miércoles, 25 de enero de 2017

DÍA 25 DE ENERO: LA CONVERSIÓN DEL APÓSTOL SAN PABLO,SAN GREGORIO NACIANCENO, etc.

LA CONVERSIÓN DEL APÓSTOL SAN PABLO. Saulo de Tarso, fariseo fanático, discípulo de Gamaliel, fue desde muy joven perseguidor de la Iglesia naciente. Pero, cuando iba camino de Damasco para traerse presos a Jerusalén a los cristianos, se le apareció Cristo, lo derribó del caballo y le dijo: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Saulo acabó respondiendo: «¿Señor, qué quieres que haga?» Entró en Damasco y allí lo bautizó Ananías. Ya convertido, volvió a Jerusalén para conocer a Pedro y luego marchó a Tarso, donde permaneció hasta que Bernabé fue a buscarlo y lo integró en la comunidad de Antioquía. Algún tiempo después comenzó su carrera de Apóstol de las Gentes.- Oración: Señor, Dios nuestro, tú que has instruido a todos los pueblos con la predicación del apóstol san Pablo, concede a cuantos celebramos su conversión caminar hacia ti, siguiendo su ejemplo, y ser ante el mundo testigos de tu verdad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. SAN GREGORIO NACIANCENO. Obispo y Doctor de la Iglesia. Nació el año 330 junto a Nacianzo (Capadocia), y se desplazó a diversos lugares por razones de estudio: Cesarea de Palestina, Alejandría y Atenas. Siguió a su amigo Basilio en la vida solitaria, pero fue luego ordenado de sacerdote. El año 381 fue elegido obispo de Constantinopla, pero, debido a las divisiones existentes en aquella iglesia, se retiró a Nacianzo donde murió el 25 de enero de 389 ó 390. Fue llamado el teólogo, por la profundidad de su doctrina y el encanto de su elocuencia. Su memoria se celebra, junto con la de san Basilio, el 2 de enero- Oración: Señor Dios, que te dignaste instruir a tu Iglesia con la vida y doctrina de san Basilio Magno y san Gregorio Nacianceno, haz que busquemos humildemente tu verdad y la vivamos fielmente en el amor. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. Beato Francisco ZiranoBEATO FRANCISCO ZIRANO. Nació en Sassari (Cerdeña, Italia) hacia 1564. Ingresó en los franciscanos conventuales y a los 22 años recibió la ordenación sacerdotal. Las costas sardas eran visitadas con frecuencia por los corsarios. En 1590 cayó prisionero de los piratas argelinos su primo Francisco Serra, también conventual; este hecho marcó su futuro. Con autorización pontificia, recorrió la isla recogiendo ofertas para el pago del rescate de su primo y de otros cautivos, y en 1602, pasando por España, entró en Argelia. Pronto fue arrestado. Siempre se comportó como quería san Francisco de los hermanos que están entre sarracenos: «No entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios y confiesen que son cris! tianos». A quienes pretendían que renegara de su fe, les dijo: «Soy cristiano y religioso de mi padre san Francisco y como tal quiero morir. Y suplico a Dios que os ilumine para que lleguéis a conocerlo». Pidió un confesor antes de morir, pero se lo negaron. Lo desollaron vivo el 25 de enero de 1603 en Argel. Beatificado el 12-X-2014. [Más información] * * * San Agileo. Sufrió el martirio en Cartago (Túnez) en el siglo III o IV. En el aniversario de su muerte, san Agustín le dedicó un sermón en su basílica. San Ananías. Es el discípulo del Señor que acogió a san Pablo en Damasco después de su conversión, le impuso las manos, le devolvió la vista y lo bautizó (Hch 9,10-18). San Artema. Joven cristiano, apóstol entre sus condiscípulos hasta que fue denunciado. La sentencia de muerte la ejecutaron sus mismos compañeros con punzones de escribir, en Pozzuoli (Campania, Italia), en el siglo III o IV. San Bretanión. Era obispo de Tomis (en la actual Rumanía, cerca del Mar Negro) cuando el emperador Valente, arriano, llegó a la ciudad y quiso que la población abrazara el arrianismo. El obispo y con él el clero y el pueblo se opusieron. El emperador desterró al obispo, pero la presión de los fieles hizo que le permitiera regresar. Murió a finales del siglo IV. Santos Juventino y Maximino. Oficiales del ejército romano bajo el imperio de Juliano el Apóstata, que no ocultaron su oposición a las leyes anticristianas y rehusaron sacrificar a los dioses paganos, por lo que fueron degradados, torturados y decapitados en Antioquía de Siria (hoy en Turquía) el año 363. San Palemón. Anacoreta que, en el siglo IV, vivió entregado a la oración y la penitencia en la Tebaida (Egipto); fue maestro de san Pacomio. San Popón. Abad de Stavelot y Malmédy, en Flandes, que difundió en muchos monasterios la observancia cluniacense. De joven optó por la vida militar, pero luego se convirtió a la vida de oración y penitencia. Fue consejero real. Murió en Marchiennes (Flandes) el año 1048. Santos Preyecto (o Proyecto) y Amarino. Preyecto, educado en los monjes, fue elegido obispo de Clermont-Ferrand (Aquitania) el año 606. Fundó numerosos monasterios de monjes y monjas. Fue asesinado, junto con el feligrés Amarino que lo acompañaba, el año 676. Beato Antonio Migliorati. Presbítero, de la Orden de los Ermitaños de San Agustín. Murió en Amándola (Las Marcas, Italia) el año 1450. Beato Antonio Swiadek. Sacerdote diocesano polaco. En medio de grandes dificultades y peligros estuvo ejerciendo su ministerio hasta que fue detenido en 1942 por lo nazis. Estuvo encarcelado y luego fue internado en el campo de concentración de Dachau (Alemania). Agotado por las inhumanas condiciones, los duros trabajos y las miserias, murió en 1945. Beata Arcángela Girlani. Vistió el hábito de las monjas carmelitas el año 1477, en el monasterio de Parma (Italia), del que llegó a ser priora, oficio que también ejerció a partir de 1492 en el nuevo monasterio de Mantua, donde murió el año 1495. Beato Enrique Suso (o Seuze). Sacerdote dominico, autor de obras espirituales de gran altura, que han tenido mucha influencia en la espiritualidad europea. Fue un fiel discípulo de Eckart, y junto con éste y Taulero es uno de los grandes "místicos renanos". Sufrió pacientemente incomprensiones y enfermedades. Su vida interior estaba centrada en la persona de Jesucristo, el Verbo encarnado. Pasó sus últimos años retirado en Ulm (Alemania), donde murió en 1366. Beato Manuel Domingo y Sol. Sacerdote que nació en Tortosa (España) el año 1836, y murió allí mismo en 1909. Ejerció su ministerio en varias parroquias, enseñó religión y fue profesor del seminario, desarrolló un intenso apostolado en el mundo del trabajo, sobre todo entre los jóvenes, fundó colegios de San José, entre ellos el de Roma, para la formación de los sacerdotes, fundó la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, que se encargaron de los mencionados colegios y de muchos seminarios diocesanos. Beata María Antonia (Teresa) Grillo. Cuando viuda y deprimida visitó el Cottolengo de Turín, decidió consagrarse a la atención de los pobres y abandonados, a los que abrió las puertas de su palacio. Fundó la congregación de las Hermanitas de la Divina Providencia, que se extendió por Italia y por América, adonde viajó varias veces. Abrió asilos, orfanatos, escuelas, hospitales. Murió en Alejandría (Italia) el año 1944. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Escribe Pablo a Timoteo: --Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me revistió de fortaleza, y me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio, a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí. Y la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí (1 Tm 1,12-14). Pensamiento franciscano: Oíd, señores hijos y hermanos míos -escribe Francisco a sus frailes-, y prestad oídos a mis palabras: Confesad al Hijo de Dios, porque es bueno, y ensalzadlo en vuestras obras; pues por esa razón os ha enviado al mundo entero, para que de palabra y de obra deis testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay omnipotente sino él (CtaO 5-9). Orar con la Iglesia: Contemplando a san Pablo, convertido a Cristo y elegido apóstol suyo, elevamos nuestra oración confiada a Dios Padre: -Para que la Iglesia viva siempre la preocupación del Apóstol por la salvación de todos los hombres. -Para que en la Iglesia todos nos sintamos enviados a proclamar el Evangelio a toda la creación. -Para que cuantos profesamos la fe que san Pablo predicó, seamos testigos de Cristo ante los hombres. -Para que, leyendo y meditando las cartas de san Pablo, crezca nuestra fe y se traduzca en obras. Oración Escucha, Señor, las súplicas que, avaladas por la intercesión de san Pablo, te dirigimos hoy por las Iglesias de Oriente y de Occidente en el arduo camino de la unidad. Por Jesucristo, nuestro Señor, Amén. * * * LA CONVERSIÓN DEL APÓSTOL SAN PABLO Del libro de los Hechos de los Apóstoles 22,3-16 En aquellos días, dijo Pablo al pueblo de Jerusalén: Yo soy judío, nací en Tarso de Cilicia, pero me crié en esta ciudad; fui alumno de Gamaliel y aprendí hasta el último detalle de la ley de nuestros padres; he servido a Dios con tanto fervor como vosotros mostráis ahora. Yo perseguí a muerte este nuevo camino metiendo en la cárcel, encadenados, a hombres y mujeres; y son testigos de esto el mismo sumo sacerdote y todos los ancianos. Ellos me dieron cartas para los hermanos de Damasco, y fui allí para traerme presos a Jerusalén a los que encontrase, para que los condenaran. Pero en el viaje, cerca ya de Damasco, hacia mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor, caí por tierra y oí una voz que me decía: --Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo pregunté: --¿Quién eres, Señor? Me respondió: --Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues. Mis compañeros vieron el resplandor, pero no comprendieron lo que decía la voz. Yo pregunté: --¿Qué debo hacer, Señor? El Señor me respondió: --Levántate, sigue hasta Damasco y allí te dirán lo que tienes que hacer. Como yo no veía, cegado por el resplandor de aquella luz, mis compañeros me llevaron de la mano a Damasco. Un cierto Ananías, devoto de la Ley, recomendado por todos los judíos de la ciudad, vino a verme, se puso a mi lado y me dijo: --Saulo, hermano, recobra la vista. Inmediatamente recobré la vista y lo vi. Él me dijo: --El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser su testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído. Ahora no pierdas tiempo; levántate, recibe el bautismo que, por la invocación de su nombre, lavará tus pecados. * * * LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO Y LA ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS De la Homilía de Benedicto XVI el 25-I-08 Queridos hermanos y hermanas: La fiesta de la Conversión de San Pablo nos pone nuevamente en la presencia de este gran Apóstol, escogido por Dios para ser su «testigo ante todos los hombres» (Hch 22,15). Para Saulo de Tarso el momento del encuentro con Cristo resucitado en el camino de Damasco marcó el cambio decisivo de su vida. Se realizó entonces su completa transformación, una auténtica conversión espiritual. En un instante, por intervención divina, el encarnizado perseguidor de la Iglesia de Dios se encontró a sí mismo ciego, inmerso en la oscuridad, pero con el corazón invadido por una gran luz, que lo llevaría en poco tiempo a ser un ardiente apóstol del Evangelio. San Pablo siempre tuvo la certeza de que sólo la gracia divina había podido realizar una conversión semejante. Cuando había dado ya lo mejor de sí, dedicándose incansablemente a la predicación del Evangelio, escribió con renovado fervor: «He trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo» (1 Co 15,10). Sin embargo, incansable como si la obra de la misión dependiera enteramente de sus esfuerzos, san Pablo estuvo siempre animado por la profunda convicción de que toda su fuerza procedía de la gracia de Dios que actuaba en él. Esta tarde, las palabras del Apóstol sobre la relación entre esfuerzo humano y gracia divina resuenan llenas de un significado muy particular. Al concluir la Semana de oración por la unidad de los cristianos, somos aún más conscientes de que la obra del restablecimiento de la unidad, que requiere nuestra energía y nuestro esfuerzo, es en cualquier caso infinitamente superior a nuestras posibilidades. La unidad con Dios y con nuestros hermanos y hermanas es un don que viene de lo alto, que brota de la comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que en ella se incrementa y se perfecciona. No está en nuestro poder decidir cuándo o cómo se realizará plenamente esta unidad. Sólo Dios podrá hacerlo. Como san Pablo, también nosotros ponemos nuestra esperanza y nuestra confianza «en la gracia de Dios que está con nosotros». Queridos hermanos y hermanas, esto es lo que quiere implorar la oración que elevamos juntos al Señor, para que sea él quien nos ilumine y sostenga en nuestra búsqueda constante de la unidad. Así, asume su valor más pleno la exhortación de san Pablo a los cristianos de Tesalónica: «Orad sin cesar» (1 Ts 5,17), que se ha escogido como tema de la Semana de oración de este año. El Apóstol conoce bien a esa comunidad, nacida de su actividad misionera, y alberga grandes esperanzas respecto de ella. Conoce tanto sus méritos como sus debilidades. En efecto, entre sus miembros no faltan comportamientos, actitudes y debates que pueden crear tensiones y conflictos, y san Pablo interviene para ayudar a la comunidad a caminar en la unidad y en la paz. En la conclusión de la carta, con una bondad casi paterna, añade una serie de exhortaciones muy concretas, invitando a los cristianos a fomentar la participación de todos, a sostener a los débiles, a ser pacientes, a no devolver a nadie mal por mal, a buscar siempre el bien, a estar siempre alegres y a dar gracias a Dios en toda circunstancia (cf. 1 Ts 5,12-22). En el centro de estas exhortaciones pone el imperativo «orad sin cesar». En efecto, las demás recomendaciones perderían fuerza y coherencia si no estuvieran sostenidas por la oración. La unidad con Dios y con los demás se construye ante todo mediante una vida de oración, en la búsqueda constante de la «voluntad de Dios en Cristo Jesús con respecto a nosotros» (cf. 1 Ts 5,18). * * * PABLO LO SUFRIÓ TODO POR AMOR A CRISTO De una homilía de san Juan Crisóstomo Qué es el hombre, cuán grande su nobleza y cuánta su capacidad de virtud lo podemos colegir sobre todo de la persona de Pablo. Cada día se levantaba con una mayor elevación y fervor de espíritu y, frente a los peligros que lo acechaban, era cada vez mayor su empuje, como lo atestiguan sus propias palabras: Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante; y, al presentir la inminencia de su muerte, invitaba a los demás a compartir su gozo, diciendo: Estad alegres y asociaos a mi alegría; y, al pensar en sus peligros y oprobios, se alegra también y dice, escribiendo a los corintios: Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos y de las persecuciones; incluso llama a estas cosas armas de justicia, significando con ello que le sirven de gran provecho. Y así, en medio de las asechanzas de sus enemigos, habla en tono triunfal de las victorias alcanzadas sobre los ataques de sus perseguidores y, habiendo sufrido en todas partes azotes, injurias y maldiciones, como quien vuelve victorioso de la batalla, colmado de trofeos, da gracias a Dios, diciendo: Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo. Imbuido de estos sentimientos, se lanzaba a las contradicciones e injurias que le acarreaba su predicación, con un ardor superior al que nosotros empleamos en la consecución de los honores, deseando la muerte más que nosotros deseamos la vida, la pobreza más que nosotros la riqueza, y el trabajo mucho más que otros apetecen el descanso que lo sigue. La única cosa que él temía era ofender a Dios; lo demás le tenía sin cuidado. Por esto mismo, lo único que deseaba era agradar siempre a Dios. Y, lo que era para él lo más importante de todo, gozaba del amor de Cristo; con esto se consideraba el más dichoso de todos, sin esto le era indiferente asociarse a los poderosos y a los príncipes; prefería ser, con este amor, el último de todos, incluso del número de los condenados, que formar parte, sin él, de los más encumbrados y honorables. Para él, el tormento más grande y extraordinario era el verse privado de este amor: para él, su privación significaba el infierno, el único sufrimiento, el suplicio infinito e intolerable. Gozar del amor de Cristo representaba para él la vida, el mundo, la compañía de los ángeles, los bienes presentes y futuros, el reino, las promesas, el conjunto de todo bien; sin este amor, nada catalogaba como triste o alegre. Las cosas de este mundo no las consideraba, en sí mismas, ni duras ni suaves. Las realidades presentes las despreciaba como hierba ya podrida. A los mismos gobernantes y al pueblo enfurecido contra él les daba el mismo valor que a un insignificante mosquito. Consideraba como un juego de niños la muerte y la más variada clase de tormentos y suplicios, con tal de poder sufrir algo por Cristo. LA CONVERSIÓN DE FRANCISCO A CRISTO por Pierre B. Beguin, o.f.m. El joven Francisco estaba «ansioso de gloria», y Dios se sirvió de esa inclinación natural suya para atraerlo y hacerlo pasar de la sed de vanagloria a la ambición de la verdadera gloria (TC 5). Sin duda alguna, Francisco tomó parte en las luchas de Asís por conquistar sus libertades comunales (1198), y, más tarde, en las de la burguesía por asegurar su preponderancia en la ciudad (1200). En los dos casos Francisco compartió sus triunfos. Pero su primer alistamiento militar, en la guerra entre Asís y Perusa, se saldó con un fracaso estrepitoso y un año de prisión en manos del enemigo (TC 4). Si bien salió de ello mortificado en su orgullo patriótico, aquella prolongada camaradería con los caballeros, cuya prisión compartía, no pudo sino halagar su amor propio y exacerbar su sed de grandezas. Vuelto a su casa, el sueño de un castillo lleno de armas, prometido «a él y a sus caballeros», lo confirma en su ambición de hacerse admitir en la nobleza. Lleno de entusiasmo y de confianza en «un porvenir principesco», cuya pompa adopta por adelantado, emprende viaje hacia la Pulla. Pero, en Espoleto, a unos veinte kilómetros de Asís, un segundo sueño echa por tierra todo su proyecto: el «señor», a cuyo servicio quería entrar para convertirse en caballero, no era quien él pensaba, pues había interpretado mal su primer sueño. Trastornado pero dócil, Francisco da marcha atrás en dirección a la casa paterna (TC 5-6). «Señor, ¿qué quieres que haga?» Es sin duda la primera vez que Francisco cuenta con alguien otro. Hay en ello un notable cambio interior que hace nacer en él el «deseo de conformarse a la voluntad divina» (TC 6). No por ello deja de volver a su vida alegre de antes. Hará falta una tercera intervención divina para arrancarlo de ella: después de una opípara merienda, de la que él había sido el anfitrión y rey, pero de la que no había sacado sino melancolía, Francisco sintió súbitamente la visita de Dios bajo la forma de una dulzura enajenadora (TC 7). La novedad e intensidad de esta experiencia de Dios provoca en Francisco una profunda necesidad de interiorización. «Sus amigos, atemorizados, lo contemplan como hombre cambiado en otro» (TC 7). Progresivamente va retirándose Francisco del bullicio del mundo y trata de reencontrar en el fondo de sí mismo al Señor que se la ha manifestado de manera tan inefable. A su búsqueda, Dios responde con visitas cada vez más frecuentes, cuya dulzura da a Francisco el gusto por esos encuentros y, literalmente, «lo arrastra» a una vida de oración (TC 8). Entonces se abre para él el camino de la «conversión», que lo llevará a descubrir «la verdadera vida religiosa que abrazó» más tarde (TC 7). .

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