viernes, 18 de noviembre de 2016

DÍA 18 DE NOVIEMBRE: La Dedicación de las basílicas de los apóstoles San Pedro y San Pablo, SANTA FILIPINA ROSA DUCHESNE, etc.

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La Dedicación de las basílicas de los apóstoles San Pedro y San Pablo. Es el aniversario de las basílicas de los santos apóstoles, protectores de la ciudad de Roma, meta de peregrinaciones a lo largo de los siglos. La basílica de San Pedro fue construida por el emperador Constantino hacia el año 350, en la colina Vaticana, sobre el sepulcro que guarda las cenizas venerables del Apóstol, y la consagró el papa san Silvestre; la basílica actual fue consagrada por el papa Urbano VIII el año 1626. El mismo Constantino mandó edificar la basílica de San Pablo, junto a la vía Ostiense, extramuros de la ciudad de Roma, en el lugar donde se cree que fue decapitado el apóstol; fue consagrada por el papa Siricio y está regida desde el siglo VIII por monjes benedictinos; la basílica actual, construida tras el incendio de la anterior, fue consagrada por Pío IX en 1854. La conmemoración conjunta expresa simbólicamente la fraternidad de los Apóstoles y la unidad de la Iglesia. El recuerdo de los dos apóstoles debe fortalecer la fe que nos transmitieron con su palabra y su martirio.- Oración: Defiende a tu Iglesia, Señor, con la protección de los apóstoles y, pues ha recibido por ellos el primer anuncio del Evangelio, reciba también, por su intercesión, aumento de gracia hasta el fin de los tiempos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
SANTA FILIPINA ROSA DUCHESNE. Nació el año 1769 en Grenoble (Francia). A los 18 años abrazó la vida contemplativa en un Convento de la Visitación, que tuvo que abandonar a causa de la Revolución Francesa. En 1804 ingresó en la Sociedad del Sagrado Corazón, fundada por la Madre Barat. La vida contemplativa alimentó en Filipina el deseo de ir a misiones, y en 1818, respondiendo a la llamada del Obispo de Louisiana, marchó a Estados Unidos y fundó la primera casa de su Sociedad en St. Charles para educar y evangelizar a los niños franceses e indios. Allí llevó una vida de extrema austeridad y pobreza. Las fundaciones se multiplicaron. Siempre anheló ir a los Indios americanos, y lo consiguió ya de mayor en las Montañas Rocosas durante un año. Sus largas horas de contemplación inspiraron a los indios el llamarla «La mujer que siempre reza». Murió en St. Charles, Missouri, el 18 de noviembre de 1852.
BEATA SALOMÉ DE CRACOVIA[Murió el 17 de noviembre y la Familia Franciscana celebra su memoria el 18 del mismo mes]. Nació en Cracovia (Polonia) de familia real el año 1211. De niña la desposaron con Colomán, hijo del rey Andrés II de Hungría; fue por tanto cuñada de santa Isabel y de la beata Cunegunda. En 1214 fueron coronados reyes de Galizia (Halicz, en Hungría). Más tarde contrajeron el matrimonio, que vivieron en virginidad abrazada de mutuo acuerdo, llevando una vida austera, llena de obras de piedad y de caridad. En 1241 murió Colomán combatiendo contra los tártaros. Salomé regresó a su patria, donde intensificó su vida espiritual, se convirtió en bienhechora de los franciscanos y, en 1245, emprendió la fundación de un convento de clarisas en Sandomierz (Polonia). No tardó en vestir allí el hábito y profesar la Regla de santa Clara. En sus 23 años de vida claustral fue ejemplo de obediencia y humildad, olvidada su antigua condición de reina. La eligieron abadesa y rigió el monasterio con verdadero espíritu franciscano y clariano. Murió el 17 de noviembre de 1268.- Oración: Dios de misericordia, que has llamado a la beata Salomé desde los afanes del gobierno temporal a la vida de perfecta caridad, concédenos, por su intercesión y ejemplo, servirte con humildad y puro corazón, para obtener el premio de la gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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San Maudeto (o Mawes). Fue un abad del siglo V o VI, que llevó vida monástica en una isla solitaria de la bahía de Paimpol (Bretaña, Francia) y que, como maestro de vida espiritual, reunió en torno suyo a muchos discípulos, entre los cuales algunos llegaron a la santidad.
San Odón de Cluny. Nació en la región de Tours (Francia) en torno al el año 880 de familia noble que lo encaminó hacia la vida de caballero. A los 19 años, tras una grave enfermedad, se orientó a la vida clerical, estudió en París y obtuvo una canonjía en Tours. El año 903 abrazó la vida monástica en Baume, se ordenó de sacerdote, dirigió la escuela claustral y escribió sus Conferencias. Pasó a la abadía de Cluny, de la que llegó a ser el segundo abad el año 927. Se dedicó a elevar el tono espiritual de su monasterio, instauró la observancia monástica según la Regla de san Benito de Nursia y la disciplina de san Benito de Aniano, todo lo cual tuvo una gran influencia en no pocos monasterios. Murió en Tours el año 942.
San Patroclo. Presbítero, ermitaño y misionero de Colombiers, en la región de Bourges (Francia). Murió el año 576.
San Romacario. Obispo de Coutances (Francia) en el siglo VI.
San Román. Era diácono y exorcista de una iglesia en las cercanías de Cesarea de Palestina. Cuando se encontraba en Antioquía de Siria el año 303, salió el decreto del emperador Diocleciano que mandaba a todos sacrificar a los dioses bajo severísimas penas. Román, al ver que los cristianos obedecían tal decreto y se acercaban a las estatuas de los ídolos, apostrofó en público a los apóstatas y los exhortó a permanecer fieles a Cristo. Fue arrestado y, después de múltiples suplicios para que apostatara, sin conseguirlo, lo estrangularon.
San Teofredo (o Teofrido). Abad en la región de Velay (Francia), martirizado el año 752.
Beata Carolina Kozka. Nació en la aldea de Wal-Ruda, diócesis de Tarnów en Polonia, el año 1898 en el seno de una modesta familia campesina. Se crió en un ambiente de sencillez y bondad, y desde niña vivió la fe y practicó la religión. Tenía que recorrer varios kilómetros para llegar a la parroquia más cercana, en la que frecuentaba los sacramentos. Colaboraba con el párroco, hacía catequesis, visitaba a los ancianos y enfermos. Sentía gran devoción a la pasión del Señor y al Corazón de Jesús, y rezaba a diario el rosario. El 18 de noviembre de 1914, iniciada ya la I Guerra Mundial, un soldado ruso penetró en su casa y la arrastró a un bosque cercano. Pretendió abusar de ella, pero no lo consiguió por la oposición que le opuso, y por fin sacó el sable y la mató.
Beato Grimoaldo de la Purificación (Fernando) Santamaría. Nació en Pontecorvo, provincia de Frosinone en Italia, el año 1883. De niño recibió una sólida formación cristiana en casa y en la parroquia. Superando una oposición inicial de su padre, entró en el noviciado de los Pasionistas en 1889, y profesó al año siguiente. Comenzó a continuación los estudios eclesiásticos, pero le sobrevino una meningitis aguda, que acogió con serenidad y entrega en las manos de Dios, y murió el 18 de noviembre de 1902 en Ceccano (Fr). Vivió y difundió en su entorno la devoción a la pasión del Señor, fue muy devoto de la Virgen María, llevó una vida sencilla en fraternidad y entregada a Dios.
Beatos Leonardo Kimura y compañeros mártires. El 18 de noviembre de 1619 fueron quemados vivos en la «Colina de los mártires» de Nagasaki (Japón), a causa de su fe, cinco fieles seguidores de Cristo: Leonardo Kimura, Andrés Murayama Tokuan, Cosme Takeya, Juan Yoshida Shoun y Domingo Jorge. Leonardo nació en Nagasaki el año 1565, de joven ingresó en la Compañía de Jesús como hermano coadjutor y se entregó a la tarea misional. Andrés era casado y padre de dos hijos, futuros mártires, y trabajaba en la administración municipal de Nagasaki. Cosme era coreano y lo llevaron a Japón como prisionero de guerra. Recobrada la libertad se convirtió al cristianismo y contrajo matrimonio con Inés, que también moriría mártir. Juan nació en Meaco y llegó al cristianismo por influencia de los jesuitas, con los que colaboró. Domingo era portugués, nacido en Braga, marinero de profesión; contrajo matrimonio en Japón y tuvo un hijo; tanto su mujer como el hijo fueron después martirizados.
Beatas María Gabriela Hinojosa y compañeras mártires. Siete monjas del monasterio de las Salesas Reales de Madrid, perteneciente a la Orden de la Visitación, entregaron su vida en martirio a causa de la fe, seis de ellas el 18 de noviembre de 1936 y una el 23. Cuando se desencadenó la persecución religiosa, se refugiaron en un semisótano de la ciudad. Las delató una empleada de una casa vecina y aquel 18 de noviembre las detuvieron los milicianos. Las llevaron a los Altos del Hipódromo, casi en plena ciudad, y las fusilaron. Todas murieron en el acto excepto la más joven, sor María Celina, que consiguió escapar aprovechando la oscuridad de la noche, pero que, al darse cuenta de lo sucedido, se presentó a los guardias diciendo que era religiosa; la encerraron tres días en la checa de Buenavista, y el día 23 la fusilaron junto al cementerio de Vallecas. Estos son los nombres de las mártires, con el lugar y fecha de su nacimiento: María Gabriela Hinojosa, Alhama (Granada) 1872; Teresa María Cavestany, Puerto Real (Cádiz) 1888; Josefa María Barrera, El Ferrol (A Coruña) 1881; María Inés Zudaire, Echávarri (Navarra) 1900; María Ángela Olaizola, Azpeitia (Guipúzcoa) 1893; Engracia Lecuona, Oyarzun (Guipúzcoa) 1897; y María Cecilia Cendoya, Azpeitia (Guipúzcoa) 1910.
Beatos Ovidio Bertrán Anuncibay Letona y 5 compañeros mártires. De estos 6 mártires, 5 eran Hermanos de las Escuelas Cristianas y atendían una escuela elemental en Lorca (Murcia); el sexto era sacerdote secular de la diócesis de Cartagena-Murcia y fue capellán en la escuela de los Hermanos. Desde que estalló la persecución religiosa en julio de 1936, los milicianos de la CNT estuvieron acosando a los Hermanos y su escuela. El 18-XI-1936 sacaron de la prisión a los Hermanos y a unos sacerdotes, los llevaron a las afueras del pueblo, los fusilaron y remataron, y luego los tiraron a un pozo de azufre profundo. Ovidio Bertrán nació en Mijancas (Álava) en 1892, hizo la primera profesión en 1911 y ejerció su apostolado en los diversos centros a que lo destinaron. Hermenegildo Lorenzo Sáez nació en Revilla del Campo (Burgos) en 1903, hizo la primera profesión en 1921 y pasó por varios destinos antes de llegar a Lorca. Luciano Pablo García nació en Quintanilla de la Mata (Burgos) en 1903, hizo la primera profesión en 1921 y estaba en su colegio de Madrid cuando lo incendiaron el 11-V-1931. Estanislao Víctor Corderonació en Bustillo de la Vega (Palencia) en 1908, hizo la primera profesión en 1927 y desarrolló su apostolado en Madrid y Lorca. Lorenzo Santiago Martínez de la Pera y Álava nació en Huerto de Arriba (Álava) en 1913, hizo la primera profesión en 1930 y su único destino fue Lorca. José María Cánovas Martínez nació en Totana (Murcia) en 1894, recibió la ordenación sacerdotal en 1921 y ejerció todo su ministerio en la parroquia y en la mencionada escuela de Lorca.
Beato Vidal Luis Gómara, dominico. Nació en Monsagro (Salamanca) en 1891, profesó en 1908 y fue ordenado sacerdote en 1915. Escribió algunas obras. En Madrid se dedicó al apostolado social y entre la juventud. Su último destino fue Salamanca, pero la persecución religiosa le sorprendió en Madrid, donde estuvo vagando hasta que lo acogieron en una casa, donde celebraba todos los días y desde la que llevaba la Eucaristía a otros refugiados. En este ministerio fue detenido el 4-X-1936 y luego recluido en la cárcel Modelo, de la que pasó a la de Porlier. Consumó su martirio en Paracuellos de Jarama el 18-XI-1936.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
De la Carta a los Romanos: «¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le ha dado primero para tener derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él existe todo. A él la gloria por los siglos. Amén» (Rm 11,33-36).
Pensamiento franciscano:
De la carta de san Francisco a todos los fieles: «Los que han recibido la potestad de juzgar a los otros, ejerzan el juicio con misericordia, como ellos mismos quieren obtener del Señor misericordia. Pues habrá un juicio sin misericordia para aquellos que no hayan hecho misericordia. Así pues, tengamos caridad y humildad» (2CtaF 28-30).
Orar con la Iglesia:
A ti, Señor Jesús, sentado a la derecha del Padre, mediador nuestro, que vives para siempre, intercediendo por nosotros, dirigimos nuestra oración.
-Señor Jesús, asiste a la Iglesia, a la que encomendaste la misión de proseguir el anuncio del Evangelio, hasta que vuelvas.
-Señor Jesús, inspira a los que gobiernan las naciones sentimientos de paz y de justicia, y de atención especial a los débiles e indefensos.
-Señor Jesús, consuela a los que sufren, los pobres, los enfermos, los marginados, los ancianos desamparados, los huérfanos.
-Señor Jesús, ilumina los ojos de nuestro corazón, para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llamas y la misericordia con que nos tratas.
Oración: Padre nuestro, sabemos que cuando oramos en el nombre de Jesús, tú aceptas y atiendes nuestras súplicas. Por eso te decimos: escúchanos por tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.
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MEDITAR LA PALABRA DE DIOS
COMO LA VIRGEN MARÍA

De la catequesis de S. S. Benedicto XVI
en la audiencia general del miércoles 17 de agosto de 2011
¿Qué es la meditación? Quiere decir: «hacer memoria» de lo que Dios hizo, no olvidar sus numerosos beneficios. A menudo vemos sólo las cosas negativas; debemos retener en nuestra memoria también las cosas positivas, los dones que Dios nos ha hecho; estar atentos a los signos positivos que vienen de Dios y hacer memoria de ellos. Así pues, hablamos de un tipo de oración que en la tradición cristiana se llama «oración mental». Nosotros conocemos de ordinario la oración con palabras; naturalmente también la mente y el corazón deben estar presentes en esta oración, pero hoy hablamos de una meditación que no se hace con palabras, sino que es una toma de contacto de nuestra mente con el corazón de Dios. Y María aquí es un modelo muy real. El evangelista san Lucas repite varias veces que María, «por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (2,19; 2,51). Las custodia y no las olvida. Está atenta a todo lo que el Señor le ha dicho y hecho, y medita, es decir, toma contacto con diversas cosas, las profundiza en su corazón.
Así pues, la que «creyó» en el anuncio del ángel y se convirtió en instrumento para que la Palabra eterna del Altísimo pudiera encarnarse, también acogió en su corazón el admirable prodigio de aquel nacimiento humano-divino, lo meditó, se detuvo a reflexionar sobre lo que Dios estaba realizando en ella, para acoger la voluntad divina en su vida y corresponder a ella. El misterio de la encarnación del Hijo de Dios y de la maternidad de María es tan grande que requiere un proceso de interiorización, no es sólo algo físico que Dios obra en ella, sino algo que exige una interiorización por parte de María, que trata de profundizar su comprensión, interpretar su sentido, entender sus consecuencias e implicaciones. Así, día tras día, en el silencio de la vida ordinaria, María siguió conservando en su corazón los sucesivos acontecimientos admirables de los que había sido testigo, hasta la prueba extrema de la cruz y la gloria de la Resurrección. María vivió plenamente su existencia, sus deberes diarios, su misión de madre, pero supo mantener en sí misma un espacio interior para reflexionar sobre la palabra y sobre la voluntad de Dios, sobre lo que acontecía en ella, sobre los misterios de la vida de su Hijo.
En nuestro tiempo estamos absorbidos por numerosas actividades y compromisos, preocupaciones y problemas; a menudo se tiende a llenar todos los espacios del día, sin tener un momento para detenerse a reflexionar y alimentar la vida espiritual, el contacto con Dios. María nos enseña que es necesario encontrar en nuestras jornadas, con todas las actividades, momentos para recogernos en silencio y meditar sobre lo que el Señor nos quiere enseñar, sobre cómo está presente y actúa en nuestra vida: ser capaces de detenernos un momento y de meditar. San Agustín compara la meditación sobre los misterios de Dios a la asimilación del alimento y usa un verbo recurrente en toda la tradición cristiana: «rumiar»; los misterios de Dios deben resonar continuamente en nosotros mismos para que nos resulten familiares, guíen nuestra vida, nos nutran como sucede con el alimento necesario para sostenernos. Y san Buenaventura, refiriéndose a las palabras de la Sagrada Escritura dice que «es necesario rumiarlas para que podamos fijarlas con ardiente aplicación del alma». Así pues, meditar quiere decir crear en nosotros una actitud de recogimiento, de silencio interior, para reflexionar, asimilar los misterios de nuestra fe y lo que Dios obra en nosotros; y no sólo las cosas que van y vienen.
Podemos hacer esta «rumia» de varias maneras, por ejemplo tomando un breve pasaje de la Sagrada Escritura, sobre todo los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las Cartas de los apóstoles, o una página de un autor de espiritualidad que nos acerca y hace más presentes las realidades de Dios en nuestra actualidad; o tal vez, siguiendo el consejo del confesor o del director espiritual, leer y reflexionar sobre lo que se ha leído, deteniéndose en ello, tratando de comprenderlo, de entender qué me dice a mí, qué me dice hoy, de abrir nuestra alma a lo que el Señor quiere decirnos y enseñarnos. También el santo Rosario es una oración de meditación: repitiendo el Avemaría se nos invita a volver a pensar y reflexionar sobre el Misterio que hemos proclamado. Pero podemos detenernos también en alguna experiencia espiritual intensa, en palabras que nos han quedado grabadas al participar en la Eucaristía dominical. Por lo tanto, como veis, hay muchos modos de meditar y así tomar contacto con Dios y de acercarnos a Dios y, de esta manera, estar en camino hacia el Paraíso.
Queridos amigos, la constancia en dar tiempo a Dios es un elemento fundamental para el crecimiento espiritual; será el Señor quien nos dará el gusto de sus misterios, de sus palabras, de su presencia y su acción; sentir cuán hermoso es cuando Dios habla con nosotros nos hará comprender de modo más profundo lo que quiere de nosotros. En definitiva, este es precisamente el objetivo de la meditación: abandonarnos cada vez más en las manos de Dios, con confianza y amor, seguros de que sólo haciendo su voluntad al final somos verdaderamente felices.
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PEDRO Y PABLO, DOS VÁSTAGOS PLANTADOS POR DIOS
San León Magno, Sermón 82,
en el natalicio de los apóstoles Pedro y Pablo (1, 6-7)
Vale mucho a los ojos del Señor la vida de sus fieles, y ningún género de crueldad puede destruir la religión fundada en el misterio de la cruz de Cristo. Las persecuciones no son en detrimento, sino en provecho de la Iglesia, y el campo del Señor se viste siempre con una cosecha más rica al nacer multiplicados los granos que caen uno a uno.
Por esto, los millares de bienaventurados mártires atestiguan cuán abundante es la prole en que se han multiplicado estos dos insignes vástagos plantados por Dios, ya que aquéllos, emulando los triunfos de los apóstoles, han rodeado nuestra ciudad por todos lados con una multitud purpurada y rutilante, y la han coronado a manera de una diadema formada por una hermosa variedad de piedras preciosas.
De esta protección, amadísimos hermanos, preparada por Dios para nosotros como un ejemplo de paciencia y para fortalecer nuestra fe, hemos de alegrarnos siempre que celebramos la conmemoración de cualquiera de los santos, pero nuestra alegría ha de ser mayor aún cuando se trata de conmemorar a estos padres, que destacan por encima de los demás, ya que la gracia de Dios los elevó, entre los miembros de la Iglesia, a tan alto lugar, que los puso como los dos ojos de aquel cuerpo cuya cabeza es Cristo.
Respecto a sus méritos y virtudes, que exceden cuanto pueda decirse, no debemos hacer distinción ni oposición alguna, ya que son iguales en la elección, semejantes en el trabajo, parecidos en la muerte.
Como nosotros mismos hemos experimentado y han comprobado nuestros mayores, creemos y confiamos que no ha de faltarnos la ayuda de las oraciones de nuestros particulares patronos, para obtener la misericordia de Dios en medio de las dificultades de esta vida; y así, cuanto más nos oprime el peso de nuestros pecados, tanto más levantarán nuestros ánimos los méritos de los apóstoles.
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SAN FRANCISCO, UN HOMBRE COMUNIÓN
por Sebastián López, OFM
A LA PAZ DESDE LA GUERRA: EN EL SENO DE LA FRATERNIDAD (y III)
Francisco, ante los hermanos que le contradecían, no cayó en la tentación del sectarismo, puritanismo o rigorismo. Fue radical, duramente fiel, si se quiere, pero nunca olvidó que también él era un pecador, necesitado y abocado gratuita e irrevocablemente a la misericordia del Padre. Postura que indirectamente refleja la expresión en tercera persona, tantas veces repetida y de diversas formas en sus escritos: «El ministro aplíquese a proveerles tal como él mismo querría que se hiciese con él», «Los hermanos sirvan a los enfermos como querrían ellos ser servidos», «Bienaventurado el hombre que soporta a su prójimo según su fragilidad en aquello en quequerría ser soportado por él, si estuviera en un caso semejante», «El custodio atienda al hermano pecador con misericordia, como él querría que se le atendiera, si estuviese en un caso semejante», etc. Pero el texto que más claramente habla de la noble rectitud de su ser, cortesía la llamará él, igual que de su lúcido realismo, es la Admonición 17: «Bienaventurado el siervo que no se exalta más del bien que el Señor dice y obra por medio de él, que del que dice y obra por medio de otro. Peca el hombre que quiere recibir de su prójimo más de lo que él no quiere dar de sí al Señor Dios».
Y desde esa asombrada experiencia cotidiana, pecador acogido por la divina misericordia, Francisco pudo estrenar misericordia, perdón, comprensión y ternura. Para él era ya evidente que desde ella no cabe otra actitud que la que indica en la Carta a un Ministro: «Y ten siempre misericordia de tales hermanos, los pecadores». Era como decirle: hazte cargo, en el doble sentido de la expresión, de la miseria de los otros. En otras palabras: sé menor.
Era, en realidad, el sentido más auténtico de su propio gesto al renunciar a Ministro General, aunque las fuentes no aciertan a dar explicaciones claras y definidas. Pero su opción por la pobreza-minoridad evangélica y ciertas indicaciones de los biógrafos obligan a pensar que una vez más Francisco ha dado con la más certeramente evangélica traducción de la pobreza del Pobre de la Cruz. Pues ha visto, cuando su movimiento hacía crisis, el valor ambivalente del poder y la autoridad, y renuncia a ser guardián de la ley, jefe de un partido, aval oficial de una interpretación de la vida según el santo Evangelio, y escoge la Cruz, lo que enseño en el capítulo de la perfecta alegría. Escoge la debilidad, la misericordia, el silencio, la obediencia y sumisión a todos, el fracaso, porque... al fin eso es la Regla en su más acendrada síntesis: «Atiendan los hermanos a que sobre todas las cosas deben desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación, orar siempre a él con puro corazón y tener humildad, paciencia en la persecución y en la enfermedad, y amar a esos que nos persiguen, nos reprenden y nos acusan» (2 R 10,8-10).
Y porque el Señor, cuya pobreza y humildad quería seguir, «no quebró la caña cascada, ni apagó la mecha vacilante» (cf. Mt 12,20), se puso también al lado del hombre y de su libertad, pues no hay más alta forma de respetar la libertad del otro que ofrecerle la vida hecha palabra y acicate, y hablarle con el silencio de los hechos y compromisos, desde la humildad de una vida de servicio y sin renunciar al amor, tanto más auténtico por cuanto, según propia confesión, no le era precisamente fácil. Y porque, además, sólo hay un Señor, y sólo un Padre y un Maestro. «En el nombre del Señor» había comenzado él la Regla y también su vida de conversión en Espoleto, ofreciéndonos quizá con ello uno de los más fundamentales principios hermenéuticos de la misma; principio al que se mantuvo fiel hasta el final, como proclama el Testamento en el repetido «el Señor me dio..., me llevó..., me reveló...», con su indudable subrayado de la exclusiva unicidad del origen y principio de su vida según el Evangelio.
No es el poder, sino el servicio; no la sabiduría, sino la necedad de la Cruz el camino por el que nos viene y sorprende la salvación. Francisco nunca fue más originalmente él mismo, más el hombre evangélico que había deseado ser que en esta circunstancia. Al fin no era más que el retrato del auténtico hermano menor que él mismo había trazado (LP 109).
El Evangelio le había enseñado: «Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios. Son verdaderamente pacíficos aquellos que, con todo lo que padecen en este siglo, por el amor de nuestro Señor Jesucristo, conservan la paz en el alma y en el cuerpo» (Adm 15).
[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 11 (1975) 154-166]
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