miércoles, 14 de diciembre de 2016

DÍA 14 DE DICIEMBRE: SAN JUAN DE LA CRUZ, SAN NIMATULLAH KASSAB AL-HARDINI, etc.



.
SAN JUAN DE LA CRUZ, doctor de la Iglesia. Nació en Fontiveros, provincia de Avila (España), hacia el año 1542 en el seno de una familia humilde. En su juventud sirvió a los enfermos en el hospital de Medina del Campo a la vez que estudiaba en el colegio de los jesuitas. En 1563 ingresó en la Orden del Carmen. Completó su formación en la Universidad de Salamanca y, ya sacerdote, se sintió atraído por los cartujos, pero, tras un encuentro casual con santa Teresa de Jesús, fue el primero de los frailes carmelitas que a partir de 1568 se declaró a favor de su reforma, por la que soportó innumerables sufrimientos y trabajos. Fue apóstol, a la vez que contemplativo, en particular de la pasión de Cristo, y escritor. Sus poesías son una cumbre literaria, y es un clásico de la mística. Como atestiguan sus escritos, ascendió a través de la noche oscura del alma al monte Carmelo, monte de Dios, buscando una vida escondida en Cristo y dejándose quemar por la llama viva del amor de Dios. Murió en Úbeda (Jaén) el 14 de diciembre de 1591.- Oración: Dios, Padre nuestro, que hiciste a tu presbítero san Juan de la Cruz modelo perfecto de negación de sí mismo y de amor a la cruz, ayúdanos a imitar su vida en la tierra para llegar a gozar de tu gloria en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
SAN NIMATULLAH KASSAB AL-HARDINI (en el bautismo, José). Nació en Hardin, al norte del Líbano, en 1808, de una familia maronita con seis hijos, cuatro de los cuales siguieron la vida monástica o sacerdotal. A los veinte años ingresó en la Orden Libanesa Maronita. Ordenado sacerdote, fue nombrado director del estudiantado y profesor, labor que desempeñó hasta sus últimos años. Llevó una vida contemplativa, centrada en la Eucaristía, que armonizó con su dedicación a los hermanos y a la cultura. Fundó una escuela para instruir gratuitamente a la juventud. Le tocó vivir dos guerras civiles. Era severo y duro consigo mismo, pero misericordioso e indulgente con sus hermanos. Fue grande su devoción a la Virgen María, que trató de inculcar en los fieles. En 1845 la Santa Sede lo nombró asistente general de su Orden, pero continuó dando clases y ejerciendo su trabajo de encuadernador. Entre sus alumnos tuvo a san Charbel. Falleció en Kfifan el 14 de diciembre de 1858. Lo canonizó Juan Pablo II el año 2004.
BEATA FRANCISCA SCHERVIER. Nació en Aquisgrán (Alemania) el año 1819, de familia noble. A los 13 años quedó huérfana de madre. Desde jovencita se dedicó a atender a los pobres y a enseñarles el catecismo, en un ambiente con frecuencia hostil. En 1844 ingresó en la Tercera Orden Franciscana. Al año siguiente formó con cinco amigas un grupo asistencial, que sobresalió en la epidemia de cólera que azotó poco después la ciudad. Para consolidar el grupo, Francisca escribió una regla inspirada en la espiritualidad franciscana, y así, en 1850, el grupo se trasformó en la Congregación de las Hermanas Pobres de San Francisco, que tenía como fines principales la caridad, la pobreza y las obras de misericordia. El instituto se difundió rápidamente y en 1858 comenzaron las fundaciones en Estados Unidos, a la vez que se abrió a nuevos apostolados. Durante las guerras de 1864, 1866 y 1870, se dedicaron a la asistencia sanitaria de los heridos, y después a la recuperación de la juventud extraviada. Francisca murió en Aquisgrán el 14 de diciembre de 1876.
* * *
San Agnelo. Abad del monasterio de san Gaudioso en Nápoles (Italia), donde murió el año 596.
Santos Ares, Promo y Elías. El año 308, durante la persecución del emperador Maximino, cuando iban de camino de Egipto a Cilicia (Turquía), con el fin de confortar y ayudar a los confesores de Cristo, fueron arrestados en Cesarea de Palestina. Comprobado por su propio testimonio que eran cristianos, se empleó con ellos toda la crueldad posible para que apostataran de Cristo. Ante su firmeza en la fe, les mutilaron los pies y los dejaron ciegos. Después los trasladaron a Ascalón, antigua ciudad de Palestina, donde quemaron vivo a Ares y decapitaron a los otros dos.
Santa Dróside. Sufrió el martirio en Antioquía de Siria en el siglo III/IV. San Juan Crisóstomo dice que fue quemada viva.
San Folcuino. Obispo de Thérouanne, en el norte de Francia. Murió el año 855.
Santos Herón, Ateo, Isidoro y Dióscoro. El año 250, en Alejandría de Egipto, durante la persecución del emperador Decio, fueron martirizados estos santos: los tres primeros fueron torturados para obligarlos a apostatar y, ante su firmeza en la fe de Cristo, al final fueron quemados vivos. Con ellos había sido apresado el joven Dióscoro, de unos doce años; a éste lo azotaron bárbaramente y, ante su firmeza en la fe, el juez acabó por dejarlo en libertad y murió hecho trizas.
San Nicasio de Reims. Era obispo de Reims (Francia) cuando el año 407, en una de sus incursiones, los paganos lo mataron a la puerta de la basílica que él mismo había construido. Con él murieron su hermana Eutropia, virgen consagrada a Cristo, el diácono Florencio y un tal Jocundo.
San Pompeyo. Sucedió a san Siro como obispo de Pavía (Lombardía, Italia). Su pontificado duró pocos años y fue pacífico. Su vida se sitúa en el siglo IV.
Santos Tirso, Leucio, Calínico y compañeros. Sufrieron el martirio en Apolonia de Bitinia (en la actual Turquía) hacia el año 250, en tiempo del emperador Decio.
San Venancio Fortunato. Nació en Valdobbiadene, región del Véneto (Italia), hacia el año 530. Estudió derecho en Ravena y después peregrinó a la tumba de san Martín de Tours. Vivió como juglar yendo de un sitio a otro, hasta que se estableció en Poitiers (Francia). Se ordenó de sacerdote y fue director espiritual de la comunidad de monjas en la que vivía santa Radegunda. El año 595 fue elegido obispo de Poitiers, y como tal gozó de estima general. Escribió la Vida de san Martín, narró las gestas de muchos santos y dedicó elegantes himnos a la santa Cruz. Murió entre el año 605 y el 610.
Beato Buenaventura Bonaccorsi. Nació en Pistoia (Italia) y pertenecía al partido de los gibelinos, partidarios del Imperio y contrarios al Pontificado. En 1276, conmovido por la predicación de san Felipe Benicio, se convirtió, ingresó en la Orden de los Siervos de María (Servitas) y se ordenó de sacerdote. Se dedicó al apostolado, ejerció cargos de gobierno en su Orden y colaboró con san Felipe en la tarea de recomponer la paz entre las facciones en muchas ciudades de Italia. Murió en Orvieto (Umbría) hacia 1315.
Beato Protasio Cubells Minguell. Nació en Coll de Nargó (Lleida, España) el año 1880. A los doce años fue internado en el Hospital San Juan de Dios de Barcelona. Más tarde, en 1899, hizo su profesión religiosa en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Tenía grandes dotes musicales como intérprete, como autor y como educador. Trabajó en muchos de los centros de su Orden, casi siempre como educador de niños enfermos. Cuando estalló la persecución religiosa en 1936, se mantenía dando clases de música. Tuvo la oportunidad de marchar al extranjero, pero renunció al billete de barco. Lo arrestaron los milicianos mientras daba clase y lo asesinaron en las afueras de Barcelona el 14 de diciembre de 1936.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
«Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad siempre alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Flp 4,4-7).
Pensamiento franciscano:
Dice santa Clara en su Testamento: -Si hemos entrado por el camino del Señor, guardémonos de apartarnos nunca en lo más mínimo de él por nuestra culpa e ignorancia, para que no hagamos injuria a tan gran Señor y a su Madre la Virgen y a nuestro bienaventurado padre Francisco, y a la Iglesia triunfante y también a la militante (TestCl 74-75).
Orar con la Iglesia:
Oremos a Dios Padre, que nos concede la gracia de esperar la revelación de nuestro Señor Jesucristo, y digámosle confiados: Muéstranos, Señor, tu misericordia.
-Santifica, Señor, todo nuestro ser y obrar, y guárdanos sin reproche hasta el día de la venida de tu Hijo.
-Haz que caminemos en santidad y llevemos una vida sobria, honrada y religiosa.
-Ayúdanos a revestirnos del Señor Jesucristo y a llenarnos del Espíritu Santo.
-Haz, Señor, que, llenos de alegría, estemos preparados el día de la manifestación de tu Hijo para acogerlo.
Oración: Señor todopoderoso, concédenos llegar llenos de esperanza a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
* * *
ALEGRAOS, EL SEÑOR ESTÁ CERCA
Benedicto XVI, Ángelus del 17 de diciembre de 2006
Queridos hermanos y hermanas:
En el tercer domingo de Adviento [Ciclo C] la liturgia nos invita a la alegría del espíritu. Lo hace con la célebre antífona que recoge una exhortación del apóstol san Pablo: «Gaudete in Domino», «Alegraos siempre en el Señor (...). El Señor está cerca» (cf. Flp 4,4-5). También la primera lectura bíblica de la misa es una invitación a la alegría. El profeta Sofonías, al final del siglo VII antes de Cristo, se dirige a la ciudad de Jerusalén y a su población con estas palabras: «Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, hija de Jerusalén. (...) El Señor tu Dios está en medio de ti como poderoso salvador» (So 3,14.17). A Dios mismo lo representa el profeta con sentimientos análogos: «Él se goza y se complace en ti, te renovará con su amor, exultará sobre ti con júbilo, como en los días de fiesta» (So 3,17-18). Esta promesa se realizó plenamente en el misterio de la Navidad, que celebraremos dentro de una semana y que es necesario renovar en el "hoy" de nuestra vida y de la historia.
La alegría que la liturgia suscita en el corazón de los cristianos no está reservada sólo a nosotros: es un anuncio profético destinado a toda la humanidad y de modo particular a los más pobres, en este caso a los más pobres en alegría. Pensemos en nuestros hermanos y hermanas que, especialmente en Oriente Próximo, en algunas zonas de África y en otras partes del mundo viven el drama de la guerra: ¿qué alegría pueden vivir? ¿Cómo será su Navidad?
Pensemos en los numerosos enfermos y en las personas solas que, además de experimentar sufrimientos físicos, sufren también en el espíritu, porque a menudo se sienten abandonados: ¿cómo compartir con ellos la alegría sin faltarles al respeto en su sufrimiento? Pero pensemos también en quienes han perdido el sentido de la verdadera alegría, especialmente si son jóvenes, y la buscan en vano donde es imposible encontrarla: en la carrera exasperada hacia la autoafirmación y el éxito, en las falsas diversiones, en el consumismo, en los momentos de embriaguez, en los paraísos artificiales de la droga y de cualquier otra forma de alienación.
No podemos menos de confrontar la liturgia de hoy y su "Alegraos" con estas realidades dramáticas. Como en tiempos del profeta Sofonías, la palabra del Señor se dirige de modo privilegiado precisamente a quienes soportan pruebas, a los «heridos de la vida y huérfanos de alegría». La invitación a la alegría no es un mensaje alienante, ni un estéril paliativo, sino más bien una profecía de salvación, una llamada a un rescate que parte de la renovación interior.
Para transformar el mundo Dios eligió a una humilde joven de una aldea de Galilea, María de Nazaret, y le dirigió este saludo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». En esas palabras está el secreto de la auténtica Navidad. Dios las repite a la Iglesia, a cada uno de nosotros: «Alegraos, el Señor está cerca».
Con la ayuda de María, entreguémonos nosotros mismos, con humildad y valentía, para que el mundo acoja a Cristo, que es el manantial de la verdadera alegría.
* * *
DIOS NOS HA HABLADO EN CRISTO
San Juan de la Cruz, "Subida al monte Carmelo" (II, 22, 3-4)
La principal causa por la cual en la ley antigua eran lícitas las preguntas que se hacían a Dios, y convenía que los profetas y sacerdotes quisiesen visiones y revelaciones de Dios, era porque entonces no estaba aún fundada la fe ni establecida la ley evangélica; y así, era menester que preguntasen a Dios y que él hablase, ahora por palabras, ahora por visiones y revelaciones, ahora en figuras y semejanzas, ahora en otras muchas maneras de significaciones. Porque todo lo que respondía y hablaba y obraba y revelaba eran misterios de nuestra fe y cosas tocantes a ella o enderezadas a ella. Pero ya que está fundada la fe en Cristo y manifiesta la ley evangélica en esta era de gracia, no hay para qué preguntarle de aquella manera, ni para qué él hable ya ni responda como entonces.
Porque en darnos, como nos dio, a su Hijo -que es una Palabra suya, que no tiene otra-, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar.
Y éste es el sentido de aquella autoridad, con que san Pablo quiere inducir a los hebreos a que se aparten de aquellos modos primeros y tratos con Dios de la ley de Moisés, y pongan los ojos en Cristo solamente, diciendo: Lo que antiguamente habló Dios en los profetas a nuestros padres de muchos modos y maneras, ahora a la postre, en estos días, nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez.
En lo cual da a entender el Apóstol, que Dios ha quedado ya como mudo, y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en él todo, dándonos el todo, que es su Hijo.
Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa o novedad. Porque le podría responder Dios de esta manera: «Si te tengo ya hablado todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra cosa que te pueda revelar o responder que sea más que eso, pon los ojos sólo en él; porque en él te lo tengo puesto todo y dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas.
»Porque desde el día que bajé con mi espíritu sobre él en el monte Tabor, diciendo: Éste es mi amado Hijo en que me he complacido; a él oíd, ya alcé yo la mano de todas esas maneras de enseñanzas y respuestas, y se la di a él; oídle a él, porque yo no tengo más fe que revelar, más cosas que manifestar. Que si antes hablaba, era prometiéndoos a Cristo; y si me preguntaban, eran las preguntas encaminadas a la petición y esperanza de Cristo, en que habían de hallar todo bien, como ahora lo da a entender toda la doctrina de los evangelistas y apóstoles».
* * *
SAN FRANCISCO Y LA VIRGEN MARÍA (V)
por Martín Steiner, OFM
María, «abogada» de la Orden de los Menores
[Después de descubrir su vocación gracias a la intervención de la Virgen] Francisco sigue confiándose a María, con los hermanos que pronto le ha dado el Señor. «Después de Cristo, depositaba principalmente en la misma su confianza..., por eso la constituyó abogada (advocata) suya y de todos sus hermanos» (LM 9,3). La Orden naciente, por tanto, es puesta bajo el patronazgo de la Virgen María. Impresionado por el rápido y magnífico crecimiento de la Orden (señal de que Dios está actuando poderosamente en dicha obra), san Buenaventura atribuye tal desarrollo prodigioso a la solicitud de María: «Francisco, pastor de la pequeña grey, condujo -movido por la gracia divina- a sus doce hermanos a Santa María de la Porciúncula, con el fin de que allí donde, por los méritos de la madre de Dios, había tenido su origen la Orden de los Menores, recibiera también -con su auxilio- un renovado incremento» (LM 4,5). Y san Buenaventura describe a continuación cómo el «Pregonero evangélico» consigue incrementar la Orden, e incluso suscita las otras dos Ordenes, con sus viajes misioneros a partir de la Porciúncula (LM 4,5-6).
Sin embargo, Francisco espera de María algo más que el simple desarrollo numérico de la Orden. De la misma forma que él había concebido y dado a luz el espíritu de la verdad evangélica por los méritos de María, de igual modo le agrada referirse a ella en los casos en que entra en juego la fidelidad a la inspiración evangélica. Bastarán dos ejemplos para confirmárnoslo.
El primero se refiere a la pobreza evangélica. Afluían de paso tantos hermanos a la Porciúncula que Pedro Cattani, vicario de san Francisco, le pidió permiso para retener parte de los bienes de los novicios y reservarlos para poder atender a las necesidades de dichos huéspedes. «Lejos de nosotros esa piedad, carísimo hermano -respondió el Santo-, que, por favorecer a los hombres, actuemos impíamente contra la Regla». «Y ¿qué hacer?», replicó el vicario. «Si no puedes atender de otro modo a los que vienen -le respondió-, quita los atavíos y las variadas galas de la Virgen. Créeme: la Virgen verá más a gusto observado el Evangelio de su Hijo y despojado su altar, que adornado su altar y despreciado su Hijo. El Señor enviará quien restituya a la Madre lo que ella nos ha prestado» (2 Cel 67; cf. LM 7,4).
El segundo ejemplo apunta al amor a los pobres. Es la célebre historia de la madre de dos religiosos que se hallaba en una necesidad extrema y a quien los hermanos no tenían nada que poderle dar. Francisco ordena: «Da a nuestra madre el Nuevo Testamento para que lo venda y remedie su necesidad. Creo firmemente que agradará más al Señor y a la bienaventurada Virgen, su madre, que demos el Nuevo Testamento que el que leamos de él» (LP 93; 2 Cel 91).
Así pues, en la vida concreta, a Francisco le gustaba asociar a María a Cristo como fuente de inspiración en las decisiones que afectaban a la fidelidad al Evangelio. La contemplación de la «paupercula Virgo», la Virgen pobrecilla, humilde y disponible, le ayudó ciertamente, así nos lo demuestran los ejemplos citados, a captar la revolución que el Evangelio ha aportado en el campo de lo «sagrado» en casos prácticos y cotidianos. Lo más sagrado no es el libro de la Palabra de Dios (¡que él quiere que se venere!), ni cuanto atañe al culto (¡que él quiere que sea decente, suntuoso incluso!), sino el hombre en su indigencia, con el que se solidariza el Dios del Evangelio.
Como puede verse, pues, Francisco asocia por lo general a María a Cristo, cuyas huellas y pobreza quiere seguir. La referencia a María es particularmente explícita en el motivo de la mendicación, la cual es una forma privilegiada de la sequela, el seguimiento de Cristo humilde y pobre; esta referencia, además, está garantizada por un texto de la primera Regla: «Mis queridos hermanos e hijitos míos, no os avergoncéis de ir a pedir limosna, pues por nosotros el Señor se hizo pobre en este mundo. Por eso, a ejemplo suyo y de su santísima Madre, hemos escogido el camino de la auténtica pobreza. Esta es nuestra herencia, que ganó y dejó nuestro Señor Jesucristo para nosotros y para todos los que, siguiendo su ejemplo, quieren vivir en santa pobreza» (LP 51; cf. 1 R 9,4-9).
Efectivamente, la sequela de Cristo pobre, unida a la manera como Francisco contempla la Encarnación (Cristo pobre y «paupercula Virgo»), es la nota característica del evangelismo franciscano. Por eso, en opinión de san Buenaventura, Francisco establece un paralelismo sorprendente entre la encarnación del Hijo de Dios en María, su Madre la Virgen pobrecilla, y el nacimiento de los hermanos a la vida evangélica en la «paupercula religio» (la Orden pobrecilla): «Nacidos, por virtud del Espíritu Santo, de una madre pobre, a imagen de Cristo Rey, han de ser engendrados en una religión pobrecilla por el espíritu de pobreza» (LM 3,10). Esta afirmación figura sólo en la versión bonaventuriana de la parábola expuesta por Francisco ante el Papa, cuando le pidió la aprobación pontificia de su Regla; aunque no aparece en las versiones más antiguas (la de Eudes de Chériton y la de 2 Cel 16), puede observarse con todo que las palabras puestas por Buenaventura en boca de Francisco evocan el pasaje ya mencionado de la Carta a los fieles (1CtaF 10; 2CtaF 53). Las ideas bonaventurianas se acercan aquí al pensamiento de Francisco más de lo que a simple vista pudiera parecer.
Pero con este punto estamos abordando ya la función ejemplar de María.
[En Selecciones de Franciscanismo, n. 28 (1981) 59-61].
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario