jueves, 17 de noviembre de 2016

DOMINGO 20/11/2016. SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO. REINO DE JUSTICIA Y PAZ Y MISERICORDIA....



PRIMERA LECTURA
LECTURA DEL SEGUNDO LIBRO DE SAMUEL 5, 1-3
En aquellos días, todas las tribus de Israel se presentaron ante David en Hebrón y le dijeron:
-«Hueso tuyo y carne tuya somos. Desde hace tiempo, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú el que dirigía las salidas y entradas de Israel. Por su parte, el Señor te ha dicho: "Tú pastorearás mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel"».
Los ancianos de Israel vinieron a ver al rey en Hebrón. El rey hizo una alianza con ellos en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos le ungieron como rey de Israel.
Palabra de Dios.

Salmo
Sal 121,1-2.4-5

R/.
 Vamos alegres a la casa del Señor.

V/. Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R/.

V/. Allá suben las tribus, las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R/.
SEGUNDA LECTURA

LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS COLOSENSES 1, 12-20
Hermanos:
Damos gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz.
Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.
Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo, y  todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del  cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el  primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 23, 35-43
En aquel tiempo, el pueblo estaba mirando, pero los magistrados hacían muecas a Jesús, diciendo:
- «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
-«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
-«Éste es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
-«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
- «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».
Y decía:
-«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo:
- «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Palabra del Señor.

 
REINADO DE PERDÓN Y DE MISERICORDIA
Por Antonio García-Moreno
1.- REY DE REYES.- A la muerte del rey Saúl la guerra se enciende en los campos de las tribus de Jacob. Unos se inclinan por David, otros por Isbaal, el hijo de Saúl. Pero la suerte estaba echada desde hacía tiempo. Dios había ungido a David por medio de Samuel. Entonces era un chiquillo, pero ahora es un guerrero con experiencia, un hombre curtido por la lucha, prudente y temeroso de Yahveh. Después de algunas escaramuzas, triunfa la causa de David. Y todas las tribus vinieron a Hebrón para proclamar al nuevo rey del pueblo escogido. Aclamación unánime y entrega sin condiciones.
Aquel rey valiente y sensible como un poeta será el prototipo del gran Rey que vendría al fin de los tiempos, Cristo Señor nuestro. Ante él todas las tribus de la tierra, todas las naciones, todos los pueblos inclinarán un día la cabeza en acatamiento total. Y nosotros, los que creemos en Él, ya desde ahora lo proclamamos Rey de nuestros amores, Rey de nuestro pueblo.
Muchas veces en la Biblia se habla del pueblo como un rebaño: Hoy quizá esa comparación nos resulte inadecuada, pero en aquel tiempo no lo era. Ellos también eran pastores y sabían de amores por el rebaño. Por eso muchas veces Dios se ha llamado a sí mismo pastor de su pueblo, el que lo lleve a verdes praderas, el que lo conduzca a través del desierto, el que lo defienda de los ataques enemigos, el que cura a la oveja herida, el que lleva sobre sus hombros al cordero recién nacido.
Cristo encarnará de forma viva esa figura del Rey pastor. Y cuando contempla a su pueblo siente una profunda pena por él, porque es un rebaño cansino y descarriado, sin pastor. Se nos dice también que dejará a las noventa y nueve del rebaño, para buscar la que se perdió. Y se llenará de alegría cuando la encuentre... Este es nuestro Rey, este nuestro Pastor. Hoy nos mira con amor, y al sentirnos mirados por él volvemos nuestros ojos hacia los suyos y prometemos ser dóciles a su llamada.
2.- REINO DE AMOR Y DE PAZ.- La crueldad del hombre llega en ocasiones a límites inauditos. Cuando Jesús agonizaba en la cruz, los que estaban alrededor mostraron sentimientos más de fieras que de hombres. No se contentaron con vencerlo y clavarlo vivo en una cruz como un vulgar malhechor, a él que era la misma inocencia, que sólo bien hizo a los que se cruzaron en su camino, a él que sólo habló de amor y de comprensión, de generosidad y de servicio. No tenían bastante, por lo visto, con tenerlo allí colgado, desangrándose poco a poco. Se plantan delante de él y le insultan, le escarnecen, le recuerdan su antiguo poder de taumaturgo, sus palabras de Maestro único. No sólo eran los soldados, acostumbrados quizá a aquellos dramáticos trances. También se reían con sarcasmo los sacerdotes a la cabeza de una gente que corean y ríen sus ocurrencias. Cómo dolería a Jesús todo aquello, cómo le recordaría los momentos en los que se compadeció hasta la ternura de la muchedumbre, de sus necesidades. Sí, le dolería y lastimaría la ingratitud del pueblo, que tanto recibió de su bondad y de su poder.
Sin embargo, en el palo vertical de la cruz se podía leer con claridad la causa de la condena: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. Todos aquellos que deambulaban por Jerusalén y sus alrededores pudieron enterarse de lo ocurrido. Todos pudieron contemplar el patíbulo, colocado precisamente en un promontorio cercano a la ciudad. Los de habla aramea, así como los peregrinos llegados de los más remotos lugares para celebrar la Pascua, todos pudieron leer aquel "titlon", aquella especie de pancarta en donde se expresaba con brevedad la causa de la condena. En ella se proclamaba en arameo, griego y latín el delito de Jesús de Nazaret. A los gerifaltes de Israel les molestó que Pilato lo escribiera en esos términos. Debería haber puesto que se hacía pasar por Rey de Israel, y no que era el Rey de Israel. Pero el Pretor, que tanto había cedido, no quiso ceder más y allí quedó para siempre la proclama de la verdadera condición del hijo de José, el carpintero de Nazaret. Sí, Él era el Rey de Israel, es decir, el Mesías profetizado desde antiguo, el Redentor del mundo, el Salvador, el Hijo de Dios.
Los Apóstoles habían huido. Sólo estaba cerca Juan. También estaba la Virgen y las otras mujeres. Pero todos ellos callan y lloran. Es indudable que con su presencia reconocían y aceptaban la grandeza del Señor, aun en medio de su presente derrota y tremenda humillación. Sin embargo, no se atreven a decir nada. Quizás miraban con devoción y amor al Amigo, al Hijo, al Maestro, a Dios que se ahoga en su propia sangre...
Pero de improviso resuena una voz discordante. Alguien se pone abiertamente de parte de aquel ajusticiado. Primero recrimina al otro ladrón que también está en el suplicio, luego se vuelve a Jesús y lo reconoce como Rey, suplicándole que se acuerde de él cuando esté en su Reino. La voz del Señor no tarda en oírse: "Esta misma tarde estarás conmigo en al Paraíso"... Comenzaba su reinado de perdón y de misericordia.

REFLEXIÓN
Con esta Fiesta de hoy cerramos el Ciclo Litúrgico. El próximo Domingo ya comenzamos un nuevo Año Litúrgico con el Primer Domingo de Adviento, en preparación para la Navidad. Hoy celebramos a Cristo como Rey del Universo.
Las Lecturas de hoy mencionan el Reino de Dios, el Reino de Jesucristo.  En el Evangelio (Lc. 23, 35-43), vemos el bellísimo y conmovedor relato del “buen ladrón”, crucificado al lado del Señor.
Vemos a Dimas mostrar y declarar su fe en que Aquél que está crucificado a su lado es ¡nada menos! que el Rey del Universo, mientras que el delincuente que está del otro lado, piensa y dice todo lo contrario.  Observemos, entonces, cómo las gracias divinas son suficientes para cada uno, pero veamos también cómo las respuestas de los seres humanos pueden ser diametralmente opuestas.
Y Dimas, el “buen ladrón”, reconoce como Dios y como Rey a Cristo.  Pero hay que notar que Dimas no ve un Cristo en la Transfiguración, mostrando su divinidad, ni ve un Cristo Resucitado mostrando su poder infinito, sino que está al lado de un Cristo fracasado, humillado, moribundo, en la misma situación que él.  ¡Qué Fe más grande!  Y esa Fe grande lo lleva al arrepentimiento verdadero, a un “arrepentimiento perfecto”, por el que reconoce sus crímenes.  Y en esa situación se atreve a pedirle, un tanto temeroso:  “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”.
Y ese Rey bondadosísimo que es Jesucristo, que nos da mucho más de lo que nosotros sabemos pedirle, le promete a Dimas, el ladrón arrepentido, mucho más de lo que él se atrevió a pedirle, pues Cristo le asegura que no sólo se acordará de él, sino que lo llevará consigo a ese Reino en que él cree.  Y que esto sucederá, no en un futuro lejano, sino que ese mismo día estará con El en su Reino.  ¡Qué grande es la Misericordia Divina con el pecador verdaderamente arrepentido!
Ahora bien, el Reinado de Cristo -que es lo mismo que el Reino de Dios- viene mencionado muchas veces en la Sagrada Escritura.  Y Cristo nos dice que su Reino no es de este mundo.  Pero, sin embargo, su Reino también está en este mundo.  El Reino de Cristo no es de este mundo, pues Jesucristo no vino a establecer un poderío terrenal.  Jesucristo no vino a establecer un poder temporal.
En este sentido, su Reino no es terrenal, sino celestial.  No es humano, sino divino.  No es temporal, sino eterno.
Pero su Reinado está en medio del mundo: está en cada uno de nosotros.  O, mejor dicho: está en cada uno de nosotros cuando Cristo vive en nosotros y nosotros permitimos que ese Rey que es el Señor, reine en nuestro corazón, reine en nuestra alma, reine en nuestra vida.
La Primera Lectura  (2 Sam. 5, 1-3)  nos trae la misma situación que ya sabemos sobre el reinado de Cristo: está en el mundo pero no es de este mundo.
El hecho que nos narra este trozo del Libro de Samuel se refiere un gran día para el Rey David y muy importante para el pueblo de Israel: las tribus del norte lo reconocen como Rey legítimo.  Antes de este día, el reino de Israel estaba dividido y David sólo gobernaba la tribu de Judá.
Sucedió que después de la muerte del primer Rey de Israel, Saúl, las tribus del norte habían reconocido como Rey a uno distinto a David.  Ese rey, aunque era hijo de Saúl, no había sido escogido por Dios como Rey.  Se llamaba Isbaal y fue asesinado por algunos de sus mismos guerreros (cf. 2 Sam. 4).   Así que después de su muerte y de unos siete años de guerra civil, finalmente reconocen también los del norte a David como Rey y se unifica todo el país.
David también conquista a Jerusalén, pues este distrito estaba en manos de los cananeos y, como quedaba en el centro, separaba a las tribus del norte de las del sur.  Jerusalén, entonces, pasa a ser capital de este reino ahora unificado totalmente (cf. 2 Sam. 5, 4-10). 
Y, desde ese momento, Dios designa a esa ciudad para ser símbolo de su presencia entre los hombres.  Jerusalén pasará, luego de Cristo, a ser la imagen de la Iglesia por El fundada.  Además, Dios nos prometió otra Jerusalén, la Jerusalén Celestial que nos describe San Juan en el Apocalipsis. (cf. Ap. 20 y 21)
El Salmo 121 nos habla de las peregrinaciones, cuando el pueblo de Israel visitaba el Templo de Jerusalén.  Para nosotros, la Iglesia es la nueva Jerusalén, centro de peregrinación de todos los que creen en Cristo, los cuales constituimos “las tribus del Señor”.  La Iglesia es, a su vez, la imagen de la Jerusalén Celestial, “la Casa del Señor nuestro Dios”, hacia donde vamos peregrinando todos los que buscamos el Reino de Cristo.
Más adelante, después de la reunión de las tribus de Israel bajo el Rey David, Dios bendice a David y le promete un reino eterno:  “Así dice Yahvé:  ‘Yo pondré en el trono a tu hijo, fruto de tus entrañas y afirmaré  su poder ... Tu trono estará firme hasta la eternidad’” (2 Sam. 7, 12-16).
Jesús es el descendiente del Rey David y El dará inicio a ese Reino eterno, que es el Reino de Dios.  (cf. Lc. 1, 30-33)
En la Segunda Lectura (Col. 1, 12-20), San Pablo nos brinda un himno bellísimo de alabanza al poder de Cristo Rey.  Cada frase de esta alabanza es digna de ser meditada por separado, pero para comprender aún mejor este maravilloso himno, es bueno ubicarse en la situación a la que San Pablo estaba dirigiéndose.
En ese primer siglo del Cristianismo cuando San Pablo escribió esta Carta (68 AD), comenzaba la “gnosis” (“conocimiento”), esa nefasta herejía ocultista, que aún existe en nuestros días, por la cual los seres humanos buscan a través del ocultismo, un secreto “conocimiento” sobre el origen, la vida y el destino de los hombres y del mundo.
Los Colosenses habían comenzado a flaquear en su Fe, pensando que Cristo no era suficiente, que había que “complementarlo” con otras creencias.  ¿No se parece eso a nuestra situación actual?
Así, habían comenzado a agregar a su Fe en Cristo, erróneas y ocultas teorías, algo muy parecido a las herejías del New Age de nuestros días: Cristo aparecía como un personaje más entre otros muchos “ángeles” y hombres que se iban elevando al “trascender” en existencias sucesivas.  Esas doctrinas secretas de los gnósticos pretendían ofrecer a los cristianos la manera de ser guiados a un “estado superior” para llegar a un reino de luz.
En esta circunstancia, muy parecida a la nuestra, en la que Cristo aparece debilitado y rebajado, en la que a su doctrina se le pretenden anexar complementos erróneos tomados de fuentes paganas, en la que se cree en la re-encarnación, en “maestros ascendidos” y en “ángeles” que no son de los buenos, este himno de San Pablo puede servirnos, no sólo de alabanza a Cristo Rey, sino de profundo estudio y meditación sobre nuestra Fe.
Cristo no puede ser rebajado.  ¡Pero si es Dios!  “Es la imagen de Dios invisible”.    El existía antes que todos y todo fue hecho por El y para El (cf. Jn. 1, 1).
San Pablo deja bien sentado que existe el reino de las tinieblas y el Reino de Cristo.  Y Cristo tiene poder sobre todo lo que ha sido creado.  Los poderes invisibles que ocupan un lugar muy importante en las creencias gnósticas de aquel entonces y de ahora, no son ¡nada! en comparación con Cristo.  Y todos son gobernados por El (cf. Ef. 1, 20-21).
Y Cristo no sólo vino a liberarnos del poder de las tinieblas y a perdonarnos nuestro pecado, sino que nos trajo, además, la resurrección, esa maravilla que es mucho mejor que el irrealizable engaño gnóstico de la re-encarnación.
Y Cristo es el primer resucitado, pero nosotros también lo seremos si lo seguimos a El con esa Fe y ese arrepentimiento verdadero, como el que tuvo Dimas, el “buen ladrón”.
¿Cómo se dará todo esto y cómo se reconcilian con Dios todas las cosas, las del Cielo y las de la tierra? 
Veamos bien: Si Cristo es nuestro Rey, nosotros somos sus súbditos.  Y  ¿qué hace un súbdito?  ¿Qué hace un subalterno?  Hace lo que desea y lo que le indica su Rey, su Jefe.  Por eso decimos que el Reinado de Cristo está dentro de nosotros mismos, pues Cristo es verdadero Rey nuestro cuando nosotros hacemos lo que El desea y lo que Él nos pide.
¿Qué nos pide ese Rey bondadosísimo que es Cristo?  Él nos pide lo que nos muestra con su vida: que hagamos la Voluntad del Padre.  En eso consiste el Reinado de Cristo en cada uno de nosotros: en que hagamos la Voluntad de Dios.
Así es como el Reinado de Cristo comienza por nosotros mismos: cuando comenzamos a buscar hacer la Voluntad de Dios.  Así Cristo es Rey de cada uno de nosotros.  Su Reino en medio del mundo depende de nosotros: depende de cuántos vivamos nuestras vidas según la Voluntad de Dios.
En el Prefacio de hoy rezaremos que el Reino de Cristo es un Reino de Verdad, pues Cristo nos revela la Verdad que es El mismo.  Es un Reino de Vida, pues Cristo vive en nosotros por medio de la Gracia Divina, que recibimos especialmente en los Sacramentos.  Es un Reino de Santidad, pues por medio de esa Gracia -debidamente recibida y acogida por nosotros- Dios nos santifica.
Es, además, un Reino de Justicia, Amor y Paz, en la medida que nosotros los seres humanos, súbditos de ese Rey, busquemos y hagamos su Voluntad.
De esa manera las relaciones entre los hombres serán guiadas por ese Rey que nos comunica su Verdad, su Vida, su Gracia, su Santidad, su Justicia, su Amor y su Paz.
Precisamente ese fue el propósito que tuvo el Papa Pío XI al establecer esta Fiesta en 1925.  Ese es el propósito que persigue la Liturgia de la Iglesia al colocar esta Fiesta importantísima al final del Año Litúrgico.

Si el Reinado de Cristo -comenzando por cada uno de nosotros los Católicos- se extendiera de cada individuo a cada familia, de cada familia a la sociedad, de la sociedad a las naciones, de las naciones al mundo entero, ¡cómo sería todo diferente! 

EL MUNDO Y SU VANIDAD
Largas sus esperanzas
y, para conseguir, el tiempo breve;
penosas las mudanzas
del aire, sol y nieve,
que en nuestro daño el cielo airado mueve.

Con rigor enemigo
las cosas entre sí todas pelean,
mas el hombre consigo;
contra él todas se emplean,
y toda perdición suya desean.

La pobreza envidiosa,
la riqueza de todos envidiada;
mas ésta no reposa
para ser conservada,
ni puede aquélla tener gusto en nada.
 (Fray Luis de León)
El Verbo se encarnó para hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (2 P 1, 4)“Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios” San Ireneo de Lyon. “Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios” San Atanasio de Alejandría “El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres”. Santo Tomás de Aquino. (Catecismo de la Iglesia Católica n. 460)
David rey encarnaba y anticipaba la figura de un Mesías Rey. Pero Cristo es Rey de un modo radicalmente diverso. No pretende salvarse a sí mismo, como le piden los que se burlan al pie de la cruz. Es a los demás, como al ladrón, a quienes quiere salvar. Es un Reino de perdón y de paz, que logra la reconciliación a base de la propia sangre. Cristo es Alfa y Omega, principio y fin de la creación. El aliento de su gracia mueve hacia él mismo a todo lo creado. Importa dejarse llevar por ella hacia la plenitud que él mismo es.
«Guardemos, entonces, el silencio de los ojos, el cual nos ayudará siempre a ver a Dios. Los ojos son como dos ventanas a través de las cuales Cristo y el mundo penetran en nuestro corazón». (Santa Teresa de Calcuta)
¡Santo y Feliz Domingo!
Un abrazo.
José Antonio.

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Oremus pro Pontifice nostro
Francisco
Dominus conservet eum, et vivificet eum,
et beatum faciat eum in terra,
et non Tradat eum en animam inimicorum eius.

Oremus.

Deus, pastor fidelium omnium et rector,
famulum tuum Franciscum, quem pastorem Ecclesiae tuae praeesse voluisti, propitius respice: da ei, quaesumus, verbo et exemplo, quibus praeest, Proficere: ut ad vitam, una cum grege sibi credito, perveniat sempiternam. Per Christum Dominum nostrum. Amén.

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