sábado, 18 de marzo de 2017

DÍA 19 DE MARZO: SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA, FELIZ DIA DEL PADRE, etc.

SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA. La fiesta del Padre nutricio de Jesús se extendió en la Iglesia a partir del siglo XV, cuando fue propagada por san Bernardino de Siena y Juan Gerson. Los evangelios nos lo inscriben enmarcado en la historia de la salvación. José, de oficio carpintero en el pueblecito de Nazaret, se sintió turbado cuando comprobó que María, su esposa, con la que no había cohabitado, estaba encinta. Pero el Señor le hizo comprender que el estado de su mujer era obra del Espíritu, y él la acogió, secundando los planes de Dios. Con María marchó a Belén, donde nació Jesús, y en todo momento José se cuidó del sustento y protección de la Madre y del Hijo. Con ellos estuvo en la adoración de los pastores y de los reyes, en la circuncisión del Niño y en su presentación en el Templo, en la huida a Egipto, estancia allí y regreso a Nazaret, donde Jesús fue creciendo al amparo de sus padres. Por último vivió con María el dolor y el gozo de hallar a Jesús cuando creían haberlo perdido en Jerusalén. Dios confió a José la custodia discreta pero eficaz de María y de Jesús, y, con razón, Pío IX lo declaró en 1870 Patrono de la Iglesia universal.- Oración: Dios todopoderoso, que confiaste los primeros misterios de la salvación de los hombres a la fiel custodia de san José, haz que, por su intercesión, la Iglesia los conserve fielmente y los lleve a plenitud en su misión salvadora. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. BEATO JUAN DE PARMA. Nació el año 1208 en Parma (Italia), de la noble familia de los Buralli. Cursó estudios superiores y se dedicó a la enseñanza. Ingresó en la Orden franciscana en 1233; los superiores lo enviaron a París a completar estudios y allí recibió la ordenación sacerdotal. Se dio primero a la predicación con gran éxito y luego a la docencia en Bolonia, Nápoles y París. El Capítulo de 1247 lo eligió Ministro general de su Orden. Afrontó con moderación, humildad y prudencia las fuertes tensiones entre espirituales y conventuales en torno a la pobreza, y trató de evitar la división de la Orden, para lo que visitó muchas Provincias. Inocencio IV lo envió a Constantinopla para gestionar la unidad de las Iglesias. En 1257 presentó la renuncia a su oficio, en el que le sustituyó san Buenaventura, y se retiró al eremitorio de Greccio, donde vivió entregado a la penitencia y la oración. Murió el 19 de marzo de 1289 en Camerino (Marcas), cuando se dirigía a Grecia en misión conciliadora. BEATO MARCOS DE MONTEGALLO. Nació en Fonditore de Montegallo (Ascoli Piceno) el año 1425. Estudió en Perusa y Bolonia, donde se doctoró en leyes y medicina. Ejerció de médico en Ascoli y contrajo matrimonio; en 1452 los esposos decidieron abrazar la vida religiosa, ella en las clarisas y él en los franciscanos. Marcos, ordenado de sacerdote y bajo la guía de san Jaime de la Marca, se entregó a la predicación, empeñándose de modo especial en conseguir la reconciliación y la paz entre las facciones o banderías tan ferozmente enfrentadas en aquel tiempo. Otra gran preocupación suya fue el cuidado de los pobres; para su ayuda y para librarlos de los abusos de los usureros, fundó montes de piedad y bancos populares. Fue un hombre de vida austera y penitente y de elevada espiritualidad. Publicó algunas obras. Murió en Vicenza el 19 de marzo de 1496. BEATO NARCISO TURCHAN (en el siglo, Juan). Nació en Biskupice (Cracovia, Polonia) el año 1879, de familia acomodada. En 1895 ingresó en la Orden franciscana, y su vida de fraile se desarrolló entre Austria y Polonia. Terminados los estudios, recibió la ordenación sacerdotal en 1906, y fue un celoso vicario parroquial, catequista, predicador y confesor. También ejerció diversos cargos de gobierno en su Provincia. En 1936 lo eligieron guardián del convento de Wloclaweck. Allí lo arrestó la Gestapo, por odio a la fe, el 6 de noviembre de 1940. Un año más tarde lo llevaron al campo de concentración de Dachau (Alemania), donde murió el 19 de marzo de 1942, agotado por la miseria y las torturas. Es uno de los 108 Mártires de la II Guerra Mundial (1940-43) beatificados por Juan Pablo II en 1999. * * * San Juan. Según la tradición era un sirio que, en el siglo VI, para huir de los conflictos que se derivaban de la herejía monofisita, se trasladó a Italia y fundó un monasterio en Parrano, cerca de Espoleto (Umbría), del que fue abad largo tiempo y en el que se constituyó padre de muchos siervos de Dios. Beato Alberto Joaquín Linares de la Pinta. Nació en Cheste (Valencia) en 1913. Profesó en los Hermanos de las Escuelas Cristianas en 1931. Ejerció su apostolado en San Hipólito de Voltregá, Berga y por último en el internado de Bonanova en Barcelona. En la persecución religiosa se trasladó a Chiprana (Zaragoza), donde vivía un hermano suyo. Lo detuvo uno de los más feroces jefes revolucionarios que, gracias a la intercesión de algunas personas, lo dejó libre e incluso le encargó la escuela del pueblo. Quiso pasar a la zona nacional, pero fue asesinado el 19 de marzo de 1937 en las afueras de Castillonroy (Huesca). Tenía 23 años. Beatificado el 13-X-2013. Beato Andrés Gallerani. Fue un noble de Siena (Italia) que en su juventud cometió un delito por el que fue condenado a un destierro temporal. Cuando volvió a su ciudad, se puso al servicio de los pobres y enfermos. Con sus bienes fundó el Hospital de la Misericordia. Además, reunió en torno a sí a ciudadanos deseosos de servir a los necesitados; se llamaban Hermanos de la Misericordia, eran seglares sin votos religiosos, vivían en pobreza y servían a los pobres y enfermos. Murió en Siena el año 1251. Beato Félix José Trilla Lastra. Nació en Lérida el año 1908. Tomó el hábito de los Hermanos de las Escuelas Cristianas en 1925. Terminado el escolasticado ejerció el ministerio en sucesivos destinos, y en 1934 lo enviaron a Monistrol de Montserrat. Allí estaba cuando se desató la persecución religiosa. Se refugió en casa de sus padres. El 11 de marzo fue a encontrarse con un señor a quien espiaban los milicianos, que detuvieron a ambos. Lo torturaron cruelmente para obligarlo a renegar de su religión, cosa que no lograron. El 19 de marzo de 1937, en Monistrol (Barcelona), lo echaron aún vivo a los cerdos o lo quemaron. Beato Isnardo de Chiampo. Hacia el año 1218, siendo estudiante en Bolonia, recibió el hábito de la Orden de Predicadores de manos de santo Domingo. Se ordenó de sacerdote en Milán y se dedicó a la predicación, en la que ganó para Dios a muchos pecadores y herejes. A partir de 1230 el campo de su apostolado fue Pavía, adonde lo habían enviado para fundar un convento y donde murió en 1244. Beato Marcelo Callo. Nació en Rennes (Francia) el año 1921. A los 13 años comenzó a trabajar en una tipografía a la vez que continuaba su actividad en los Boys Scouts; poco después se enroló en la Juventud Obrera Cristiana (JOC). Apenas había iniciado un noviazgo serio cuando lo detuvieron los nazis y lo condenaron a trabajos forzados en Alemania; allí confortó en la fe a los compañeros y llegó a organizar un grupo de Acción Católica. Pasó luego por varias cárceles hasta llegar al campo de exterminio de Mauthausen (Austria), en el que murió agotado en 1943. Beata Sibilina Biscossi. Nació en Pavía (Italia) en 1287. De niña quedó huérfano de padre y madre. En cuanto puso se puso a trabajar como criada, pero a los 12 años de edad quedó ciega. Entonces la acogieron las Terciarias dominicas. Estuvo esperando que santo Domingo hiciera un milagro, hasta que asumió que la ceguera podía ser un don para ella y para los demás. Aceptada su limitación, se recluyó en una celdita aneja al convento de los dominicos, y allí permaneció 65 años, viviendo en penitencia y oración, edificando, aconsejando y consolando a todos. Murió en 1367. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: El niño Jesús fue con sus padres a Jerusalén, y se quedó allí sin que lo supieran ellos. Cuando lo encontraron, le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres (cf. Lc 41-52). Pensamiento franciscano: Dice san Francisco: -Donde hay pobreza con alegría, allí no hay codicia ni avaricia. Donde hay quietud y meditación, allí no hay preocupación ni vagancia (Adm 27,3-4). Orar con la Iglesia: Con la misma fe de san José, y por su intercesión, presentemos a Dios Padre nuestras peticiones. -Por el papa y los obispos, para que sigan el ejemplo de san José en el cuidado de la familia de Jesús en nuestros días. -Por los seminaristas, para que descubran, oyendo a Jesús, que están llamados a ocuparse de las cosas de Dios Padre. -Por los gobernantes, para que fomenten la paz y no impidan la implantación de reino de Dios en nuestro mundo. -Por las familias que sufren la falta de trabajo, de amor, de armonía..., para que encuentren la ayuda y la paz que necesitan. -Por los padres y las madres, para que, a pesar de las dificultades, llegue a constituir familias cristianas. Oración: Dios Padre bueno, que encomendaste a san José el cuidado de Jesús y María, haz que siga cuidado de tu Iglesia y de la familia humana. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ Benedicto XVI, Ángelus del 19 de marzo de 2006 Queridos hermanos y hermanas: Hoy, 19 de marzo, se celebra la solemnidad de san José, pero, al coincidir con el tercer domingo de Cuaresma, su celebración litúrgica se traslada a mañana. Sin embargo, el contexto mariano del Ángelus invita a meditar hoy con veneración en la figura del esposo de la santísima Virgen María y patrono de la Iglesia universal. Me complace recordar que también era muy devoto de san José el amado Juan Pablo II, quien le dedicó la exhortación apostólica Redemptoris custos, custodio del Redentor, y con seguridad experimentó su asistencia en la hora de la muerte. La figura de este gran santo, aun permaneciendo más bien oculta, reviste una importancia fundamental en la historia de la salvación. Ante todo, al pertenecer a la tribu de Judá, unió a Jesús a la descendencia davídica, de modo que, cumpliendo las promesas sobre el Mesías, el Hijo de la Virgen María puede llamarse verdaderamente «hijo de David». El evangelio de san Mateo, en especial, pone de relieve las profecías mesiánicas que se cumplen mediante la misión de san José: el nacimiento de Jesús en Belén (Mt 2,1-6); su paso por Egipto, donde la Sagrada Familia se había refugiado (Mt 2,13-15); el sobrenombre de «Nazareno» (Mt 2,22-23). En todo esto se mostró, al igual que su esposa María, como un auténtico heredero de la fe de Abraham: fe en Dios que guía los acontecimientos de la historia según su misterioso designio salvífico. Su grandeza, como la de María, resalta aún más porque cumplió su misión de forma humilde y oculta en la casa de Nazaret. Por lo demás, Dios mismo, en la Persona de su Hijo encarnado, eligió este camino y este estilo -la humildad y el ocultamiento- en su existencia terrena. El ejemplo de san José es una fuerte invitación para todos nosotros a realizar con fidelidad, sencillez y modestia la tarea que la Providencia nos ha asignado. Pienso, ante todo, en los padres y en las madres de familia, y ruego para que aprecien siempre la belleza de una vida sencilla y laboriosa, cultivando con solicitud la relación conyugal y cumpliendo con entusiasmo la grande y difícil misión educativa. Que san José obtenga a los sacerdotes, que ejercen la paternidad con respecto a las comunidades eclesiales, amar a la Iglesia con afecto y entrega plena, y sostenga a las personas consagradas en su observancia gozosa y fiel de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. Que proteja a los trabajadores de todo el mundo, para que contribuyan con sus diferentes profesiones al progreso de toda la humanidad, y ayude a todos los cristianos a hacer con confianza y amor la voluntad de Dios, colaborando así al cumplimiento de la obra de salvación. Con la ayuda de san José, patrono de la Iglesia universal, os invito a continuar vuestro camino de conversión cuaresmal como respuesta al amor misericordioso del Señor. * * * SAN JOSÉ, EL VARÓN JUSTO - EL ESPOSO Juan Pablo II, Exhortación Apostólica «Redemptoris Custos» 1. Llamado a ser el Custodio del Redentor, «José... hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer» (Mt 1,24). Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que san José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo. 17. Durante su vida, que fue una peregrinación en la fe, José, al igual que María, permaneció fiel a la llamada de Dios hasta el final. La vida de ella fue el cumplimiento hasta sus últimas consecuencias de aquel primer «fiat» pronunciado en el momento de la anunciación mientras que José en el momento de su «anunciación» no pronunció palabra alguna. Simplemente él «hizo como el ángel del Señor le había mandado». Y este primer «hizo» es el comienzo del «camino de José». A lo largo de este camino, los Evangelios no citan ninguna palabra dicha por él. Pero el silencio de José posee una especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el Evangelio: el «justo» (Mt 1,19). 18. El varón «justo» de Nazaret posee ante todo las características propias del esposo. El Evangelista habla de María como de «una virgen desposada con un hombre llamado José» (Lc 1,27). Antes de que comience a cumplirse «el misterio escondido desde siglos» (Ef 3,9), los Evangelios ponen ante nuestros ojos la imagen del esposo y de la esposa. Según la costumbre del pueblo hebreo, el matrimonio se realizaba en dos etapas: primero se celebraba el matrimonio legal (verdadero matrimonio) y, sólo después de un cierto período, el esposo introducía en su casa a la esposa. Antes de vivir con María, José era, por tanto, su «esposo»; pero María conservaba en su intimidad el deseo de entregarse a Dios de modo exclusivo. Se podría preguntar cómo se concilia este deseo con el «matrimonio». La respuesta viene sólo del desarrollo de los acontecimientos salvíficos, esto es, de la especial intervención de Dios. Desde el momento de la anunciación, María sabe que debe llevar a cabo su deseo virginal de darse a Dios de modo exclusivo y total precisamente por el hecho de llegar a ser la madre del Hijo de Dios. La maternidad por obra del Espíritu Santo es la forma de donación que el mismo Dios espera de la Virgen, «esposa prometida» de José. María pronuncia su «fiat». El hecho de ser ella la «esposa prometida» de José está contenido en el designio mismo de Dios. Así lo indican los dos Evangelistas citados, pero de modo particular Mateo. Son muy significativas las palabras dichas a José: «No temas en tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo» (Mt 1,20). Estas palabras explican el misterio de la esposa de José: María es virgen en su maternidad. En ella el «Hijo del Altísimo» asume un cuerpo humano y viene a ser «el Hijo del hombre». 19. En las palabras de la «anunciación» nocturna, José escucha no sólo la verdad divina acerca de la inefable vocación de su esposa, sino que también vuelve a escuchar la verdad sobre su propia vocación. Este hombre «justo», que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido amaba a la virgen de Nazaret y se había unido a ella con amor esponsal, es llamado nuevamente por Dios a este amor. «José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer»; lo que en ella había sido engendrado «es del Espíritu Santo». A la vista de estas expresiones, ¿no habrá que concluir que también su amor como hombre ha sido regenerado por el Espíritu Santo? ¿No habrá que pensar que el amor de Dios, que ha sido derramado en el corazón humano por medio del Espíritu Santo, configura de modo perfecto el amor humano? 21. Este vínculo de caridad constituyó la vida de la Sagrada Familia, primero en la pobreza de Belén, luego en el exilio en Egipto y, sucesivamente, en Nazaret. La Iglesia rodea de profunda veneración a esta Familia, proponiéndola como modelo para todas las familias. La Familia de Nazaret, inserta directamente en el misterio de la encarnación, constituye un misterio especial. Y -al igual que en la encarnación- a este misterio pertenece también una verdadera paternidad: la forma humana de la familia del Hijo de Dios, verdadera familia humana formada por el misterio divino. En esta familia José es el padre: no es la suya una paternidad derivada de la generación; y, sin embargo, no es «aparente» o solamente «sustitutiva», sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. En ello está contenida una consecuencia de la unión hipostática: la humanidad asumida en la unidad de la Persona divina del Verbo-Hijo, Jesucristo. Junto con la asunción de la humanidad, en Cristo está también «asumido» todo lo que es humano, en particular, la familia, como primera dimensión de su existencia en la tierra. En este contexto está también «asumida» la paternidad humana de José. En base a este principio adquieren su justo significado las palabras de María a Jesús en el templo: «Tu padre y yo... te buscábamos». Esta no es una frase convencional; las palabras de la Madre de Jesús indican toda la realidad de la encarnación, que pertenece al misterio de la Familia de Nazaret. José, que desde el principio aceptó mediante la «obediencia de la fe» su paternidad humana respecto a Jesús, siguiendo la luz del Espíritu Santo, que mediante la fe se da al hombre, descubría ciertamente cada vez más el don inefable de su paternidad. * * * SAN JOSÉ, PROTECTOR Y CUSTODIO FIEL San Bernardino de Siena, Sermón 2, sobre san José La norma general que regula la concesión de gracias singulares a una criatura racional determinada es la de que, cuando la gracia divina elige a alguien para un oficio singular o para ponerle en un estado preferente, le concede todos aquellos carismas que son necesarios para el ministerio que dicha persona ha de desempeñar. Esta norma se ha verificado de un modo excelente en san José, que hizo las veces de padre de nuestro Señor Jesucristo y que fue verdadero esposo de la Reina del universo y Señora de los ángeles. José fue elegido por el eterno Padre como protector y custodio fiel de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su Esposa, y cumplió su oficio con insobornable fidelidad. Por eso le dice el Señor: Eres un empleado fiel y cumplidor; pasa al banquete de tu Señor. Si relacionamos a José con la Iglesia universal de Cristo, ¿no es este el hombre privilegiado y providencial, por medio del cual la entrada de Cristo en el mundo se desarrolló de una manera ordenada y sin escándalos? Si es verdad que la Iglesia entera es deudora a la Virgen Madre por cuyo medio recibió a Cristo, después de María es san José a quien debe un agradecimiento y una veneración singular. José viene a ser el broche del antiguo Testamento, broche en el que fructifica la promesa hecha a los patriarcas y los profetas. Sólo él poseyó de una manera corporal lo que para ellos había sido mera promesa. No cabe duda de que Cristo no sólo no se ha desdicho de la familiaridad y respeto que tuvo con él durante su vida mortal como si fuera su padre, sino que la habrá completado y perfeccionado en el cielo. Por eso, también con razón, se dice más adelante: Pasa al banquete de tu Señor. Aun cuando el gozo significado por este banquete es el que entra en el corazón del hombre, el Señor prefirió decir: Pasa al banquete, a fin de insinuar místicamente que dicho gozo no es puramente interior, sino que circunda y absorbe por doquier al bienaventurado, como sumergiéndole en el abismo infinito de Dios. Acuérdate de nosotros, bienaventurado José, e intercede con tu oración ante aquel que pasaba por hijo tuyo; intercede también por nosotros ante la Virgen, tu esposa, madre de aquel que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. .

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