jueves, 6 de abril de 2017

Domingo de Ramos en la pasión del Señor 9 de abril de 2017

PROCESIÓN DE LAS PALMAS LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 21, 1-11 Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles: -- Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto. Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: "Decid a la hija de Sión: 'Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila'." Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: -- ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo! Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: -- ¿Quién es éste? La gente que venía con él decía: -- Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea. Palabra del Señor MISA DE LA PASIÓN PRIMERA LECTURA LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 50, 4-7 El Señor me ha dado una lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Palabra de Dios Salmo Sal 21,8-9.17-18a.19-20.23-24 R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre, si tanto lo quiere.» R/. Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. R/. Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/. Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel. R/. SEGUNDA LECTURA LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS FILIPENSES 2, 6-11 Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, al contrario, se despojó de si tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. Palabra de Dios EVANGELIO PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO 26, 14-27, 66 C. En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: S. -- ¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego? C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. C. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: S. -- ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua? C. Él contestó + -- Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos." C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. C. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: + --Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar. C. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: S. -- ¿Soy yo acaso, Señor?» C. Él respondió: + -- El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido. C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: S. -- ¿Soy yo acaso, Maestro? C. Él respondió: + --Tú lo has dicho. C. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: + --Tornad, comed: esto es mi cuerpo. C. Y, cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo: + -Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre. C. Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos. C. Entonces Jesús les dijo: + -- Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: "Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño." Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea. C. Pedro replicó: S. -- Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré. C. Jesús le dijo: + -- Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. C . Pedro le replicó: S. -- Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. C.- Y lo mismo decían los demás discípulos. C. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo: + -- Sentaos aquí, mientras voy allá a orar. C. Y, llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo: + -- Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo. C. Y, adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo: + -- Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. C. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: + -- ¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil. C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: + -- Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad. C. Y, viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba, repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo: + --Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega. C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña: S. -- Al que yo bese, ése es; detenedlo. C. Después se acercó a Jesús y le dijo: S. -- ¡Salve, Maestro! C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó: + -- Amigo, ¿a qué vienes? C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo: + -- Envaina la espada; quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar. C. Entonces dijo Jesús a la gente: + -- ¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis. C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. C. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos, hasta el palacio del sumo sacerdote, y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos, que dijeron: S. -- Éste ha dicho: "Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días." C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: S. -- ¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti? C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: S. -- Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. C. Jesús le respondió: + --Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: Desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo. C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: S. -- Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís? C. Y ellos contestaron: S. -- Es reo de muerte. C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon, diciendo: S. -- Haz de profeta, Mesías; ¿quién te ha pegado? C. Pedro estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó una criada y le dijo: S. --También tú andabas con Jesús el Galileo. C. Él lo negó delante de todos, diciendo: S. -- No sé qué quieres decir. C. Y, al salir al portal, lo vio otra y dijo a los que estaban allí: S. -- Éste andaba con Jesús el Nazareno. C. Otra vez negó él con juramento: S. -- No conozco a ese hombre. C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: S. -- Seguro; tú también eres de ellos, te delata tu acento. C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar, diciendo: S. -- No conozco a ese hombre. C. Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente. C. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador. C. Entonces Judas, el traidor, al ver que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos, diciendo: S. --He pecado, he entregado a la muerte a un inocente. C. Pero ellos dijeron: S. --¿A nosotros qué? ¡Allá tú! C. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron: S. -- No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre. C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías, el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor.» C. Jesús fue llevado ante el gobernador Poncio Pilato, y este le preguntó: S. --¿Eres tú el rey de los judíos? C. Jesús respondió: + --Tú lo dices. C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó: S. -- ¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti? C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato: S. -- ¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías? C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir: S. -- No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él. C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó: S. -- ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? C. Ellos dijeron: S. -- A Barrabás. C . Pilato les preguntó: S. -- ¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías? C. Contestaron todos: S. -- Sea crucificado. C. Pilato insistió: S. -- Pues, ¿qué mal ha hecho? C. Pero ellos gritaban más fuerte: S. -- ¡Sea crucificado! C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo: S. -- Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros! C. Y el pueblo entero contestó: S. -- ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos! C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. C. Entonces los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo: S. -- ¡Salve, rey de los judíos! C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. C. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a llevar la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir lugar de: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. C. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza: S. -- Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz. C. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo: S. -- A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¡Es el rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, y le creeremos. Confió en Dios, que lo libre ahora si es que lo ama, pues dijo: "Soy Hijo de Dios". C. De la misma manera hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban. C. Desde la hora sexta hasta la hora de nona, vinieron tinieblas sobre toda la tierra. A la hora de nona, Jesús gritó con voz potente: + -- Elí, Elí, lemá sabaqtaní. C. (Es decir: + -- Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?) C. Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron: S. -- Esta llamando a Elías . C. Enseguida uno de ellos fue corriendo, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber. Los demás decían: S. -- Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo. C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. (Todos se arrodillan, y se hace una pausa) C. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se resqurbrajarion, las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron, después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: S. -- Verdaderamente éste era Hijo de Dios. C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos. C. Al anochecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí, sentadas enfrente del sepulcro. C. A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron: S. -- Señor, nos hemos acordado que aquel impostor, estando en vida, anunció: "A los tres días resucitaré." Por eso, da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, roben el cuerpo y digan al pueblo: "Ha resucitado de entre los muertos. La última impostura sería peor que la primera.” C. Pilato contestó: S. --Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis. C. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro. Palabra del Señor SER COMO NIÑOS CON NUESTROS RAMOS DE OLIVO Por Antonio García-Moreno 1.- PASIÓN.- Tú, Señor, aceptaste rendidamente los extraños planes del Padre eterno. Él había proyectado una historia sangrienta para su Hijo unigénito... Uno de los suyos le traicionaría, uno de los doce que él había elegido de entre una gran multitud. Todo comenzaría en una noche densa, cuando estaba rezando, postrado en una soledad profunda, indefenso y asustado. Le atarían como a un bandido, alumbrando con antorchas que no lograban romper la negra noche. Un juicio bien amañado, unos testigos falsos, una bofetada seca al menor intento de una contestación clara. Sometido al tribunal romano, viendo cómo los suyos, a los que tantas veces benefició, su mismo pueblo le negaba con rabia, pidiendo a gritos desaforados su muerte en una cruz. Y tú, Jesús, callabas, aceptando dócil como manso cordero cuanto quisieron hacer contigo, todo aquello que se veía abocar a un trágico final. Nosotros también queremos aceptar los planes de Dios... Dilo con sinceridad, con espíritu de entrega, confiando plenamente en la voluntad divina: Sea lo que sea, Señor. Lo acepto, lo quiero, lo deseo. Sólo te pedimos que nos des fuerzas para vivir nuestra pasión de forma parecida a como tú viviste la tuya. Cuando se acercaban, escondidos en la noche, te pusiste en pie. No para huir, sino para salirles al encuentro. ¿A quién buscáis? -preguntaste-. A Jesús Nazareno -dijeron-. Yo soy -contestaste-. Decidido a la entrega, fuerte, lejos del miedo y la angustia de antes, sereno y majestuoso. La fuerza de Dios había aparecido en la debilidad de tu carne. Luego, ante Pilato, hablarás con acierto, dueño absoluto de la situación. Aparecerás ante los tuyos, esos que te rechazan, vestido con las insignias reales. Una corona, un cetro, un manto de púrpura. Y el pretor romano dirá solemnemente: He ahí a vuestro rey. La cruz será tu trono, el primer paso ascendente hacia la exaltación que se aproximaba. Y detrás de la sangre cuajada, de las lágrimas resecas, detrás de tu figura doliente, el buen ladrón descubre tu grandeza de rey eterno. Acuérdate de mí cuando estés en tu reino -dijo aquel infeliz-. Y tú, imponente, seguro y victorioso: En verdad te digo que esta tarde estarás conmigo en el paraíso... Haz, Jesús, que también nosotros nos apoyemos en el brazo de Dios, caminando, sufriendo pero serenos, por nuestro propio Vía Crucis. 2.- HOSANNA AL HIJO DE DAVID. "Cuando se acercaban a Jerusalén…" (Mt 21, 1) Este relato, repetido por los otros evangelistas, es sin duda uno de los más entrañables y alegres de la historia de Jesucristo. En él intervienen los apóstoles y discípulos, el pueblo llano que seguía entusiasmado a Cristo, los niños que tanto le querían y admiraban. El marco escénico también contribuye a dar encanto y ternura, sencillez y magnificencia a un tiempo a este suceso. El descenso desde Betfagé hasta Jerusalén, hacia la Puerta Dorada probablemente, era un camino de bajada y subida que muchas veces habían recorrido los peregrinos procedentes de Galilea. Descendía por el monte de los Olivos, atravesaba el torrente Cedrón en el valle de Josafat, zona de sepulcros y de muerte, para ascender casi en línea recta a la explanada del Templo por la parte oriental, entrando por la Puerta Dorada, llamada también Puerta de la Misericordia, donde el sol encendía en aquellos momentos los mármoles de las columnas y capiteles, el pináculo, la nave central y los atrios del Templo. Mateo ve en este acontecimiento la realización del vaticinio del profeta Zacarías, que anunciaba la llegada del Rey de Israel, avanzando hacia el monte Sión, lleno de mansedumbre y majestad, sentado sobre un borrico. La Iglesia repite cada año en todo el mundo, también en el camino que baja de Betfagé hacia Jerusalén, esa procesión de hombres y de mujeres, de niños con ramos de olivos y con palmas, que aclaman al Señor con júbilo y entusiasmo. Sólo los orgullosos sonríen con ironía o protestan indignados, los que no tienen fe, los que sólo miran con los ojos de la carne porque están ciegos en el alma. A ellos el Señor, cuando le piden que acalle a la multitud, les contesta: "Si éstos callaran, las piedras gritarían". Y es que las piedras son más blandas y sensibles que el corazón de los orgullosos y los soberbios... Nosotros deseamos ser como niños, tomar nuestros ramos de olivo y seguir a Jesús por el camino, aclamándolo con entusiasmo, mientras que miramos con envidia al borrico que marcha orgulloso con tan noble carga... Descendió a los infiernos HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI Queridos hermanos y queridos jóvenes: Como cada año, en el Domingo de Ramos, nos conmueve subir junto a Jesús al monte, al santuario, acompañarlo en su acenso. En este día, por toda la faz de la tierra y a través de todos los siglos, jóvenes y gente de todas las edades lo aclaman gritando: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!». Pero, ¿qué hacemos realmente cuando nos unimos a la procesión, al cortejo de aquellos que junto con Jesús subían a Jerusalén y lo aclamaban como rey de Israel? ¿Es algo más que una ceremonia, que una bella tradición? ¿Tiene quizás algo que ver con la verdadera realidad de nuestra vida, de nuestro mundo? Para encontrar la respuesta, debemos clarificar ante todo qué es lo que en realidad ha querido y ha hecho Jesús mismo. Tras la profesión de fe, que Pedro había realizado en Cesarea de Filipo, en el extremo norte de la Tierra Santa, Jesús se había dirigido como peregrino hacia Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Es un camino hacia el templo en la Ciudad Santa, hacia aquel lugar que aseguraba de modo particular a Israel la cercanía de Dios a su pueblo. Es un camino hacia la fiesta común de la Pascua, memorial de la liberación de Egipto y signo de la esperanza en la liberación definitiva. Él sabe que le espera una nueva Pascua, y que él mismo ocupará el lugar de los corderos inmolados, ofreciéndose así mismo en la cruz. Sabe que, en los dones misteriosos del pan y del vino, se entregará para siempre a los suyos, les abrirá la puerta hacia un nuevo camino de liberación, hacia la comunión con el Dios vivo. Es un camino hacia la altura de la Cruz, hacia el momento del amor que se entrega. El fin último de su peregrinación es la altura de Dios mismo, a la cual él quiere elevar al ser humano. Nuestra procesión de hoy por tanto quiere ser imagen de algo más profundo, imagen del hecho que, junto con Jesús, comenzamos la peregrinación: por el camino elevado hacia el Dios vivo. Se trata de esta subida. Es el camino al que Jesús nos invita. Pero, ¿cómo podemos mantener el paso en esta subida? ¿No sobrepasa quizás nuestras fuerzas? Sí, está por encima de nuestras posibilidades. Desde siempre los hombres están llenos – y hoy más que nunca – del deseo de “ser como Dios”, de alcanzar esa misma altura de Dios. En todos los descubrimientos del espíritu humano se busca en último término obtener alas, para poderse elevar a la altura del Ser, para ser independiente, totalmente libre, como lo es Dios. Son tantas las cosas que ha podido llevar a cabo la humanidad: tenemos la capacidad de volar. Podemos vernos, escucharnos y hablar de un extremo al otro del mundo. Sin embargo, la fuerza de gravedad que nos tira hacía abajo es poderosa. Junto con nuestras capacidades, no ha crecido solamente el bien. También han aumentado las posibilidades del mal que se presentan como tempestades amenazadoras sobre la historia. También permanecen nuestros límites: basta pensar en las catástrofes que en estos meses han afligido y siguen afligiendo a la humanidad. Los Santos Padres han dicho que el hombre se encuentra en el punto de intersección entre dos campos de gravedad. Ante todo, está la fuerza que le atrae hacia abajo – hacía el egoísmo, hacia la mentira y hacia el mal; la gravedad que nos abaja y nos aleja de la altura de Dios. Por otro lado, está la fuerza de gravedad del amor de Dios: el ser amados de Dios y la respuesta de nuestro amor que nos atrae hacia lo alto. El hombre se encuentra en medio de esta doble fuerza de gravedad, y todo depende del poder escapar del campo de gravedad del mal y ser libres de dejarse atraer totalmente por la fuerza de gravedad de Dios, que nos hace auténticos, nos eleva, nos da la verdadera libertad. Tras la Liturgia de la Palabra, al inicio de la Plegaría eucarística durante la cual el Señor entra en medio de nosotros, la Iglesia nos dirige la invitación: “ Sursum corda – levantemos el corazón”. Según la concepción bíblica y la visión de los Santos Padres, el corazón es ese centro del hombre en el que se unen el intelecto, la voluntad y el sentimiento, el cuerpo y el alma. Ese centro en el que el espíritu se hace cuerpo y el cuerpo se hace espíritu; en el que voluntad, sentimiento e intelecto se unen en el conocimiento de Dios y en el amor por Él. Este “corazón” debe ser elevado. Pero repito: nosotros solos somos demasiado débiles para elevar nuestro corazón hasta la altura de Dios. No somos capaces. Precisamente la soberbia de querer hacerlo solos nos derrumba y nos aleja de Dios. Dios mismo debe elevarnos, y esto es lo que Cristo comenzó en la cruz. Él ha descendido hasta la extrema bajeza de la existencia humana, para elevarnos hacia Él, hacia el Dios vivo. Se ha hecho humilde, dice hoy la segunda lectura. Solamente así nuestra soberbia podía ser superada: la humildad de Dios es la forma extrema de su amor, y este amor humilde atrae hacia lo alto. El salmo procesional 23, que la Iglesia nos propone como “canto de subida” para la liturgia de hoy, indica algunos elementos concretos que forman parte de nuestra subida, y sin los cuales no podemos ser levantados: las manos inocentes, el corazón puro, el rechazo de la mentira, la búsqueda del rostro de Dios. Las grandes conquistas de la técnica nos hacen libres y son elementos del progreso de la humanidad sólo si están unidas a estas actitudes; si nuestras manos se hacen inocentes y nuestro corazón puro; si estamos en busca de la verdad, en busca de Dios mismo, y nos dejamos tocar e interpelar por su amor. Todos estos elementos de la subida son eficaces sólo si reconocemos humildemente que debemos ser atraídos hacia lo alto; si abandonamos la soberbia de querer hacernos Dios a nosotros mismos. Le necesitamos. Él nos atrae hacia lo alto, sosteniéndonos en sus manos –es decir, en la fe– nos da la justa orientación y la fuerza interior que nos eleva. Tenemos necesidad de la humildad de la fe que busca el rostro de Dios y se confía a la verdad de su amor. La cuestión de cómo el hombre pueda llegar a lo alto, ser totalmente él mismo y verdaderamente semejante a Dios, ha cuestionado siempre a la humanidad. Ha sido discutida apasionadamente por los filósofos platónicos del tercer y cuarto siglo. Su pregunta central era cómo encontrar medios de purificación, mediante los cuales el hombre pudiese liberarse del grave peso que lo abaja y poder ascender a la altura de su verdadero ser, a la altura de su divinidad. San Agustín, en su búsqueda del camino recto, buscó por algún tiempo apoyo en aquellas filosofías. Pero, al final, tuvo que reconocer que su respuesta no era suficiente, que con sus métodos no habría alcanzado realmente a Dios. Dijo a sus representantes: reconoced por tanto que la fuerza del hombre y de todas sus purificaciones no bastan para llevarlo realmente a la altura de lo divino, a la altura adecuada. Y dijo que habría perdido la esperanza en sí mismo y en la existencia humana, si no hubiese encontrado a aquel que hace aquello que nosotros mismos no podemos hacer; aquel que nos eleva a la altura de Dios, a pesar de nuestra miseria: Jesucristo que, desde Dios, ha bajado hasta nosotros, y en su amor crucificado, nos toma de la mano y nos lleva hacia lo alto. Subimos con el Señor en peregrinación. Buscamos el corazón puro y las manos inocentes, buscamos la verdad, buscamos el rostro de Dios. Manifestemos al Señor nuestro deseo de llegar a ser justos y le pedimos: ¡Llévanos Tú hacia lo alto! ¡Haznos puros! Haz que nos sirva la Palabra que cantamos con el Salmo procesional, es decir que podamos pertenecer a la generación que busca a Dios, “que busca tu rostro, Dios de Jacob” ( Sal 23, 6). Amén. REFLEXIÓN Reconoced en el pan lo que colgó del madero, y en el cáliz lo que manó del costado. (San Agustín) Jesús ha muerto por nosotros. Su muerte es un acto de servicio, de amor, de entrega. Ha cargado con el pecado de todos. Se ha sentido solidario de la suerte de la humanidad. Jesús es hombre con los hombres, esclavo con los esclavos, ajusticiado con los condenados, muerto con los muertos; Hijo de Dios entregado para revelar el amor del padre al mundo y la promesa de vida a todos los que éramos malditos. La muerte de Jesús nos debe abrir a la contemplación del amor de Dios: por medio de Él ha firmado una Alianza eterna con todos. «El conocimiento que comunicamos debe ser el de Jesús crucificado y, como dice san Agustín: "Antes de dejar de hablar a la boca, el apóstol ha de elevar su propia alma sedienta a Dios para luego poder entregar cuanto ha bebido, vertiendo en los demás aquello de lo cual estamos colmados", o como nos enseña santo Tomás: "Aquellos que son llamados a la labor de una vida activa, cometen una grave equivocación si piensan que su compromiso les dispensa de la vida contemplativa. Tal obligación se añade a aquélla y no la hace menos indispensable"». (Santa Teresa de Calcuta) ¡Santa y Feliz Semana Santa! Un abrazo en Cristo muerto y resucitado por nuestro amor. José Antonio. NOS CONMUEVE, Y MUCHO, SEÑOR Tú cena, con sabor a despedida sazonada con palabras de testamento. “Haced esto en conmemoración mía” No tendremos ya más excusas, Señor tu entrega es radical y verdadera y, porque no quieres que falte nada, nos dejas apiñados alrededor de una mesa y con tres dones que acompañarán toda nuestra existencia: amor, eucaristía y sacerdocio NOS CONMUEVE, Y MUCHO, SEÑOR Tu Cuerpo y tu Sangre salvadora como alimento de vida eterna Tus Palabras, que selladas con tu sangre, son exponente de la autenticidad de tu entrega Tus rodillas, besando el suelo, diciéndonos que no hay mayor galardón que el desvivirse amando generosamente sirviendo sin esperar nada a cambio brindándonos incluso al adversario NOS CONMUEVE, Y MUCHO, SEÑOR Verte humillado y postrado como siervo cuando tan amigos somos de las alturas anhelando el ser servidos antes que servir o estar simplemente, cómodamente sentados NOS CONMUEVE, Y MUCHO, SEÑOR Que nos ames y nos hagas tus confidentes conociendo la madera en la que estamos tallados nuestras traiciones y verdades a medias nuestros egoísmos y falsedades el Judas que, en el corazón o a la vuelta de la esquina te malvende por unas monedas…..o por nada NOS CONMUEVE, Y MUCHO, SEÑOR Que te estremezcas con tal pasión por el hombre Que te quedes, en la Eucaristía, para siempre Que, seas Sacerdote de la Nueva Alianza y te ofrezcas por la salvación de todos nosotros NOS CONMUEVE, TODO ESO, SEÑOR Imágenes integradas 1 Oremus pro Pontifice nostro Francisco Dominus conservet eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non Tradat eum en animam inimicorum eius. Oremus. Deus, pastor fidelium omnium et rector, famulum tuum Franciscum, quem pastorem Ecclesiae tuae praeesse voluisti, propitius respice: da ei, quaesumus, verbo et exemplo, quibus praeest, Proficere: ut ad vitam, una cum grege sibi credito, perveniat sempiternam. Per Christum Dominum nostrum. Amén.

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