jueves, 19 de enero de 2017

DÍA 19 DE ENERO: SAN JOSÉ SEBASTIÁN PELCZAR. etc.



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SANTA EUSTOQUIA CALAFATO. Véase el 20 de enero, día de su fallecimiento.
SAN JOSÉ SEBASTIÁN PELCZAR. Nació en 1842 en Korczyna (Polonia), cerca de Krosno. Desde niño mostró aptitudes extraordinarias para el estudio. Ordenado de sacerdote en Przemysl, completó sus estudios en Roma. Al regresar a su patria, fue profesor de teología en el seminario de su diócesis y en la Universidad Jaguellónica de Cracovia, de la que llegó a ser rector. Además, trabajó de forma incansable en la difusión de la cultura en su pueblo y en obras sociales. El 18 de abril de 1893 hizo la profesión de terciario franciscano ante la tumba de San Francisco en Asís. En 1894 fundó la congregación de Esclavas del Sagrado Corazón, con el fin de proclamar su Reino mediante el amor a las jóvenes, los enfermos y todos los necesitados. En 1899 fue nombrado obispo de Przemysl y, durante 25 años, actuó como un valiente y celoso pastor en obras apostólicas y sociales. Fue autor de numerosos escritos. Murió en Przemysl el 28 de marzo de 1924. Su memoria se celebra el 19 de enero. Lo canonizó Juan Pablo II el año 2003.
BEATO MARCELO SPÍNOLA Y MAESTRE. Nació en San Fernando (Cádiz) el año 1835, hijo de los marqueses de Spínola. Estudió derecho y ejerció la abogacía; su atención a los trabajadores le mereció el nombre de «abogado de los pobres». Pero abandonó la profesión, entró en el seminario de Sevilla, y recibió la ordenación sacerdotal en 1864. Ejerció diversos ministerios, siempre con gran celo por la santificación de las almas y honda preocupación por los problemas sociales. Fue nombrado sucesivamente obispo auxiliar de Sevilla y titular de Coria, Málaga y Sevilla. En diciembre de 1905, san Pío X lo creó cardenal, pero murió el 19 de enero de 1906. Fundó la congregación de las Esclavas Concepcionistas del Divino Corazón de Jesús para la educación de las jóvenes. Fue un gran sacerdote para todos, en el confesonario y dirección espiritual, en la diócesis y su seminario, en las iniciativas religiosas y sociales, en la promoción de los pobres, por los que llegó a pedir limosna por las calles. Su espiritualidad era afín a la de San Francisco en muchos aspectos.
BEATO JERÓNIMO FÁBREGASBEATO JERÓNIMO FÁBREGAS. Nació en L'Espluga Calba (Lérida) en 1910. De niño ingresó en el seminario de Tarragona. Ordenado sacerdote el 4-II-1934, lo nombraron vicario de Vilabella. Era profundamente piadoso, activo, organizador. Cuando llegó la persecución religiosa en julio de 1936, continuó celebrando misa y ejerciendo su ministerio de forma clandestina en los refugios en que se escondió. Llamado a filas por el ejército republicano, se incorporó a los servicios de sanidad. Lo destinaron al frente del Ebro y estuvo en la planta baja de una masía habilitada como enfermería de campaña. La convirtió en campo de intenso apostolado clandestino: misa, sacramentos, asistencia espiritual, etc. Un soldado escribió a sus padres contándoles el fervor con que habían celebrado las noches de Navidad y fin de año de 1938. Interceptada la carta, fueron detenidos los que habían participado en las fiestas. D. Jerónimo fue asesinado el 19 (o 20) de enero de 1939 en El Pla de Manlleu (Tarragona). Beatificado el 13-X-2013.
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San Arsenio. Nació en Betania, cerca de Jerusalén. Muy joven se hizo monje y recibió la ordenación sacerdotal. Desempeñó su ministerio en Constantinopla hasta que el año 933 fue elegido obispo de Corfú (Grecia). De regreso de Constantinopla, adonde había ido a tratar con el emperador asuntos de los habitantes de su isla, murió cerca de Corinto hacia el año 950.
San Basiano. Nació en Siracusa, hijo del prefecto de la ciudad. En Roma se convirtió al cristianismo, recibió la ordenación sacerdotal en Ravena y hacia el año 373 lo eligieron obispo de Lodi (Lombardía). Fue amigo de san Ambrosio y colaborador suyo en la lucha contra la herejía arriana. Murió el año 409.
San Germánico. Natural de Filadelfia, en la actual Turquía, fue discípulo de san Policarpo, y en plena juventud se mantuvo firme en su fe ante el juez, que lo condenó a morir devorado por las bestias, como su maestro. Esto sucedió en Esmirna hacia el año 167, en tiempo de los emperadores Marco Aurelio y Lucio Aurelio.
San Juan. Obispo de Ravena (Italia) desde el año 578. San Gregorio Magno le envió su "Regla pastoral" sobre las obligaciones de los pastores de almas, y, por otra parte, alabó su valor al frente de su Iglesia en la guerra de los longobardos. Murió el año 595.
San Launomaro. Nació en la diócesis de Chartres (Francia), de familia pobre, y fue pastor de ganado. Con la ayuda de un sacerdote, pudo estudiar y recibir la ordenación sacerdotal. Fue ecónomo del cabildo catedralicio hasta que optó por la vida retirada y fundó el monasterio de Corbion, en el que murió hacia el año 593.
Santas Librada y Faustina. Son hermanas y nacieron en la provincia de Piacenza (Italia). Se retiraron a una ermita cercana a Como para llevar una vida ascética y fundaron el monasterio de Santa Margarita, en el que murieron hacia el año 580.
San Macario Alejandrino. Nació en Alejandría a principios del siglo IV, se ordenó de sacerdote y fue abad del monasterio del monte Scete en Egipto, donde murió a comienzos del siglo V. Fue contemporáneo de san Macario el Grande, con el que compartió vida e ideales.
San Macario el Grande. Nació en el Alto Egipto en torno al año 300. De joven fue camellero dedicado al trasporte, pero pronto conoció a san Antonio Abad y vivió cerca de él algunos años. Luego, se retiró al desierto de Scete, donde fundó varios monasterios. Se ordenó de sacerdote para atender a cientos de monjes, a los que presidía como abad. Estuvo desterrado por orden del obispo arriano de Alejandría. Murió el año 390.
Santos Mario, Marta, Audifaz y Ábaco. Según la tradición se trata de unos esposos que fueron a Roma con sus dos hijos para venerar las reliquias de los mártires. Llegados a la Urbe, estuvieron ayudando al sacerdote Juan a enterrar en la vía Salaria a 267 mártires de la persecución de Diocleciano. Una vez descubiertos, fueron llevados ante el tribunal, condenados y decapitados. Los enterraron en la vía Cornelia, a trece millas de Roma, en el cementerio llamado «ad Nymphas», a principios del siglo IV.
San Ponciano. Joven de Espoleto (Umbría) que, en la segunda mitad del siglo II, fue atrozmente flagelado para que apostatara de su fe en Cristo, y finalmente decapitado, en tiempo del emperador Antonino. Sobre su tumba se levantó más tarde una basílica y un monasterio.
San Remigio. Era hijo de Carlos Martel y hermano de Pipino el Breve, rey de los francos. El año 755 fue elegido obispo de Rouen (Normandía). Fue embajador de Pipino ante el rey de los longobardos en asuntos de interés para la Iglesia. Amante de la dignidad de la liturgia, fomentó el uso del canto gregoriano, para lo que se trajo un maestro de Roma, a la que luego envió a varios monjes. Murió el año 772.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN
Pensamiento bíblico:
Dice san Pablo: --Hermanos: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros. No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo y quedaos con lo bueno (1 Ts 5,16-21).
Pensamiento franciscano:
Dice Jesús en el Evangelio: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Y comenta san Francisco: --Son verdaderamente limpios de corazón quienes desprecian las cosas terrenas, buscan las celestiales y no dejan nunca de adorar y ver, con corazón y alma limpios, al Señor Dios vivo y verdadero.
Orar con la Iglesia:
Elevemos insistentes súplicas a Dios nuestro Padre, para que realice la unión de todos los cristianos:
-Para que la santa Iglesia católica, humilde y sencilla, sea un hogar abierto a todos los cristianos.
-Para que el Espíritu Santo nos haga sentir a todos los cristianos cada día con mayor intensidad el sufrimiento de la mutua división.
-Para que todos comprendamos y apoyemos el esfuerzo de las entidades y personas que fomentan la unión de los que creemos en Cristo.
-Para que alimentados por la Palabra de Dios superemos los prejuicios y ahondemos en el espíritu de caridad.
Oración: Dios Padre santo, escucha nuestra oración para que tu Iglesia sea consagrada en la unidad. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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LA ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
De la Homilía de Benedicto XVI el 25-I-08
La invitación de san Pablo a los Tesalonicenses, «orad sin cesar», sigue siendo siempre actual. Frente a las debilidades y los pecados que impiden aún la comunión plena de los cristianos, cada una de las exhortaciones [que hace el Apóstol en 1 Ts 5,12-22] ha mantenido su pertinencia, pero eso es verdad de modo especial para el imperativo: «orad sin cesar». ¿Qué sería el movimiento ecuménico sin la oración personal o común, para que «todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti»? (Jn 17,21). ¿Dónde podremos encontrar el «impulso suplementario» de fe, caridad y esperanza que hoy necesita de modo particular nuestra búsqueda de la unidad?
Nuestro anhelo de unidad no debería limitarse a ocasiones esporádicas, sino que ha de formar parte integrante de toda nuestra vida de oración. Los artífices de la reconciliación y de la unidad en todas las épocas de la historia han sido hombres y mujeres formados en la palabra de Dios y en la oración. Ha sido la oración la que abrió el camino al movimiento ecuménico tal como lo conocemos hoy. De hecho, desde mediados del siglo XVIII, surgieron varios movimientos de renovación espiritual, deseosos de contribuir por medio de la oración a la promoción de la unidad de los cristianos. Desde el inicio, grupos de católicos, animados por destacadas personalidades religiosas, participaron activamente en esas iniciativas.
La oración por la unidad fue apoyada también por mis venerados predecesores, como el Papa León XIII, el cual, ya en el año 1895, recomendó la introducción de una novena de oración por la unidad de los cristianos. Estos esfuerzos, realizados según las posibilidades de la Iglesia de ese tiempo, pretendían hacer realidad la oración pronunciada por Jesús mismo en el Cenáculo: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Por tanto, no existe un ecumenismo auténtico que no hunda sus raíces en la oración.
Este año celebramos el centenario del «Octavario por la unidad de la Iglesia», que más tarde se convirtió en la «Semana de oración por la unidad de los cristianos». Hace cien años, el padre Paul Wattson, entonces aún ministro episcopaliano, ideó un octavario de oración por la unidad, que se celebró por primera vez en Graymoor (Nueva York) del 18 al 25 de enero de 1908. Esta tarde dirijo con gran alegría mi saludo al ministro general y a la delegación internacional de los Hermanos y las Hermanas franciscanos del Atonement, congregación fundada por el padre Paul Wattson y promotora de su herencia espiritual.
En la década de 1930, el octavario de oración experimentó importantes adaptaciones sobre todo por obra del abad Paul Couturier, de Lyon, también él gran promotor del ecumenismo espiritual. Su invitación a «orar por la unidad de la Iglesia tal como Cristo la quiere y con los medios que él quiere», permitió a cristianos de todas las tradiciones unirse en una sola plegaria por la unidad. Demos gracias a Dios por el gran movimiento de oración que, desde hace cien años, acompaña y sostiene a los creyentes en Cristo en su búsqueda de unidad. La barca del ecumenismo nunca habría zarpado del puerto si no hubiera sido movida por esta amplia corriente de oración e impulsada por el soplo del Espíritu Santo.
Conjuntamente con la Semana de oración, muchas comunidades religiosas y monásticas han invitado y ayudado a sus miembros a «orar sin cesar» por la unidad de los cristianos. En esta ocasión, aquí reunidos, recordamos en particular la vida y el testimonio de sor María Gabriela de la Unidad (1914-1936), religiosa trapense del monasterio de Grottaferrata (actualmente en Vitorchiano). Cuando su superiora, animada por el abad Paul Couturier, invitó a las hermanas a orar y a entregarse por la unidad de los cristianos, sor María Gabriela se sintió inmediatamente comprometida y no dudó en dedicar su joven existencia a esta gran causa. Hoy mismo se cumple el vigésimo quinto aniversario de su beatificación, llevada a cabo por mi predecesor el Papa Juan Pablo II. (...) En su homilía, el siervo de Dios subrayó los tres elementos sobre los cuales se construye la búsqueda de la unidad: la conversión, la cruz y la oración. (...) Hoy como ayer, el ecumenismo tiene gran necesidad del inmenso «monasterio invisible» del que hablaba el abad Paul Couturier, es decir, de la amplia comunidad de cristianos de todas las tradiciones que, sin hacer ruido, oran y ofrecen su vida para que se realice la unidad.
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QUE NUESTRO DESEO DE LA VIDA ETERNA
SE EJERCITE EN LA ORACIÓN
De la Carta de san Agustín a Proba
¿Por qué en la oración nos preocupamos de tantas cosas y nos preguntamos cómo hemos de orar, temiendo que nuestras plegarias no procedan con rectitud, en lugar de limitarnos a decir con el salmo: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo? En aquella morada, los días no consisten en el empezar y en el pasar uno después de otro, ni el comienzo de un día significa el fin del anterior; todos los días se dan simultáneamente, y ninguno se termina allí donde ni la vida ni sus días tienen fin.
Para que lográramos esta vida dichosa, la misma Vida verdadera y dichosa nos enseñó a orar; pero no quiso que lo hiciéramos con muchas palabras, como si nos escuchara mejor cuanto más locuaces nos mostráramos, pues, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras necesidades aun antes de que se las expongamos.
Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso se nos dice: Ensanchaos; no os unzáis al mismo yugo con los infieles.
Cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente deseamos este don, más capaces somos de recibirlo; se trata de un don realmente inmenso, tanto, que ni el ojo vio, pues no se trata de un color; ni el oído oyó, pues no es ningún sonido; ni vino al pensamiento del hombre, ya que es el pensamiento del hombre el que debe ir a aquel don para alcanzarlo.
Así, pues, constantemente oramos por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad, con un deseo ininterrumpido. Pero, además, en determinados días y horas, oramos a Dios también con palabras, para que, amonestándonos a nosotros mismos por medio de estos signos externos, vayamos tomando conciencia de cómo progresamos en nuestro deseo y, de este modo, nos animemos a proseguir en él. Porque, sin duda alguna, el efecto será tanto mayor, cuanto más intenso haya sido el afecto que lo hubiera precedido. Por tanto, aquello que nos dice el Apóstol:Sed constantes en orar, ¿qué otra cosa puede significar sino que debemos desear incesantemente la vida dichosa, que es la vida eterna, la cual nos ha de venir del único que la puede dar?
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LA ORACIÓN DE UN CORAZÓN PURO (II)
por Eloi Leclerc, o.f.m.
[Francisco concede gran importancia en la vida de oración a la disposición íntima que él designa sencillamente con las palabras «corazón puro». Pero, ¿en qué consiste exactamente esta disposición?, ¿cómo podemos definir la expresión «corazón puro»?, ¿qué es «la oración de un corazón puro»?]
El primer elemento de la respuesta nos lo da san Francisco en la Carta a toda la Orden. Al pedir a los hermanos que ofrezcan puros y puramente el sacrificio del Señor, se extiende sobre el significado de esta pureza con las siguientes palabras: «Ruego en el Señor a todos mis hermanos sacerdotes... que siempre que quieran celebrar la misa, puros y puramente hagan con reverencia el verdadero sacrificio del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, con intención santa y limpia, y no por cosa alguna terrena ni por temor o amor de hombre alguno, como para agradar a los hombres; sino que toda la voluntad, en cuanto la gracia la ayude, se dirija a Dios, deseando agradar al solo sumo Señor en persona, porque allí solo él mismo obra como le place» (CtaO 14-15). La razón de ello es que Dios no permitiría ser tratado como un medio. Él es el «Soberano Señor».
Esta primera observación da vida, en el pensamiento de Francisco, a una estrecha relación entre el corazón puro y el sentido de Dios y de su trascendencia. El corazón puro está vinculado a cierta visión de Dios, está atento a la realidad suma de Dios y considera a Dios como Dios. La oración de un corazón puro es, esencialmente, adoración y alabanza. El propio Francisco caracteriza de esta manera el corazón puro: «Son verdaderamente limpios de corazón quienes desprecian las cosas terrenas, buscan las celestiales y no dejan nunca de adorar y ver, con corazón y alma limpios, al Señor Dios vivo y verdadero» (Adm 16).
La relación entre el corazón puro y la adoración se inspira directamente en el Evangelio de las bienaventuranzas, que Francisco cita al principio de la Admonición sobre la pureza de corazón: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios»; si bien no es imposible descubrir aquí también la huella de la corriente mística que, en aquella época, se manifestaba hasta en la literatura romancesca. Esta literatura, que celebraba las aventuras de los caballeros en busca del santo Grial, no era desconocida a Francisco. Él mismo comparaba a sus compañeros con los caballeros de la Mesa redonda. Ahora bien, en dichos romances, sólo el caballero de corazón puro contempla, al fin, la realidad misteriosa y trascendente.
Cualesquiera que sean las influencias que aquí se pueden registrar, lo que importa, sobre todo, es comprender el valor de la relación entre el corazón puro y la adoración, para lo cual hemos de superar la interpretación puramente moralizante. El corazón puro no se define, ante todo, por su perfección moral ni por la preocupación del perfeccionamiento moral. La adoración no es, tampoco, una recompensa concedida a la perfección moral. Francisco entiende el corazón puro como el corazón desembarazado de sí mismo y que coloca toda su atención en el ser mismo de Dios. Francisco repite a menudo en sus Escritos que los hermanos deben barrer de sus almas toda clase de preocupaciones con el fin de dar limpia cabida a la adoración:
«Nosotros los hermanos, como dice el Señor, dejemos que los muertos entierren a sus muertos. Y guardémonos mucho de la malicia y sutileza de Satanás, que quiere que el hombre no tenga su mente y su corazón dirigidos a Dios. Y dando vueltas, desea llevarse el corazón del hombre so pretexto de alguna recompensa o ayuda... Por lo tanto, hermanos todos, guardémonos mucho de perder o apartar del Señor nuestra mente y corazón so pretexto de alguna merced u obra o ayuda. Mas en la santa caridad que es Dios, ruego a todos los hermanos, tanto los ministros como los otros, que, removido todo impedimento y pospuesta toda preocupación y solicitud, del mejor modo que puedan, hagan servir, amar, honrar y adorar al Señor Dios con corazón limpio y mente pura, que es lo que él busca sobre todas las cosas» (1 R 22, 18-26). «Por consiguiente, ninguna otra cosa deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el solo verdadero Dios... Por consiguiente, que nada impida, que nada separe, que nada se interponga» (1 R 23,9-10).
El corazón puro se identifica con esta disponibilidad total. No es un tesoro de moralidad que quisiéramos regalar a Dios y que nos concedería el derecho de mirarle cara a cara. Se trata, más bien, del desprendimiento de sí mismo. El corazón puro constituye un abismo de atención al misterio de Dios unido a un desasimiento total de sí mismo.
 
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