lunes, 12 de diciembre de 2016

DÍA 13 DE DICIEMBRE: SANTA LUCÍA, SANTA JUANA FRANCISCA FRÉMYOT DE CHANTAL.etc


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SANTA LUCÍA. Es una de las figuras más estimadas por la devoción cristiana y la Iglesia la celebra como una de las gloriosas vírgenes y mártires del tiempo del Imperio Romano. Murió en Siracusa (Sicilia) durante la persecución del emperador Diocleciano el 13 de diciembre del año 304. Su culto se extendió desde la antigüedad por la Iglesia, y su nombre fue introducido en el Canon Romano de la misa. La leyenda según la cual la Santa se habría arrancado los ojos por amor de Cristo, tiene su origen seguramente en la etimología popular del nombre de Lucía (lux-lucis, luz), luminosa, y sugiere la luminosidad que emana de su propio nombre. La misma fuente dice que, después de peregrinar a la tumba de Santa Águeda en Catania, decidió consagrarse a Cristo y vendió su dote, por lo que su prometido, desairado, la denunció como cristiana y la torturaron sin conseguir doblegar su propósito de virginidad. Es abogada de la vista y patrona de los ciegos- Oración: Que la poderosa intercesión de santa Lucía, virgen y mártir, sea nuestro apoyo, Señor, para que en la tierra celebremos su triunfo y en el cielo participemos de su gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
SANTA JUANA FRANCISCA FRÉMYOT DE CHANTAL[Murió el 13 de diciembre y su memoria se celebra el 12 de agosto]. Nació en Dijon (Francia) el año 1572, en el seno de una familia católica ferviente de la aristocracia. Contrajo matrimonio con el barón de Chantal y tuvo seis hijos, a los que educó esmeradamente. Muerto su marido en 1601, cuando ella tenía sólo 29 años, llevó, bajo la dirección de san Francisco de Sales, una admirable vida de perfección, ejerciendo, sobre todo, la caridad con los pobres y enfermos. Con el apoyo seguro del santo obispo, fundó el instituto de la Visitación de Nuestra Señora (Salesas), convertido en 1619 en orden de clausura bajo la Regla de San Agustín, que gobernó sabiamente. Llegó a altos grados de la vida mística, en la que sufrió penas internas muy grandes, aunque en apariencia gozase de una gran paz y serenidad. Murió en el monasterio de la Visitación de Moulins (Francia) el 13 de diciembre de 1641.- Oración: Señor, Dios nuestro, que adornaste con excelsas virtudes a santa Juana Francisca de Chantal en los distintos estados de su vida, concédenos, por su intercesión, caminar fielmente según nuestra vocación, para dar siempre testimonio de la luz. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Antíoco. Fue martirizado en las minas del promontorio de Sulcis en la isla de Cerdeña (Italia), en el siglo IV, o en el siglo II.
San Aristón. Sufrió el martirio en Porto Romano, el actual Fiumicino, cerca de la capital de Italia, en el siglo IV.
San Autberto. Obispo de Cambrai (Francia). Murió el año 670.
Santos Eustracio, Auxencio, Eugenio, Mardario y Orestes. Fueron martirizados en Armenia en el siglo IV, durante la persecución del emperador Diocleciano.
San Judoco. Nació en Bretaña (Francia) a comienzos del siglo VII, hijo de Jutael, rey de Armórica, que era parte de Bretaña, y hermano de san Judicael. No quiso heredar la corana real y optó por consagrarse al Señor. Cuando iba en peregrinación a Roma, lo retuvo junto a sí el duque de Ponthieu, Aymon, que lo tomó como capellán después que el obispo de Amiens lo ordenara de sacerdote. Siete años más tarde abrazó la vida eremítica y pasó por varios lugares solitarios. Hizo por fin la peregrinación a Roma y vuelto a su patria murió poco después, hacia el año 669.
Santa Otilia (u Odilia). Nació en Alsacia (Francia), hija del duque Adalrico. Según la tradición, era ciega de nacimiento y su padre la confió a una criada; ésta la llevó al monasterio de Balma para su educación, y allí obtuvo la vista cuando el obispo san Erardo la bautizó. Volvió a casa y su padre construyó para ella el monasterio de Hohenbourg (que después tomó su nombre: Odilienberg), cerca de Estrasburgo, del que fue la primera abadesa y en el que vivió santamente bajo la Regla de San Benito. Su vida se sitúa a finales del siglo VII y principios del siglo VIII.
Santos Pedro Cho Hwa-So y compañeros mártires. El 13 de diciembre de 1866 fueron decapitados en Tiyen-Tiyou (Corea) seis cristianos seglares que rechazaron las promeses de libertad y vida y otras ventajas si apostataban, y que soportaron las torturas que les propinaron, hasta la muerte. Pedro Cho Hwa-So, hijo de un mártir, casado y padre de un mártir. Pedro Yi Myong-So y Bartolomé Chong Mun-Ho, también padres de familia; Pedro Son-Ji y José Pedro Han Chae-Kwon, padres de familia y catequistas; y Pedro Chong Won-Ji, adolescente.
Beato Antonio Grassi. Nació en Fermo (Ascoli Piceno, Italia) el año 1592. Desde joven se sintió atraído por la figura de san Felipe Neri y en 1609 ingresó en la Congregación del Oratorio. Ordenado de sacerdote en 1617, se dedicó a la instrucción catequística y espiritual, a la caridad con los enfermos y los encarcelados, y a la educación de los niños y jóvenes. Desde 1635 fue prepósito de su Congregación en Fermo. Hombre humilde y pacífico, con su ejemplo edificó a los fieles e impulsó a los hermanos a observar la Regla. Murió en Fermo el año 1671.
Beato Juan Marinoni. Nació en Venecia el año 1490. Estudió en la Universidad, se ordenó de sacerdote, ejerció su ministerio en la catedral de San Marcos, fue capellán del Hospital de los Incurables y, en 1528, ingresó en la Orden de los Clérigos Regulares, comúnmente llamados Teatinos. Junto con san Cayetano se entregó a la reforma del clero y a la salvación de las almas, e impulsó los Montes de Piedad para combatir la usura y ayudar a los necesitados. Murió en Nápoles (Italia) el año 1562.
Beata María Magdalena de la Pasión Starace. Nació en Castellammare di Stabia (Nápoles, Italia) el año 1845. Fue educada piadosamente por su madre y por las Hijas de la Caridad. A los 15 años se consagró al Señor con votos privados; más tarde profesó en las Terciarias Servitas. Las epidemias de cólera que azotaron Castellammare la impulsaron a fundar, en 1869, el instituto de las Religiosas Compasionistas Siervas de María, cuyo carisma es compadecer con Jesús doliente y con la Virgen de los Dolores; por tanto, compadecerse del prójimo en todas sus necesidades, tanto del espíritu como del cuerpo. Murió en su pueblo natal el 13-XII-1921. Beatificada en 2007.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Dijo Jesús a sus discípulos: -No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Aquel día muchos dirán: Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros? Yo entonces les declararé: Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados (Mt 7,21-23).
Pensamiento franciscano:
En cierta ocasión dijo san Francisco a un compañero suyo: «Cuando veas a un pobre, querido hermano, piensa que en él se te propone, como en un espejo, la persona del Señor y de su Madre pobre. Del mismo modo, al ver a los enfermos, considera las dolencias que él cargó sobre sí» (LM 8,5).
Orar con la Iglesia:
Oremos a Cristo, el Señor, que nació de la Virgen María, y digámosle: Ven, Señor Jesús.
-Hijo unigénito del Padre, que has de venir al mundo como mensajero de la Alianza, haz que el mundo te reciba y te reconozca.
-Tú que, engendrado en el seno del Padre, quisiste hacerte hombre en el seno de María, líbranos de toda corrupción y pecado.
-Tú que, en el día del juicio, traerás contigo la recompensa, haz que tu amor sea entonces nuestro premio.
-Señor Jesucristo, que viniste a salvar a los pecadores, líbranos de caer en la tentación.
-Ayúdanos a cumplir con fortaleza de espíritu la voluntad de tu Padre, para que podamos esperar tu venida sin temor.
Oración: Señor todopoderoso, rico en misericordia, no permitas que los afanes de este mundo nos impidan salir animosos al encuentro de tu Hijo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
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LA FIGURA AUSTERA DEL PRECURSOR
Benedicto XVI, Ángelus del 9 de diciembre de 2007
Queridos hermanos y hermanas:
En la solemnidad de la Inmaculada Concepción, la liturgia nos invitó a dirigir la mirada a María, Madre de Jesús y Madre nuestra, Estrella de esperanza para todo hombre. Hoy, segundo domingo de Adviento [Ciclo A], nos presenta la figura austera del Precursor, que el evangelista san Mateo introduce así: «Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: "Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos"» (Mt 3,1-2). Tenía la misión de preparar y allanar el sendero al Mesías, exhortando al pueblo de Israel a arrepentirse de sus pecados y corregir toda injusticia. Con palabras exigentes, Juan Bautista anunciaba el juicio inminente: «El árbol que no da fruto será talado y echado al fuego» (Mt 3,10). Sobre todo ponía en guardia contra la hipocresía de quien se sentía seguro por el mero hecho de pertenecer al pueblo elegido: ante Dios -decía- nadie tiene títulos para enorgullecerse, sino que debe dar «frutos dignos de conversión» (Mt 3,8).
Mientras prosigue el camino del Adviento, mientras nos preparamos para celebrar el Nacimiento de Cristo, resuena en nuestras comunidades esta exhortación de Juan Bautista a la conversión. Es una invitación apremiante a abrir el corazón y acoger al Hijo de Dios que viene a nosotros para manifestar el juicio divino. El Padre -escribe el evangelista san Juan- no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo el poder de juzgar, porque es Hijo del hombre (cf. Jn 5,22.27). Hoy, en el presente, es cuando se juega nuestro destino futuro; con el comportamiento concreto que tenemos en esta vida decidimos nuestro destino eterno. En el ocaso de nuestros días en la tierra, en el momento de la muerte, seremos juzgados según nuestra semejanza o desemejanza con el Niño que está a punto de nacer en la pobre cueva de Belén, puesto que él es el criterio de medida que Dios ha dado a la humanidad.
El Padre celestial, que en el nacimiento de su Hijo unigénito nos manifestó su amor misericordioso, nos llama a seguir sus pasos convirtiendo, como él, nuestra existencia en un don de amor. Y los frutos del amor son los «frutos dignos de conversión» a los que hacía referencia san Juan Bautista cuando, con palabras tajantes, se dirigía a los fariseos y a los saduceos que acudían entre la multitud a su bautismo.
Mediante el Evangelio, Juan Bautista sigue hablando a lo largo de los siglos a todas las generaciones. Sus palabras claras y duras resultan muy saludables para nosotros, hombres y mujeres de nuestro tiempo, en el que, por desgracia, también el modo de vivir y percibir la Navidad muy a menudo sufre las consecuencias de una mentalidad materialista. La "voz" del gran profeta nos pide que preparemos el camino del Señor que viene, en los desiertos de hoy, desiertos exteriores e interiores, sedientos del agua viva que es Cristo.
Que la Virgen María nos guíe a una auténtica conversión del corazón, a fin de que podamos realizar las opciones necesarias para sintonizar nuestra mentalidad con el Evangelio.
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CON LA CLARIDAD DE TU MENTE
ILUMINAS LA GRACIA DE TU CUERPO

Del "Libo sobre la virginidad" de san Ambrosio
Tú, una mujer del pueblo, una de entre la plebe, una de las vírgenes, que, con la claridad de tu mente, iluminas la gracia de tu cuerpo, tú que eres la que más propiamente puede ser comparada a la Iglesia, recógete en tu habitación y, durante la noche, piensa siempre en Cristo y espera su llegada en cualquier momento.
Así es como te deseó Cristo, así es como te eligió. Abre la puerta, y entrará, pues no puede fallar en su promesa quien prometió que entraría. Échate en brazos de aquel a quien buscas; acércate a él, y serás iluminada; no lo dejes marchar, pídele que no se marche rápidamente, ruégale que no se vaya. Pues la Palabra de Dios pasa; no se la recibe con desgana, no se la retiene con indiferencia. Que tu alma viva pendiente de su palabra, sé constante en encontrar las huellas de la voz celestial, pues pasa velozmente.
Y, ¿qué es lo que dice el alma? Lo busco, y no lo encuentro; lo llamo, y no responde. No pienses que le desagradas si se ha marchado tan rápidamente después que tú le llamaste, le rogaste y le abriste la puerta; pues él permite que seamos puestos a prueba con frecuencia. ¿Y qué es lo que responde, en el Evangelio, a las turbas, cuando le ruegan que no se vaya? También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado. Y, aunque parezca que se ha ido, sal una vez más, búscale de nuevo.
¿Quién, sino la santa Iglesia, te enseñará la manera de retener a Cristo? Incluso ya te lo ha enseñado, si entiendes lo que lees: Apenas los pasé, encontré al amor de mi alma: lo abracé, y ya no lo soltaré.
¿Con qué lazos se puede retener a Cristo? No a base de ataduras injustas, ni de sogas anudadas; pero sí con los lazos de la caridad, las riendas de la mente y el afecto del alma.
Si quieres retener a Cristo, búscalo y no temas el sufrimiento. A veces se encuentra mejor a Cristo en medio de los suplicios corporales y en las propias manos de los perseguidores.
Apenas los pasé, dice el Cantar. Pues, pasados breves instantes, te verás libre de los perseguidores y no estarás sometida a los poderes del mundo. Entonces Cristo saldrá a tu encuentro y no permitirá que durante un largo tiempo seas tentada.
La que de esta manera busca a Cristo y lo encuentra puede decir: Lo abracé, y ya no lo soltaré, hasta meterlo en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en sus entrañas. ¿Cuál es la casa de tu madre y su alcoba, sino lo más íntimo y secreto de tu ser?
Guarda esta casa, limpia sus aposentos más retirados, para que, estando la casa inmaculada, la casa espiritual fundada sobre la piedra angular, se vaya edificando el sacerdocio espiritual, y el Espíritu Santo habite en ella.
La que así busca a Cristo, la que así ruega a Cristo no se verá nunca abandonada por él; más aún, será visitada por él con frecuencia, pues está con nosotros hasta el fin del mundo.
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SAN FRANCISCO Y LA VIRGEN MARÍA (IV)
por Martín Steiner, OFM
Alumbramiento del espíritu del Evangelio
por los méritos de María
¿Hasta dónde se remonta en la historia de Francisco su «amor indecible» a la Virgen María? Es imposible determinarlo con precisión absoluta.
Encontramos la primera manifestación en su celo por restaurar la capillita de la Porciúncula. ¿En qué estadio de su evolución se encontraba entonces Francisco? La experiencia de la «dulzura» («El Señor me condujo entre leprosos, practiqué la misericordia con ellos y, al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura», Test 2-3) le había permitido presentir ya el alcance del misterio de la encarnación; posteriormente, la revelación del Crucificado, vinculada a su heroica experiencia con los leprosos (LM 1,5), le había hecho descubrir el amor sin límites del Señor en su pasión; el mandato del crucifijo de San Damián le había confiado una tarea provisional; y el conflicto con su padre había desembocado en su «salida del siglo» (Test 3). Francisco ignoraba todavía cuál sería su vocación definitiva. Ni el servicio a los leprosos, ni la reparación de iglesias le parecía que debían agotar lo que el Señor esperaba de él. En espera de nuevas luces, se consagra sin embargo con entusiasmo a estos cometidos. Después de restaurar la iglesia de San Damián, emprende la restauración de la de San Pedro.
Concluidas dichas obras, Francisco dirige la mirada hacia la capilla de la Porciúncula, en la planicie de Asís. También este antiguo santuario se hallaba en ruinas. «Al contemplarla el varón de Dios en tal estado, movido a compasión, porque le hervía el corazón en devoción hacia la madre de toda bondad, decidió quedarse allí mismo. Cuando acabó de reparar dicha iglesia, se encontraba ya en el tercer año de su conversión» (1 Cel 21; cf. LM 2,8).
De este modo es como aflora la primera manifestación de amor a María en la vida de Francisco: no fija su residencia en San Damián ni en San Pedro, sino en la Porciúncula, revelando así su devoción a Nuestra Señora. Había adquirido la certeza de que la Virgen prefería esta minúscula iglesia entre todas. Y cuando le parece que una certidumbre es inspirada por Dios, habla de ella en términos de «revelación» (cf. Test 14.23): «El dichoso Padre solía decir que por revelación de Dios sabía que la Virgen Santísima amaba con especial amor aquella iglesia entre todas las construidas en su honor a lo ancho del mundo, y por eso el Santo la amaba más que a todas» (2 Cel 19; cf. TC 56).
Pero volvamos al hilo de los acontecimientos. Francisco repara iglesias durante cerca de tres años, a la vez que atiende también a los leprosos. Es un período de dura prueba, de búsqueda de su propio camino. Tiene que acostumbrarse a su vida tremendamente penosa de pobre desprovisto de todo, abandonado a la benevolencia o a la malevolencia de las gentes a quienes mendiga su subsistencia y los materiales necesarios para llevar a cabo sus obras de reparación (cf. TC 22-24). Aunque sabe que está en paz, porque ha obedecido a Dios en todo, presiente que su Señor no le ha revelado todavía su vocación definitiva. Es un espacio de tiempo doloroso desde muchos puntos de vista.
Y entonces Francisco se dirige a María: «Mientras moraba en la iglesia de la Virgen, Madre de Dios, su siervo Francisco insistía, con continuos gemidos ante aquella que engendró al Verbo lleno de gracia y de verdad, en que se dignara ser su abogada» (LM 3,1). Durante este período crucial se encomienda pues a María para que ella sea su «advocata»: la que le proteja y, al mismo tiempo, interceda por él.
San Buenaventura comenta en una magnífica frase el resultado de esta gestión: «Al fin logró -por los méritos de la madre de misericordia- concebir y dar a luz el espíritu de la verdad evangélica» (ibíd.). Por tanto, el autor atribuye a la intervención de María el descubrimiento que Francisco hizo de su vocación, cuando oyó el evangelio de la misión. Todo hace pensar que no traiciona las convicciones del mismo Francisco.
Francisco califica como una «revelación» la iluminación súbita que tuvo entonces: «El Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio» (Test 14). San Buenaventura lo interpreta como una concepción y un alumbramiento paralelos a la concepción del Verbo de Dios en María. La idea no es extraña a Francisco, como lo atestigua su comentario sobre nuestra función maternal con relación a Cristo (cf. 1CtaF 10; 2CtaF 53). Aquí la podemos comprender teniendo en cuenta el paralelismo entre Cristo y Francisco, su más fiel discípulo. Como el Verbo lleno de gracia y de verdad se ha encarnado en María para ser la revelación del amor del Padre, para ser, por tanto, en su Persona la Buena Nueva para los hombres, de igual modo el evangelio va a encarnarse en Francisco sin atenuaciones ni falsificaciones, recobrando en él toda su radical novedad y siendo de nuevo convincente para todos. Esa es la misión de Francisco, quien debe tal descubrimiento a los méritos de María, a quien ha tomado como «abogada».
Se comprende la explosión de júbilo de Francisco, tras tan larga búsqueda de su propio camino: «Al instante, saltando de gozo, lleno del Espíritu del Señor, exclamó: "Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica"» (1 Cel 22). ¿Cómo no habría de reforzarse definitivamente su amor a María, a quien le debía tan gran favor? Como auténtico pobre, ¡qué gran sentido tenía Francisco de la gratitud!
[En Selecciones de Franciscanismo, n. 28 (1981) 58-59].
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