sábado, 3 de diciembre de 2016

DÍA 3 DE DICIEMBRE: SAN FRANCISCO JAVIER, Beatos Pío Heredia Zubía y 5 compañeros mártires del 36 en España


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SAN FRANCISCO JAVIER. Nació de familia noble en el Castillo de Javier (Navarra, España) el año 1506. En 1525 marchó a París a estudiar, y allí se encontró con el beato Pedro Fabro y san Ignacio, que le contagiaron su ideal religioso. Se unió al grupo iniciado por san Ignacio y fue uno de los miembros fundacionales de la Compañía de Jesús. El año 1537 recibió la ordenación sacerdotal en Venecia, donde se dedicó a obras de caridad. Tras breves estancias en Bolonia y Roma, el año 1541, respondiendo a la petición del rey de Portugal de misioneros para sus posesiones en Asia, marchó al Oriente, donde se convirtió en uno de los más destacados misioneros de la historia de la Iglesia. Evangelizó incansablemente la India, las islas Molucas y el Japón durante diez años, convirtió a muchos a la fe y estableció comunidades cristianas. Murió el 3 de diciembre de 1552 en la isla de Sanchón o Sancián, a las puertas de China. Pío XI lo declaró en 1927 patrono de las misiones, junto con santa Teresa del Niño Jesús.- Oración: Señor y Dios nuestro, tú has querido que numerosas naciones llegaran al conocimiento de tu nombre por la predicación de san Francisco Javier; infúndenos su celo generoso por la propagación de la fe, y haz que tu Iglesia encuentre su gozo en evangelizar a todos los pueblos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Pío Heredia y CompsBeatos Pío Heredia Zubía y 5 compañeros mártires. El monasterio de Viaceli (Cóbreces, Cantabria), de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia y de San Bernardo (trapenses), tenía en julio de 1936 una comunidad floreciente que se dedicaba a la vida contemplativa y al trabajo del campo y de la quesería del convento. No obstante, el 8-IX-1936 los milicianos detuvieron a la mayoría de los monjes y los trasladaron a Santander. Los soltaron, pero no tardaron en detenerlos de nuevo. El 3 de diciembre de 1936, el P. Pío y sus compañeros, al parecer, fueron llevados a alta mar y arrojados, maniatados y vivos, a las aguas. La misma suerte corrieron al día siguiente otros cinco monjes. Beatificados el 3-X-2015.- Pío Heredia nació en Larrea (Álava) en 1875. En 1894 profesó en el monasterio cisterciense de Val San José (Getafe, Madrid), y en 1899 fue ordenado sacerdote. En 1908 se trasladó al monasterio de Viaceli, en el que fue prior y maestro de novicios hasta su muerte.Amadeo García Rodríguez nació en Villaviciosa de San Miguel (León) en 1905. Profesó en 1924 y recibió la ordenación sacerdotal en 1929. Fue un grande estudiante e investigador del Císter. Valeriano Rodríguez García nació en Villaviciosa de San Miguel en 1906. Profesó en 1923 y fue ordenado sacerdote en 1930. Se dedicó con preferencia a la formación de los jóvenes. Juan Bta. Ferrís Llopis nació en Algemesí (Valencia) en 1905. Profesó en 1925 y recibió la ordenación sacerdotal en 1931. Fue uno de los principales promotores de la revista La Voz del CísterÁlvaro González López nació en Noceda del Bierzo (León) en 1915. Después de un segundo noviciado, hizo la profesión simple en 1934. Al estallar la guerra civil había terminado el segundo curso de filosofía. Antonio Delgado González nació en Citores del Páramo (Burgos) en 1915. Estuvo en el seminario de Burgos, pero los estudios no eran para él. En octubre de 1933 ingresó en Viaceli como oblato, y no llegó a comenzar el noviciado.
Beatos Manuel Santiago Santiago y Francisco Fernández Escosura, dominicos. Estos dos jóvenes estudiaban filosofía en el convento de Almagro (Ciudad Real) cuando estalló la persecución religiosa en España. Sus padres les propusieron que volvieran a casa, pero ellos prefirieron seguir con su comunidad y correr su misma suerte. El 24-VII-1936 fueron detenidos, llevados a Madrid y encerrados en la cárcel Modelo, de la que pasaron a la de Ventas el 16-XI-1936, donde sufrieron grandes penalidades y reiteradas propuestas de matrimonio y buen sueldo si renunciaban a su consagración religiosa. Su negativa fue rotunda, aunque sabían que significaba su condena a muerte. El 3-XII-1936 los sacaron de la cárcel y los llevaron al lugar de su martirio, que tuvo lugar muy probablemente en Paracuellos de Jarama (Madrid). Manuel Santiago nació en Donado (Sanabria, Zamora) en 1916. Ingresó en el noviciado de Almagro, donde hizo su profesión en 1934. A continuación comenzó los estudios filosóficos dentro de la carrera sacerdotal. Tenía un carácter noble y sencillo, más bien tímido, agradable y caritativo. Francisco Fernández nació en Sotiello, Pola de Lena (Asturias) en 1917. Era el mayor de 14 hermanos. De su familia salieron 4 dominicas. Profesó, al igual que Manuel Santiago, el 7-X-1934, en manos del Maestro de la Orden, el P. Gillet. Era ejemplarísimo en todo, de fe muy sencilla, recto en sus criterios y delicado de conciencia.
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San Birino de Dorchester. Era monje benedictino en Roma cuando el papa Honorio I lo envió a Inglaterra a predicar el Evangelio. Ya en su destino, el obispo Asterio de Génova lo consagró obispo, y Birino comenzó la tarea de evangelizar a los sajones occidentales de Wessex, logrando incluso la conversión del rey Cynegils. Luego le asignaron la ciudad de Dorchester para que fijara en ella su sede. Desde allí desarrolló una gran labor misionera, convirtió a muchos a la fe y construyó numerosas iglesias. Murió el año 649 ó 650.
San Casiano de Tánger. Sufrió el martirio en Tánger, ciudad del actual Marruecos, hacia el año 298.
San Galgano Guidotti. Después de una juventud disipada, se convirtió a Dios y llevó vida de ermitaño, dedicado voluntariamente a la penitencia corporal y la oración. Murió el año 1181 en el Monte Siepi (Siena, Italia). [Unos autores sitúan su muerte el 30 de noviembre; pero otros la sitúan el 3 de diciembre].
San Lucio. Llevó vida de ermitaño en Chur (Suiza) en el siglo VI-VII. Sobre su tumba se edificó un monasterio.
San Sofonías. Es uno de los profetas menores del Antiguo Testamento. En los días de Josías rey de Judá (639-609 antes de Cristo), anunció la ruina de los impíos el día de la ira del Señor, y confortó con la esperanza de la salvación a los pobres y menesterosos.
Beato Eduardo Coleman. Nació en el condado de Suffolk (Inglaterra) en fecha desconocida, hijo de un pastor protestante. Hizo una espléndida carrera en Cambridge y dejó escritas varias obras. Se convirtió al catolicismo y se colocó como secretario de la duquesa de York, esposa del futuro rey Jacobo II. No ocultaba su condición de católico ni su deseo de lograr la libertad religiosa para los católicos. Titus Oates lo incluyó en su lista de conspiradores contra el Rey. Nada pudo probarse contra él, pero lo condenaron a muerte. Comprendió que en él se odiaba al catolicismo y aceptó la muerte con valentía. Lo ahorcaron y aún vivo lo destriparon y descuartizaron en la plaza Tyburn de Londres el año 1678.
Beato Juan Nepomuceno de Tschiderer. Nació de familia noble en Bolzano el año 1777. Hizo sus primeros estudios con los franciscanos de su ciudad, y los continuó en Innsbruck; se ordenó de sacerdote en 1800. Ejerció ministerios parroquiales y fue profesor en el seminario de Trento, canónigo y después provicario. En 1832 fue elegido obispo auxiliar de Bressanone y, en 1834, obispo titular de Trento. Fue para todos un pastor vigilante y padre entrañable. En las epidemias de 1831, 1836 y 1855 se volcó en atenciones a los enfermos, y en las guerras de 1848 y 1854, que asolaron su diócesis, socorrió a heridos, prisioneros y exiliados de los dos bandos. Murió en Trento el año 1860.
Beato Julián Marcelino Rebollar. Nació en Tresviso (Cantabria) en 1914. Emitió la profesión temporal en los Maristas el año 1932. Lo destinaron al colegio San José de la calle Fuencarral de Madrid en 1934. Era un religioso observante, lleno de caridad y dispuesto al sacrificio, y se sentía feliz con su vocación de educador que ejercía con celo apostólico. El 15-VIII-1936 lo detuvieron junto al Hno. Ángel Hipólito y otro marista, y los llevaron a la cárcel de Ventas, en la que sufrió inquietudes, privaciones, malos tratos. El 3 de diciembre de 1936 lo asesinaron en Paracuellos de Jarama (Madrid). Tenía 22 años. Beatificado el 13-X-2013.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
San Pablo escribió a los Corintios: -Hermanos, predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria. No tengo más remedio, y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio (1 Cor 9,16-17).
Pensamiento franciscano:
Dice san Francisco en su Regla: -Cualesquiera hermanos que, por divina inspiración, quieran ir entre los sarracenos y otros infieles, pidan la correspondiente licencia de sus ministros provinciales. Pero los ministros a ninguno le concedan la licencia de ir, sino a aquellos que vean que son idóneos para enviar (2 R 12,1-2).
Orar con la Iglesia:
Mientras celebramos la memoria de san Francisco Javier, que hizo de su vida una entrega generosa al anuncio del Evangelio, invoquemos la ayuda divina sobre la Iglesia y sobre el mundo entero:
-Para que la Iglesia sea fiel al Evangelio, como signo de amor a Dios y a los hombres.
-Para que el Espíritu Santo ilumine y sostenga en todo momento a los misioneros y a todos los que anuncian el Evangelio en situaciones de particular dificultad.
-Para que surjan en todas las comunidades cristianas jóvenes y adultos decididos a dedicar sus vidas al anuncio del Evangelio.
-Para que cuantos celebramos en la Eucaristía la muerte y la resurrección del Señor, sigamos el ejemplo que nos dejó san Francisco Javier y gocemos de su protección.
Oración: Señor, tú que has hecho crecer la Iglesia mediante el celo y los trabajos de los misioneros, concede a tu pueblo crecer en la fe y dar testimonio de ella con su vida santa. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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EN ADVIENTO SE NOS INCULCA QUE DIOS «VIENE»
Benedicto XVI, Ángelus del 3 de diciembre de 2006
Queridos hermanos y hermanas:
En Adviento la liturgia con frecuencia nos repite y nos asegura, como para vencer nuestra natural desconfianza, que Dios «viene»: viene a estar con nosotros, en todas nuestras situaciones; viene a habitar en medio de nosotros, a vivir con nosotros y en nosotros; viene a colmar las distancias que nos dividen y nos separan; viene a reconciliarnos con él y entre nosotros. Viene a la historia de la humanidad, a llamar a la puerta de cada hombre y de cada mujer de buena voluntad, para traer a las personas, a las familias y a los pueblos el don de la fraternidad, de la concordia y de la paz.
Por eso el Adviento es, por excelencia, el tiempo de la esperanza, en el que se invita a los creyentes en Cristo a permanecer en una espera vigilante y activa, alimentada por la oración y el compromiso concreto del amor. Ojalá que la cercanía de la Navidad de Cristo llene el corazón de todos los cristianos de alegría, de serenidad y de paz.
Para vivir de modo más auténtico y fructuoso este período de Adviento, la liturgia nos exhorta a mirar a María santísima y a caminar espiritualmente, junto con ella, hacia la cueva de Belén. Cuando Dios llamó a la puerta de su joven vida, ella lo acogió con fe y con amor. Dentro de pocos días la contemplaremos en el luminoso misterio de su Inmaculada Concepción. Dejémonos atraer por su belleza, reflejo de la gloria divina, para que «el Dios que viene» encuentre en cada uno de nosotros un corazón bueno y abierto, que él pueda colmar de sus dones.
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¡AY DE MÍ SI NO ANUNCIO EL EVANGELIO!
De las cartas de san Francisco Javier a san Ignacio
Venimos por lugares de cristianos que ahora habrá ocho años que se hicieron cristianos. En estos lugares no habitan portugueses, por ser la tierra muy estéril en extremo y paupérrima. Los cristianos de estos lugares, por no haber quien les enseñe en nuestra fe, no saben más de ella que decir que son cristianos. No tienen quien les diga misa, ni menos quien los enseñe el Credo, Pater nóster, Ave María, ni los mandamientos.
En estos lugares, cuando llegaba, bautizaba a todos los muchachos que no eran bautizados; de manera que bauticé una grande multitud de infantes que no sabían distinguir la mano derecha de la izquierda. Cuando llegaba en los lugares, no me dejaban los muchachos ni rezar mi Oficio, ni comer, ni dormir, sino que los enseñase algunas oraciones. Entonces comencé a conocer por qué de los tales es el reino de los cielos.
Como tan santa petición no podía sino impíamente negarla, comenzando por la confesión del Padre, Hijo y Espíritu Santo, por el Credo, Pater nóster, Ave María, así los enseñaba. Conocí en ellos grandes ingenios; y, si hubiese quien los enseñase en la santa fe, tengo por muy cierto que serían buenos cristianos.
Muchos cristianos se dejan de hacer, en estas partes, por no haber personas que en tan pías y santas cosas se ocupen. Muchas veces me mueven pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para disponerse a fructificar con ellas: «¡Cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos!».
Y así como van estudiando en letras, si estudiasen en la cuenta que Dios, nuestro Señor, les demandará de ellas, y del talento que les tiene dado, muchos de ellos se moverían, tomando medios y ejercicios espirituales para conocer y sentir dentro de sus ánimas la voluntad divina, conformándose más con ella que con sus propias afecciones, diciendo: «Aquí estoy, Señor, ¿qué debo hacer? Envíame adonde quieras; y, si conviene, aun a los indios».
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EL ESPÍRITU SANTO
EN LA EXPERIENCIA DE SAN FRANCISCO (I)

por José Álvarez, OFM
Quiero evocar en esta reflexión a Francisco de Asís como testigo exponencial de la acción que este dulce huésped del alma, el Espíritu Santo, realizó en su persona y está llamado a realizar en todo creyente, máxime si milita en su Orden «por divina inspiración».
Francisco no fue un teólogo académico, fue un lugar teológico. Desde que le alcanzó la gracia, se dejó transformar hasta convertirse en el auténtico «poverello» (anawin), pobre hasta ser obediente como María, la Virgen. Por esta obediencia Francisco dejó el mundo y se convirtió en peregrino del Absoluto, impulsado por la fuerza del Espíritu Santo (cf. Test).
Las fuentes franciscanas abundan en subrayar el hecho de que Francisco estaba lleno del Espíritu Santo (2 Cel 46); que hablaba lo que este Espíritu le sugería (2 Cel 25; TC 64); que guiado por el Espíritu entró a orar en San Damián (2 Cel 9-10); este Espíritu le guiaba siempre (1 Cel 100); bajo su acción adivinaba y predecía el futuro de su Orden (cf. 2 Cel 27); lleno del Espíritu de Dios no se cansaba de glorificar, alabar y bendecir en todas las cosas al soberano creador y conservador de las mismas (1 Cel 80; 93 y 98).
Cada cual proyecta lo que lleva dentro. Francisco proyectaba en sus palabras este Espíritu. Dice san Buenaventura: «Sus palabras no eran vacías ni objeto de risa, sino llenas de la fuerza del Espíritu Santo...» (LM 3,2). Esto daba seguridad a los hermanos, tan necesaria, sobre todo al principio, cuando aún muchos le tenían por loco extravagante.
Subraya san Buenaventura que san Francisco era tan convincente en palabras y obras que poco a poco todos, aun los vacilantes, «reconocieron que realmente descansaba el Espíritu del Señor en su siervo Francisco con tal plenitud, que podían sentirse del todo seguros siguiendo su doctrina y ejemplo de vida» (LM 4,4). «Por todo lo cual, bien puede concluirse -dice el mismo biógrafo- que estuvo investido con el espíritu y poder de Elías» (LM Prólogo 1).
Sorprende a uno la seguridad que manifiesta Francisco en un tema tan importante y delicado como es el discernimiento espiritual para no caer en el autoengaño, y tanto más nos sorprende cuanto que él mismo dice que no tenía director espiritual: «Al principio nadie me mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del Santo Evangelio» (Test 14).
Cuando Francisco es capaz de distinguir con tal nitidez la voz interior de Dios, ha curtido muy bien ya y purificado el espíritu contrario, es decir, el espíritu de la carne que, con tanta frecuencia, confunde a algunos. ¿Cómo puede saber uno si le anima el Espíritu del Señor o el espíritu de la carne? Desde su experiencia carismática nos ha dejado un sapientísimo criterio de discernimiento para la ocasión; dice: «Así puede conocerse si el siervo de Dios tiene el Espíritu del Señor: si, cuando el Señor obra por medio de él algo bueno, no por ello se enaltece su carne, pues siempre es opuesta a todo lo bueno, sino, más bien, se considera a sus ojos más vil y se estima menor que todos los hombres» (Adm 12).
Fácilmente se advierte cómo a todo esto subyace la pobreza espiritual, que es humildad, y la obediencia «que confunde -dice el Santo- a todos los quereres corporales y carnales, y mantiene mortificado su cuerpo para obedecer al Espíritu» (SalVir 14).
Resulta admirable cómo este hombre simple e iletrado llegó a comprender la importancia nuclear del Espíritu Santo en su vida cristiana. Sin embargo, es la clave de su espiritualidad, pues le bastó escuchar muchas veces y meditar lo que dice la Sagrada Escritura sobre el Espíritu Santo y tratar después de hacerlo experiencia.
El resultado fue éste: que en el principio fue el Espíritu, que engendra, fecunda, anima, llama y acompaña; que el Espíritu es el agente de toda buena obra, como seguir las huellas de Cristo, llegar a Él, Altísimo, hacer por amor suyo lo que a Él le agrada, etc.; que el Espíritu vivifica, da vida, «y son vivificados por el Espíritu de las divinas letras quienes no atribuyen al espíritu de la carne toda la letra que saben y desean saber, sino que con la palabra y el ejemplo se la restituyen al Altísimo Señor Dios, de quien es todo bien» (cf. Adm 7). Otro buen criterio de discernimiento.
En su Testamento, Francisco levanta acta de los favores de Dios. Dios se le ha volcado en dones: conversión, fe, hermanos, proyecto de vida, etc. Pero el don sobre todo don ha sido el Espíritu del Señor, pobre, humilde, eucarístico, que le ha revelado, inspirado y guiado en todo momento. Gracias a Él ve al Hijo de Dios en los sacerdotes, está unido a Cristo, sabe que recibe el cuerpo y sangre de Cristo... (Adm 1).
El Espíritu ilumina, enciende (CtaO 51), infunde virtudes (SalVM 6), inspira el seguimiento (1 R 2,1). Estos y tantos otros efectos del Espíritu del Señor desencadenan en Francisco y en los hermanos toda una serie de actitudes de carácter espiritual que les hacen vivir en la santa libertad de los hijos de Dios, es decir, espiritualmente. No cabe duda de que si Francisco logró ser libre, vivir y actuar con aquella santa libertad durante toda su vida, fue gracias al Espíritu del Señor que le invadió y le transformó en su portavoz y altavoz. ¡Este cristiano sí que fue un carismático marca registrada!
[En Santuario, n. 118, 1997, pp. 5-6]
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