se abaja y se une al pobre, identificándose con él y asumiendo su destino.
De ahí que en sus Alabanzas del Dios altísimo Francisco se dirija a Dios eterno, que es «el bien, todo bien, el sumo bien», diciéndole: «Tú eres amor, caridad... tú eres humildad, tú eres paciencia» (AlD 4). Es una expresión teológicamente fascinante, y muy consecuente si se piensa seriamente que, por amor, la Palabra eterna del Padre se hizo «carne», «recibió» en el seno de María «la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad» (2CtaF 4). Pues esta encarnación de la Palabra eterna contiene como revelación algo que ya existía en Dios antes de la encarnación y que proclama a los hombres precisamente en la encarnación. En la vida de Jesús, que empieza con su nacimiento en el portal de Belén, se manifiesta de verdad el ser más íntimo de Dios, exteriorizado, revelado, hecho visible para los hombres en espera de su respuesta de amor.
¿Y qué es en concreto este amor humilde que se desprende de su eternidad y santidad y se pone a caminar al lado del hombre pecador, atormentado y débil? Francisco no trató de expresar con mayor amplitud todo esto; para él el contenido de esta revelación de Dios era muy práctico, estaba cargado de su propia experiencia personal y muy cercano a su realidad concreta. Con todo, sobre la base del relato de la Navidad de Greccio escrito por Celano y de otros muchos datos que conocemos sobre Francisco, una cosa aparece clara: Dios ha venido hasta nosotros en su Hijo inerme, pobre, pequeño, no desde la altura, sino desde la pequeñez. El resplendor de su divinidad no brilla sólo sobre el portal de Belén, sino sobre todo lo pobre, humilde y pequeño de este mundo. También esto es muy consecuente. Cuando Dios se revela, su acción es paradigmática y universal, de lo contrario no sería acción de Dios. Por eso, cuanto acontece en la encarnación del Hijo de Dios tiene una expresión y alcance universal y vinculante. Cuando la luz que Dios nos ha traído con su venida se proyecta sobre el mundo y sobre los hombres, no sólo nos revela quién es Dios, sino también quién es el hombre. Con la venida de la Palabra de Dios a la oscuridad de nuestro mundo y con el nacimiento de Jesús en la noche, se ilumina la oscuridad, se ilumina el mundo, resplandece la noche, no con su propia luz, sino con la luz de Aquel que ha elegido el mundo y la noche como lugar de su revelación.
En esta perspectiva, la elección de las palabras empleadas por Celano en su relato antes citado adquiere especial significado. «Allí la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, se valora la humildad». No se trata de una alabanza a la simplicidad, la pobreza y la humildad en sí mismas. Más bien se considera a Greccio como sacramento de Belén: Belén brilla a través de los tiempos y se manifiesta en Greccio o, como dice Celano, «Greccio se convierte en una nueva Belén». Como Belén se convirtió, con el nacimiento del Hijo, en el sacramento originario de Dios, así también Greccio se convierte en sacramento de Belén.
Francisco y los hombres que están a su alrededor se sienten concernidos por la gloria que Dios reservó a la pobreza en el nacimiento de su Hijo. La gloria que aquí aparece no es la de una palabra humana, sino la de la Palabra divina. La oscuridad y la pobreza del mundo se convierten, en virtud del amor de Dios, en el lugar de la revelación de su gloria.
Sólo así podemos comprender la interrelación de las dos series de expresiones contenidas en el texto de Celano. Por una parte, la serie «pesebre, buey, asno, simplicidad, pobreza, humildad, Reypobre, la pequeña ciudad de Belén», y, por otra, las expresiones «se alegró», «recibe honor», «es ensalzada», «la noche resplandece como el día», el Rey pobre es el Rey eterno, alaba la pequeña ciudad de Belén con «tierna afección». Con mucha frecuencia se pretende en nuestros días rescatar a Francisco de ese nimbo donde se le habría colocado en tiempos posteriores, y contemplarlo como guía genial del pueblo, preocupado por los movimientos sociales de su época. Esto, y sólo esto, sería «histórico», se dice.
¡Cuán alejada se halla semejante visión del Francisco genuino e histórico, según puede reconocerse a cada paso mirando los Escritos auténticos y las acciones del Santo! La figura interior, espiritual de san Francisco está a millas de distancia de todos esos intentos que suponen una escisión de su carisma. En modo alguno se necesita o es lícito dejar de prestar atención al ambiente humano concreto, sobrio y frágil, en el que Francisco vivió. Él es entera y plenamente un hombre de su época, de la Asís de su tiempo, de las tensiones sociales de aquel entonces. Pero su carisma consistió precisamente en descubrir en aquel mundo humano concreto, en su oscuridad y sus discordias, la revelación del esplendor divino, porque la había descubierto antes en el rostro del niño de Belén, en el rostro de Jesús. La realidad terrena, desnuda, «histórica» y la revelación de ese trasfondo nimbado de cielo -que también es una realidad- están fusionadas en Francisco, no se pueden separar ya, pues él las ha entendido de manera vital: en la encarnación, la gloria de Dios eterno ha escogido nuestra oscuridad y nuestra fragilidad, nuestra realidad terrena como el lugar de su destello.
[En Selecciones de Franciscanismo, n. 68 (1994) 170-172].
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