miércoles, 18 de enero de 2017

DÍA 18 DE ENERO: SANTA MARGARITA DE SAN JAIME HILARIO BARBAL COSÁNHUNGRÍA. etc


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SANTA MARGARITA DE HUNGRÍA. Hija de Bela IV, rey de Hungría, nació en Turoc (Dalmacia) el año 1242. Sus padres hicieron voto de consagrarla a Dios si liberaba a su patria de los tártaros. Desde pequeña se educó en las dominicas, en el monasterio de Santa María, fundado por su padre junto a Buda, en el que hizo la profesión religiosa en 1254. Es una de las grandes místicas medievales de Hungría. En la vida conventual, realizaba las tareas más humildes, con gran espíritu de pobreza y mortificación. No tenía una gran cultura, pero desde niña se hacía leer las Escrituras y se confiaba a la guía espiritual de su confesor, el dominico P. Marcelo, que fue Provincial de Hungría. Rezaba siempre las mismas oraciones y tenía una particular devoción a la Pasión de Cristo y a la Eucaristía. Llegó a un alto grado de contemplación, acompañada de visiones y otros dones de Dios. Murió el 18 de enero de 1270 en su convento.
SAN JAIME HILARIO BARBAL COSÁN (en el siglo, Manuel). Nació en Enviny (Lérida, España) en 1898. Creció en un ambiente cristiano, de vida campesina, en un pueblo de alta montaña. Ingresó en el seminario de la Seu d'Urgell y, por causa de su sordera, que no le permitió dedicarse a la enseñanza y fue una de sus cruces, tuvo que dejar los estudios eclesiásticos. Ingresó luego en los Hermanos de las Escuelas Cristianas y pronto inició su tarea de educador y catequista. Tuvo diversos destinos en España y Francia, y en 1934 fue trasladado a la casa San José de Cambrils, Tarragona, ocupándose en trabajos de la huerta. La guerra civil española lo sorprendió en Mollerussa, donde lo apresaron. Estuvo en varias cárceles y en el juicio sumario a que lo sometieron en Tarragona no permitió él que su condición de religioso fuera disimulada. El tribunal popular lo condenó, y fue fusilado el 18 de enero de 1937 junto al cementerio de Tarragona. Sus últimas palabras fueron: «¡Morir por Cristo es vivir, muchachos!». Canonizado en 1999.
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Santos Cosconio, Zenón y Lucio. Mártires de Nicea, en Bitinia (hoy Turquía), en el siglo III o IV.
San Deícola. De origen irlandés y discípulo de san Columbano, a quien acompañó en su viaje a Francia. Fundó el monasterio de Lure (Borgoña), del que fue el primer abad y en el que murió hacia el año 625. En su profunda vida religiosa, destacó por su constante buen humor.
Santa Prisca. Sufrió el martirio en Roma, bajo el emperador Claudio II, hacia el año 270. A su nombre se dedicó una basílica en el monte romano Aventino.
Santos Suceso, Pablo y Lucio. Obispos que asistieron al Concilio celebrado en Cartago (en la actual Túnez), y que sufrieron el martirio en aquella ciudad el año 259, en la persecución del emperador Decio.
San Volusiano. Obispo de Tours (Francia) del año 488 al 496, fecha en que murió en el destierro a que lo obligaron los godos.
Beato Andrés Grego de Peschiera. Ingresó de joven en los dominicos y, ordenado de sacerdote, lo destinaron a la zona alpina de la Valtellina, al norte de Lombardía, que estaba muy necesitada de profunda renovación cristiana. Durante 45 años estuvo entregado a la evangelización de toda aquella región, uniendo a la predicación un alto ejemplo de vida. Al final de sus días se retiró al convento de Morbegno, donde murió en 1485.
Beata Beatriz II de Este. Hija del marqués de Este y casada de acuerdo con su condición, al quedar pronto viuda renunció a sus derechos temporales y vistió el hábito de monja benedictina en Ferrara, primero en el monasterio de San Lázaro y luego en el de San Esteban, fundado por ella misma, en el que murió el año 1262.
Beata Cristina Cicarelli. Hasta los 25 años vivió en su casa ejercitándose en la oración y la penitencia. Luego se hizo monja agustina en el monasterio de Santa Lucía, en L'Aquila (Abruzzo), donde cultivó la observancia regular, el amor a los pobres y la paciencia en sus largas enfermedades. Murió el año 1543.
Beato Facio. Orfebre de Verona que se trasladó a Cremona (Lombardía) y se consagró por entero a la vida de penitencia, a las peregrinaciones y a la ayuda de los necesitados. Por encargo del obispo fue visitador de monasterios. Fundó una confraternidad de laicos y un hospital. Murió el año 1272.
Beatas Felicidad Pricet, Mónica Pichery, Carola Lucas y Victoria Gusteau. Seglares que fueron fusiladas durante la Revolución Francesa en Angers el año 1794 por odio a la fe cristiana.
Beata María Teresa Fasce. Monja agustina del monasterio de Santa Rita, en Casia (Umbría), del que fue abadesa desde 1920 hasta su muerte en 1947. Fomentó con los medios a su alcance la devoción a santa Rita, y unió en su propia vida la contemplación y las obras de caridad para con los peregrinos y los indigentes.
Beata Regina Protmann. A los 19 años dejó su rica casa paterna para iniciar con dos compañeras una vida comunitaria inspirada en santa Catalina de Alejandría, y dedicada a la asistencia de pobres y enfermos y a la educación de las jóvenes. Después fundó la congregación de las Hermanas de Santa Catalina. Murió en Braunsberg (Prusia), su pueblo natal, el año 1613. Beatificada en 1999.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Dijo Jesús a sus discípulos: --Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,19-20).
Pensamiento franciscano:
Escribe santa Clara a santa Inés de Praga, clarisa: --Usando con propiedad las palabras del Apóstol (1 Cor 3,9), te considero colaboradora del mismo Dios y apoyo de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable (3CtaCla 8).
Orar con la Iglesia:
Elevemos nuestra oración a Dios Padre, por la mediación de su Hijo, el buen pastor único de todos:
-Para que los cristianos de todas las confesiones seamos fieles al Evangelio, dando testimonio de nuestra fe al mundo.
-Para que el Espíritu Santo conceda a todas las Iglesias cristianas fortalecer lo que las une y superar lo que las separa.
-Para que llegue pronto el día en que todos los que creemos en Cristo podamos compartir el pan y el cáliz de una misma Eucaristía.
-Para que las relaciones de amor y respeto entre todos lo cristianos contribuyan a fomentar la paz, la libertad y la justicia entre todos los pueblos.
-Para que el Espíritu Santo supla lo que nos falta en la oración por la unidad de los cristianos.
Oración: Concédenos, Padre, lo que te pedimos para alcanzar la plena comunión entre todos tus hijos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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SEMANA DE ORACIÓN 
POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
Benedicto XVI, Audiencia general del 18-I-06
«Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20).
«Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos» (Mt 18,19). Esta solemne afirmación de Jesús a sus discípulos sostiene también nuestra oración. Hoy comienza la tradicional «Semana de oración por la unidad de los cristianos», cita importante para reflexionar sobre el drama de la división de la comunidad cristiana y pedir juntos a Jesús mismo «que todos sean uno, para que el mundo crea» (Jn 17,21). Lo hacemos hoy también nosotros, aquí, en sintonía con una gran multitud en el mundo. En efecto, la oración «por la unión de todos» implica en formas, tiempos y modos diversos a los católicos, a los ortodoxos y a los protestantes, unidos por la fe en Jesucristo, único Señor y Salvador.
La oración por la unidad forma parte del núcleo central que el concilio Vaticano II llama «el alma de todo el movimiento ecuménico» (Unitatis redintegratio, 8), núcleo que incluye precisamente las oraciones públicas y privadas, la conversión del corazón y la santidad de vida. Esta convicción nos lleva al centro del problema ecuménico, que es la obediencia al Evangelio para hacer la voluntad de Dios, con su ayuda, necesaria y eficaz. El Concilio lo señaló explícitamente a los fieles al declarar: «Cuanto más estrecha sea su -nuestra- comunión con el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, más íntima y fácilmente podrán aumentar la fraternidad mutua» (ib., 7).
Los elementos que, a pesar de la división permanente, unen aún a los cristianos permiten elevar una oración común a Dios. Esta comunión en Cristo sostiene todo el movimiento ecuménico e indica la finalidad misma de la búsqueda de la unidad de todos los cristianos en la Iglesia de Dios. Eso distingue el movimiento ecuménico de cualquier otra iniciativa de diálogo y de relaciones con otras religiones e ideologías. También en esto fue precisa la enseñanza del decreto sobre el ecumenismo del concilio Vaticano II: «Participan en este movimiento de unidad, llamado ecuménico, los que invocan al Dios Trino y confiesan a Jesús como Señor y Salvador» (ib., 1).
Las oraciones comunes que se realizan en el mundo entero, especialmente en este período o en torno a Pentecostés, expresan, además, la voluntad de compromiso común por el restablecimiento de la comunión plena de todos los cristianos. «Estas oraciones en común son un medio sumamente eficaz para pedir la gracia de la unidad» (ib., 8). Con esta afirmación, el concilio Vaticano II interpreta fundamentalmente lo que dice Jesús a sus discípulos, asegurándoles que si dos se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo al Padre que está en los cielos, él se lo concederá «porque» donde dos o tres se reúnen en su nombre él está en medio de ellos.
Después de la resurrección les asegura también que estará siempre con ellos «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). La presencia de Jesús en la comunidad de los discípulos y en nuestra oración es lo que garantiza su eficacia, hasta el punto de prometer: «Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo» (Mt 18,18).
Pero no nos limitemos a pedir. También podemos dar gracias al Señor por la nueva situación que, con gran esfuerzo, se ha creado en las relaciones ecuménicas entre los cristianos, con una renovada fraternidad, por los fuertes vínculos de solidaridad que se han establecido, por el crecimiento de la comunión y por las convergencias alcanzadas -ciertamente de modo desigual- entre los diversos diálogos. Hay muchos motivos para dar gracias. Y aunque queda mucho por esperar y por hacer, no olvidemos que Dios nos ha dado mucho en el camino hacia la unión. Por eso, le agradecemos esos dones. El futuro está ante nosotros. El Santo Padre Juan Pablo II, de feliz memoria, que tanto hizo y sufrió por la cuestión ecuménica, nos enseñó oportunamente que «reconocer lo que Dios ya ha concedido es condición que nos predispone a recibir aquellos dones aún indispensables para llevar a término la obra ecuménica de la unidad» (Ut unum sint, 41). Por tanto, hermanos y hermanas, sigamos orando para que seamos conscientes de que la santa causa del restablecimiento de la unidad de los cristianos supera nuestras pobres fuerzas humanas y que, en último término, la unidad es don de Dios.
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EL BAUTISMO DE CRISTO 
Del sermón en las sagradas Luminarias,
de san Gregorio Nacianceno
Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él.
Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua.
Juan se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me bautices, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al que había sido ya adorado cuando estaba en él, el que era y habría de ser precursor al que se había manifestado y se manifestará. Soy yo el que necesito que tú me bautices; y podría haber añadido: «Por tu causa». Pues sabía muy bien que habría de ser bautizado con el martirio; o que, como a Pedro, no sólo le lavarían los pies.
Pero Jesús, por su parte, asciende también de las aguas; pues se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego.
También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio; del mismo modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra el cuerpo de Cristo, que por deificación era también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había anunciado el fin del diluvio.
Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta.
Ojalá que estéis ya purificados, y os purifiquéis de nuevo. Nada hay que agrade tanto a Dios como el arrepentimiento y la salvación del hombre, en cuyo beneficio se han pronunciado todas las palabras y revelado todos los misterios; para que, como astros en el firmamento, os convirtáis en una fuerza vivificadora para el resto de los hombres; y los esplendores de aquella luz que brilla en el cielo os hagan resplandecer, como lumbreras perfectas, junto a su inmensa luz, iluminados con más pureza y claridad por la Trinidad, cuyo único rayo, brotado de la única Deidad, habéis recibido inicialmente en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien le sean dados la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
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LA ORACIÓN DE UN CORAZÓN PURO (I)
por Eloi Leclerc, o.f.m.
[¿Cabe la oración gratuita en nuestra vida cristiana? ¿Es impulsora de la historia humana o, por el contrario, alienante? Si puede o debe tener cabida, ¿qué función puede o debe desempeñar? Aunque lejana en el tiempo, la experiencia de oración de Francisco de Asís es aleccionadora para quienes se remiten a su espiritualidad y quieren vivirla como respuesta a la llamada que la realidad actual les dirige. Así se desprende del presente artículo, cuyo autor es de sobra conocido de los lectores de lengua castellana interesados por las cosas sanfranciscanas. Presentando, con su lirismo y profundidad habituales, la experiencia de oración de Francisco, el autor de la Sabiduría de un Pobreda una respuesta, creemos, objetiva y válida, a los interrogantes enunciados.]
La expresión «la oración de un corazón puro», podrá sonar a algunos un tanto anticuada, e incluso suscitar cierta sonrisa benévola. «Un tema para almas ingenuas», pensarán los espíritus «avanzados». Pero sólo los fatuos se sonríen de las cosas que no entienden o que les superan. «Están demasiado verdes y buenas para escuderos», decía el zorro de la fábula al contemplar las uvas inaccesibles de la parra.
La oración de un santo es siempre inaccesible, aún cuando el santo nos haya dejado algunas de sus oraciones familiares. Su vida de oración se confunde con su experiencia de Dios. El obispo de Asís pudo experimentar personalmente lo temerario que resulta entrometerse en un dominio tan reservado: por haber querido sorprender a san Francisco en oración, perdió el habla (2 Cel 66).
No pretendemos, pues, descubrir lo que debe permanecer escondido. Nuestro propósito es mucho más modesto. Quisiéramos sencillamente llamar la atención sobre una exigencia que el mismo Francisco propone de continuo cuando invita a los hermanos a la oración. Leyendo susEscritos quedamos gratamente sorprendidos ante la insistencia con que les recomienda que se acerquen a Dios con corazón puro.
En el capítulo 10 de la segunda Regla leemos la siguiente exhortación: «Los hermanos atiendan a que sobre todas las cosas deben desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación, orar siempre a él con puro corazón...» (2 R 10,8-9). Esta exigencia la encontramos enunciada claramente en la primera Regla: «Mas en la santa caridad que es Dios, ruego a todos los hermanos, tanto los ministros como los otros, que... del mejor modo que puedan, hagan servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios con corazón limpio y mente pura... pues el Padre busca tales adoradores. Dios es espíritu, y los que lo adoran es preciso que lo adoren en espíritu y verdad» (1 R 22,26-31). Francisco no emplea este lenguaje sólo para los hermanos, sino que dirige idéntica exhortación a todos los fieles: «Por consiguiente, amemos a Dios y adorémoslo con corazón puro y mente pura, porque él mismo, buscando esto sobre todas las cosas, dijo: Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad» (2CtaF 19). Esta pureza de corazón constituye también el objeto de una Admonición en la que encontramos las mismas expresiones: «Son verdaderamente limpios de corazón quienes desprecian las cosas terrenas, buscan las celestiales y no dejan nunca de adorar y ver, con corazón y alma limpios, al Señor Dios vivo y verdadero» (Adm 16).
Estos textos bastarán para mostrar la gran importancia que Francisco concede en la vida de oración a la disposición íntima que él designa sencillamente con las palabras «corazón puro», y que resulta de todo punto esencial para el santo. Pero, ¿en qué consiste exactamente esta disposición?, ¿cómo podemos definir la expresión «corazón puro»?, ¿qué es «la oración de un corazón puro»?
 

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