domingo, 11 de diciembre de 2016

DÍA 12 DE DICIEMBRE:NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE,

NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE (México), Patrona de México, de América y de Filipinas. El 9 de diciembre de 1531, en un lugar denominado Tepeyac, María Santísima se apareció al indio san Juan Diego (cf. 9 de diciembre). La Virgen le encargó que en su nombre pidiese al obispo de México, el franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de una iglesia en el lugar de la aparición. El obispo no aceptó la idea y le pidió pruebas objetivas en confirmación del prodigio. El 12 de diciembre, la Virgen se le volvió a presentar y lo invitó a subir hasta la cima de la colina de Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella. No obstante la fría estación invernal y la aridez del lugar, Juan Diego encontró unas flores muy hermosas. Una vez recogidas las colocó en su «tilma» y se las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al Sr. Obispo como prueba de veracidad. Una vez ante el obispo el Santo abrió su «tilma» y dejó caer las flores, mientras en el tejido apareció impresa la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde aquel momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México. El obispo mandó construir la capilla, luego trasformada en grandioso templo. El 23 de enero de 1999 dijo Juan Pablo II en la basílica de Guadalupe: «Tengo la alegría de anunciar ahora que he declarado que el día 12 de diciembre en toda América se celebre a la Virgen María de Guadalupe con el rango litúrgico de fiesta».- Oración: Señor, Dios nuestro, que has concedido a tu pueblo la protección maternal de la siempre Virgen María, Madre de tu Hijo, concédenos, por su intercesión, permanecer siempre firmes en la fe y servir con sincero amor a nuestros hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
HALLAZGO DEL CUERPO DE SAN FRANCISCO. San Francisco murió en la Porciúncula al atardecer del 3 de octubre de 1226, y su cuerpo fue enterrado al día siguiente en la iglesia de San Jorge, de Asís. El 25 de mayo de 1230 fue trasladado solemnemente a la nueva basílica construida en su honor y, para evitar hurtos de tan valiosa reliquia, se le enterró con tal secreto, que no se sabía el lugar exacto en que reposaba. Así pasaron los siglos, sin que los papas permitieran exploraciones, hasta que Pío VII autorizó las oportunas excavaciones: la tumba y el cuerpo del Santo se hallaron, debajo del altar mayor de la Basílica, el 12 de diciembre de 1818. Acomodado el lugar, se expuso allí el sarcófago a la veneración de los fieles. En 1978 Pablo VI autorizó un nuevo reconocimiento de los restos del Santo que, una vez tratados de manera conveniente, fueron repuestos en la cripta rehabilitada. León XII estableció en 1824 que la Orden franciscana celebrara la fiesta del Hallazgo, fiesta ahora suprimida.
BEATO BARTOLO BUONPEDONI. Nació en San Gimignano (Toscana, Italia) el año 1227, hijo único de los condes de Mucchio. Su padre quería casarlo para dar continuidad a su estirpe, pero él escogió la vida consagrada. Estuvo un tiempo en Pisa con los benedictinos de San Vito, pero luego marchó a Volterra y vistió el hábito de la Tercera Orden Franciscana. El obispo le propuso ordenarlo de sacerdote al servicio de la diócesis. Aceptó Bartolo y, recibida la ordenación, se dedicó al ministerio como capellán en Paccioli y como párroco en Pichena, donde hizo patentes sus virtudes y su celo pastoral. A los 52 años contrajo la lepra, por lo que dejó la parroquia y marchó a una leprosería cercana a Celloli, donde vivió y atendió a los que padecían su misma enfermedad. La paciencia y alegría franciscana con que soportó los sufrimientos le valieron el sobrenombre de "Job de Toscana". Murió el 12 de diciembre de 1300.
BEATO CONRADO DE OFFIDA. Nació en Offida, provincia italiana de Ascoli Piceno, hacia 1241. Entró muy joven en la Orden franciscana. Con permiso de los superiores interrumpió los estudios para vivir como hermano lego. Ejerció los oficios de cocinero, limosnero y portero. Obediente y siempre disponible al servicio de los hermanos, tenía preferencia por los lugares en que pudiera dedicarse más de lleno a la contemplación y practicar mejor la primitiva y más rígida pobreza. Permaneció muy a gusto en el Alverna una temporada. Por obediencia aceptó reanudar los estudios, recibir la ordenación sacerdotal y dedicarse al ministerio de la predicación, en el que tuvo un éxito insospechado, del que no se enorgulleció. En una de sus correrías apostólicas, la muerte lo sorprendió aún joven el 12 de diciembre de 1306 en Bastia, cerca de Asís. Es uno de los representantes más venerados de los «espirituales» y de él hablan los capítulos 42, 43 y 44 de las Florecillas de San Francisco.
BEATO PÍO BARTOSIK. Nació en Kokanin (Polonia) el año 1909, de familia humilde. En 1926 ingresó en los franciscanos conventuales. Recibió la ordenación sacerdotal en Cracovia el año 1935 y su primer destino fue Krosno, donde destacó por su devoción y su asiduidad al confesonario. Pronto san Maximiliano M. Kolbe pidió y obtuvo su traslado a Niepokalanów, donde se enroló en el estudio y difusión de la Inmaculada Concepción. También allí dedicaba mucho tiempo al confesonario. En septiembre de 1939 fue arrestado con san Maximiliano y otros frailes; fueron liberado a los tres meses. El 17 de febrero de 1941 lo arrestaron de nuevo y en abril fue a parar al campo de exterminio de Auschwitz, cerca de Cracovia, donde lo destinaron a trabajos forzosos en la construcción. No cesó de confortar a sus compañeros y de administrarles el sacramento de la reconciliación. Murió exánime y enfermo el 12 de diciembre de 1941. Es uno de los 108 Mártires de la II Guerra Mundial (1940-43) beatificados por Juan Pablo II en 1999.
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San Corentino. En Quimper (Bretaña, Francia) es venerado como el primer obispo de la ciudad en los siglos VII-VIII.
Santos Epímaco y compañeros mártires. El año 250, durante la peetc.rsecución del emperador Decio, fueron martirizados varios cristianos seglares en Alejandría de Egipto. Epímaco y Alejandro, después de una larga prisión y de haber sido sometidos y crueles y refinados tormentos, fueron quemados vivos por mantenerse firmes en la fe de Cristo. Con ellos sufrieron el martirio las santas Amonarion, virgen, MercuriaDionisia y otra mujer. El juez, al verse vencido por la firmeza en la fe de las mujeres, y temiendo ser vencido también por su constancia en los inauditos tormentos, mandó decapitarlas sin atormentarlas para que su perseverancia no sirviera de ejemplo a otros cristianos.
San Espiridón. Era pastor de ovejas de profesión, y lo eligieron obispo de Tremithus en la isla de Chipre. Fue un verdadero y buen pastor de los fieles que se le habían confiado, y alcanzó un gran prestigio por su santidad. Murió hacia el año 348.
San Finiano. Nació en el condado de Carlow (Irlanda) hacia el año 470. A principios del siglo VI marchó a Gales y allí pasó treinta años aprendiendo y practicando la vida monástica, y adquiriendo una gran cultura bíblica y religiosa. Hacia el año 530 volvió a Irlanda con un grupo de monjes, y comenzó la fundación de monasterios e iglesias. Su principal fundación fue el monasterio de Clonard, del que fue abad y que llegó a tener 300 monjes, convirtiéndose en un gran centro de estudios bíblicos y clásicos. De este monasterio salieron grandes evangelizadores y fundadores. Murió en la gran epidemia del año 549 cuando atendía a los apestados.
San Israel de Le Dorat. Fue canónigo regular de la abadía de Le Dorat, en la región de Lemosín (Francia). Era una persona muy culta y autor de poesías religiosas. El obispo de Limoges lo invitó a enseñar en la escuela episcopal. Se ordenó de sacerdote y fue vicario del obispo, para el cual fue de gran ayuda en la predicación de la Palabra de Dios. Destacó por su caridad con los enfermos en las epidemias de los años 989 y 990. Murió en Le Dorat el año 1014.
San Simón Phan Dac Hoa. Nació en Mai-Vinh (Vietnam) hacia 1790 en el seno de una familia pagana; pronto quedó huérfano, lo acogió una familia cristiana y se bautizó a los doce años. Estudió medicina, que ejerció con gran celo y responsabilidad, y era muy caritativo con los pobres. Contrajo matrimonio y tuvo doce hijos. Por su buena fama lo nombraron alcalde de su pueblo. Durante la persecución no quiso albergar a sacerdotes en su casa, para no poner en peligro a su familia, pero les buscaba alojamiento, y mientras prestaba este servicio lo detuvieron. A todo trance y con toda clase de tormentos quisieron obligarlo a apostatar, pero en vano. Lo decapitaron en Hue el año 1840, en tiempo del emperador Minh Mang.
San Vicelino. Nació el año 1090 en el seno de una familia rica. Pronto perdió a sus padres y sus bienes. Estudió y fue profesor en Paderborn y Bremen. Optó por una vida más ascética y piadosa, y san Norberto, bajo cuya influencia estuvo, lo ordenó de sacerdote, aunque no profesó en los Premonstratenses porque se sentía llamado a la evangelización de los Vendos, y a ello se dedicó. Fue elegido obispo de Oldenburg en 1149. Murió y fue enterrado en Neumünster (Alemania) el año 1154.
Beato Santiago Capocci. Nació en Viterbo (Italia) hacia el año 1255, y en 1272 ingresó en la Orden de los Ermitaños de San Agustín. Estudió en la Universidad de París y se ordenó de sacerdote. Desempeñó diversos cargos en su Orden y fue regente de sus estudios en París y Nápoles. Bonifacio VIII lo nombró en 1302 arzobispo de Benevento, y poco después de Nápoles. Destacó por su sabiduría, doctrina y prudencia. Murió en 1308.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Cuando en las bodas de Caná faltó el vino, María dijo a su hijo Jesús: «No les queda vino». Jesús le contestó: «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora». Su madre dijo a los sirvientes: «Haced lo que él diga». Jesús les dijo: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: «Sacad ahora y llevádselo al mayordomo». El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía... Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él (cf. Jn 2,1-11).
Pensamiento franciscano:
«El bienaventurado Francisco sabía que en cualquier rincón de la tierra está establecido el reino de los cielos y creía que en todo lugar se puede dispensar la gracia a los elegidos de Dios; pero conocía por experiencia que el lugar de Santa María de la Porciúncula estaba enriquecido de gracia más abundante y era más frecuentemente visitado de los espíritus celestiales. Por eso, decía muchas veces a los hermanos: "Mirad, hijos, no abandonéis nunca este lugar; si os echan por una parte, entrad por otra, pues este lugar es, en verdad, santo y morada de Cristo y de la Virgen, su madre"» (EP 83).
Orar con la Iglesia:
Dirijamos nuestra oración a Dios Padre misericordioso, que en su providencia nos ha dado a María como madre de inmensa ternura.
-Por la Iglesia: para que, a ejemplo de María, se preocupe de todos sus hijos dispersos por el mundo.
-Por todos los cristianos: para que en los momentos de prueba experimenten la protección maternal de María.
-Por aquellos que se consagran al servicio de los hermanos: para que aprendan a reconocer en toda criatura que sufre el rostro de Cristo y de María.
-Por los que son víctimas de la persecución, violencia, hambre, marginación y toda clase de injusticias: para que nada les separe del amor de Cristo y de la confianza en su Madre.
Oración: Dios, Padre de las misericordias, que fundaste tu pueblo bajo el singular patrocinio de la Madre de tu Hijo, concede a todos los que la invocan bajo el nombre de Virgen Guadalupana, que busquen con fe viva el progreso de los pueblos por caminos de justicia y de paz. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA,
NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE (México)

Juan Pablo II, Ángelus del 13 de diciembre de 1987
1. Nuestra peregrinación espiritual de hoy se dirige al santuario de la Virgen de Guadalupe, que se encuentra en ciudad de México, en el cerro del Tepeyac. Es el centro mariano más famoso de toda América, uno de los más visitados en todo el orbe católico.
Su origen se sitúa en el alba de la evangelización del Nuevo Mundo, cuando los creyentes en el Evangelio eran todavía una pequeñísima grey. La Virgen Santa se apareció en aquellos años a un indio campesino, Juan Diego, y lo envió al obispo del lugar para manifestarle su deseo de tener allá arriba, sobre la colina, un templo dedicado a Ella. El obispo, antes de hacer caso al mensaje, pidió una "señal". Y entonces Juan Diego, por orden de la "Señora de los cielos", fue a coger un ramo de rosas, en el mes de diciembre, sobre la árida colina, a dos mil metros de altura. Habiendo encontrado, con comprensible sorpresa, las rosas, se las llevó. Fue entonces cuando en la rústica tilma del indio, tejida con fibras vegetales, se vio la imagen que hoy se venera con el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe. Representa a María como una joven mujer de rostro moreno que lleva en el seno al Hijo divino a punto de nacer. Ella es quien lo da al mundo para la salvación de todos.
2. María dijo a Juan Diego, y hoy lo repite a todos los cristianos: «¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás, por ventura, en mi regazo?». La Virgen se presentaba así como Madre de Jesús y Madre de los hombres.
De hecho, con la aparición de María en el cerrillo del Tepeyac, comenzó en todo el antiguo territorio Azteca un movimiento excepcional de conversiones al Evangelio, con repercusiones en toda América Centro-Meridional, y hasta el lejano archipiélago de Filipinas. Por eso, en mi primer viaje a aquel continente, llamé a Nuestra Señora de Guadalupe "Estrella de la Evangelización" y "Madre de la Iglesia en América Latina".
3. La Virgen de Guadalupe sigue siendo aún hoy el gran signo de la cercanía de Cristo, al invitar a todos los hombres a entrar en comunión con Él, para tener acceso al Padre. Al mismo tiempo, María es la voz que invita a los hombres a la comunión entre ellos, dentro del respeto de los recíprocos derechos y con una justa coparticipación de los bienes de la tierra.
Hoy le pedimos a la Virgen que indique a la Iglesia los caminos mejores que hay que recorrer para realizar una nueva evangelización, le imploramos la gracia de servir a esta causa sublime con renovado espíritu misionero.
A María le pedimos también que sostenga el esfuerzo de cuantos trabajan por la consolidación de la justicia y de la solidaridad en las relaciones entre los hombres, pues Dios quiere hacer de ellos una única familia en Cristo.
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ORACIÓN DE S. S. JUAN PABLO II 
A LA VIRGEN DE GUADALUPE
¡Oh Virgen Inmaculada
Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia! 
Tú, que desde este lugar manifiestas
tu clemencia y tu compasión
a todos los que solicitan tu amparo;
escucha la oración que con filial confianza te dirigimos, 
y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.
Madre de misericordia, 
Maestra del sacrificio escondido y silencioso, 
a Ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores,
te consagramos en este día todo nuestro ser y todo nuestro amor.
Te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos,
nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.
Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos;
ya que todo lo que tenemos y somos lo ponemos bajo tu cuidado, 
Señora y Madre nuestra.
Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo 
el camino de una plena fidelidad a Jesucristo en su Iglesia: 
no nos sueltes de tu mano amorosa.
Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, 
te pedimos por todos los obispos, 
para que conduzcan a los fieles 
por senderos de intensa vida cristiana, 
de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas.
Contempla esta inmensa mies, 
e intercede para que el Señor infunda 
hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios, 
y otorgue abundantes vocaciones de sacerdotes y religiosos, 
fuertes en la fe y celosos dispensadores de los misterios de Dios.
Concede a nuestros hogares
la gracia de amar y de respetar la vida que comienza,
con el mismo amor con el que concebiste en tu seno
la vida del Hijo de Dios.
Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, 
protege a nuestras familias,
para que estén siempre muy unidas, 
y bendice la educación de nuestros hijos.
Esperanza nuestra, míranos con compasión,
enséñanos a ir continuamente a Jesús 
y, si caemos, ayúdanos a levantarnos, a volver a Él, 
mediante la confesión de nuestras culpas y pecados 
en el sacramento de la penitencia,
que trae sosiego al alma.
Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande 
a todos los santos sacramentos,
que son como las huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra.
Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia,
con nuestros corazones libres de mal y de odios,
podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz, 
que vienen de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
que con Dios Padre y con el Espíritu Santo, 
vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
[México, enero de 1979.]
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LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA DE GUADALUPE
De la narración conocida con el nombre «Nican Mopohua».
Siglo XVI. Archivo de la archidiócesis de la ciudad de México
El año 1531, cuando habían pasado algunos días del mes de diciembre, un indio pobre y afable, cuyo nombre era Juan Diego, según se dice, de Cuauhtitlan, cuya atención espiritual correspondía a los religiosos que residían en Tlatilolco, acudía un sábado, muy de mañana, a Tlatilolco para participar en la liturgia. Cuando llegó al monte llamado Tepeyac, ya había amanecido. Oyó un canto que procedía de la cima del monte y que ya no volvió a escuchar, oyó que alguien lo llamaba desde lo alto del monte. Se le decía: «Amado, Juan Diego». Inmediatamente se atrevió a subir hasta el lugar desde donde había sido llamado.
Cuando llegó a la cima del monte, vio a una señora de pie, que lo llamó para que se acercara. Cuando llegó ante ella, se admiró grandemente de su belleza. Su vestido brillaba como el sol. La Virgen le declaró enseguida su voluntad. Le dijo: «Amadísimo hijo, has de saber que yo soy Santa María, la perfecta siempre Virgen, la Madre del Dios verdadero, el Autor de la vida, que ha creado y sostiene todas las cosas, el Señor de cielo y tierra. Anhelo y deseo ardientemente que en este lugar sea edificado un templo, donde yo lo mostraré, lo alabaré manifestándolo, derramaré mi amor y piedad, mi auxilio y protección, porque yo soy en verdad vuestra Madre clemente, la tuya, la de todos los que permanezcáis unidos en esta tierra y la de todos los que me amen, me busquen y me invoquen con devoción y confianza. Allí escucharé sus lágrimas y aflicciones, derramaré mi bien en sus angustias y les ofreceré remedio en toda tribulación. Para que se cumpla mi deseo, ve al palacio del obispo de la ciudad de México. Le dirás que yo te he enviado para hacerle saber cómo deseo que se me edifique aquí una casa, que se me erija en el valle un templo».
Cuando llegó a la ciudad, se dirigió inmediatamente a la casa del obispo, cuyo nombre era Juan de Zumárraga, de la Orden de San Francisco. Cuando el prelado oyó a Juan Diego, no le creyó, respondiéndole: «Hijo, vuelve otro día y te escucharé. Yo pensaré qué conviene hacer a propósito de tu voluntad y deseo».
Otro día vio que la Reina bajaba de la montaña desde donde lo contemplaba. Ella le salió al encuentro cerca de la montaña, lo detuvo y le dijo: «Escucha, amado hijo: No temas nada, no sufras, ni hagas nada por causa de la enfermedad de tu tío o de cualquier otra angustia. ¿No estoy aquí yo, tu Madre? ¿No has sido puesto bajo mi sombra y protección? ¿No soy yo tu fuente de vida y felicidad? ¿No permaneces en mi regazo y en mis brazos? ¿Tienes necesidad de cualquier otra cosa? No sufras, no te turbes. Sube, amado hijo, a la cima del monte y verás diversas flores en el lugar donde me viste y te hablé. Córtalas, reúnelas y baja a traerlas ante mí».
Bajó Juan y entregó a la Reina del cielo las flores que había reunido. Ella, al verlas, las tomó con sus venerables manos, las colocó en la capa de Juan y le dijo: «Amadísimo hijo, estas flores son el signo que debes llevar al obispo. Tú eres mi legado, y a tu fidelidad encomiendo este asunto. Te ordeno severamente que no abras tu manto a no ser en presencia del obispo y que le muestres lo que llevas. Le contarás que te ordené subir al monte y recoger allí las flores, así como lo que viste y contemplaste con admiración, para que crea y procure construir el templo que deseo».
Cuando la Reina del Cielo le ordenó esto, aprisa tomó el camino para la ciudad de México. Iba alegre porque todo sucedía de modo favorable. Juan, tras entrar, se postró ante el obispo y le contó lo que había visto y el fin con el que había sido enviado. Le dijo: «Señor, he cumplido lo que me habías ordenado. He ido a decir a mi Señora, la Reina del Cielo, Santa María Madre de Dios, que tú pedías un signo para creerme y construir un templo donde la Virgen misma desea. Le dije que yo había prometido traerte una señal de su voluntad. Ella escuchó tu petición: bondadosamente aceptó que tú pidieras una señal de su voluntad y hoy, muy de mañana, me ordenó que viniera hasta ti».
Acudió toda la ciudad: veían una venerable imagen, se admiraban al verla como obra divina y suplicaban. Aquel día, el tío de Juan Diego dijo cuál era la advocación de la Virgen y que sería llamada con el nombre de Santa María siempre Virgen de Guadalupe.
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SAN FRANCISCO Y LA VIRGEN MARÍA (III)
por Martín Steiner, OFM
3. María, elegida y consagrada por la Trinidad
María está tan íntimamente vinculada al misterio de la encarnación, que Francisco la contempla en el designio eterno de Dios, cuyo centro es la Encarnación. Hay que tener en cuenta al respecto sobre todo las oraciones que le dirige, y que sorprenden por la seguridad teológica de un hombre sin cultura especial. Refiriéndose a ellas, escribe Celano: «Le tributaba peculiares alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no puede expresar lengua humana» (2 Cel 198). Reproducimos las dos oraciones que han llegado hasta nosotros.
Saludo a la bienaventurada Virgen María (SalVM): 1Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, que eres virgen hecha iglesia 2y elegida por el santísimo Padre del cielo, a la cual consagró Él con su santísimo amado Hijo y el Espíritu Santo Paráclito, 3en la cual estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien. 4Salve, palacio suyo; salve, tabernáculo suyo; salve, casa suya.5Salve, vestidura suya; salve, esclava suya; salve, Madre suya...
Antífona del Oficio de la Pasión (OfP Ant): 1Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo ninguna semejante a ti entre las mujeres, 2hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial, Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: 3ruega por nosotros... ante tu santísimo amado Hijo, Señor y maestro.
Con palabras sencillas y tradicionales, Francisco expone la síntesis de lo que la fe puede afirmar de María, basandose en la Escritura. Destaquemos:
-en primer lugar, las afirmaciones doctrinales centrales sobre María, Madre de Dios y Virgen, punto de partida de cualquier reflexión sobre María;
-seguidamente, la insistencia en un doble título derivado de la maternidad divina y que representa también un homenaje: María es Reina (SalVM 1), pues es «hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial» (OfP Ant); María es Señora (SalVM 1). Si el primero de estos títulos es tradicional, el segundo refleja un aspecto original de Francisco: como el caballero honra a su Dama y vive para ella, Francisco «ofrecía a María los afectos de su corazón» (2 Cel 198);
-la fe en la elección de María, «elegida por el santísimo Padre del cielo» (SalVM 2); su misión corresponde a su elección por Dios desde toda la eternidad;
-la certeza de que esta elección ha desembocado en su consagración por toda la Trinidad: «consagrada por Él con su santísimo Hijo amado y el Espíritu Santo Paráclito» (SalVM 2). La Antífona aclara la relación de María con cada una de las tres divinas personas. María es «hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo» (OfP Ant 2).
Con el P. Efrén Longpré puede advertirse que Francisco no habla de purificación y de santificación de María, sino únicamente de su consagración; afirma que María tuvo desde siempre la plenitud de la gracia y todo bien (SalVM) y que no ha nacido entre las mujeres ninguna semejante a ella (OfP Ant). Así, ilustres defensores del dogma de la Inmaculada Concepción han podido evocar estos textos como particularmente acordes con dicho dogma.
Es menester dejarse impregnar por la mirada de Francisco, que contempla a María en su relación con los Tres que son Dios, y por el clima de infinito respeto que se desprende de estas oraciones, para adivinar a través de palabras tan sencillas la solidez de su doctrina mariana y, a la vez, algo de la profundidad y delicadeza de su amor hacia la Virgen.
En el Saludo a la bienaventurada Virgen María, Francisco despliega su veneración a María en una especie de letanía, de Laudes, en que enumera los atributos de la Madre de Dios. Esta letanía requeriría no pocas observaciones interesantes. Advirtamos simplemente la acumulación de términos que presentan a María como teófora, que lleva y contiene a Dios: Palacio de Dios, Tabernáculo de Dios, Casa de Dios, Vestidura de Dios... La lectura del v. 1 retenida por la última edición crítica: «quae es virgo ecclesia facta», cobra mayor credibilidad: María, «virgen hecha iglesia», elegida y consagrada por Dios, es Palacio, Tabernáculo, Casa, Vestidura de Dios... Además, la enumeración va en el sentido de una humildad creciente y de una ascendente intimidad (¡de Palacio a Vestidura!), para desembocar en el triunfo de la humildad: «Esclava de Dios», convertida en «Madre de Dios». Profundísima expresión poética del lugar de María en este misterio del anonadamiento del Verbo que se hace hombre y permanece entre nosotros.
[En Selecciones de Franciscanismo, n. 28 (1981) 55-57].
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