sábado, 26 de noviembre de 2016

DÍA 26 DE NOVIEMBRE: SAN LEONARDO DE PORTO MAURICIO, BEATO SANTIAGO ALBERIONE, etc.



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SAN LEONARDO DE PORTO MAURICIO. Nació en Porto Maurizio, hoy Imperia (Liguria, Italia), el año 1676. Aún niño marchó a Roma a estudiar en el Colegio Romano. A los veintiún años vistió el hábito franciscano en la Provincia reformada de Roma. Ordenado de sacerdote en 1702 y superada una grave enfermedad, se consagró a la predicación y a las misiones populares, que lo llevaron por toda Italia, en las que tuvo como temas favoritos la Pasión de Cristo, la devoción a la Virgen, la reforma de costumbres, la convivencia pacífica de los ciudadanos. El Papa lo envió a Córcega como mensajero de paz, y logró la pacificación. En su Orden consolidó el espíritu de retiro y austeridad propugnado por los descalzos. Escribió muchas obras para provecho de los predicadores y edificación de los fieles. Fue un gran impulsor de la declaración del dogma de la Inmaculada y propagador de la devoción del Vía crucis. Murió en Roma el 26 de noviembre de 1751. Pío XI lo proclamó patrono de los misioneros entre fieles.- Oración: Dios de poder y misericordia, te rogamos que, así como hiciste a san Leonardo un predicador insigne de la pasión de tu Hijo, propagando la devoción del Vía Crucis, nos concedas, por su intercesión, meditar esos mismos misterios de Cristo y merecer los frutos de su redención. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
SAN HUMILDE DE BISIGNANO[Murió el 26 de noviembre y la Familia Franciscana celebra su memoria el 25 del mismo mes]. Nació en Bisignano (Calabria, Italia) el año 1582. Desde pequeño causó admiración por su piedad. A los 27 años vistió el hábito franciscano como hermano laico. Por su vida y virtudes perteneció al pueblo de los pequeños en quienes Dios se complace y a quienes revela sus misterios. No hizo estudios, pero su discreción y discernimiento de espíritus hizo que lo buscaran como consejero espiritual incluso las más altas autoridades de la Iglesia. Desempeñó los oficios domésticos de su convento, a la vez que era hombre dado a la oración y a la caridad, extático y carismático, de quien Dios se sirvió para obras extraordinarias. Murió el 26 de noviembre de 1637 en Bisignano. Lo canonizó en 2002 Juan Pablo II, quien dijo: «En nuestra sociedad, en la que con demasiada frecuencia parecen borrarse las huellas de Dios, fray Humilde representa una gozosa y estimulante invitación a la mansedumbre, a la benignidad, a la sencillez y a un sano desprendimiento de los bienes efímeros del mundo».
BEATA DELFINA DE SIGNE, esposa de San Elzeario de Sabrán[La memoria de ambos esposos se celebra el 27 de septiembre]. Elzeario nació en Apt (Provenza), de familia noble, entre 1284 y 1287. Se educó en Marsella con un tío suyo que era abad benedictino. Siendo muy joven, por voluntad de Carlos II de Anjou, rey de Nápoles, contrajo matrimonio con Delfina de Signe, y así, sin quererlo ni buscarlo, se encontraron vinculadas dos almas selectas que decidieron amarse y ayudarse viviendo virginalmente. Vistieron el hábito de la Tercera Orden Franciscana, cuyo espíritu orientó y conformó sus vidas, atendieron y distribuyeron abundantes limosnas a los pobres, incluidos los leprosos, y se dedicaron de continuo a la oración y a las obras buenas. A la muerte de su padre, Elzeario heredó el condado de Ariano Hirpino (Nápoles), que gobernó con bondad y sabiduría, a la vez que desempañaba misiones que le confiaba el rey de Nápoles, y, cuando cumplía una de ellas, murió en París el 27 de septiembre de 1323. La beata Delfina vivió luego muchos años en santa viudez, sencilla y humilde, en pobreza y dedicada a la caridad y la oración. Hija de los condes de Marsella, había nacido en Puy-Michel en 1283, y falleció en la ciudad francesa de Apt el 26 de noviembre de 1360.- Oración: Manifiesta, Dios nuestro, la grandeza de tu amor hacia nosotros, que celebramos hoy la fiesta de los bienaventurados Elzeario y Delfina, unidos en santo matrimonio; y haz que nosotros disfrutemos también de la intimidad de tu amor en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
BEATO SANTIAGO ALBERIONE. Nació en San Lorenzo di Fossano (Italia) el año 1884. A los 16 años entró en el seminario de Alba y al final de 1900 tuvo claro que su misión era servir a la Iglesia con los nuevos medios que el ingenio humano presentaba. Se ordenó de sacerdote en 1907. Ejerció varios ministerios mientras iba desarrollando su obra principal, la «Familia Paulina», compuesta de varias congregaciones religiosas, institutos seculares y movimientos laicales, como la Pía Sociedad de San Pablo y la Congregación de las Hijas de San Pablo. Todas sus obras están dirigidas a la evangelización, la intensificación de la vida litúrgica y espiritual, la promoción de las vocaciones. Participó en el Concilio Vaticano II. Murió en Roma el 26 de noviembre de 1971. Antes lo visitó el papa Pablo VI, que después diría de él: «Miradlo: humilde, silencioso, incansable, siempre alerta, siempre ensimismado en sus pensamientos, que van de la oración a la acción, siempre atento a escrutar los "signos de los tiempos", es decir, las formas más geniales de llegar a las almas». Fue beatificado el año 2003.
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San Alipio. Murió casi centenario, hacia el año 614, en Adrianópolis de Paflagonia (Turquía). Fue diácono y estilita, lo que dicho de un anacoreta significa que por mayor austeridad vivía sobre una columna.
San Belino de Padua. Nació en Padua a finales del siglo XI. Abrazó la vida clerical y ocupó diversos cargos de responsabilidad en su diócesis. Vivió los tiempos difíciles de las luchas entre el Papado y el Imperio y del cisma en la Iglesia. Belino siempre se decantó por la autoridad del verdadero Papa. Hacia 1127 fue elegido obispo de Padua. Trató de implantar en su diócesis el programa de la reforma gregoriana. Recuperó las iglesias y monasterios perdidos en las luchas pasadas, puso bajo su autoridad toda la diócesis, multiplicó las escuelas para niños. Fue enérgico frente a los intereses bastardos de algunos poderosos, por lo que unos asalariados de la familia Capodivacca lo asesinaron en la selva de Fratta Polesine (Véneto) el año 1147.
San Conrado de Constanza. Hijo del conde Enrique de Altdorf, se educó en la escuela catedralicia de Constanza (Alemania) y se integró en el clero de esta diócesis. Elegido obispo de la misma, puso todo su celo en la predicación y en la administración de los sacramentos. Erigió iglesias y abrió hospitales para atender a los pobres. Aunque amigo del emperador Otón I, permaneció ajeno a toda actividad política. Murió en su sede el año 975.
San Nicón. Fue un monje que, después de haber llevado vida cenobita y eremítica en Asia, trabajó con celo evangélico para llevar la vida y costumbres cristianas a los habitantes de la isla de Creta, recién liberada de la dominación de los sarracenos, y luego recorrió Grecia predicando la penitencia, hasta que falleció el año 998 en el monasterio de Esparta que él mismo había fundado.
San Silvestre Guzzolino (o Gozzolino). Nació de familia noble en Osimo (Las Marcas, Italia) el año 1177. Estudió derecho en Padua y Bolonia, pero luego pasó al estudio de la teología con gran disgusto de su padre que era jurisconsulto. Ordenado de sacerdote, ejerció su ministerio en la catedral y se dedicó a obras de caridad y apostolado. Ante la tumba abierta de un amigo recién fallecido, decidió retirarse a la vida eremítica. Con los discípulos que se le unieron fundó en 1231 un monasterio benedictino en Montefano, y desde allí se fue desarrollado la Congregación de los Silvestrinos. Logró fundar otros once monasterios. Murió cerca de Fabriano (Las Marcas) el año 1267.
San Siricio, papa del año 384 al año 399. Era romano y sucedió a san Dámaso en la cátedra de San Pedro. Mostró tener clara conciencia del primado de la sede romana y de su deber de velar por el buen orden en toda la Iglesia. San Ambrosio lo alaba como verdadero maestro, ya que, consciente de su responsabilidad sobre todos los obispos, los instruyó en las enseñanzas de los Padres, confirmándolas con su autoridad apostólica. Fomentó que se combatiera en España el priscilianismo, y promovió la reconstrucción de la basílica de San Pablo Extramuros.
Santos Tomás Dinh Viet Du y Domingo Nguyen Van (Doan) Xuyen. El 26 de noviembre de 1839, después de haber sufrido crueles torturas, fueron decapitados en Nam Dinh (Vietnam) estos dos sacerdotes dominicos, vietnamitas de nacimiento, por haberse negado a apostatar de su fe cristiana. Era entonces emperador Minh Mang. Tomás nació en 1783, se ordenó primero de sacerdote e ingresó luego en la Orden de Santo Domingo. Durante años pudo ejercer con normalidad su apostolado, hasta que llegó la persecución anticristiana. Domingo nació en 1786, recibió la ordenación sacerdotal en 1819 y al año siguiente vistió el hábito de los dominicos. Se dedicó al ministerio parroquial con mucho provecho y trabajó en el seminario.
Beata Cayetana Sterni. Nació en Cassola, cerca de Vicenza (Italia), el año 1827. Contrajo matrimonio a los 16 años y, cuando esperaba el primer hijo, murió el marido; poco después murió también el niño. Se sintió llamada a la vida religiosa e ingresó en las monjas canosianas, pero poco después murió su madre y tuvo que volver a su casa para cuidar de sus hermanos pequeños. Más tarde se dedicó por entero a cuidar a los niños pobres en el hospicio de Bassano del Grappa (Vicenza), y para la asistencia de pobres y enfermos fundó la Congregación de las Hijas de la Divina Voluntad. Murió en Bassano el año 1889.
Beatos Hugo Taylor y Marmaduc Bowes. Hugo, sacerdote, y Marmaduc, seglar, fueron los primeros a quienes se aplicó el estatuto de Isabel I de Inglaterra por el que se consideraba traición ordenarse de sacerdote en el extranjero y volver a Inglaterra, y felonía el acoger a cualquiera de esos sacerdotes. Los dos fueron ahorcados, destripados y descuartizados en York el año 1585. Hugo nació en Durham, estudió y se ordenó de sacerdote el año 1584 en Reims (Francia) y volvió a su patria, en la que apenas pudo ejercer su ministerio un año. Marmaduc nació en Angram Grange (Cleveland). Era un rico terrateniente, casado y con hijos. Para evitar la confiscación de sus bienes disimulaba su condición de católico. El maestro que había contratado para la educación de sus hijos lo denunció por hospedar sacerdotes católicos en su casa. Ante el tribunal confesó su fe, lamentó haberla disimulado y ofreció su muerte como penitencia.
Beato Poncio de Faucigny. Nació en el seno de una familia noble de Saboya hacia el año 1100. Muy joven profesó en la abadía de Abondance, de Canónigos Regulares, e introdujo en ella una observancia más acorde con la Regla de San Agustín. En 1144 lo eligieron para la fundación de una nueva abadía en Sixt (Francia), de la que fue su primer abad. Sobresalió como abad diligente, prudente y santo. Murió el año 1178.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Del libro del Apocalipsis: «Gracia y paz a vosotros... de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama, y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén» (Ap 1,4-6).
Pensamiento franciscano:
Del Canto de exhortación de san Francisco a las Damas Pobres de San Damián:
«Las que están por enfermedad gravadas
y las otras que por ellas están fatigadas,
unas y otras soportadlo en paz,
»porque muy cara venderéis esta fatiga,
pues cada una será reina en el cielo coronada
con la Virgen María» (Audite).
Orar con la Iglesia:
Bendigamos al Padre que con tanta generosidad ha derramado los dones del Espíritu Santo sobre todos los pueblos.
-Te pedimos, Señor, que continúes derramando tu gracia sobre nosotros, para que los dones del Espíritu fructifiquen en nuestros corazones.
-Tú que hiciste a tu Hijo luz de las naciones, abre los ojos de los ciegos y libra de toda esclavitud a los que viven en las tinieblas del espíritu.
-Tú que ungiste a Cristo con la fuerza del Espíritu Santo para realizar la salvación de los hombres, haz que siga vivificándonos continuamente.
-Envía tu Espíritu, luz de los corazones, para que confirme en la fe a los que viven en medio de incertidumbres y dudas.
-Envía tu Espíritu, solaz en el trabajo, para que reconforte a los que se sienten fatigados y desanimados.
Oración: Dios, Padre bueno, haz que la recepción de los dones del Espíritu Santo nos mueva a dedicarnos con mayor empeño a tu alabanza y al servicio de nuestros hermanos. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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JESUCRISTO, REY CRUCIFICADO
Benedicto XVI, Ángelus del 22-XI-2009
El último domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, una fiesta de institución relativamente reciente, pero que tiene profundas raíces bíblicas y teológicas. El título de «rey», referido a Jesús, es muy importante en los Evangelios y permite dar una lectura completa de su figura y de su misión de salvación. Se puede observar una progresión al respecto: se parte de la expresión «rey de Israel» y se llega a la de rey universal, Señor del cosmos y de la historia; por lo tanto, mucho más allá de las expectativas del pueblo judío.
En el centro de este itinerario de revelación de la realeza de Jesucristo está, una vez más, el misterio de su muerte y resurrección. Cuando crucificaron a Jesús, los sacerdotes, los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: «Es el rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él» (Mt 27,42). En realidad, precisamente porque era el Hijo de Dios, Jesús se entregó libremente a su pasión, y la cruz es el signo paradójico de su realeza, que consiste en la voluntad de amor de Dios Padre por encima de la desobediencia del pecado. Precisamente ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio de expiación Jesús se convierte en el Rey del universo, como declarará él mismo al aparecerse a los Apóstoles después de la resurrección: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18).
Pero, ¿en qué consiste el «poder» de Jesucristo Rey? No es el poder de los reyes y de los grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida eterna, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa. Este Reino de la gracia nunca se impone y siempre respeta nuestra libertad. Cristo vino «para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37) -como declaró ante Pilato-: quien acoge su testimonio se pone bajo su «bandera», según la imagen que gustaba a san Ignacio de Loyola.
Por lo tanto, es necesario -esto sí- que cada conciencia elija: ¿a quién quiero seguir? ¿A Dios o al maligno? ¿La verdad o la mentira? Elegir a Cristo no garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura la paz y la alegría que sólo él puede dar. Lo demuestra, en todas las épocas, la experiencia de muchos hombres y mujeres que, en nombre de Cristo, en nombre de la verdad y de la justicia, han sabido oponerse a los halagos de los poderes terrenos con sus diversas máscaras, hasta sellar su fidelidad con el martirio.
Queridos hermanos y hermanas, cuando el ángel Gabriel llevó el anuncio a María, le predijo que su Hijo heredaría el trono de David y reinaría para siempre (cf. Lc 1,32-33). Y la Virgen santísima creyó antes de darlo al mundo. Sin duda se preguntó qué nuevo tipo de realeza sería el de Jesús, y lo comprendió escuchando sus palabras y sobre todo participando íntimamente en el misterio de su muerte en la cruz y de su resurrección. Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a seguir a Jesús, nuestro Rey, como hizo ella, y a dar testimonio de él con toda nuestra existencia.
[Después del Ángelus]
En la solemnidad de Cristo, Rey del universo, el Evangelio (Jn 18,33-37) nos invita a contemplar al Crucificado y a dejarnos salvar humildemente por él. De este modo podremos acceder a su reino de luz. Gracias a que Cristo se rebajó a una muerte en la cruz podemos descubrir todo su poder divino.
El reino de Cristo no se construye con el poder de este mundo, sino que viene cuando aceptamos la presencia de Dios en nuestro corazón y vivimos en su luz. Esforcémonos por seguir fielmente los pasos de Cristo, Rey servidor, y demos testimonio constante de su amor misericordioso y de su verdad salvadora.
Con la solemnidad de Cristo Rey se concluye el año litúrgico. Cristo vino al mundo para testimoniar con su vida la verdad y el amor de Dios. Escuchemos su voz y oremos por la venida del «reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz» (Prefacio). Que Cristo, el Señor del cielo y de la tierra, nos dé su caridad y su amor.
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LA MEDITACIÓN DE LA PASIÓN DE CRISTO
EXCITA EN EL CORAZÓN LA COMPASIÓN

De una exhortación de san Leonardo
de Porto Mauricio sobre el Vía Crucis
Todo el país desolado, ¡y a nadie le importaba! La causa de todos nuestros males se halla en la ausencia de meditación y de reflexión: de aquí se origina todo desorden moral. Y se desconoce lo más elemental: porque se olvidan los abundantes beneficios recibidos de Dios, y son escasos los que dedican su tiempo a la contemplación de los acerbísimos sufrimientos que Cristo padeció por nosotros. Se descuida el cumplimiento del deber y no se ponen los medios suficientes para alejar los continuos peligros que nos acechan durante nuestra existencia. El mundo está lleno de maldad y con razón se queja Jeremías: Todo el país desolado.
¿Puede existir algún remedio a tanto mal? Una medicina quisiera proponer a los prelados, párrocos, sacerdotes y restantes ministros de Dios, ante quienes me inclino con toda reverencia, y que remediaría en gran manera muchos males: me refiero al piadoso ejercicio del Vía Crucis. Si se propagase esta laudable costumbre en las parroquias, en las iglesias, empleando los recursos de una sabia pastoral y el celo por las almas, los sacerdotes pronto encontrarían remedio eficaz para contrarrestar los vicios y mejorar las costumbres, puesto que muchos se verán movidos a obrar bien, al recordar los dolores y el amor de Jesucristo. ¡Cuántos frutos proporcionaría a las almas la asidua meditación de la acerbísima pasión de Cristo! ¡Cómo excitaría a la contrición del corazón, cuánta fortaleza de espíritu les comunicaría! La experiencia en el apostolado me ha enseñado que muchas almas han progresado rápidamente por las vías intrincadas de la perfección, cuando han sido constantes en la práctica de este piadoso ejercicio.
Porque el Vía Crucis es antídoto contra el vicio, aplaca la concupiscencia, empuja a la consecución de la virtud y eleva el espíritu a encumbradas metas de santificación. En verdad, representando al vivo en nuestra mente las escenas dolorosas que recorrió el Hijo de Dios en la pasión, como si se grabaran en lo hondo del alma, apenas habrá quien no aborrezca para siempre la fealdad del pecado frente a irradiación tan luminosa, y también se verá constreñido a amar tanto amor. No sería poco que, al menos, ante las adversidades de la vida, tan frecuentes, se supiera afrontarlas con generosidad de ánimo, viéndole padecer a él.
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DEL VERDADERO AMOR FRATERNO
ADMONICIÓN 24ª DE SAN FRANCISCO

por Kajetan Esser, OFM
Todos somos hermanos porque todos somos hijos del Padre que está en el cielo, y nuestra unidad fraterna es el signo del nuevo pueblo de Dios, de los siervos de Dios en la nueva alianza: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,35). Así pues, el amor mutuo que nosotros, como «hermanos menores» y siervos de Dios, debemos hacer realidad plenamente y sobre todo en la Iglesia, es el principal servicio que tenemos que prestar al Reino de Dios, a su realización aquí y ahora.
El amor fraterno, sin el cual no puede existir el Reino de Dios, ha de ser auténtico y debe encarnarse en los pequeños detalles de cada día. Debe vivirse y manifestarse con toda autenticidad en las relaciones de cada uno con los demás. Del amor en esos pequeños detalles, que muchas veces pasamos por alto, es de lo que habla Francisco en las Admoniciones 24 y 25:
«Bienaventurado el siervo que ama tanto a su hermano cuando está enfermo, que no puede recompensarle, como cuando está sano, que puede recompensarle» (Adm 24).
Francisco advierte que también el amor fraterno puede vivirse en propio provecho, buscando el beneficio de uno mismo. Si ese fuera el caso, estaríamos abusando egoístamente del amor. Por su naturaleza, el ser humano piensa ante todo y en todas las cosas en su propio beneficio. Por eso, en las acciones realizadas por amor al prójimo puede infiltrarse el interés egoísta. A veces, quien hace un bien a otra persona, piensa en cómo ésta puede recompensarle. Así ocurre siempre que hacemos algo bueno a los otros esperando que nos den las gracias o nos reconozcan lo que les hemos hecho, queriendo, por tanto, retener para nosotros mismos parte del bien que hemos realizado.
Cuántas veces pensamos y decimos: ¿Por qué he de ser siempre yo quien empiece? ¿Y de mí, quién se preocupa? ¿Y esto a mí de qué me aprovecha? La actitud reflejada en estas preguntas imposibilita amar tal y como Cristo nos dijo: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amáos también unos a otros» (Jn 13,34). El amor del seguidor de Cristo es un amor que no retiene nada para sí mismo. El amor del hermano menor, que siempre y en todo debe vivir «sin nada propio», es un amor desinteresado, que no busca nada para él mismo.
Y este amor es el que explica nuestro padre san Francisco en la Admonición 24, presentando como ejemplo el caso del hermano enfermo o delicado que no está en condiciones de poder corresponder al bien que se le ha hecho. En la atención al enfermo puede desplegarse la plenitud del amor de Cristo que se nos brinda en los santos sacramentos con total desinterés, con auténtico servicio y plena fraternidad. En la atención al hermano enfermo, débil o desvalido puede nuestro amor dar muestras de ser un amor auténtico, prolongación del amor de Cristo. ¡Donde existe ese amor, allí está Dios! ¡Y donde está Dios, el hombre es bienaventurado, dichoso!
«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5). El Espíritu Santo quiere construir y consolidar a través de nosotros el reino del amor, el nuevo Reino de Dios. Y, para ello, es imprescindible nuestra colaboración. Todo depende, por tanto, de que, en una actitud de disponibilidad y de servicio desinteresados y con amor respetuoso, seamos instrumentos dóciles y adecuados del Espíritu de Dios.
«En una actitud de disponibilidad y de servicio desinteresados» Es lo primero que aquí se nos exige. Esta actitud ayuda a alcanzar la perfección de un amor que no pasa factura, que está libre de cualquier expectativa de remuneración o de reconocimiento, que no tiene ningún afán de alabanza ni de recompensa. Francisco nos propone, como criterio para conocer si nuestro amor es verdaderamente así, el hecho de comportarnos con los débiles y necesitados, con los pobres y enfermos, que no pueden recompensarnos, del mismo modo que nos comportamos con los sanos, los fuertes, los influyentes..., que pueden mostrarnos su agradecimiento por lo que les hemos hecho.
[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 60 (1991) 420-426]
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