sábado, 17 de diciembre de 2016

DÍA 18 DE DICIEMBRE: Nuestra Señora de la Esperanza, La Expectación del Parto de la Virgen, Santa María de la «O»,etc.


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Nuestra Señora de la Esperanza, La Expectación del Parto de la Virgen, Santa María de la «O», son títulos de una fiesta de la Virgen María que no figura en el calendario litúrgico de la Iglesia, pero que tiene larga tradición en España, pues viene del Concilio X de Toledo, celebrado el año 656, que quiso dar mayor relieve a la fiesta de la Anunciación y Encarnación, sacándola del tiempo cuaresmal o pascual, y acercándola, en plena celebración del Adviento, al momento decisivo del parto de la Virgen Madre, acontecimiento esperado por la humanidad y muy especialmente por María. Esperanza, pues presenta a María en estado avanzado del embarazo obrado por el Espíritu Santo. Expectación, por el ansia e intensidad con que ella esperaba tener pronto en sus brazos al que llevaba en su seno. El título de María de la «O» hace referencia a las solemnes antífonas del Cántico de la Virgen, elMagníficat, que en las Vísperas de los siete días anteriores a Navidad empiezan por esa letra. En relación con estas advocaciones de la Virgen, el arte suele representar a María en avanzado estado de gestación, con su vientre abultado y la mano sobre el mismo, apuntando que allí está el Hijo de Dios, que pronto nacerá.- Oración: Dios y Señor nuestro, que en el parto de la Virgen María has querido revelar al mundo entero el esplendor de tu gloria, asístenos con tu gracia, para que proclamemos con fe íntegra y celebremos con piedad sincera el misterio admirable de la encarnación de tu Hijo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
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San Flannano. Nació en Munster de Irlanda, hijo del rey Toirdelbaig. Se educó en un monasterio y abrazó la vida monástica. En una peregrinación a Roma, el papa Juan IV lo consagró obispo. Vuelto a Irlanda puso su sede en Killaloe. Desarrolló una gran actividad evangelizadora en las islas Hébridas y en otras regiones. Su vida se sitúa en el siglo VII.
San Gaciano. Primer obispo de Tours (Francia). Según san Gregorio de Tours fue uno de los siete misioneros enviados por el Papa el año 250 a evangelizar las Galias.
San Malaquías. Es uno de los profetas menores del Antiguo Testamento. Su ministerio profético se desarrolló en Jerusalén en la primera mitad del siglo V antes de Cristo. Después que el pueblo de Israel retornó del destierro de Babilonia a su tierra, anunció el gran día del Señor y su venida al templo, y que siempre y en todas partes se debe ofrecer al nombre del Señor una oblación pura. La Iglesia ha visto cumplidas en el Nuevo Testamento algunas de sus profecías.
Santos Namfamón, Migín, Sanamis y Lucita. Sufrieron el martirio en África septentrional en la antigüedad cristiana. Según el testimonio del pagano Máximo de Madaura en una carta dirigida a san Agustín, eran muy venerados por el pueblo cristiano.
Santos Pablo Nguyen Van My, Pedro Truong Van Duong y Pedro Vu Van Truat. Son tres seglares vietnamitas, católicos fervientes y catequistas de la comunidad de Bau-No, que, durante la persecución del emperador Minh Mang, fueron delatados por una mujer que esperaba sacar provecho de su denuncia. Arrestados y conducidos ante el mandarín, se negaron a decir dónde estaba el misionero; también se les exigió que pisotearan la cruz en señal de apostasía. Se negaron a todo ello y se mantuvieron firmes en la fe, a pesar de los bárbaros tormentos e interrogatorio a que los sometieron. Los condenaron a muerte, pasaron un año en una terrible cárcel y fueron degollados en la colina Go-Voi (Vietnam) el 18 de diciembre de 1838.
San Winebaldo. Nació el año 701 en Wessex (Inglaterra), en el seno de una familia llena de santos: era hijo de san Ricardo, hermano de san Wilibaldo y santa Walburga, primo de san Bonifacio. Con motivo de una peregrinación a Tierra Santa con familiares suyos, se quedó siete años en Roma en un monasterio. Vuelto a su patria, marchó en seguida a trabajar junto a san Bonifacio en la tarea evangelizadora de Alemania. Su hermano, obispo de Eichstatt, fundó dos monasterios, uno para hombres y otro para mujeres, en Heidenheim (Baviera, Alemania), y al frente de los mimos puso a sus hermanos Winebaldo y Walburga respectivamente. Winebaldo murió el año 761.
Beatos Miguel Sanromán Fernández y Eugenio Cernuda Febrero. Son dos Agustinos, miembros de la Residencia de Santander, que se dedicaban a la enseñanza en las escuelas gratuitas para niños pobres, hijos de pescadores. Al comenzar la persecución religiosa en España, dejaron el convento y se refugiaron en pensiones. El 18-XII-1936 fueron detenidos, llevados a la checa de Neila, en Santander, y martirizados horas después en el cementerio municipal de Ciriego, de la misma ciudad, mientras gritaban: ¡Viva Cristo Rey! Miguel Sanromán nació en Tábara (Zamora) en 1879, hizo la profesión religiosa en 1895 y fue ordenado sacerdote en 1902. Su primer destino fue la misión de Iquitos (Perú). Por falta de salud regresó a España en 1925, y su último destino fue Santander. Eugenio Cernuda nació en Zaratán (Valladolid) en 1900, hizo la profesión en 1917 y recibió la ordenación sacerdotal en 1925. Ejerció el apostolado de la enseñanza en colegios de Asturias y Cantabria. Fue querido y admirado por su bondad y dedicación.
Beata Nemesia Valle. Nació en Aosta (Italia) el año 1847. En plena juventud, el año 1866, ingresó en la Congregación de las Hermanas de la Caridad fundada por santa Juana Antida Thouret. Ya profesa, estuvo 36 años en Tortona como profesara de las niñas y luego superiora de su comunidad. Fue muy estimada tanto por las hermanas como por las alumnas y sus familias. En 1903 la trasladaron a Borgaro Torinese, cerca de Turín, como maestra y formadora de las novicias. En su Congregación la consideraban como una «regla viviente», practicada en la humildad, el sacrificio y la fidelidad. Murió en Borgaro en 1916 y fue beatificada el año 2004.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,18-21).
Pensamiento franciscano:
San Buenaventura dice de san Francisco: -Sin duda, la piedad lo inclinaba afectuosamente hacia todas las criaturas, pero de un modo especial hacia las almas, redimidas con la sangre preciosa de Cristo Jesús. En efecto, cuando las veía sumergidas en alguna mancha de pecado, lo deploraba con tan tierna conmiseración, que bien podía decirse que, como una madre, las engendraba diariamente en Cristo (LM 8,1).
Orar con la Iglesia:
Elevemos nuestra oración al Padre, recordando el ejemplo de José, esposo de María.
-Por la Iglesia, para que acepte con gozo la palabra divina, la guarde incontaminada y la predique por el mundo.
-Por los padres de familia y por cuantos tienen autoridad, para que, con amor y espíritu de servicio, vivan y trabajen en bien de todos.
-Por quienes son o han sido víctimas de la pobreza y la injusticia, para que colaboren, sin odios ni rencores, en la construcción de un mundo mejor.
-Por todos los creyentes, para que asumamos con amor y entereza la misión a la que Dios nos llama en esta vida.
Oración: Concédenos, Padre de misericordia, prepararnos a recibir a tu Hijo, aprendiendo de los ejemplos de fe y amor de José y María. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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CONTEMPLAR A SAN JOSÉ EN EL ADVIENTO
Benedicto XVI, Ángelus del 18 de diciembre de 2005
Queridos hermanos y hermanas:
En estos últimos días del Adviento, la liturgia nos invita a contemplar de modo especial a la Virgen María y a san José, que vivieron con intensidad única el tiempo de la espera y de la preparación del nacimiento de Jesús. Hoy deseo dirigir mi mirada a la figura de san José. En la página evangélica de hoy san Lucas presenta a la Virgen María como «desposada con un hombre llamado José, de la casa de David» (Lc 1,27). Sin embargo, es el evangelista san Mateo quien da mayor relieve al padre putativo de Jesús, subrayando que, a través de él, el Niño resultaba legalmente insertado en la descendencia davídica y así daba cumplimiento a las Escrituras, en las que el Mesías había sido profetizado como «hijo de David».
Desde luego, la función de san José no puede reducirse a este aspecto legal. Es modelo del hombre "justo" (Mt 1,19), que en perfecta sintonía con su esposa acoge al Hijo de Dios hecho hombre y vela por su crecimiento humano. Por eso, en los días que preceden a la Navidad, es muy oportuno entablar una especie de coloquio espiritual con san José, para que él nos ayude a vivir en plenitud este gran misterio de la fe.
El amado Papa Juan Pablo II, que era muy devoto de san José, nos ha dejado una admirable meditación dedicada a él en la exhortación apostólica Redemptoris Custos, "Custodio del Redentor". Entre los muchos aspectos que pone de relieve, pondera en especial el silencio de san José. Su silencio estaba impregnado de contemplación del misterio de Dios, con una actitud de total disponibilidad a la voluntad divina. En otras palabras, el silencio de san José no manifiesta un vacío interior, sino, al contrario, la plenitud de fe que lleva en su corazón y que guía todos sus pensamientos y todos sus actos. Un silencio gracias al cual san José, al unísono con María, guarda la palabra de Dios, conocida a través de las sagradas Escrituras, confrontándola continuamente con los acontecimientos de la vida de Jesús; un silencio entretejido de oración constante, oración de bendición del Señor, de adoración de su santísima voluntad y de confianza sin reservas en su providencia.
No se exagera si se piensa que, precisamente de su "padre" José, Jesús aprendió, en el plano humano, la fuerte interioridad que es presupuesto de la auténtica justicia, la "justicia superior", que él un día enseñará a sus discípulos (cf. Mt 5,20). Dejémonos "contagiar" por el silencio de san José. Nos es muy necesario, en un mundo a menudo demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. En este tiempo de preparación para la Navidad cultivemos el recogimiento interior, para acoger y tener siempre a Jesús en nuestra vida.
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LA UNIÓN VIRGINAL DE MARÍA Y JOSÉ
Juan Pablo II, Catequesis del miércoles 21-VIII-96
1. El evangelio de Lucas, al presentar a María como virgen, añade que estaba «desposada con un hombre llamado José, de la casa de David» (Lc 1,27). Estas informaciones parecen, a primera vista, contradictorias.
Hay que notar que el término griego utilizado en este pasaje no indica la situación de una mujer que ha contraído el matrimonio y por tanto vive en el estado matrimonial, sino la del noviazgo. Pero, a diferencia de cuanto ocurre en las culturas modernas, en la costumbre judaica antigua la institución del noviazgo preveía un contrato y tenía normalmente valor definitivo: efectivamente, introducía a los novios en el estado matrimonial, si bien el matrimonio se cumplía plenamente cuando el joven conducía a la muchacha a su casa.
En el momento de la Anunciación, María se halla, pues, en la situación de esposa prometida. Nos podemos preguntar por qué había aceptado el noviazgo, desde el momento en que tenía el propósito de permanecer virgen para siempre. Lucas es consciente de esta dificultad, pero se limita a registrar la situación sin aportar explicaciones. El hecho de que el evangelista, aun poniendo de relieve el propósito de virginidad de María, la presente igualmente como esposa de José constituye un signo de que ambas noticias son históricamente dignas de crédito.
2. Se puede suponer que entre José y María, en el momento de comprometerse, existiese un entendimiento sobre el proyecto de vida virginal. Por lo demás, el Espíritu Santo, que había inspirado en María la opción de la virginidad con miras al misterio de la Encarnación y quería que ésta acaeciese en un contexto familiar idóneo para el crecimiento del Niño, pudo muy bien suscitar también en José el ideal de la virginidad.
El ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le dice: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1,20). De esta forma recibe la confirmación de estar llamado a vivir de modo totalmente especial el camino del matrimonio. A través de la comunión virginal con la mujer predestinada para dar a luz a Jesús, Dios lo llama a cooperar en la realización de su designio de salvación.
El tipo de matrimonio hacia el que el Espíritu Santo orienta a María y a José es comprensible sólo en el contexto del plan salvífico y en el ámbito de una elevada espiritualidad. La realización concreta del misterio de la Encarnación exigía un nacimiento virginal que pusiese de relieve la filiación divina y, al mismo tiempo, una familia que pudiese asegurar el desarrollo normal de la personalidad del Niño.
José y María, precisamente en vista de su contribución al misterio de la Encarnación del Verbo, recibieron la gracia de vivir juntos el carisma de la virginidad y el don del matrimonio. La comunión de amor virginal de María y José, aun constituyendo un caso especialísimo, vinculado a la realización concreta del misterio de la Encarnación, sin embargo fue un verdadero matrimonio (cf. Exhortación apostólica, Redemptoris custos, 7).
La dificultad de acercarse al misterio sublime de su comunión esponsal ha inducido a algunos, ya desde el siglo II, a atribuir a José una edad avanzada y a considerarlo el custodio de María, más que su esposo. Es el caso de suponer, en cambio, que no fuese entonces un hombre anciano, sino que su perfección interior, fruto de la gracia, lo llevase a vivir con afecto virginal la relación esponsal con María.
3. La cooperación de José en el misterio de la Encarnación comprende también el ejercicio del papel paterno respecto de Jesús. Dicha función le es reconocida por el ángel que, apareciéndosele en sueños, le invita a poner el nombre al Niño: «Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21).
Aun excluyendo la generación física, la paternidad de José fue una paternidad real, no aparente. Distinguiendo entre padre y progenitor, una antigua monografía sobre la virginidad de María -elDe Margarita (siglo IV)- afirma que «los compromisos adquiridos por la Virgen y José como esposos hicieron que él pudiese ser llamado con este nombre (de padre); un padre, sin embargo, que no ha engendrado». José, pues, ejerció en relación con Jesús la función de padre, gozando de una autoridad a la que el Redentor libremente se «sometió» (Lc 2,51), contribuyendo a su educación y transmitiéndole el oficio de carpintero.
Los cristianos han reconocido siempre en José a aquel que vivió una comunión íntima con María y Jesús, deduciendo que también en la muerte gozó de su presencia consoladora y afectuosa. De esta constante tradición cristiana se ha desarrollado en muchos lugares una especial devoción a la santa Familia y en ella a san José, Custodio del Redentor. El Papa León XIII, como es sabido, le encomendó el patrocinio de toda la Iglesia.
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SER "MADRES" DE JESUCRISTO (III)
por Gérard Guitton, OFM
Somos verdaderamente sus madres
San Francisco sabe todo lo que dice el Evangelio sobre esto. Vive profundamente esta maternidad espiritual del discípulo cuando escribe la Carta a todos los fieles. Todo el pasaje citado al principio del artículo respira una atmósfera muy mariana y joánica a la vez: «Y sobre todos aquellos y aquellas que cumplan estas cosas y perseveren hasta el fin, se posará el Espíritu del Señor (Is 11,2) y hará en ellos habitación y morada (cf. Jn 14,23)» (2CtaF 48). Estas palabras recuerdan la presencia del Espíritu sobre el Mesías (Is 11,2) y la idea clave de Juan de «permanecer en Dios». También María recibió el Espíritu Santo en vistas al nacimiento del Mesías: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti» (Lc 1,35).
Y san Francisco nos invita así mismo a esa efusión del Espíritu que nos permite alcanzar ese inmenso y rico parentesco con el Padre y el Hijo, en el Espíritu: «Y serán hijos del Padre celestial, cuyas obras realizan (cumplir la voluntad de Dios). Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 12,50). Somos esposos cuando el alma fiel se une, por el Espíritu Santo, a Jesucristo...; madres, cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo (cf. 1 Cor 6,20) por el amor y por una conciencia pura y sincera; lo damos a luz por las obras santas que deben ser luz para ejemplo de otros (cf. Mt 5,16)» (2CtaF 49-53).
Todos los momentos de la vida de una madre están, por así decirlo, descritos en este pasaje: la fecundación, la gestación y el parto: «Como primera cosa, el "concepit" (concibió): como María, el hombre debe acoger al Verbo de Dios, aceptarlo en actitud de obediencia creyente y dejarse llevar totalmente de Él. Pero el "concibió" -y este es el segundo momento- debe convertirse en "peperit" (dio a luz): el hombre, obediente y creyente, de nuevo como María, debe dar a luz al Verbo de Dios, darle vida y forma» (Esser, o. c., p. 293). Por el amor llevaremos en nuestro seno (y, sin duda, «alimentaremos») a Cristo, y mediante nuestras buenas obras lo daremos a luz. En mi opinión, el vértice de 2CtaF 49ss recae en ese dar a luz y alumbrar a Cristo mediante una vida activa de caridad, lealtad y pureza, más que en el hecho de que Cristo llegue a ser nuestro hijo. Una cosa es afirmar que somos «madres» de Jesucristo dándolo a luz con nuestro amor a los demás, y otra es afirmar que Jesús es nuestro hijo. Yo prefiero mantener el acento sobre los verbos «llevar» y «dar a luz», sin llevar más lejos la comparación.
La fidelidad al Espíritu Santo y la puesta en práctica del amor que llevamos en nuestro interior, es algo que Francisco considera muy importante, pues lo cita en sus escritos cuatro veces. El texto más largo y claro es el de la Regla bulada (2 R 10,8-10): «Aplíquense, en cambio, a lo que por encima de todo deben anhelar: tener el espíritu del Señor y su santa operación, orar continuamente al Señor con un corazón puro, y tener humildad y paciencia en la persecución y enfermedad, y amar a los que nos persiguen y reprenden y acusan...». La expresión «su santa operación» refleja la acción del Espíritu que nos hace actuar, que nos hace orar (cf. Rm 8,26-27), tener paciencia y amar en la persecución.
Esta expresión es traducida por «obras santas» en los otros tres textos: 2CtaF 53; Test 39; 1CtaF 2,21.
En 2CtaF 53 y en 2 R 10,9, se trata de actos que hay que realizar bajo el influjo del Espíritu; en los otros dos textos, el acento recae sobre la puesta en práctica de la palabra recibida. En todos ellos, está presente en el espíritu de Francisco el ejemplo de María. Según él, el Espíritu reposa sobre todos los fieles, en particular sobre los pobres y los pequeños: «En Dios no hay acepción de personas, y el ministro general de la Religión -que es el Espíritu Santo- se posa igual sobre el pobre y sobre el rico» (2 Cel 193).
[En Selecciones de Franciscanismo, n. 39 (1984) 495-497].
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