lunes, 19 de diciembre de 2016

DÍA 20 DE DICIEMBRE: FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO, SANTO DOMINGO DE SILOS, etc


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FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO. Durante el tiempo de Adviento, la Liturgia celebra con frecuencia y de modo ejemplar a la Virgen María: recuerda algunas mujeres de la Antigua Alianza, que eran figura y profecía de su misión; exalta la actitud de fe y de humildad con que María de Nazaret se adhirió, total e inmediatamente, al proyecto salvífico de Dios; subraya su presencia en los acontecimientos de gracia que precedieron al nacimiento del Salvador. También la piedad popular dedica, en el tiempo de Adviento, una atención particular a Santa María; lo atestiguan de manera inequívoca diversos ejercicios de piedad, y sobre todo las novenas de la Inmaculada y de la Navidad. Sin embargo, la valoración del Adviento «como tiempo particularmente apto para el culto de la Madre del Señor» no quiere decir que este tiempo se deba presentar como un «mes de María». La Iglesia contempla todos los misterios marianos como referidos al misterio de nuestra salvación en Cristo (cf. Directorio sobre la piedad popular, 101).- Oración: Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen Inmaculada aceptando, al anunciárselo el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo: tú que la has transformado, por obra del Espíritu Santo, en templo de tu divinidad, concédenos, siguiendo su ejemplo, la gracia de aceptar tus designios con humildad de corazón. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
SANTO DOMINGO DE SILOS. Nació en el pueblo de Cañas (La Rioja, España) hacia el año 1000. En su juventud fue pastor y empezó a sentir gusto por la soledad y el silencio, llevando vida de ermitaño. Decidió abrazar la vida religiosa e ingresó en el monasterio de San Millán de la Cogolla. Sus cualidades y su observancia de la Regla hicieron que pronto lo nombraran prior del monasterio. Como tal tuvo un conflicto con el rey García III de Navarra a causa de las posesiones del monasterio y del pago de tributos. El rey lo desterró, y lo acogió en seguida Fernando I, rey de Castilla, quien le ofreció el monasterio de Silos (Burgos), entonces en decadencia material y espiritual. Elegido abad del mismo, restauró el edificio, restableció la disciplina monástica y la práctica de la alabanza continua a Dios. El monasterio se convirtió en uno de los más prósperos de España. También se ocupó en rescatar a cristianos cautivos de los musulmanes. Murió el 20 de diciembre de 1073.- Oración Oh Dios, que adornaste a tu Iglesia con los méritos de la preclara vida de santo Domingo de Silos, tu confesor, y la alegraste con los gloriosos milagros en la liberación de los cautivos; concede a tus siervos ser instruidos con sus ejemplos y, por su patrocinio, ser liberados de toda esclavitud de los vicios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Ceferino, papa del año 199 al año 217. Era romano, sucedió en la cátedra de San Pedro a Víctor I, y le sucedió Calixto I. Durante su pontificado hubo en Roma fuertes controversias acerca de la doctrina trinitaria. Así, tuvo que afrontar la herejía de los Modalistas, cuyo máximo representante, Sabelio, defendió la opinión de que el Hijo y el Espíritu Santo no eran sino modosde manifestarse del único Dios. Tuvo como colaborador suyo a san Calixto, que sería su sucesor, a quien encomendó la construcción del cementerio de la Vía Apia que lleva su nombre.
San Filogonio de Antioquía. Era un seglar de Antioquía de Siria, abogado, casado y con familia, buen cristiano, piadoso y ejemplar. El año 319 fue elegido obispo de la ciudad. Él y el obispo san Alejandro fueron los primeros en luchar contra Arrio y defender la fe católica en la divinidad de Jesucristo. El mismo Arrio decía que en Oriente se le oponían tres obispos, uno de ellos Filogonio. Murió el año 324. San Juan Crisóstomo lo elogia en uno de sus sermones.
San Liberal (o Liberato). Fue martirizado en Roma, en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana, y sepultado en el cementerio «ad Septem Palumbas», en la Vía Salaria Antigua. Se dice que ejerció el cargo de cónsul.
San Ursicino del Jura. Era un monje irlandés, compañero de san Columbano, que pasó al Continente para trabajar en su evangelización. Cuando el año 610 fueron expulsados de la Galia, él se dirigió a los montes del Jura y se estableció en territorio de la actual Suiza. Allí vivió como ermitaño en la soledad. Atraídos por su fama, se le fueron uniendo compañeros. A orillas del río Doubs construyó una capilla dedicada a San Pedro y un monasterio al que dio la Regla de San Columbano. Murió hacia el año 620. En torno al monasterio surgió el pueblo de Saint-Ursanne, que jugó un papel importante en la historia de la diócesis de Basilea.
Beato Miguel Piaszczynski. Nació en Lomza (Polonia) el año 1885. Cursó la carrera eclesiástica y se ordenó de sacerdote en 1911. Estudió filosofía en Friburgo de Suiza y fue capellán de los mineros polacos en Francia. Vuelto a su patria, ejerció cargos diocesanos. Era un hombre inteligente y culto, de profunda vida interior, entregado en alma y cuerpo a su ministerio de educador, y amigo de los judíos a los que llamaba «nuestros hermanos mayores». Lo detuvieron los nazis en la ciudad de Sejny y fue a parar al campo de concentración de Sachsenhausen en Alemania, donde murió de hambre y de miseria el 20 de diciembre de 1940.
Beato Vicente Romano. Nació en Torre del Greco, cerca de Nápoles (Italia), el año 1751. Estudió en el seminario de Nápoles, donde tuvo de profesor a san Alfonso M. de Ligorio, y se ordenó de sacerdote en 1775. Desarrolló todo su apostolado como párroco en su ciudad natal. Se dedicó a la educación de los niños, a la predicación y a la catequesis. Atendió a los pescadores que trabajaban en la recogida de coral y medió entre ellos y sus patronos. En 1794 tuvo lugar la erupción del Vesubio que destruyó casi del todo la ciudad, incluida la iglesia, y él se consagró luego a su reconstrucción y a la ayuda material y moral a las personas. Murió en 1831.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Mientras Jesús hablaba a las turbas, una mujer de entre el gentío levantó la voz diciendo: «¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!». Pero él repuso: «Mejor: ¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!» (Lc 11,27-28).
Pensamiento franciscano:
Celano dice de san Francisco: -En toda predicación que hacía, antes de proponer la palabra de Dios a los presentes, les deseaba la paz, diciéndoles: «El Señor os dé la paz». Anunciaba devotísimamente y siempre esta paz a hombres y mujeres, a los que encontraba y a quienes le buscaban. Debido a ello, muchos que rechazaban la paz y la salvación, con la ayuda de Dios abrazaron la paz de todo corazón y se convirtieron en hijos de la paz y en émulos de la salvación eterna (1 Cel 23).
Orar con la Iglesia:
Oremos a Cristo, el Señor, que alumbra a todo hombre, y digámosle con gozo: Ven, Señor Jesús.
-Que la luz de tu presencia disipe nuestras tinieblas, y nos prepare para recibir tus dones.
-Sálvanos, Señor, Dios nuestro, y siempre daremos gracias a tu santo nombre.
-Enciende nuestros corazones en tu amor, para que deseemos ardientemente tu venida y anhelemos vivir íntimamente unidos a ti.
-Tú que quisiste experimentar nuestras dolencias, socorre a los enfermos y a todos los que sufren en el cuerpo o en el espíritu.
Oración: Señor Jesús, te pedimos que no nos abandones en nuestra debilidad, y que manifiestes, en nuestra pobreza, la fuerza de tu poder. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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JESÚS SERÁ NUESTRA PAZ
Benedicto XVI, Ángelus del 20 de diciembre de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
Con el IV domingo de Adviento, la Navidad del Señor está ya ante nosotros. La liturgia, con las palabras del profeta Miqueas, invita a mirar a Belén, la pequeña ciudad de Judea testigo del gran acontecimiento: «Pero tú, Belén de Efratá, la más pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial» (Mi 5,1). Mil años antes de Cristo, en Belén había nacido el gran rey David, al que las Escrituras concuerdan en presentar como antepasado del Mesías. El Evangelio de san Lucas narra que Jesús nació en Belén porque José, el esposo de María, siendo de la "casa de David", tuvo que dirigirse a esa aldea para el censo, y precisamente en esos días María dio a luz a Jesús (cf. Lc 2,1-7). En efecto, la misma profecía de Miqueas prosigue aludiendo precisamente a un nacimiento misterioso: «Dios los abandonará -dice- hasta el tiempo en que la madre dé a luz. Entonces el resto de sus hermanos volverá a los hijos de Israel» (Mi 5,2).
Así pues, hay un designio divino que comprende y explica los tiempos y los lugares de la venida del Hijo de Dios al mundo. Es un designio de paz, como anuncia también el profeta hablando del Mesías: «En pie pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor su Dios. Habitarán tranquilos porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra. Él mismo será nuestra paz» (Mi 5,3-4).
Precisamente este último aspecto de la profecía, el de la paz mesiánica, nos lleva naturalmente a subrayar que Belén es también una ciudad-símbolo de la paz, en Tierra Santa y en el mundo entero. Por desgracia, en nuestros días, no se trata de una paz lograda y estable, sino una paz fatigosamente buscada y esperada. Dios, sin embargo, no se resigna nunca a este estado de cosas; por ello, también este año, en Belén y en todo el mundo, se renovará en la Iglesia el misterio de la Navidad, profecía de paz para cada hombre, que compromete a los cristianos a implicarse en las cerrazones, en los dramas, a menudo desconocidos y ocultos, y en los conflictos del contexto en el que viven, con los sentimientos de Jesús, para ser en todas partes instrumentos y mensajeros de paz, para llevar amor donde hay odio, perdón donde hay ofensa, alegría donde hay tristeza y verdad donde hay error, según las bellas expresiones de una conocida oración franciscana.
Hoy, como en tiempos de Jesús, la Navidad no es un cuento para niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad que busca la paz verdadera. «Él mismo será nuestra paz», dice el profeta refiriéndose al Mesías. A nosotros nos toca abrir de par en par las puertas para acogerlo. Aprendamos de María y José: pongámonos con fe al servicio del designio de Dios. Aunque no lo comprendamos plenamente, confiemos en su sabiduría y bondad. Busquemos ante todo el reino de Dios, y la Providencia nos ayudará.
[Después del Ángelus] La Virgen santísima, llevando en su seno y en su corazón al Hijo de Dios, fue causa de alegría para su pariente Isabel. Os invito a que, acogiendo en vuestro interior la divina Palabra, dando un testimonio fiel y convencido de la fe y prodigándoos en obras de caridad, seáis también para los demás testigos y mensajeros de Cristo Jesús, fuente de gozo y esperanza para el mundo. Os animo igualmente, estando ya próximas las fiestas de la Navidad, a prepararos con fervor a la celebración del nacimiento del Verbo, hecho carne en las purísimas entrañas de María.
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EL PROFETA INSPIRADO
VATICINÓ AL DIOS-CON-NOSOTROS

San Cirilo de Alejandría,
Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib. 4,4)
Está escrito: Mirad: la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. El ángel Gabriel, al revelar a la santa Virgen Madre de Dios el misterio, le dice: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él salvará a su pueblo de los pecados. ¿Se contradijeron aquí, acaso, el santo ángel y el profeta? En absoluto. Pues el profeta de Dios, hablando en espíritu del misterio, vaticinó al Dios-con-nosotros, dándole un nombre en sintonía con la naturaleza y la economía de la encarnación, mientras que el santo ángel le impuso un nombre de acuerdo con la misión y su eficacia propia: salvará a su pueblo. Por eso le llamó salvador.
Efectivamente: cuando por nosotros se sometió a esta generación según la carne, una multitud de ángeles anunció este fausto y feliz parto a los pastores, diciendo: No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor. Es llamado Emmanuel porque se hizo por naturaleza Dios-con-nosotros, es decir, hombre; y Jesús, porque debía salvar al mundo, él, Dios mismo hecho hombre. Así que cuando salió del vientre de su madre -pues de ella nació según la carne-, entonces se pronunció su nombre. Sería inexacto llamar a Cristo el Dios Verbo antes de su nacimiento que tuvo lugar -repito- según la carne. ¿Cómo llamarle Cristo si todavía no había sido ungido?
Cuando nació hombre del vientre de su madre, entonces recibió una denominación adecuada a su nacimiento en la carne. Dice que Dios hizo de su boca una espada afilada. También esto es verdad. Pues de él está escrito, o mejor, dice el mismo profeta Isaías: La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas. Herirá al violento con la vara de su boca. La predicación divina y celestial, es decir, evangélica, anunciada por Cristo, era una espada aguda y sobremanera penetrante, blandida contra la tiranía del diablo, que eliminaba a los poderes que dominan este mundo de tinieblas y a las fuerzas del mal. De hecho, disipó las tinieblas del error, irradió sobre los corazones de todos el verdadero conocimiento de Dios, indujo al orbe entero a una santa transformación de vida, convirtió a todos los hombres en entusiastas de las instituciones santas, destruyó y erradicó del mundo el pecado: justificando al impío por la fe, colmando del Espíritu Santo a quienes se acercan a él y haciéndoles hijos de Dios, comunicándoles un ánimo esforzado y valiente para la lucha, poniendo en sus manos la espada del espíritu, es decir, la palabra de Dios, para que, resistiendo a los que antes eran superiores a ellos, corran sin tropiezo a la consecución del premio al que Dios llama desde arriba.
Que esta disciplina e iniciación a los divinos misterios aportada por Cristo haya derrocado en los habitantes de la tierra el poder tiránico del demonio, lo afirma claramente el profeta Isaías cuando dice: Aquel día, castigará el Señor con su espada, grande, templada, robusta, al Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al Dragón.
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SER "MADRES" DE JESUCRISTO (V)
por Gérard Guitton, OFM
Hasta ver a Cristo formado en nosotros
Toda vida cristiana debe ser fecunda: fecundidad física de los esposos cristianos, fecundidad espiritual de quienes habilitan a nuevos discípulos para nacer a la vida de la fe. San Francisco gustaba recordar los pasajes del Antiguo Testamento que hablan de la fecundidad de la mujer estéril (1 Sam 2,5; Is 54,1; Sal 112,9), y, según él, el hermano que oraba y que no salía nunca a predicar era tan útil y «fecundo» como el predicador famoso (cf. 2 Cel 164).
San Pablo se dirige así mismo a sus interlocutores como a sus propios hijos: «No os escribo estas cosas para avergonzares, sino más bien para amonestares como a hijos míos queridos. Pues aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús» (1 Cor 4,14-15). San Pablo entendió muy bien que no existe separación entre dar a luz nuevos cristianos y dar a luz al mismo Cristo: «¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros» (Gál 4,19).
La constitución Lumen Gentium insiste también en María como modelo de la Iglesia en su tarea de engendrar nuevos hijos concebidos por el Espíritu Santo, y de hacerles crecer en Cristo: «La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres» (LG 65).
Por último, cada discípulo del Evangelio actúa a imagen de toda la Iglesia, viviendo el retorno de Cristo en la esperanza de un nuevo alumbramiento: «La mujer, cuando da a luz, está triste, porque le ha llegado la hora; pero cuando el niño le ha nacido, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo» (Jn 16, 21).
En la Iglesia, todo fiel se convierte en madre
Si Francisco era consciente de que tenía que alumbrar a sus hermanos a la nueva vida, María es la primera que «alumbra» a toda la Orden de los Hermanos Menores, puesto que ella los cobija bajo sus alas, para nutrirlos y protegerlos hasta el fin (2 Cel 198). A Francisco debía gustarle esta imagen de la gallina, pues ya al principio de la vida de la fraternidad vio en una visión a una gallina negra que no alcanzaba a cobijar a todos sus polluelos bajo sus alas: la gallina era él, y «Los polluelos son los hermanos, muchos ya en número y en gracia, a los que la sola fuerza de Francisco no puede defender de la turbación provocada por los hombres, ni poner a cubierto de las acusaciones enemigas. Iré, pues, y los encomendaré a la santa Iglesia romana» (2 Cel 24). Si Francisco es una madre para sus hermanos, lo es después de haber descubierto en María y en la santa Iglesia a una madre cariñosa, fecunda y misericordiosa.
Francisco sabía que «la Iglesia se hace también madre» (LG 64) y conocía tal vez este texto de Isaac de Estella, cisterciense del siglo XII, citado por el último Concilio: «A justo título, lo que en las Escrituras divinamente inspiradas se dice de la Virgen-Madre, que es la Iglesia en general, se aplica en particular a la Virgen María, y, lo que se dice de la Virgen María en particular, se entiende en general de la Iglesia, Virgen-Madre. Y cuando un texto habla de una o de otra, puede aplicarse a una y a otra sin distinción ni diferencia... Cristo permaneció nueve meses en la morada del seno de María, y permanecerá hasta el fin del mundo en la morada de la fe de la Iglesia, y, por los siglos de los siglos, en el conocimiento y en el amor del alma del creyente».
Volvamos a nuestro texto de partida. Ahora nos extraña menos. Realmente podemos llegar a ser «madres» de Jesús. Lo afirmó Él mismo en el Evangelio. Y Francisco comprendió y difundió la transcendencia de este mensaje: recibir el Espíritu y la Palabra divina en nuestro corazón, hacerla crecer en nosotros por la oración y el amor, dar a luz a Cristo en el mundo mediante nuestras buenas obras y la atención maternal a nuestros hermanos.
Al celebrar la fiesta de Navidad, vamos a acercarnos al pesebre con la misma fe y la misma simplicidad de niño que Francisco en Greccio. Él llevaba desnudo en su corazón a Aquel que nuestra Señora había llevado desnudo en sus brazos (2 Cel 83). Pero aquella noche llegó incluso a llevarlo también en sus brazos, como su propia Madre. Cada uno de nosotros lleva a ese Niño divino en su corazón; como los de Greccio, lo hemos dormido (cf. 1 Cel 86). No pide ahora sino que se le despierte.
Al igual que María y que Francisco, dejemos al Espíritu del Señor posarse sobre nosotros y que haga crecer su fruto en nosotros. Entonces podrá Cristo hacer en nosotros su morada y llegaremos a ser verdaderamente «su madre».
[En Selecciones de Franciscanismo, n. 39 (1984) 499-501].
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